La protesta como herramienta para crear derechos

La protesta como herramienta para crear derechos

En el ciclo “Los derechos que supimos conseguir”, Neka Jara –militante del Movimiento de Trabajadores Desocupados de San Francisco Solano- recuerda qué significó salir a cortar rutas en el 2001. Cuenta cómo se organizaban, analiza qué pasó después con los movimientos sociales, describe cómo impactaron los asesinatos de Kosteki y Santillán y explica por qué cree que la protesta debe ser permanente.

“Un espejo siniestro de aquella época que se refleja en la actual”

“Un espejo siniestro de aquella época que se refleja en la actual”

Una textil recuperada, Overlock, que recrea el clima e historia de otra, Brukman, manejada por sus trabajadores desde la debacle de 2001: de eso trata esta obra de teatro independiente dirigida por Verónica Schneck, una pieza conmovedora, entretenida y altamente política.

La obra Overlock, escrita y dirigida por Verónica Schneck, cuenta la historia de la fábrica de textiles Brukman, una empresa abandonada por sus dueños y recuperada por sus trabajadores en plena crisis del 2001, en el barrio porteño de Balvanera. Al caer la noche, siete actrices y dos actores interpretan al plantel que decidió quedarse en la fábrica; nueve voces que intentarán mantener funcionando las máquinas bajo la inminente amenaza de desalojo, siempre con el retumbar de la ausencia del patrón.

“Me parecía muy interesante la situación de que el dueño se haya ido —dice la directora en diálogo con ANCCOM—. El lugar del poder quedaba como un espacio vacío, y seguía repercutiendo. Entonces se me apareció la idea de un fantasma, y a eso lo asociaba al capitalismo: al fantasma del capitalismo”.

Ese fantasma estará presente en el medio de todas las conversaciones, mientras los personajes discuten, se exasperan, hablan el uno por encima del otro mientras alguien gesticula por detrás, evocando ese caos tan propio de una asamblea o de una jornada de trabajo, en un escenario salpicado de trajes, gajos de telas, maniquíes y máquinas textiles. “Me gusta lo coral, porque me gusta trabajar en términos de ritmo —sigue Verónica, que después concluirá—: Que sea como un caos ordenado. Y para que ese caos fluya, tiene que haber mucho orden”.

Schneck, con un bebé en brazos, cuenta cómo ese caos se fue ordenando en la obra: era un proyecto de doce personas como trabajo final para su graduación en la UNA; a ese primer elenco, del que hoy quedan tres integrantes, se sumaron seis actores y actrices con quienes ella quería trabajar. Lo que faltaba no era talento, sino dinero. “Todo lo que ves en el escenario lo conseguimos: tías, tíos, familiares, todas las máquinas fueron donadas; las mesas son de la UNA; los retazos de telas fuimos a conseguirlos al Once”, dice la directora, que se nota frustrada por la situación actual: “El teatro independiente siempre es difícil —comenta—. Estoy todo el tiempo así: si es momento de ensayar o es momento de hacer función, si no es mucho el reme que hay que hacer en un momento tan difícil, donde hay que estar buscando gente que pague una entrada en tiempos donde no se llega a fin de mes. Bueno, eso de que la plata no alcanza lo dice la obra también, y ahora es lo que nos sucede: la plata no alcanza”.

El 2001, en Textiles Brukman, la plata tampoco alcanzaba. Las trabajadoras decidieron quedarse porque no podían pagar ni el colectivo; el dueño, Jacobo Brukman, les había tirado las llaves sin pagarles los sueldos, a ver qué podían hacer. Lo que hicieron fue tomar la fábrica, ponerla en marcha y resistir los intentos de desalojo con Myriam Bregman como abogada, con el apoyo de otras fábricas recuperadas cortando la calle, mientras por fuera se sucedían los presidentes, cerraban los bancos, gaseaban y apaleaban a obreros, jubilados y estudiantes. Una historia que, dice Schneck, remite mucho a este presente: “Es un poco un espejo, un espejo siniestro, de aquella época que se refleja en la actual”.

Pero Overlock es de todo menos lóbrega. Un momento tan simple como compartir una pizza se siente como un faro de calidez humana; un súbito corte de luz hace saltar al elenco y a la audiencia. Después, los discursos proféticos, llenos de épica: ‘¡Es mejor sin patrón!’, ‘¡La lucha hilvana un mundo mejor, compañeros!’, ‘¡Estatización ya!’… Es una obra directa, altamente política, pero sobre todo atrapante, conmovedora y entretenida.

Los personajes tienen voces únicas, son personas de carne: Eva, la secretaria, peleando contra el fantasma de su amante y patrón; Marcelo, el renegado, con su cinismo y sus solos de guitarra; una obrera inmigrante rusa contrasta el humor con la nostalgia soviética; Jazmín, la empleada nueva, con su cuello ortopédico; Rita, embarazada, de palabra más fuerte y decidida; y así con los nueve, todos en juego, repartidos en focos sobre el escenario, mezclados en diálogos que trasuntan cotidianidad, mundanos en el mejor sentido de la palabra. Cada uno con su jerga, su momento y su tarea: los actores parecen estar pasándolo bien. 

“Yo no creo que esté bueno en una obra independiente que alguien actúe muy poco —dice la directora—. Todos tienen que tener su volumen, su brillo. La obra tiene que enamorarlos, porque no hay dinero, entonces tiene que ser por otra cosa.”

¿Y cuál sería esa otra cosa?

El amor —su bebé llora—. Nada más. Nada más y todo eso.

Overlock será presentada en el teatro Becket (Guardia Vieja 3556) por otras siete funciones, todos los viernes a las 22:30. Las entradas están disponibles en Alternativa Teatral. 

Ante el retiro del Estado en el sistema de salud, emerge la solidaridad

Ante el retiro del Estado en el sistema de salud, emerge la solidaridad

Con el lema “ninguna familia sin salud”, la plataforma Argentina Humana organizó talleres de diferentes especialidades de medicina. La actividad, a la que asistió un numeroso público que fue atendido por los equipos sanitarios voluntarios, tuvo como eje el reclamo contra los recortes del Gobierno de Javier Milei.

En una improvisada sala de espera bajo el sol, dos veinteañeras con una remera que clama “luchando por la salud pública” le hablan a cinco personas sentadas y a unas quince paradas alrededor. Una de ellas se acerca mostrando una botella cerrada con agua amarillenta y larvas de mosquito. La otra explica que desde el año pasado estamos en una epidemia de dengue. La Plaza de los dos Congresos tiene un sol pesado y un calor gomoso a las 16, pero sus primeros metros están llenos de gente y gazebos. Argentina Humana, parte del Frente Patria Grande, vuelve a ocupar la plaza con otra iniciativa solidaria: “Ninguna familia sin salud”.

Manuel Fonseca, médico generalista y coordinador de los equipos de salud de la plataforma Argentina Humana, trata de encontrar una sombra. “Estamos acá para visibilizar los problemas de acceso y atención que tienen muchos argentinos y ponernos a disposición para defender lo bueno que tiene nuestro sistema de salud. Los problemas que tiene no arrancan con Milei, pero todas sus medidas van a empeorar la salud: desreguló los precios de los medicamentos, desreguló las prepagas y desfinanció a las provincias, que son las que se hacen cargo de los sistemas de salud”, dice mientras mira a la gente haciendo fila en los gazebos.

Sólo en la primera hora, más de 200 personas se acercaron a las postas. Entre otras especialidades hay atención y orientación nutricional, otorrino-laringología, atención cardiológica y electrocardiogramas, medición de visión y medicina general. Lorena, una señora de 70 años, está muy contenta con la actividad. Se enteró por la radio y decidió pasar luego de un voluntariado que realiza en la Iglesia San Expedito. Mientras pela una banana, hace la fila para que un generalista le haga el apto físico para poder ir al gimnasio.

Entretanto, en el taller de dengue una señora de 50 cuenta que tuvo mucha fiebre. “Es terrible, pero el chikungunya es peor ¿Saben qué significa? Rompehuesos”, añade Corina, militante de Irma Carrica y trabajadora de la salud, mientras los ojos de su público quedan como huevos duros. Atrás, una bandera colgada reza “al gran pueblo argentino salud” y entre celeste y blanco emerge la imágen del sanitarista Ramón Carrillo.

“Vinimos a darle un mimo a la salud y a la gente que hoy la está pasando muy mal. Ahora estamos en un brote de dengue, así que traje bichitos, huevos, larvas y un mosquito muerto para que la gente los pueda reconocer en su casa, aunque es un tema que tenemos que trabajar todo el año”, declara Corina ajustando sus lentes de sol. “Tener información es un derecho. Es fundamental saber identificar para prevenir”, agrega.

Como lema, los voluntarios repiten: “Brindar información para tener capacidad de decisión”. En la esquina más cercana a avenida Rivadavia, dos de los gazebos están dedicados a la salud sexual. En uno testean el VIH, pero en los dos resuelven consultas sobre métodos anticonceptivos. Médicas con ambos blancos ofrecen folletos y preservativos a personas que pasan y que hacen colas en los otros puestos sanitarios. “Con esto buscamos derribar mitos alrededor de los anticonceptivos, que son por los que muchas personas ni siquiera se acercan a los centros de salud”, dice Soledad Livi, médica de familia, con entusiasmo.

Una de las médicas voluntarias del stand acompaña con los resultados del test a un señor que rondaba los cuarenta años, ofreciéndole preservativos. Le recuerda que por una situación de riesgo, debe volver a hacerse la prueba de VIH en un mes. Con los hombros aliviados, él sostiene el papel con suavidad.

Soledad también se acercó como voluntaria a la actividad: “Cada vez hay más barreras para acceder a la salud: hay pocos turnos, ahora hay más demanda de los servicios públicos y está siendo desmantelada. No tenemos recursos ni medicamentos. En el caso de las mujeres, tenemos mucha demora con la entrega de métodos anticonceptivos, lo que implica un riesgo de embarazo no deseado en una población muy grande”.

Tras un breve pasillo, está el stand de salud mental, que es de los más demandados y de los que más voluntarios convocaron. Rebalsan del gazebo cuatro rondas de sillas, ocupadas por cinco personas. Elena García, licenciada en Trabajo Social, explica el funcionamiento: “Tenemos un dispositivo de primera escucha donde orientamos y asesoramos y después tenemos un taller grupal. La demanda es tanta porque después de la pandemia está más sobre la mesa el tema de salud mental y, si hacíamos una jornada de salud, no podíamos no tenerla en cuenta”. Las rondas de escucha están formadas por profesionales y estudiantes de psicología, trabajo social, psicopedagogía y psiquiatría.

Mientras Elena habla, la psicóloga Mercedes Kopelovich se acerca para añadir: “Proponemos en los espacios individuales y grupales una idea más integral y comunitaria de la salud mental. La idea no es hacer una escucha individual y aportar herramientas o recursos ni referenciar a puntos de salud, sino potenciar los recursos que ya tienen y darle el estatuto de recurso para el tratamiento a cosas que están más en el orden de sentirse parte de un colectivo”. Federico, un treintañero del puesto de problemáticas de consumo, sintetiza la idea: “Hay que armar redes de contención. No se soluciona mandando a las personas a un centro de salud”.

En las primeras sombras que proyecta el Congreso, una médica generalista de ambo azul tiende una manta sobre la vereda y una señora vestida de marrones se sienta formando una “p” con sus piernas. Una salud cercana al pueblo indica cómo tomar medicaciones y recomienda alimentos para diabéticos desde el piso. Dos madres vinieron con sus hijos desde Retiro para que los atiendan por odontología. “En el hospital teníamos que esperar como dos meses”, decían mientras esperaban a un otorrino.

Desde la esquina de Entre Ríos e Yrigoyen, una nena con ventanas en los dientes juega con burbujeros. “Más fuerte hacelos”, le ordena juguetona a una de las voluntarias del espacio de recreación. Mientras la nena intenta agarrar las burbujas, Juan Grabois aparece. La gente se acerca alborotada. Algunos le agradecen, otros le piden fotos y muchos se acercan a saludarlo o apretarle cariñosamente el brazo. A la par de Manuel Fonseca recorre los puestos y habla con la gente.

Un hombre en situación de calle se acerca con sus pertenencias en mano al puesto de hidratación y deja un vaso vacío de jugo al lado de una médica petisa. Ella le toca el antebrazo y con la mirada lo invita a agarrar algunas galletitas. Con la emoción y timidez de quien se siente contemplado con amorosidad, el hombre selecciona tres. La médica sonríe con los ojos.

Un medio de televisión enfoca al dirigente, que reivindica la jornada de trabajo de sus compañeros en un contexto político hostil. Un gran círculo de personas lo rodean para escucharlo. Serios, asienten. Un grupo comenta en voz baja la situación de falta de insumos en los hospitales, incluso en los de renombre.

De repente, un viento de superficie levanta la tela blanca de dos gazebos. Como un manto, una cae sobre el que supo llamarse “Juan 23”, invadiendo el móvil televisivo. Un par de médicas se arremangan con decisión y se trepan a la estructura para volver a colocarlo. En pocos minutos, los gazebos volvieron a su lugar. La tela recuerda que la jornada solidaria está hecha a pulmón, respiración a respiración y codo a codo.

«Vos que la viviste, no dejes que te la cuenten»

«Vos que la viviste, no dejes que te la cuenten»

“Para tener memoria” y como “homenaje a las víctimas y sus familias”, la periodista Paloma García publicó un libro con sus fotos de diciembre de 2001. “La fuerza la tiene el fuego de esa noche, la resistencia del pueblo”, afirma la autora.

Durante el estallido de 2001, nucleada en el colectivo Argentina Arde, Paloma García se dedicó a retratar el hambre, la violencia y la represión. De ese archivo surge este trabajo que compila una selección de 50 fotografías de más de 70 rollos.

Editado por Grupo Editorial Sur, 2001. Fotografías diciembre 2001 – junio 2002 es el primer libro de la autora. Fotógrafa, periodista especializada en investigación, García ha trabajado en el área de noticias de TV Pública y en Telesur. Hoy, además de colaborar con diversos medios, participa del colectivo de Fotógrafes x los Barrios, que combina acciones fotográficas y solidarias. En charla con ANCCOM, recuerda esa larga jornada del 19 y 20 de diciembre, veinte años atrás.

¿Cómo lo viviste?

Como fotoperiodista y periodista, el 19 y 20 me encontró bastante al tanto de lo que estaba pasando. De hecho, estaba trabajando en el Congreso, en el despacho del grupo de diputados socialistas Oscar González y Alfredo Bravo. Seguíamos bastante de cerca todo lo que pasaba, sobre todo en La Matanza y en el conurbano. También porque estaba trabajando junto a Carlos Bosch, mi maestro en fotografía y mi gran amigo, estábamos haciendo un trabajo sobre piqueteros y ya habíamos empezado a estar en contacto con la gente que se reunía en la Escuela Amarilla en La Matanza. Recordemos que unos meses antes se dio el Matanzazo, antes del estallido. El 19 de diciembre a la noche salí con mis vecinos de Saavedra, barrio en el que vivía, y militábamos por los derechos humanos en un grupo que se llamaba Madres del Pañuelo Blanco. Fuimos a reunirnos en la esquina con toda la gente indignada que empezó a salir a las calles para responder a esa imposición de un estado de sitio y llegamos hasta Plaza de Mayo. Yo llevé mi cámara, mi Canon AE 1.

¿Qué te impulsó a publicar este libro a 20 años del estallido?

Lo que me impulsó, en este aniversario, es entender que, así como como el 19 y 20 supe que mi cámara era una herramienta para dar testimonio, para dejar grabado lo que estaba siendo parte de la historia de los argentinos y de las argentinas, también entendí que era momento de dejar ese documento pensando que, tal vez, jóvenes que no vivieron ese momento puedan encontrarse movilizados por una foto, ir hacia atrás en la historia y tratar de entender qué nos pasó, para tener memoria. Por sobre todas las cosas, para tener memoria. Y también me impulsó el homenaje a las familias de las víctimas y a las víctimas.

¿Cómo fue el proceso de selección de las imágenes?

Fue difícil porque es un trabajo minucioso poder escanear esas 400 fotografías. Tuve la ayuda de la colega fotógrafa Cristina Pereira y también de Álvaro Giménez, mi compañero, que viene del área de Bellas Artes. En cuanto a la edición del libro, al ensayo que quedó plasmado, de esas 400 fotografías quedó una selección de 50, que son las que lo integran. Ese trabajo lo hice con Diego Sandstede y Valeria Bellusci, también fotógrafos.

 

¿Qué criterio seguiste?

Tuvo que ver con encontrar un ritmo en el mensaje que quería dar. Muchas fotografías que me gustan mucho no pudieron estar porque abrían la historia hacia otra historia también. Por ejemplo, un retrato de Lidia Quinteros, la líder del Tren Blanco de los cartoneros, que dieron tanta batalla en aquel momento. Seguí a Lidia durante meses en el tren, todas las veces que volvían a José León Suárez, después de la cantidad de horas que pasaban recogiendo cartones en la Capital. Pero eso ya era otra parte del ensayo. O todo el trabajo de la Asamblea de Saavedra para recuperar una huerta cerca de Balbín y Donado, donde yo vivía. Todo eso era otra historia u otro libro. Pero en éste, la fuerza la tiene el fuego de esa noche, la resistencia del pueblo. Hay algunas fotografías más que van hasta junio del 2002, que quiere mostrar no solamente la cuestión de los cacerolazos y de la clase media a la que le habían tocado el bolsillo, sino que también había una unión en la lucha de clases muy interesante. Todo un pueblo resistiendo junto, logrando, por ejemplo, que por lo menos el payaso de Fernando De la Rúa se fuese. Lo lamentable es que tuvimos que esperar hasta 2016 para que haya justicia e incluso tuvimos que esperar hasta este lunes pasado para que esas penas, que lograron en el 2016, estén confirmadas. De la Rúa murió impune.

¿Qué recuerdo tenés del colectivo Argentina Arde?

Nos empezamos a juntar en los primeros días de enero de 2002. Fue a partir de una volanteada que se hizo en Plaza de Mayo en uno de los cacerolazos. Un volante decía: “Vos lo viviste, no dejes que te la cuenten”. Ahí nos agrupamos y empezamos a trabajar juntos y juntas en la sede de Madres de Plaza de Mayo. Nos reuníamos ahí y lo que hacíamos era trabajar de manera urgente todo lo que registrábamos. Editábamos una muestra en conjunto y esa muestra la trasladábamos. Con ella tomábamos las paredes del Cabildo, también la llevábamos a la Asamblea interbarrial que se daba en Parque Centenario.  La llevábamos a cada lugar en donde hubiese un piquete o una asamblea trabajando.

Preventa solidaria para apagar el incendio

En el marco de la presentación del libro de Paloma García, se inauguró también una muestra de fotos con las imágenes de la obra que se podrá visitar hasta el 30 de diciembre en el 3° piso de la Biblioteca Nacional. Lamentablemente, durante el lanzamiento no se pudieron entregar ejemplares porque el local de Grupo Editorial Sur sufrió un incendio el pasado 7 de diciembre que arrasó con la tirada completa de 4000 volúmenes. Para remontar la situación, desde la editorial promueven una preventa solidaria: “Les pedimos que compren un libro en la tienda de nuestra página web  grupoeditorialsur.com –dicen en un comunicado–. Cada libro que compren nos va a permitir volver a imprimir ese libro y algunos más que volverán a circular en librerías, festivales, colectivos, trenes y mesas de luz”.

“El modelo de la dictadura terminó en diciembre de 2001”

“El modelo de la dictadura terminó en diciembre de 2001”

El gremialista Víctor De Gennaro rememora el estallido de hace 20 años y destaca el rol que tuvo la organización social frente a las políticas neoliberales. El Frenapo, las caravanas nacionales y el plebiscito por la distribución de la riqueza.

En 2001, las agrupaciones sociales realizaron numerosas protestas en todo el país, en un contexto de crisis terminal, con el objetivo de mejorar sus condiciones de vida. “Fue una forma maravillosa de organización popular”, recuerda Víctor De Gennaro, ex secretario de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) y participante activo de las caravanas que partieron de distintas partes de Argentina en rechazo a la política de los sucesivos gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa.

De Gennaro considera que, por entonces, persistían resabios de la política económica y social de la última dictadura cívico-militar. “La UCR y el PJ tuvieron a Domingo Cavallo como su ministro de Economía, el mismo que estatizó la deuda privada y que inventó la convertibilidad”, reflexiona.

“Antes, durante la hiperinflación, era difícil luchar por los salarios. En los supermercados se remarcaban los precios todos los días –evoca–. Y de pronto, llega Cavallo y la inflación se va a cero”. Según De Gennaro, el ex superministro pactó con los sectores del poder económico el desarrollo de negocios con el patrimonio del Estado, que en los 90 se privatizó casi totalmente a cambio de la estabilización de precios. “En aquel momento, entendí que detrás de la inflación hay una decisión política”, asegura.

Para las organizaciones sociales y gremiales, el 2001 fue un año muy intenso por las múltiples movilizaciones que convocaron. “Buscábamos un cambio, un shock en la distribución del ingreso”, subraya De Gennaro, quien junto con otros referentes participó en la creación del Frente Nacional contra la Pobreza (FreNaPo) que juntó firmas en decenas de ciudades para que se desarrolle un plebiscito popular. “Pretendíamos una distribución de la riqueza, un salario universal, jubilaciones dignas, entre otras medidas”, destaca el dirigente, quien hoy sigue militando desde su espacio Unidad Popular, y cuyas primeras marchas, dos décadas atrás, tuvieron epicentro en Rosario, uno de los distritos más castigados por la crisis.

«La pobreza es una decisión política, no económica. Porque es una herramienta del sistema para dominar.»

El FreNaPo nació en el fulgor de la Convocatoria al Nuevo Pensamiento, cuyo primer encuentro se desarrolló 1999 y que contó con la intervención de intelectuales, dirigentes sociales, gremiales, activistas por los derechos humanos, artistas y políticos de diferentes regiones del mundo, entre ellos, Luis Inácio Lula Da Silva, quien asistió a la segunda edición del encuentro en el año 2000, antes de ser dos veces presidente de Brasil.

De Gennaro recuerda que una de las últimas caravanas del FreNaPo coincidió con los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York. “Estábamos con Marta Maffei (por ese tiempo secretaria general de CTERA) en la zona donde se ubicó la Carpa Blanca por la educación, cuando nos dijeron que un avión se estrelló contra una de las torres. Cinco minutos después, nos dijeron que aceleremos porque otro avión se había estrellado contra la otra torre y en vez de dispersarse la convocatoria, para ver que ocurría en Estados Unidos, más gente se sumó a nosotros”, cuenta. Ese año se organizaron siete caravanas hacia distintas partes del país contra las políticas de ajuste.

La semana previa a la caída del gobierno de la Alianza, varias entidades gremiales y sociales realizaron medidas de fuerzas o manifestaciones contra De la Rúa y su ministro de Economía, Domingo Cavallo. El 13 de diciembre de 2001, la CGT convocó a un paro nacional que tuvo una gran adhesión. Mientras tanto, en las jornadas del 14, 15, 16 y 17 de diciembre, se desarrolló el plebiscito convocado por el FreNaPo que tuvo el apoyo, además, de la Federación Agraria, organizaciones sociales y sectores religiosos. Más de tres millones de ciudadanos emitieron su voto en el plebiscito. “Había un ansia de participación de la gente. En ese momento aprendí que la gente cuando quiere, vota”, señala De Gennaro, en clara alusión a las elecciones legislativas de este año que tuvieron una baja participación y un alto porcentaje de voto en blanco. “A través de las movilizaciones, pretendíamos combatir contra la pobreza y generar un cambio en la distribución del ingreso”, remarca.

El 19 de diciembre de 2001, De Gennaro se encontraba en una reunión con referentes sociales en la localidad bonaerense de Moreno, cuando le informaron que De La Rúa había anunciado el estado de sitio. “Esa noche convocamos a un paro nacional para el 20 de diciembre y a una marcha hacia el Congreso para que no convalide el estado de sitio, pero a la madrugada ya había miles de personas en las calles de los barrios manifestando su rechazo a la medida. En ese momento, sentí que la dictadura terminó”, confiesa De Gennaro. En su opinión, hubo una crisis de gobernabilidad que se desplegó en un marco de enfrentamiento entre sectores del poder. “Se enfrentaban los que pretendían la dolarización y los que querían la devaluación. Entre esos dos ejes, nosotros estábamos en la tercera vía, el de la distribución de la riqueza”.

Luego de aquella experiencia y con la aparición de gobiernos con políticas progresistas, se demostró que “la alternativa era posible”. De Gennaro pondera el rol del Foro Social Mundial, organizado en enero de 2002 en la ciudad brasileña de Porto Alegre. “Ese Foro surgió como contracara a Davos, el encuentro anual de empresarios, y fue una resistencia contra aquellos que decían que había un fin de la historia”, puntualiza.

“En la actualidad no serviría un Frente Nacional contra la Pobreza –sentencia De Gennaro–. La pobreza es una decisión política, no económica. Porque es una herramienta del sistema para dominar. La única forma de luchar contra la pobreza es ir por la riqueza”.

Para De Gennaro, a partir de ese momento, ningún gobierno ha podido resolver los problemas de la crisis de gobernabilidad. “En los últimos años, han vuelto gobiernos de tinte liberal pero tampoco pudieron establecerse y no tienen capacidad de convencer. Por lo cual deben reprimir. El sistema tiene tres alternativas durante las crisis de gobernabilidad: convencer, corromper y reprimir”, dice el también exdiputado nacional.

“Hoy la construcción de un proyecto social y alternativo es posible, pero conlleva un proceso largo y laborioso necesario para que haya una mejora en la sociedad”, sostiene y concluye: “Y no alcanza con decir lo que se debe hacer, sino que hay que hacerlo”.