Un pulmón verde cartonero floreció en Caballito

Un pulmón verde cartonero floreció en Caballito

Una cooperativa de recicladores urbanos recuperó un expacio público que se convirtió en un ecoparque donde funciona un centro de actividades vecinales.

En Yerbal 1419 se encuentra ubicada una de las sedes de la Cooperativa Recuperadores Urbanos del Oeste (RUO). No solo es un lugar donde acuden más de 1.000 trabajadores que recolectan material reciclable en la calle, si no que, además, es un centro verde que llama al encuentro y a actividades vecinales en Caballito, ya que desde la pandemia se puso en construcción el Parque de los Recicladores. Cuenta con puntos de reciclaje, una laguna natural, distintos tipos de plantas nativas, talleres y charlas informativas. Es reconocido por la Legislatura porteña como refugio climático de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Mariyone es parte del programa de Promotoras Ambientales que impulsa la Cooperativa, comenzó a recolectar materiales reciclables junto con su mamá a los cinco años durante el 2001. “El tema del Ecoparque fue todo un desafío –cuenta-. Durante la pandemia este centro se había cerrado porque no éramos considerados un trabajo esencial, eso implicó que muchos compañeros no pudieran salir a ejercer la tarea diaria y necesitamos buscarle una vuelta para ver qué más podíamos hacer, qué otros puestos de trabajo podíamos generar y qué le podíamos acercar al vecino. Ahí fue que surgió la idea. Esto antes era todo un terreno baldío donde funcionaba un asentamiento hasta que la Cooperativa lo agarró y se empezaron a hacer los galpones, se usaba como un lugar de trabajo. El vecino igual, así y todo, tenía miedo de pasar por la vereda, de acercarse, no entendía cuál era el rol de la Cooperativa en el barrio ni qué era lo que hacíamos”.

Luisa Junco, compañera de Mariyone y recuperadora urbana desde la adolescencia, agregó: “La idea es que el vecino vea en primera persona lo que es el trabajo de las cooperativas, del recuperador y también matar el estigma de que no es bueno el trabajo de los cartoneros o que es un trabajo indigno. Más que nada por eso también la creación de este Ecoparque”. También repasó su historia: “Yo empecé primero acompañando a mi mamá en lo que era recolectar el material reciclable, terminando el sexto año de la secundaria.  Era ver a mi mamá hacer un trabajo que primero me daba como vergüenza, con todo el esfuerzo que hacía. Con el tiempo me fui dando cuenta de que no era lo que yo pensaba. Es algo que lo haces todos los días con mucho sacrificio, más allá de toda la crisis que pasó, este no es un trabajo para que alguien diga que es una vergüenza”.

El programa de Promotoras Ambientales en el que trabajan Mariyone y Luisa surgió en el 2014 por iniciativa de mujeres que dedicaron su vida a este oficio. Mariyone recordó que ellas “eran las que salieron primero sin tener un laburo ni nada, pero teniendo que llevar el plato de comida a su casa de todas maneras. Entonces la pregunta era: ¿Cómo hacemos para ayudar a esas mujeres que ya vienen de muchos años de trabajar tirando un carro con 200 o 300 kilos y que el cuerpo ya les empezó a pasar factura? ¿Qué es lo que podemos generar para que puedan dejar de tirar ese carro?”.

Las promotoras realizan capacitaciones y charlas informativas a vecinos a través de la experiencia que adquirieron trabajando con materiales reciclables durante tantos años. Buscan generar saberes nuevos incluyendo leyes y normativas vigentes. Afirman que es una manera de involucrarse con lo que hay detrás, de separar y recolectar materiales. Luisa señaló: “Lo que es involucrarse también en lo que nos avala, hacer de este un trabajo digno y no tener las problemáticas que se tenían antes de tener un cartonero revisando un contenedor y que te lleven detenido”.

El trabajo de los cartoneros comenzó a tener una mayor visibilización con la crisis social y económica del 2001. La misma provocó que miles de familias que se quedaron sin su fuente de ingreso tuvieran que salir a recolectar materiales, ropa y comida entre las cosas que otros tiraban a la basura. A través de luchas, manifestaciones y reclamos, las personas que ejercían esta labor comenzaron a organizarse en cooperativas, RUO fue una de las primeras en crearse. Sin embargo, aún en 2001 estaba prohibida la recolección de materiales reciclables, el ir a revisar una bolsa que alguien había sacado a la calle era un delito. “Teníamos compañeros, que por ahí pasaban toda la noche en una comisaría, que se les sacaba la mercadería, los carros y los camiones. Era todo muy problemático”, recordó Luisa.

En 2002 se sanciona la Ley 992 de la Ciudad que declara el trabajo de cartoneros como servicio público y de higiene urbana. Reconoce a los recuperadores de residuos reciclables en el sistema y crea un registro de cooperativas distribuyéndolas por zonas de trabajo. Da incentivos económicos, credenciales y un seguro contra accidentes. Mariyone comenta que esta Ley “nos da la tranquilidad de salir a trabajar a la calle sin que nadie te venga a plantear que está mal lo que estamos haciendo”.

Sin embargo, continúa: “Hoy, como está el país, cada vez hay más informales trabajando en la calle. Nosotros contamos con lo que es una lista de espera para personas que se quieren anotar y empezar a trabajar en la cooperativa. Lo que pasa es que es muy poca la gente que podemos hacer ingresar porque el Gobierno da un cierto cupo para las cooperativas, entonces se hace muy difícil con la demanda que hay ahora de recuperadores. También tenemos una lista enorme de gente que está todavía esperando para cobrar”. Sobre los trabajadores informales, para que no pierdan el material recolectado y el esfuerzo del trabajo al llevar todo, lo que hacen en RUO muchas veces es comprarles el material para que puedan llevar un sustento económico a sus familias, más allá de que estén en una lista de espera. La idea es que puedan ingresar al sistema y empezar a tener un ingreso fijo.

Hoy en RUO se trabaja todos los días realizando la recolección del material reciclable en la Ciudad de Buenos Aires en los barrios de Once, Almagro, Caballito, Flores, Floresta, Villa Luro, Chacarita y Palermo. En los galpones del Ecoparque funcionan una escuela primaria y secundaria, tienen talleres de electricidad, carpintería, serigrafía textil, eco-artes, autoabastecimiento, computación, fotografía y talleres de oficio, dándole la posibilidad a los recuperadores para que tengan un espacio también para desarrollarse en lo que les gusta. Muchos también están abiertos para todo el público. Al fondo del predio se encuentran montañas de compost que se generan con material orgánico que llevan los vecinos. También hay un invernadero donde se cultivan todas las plantas del Ecoparque y la huerta.

Mariyone concluyó: “Nos impulsa siempre el trabajo diario, el querer generar unos mejores puestos de trabajo para los compañeros, fomentar ese vínculo entre los recuperadores urbanos y los vecinos de la Ciudad, para que se pueda dar este espacio de trabajo más amigable y que comprendan que los recuperadores urbanos brindan un servicio público a la Ciudad y que no es que están haciendo nada malo”.

Un proyecto en defensa de las lechuzas del Parque Sarmiento

Un proyecto en defensa de las lechuzas del Parque Sarmiento

En el límite de la ciudad de Buenos Aires y la General paz un grupo de personas se organizan para cuidar la biodiversidad y en especial las lechuzas que habitan un parque destinado a uso deportivo y recreativo. EL problema de los megarrecitales.

El Proyecto Lechus se dedica a la conservación y estudio de las aves rapaces que habitan el Parque Sarmiento, como la lechucita vizcachera. Sus integrantes son vecinos y no vecinos del parque, quienes también se encargan de velar por el bienestar de las lechuzas cuando se llevan a cabo modificaciones al predio o cuando este se convierte en escenario de recitales masivos. La iniciativa comenzó en 2012 y obtuvo una declaración de interés por parte del Gobierno de la Ciudad en 2017.

El Parque Sarmiento es un gran espacio verde sobre el límite de la Ciudad de Buenos Aires y, como tal, es usado para varios propósitos. Canchas de fútbol, tenis y basquet, pistas de atletismo y de patín, una pileta y más. También, su tamaño ha llevado a que se realicen varios megarecitales, como el festival Primavera Sound, que convoca a miles de personas.

Sin embargo, el parque representa un gran refugio en plena zona urbana para la fauna rioplatense, como la lechucita vizcachera (Athene cunicularia), que usa madrigueras para anidar y descansar. “El problema que hay es que es un lugar donde se lo termina viendo como un polideportivo solamente, donde esa gente viene a hacer deporte y se va. No lo ve como un lugar con una biodiversidad, un lugar con otro valor ambiental también. En realidad es el lugar de ellas donde uno viene a hacer deporte u otras cuestiones. Habitamos mutuamente, pero en realidad es de ellas”, dice Denise Miguel Maggiolo, integrante del proyecto, mientras mira hacia las dos lechucitas que habitan el parque ahora, a las que el proyecto llama Pequén y Awka.

El Proyecto Lechus surge en 2012 con la intención de proteger y estudiar a los ejemplares de lechuza que habitan el parque. Maggiolo cuenta que ya había un registro anterior a ese año en el Parque Sarmiento, pero que el proyecto tomó forma al ver que las lechuzas que necesitaban tener un espacio propio en el parque: “Lo primero que pasó es que querían anidar en los arcos de fútbol, que tenían un caño donde se hacía un hueco y ellas se metían ahí. Una de las compañeras vio que en otros lugares hacían cuevas artificiales, entonces dijo ‘¿Por qué no hacemos cuevas artificiales?’. Entonces se hicieron las cuevas artificiales. Después, el problema fue que, un par de veces, veníamos y la cueva estaba salida, la habían vandalizado”. Por esta razón, comenzaron a construir un lechuzario con cuevas artificiales duraderas para alejar a las “lechus” de las canchas de fútbol y las pistas de atletismo.

“Decidimos pedir permiso para cercar el lugar. Preguntamos si podíamos poner unas rejas alrededor para poder proteger el lugar y nos dijeron ‘Sí, no hay problema’. Estos son postes de madera que fuimos encontrando”, dice, mientras señala la cerca que armaron para delimitar el lechuzario. “Están clavados en el piso con una red de balcón y con eso se armó el espacio”. Maggiolo también señala cuáles son los diferentes componentes de las cuevas artificiales: “Esto en realidad es un tacho de veinte litros. Está enterrado ahí abajo”. Señala, además, que el pasto que lo cubre “tiene un agujero. De ahí sale un caño de zinc, que tiene una pendiente determinada para que no se llene de agua”.

Mientras camina hacia la reserva ecológica del Sarmiento, zona donde hace poco avistaron ejemplares de lechuzón orejudo, Maggiolo reflexiona sobre la falta de acción ante cuestiones como esta, a pesar de que exista una preocupación: “Hay gente que por ahí mira y dice ‘¿Hay recitales? Uy, que pena, pero no se puede hacer nada’. Y a veces hay una mirada muy ‘ay, qué lindo, ay, qué pena’ y a veces falta una mirada crítica y autocrítica también : ¿Qué hacemos frente a esto?’ Esta bueno venir a ver las aves y es lindo verlas. Pero ¿solamente las vinimos a ver porque nos gusta o porque nos interesa qué pasa con ellas?”.

Maggiolo también habla del vínculo entre la situación de las lechucitas del Sarmiento y otras  similares: “Hay cosas que pasan acá que también pasan en otros lados. Está bueno vincularse con otros lugares y otros territorios que también tienen inconvenientes. Entonces, a veces vienen personas para dialogar y conocer otras realidades. Ahí hay un poco de acompañamiento. Todo está vinculado, interconectado”.

El proyecto ha observado y registrado a cuatro camadas, compuestas por dos o tres lechuzas cada una. Integrantes como Laura Borse han publicado investigaciones científicas sobre el proyecto y las lechucitas. En 2017, la iniciativa obtuvo una declaración de interés por parte del Gobierno de la Ciudad tras dialogar con legisladores. Esto, según Maggiolo, les brinda algo de ayuda a la hora de velar por el bienestar de las lechucitas cuando se realizan los megarecitales, pero sigue siendo un desafío: “Lo que podés hacer es negociar. Decir, ‘bueno, dejame poner vallado acá, tratá de dejarnos entrar para cuidar, fijate esto?´ Estar acá haciendo presencia y cuidándolas cuando están los recitales.¿Qué hacemos para mitigar el impacto? Y la verdad es que tenés a las personas que están arriba diagramando y después tenés la gente acá que está laburando en el evento, que vinieron a armar las cosas y no tienen nada que ver”.

Otro de los desafíos que encuentra el proyecto son las modificaciones al parque, en especial cuando se tratan de eliminar zonas de árboles y arbustos en favor de instalar, por ejemplo, nuevas canchas. Mientras camina hacia una arboleda donde han avistado ejemplares de caburé, Maggiolo señala un área con pasto corto y algunos árboles. “Todo esto estaba lleno de vegetación, hasta un par de meses atrás. Cuando hicieron la pista de ciclismo, de repente sacaron todo, podaron todo. Había un montón de vegetación interesante, con un montón de bichos”, dice  y agrega: “No es que uno esté en contra de ciertas cuestiones, el tema es que hay lugares y circunstancias donde hacer las cosas y donde no hacerlas”.

Dentro del proyecto, los roles de cada integrante no están muy definidos y los integrantes provienen de diferentes disciplinas. Gracias a esto, cada persona puede aportar algo distinto: “Pablo es sociólogo, Laura es licenciada en Comunicación, hay una chica que hace avistaje de aves, después tenés a Mabel que es técnica de jardinería, hay otra chica que es docente que quiere hacer una visita con algunos niños de primaria, que también se dedica al arte”, enumera Maggiolo, y completa: “Tenes gente que viene de distintos ámbitos que le interesa participar. Hay distintas formas de contribuir, porque a veces las circunstancias no permiten que uno pueda encontrarse físicamente. Estaría bueno encontrarse más, y poder sumar más gente al grupo”.

Maggiolo destaca la relación que se ha dado entre las lechuzas y las personas que van seguido al parque, como el equipo de atletismo: “Los chicos de atletismo, en general, tienen un muy buen vínculo con las lechus. De hecho, cuando diseñaron el logo para la camiseta, decidieron que le querían poner una lechu. También viene mucha gente a sacar fotos”. Pero, para Maggiolo, el proyecto no solo se trata de ayudar u observar a las lechuzas, sino de una “ayuda mutua interespecie”, como dice la cuenta de instagram del proyecto: “es también sobre lo que uno puede aprender de las lechus”, expresa.

Leer es una fiesta

Leer es una fiesta

Más de 200 personas participaron de la Fiesta Lectora en el Parque Avellaneda. El evento, gratuito y abierto al público, convirtió durante 30 minutos la lectura silenciosa en una experiencia colectiva única.

Frente a la Casona de los Olivera, en el Parque Avellaneda, se realizó la última Fiesta Lectora del año. La iniciativa, liderada por Cecilia Bona y su plataforma Por qué leer, busca promover la lectura como un acto comunitario. Desde 2020, Bona organiza encuentros en espacios públicos como parques, plazas e incluso en vagones del subte de la Línea A. “La primera invitación fue llenar un vagón de personas leyendo, y logramos una gran convocatoria. Con la pandemia, nos adaptamos y comenzamos a realizar encuentros itinerantes”, recuerda.

“Es increíble cómo la gente se acerca con entusiasmo a compartir lo que leyó. Cada localidad aporta su impronta, pero siempre se supera la expectativa inicial”, comenta Bona. Para ella, los encuentros reflejan el poder de la comunidad, desafiando la figura del lector solitario. Comparó la experiencia con El Alephde Borges: “Cuando abrimos un libro, aunque cada lector está inmerso en un mundo distinto, en ese instante compartimos un mismo espacio. Los lectores nos hacemos eco de ese Aleph y nos convertimos en uno”. 

Bona no solo organiza estos encuentros, sino que también fomenta la lectura a través de talleres, capacitaciones y actividades como picnics literarios o charlas con adolescentes. Su objetivo es ampliar el acceso a los libros: “Me gustaría que la gente hable de libros en la calle, en el colectivo, en el negocio. Que los libros salgan de los estantes y lleguen a las manos de los lectores, porque el acceso no siempre es igual para todos”. 

En esta edición, realizada el pasado sábado 14 de diciembre, el Pilafest se sumó al evento como un colectivo de intercambio. Nacho Damiano, creador de esta propuesta itinerante, promueve el cambio de libros a través de su plataforma Pila de Libros. “Es un encuentro offline para conocernos, intercambiar libros y generar lazos más allá del lenguaje”, explica. El festival, que se realiza cada dos meses, planea expandirse a otras provincias en 2025.

Los vecinos también se sumaron al evento. Emiliano Blanco, voluntario de la Biblioteca Parque Avellaneda, señala: “El objetivo era mostrar que la lectura, aunque íntima, también puede ser un espacio compartido. Además, buscábamos visibilizar la necesidad de institucionalizar nuestra biblioteca, que funciona de forma voluntaria”. 

La experiencia colectiva dejó huella en los participantes. Corina Marusa, vecina del barrio de Flores, afirma: “Me parece fundamental que existan iniciativas como estas. La lectura es lo que hace a la comunidad, nos encontramos en espacios públicos para nutrirnos como sociedad”.

Estela Maris, jubilada y vecina de la zona, compartió su experiencia al releer el libro La renuncia al patriarcado y comentó sobre el impacto de la lectura en un entorno colectivo: “Lo había comprado hace tiempo, pero no lo había comprendido del todo. Al releerlo aquí, más relajada, lo entendí mucho mejor”.

Campos, un librero que participó por primera vez, destaca: “Ver a otros leer genera curiosidad y puede llevar a que más personas se acerquen al mundo de los libros”. Mientras que María Ortega, vecina de Villa Santa Rita, pone en valor estas iniciativas: “Incentivan a los chicos y acompañan también a los grandes”. Durante el evento, tuvo la oportunidad de descubrir a la escritora Rosario Castellanos, quien la sorprendió gratamente.

Sin embargo, la fiesta lectora enfrenta desafíos. Según Juan Bona, encargado de la administración del proyecto, el principal obstáculo es el financiamiento: “El desafío no es la creatividad, sino encontrar fuentes de financiamiento, porque fue un año complicado para la cultura”. Aunque algunos municipios aportan recursos para eventos puntuales, el apoyo no es continuo. 

La misión de Por qué leer sigue siendo clara: promocionar la lectura en todas sus formas y generar dinámicas inclusivas, como los canjes de libros y los sorteos, que invitan a los asistentes a sentirse protagonistas.

La Legislatura porteña declaró de interés cultural a la parroquia San Patricio

La Legislatura porteña declaró de interés cultural a la parroquia San Patricio

En ella se cometió el mayor acto de terrorismo de Estado contra miembros de la Iglesia católica. La causa judicial que investiga los cinco asesinatos aún está abierta.

La parroquia San Patricio, ubicada en el barrio de Belgrano, donde se perpetró la masacre de cinco religiosos durante la última dictadura militar, fue declarada patrimonio cultural por parte de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. El proyecto fue impulsado por el legislador Claudio Ferreño.

El 4 de julio de 1976, un grupo de represores ingresó a la parroquia y asesinó a los sacerdotes Alfredo Leaden, Alfredo Kelly y Pedro Dufau y a los seminaristas Salvador Barbeito Doval y Emilio Barletti. Además, colocaron alrededor de los cadáveres una imagen de Mafalda señalando el “palito de abollar ideologías” de un policía, y escribieron en las paredes del templo: “Estos zurdos murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes” y “Por los camaradas dinamitados en Seguridad Federal. Venceremos. Viva la Patria”.

 “Nosotros venimos trabajando la causa en sus distintas aristas -expresó Ramiro Varela, fundador de la agrupación Palotinos por la Memoria, la Verdad y la Justicia- , y la colocación de la placa que la declara patrimonio cultural fue un acontecimiento más dentro de la construcción de la memoria. Es importante dejar huellas en el espacio público porque continúan dando testimonio de lo que aconteció, mantiene viva la llama de la memoria, pero también presiona en la búsqueda de verdad y el reclamo de justicia. A nosotros nos moviliza el reclamo de justicia, porque esta causa no es solo de la comunidad palotina, sino de toda la sociedad. Fue el mayor hecho de sangre cometido contra la Iglesia católica en Argentina, y es uno de los crímenes más resonantes que perpetró el terrorismo de Estado”. A 48 años de la masacre, la causa continúa en etapa de instrucción, sin responsables identificados ni condenados.

La causa que investiga los crímenes se inició horas después de los asesinatos, bajo la instrucción del juez Guillermo Rivarola, con la intervención del fiscal Julio César Strassera. En octubre de 1977, el caso fue cerrado a pedido del fiscal. En agosto de 1984, la causa se reabrió por solicitud de la congregación palotina, y el expediente quedó a cargo del juez Néstor Blondi. En 1986, el fiscal Aníbal Ibarra procesó a dos efectivos de la Comisaría 37 por considerarlos partícipes necesarios al liberar la zona para la masacre: al entonces comisario Rafael Fensore y al oficial principal Miguel Ángel Romano, por ese entonces jefe de calle. Sin embargo, en 1987 la medida quedó sin efecto por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, y Blondi clausuró la instrucción.

La causa entró en punto muerto durante 18 años, hasta el 2005, cuando la Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró la inconstitucionalidad de las leyes que garantizaban la impunidad de los represores. En ese año, se incluyó en la Megacausa ESMA, ya que dos sobrevivientes del excentro de detención, tortura y exterminio declararon haber escuchado al represor Antonio Pernías atribuirse la masacre junto a otros miembros del grupo de tareas 3.3.2. Varela afirmó: “Para nosotros siempre fue una línea de investigación un tanto inverosímil tomando en cuenta el modus operandi. Dejar los cuerpos en el lugar no se correspondía en absoluto con la forma de operar que tenían los marinos de la ESMA, que secuestraban para extraer información, y luego los aniquilaban a través de los vuelos de la muerte u otra metodología, pero nunca ejecutaban a alguien y lo dejaban en el lugar”.

En 2005, el juez Sergio Torres, a cargo del expediente ESMA, ordenó medidas de prueba y tomó declaraciones, incluso dictó el procesamiento de 18 marinos. Sin embargo, la Cámara Federal porteña revocó los procesamientos en 2006 y 2007 por falta de mérito. Varela afirmó que Torres no terminó de avanzar porque estaba siguiendo una línea de investigación errada, y compartió: “Nosotros siempre creímos que los responsables fueron de la Policía Federal. Dos días antes de la masacre estalló una bomba en el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal, y cuando se produjo la masacre de San Patricio se encontraron pintadas que hacían referencia a ese hecho. El modus operandi, la fecha, las pintadas y el cuadro de Mafalda de alguna forma pueden tomarse como una suerte de firma de autor del hecho. Nosotros tenemos como más plausible la línea que apunta hacia los efectivos de la Policía Federal, o miembros no oficiales de ella que formaron parte de la estructura represiva”.

En 2022, el juez Sebastián Casanello incorporó a Palotinos por la Memoria, la Verdad y la Justicia a la causa como amicus curiae, lo que les permitió aportar información de valía y sus investigaciones al expediente. La causa pasó de Casanello a Ariel Lijo, quien tras el testimonio de un arrepentido del centro clandestino de detención de Coordinación Federal, que afirmó haber escuchado a un miembro de la patota que operaba allí atribuirse la responsabilidad del hecho, decidió deslindar su competencia sobre la masacre palotina dentro de la Megacausa ESMA. De esa forma, la causa llegó al juez Daniel Rafecas, que actualmente investiga el hecho como parte de los crímenes de Coordinación Federal, en el marco de la Megacausa del Primer Cuerpo del Ejército.

Pablo Llonto, abogado querellante de la Causa Palotinos, confirmó a ANCCOM que, hasta el día de hoy, no hay responsables identificados del grupo de tareas culpable de los asesinatos, pero sí de los partícipes necesarios, aunque no están condenados. Además, el abogado sostuvo en la Mesa de Discusión Institucional y Social que es necesario profundizar la investigación sobre los pedidos de “zona liberada” que recibían sistemáticamente las comisarías de la Policía Federal durante esa época, dado que este accionar era frecuente y estuvo presente en otros crímenes perpetrados por las fuerzas en el mismo año.

Para concluir, Varela destacó: “Si bien la causa no termina de reactivarse, estamos en la mejor posición que podríamos haber llegado a estar a lo largo de todos estos años. Tenemos mucha expectativa, no obstante le pedimos al magistrado que haya mayor celeridad en la instrucción, porque el peligro es la impunidad biológica, ya que los culpables empiezan a envejecer y mueren impunes, sin pagar por sus responsabilidades. Por eso, le pedimos a Rafecas que acelere la instrucción, cite a indagatoria a los efectivos de la Comisaría 37 que siguen vivos y que actuaron en esa dependencia policial al momento del hecho, ya que podrían tener alguna responsabilidad. Estamos a la expectativa de que parte de los responsables, al menos los que liberaron la zona, paguen por su accionar y den explicaciones en la justicia”.

La arquitectura porteña del «no lugar»

La arquitectura porteña del «no lugar»

La desidia estatal, la concentración de poder privado y la clara alineación entre la ley y los intereses del sector inmobiliario conforman la tríada que da luz verde a las demoliciones de miles de edificios históricos en Buenos Aires. En el medio, arquitectos, artistas, vecinos y organizaciones sociales resisten y denuncian: «El mercado especulativo modela la ciudad».

En la ciudad de Buenos Aires existen más de 140.000 edificios históricos anteriores a 1941, de los cuales sólo 5.800 están catalogados como protegidos por el Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales (CAAP). Pero en más de una oportunidad fueron quitados de esa  lista por pedidos particulares. Además, este número resulta ínfimo frente a la cantidad de construcciones con valor patrimonial que tiene la ciudad.

La metodología de trabajo del CAAP consiste en realizar reuniones en las que se decide el futuro de edificios cuyas características son evaluadas a partir de fotos y a cada uno se le puede dedicar unos pocos minutos. En este proceso, el 90% de los casos son descartados. Con el resto, considerado “de valor”, se inicia un largo trámite por el Ejecutivo y la Legislatura hasta alcanzar su incorporación al catálogo. La desidia estatal deja en un limbo legal a miles de viviendas que terminan en posterior demolición, violenta y sistemática.

“Tiene que ver con una clara intención de no sostener esa arquitectura porque evidentemente no sólo hay una desvalorización y una desestimación por parte del CAAP, sino también un empecinamiento en destruir lo que tuvo que ver con la conformación del tejido de Buenos Aires, esa ciudad que albergaba multiculturalidad. Cada vez hay más carteles de venta del terreno, se vende el lote como si no hubiera existido arquitectura previa. Es muy grave destruir algo tan representativo de tu ciudad, que te define, que es hilo de memoria y en buen estado” señala Natalia Karbabian, arquitecta y artista, creadora de Ilustro para no Olvidar, un proyecto cultural de registro de memoria demolida.

A partir de sus ilustraciones, no sólo busca generar conciencia sino también manifestarla “solastalgia”(nota de la r: término que alude al dolor que se siente cuando el lugar donde uno vive está amenazado) que produce la destrucción de la “casa grande, como ella misma la define. “En cada ilustración mucha gente se ve a ella misma, porque recuerda su barrio, se reencuentra en su casa, es una forma de poder volver a la memoria”, explica.

En la misma línea, en diálogo con ANCCOM, Marcelo Magadán, arquitecto especializado en la restauración de edificios históricos y en la gestión de conservación del patrimonio cultural, remarca que “de la misma manera que muchos tenemos una cajita donde guardamos recuerdos, la ciudad guarda los recuerdos colectivos de una comunidad, de los vecinos que nos reconocemos en esos ámbitos”. Y agrega: “Estamos hablando de destrucción de edificios, pero también de paisajes urbanos históricos, de memoria, de identidad, de relaciones sociales, de calidad ambiental. Se trata de lugares que facilitan la trasmisión de ciertos mensajes a través del tiempo, la explicación y comprensión de hechos del pasado”.

Al igual que Karbabian, observa una clara desidia y falta de criterio por parte de la autoridad de aplicación. El CAAP trabaja en sintonía con el proyecto político del Gobierno de la Ciudad, en el que no tiene lugar el ‘populismo para mantener un edificio de patrimonio si no tiene valor’ en las propias palabras de Álvaro García Resta, secretario de Desarrollo Urbano, en una nota con La Nación a fines de agosto pasado. “Está claro que se ha ignorado a los vecinos cuando la participación de la comunidad en la definición de lo que es su patrimonio es esencial, al punto que es un requisito fundamental para la incorporación de nuevos sitios a la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO. Entonces, lo que está haciendo el Gobierno de la Ciudad va a contramano de la normativa internacional en la materia”, señala.

Esta situación también se replica en otros puntos del país, como es el caso de Purmamarca y Tilcara (Jujuy), el centro histórico de Salta y Pueblo Liebig y Colón (Entre Ríos). “Se observa la falta de identificación de las carácterísticas arquitectónicas y los valores patrimoniales y paisajísticos de cada lugar, pero también la falta de una adecuada legislación de protección, mecanismos de gestión y órganos de control conformados por personal capacitado” explica Magadán. En estos casos el turismo juega un papel clave. Si bien es motor de promoción económica, cuando no se desarrolla dentro de ciertos parámetros se convierte en un factor de deterioro que destruye el recurso.

En este contexto, la aprobación de la última modificación del Código Urbanístico en septiembre pasado no es casual. En una clara alineación entre la ley y el sector privado, plantea alturas homogéneas por áreas sin tener en cuenta las particularidades de los barrios. Resulta llamativo que la altura más baja establecida por el Código es superior a la del promedio de muchos barrios de la ciudad. Por ejemplo, en la comuna 3, el 60 % de las construcciones tienen uno o dos pisos de altura (entre 5 y 7 m), mientras que el Código habilita la construcción de 12 o 14,60 m.

“El mercado, de la mano de la especulación, modela la ciudad. El grueso de lo que se construye se hace con fines especulativos donde el objetivo es maximizar la ganancia sin importar la calidad del diseño, de los materiales, la mano de obra o el resultado estético”, explica Magadán. La sustitución de la arquitectura existente por edificios en altura se convierte en la salida más fácil y barata, en lugar de la rehabilitación y adaptación del parque edificado para diferentes usos.

Karbabian analiza que se trata de una homogeneización de espacios que se resuelve rápidamente y se propone como arquitectura de “no lugar”. “Son modelos que se repiten como una serialización de formas que garantizan un esquema de negociadoy que nos desconectan a nosotros de las peculiaridades, de la materia con sentido y emoción”, remarca.

En esta línea, Mauro Sbarbati, arquitecto y miembro de la ONG Basta de Demoler señala que “nunca hubo un mercado de casas o bienes patrimoniales porque nunca les interesó incentivar ese mercado”. Por su parte, Magadán agrega: “Estamos hablando de un proceso de rehabilitación que requiere de inversores, de empresas constructoras, de materiales, en definitiva de otra forma de hacer negocio”.

Esta arquitectura del “no lugar”deja al descubierto una clara desconexión con las necesidades reales de la ciudanía, que no puede acceder a una vivienda digna. En pocas palabras, representa una pérdida de foco de lo que implica el ejercicio de una arquitectura puesta al servicio de la gente y no al oportunismo de unos pocos. “No hay créditos disponibles, hay muchísima vivienda ociosa, inaccesible y de mala calidad a nivel asoleamiento y ventilación, que son cosas básicas, acompañado además de talas de árboles de forma indiscriminada e innecesaria, lo que genera una gran densificación constructiva y la pérdida de suelo absorbente”, remarca Karbabian. A esto hay que sumarle los graves problemas de provisión de agua potable, de alimentación eléctrica y saturación de desagües cloacales que ya enfrentan los barrios.

El patrimonio no es una palabra anquilosada en el tiempo, es memoria viva y proyección de la propia identidad. “Sin patrimonio no hay futuro. En las calles de Buenos Aires está escrito el pasado y sin pasado no se construye sociedad. Si no sabemos de dónde venimos, ¿cómo vamos a saber hacia dónde vamos?”, señala Ana Bas, presidenta de Basta de Demoler.

El próximo miércoles 27 se llevará a cabo una audiencia pública sobre los 4.271 edificios en proceso de catalogación, en la sede de la Legislatura porteña, Perú 160, desde las 14. “Hay que sostener la participación, no hay que entender a esta concentración de poderes como un imposible, somos muchos más. No hay que entregar más nuestro propio poder, hay que recuperarlo”, concluye Karbabian.