Mar 21, 2025 | DDHH, Destacado 2
La comunidad de la Escuela Mariano Acosta realizó una caminata en homenaje a los desaparecidos del establecimiento, de la Facultad de Filosofía y Letras y a las madres que se reunían en la Iglesia de la Santa Cruz para buscar a sus hijos. También homenajearon a Pablo Grillo.
En el barrio de Balvanera hay una escuela del color del sol, un amarillo anaranjado que se mezclaba con los tonos saturados de la media tarde del jueves. Desde lo más alto, caían tres banderas hasta el suelo. Más bien parecían columnas que sostenían aquel edificio, con la fuerza de las palabras que portaban: Verdad, Memoria y Justicia.
En la Escuela Normal N° 2 Mariano Acosta, la dictadura militar es una historia que se mantiene vibrante ante las amenazas del negacionismo. Sus 43 estudiantes detenidos y desaparecidos están en las aulas donde se cuentan sus historias, en los lápices que continúan escribiendo, en los niños que gritan “¡Presente!” cada vez que dicen sus nombres. Daniel, Rodolfo, Ricardo, Jorge, César, Julio, Roberto, Carlos, Claudio, escritos debajo de las fotos de sus pancartas repartidas entre las familias. Desde hace siete años que se organiza la Marcha de las Antorchas, días antes de los 24 de marzo. Las actividades de esta fecha no se quedan dentro del establecimiento. Como aclara Luz Ayuso, Coordinadora del Archivo Histórico de la escuela, el Acosta “tiene las puertas abiertas al barrio, quiere pensarse junto a su comunidad”. Con pancartas en mano, tambores en batucada y antorchas encendidas, la comunidad comenzó su recorrido, con varias paradas por delante. “Adonde vayan los iremos a buscar”, coreaba.
El camino fue diferente al de años anteriores. Un reclamo coyuntural exigió pausar en el Hospital Ramos Mejía; casualmente, a dos cuadras del punto de partida: el fotógrafo Pablo Grillo continúa internado con un estado delicado luego de haber sido herido en la represión del 12 de marzo. La escuela quiso expresar todo su apoyo a la familia y todo su rechazo al accionar represivo de las fuerzas de seguridad, con especial énfasis a Patricia Bullrich. Fabián, su padre, agradeció el amor con una conmovedora noticia: “Hoy me dijo: `Hola, viejo´”. Las familias, profesores y estudiantes estallaron en aplausos fuertes y esperanzados.
A pocos metros de la avenida Independencia, la marcha y su batucada tuvieron que detenerse para recordar a los 602 compañeros desaparecidos de lo que antes fue la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; hoy sede de Psicología.
Entre tantas personas y tantas historias, desde el Programa Universidad y Dictadura se creó la iniciativa “Vidas situadas”, una reconstrucción minuciosa de la geolocalización de los lugares que habitaron, especialmente sobre su paso por Filo. Desde la carrera universitaria que estudiaron y el título recibido, hasta los compañeros con los que compartieron aula, el proyecto busca vincular las vidas particulares de cada uno en relación con lo colectivo, como el proyecto de país por el que lucharon.
Tan solo una cuadra más para alcanzar el fin de esta marcha. En la esquina de General Urquiza y Estados Unidos, la Iglesia de la Santa Cruz estaba casi cubierta por la oscuridad tempranera del otoño entrante. Las antorchas de la Memoria llegaban para darle luz al relato que consiguió justicia gracias a un niño de 12 años, hijo de Perla y Adolfo Mongo. Esteban fue testigo de la atroz escena de los secuestros de la Santa Cruz; lugar de encuentro para la angustia de algunas madres del barrio, de las que se gestaría una lucha imparable por la Verdad de sus hijos.
En esta marcha también se sumaron los maestros y estudiantes de la Escuela Nº15 Jorge Luis Chinetti, que está a metros de la Iglesia. Es una escuela con más de cien años de existencia. La Chinetti busca expropiar el edificio, alquilado en esa locación desde 2006, por falta de inversión ante un grave estado de deterioro de la infraestructura. Con su reclamo en alto, la institución que antes portaba el nombre de un represor y lo cambió por uno de un profesor desaparecido, tomó la guitarra, el saxofón, la flauta traversa y el micrófono:
Azucena Villaflor, Madre del amor
Dónde están los que faltan, dónde están.
Dónde están, quiero saber la verdad.
Flor de Azucena, ahí tendrán la primavera.
Tras los aplausos, comenzaron a sonar los tambores rugientes. De repente, en medio de la emoción, con una puntería calculada, una cascada de agua cayó del edificio de la esquina, empapando a varios de los percusionistas y bailarines. El tirador no se presentó ante su audiencia. Quizás quiso apagar el ruido, o, quizás, a las antorchas. Pero en esta comunidad, la arenga hace de la llama un incendio.
Los tambores redoblaron la apuesta y sonaron sin parar para seguir avivando el fuego, al canto de “Milei, basura, vos sos la dictadura”.
Mar 20, 2024 | DDHH, Destacado 3
Abuelas de Plaza de Mayo, la Carrera de Ciencias de la Comunicación y ANCCOM organizaron una intervención artística como antesala del 24 de marzo y para resistir a los avances negacionistas.
“¿Quién pintó con aerosol en la calle alguna vez? Arriba esas manos. ¿Quién pegó el famoso cartel militante? Eso vamos a hacer hoy, amigues” se presentó así, Santiago Spiga, en la clase apertura de la materia Políticas Culturales del nuevo plan de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA.
A 48 años del último golpe cívico militar en Argentina, discursos negacionistas por parte del Gobierno Nacional vuelven a poner en tela de juicio las desapariciones y el accionar de las Abuelas de Plaza de Mayo, quienes contraponen junto al Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y el artista visual Santiago Spiga, actividades en escuelas y universidades con el nombre “Memoria SÍ, pañuelos hoy y siempre” para resignificar su lucha y alzar la bandera de los 30 mil desaparecidos.
Con la organización de la carrera Comunicación Social, ANCCOM y la Catedra Sanjurjo, se propusieron realizar intervenciones artísticas en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, para promover la memoria, la verdad y la justicia previo al encuentro del próximo 24 de marzo en Plaza de Mayo.
Ante el ajuste, el recorte de universidades y quita de derechos conquistados, los alumnos y profesores buscan, a través del arte, instaurar la memoria en la cotidianeidad y contraponer –ante el ajuste inédito- una lucha que reúna a todos y todas en pos de un futuro mejor.
“En este período de hambre, pobreza y negacionismo, nos parece importante desde la Universidad explorar otras formas de decir, de construir relatos e intervenir con lo artístico para un compromiso con la memoria. Un espacio para encontrarnos, pensar y repensar las formas de participación política y resistencia”, expresó Larisa Kejval, directora de la Carrera de Comunicación Social.
La presencia de Miguel El Tano Santucho, hermano del nieto restituido número 133, llevó a un aplauso colectivo antes de que comenzara a hablar: “Vemos cómo están avanzando sobre los derechos adquiridos y sobre la gente con un discurso peligroso, que llama al conflicto y al sálvese quien pueda. Nuestras abuelas nos enseñaron lo contrario, la lucha es colectiva, entre todos y todas se pueden lograr cosas, respetar e interpelar al prójimo”.
“Engrudo, afiches y carteles es el lenguaje de hoy. A hacer y aprender con las manos y el corazón”, fue el puntapié de Spiga, quien coordinó la actividad, para que los estudiantes y profesores comenzaran a realizar la intervención artística.
Se formaron dos grupos: por un lado, quienes deseaban realzar la gigantografía de Taty Almeida riendo junto a Estela de Carlotto y por el otro, quienes querían pintar con stencil y aerosol pañuelos coloridos. Ambos, guiados por una misma razón: “Memoria, verdad y justicia”.
El primer grupo, sentado en el piso y desparramando los recortes para ver cómo se formaba la imagen, estuvo acompañado por Kejval, quien con una tijera y una sonrisa de oreja a oreja, comenzó a recortar una de las fotos. El segundo grupo, de pie junto a una mesa y sus copias de pañuelos con un corazón, impresos en papel, esperaron la orden de Spiga para aprender a usar los materiales.
Una caminata seguida de aplausos por profesores y estudiantes irrumpieron en el comedor y se llevaron todas las miradas de quienes participaban de la intervención artística, debido al latente reclamo por la falta de presupuesto del Gobierno nacional hacia las universidades y la licuación de salarios docentes y no docentes que llevaría a un posible cese de las clases.
Frente al cartel de los 40 años de la democracia y con imágenes de los estudiantes desaparecidos durante la dictadura militar que la Facultad de Ciencias Sociales exhibe para recordarlos y homenajearlos, la gigantografía de dos de las representantes más importantes de los derechos humanos y la memoria en Argentina se hicieron presentes para recordar que la lucha es diaria, para honrar a los 30 mil desaparecidos que quieren negar o evitar el cierre de los excentros clandestinos, como la ESMA, que funcionan hoy como sitios de memoria.
“Las abuelas hoy en día siguen fuertes, pero ya están grandes. Este legado nos lo pasaron a nosotros y a toda la sociedad, es un desafío que tenemos todos de levantar y defender esa bandera”, finalizó Santucho, en nombre de las Abuelas de Plaza de Mayo.
Mar 25, 2022 | Destacado 1, Vidas políticas
Este 24 de marzo muchos miles de personas volvieron a marchar para exigir memoria, la verdad y la justicia. La bandera azul, con los rostros de los y las desaparecidas, cubrió otra vez la Avenida de Mayo. ¿Quiénes la portaban?
A 46 años del último golpe cívico militar, miles de personas se acercaron a Plaza de Mayo este 24 de marzo para exigir Memoria, Verdad y Justicia. Las calles se colmaron: hijos, nietos, bisnietos, madres, padres, hermanos y hermanas, abuelas, compañeros y compañeras reunidos. La alegría y la emoción podían sentirse en el aire nuevamente: bombos, platillos y cánticos se escuchaban a lo largo de Avenida de Mayo y las calles aledañas. Después de dos años de aislamiento, producto de la pandemia, este 24 de marzo se volvió a marchar y ni la lluvia ni el viento fueron impedimento para gritar “Nunca más”.
Como siempre, la bandera con los rostros de los miles de desaparecidos y desaparecidas por el terrorismo de Estado avanzó por Avenida de Mayo, custodiada por los estandartes de H.I.J.O.S. y Abuelas de Plaza de Mayo que resaltaban entre la multitud. El extenso paño azul era sostenido por familiares y amigos. Entre ellos, Mónica Diaz y Mario Diaz, que marchaban orgullosos, junto a la imagen de su padre Eduardo Ríos, detenido desaparecido el 23 de abril de 1977: “Yo tenía siete años cuando me arrebataron a mi papá. Los recuerdos están patentes, entraron a casa y nos rompieron todo, nos apuntaron con armas y se lo llevaron”, contó. Después de dos años sin poder marchar, estar este 24 de marzo en las calles para Mónica significó mucho: “Esta es una lucha de hace años. Empezó mi mamá dando la vuelta la plaza y nosotros hoy seguimos acá, los hijos y los nietos buscando justicia”. Al lado de ella se encontraba también Mario, su hermano mayor, quien no quiso perder oportunidad para contar sus sensaciones del día que les cambió la vida para siempre. “Tenía 17 años y todavía pienso, por qué no nos llevaron a nosotros porque se llevaron a tantos. Es algo que no te podés olvidar nunca: estábamos con mis hermanos y mi mamá. Nos vendaron los ojos y nos hicieron tirar al piso”, contó. Hoy Mónica Diaz y sus hermanos siguen buscando respuestas ya que siguen sin noticias sobre el paradero de su padre: “Queremos saber dónde están, qué pasó”, expresó Mónica con gran pesar.
No hubo distinción de edad, familias enteras dejaron verse y sus nuevas generaciones, como Tobías Ramírez, quien se encontraba en la plaza junto a sus padres para reivindicar a su abuelo y a su tía detenidos y desaparecidos: German Volsmelin y Sonia Volsmelin. Su tía Sonia militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios y su abuelo era militante de barrio. “Mis papás me enseñaron a seguir con la lucha y sé que tengo que seguir por ellos y por toda la familia. Hoy estamos acá marchando con mucha emoción contenida durante estos dos años”, expresó el joven.
Tobias Ramirez y su familia.
Entre la multitud se pudo ver también a otros dos jóvenes adolescentes que sostenían siluetas de cartón con cartas y fotos pegadas que decían: Ana María Bonatto y Eduardo Emilio Azurmendi. “Estar acá es recordarlos como todos los años, es luchar por la memoria y estar en el funeral que nunca tuvimos, pero con alegría, recordándolos a ellos y a los 30 mil desaparecidos”, expresó la nieta de Ana María y Eduardo, quien además contó que sus abuelos pasaron por los centros clandestinos de tortura del circuito Atlético-Banco-Olimpo (ABO). Ambos eran estudiantes de ingeniería de la Universidad de La Plata y militantes del partido comunista, marxista y leninista (PCML).
Entre los rostros más emocionados, también estaba el de María Eva Teverna, quien se encontraba acompañada de sus pequeños hijos Milton y Fidel. “Mi papá era militante de la juventud peronista y montonero, fue detenido en La Plata en 1976”. María Eva tenía siete años y su hermano cuatro meses cuando lo secuestraron. “Después de dos años, esto es un momento histórico y está bueno volver a ver tanta gente que tiene muchas ganas de volver a marchar por los 30 mil, porque es algo que nos pasó a todos. Los desaparecidos no nos pasaron solamente a nosotros, a quienes perdimos familiares, sino a toda la sociedad”, afirmó María Eva Taverna y continuó: “Para mí que mis hijos estén hoy es muy importante. Ellos saben quién fue su abuelo, desde chiquitos vienen a la marcha y saben lo que significa estar acá para que esto no vuelva a pasar nunca más”.
Nietes de Ana Maria Bonatto y Eduardo Azurmendi, detenidos y desaparecidos en diciembre de 1977.
Muchas eran las fotografías y carteles de familiares que llevaban consigo a sus seres queridos, pero entre ellas se vio la foto de una bebé, Clara Anahí Teruggi, la hija de Diana Teruggi y Daniel Mariani, militantes de Montoneros. Clara Anahí fue secuestrada a los tres meses, el 24 de noviembre de 1976 en la casa donde vivía con sus padres y funcionaba la imprenta de la revista Evita Montonera. María Soledad Itariaguirre, tiene 46 años y milita con la fundación Clara Anahí, creada por Chicha Mariani, abuela de Clara y una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. Soledad marchó en memoria de Chicha y tantas abuelas que se fueron sin poder conocer a sus nietos. “Jamás vamos a abandonar la bandera de Memoria, Verdad y Justicia”, afirmó. María Soledad se encontraba con su hija y aseguró que es muy importante que se transmita los valores de lucha de generación en generación. “Chicha es una de las referentes máximas y vamos a buscar hasta los últimos días a su nieta Clara Anahí”, finalizó.
Otra de las historias que la plaza encontró fue la de Hugo Gushiken, hermano de Julio Eduardo Gushiken, uno de los 17 detenidos desaparecidos de la colectividad nikkei japonesa. “Eduardo estuvo en el centro clandestino de tortura y exterminio conocido como el Banco y gracias al equipo de argentino de Antropología forense pudimos identificar sus restos en 2015”, explicó Hugo a quien se lo vio rodeado de su familia y del grupo de familiares desaparecidos nikkei. Julio Eduardo Gushiken y su familia vivían en Florencio Varela, sitio donde una gran parte de la comunidad japonesa se instaló en luego de la Segunda Guerra Mundial. Julio Eduardo iba a la escuela Santa Lucía y desde allí empezó su compromiso político, militaba en el PCML y si bien no se sabe la fecha exacta de su desaparición, sí se sabe que el grupo fue muy perseguido por las fuerzas militares que tenían el único objetivo de eliminar a todos los miembros del partido.
“Esto fue un acto inexplicable, todo lo que ví, todo lo que miré espero que nunca más se repita. Yo vivía en Formosa, en un pueblo lejano y hasta ahí llegó la brutalidad”, dijo María Pérez Calero, quien era educadora social en los años de la dictadura en un pueblo fronterizo cerca del Río Pilcomayo. María Pérez contó que hoy vive en España. Con 85 años y mucha entereza no quiso perder la oportunidad de estar en la plaza reafirmando su compromiso con la historia de su país y los derechos humanos.
Volver a marchar es encontrarse y reencontrarse con estas y muchas historias más, también con aquellas que esperan ser contadas, que laten y se preguntan a viva voz, ¿Dónde están? Ayer una plaza colmada respondió: “30 mil compañeros detenidos y desaparecidos? ¡Presentes! ¡Ahora y Siempre!”
Sí, este 24 de marzo las calles volvieron a gritar Nunca Más.
Hugo Gushniken y su familia.
Mar 25, 2021 | DDHH, Novedades

En el límite norte de la Ciudad de Buenos Aires se despliega un gran predio de 17 hectáreas que abarca un complejo de edificios donde se estableció, originalmente, la Escuela de Mecánica de la Armada. Con el advenimiento de la última dictadura cívico militar la escuela siguió funcionando en convivencia con el mayor centro clandestino de detención, tortura y exterminio de la Argentina.
Toda la fachada del complejo provoca un quiebre visual a cualquier observador desprevenido, su estilo arquitectónico parece detenido en el tiempo y eso se debe a la incansable lucha de los organismos de derechos humanos para que este lugar se preserve y se convierta en lo que es hoy: un Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos.
Este 24 de marzo en este mismo espacio, símbolo del terrorismo de Estado, diferentes referentes de derechos humanos realizaron la campaña denominada Plantemos Memoria, que consistió en plantar 30.000 especies autóctonas en todo el país en homenaje a los detenidos desaparecidos de la última dictadura.
Los organismos de derechos humanos convocaron en un comunicado conjunto a poner “la memoria en acción”. “En el marco de una pandemia que nos impide realizar concentraciones de gente, queremos que el recuerdo de nuestrxs desaparecidxs trascienda las redes sociales”, decía la invitación. La propuesta de plantar árboles tiene de trasfondo la idea de sembrar un país más justo y solidario.

Con casi 90 años, Lita Boitano participó de la recorrida.
El primer escenario del recorrido fue en la Casa por la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo, con la plantación de un tala, como significado de tesón y perseverancia, y en donde participaron nietos recuperados. “Esta campaña es mucho más de lo que pensamos”, definió Manuel Gonçalves Granada, uno de los nietos recuperados. En su intervención agregó que es impresionante cómo se ha diversificado el apoyo: “Se hace desde en una casa familiar hasta en un club de fútbol”.
La siguiente parada tuvo lugar en la Casa Nuestros Hijos, la Vida y la Esperanza, de Madres Línea Fundadora. Allí se plantó un espinillo, como símbolo de dolor, lucha y esperanza. Uno de los integrantes de esta posta fue un estudiante de la Tecnicatura en Música Popular que tiene su sede en ese lugar y quien agradeció el especio que le dedican las Madres a la formación y la educación como herramienta fundamental para transmitir el pasado reciente a las futuras generaciones.
A pocos metros, en la Casa 30 mil compañeros, de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, se plantó un curupí que simboliza las redes de contención. Lita Boitano, presidenta de esa organización, con casi 90 años de edad no se cansó de expresar que “la lucha es en la calle y en la justicia”. Y recordó que hace 45 años, cuando ingresó a Familiares de Desaparecidos, que aún no llevaba ese nombre, no se sabía cuáles eran los lugares donde se podían denunciar los secuestros de sus hijos o familiares. Los hijos de Lita Boitano son dos, Miguel y Adriana, ambos eran estudiantes universitarios cuando fueron secuestrados y desaparecidos durante los primeros años de la dictadura.
En esta plantación también tomó la palabra Graciela Lois, compañera de Ricardo Lois que fue detenido y desaparecido en ese mismo predio. “Para mí es un lugar muy especial porque mi marido al igual que mis compañeros estuvieron acá”, recordó. También resaltó que este año se sintieron realmente acompañados por la sociedad con la propuesta de plantar memoria, estima que sembrar un árbol es una iniciativa que unificó y sumó a los que otros años no elegían la Plaza de Mayo como forma de manifestarse. “Estamos resignificando este lugar. Nos unió el dolor pero ahora nos une otra cosa que es las ganas de vivir”, concluyó.

El curupi se plantó para simbolizar las redes de contención que se tejieron para resistir frente a la dictadura.
Luego de una caminata más extensa, la caravana de abuelas, madres, nietos, familiares y sobrevivientes arribó al área que pertenece al Espacio Interreligioso Patrick Rice. Como no se permite plantar árboles en esa zona, se sembró un palo amarillo con varios troncos ramificados desde la base, que simboliza la unión de toda la humanidad y sus diferentes cosmogonías religiosas. Ramiro Varela fue uno de los representantes del colectivo y es fundador de la agrupación Palotinos por la Memoria, la Verdad y la Justicia que reivindica a los cinco palotinos asesinados en lo que se conoció como la Masacre de San Patricio el 4 de julio de 1976. Varela puntualizó que “es muy valioso visitar este lugar, escuchar el testimonio de los sobrevivientes, en una fecha tan trascendental”.
En la otra punta del complejo histórico, en el Museo Sitio de Memoria, donde funcionó el exCasino de Oficiales y por el cual pasaron miles de detenidos desaparecidos, el Consejo Asesor de Sobrevivientes y trabajadores del lugar plantaron un timbó que refleja el dolor de un padre ante la pérdida de una hoja y el sobreviviente es visto como un canto a la vida; y un árbol de palta como símbolo de fertilidad.
Hace 45 años, un joven de 29 años, Néstor Fuentes, ingresó a ese mismo sitio encapuchado y luego fue torturado. Ahora es uno de los sobrevivientes que participó del recorrido. Cuando llegó su turno contó, mientras observaba al edificio reconvertido, que «es muy fuerte entrar a ese lugar” y bregó a «echar raíces sobre la memoria, en un predio que era símbolo de muerte para transformarse en símbolo de vida».
La jornada de la memoria culminó en el parque frontal al Museo de Malvinas con la presencia del ministro de Cultura, Tristán Bauer; el secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur, Daniel Filmus; y Taty Almeida, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. El árbol allí plantado fue un ceibo, símbolo de la Argentina. Sin importar el peso de la pala, las víctimas del terrorismo de Estado sembraron vida en un lugar que antes sólo fue tierra de dolor.
