Sobrevivir, una cuestión de suerte

Sobrevivir, una cuestión de suerte

Dos nuevas declaraciones se escucharon en la vigesimoséptima audiencia de la megacausa Mansión Seré IV y RIBA II. Desaparecer y sobrevivir sin conocer las razones, para luego perderlo todo como consecuencia del terrorismo de Estado.

“Todos sabíamos que existían los desaparecidos pero nadie nombraba abiertamente que lo eran. Llevábamos una doble vida al ocultarlo. En mi casa nunca se habló de lo que sucedió, ‘pasó algo pero lo vamos a superar y olvidar rápidamente’ era parte de la atmósfera. En Buenos Aires desaparecía gente a mansalva por varios días, pero no pasaba nada. Ese malestar fue el que no me permitió quedarme. No me hallaba en ningún lado y decidí irme, en teoría por seis meses. Pero estoy desde 1985 fuera del país y solo regresé en dos oportunidades. No era mi plan de vida mudarme a España”, explicó Patricia Dorrego. La sobreviviente y primera declarante de la audiencia vigesimoséptima del juicio Mansión Seré IV y RIBA II que investiga los delitos de lesa humanidad cometidos en la zona oeste del Gran Buenos Aires, no pudo precisar qué trámites o intervenciones realizó su familia para dar con su paradero, a causa del silencio que sobrevoló a los hechos que la tuvieron por víctima directa durante la última dictadura cívico militar de nuestro país.

Dorrego fue secuestrada dos veces. Con modismos y acento español relató: “La primera vez me llevaron por cinco días y ni siquiera sé dónde estuve. Puedo suponer que fue en un lugar céntrico de la ciudad -Capital Federal- porque llegamos muy rápido. La segunda vez sucedió a mis 19 años, en octubre de 1977. Me llevaron desde la casa de mi hermano que vivía frente al Congreso de la Nación a la casa Seré, lo cual supe después porque en ese entonces no conocía siquiera la zona. Quienes entraron, lo hicieron disfrazados con pasamontañas que no permitían verles la cara, pero no llevaban uniformes. Me trasladaron con una venda de goma en los ojos, pero antes de irme vi a mi hermano encañonado”, relató sobre Sergio Alberto Dorrego, aunque desconoce si el resto de la familia sufrió tormentos en el allanamiento por la decisión de silenciar el tema.

Fue a partir del testimonio de otra sobreviviente de Mansión Seré que Dorrego conoció donde había transcurrido su cautiverio. “No hice la denuncia de mi secuestro porque apenas me liberaron me fui del país; así y todo, aparezco en el Nunca Más. El día que nos liberaron, a mí me dejaron última en un baldío. Íbamos con Alejandra Tadei y otro muchacho que pusieron en el maletero del auto. Alejandra es quien me reconoció y nombró para que mi familia supiera que había estado en ese coche. Es por ella que sé donde estuve. Luego, cuando se hicieron inspecciones, reconocí el lugar, el suelo, las escaleras”. Después de ser liberada, la situación no mejoró. Uno de los captores intentó mantener el contacto con ella: “Uno de ellos quería salir conmigo. Por suerte nunca me encontró en mi casa. Obviamente sabía dónde vivía y tenía miedo de que se apareciera. Pero se limitó a llamar -acosar- por teléfono”, recordó.

El abogado defensor Manuel Barros comenzó con el interrogatorio de Dorrego y le aclaró que su presencia en el tribunal se daba “en razón de que esta defensa no ha podido controlar la prueba generada en su declaración previa y por ello tal vez tendrá que recordar cosas que no le gusten, pero es lo que hace al derecho de defensa de mi cliente”. La testigo comenzó su declaración respondiendo a las preguntas del defensor y afirmó no conocer a los imputados que representa junto a Mauricio Castro: Ernesto Rafael Lynch y José Juan Zyska.

Por no haber sufrido torturas y violencia física durante el cautiverio, la testigo restó importancia a su calvario al compararlo con las vivencias de otros detenidos. Sin embargo, su narración pintó otra escena dentro de la Mansión, incluyendo una situación de abuso “de la que logré zafarme por el llanto. Fuera de la tortura de estar secuestrada con 19 años, que creo que ya era suficiente, no me torturaron físicamente. Me encerraban en una habitación con los ojos vendados y me hacían preguntas sobre distintas personas, sus nombres y dónde vivían. Pero era tal mi ignorancia que por eso, creo, me dejaron libre. No sé qué actitud tuve, qué hice o qué sucedió para que no me hayan torturado ni matado como sí hicieron con tantos otros”.

Sobre la antigua mansión, devenida en campo de concentración, Dorrego recordó haber estado en “una habitación sin ventanas, un cuarto estrecho con una sola cama. Había un baño en un hall, el cual sí tenía ventanas, pero al que iban conmigo. Era realmente humillante. Luego había un comedor donde alguna vez escuché la televisión o la radio, que la ponían muy fuerte para tapar los gritos. Tenía una sensación de estar a las afueras, pero no tenía idea dónde”, describió para concluir su declaración desde España.

La segunda declaración de la fecha la hizo en calidad de testigo Rosario Reynoso, hermana de José Lizardo Reynoso, sobreviviente del centro clandestino que funcionó en la Comisaría 1º de Moreno. La testigo relató el trabajo que realizaba su hermano en el barrio San Jorge de Moreno, donde vivían: “Él ayudaba a todo el mundo. El barrio era nuevo y él colaboraba con quienes se mudaban, iba a construir las casas, estaba haciendo trámites para cablear y colocar la luz en la zona. Lo conocían por esa forma de ser y de ayudar al resto”, recordó la hermana.

Del secuestro de su hermano se notificó por los vecinos, “mis sobrinas, que en esa época tendrían 5 y 7 años, habían quedado solas. A ellas las buscó su abuela, mi madre. Yo nunca supe qué sucedió en la casa cuando entró ese grupo de personas, ni quién quedó viviendo allí después, porque nos fuimos del barrio y nunca más volvimos”. La testigo relató la pérdida de la vivienda familiar como una situación de angustia y dolor que fue también expresada en una audiencia previa por las sobrinas de la testigo, las hermanas María Eva de Jesús y  María del Valle Reynoso.

Sobre su hermano, Reynoso mencionó las enfermedades que padeció y las heridas de quemadura por picana que tenía en la espalda. “Con su esposa fuimos a hacer una denuncia sobre su desaparición, pero no supimos nada hasta que lo soltaron. Luego él habló poco, contó que había estado en la Comisaria de Moreno en un espacio subterráneo y que lo torturaban, mojado y desnudo, con picana”. La testigo terminó su declaración señalando que aunque “siempre me llamaron para presentarme a declarar, yo nunca quise hacerlo porque no creía que valiera la pena luego de tantos años”.

A casi un año de comenzado el juicio por esta megacausa, y concluidas las dos declaraciones, la audiencia -que se desarrolló dinámica sin los ya habituales cruces entre las partes- llegó a su fin. Quedó programada la próxima audiencia para el martes 19 de agosto a las 9 horas.

Todo el terror de la dictadura condensado en una familia

Todo el terror de la dictadura condensado en una familia

En “Salvate vos”, su nuevo libro, Juan Carrá reconstruye la historia de Noemí “Mima” Giannetti de Molfino y su familia, víctimas de la represión estatal dentro y fuera de Argentina. Un relato sobre militantes, presos políticos, desaparecidos, exilios, contraofensivas, asesinatos, bebés robados y también recuperados, narrado desde el amor fraternal.

“Los Molfino. Seis hermanos, una madre sola. Una persecución implacable. El mayor crimen internacional de la dictadura.” Eso se lee en la tapa de Salvate Vos, el nuevo libro de no ficción de Juan Carrá, escritor, periodista y docente universitario.

En la portada, una mujer sonríe mientras amasa algo sobre la mesa de un comedor. La imagen, en blanco y negro, sugiere una escena de los años sesenta, probablemente capturada en una cocina de Resistencia, Chaco. Esa mujer es Noemí Esther Giannetti de Molfino —conocida como Mima—, cuyo cuerpo apareció sin vida el lunes 21 de julio de 1980 en una habitación de hotel en Madrid. Tenía 55 años. Un mes antes había sido secuestrada en Lima, Perú, por la dictadura militar argentina.

La escena del crimen fue cuidadosamente montada para simular una muerte accidental. Pero el trasfondo era otro: una operación de inteligencia del Batallón 601 con el objetivo de instalar el mito de que los desaparecidos no estaban secuestrados, sino paseando por Europa.

En Salvate Vos, Carrá reconstruye la historia de toda una familia atravesada por la militancia, la persecución y el exilio. Mima no es solo la mujer que ríe en la foto: es un ama de casa viuda, madre de seis hijos, todos ellos marcados por el compromiso político y la represión de la época. Al momento de su secuestro, el hijo mayor (Miguel) era preso político; otra hija (Marcela) estaba desaparecida; otra (Alejandra) exiliada; dos (José y Lili) permanecían en Chaco, en alerta constante; y el menor (Gustavo) se encontraba oculto en Lima, acompañado por Mima en plena contraofensiva montonera.

Juan Carrá cuenta, en diálogo con ANCCOM, qué lo llevó a escribir Salvate Vos: “La historia de los Molfino es una pequeña historia dentro del mar de historias. Y como esta, hay muchas más. La particularidad es que en esta familia se condensa todo el terror de la dictadura”. Luego detalla: “Arrancan en 1975 teniendo que pasar a la clandestinidad porque la Triple A los condena a muerte. Ahí tenés la condena del paramilitarismo, el exilio interno, la detención de Alejandra, el exilio a Francia, después el de Mima y Gustavo. El secuestro y desaparición de Marcela y el Negro. La detención legal que se vuelve desaparición —y después vuelve a ser legal, entre comillas— de Miguel. Lili, que tuvo que venirse a la Capital porque el apellido quemaba. José, cuidando lo que quedaba de la familia, arriesgando su vida en Chaco. Y después el operativo internacional que termina en el secuestro de tres argentinos, más otro que iba a secuestrarlos, y finalmente el asesinato de Mima en ese montaje infame en el hotel de Madrid”, detalla Carrá y concluye: “Todo eso en una sola familia. Y al final, un nieto recuperado. Tenés toda la tragedia condensada en una casa. Eso me impactaba muchísimo. Incluso ahora, cuando lo repaso, me sigo preguntando: ¿cómo no contar esta historia?”.

 

El legado sobreviviente

Carrá viene de presentar Salvate Vos en la Universidad Popular de Resistencia, Chaco, la provincia donde la familia Molfino vivió gran parte de su vida. Al encuentro asistieron más de 200 personas: jóvenes, amistades de la familia y excompañeros de militancia de los hermanos. Entre el público estaban también Miguel, José y Gustavo, los tres hermanos que aún viven y que siguen reivindicando la historia de lucha de los Molfino. Los acompañaban hijos, hijas y sobrinos, entre ellos Guillermo Amarilla Molfino, hijo de Marcela Molfino y Guillermo “El Negro” Amarilla, ambos secuestrados y desaparecidos por la dictadura, restituido en 2008 por Abuelas de Plaza de Mayo.

Marcela dio a luz a Guillermo en la clandestinidad. Se presume que pudo haber sido secuestrada sin saber aún que estaba embarazada, aunque también se cree que podría haberse reencontrado con El Negro durante el cautiverio. Lo cierto es que Guillermo fue uno de los tantos niños apropiados por la dictadura y privado de su identidad hasta que, 29 años después, conoció que sus datos genéticos coincidían con los de Marcela y El Negro.

Los que quedaron no lo buscaban, simplemente porque no sabían de su existencia. El libro narra que, en el momento en que fueron citados para recibir la noticia, “estaban buscando huesos y terminaron encontrando vida”.

 

¿Cómo estuvo la presentación del libro en Chaco?

Fue una experiencia muy fuerte, muy entrañable. Como que el libro pasó a un segundo plano y fue más un espacio de comunión y un homenaje a Mima y a su familia. Si bien, por supuesto, salió el libro y eso fue el epicentro, todo dio para hablar. Mauricio —el hijo mayor de Marcela y El Negro— dijo algo que me impactó mucho, una frase que para mí resume el corazón del libro: “Me enteré de muchas cosas de mi familia en este libro. Cosas que nunca nos sentamos a hablar entre nosotros y que, si no era por alguien que venía de afuera, nunca íbamos a poder contarnos. Porque el dolor es muy grande, y sentarnos a hablar ya implicaba algo que no iba a suceder”.

 

¿Qué peso tuvo el silencio en tu proceso de escritura?

Esa imposibilidad de hablar, de no saber del todo, también es una forma de daño. Y es una de las razones por las que escribí este libro: para que las voces de Marcela, del Negro Amarilla, de Mima, se sigan escuchando. Las voces de Alejandra y de Lili también, que, aunque no fueron asesinadas por la dictadura, murieron jóvenes, enfermas. Las tragedias personales también enferman. Las heridas de los sobrevivientes siguen ahí, y cuesta mucho hablar de todo esto.

La imposibilidad de hablar, de no saber del todo qué pasó, es otra forma del daño.

Juan Carrá

¿Cómo fue el proceso de investigación y escritura de una historia tan compleja?

Estuve casi tres años con este libro. Investigué todo lo que se había escrito, entrevisté a la familia, a amigos, a exmilitantes, viajé a Perú, a Chaco, accedí al expediente en Madrid. Y después vino la parte de construir literatura. Todo parecía imposible de dejar afuera, pero la propia escritura fue marcando qué escenas había que resignar. Yo quería hacer una novela de no ficción. No un libro de data dura, sino un relato que pueda llegar a más lectores. Que lo pueda leer alguien que no se sienta a leer un informe o una investigación. Por eso la ficción aparece como herramienta: muchas escenas están construidas con base en entrevistas profundas, pero también hay cosas narradas desde la voz de quienes ya no están.

 

¿Cómo fue sostener una voz narrativa que respete a quienes ya no están?

Siempre lo hice desde un enorme respeto. Mi intención no fue inventar ni embellecer, sino hacer memoria. Y, sobre todo, no convertirlos en héroes. Lo que hay en este libro son personas comunes que apostaron a un mundo mejor y que pagaron consecuencias enormes por eso. Algunos hicieron cosas heroicas, puede ser, pero ese juicio se lo dejo al lector. No me interesa que alguien valga más por haber militado más, o menos. Esa lógica de los setenta, de jerarquizar incluso el dolor, ya no sirve. Porque si hacemos héroes, también hacemos traidores. Y ahí caemos en antinomias peligrosas. A mí me interesa pensar esta época desde la historia, desde la responsabilidad política y colectiva. No desde la lógica del chivo expiatorio. No sirve buscar culpables individuales de todo. Me parece más potente entender el entramado de los hechos, las condiciones políticas, la violencia de Estado. Y narrarlo desde ahí.

 

Más allá de la denuncia política, el libro también está atravesado por escenas íntimas: gestos de amor, de amistad, de familia. ¿Sentís que fueron esos gestos cotidianos los que terminaron dándole profundidad humana a la historia?

Creo que el libro tiene mucho de eso: escenas de amor fraterno, de amistad, de familiaridad. No son historias de heroísmo en el sentido épico, sino gestos de afecto, de cuidado. Por ejemplo, lo que hace Gustavo cuando rompe los protocolos de seguridad para poder ver a su familia. Desde afuera uno podría decir que fue imprudente, que se arriesgó demasiado —y es cierto—, pero ahí hay algo profundamente humano que no se puede ignorar. O Mima, que en Francia decoraba la tapa de la mermelada con una banderita argentina para no sentirse tan lejos. Esas pequeñas acciones también son resistencia. Son detallitos que, juntos, construyen el gran relato. Porque lo otro, lo más conocido —que fue secuestrada en Perú, asesinada en Madrid, que fue una operación del Batallón 601— ya estaba contado. Yo no tenía mucho que aportar ahí. Lo que sentí que sí podía hacer era darle a esa historia una materialidad, mostrar que esto le pasó a una familia de verdad. A personas reales. No a superhéroes ni a villanos. Esto pasó. Y esta es nuestra tragedia. La de los Molfino, pero también la de una sociedad entera. Una tragedia que todavía hoy seguimos pagando.

 La historia de los Molfino no termina en las páginas de un libro. El próximo 8 de agosto habrá una nueva oportunidad para escucharla en primera persona: la presentación de Salvate Vos en CABA se realizará en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SIPREBA), en Solís 1158. Estarán presentes Juan Carrá, Miguel y Gustavo Molfino, y Guillermo Amarilla Molfino, entre otros. La convocatoria es abierta y el encuentro promete ser, una vez más, un espacio de memoria, homenaje y reparación colectiva.

“El punto al que llegamos es consecuencia de lo que hicimos o no hicimos”

“El punto al que llegamos es consecuencia de lo que hicimos o no hicimos”

El sociólogo Daniel Feierstein reflexiona cómo la desaparición de Santiago Maldonado puede analizarse como punto de inflexión en la sociedad argentina. En Murales, la novela gráfica que acaban de publicar junto al artista Juan Soto, retratan el inicio de un proceso de deshumanización.

El Doctor en Ciencias Sociales, Daniel Feierstein, junto al ilustrador Juan Soto, publicaron Murales: Una historia sobre Santiago Maldonado. A través de ilustraciones, esta novela gráfica muestra a la sociedad argentina atravesada por un desaparecido en democracia luego de que la comunidad de Pu Lof de Cushamen fuera reprimida por Gendarmería el 1 de agosto de 2017 y el cuerpo sin vida de Santiago Maldonado apareciera 77 días después.

Esta obra, fue el punto de partida para dialogar con Feierstein sobre la relación entre aquel hecho y el contexto actual: “En Murales nos interesa mostrar qué pasó socialmente con el caso de Santiago, porque entendemos que fue un quiebre, un punto de clivaje en lo que fue capaz de hacer y dejar de hacer la sociedad argentina en estos últimos años en relación a una nueva desaparición”, explica el sociólogo y escritor en una entrevista con ANCCOM, el día del octavo aniversario de la desaparición de Santiago Maldonado.

“Siempre me llamó mucho la atención que la primera reacción de la sociedad ante la desaparición de Santiago Maldonado fue de mucha solidaridad. Porque justamente hay una significación de lo que implica una desaparición en la Argentina. Aquellas primeras acciones de personas tomando lista y llamando a Santiago, ya sea en guardias de hospitales, docentes en las aulas o mesas reservadas en restaurantes, fueron una forma de presencia muy fuerte. Pero también allí surgió la contraofensiva de las derechas. Noté un punto de giro, que identifico ya en la segunda mitad de 2017, y que provoca un cambio en la sociedad argentina principalmente a partir de la respuesta del Gobierno nacional, entonces dirigido por el PRO, ante el caso Maldonado: por ejemplo, grupos de padres que intervenían en las escuelas para impedir que los docentes puedan trabajar el caso con sus estudiantes. Lo preocupante es que fueron exitosos los intentos y los mecanismos que se utilizaron para desarticular y convocar a la sociedad a sacar lo peor de sí. Ese gato en el que nos transformamos”, explicó Feierstein haciendo referencia a las metáforas que aparecen en el libro.

¿La ruptura de los acuerdos sociales básicos de convivencia fue mucho antes de la llegada de La Libertad Avanza al poder?

En la actualidad hay una telenovelización de la política que se centra en la persona que ejerce la presidencia, y que hace que el análisis social pase por, en este caso, la figura de Javier Milei, quedando reducido al planteo sobre si Milei es o no fascista. Pero en realidad, el proceso es anterior y lo excede a él. Cuando en La construcción del enano fascista en 2019 comienzo a identificar ciertos procesos y prácticas sociales fascistas, Milei no tenía aún trascendencia política. Por eso, me parece tan importante poner el foco sobre la desaparición de Santiago Maldonado, porque la que sí tiene relevancia política cuando este proceso comienza, y que es incluso la que produce el giro dentro del propio partido del PRO es Patricia Bullrich. Ocupando ella el cargo de Ministra de Seguridad en 2017, produce un cambio que vuelve a retomar con este nuevo gobierno e intenta profundizar aún más. Que es la legitimación social de la lógica de represión como parte de la vida cotidiana, que es lo que estamos viviendo todos los miércoles en las marchas de los jubilados, y que hace a este proceso de degradación social que fue germinando durante una serie de años, pero que tiene ese punto de clivaje con el caso Maldonado. Luego, el personaje de Milei viene a sumarse y a conducir este proceso que es previo a él y que lo excede. Pero si nos centramos solo en su persona dejamos de tener la visión panorámica para comprender todo lo que permitió la emergencia de este momento político.

 

Hay una relación directa entre lo que analizas en La construcción del enano fascista y la nueva propuesta de Murales.

Totalmente. El proceso de crisis involucra un montón de dimensiones que los libros ponen a dialogar. Por un lado, el proceso que se cuenta en Murales, el desinterés general sobre lo que pasa en nuestra sociedad, que no se da solamente en uno mismo como individuo, sino también en los propios protagonistas de la historia. El encierro en nuestra individualidad nos vuelve cómplices de los hechos que estamos viviendo, y queda representado en esta metáfora de cómo quienes son indiferentes al sufrimiento se van convirtiendo en gatos durante la historia. Por otro lado, el proceso que aborda el libro de 2019, sobre cómo los progresismos y las izquierdas perdieron la capacidad de ser interesantes y atractivos para interpelar a la población, y de construir horizontes utópicos, volviéndose esencialistas en términos identitarios.

 

¿Cómo se inmiscuyen el proceso global de descrédito democrático y los nuevos emprendimientos políticos de derecha con la historia argentina tan potente en materia de derechos humanos?

Por un lado, está el proceso global con estos dos niveles, la crisis de los progresismos y el desarrollo de una nueva derecha neofascista, que son procesos generales y se van replicando localmente con varias similitudes. Pero después, está la particularidad de nuestro país por los elementos específicos de la crisis de ese sistema político y de nuestras relaciones sociales, que es la hipótesis en la que Murales hace foco. Si se mira hacia atrás, a lo largo de los distintos gobiernos se puede observar cómo, de manera gradual, la promesa del retorno democrático no se cumplió. Con la democracia no se comió, no se curó ni se educó. El gran consenso postdictatorial que colocaba el valor en el funcionamiento institucional como herramienta fundamental en la vida del ciudadano se fue degradando a lo largo de estos 40 años y entró en crisis cuando no pudo resolver ninguno de los tres niveles que Raúl Alfonsín proponía. Creo que eso explica el desencanto actual con la política, el bajo nivel de participación en las últimas elecciones. Y se asoma como una continuidad a futuro lo cual reviste enorme gravedad porque es la base sobre la cual surgen o se desarrollan estas corrientes más neofascistas. Quizás el kirchnerismo es un punto de pausa en la medida en que logró detener el proceso de destrucción por lo menos del poder adquisitivo, pero no lo pudo hacer en el caso de la salud y la educación. No ha logrado revertir en 12 años de gobierno todo lo que había sido el proceso de destrucción de los 30 años previos y que va a seguir incluso un poco durante el kirchnerismo y sobre todo después.

 

¿Se puede hacer alguna estimación de lo que pueda suceder con las figuras de derecha como Milei en, al menos, lo que queda de su gobierno?

No creo que sea tanto lo que pueda suceder con el presidente sino con nosotros mismos como sociedad. En la medida en que logremos establecer estrategias para que emerja lo mejor de nosotros, en vez de lo peor, vamos a lograr que se comience a producir la desintegración del fenómeno libertario. Por eso me parece fundamental entender que los regímenes políticos son consecuencia de lo que una sociedad hace o deja de hacer. El orden es inverso. No es que el presidente es el responsable de lo que pasa en la sociedad, sino que su figura es reflejo y expresa lo que al conjunto le sucede. Entonces lo importante es lo que hagamos nosotros y no la figura presidencial. Por ende, es fundamental recuperar la fuerza política para producir una transformación, entendiendo que este punto al que llegamos es consecuencia de lo que hicimos o lo que no hicimos, y tenemos la responsabilidad de transformar eso.

Un llamado de advertencia pintado en colores

Publicada por las editoriales Marea y Hotel de las Ideas, Murales, la novela gráfica de 144 páginas relata el viaje al sur argentino que inician tres amigos luego de sensibilizarse con la historia de un joven, Santiago, que fue visto por última vez con vida en la represión de Gendarmería sobre la comunidad mapuche Pu Lof de Cushamen, que reclamaba por sus tierras ancestrales, en Chubut el 1 de agosto de 2017. “Los protagonistas tratan de explicar qué fue lo que sucedió a nivel social con el caso Maldonado. Hay cierta inspiración en la experiencia de Juan -Soto- que conocía a la familia Maldonado porque es oriundo de 25 de Mayo, pueblo de donde era Santiago, y al igual que él cursaba sus estudios universitarios en La Plata” -explicó Feierstein, escritor de ensayos y textos académicos que se acercó por primera vez con esta publicación a la escritura de guiones para novela gráfica, y agrega-: “Toda mi vida fui lector y fan de las historietas”.

En las páginas se suceden técnicas de dibujo diferentes. Las más abstractas ayudan a representar a los significantes más monumentales, a los desaparecidos y a las grandes movilizaciones de derechos humanos que en la década del 70 y luego, en 2017, reclamaron por los desaparecidos. El abanico de colores también juega lo suyo y el negro colabora con el protagonismo de los momentos de horror y vacío. Hay rostros desdibujados en la muchedumbre, pero también otros cuyas expresiones se dejan ver más claramente: son los que durante la historia transmutan y se metamorfosean en gatos. Hay una sociedad que comienza a hacer oídos sordos a la desaparición y la injusticia, que elige el camino fácil de ignorar lo que le sucede al de al lado. El peligro lo corremos todos, y uno mismo ve cómo quienes lo rodean comienzan a transformarse.

Murales, concluye como un llamado de advertencia pintado en colores. Colores como elegidos por Santiago Maldonado para las intervenciones callejeras en su ciudad natal, en un intento de detener el proceso de metamorfosis que lleva a una sociedad a transformarse en una manada de gatos que se acurrucan en la ignorancia y amasan el desinterés. Esos murales, los de Santiago, declarados patrimonio cultural de la localidad luego de su desaparición y restaurados para preservar su memoria, finalmente fueron demolidos en noviembre de 2024 por el intendente local, el libertario Ramiro Egüen, con la infructuosa intención de borrar su memoria. Una tarea que Murales de Feierstein y Soto denuncia y revierte con ideas en dibujos a color.

“Lo que pasó con Santiago fue premeditado”

“Lo que pasó con Santiago fue premeditado”

Sergio Maldonado habla de Olvidar es imposible, el libro en el que narra su incesante batallar para que la justicia no encubra la verdad detrás de la muerte de su hermano, desaparecido el 1 de agosto de 2017 mientras participaba de una protesta mapuche que fue reprimida por Gendarmería. Ocho años signados por el dolor, pero también por la solidaridad descomunal que fue cosechando por el camino, una combinación que transfiguró su vida.

“Todos los puntos de encuentro llevan a Santiago”, dice Sergio Maldonado, su hermano, al hablar de Olvidar es imposible, su libro recién publicado por Marea Editorial. El viernes 1 de agosto se cumplen ocho años de la desaparición de Santiago Maldonado, y es desde el 2 de agosto, con la primera llamada telefónica, que parte un relato en primera persona que va desde Bariloche a la Pu Lof de Cushamen, de ahí a los juzgados, manifestaciones masivas en la Plaza de Mayo y el frío de las autopsias, micrófonos de reporteros y, por sobre todas las cosas, días y noches vividas en vilo, sin apenas comer ni dormir.

“Desde que el libro salió estoy más aliviado, como que te sacaste una mochila de encima —dice Sergio Maldonado en diálogo con ANCCOM—. A ocho años recién siento que es algo propio, que no es algo solamente de Santiago. Antes solamente sentía que iba ahí acompañando, intentando hacer algo judicial. Ahora, más allá de que lo judicial está muy demorado, es tratar de traer otra vez a Santiago”.

La desaparición de Santiago

Santiago Maldonado fue visto por última vez en un corte en la Ruta 40 a la altura de Cushamen, en Chubut. Son tierras reclamadas por la comunidad mapuche al magnate Carlo Benetton, de la Compañía de Tierras del Sud Argentino. La Gendarmería reprimió el corte y, según testigos, apresó a Santiago, cuyo cuerpo aparecería casi tres meses después en el río Chubut, bien conservado, con polen de especies que no se encuentran en la zona. La primera parte del libro narra con lujo de detalles las irregularidades jurídicas y el aprovechamiento político que rodearon al caso: “Va haber alguna gente que se va a sentir tocada, que aparece nombrada en el libro. Pero no es por el hecho de querer perjudicar a alguien, sino de entender qué atraviesan los familiares”, sigue el autor.

Entre esa gente nombrada están, por supuesto, el expresidente Mauricio Macri, que por entonces enfrentaba las elecciones legislativas de medio término, y su ministra de Seguridad Patricia Bullrich, quien descartó una desaparición forzada y avaló el actuar de la Gendarmería. También aparece Gerardo Milman, después implicado en el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner. Pero son sobre todo los jueces Guido Otranto y Guillermo Lleral, titular y subrogante de la causa, quienes representan a un Poder Judicial que descuida las pruebas, rechaza testigos y filtra información a otras agendas políticas.

Sergio Maldonado, sin embargo, se mantiene en la vía institucional: “No sé si es porque soy taurino y soy muy porfiado, pero tiene que ver con que es la única herramienta. Y si esa herramienta no está más, significa que no hay estado de derecho, que es lo que pasa: cualquiera puede terminar privado de su libertad, asesinado y desaparecido en la impunidad. Ahora, si yo no lo denuncio, en vez de haber diez casos van a haber mil. Entonces es una manera de seguir batallando y batallando por más que no pase nada. Es como decir ‘bueno, tengo que mover una pared’. Yo sé que solo no la voy a mover, pero al menos va a ser más difícil meter otro ladrillo más, y capaz que con el tiempo las bases se van aflojando, que en algún momento hay un movimiento en la tierra y la pared se termina cayendo; puede ser que pase. Pero bueno, yo estoy ahí, sigo empujando”.

En los años posteriores a los hechos del libro el caso Santiago Maldonado fue una odisea judicial: en noviembre del 2018, el juez Lleral, subrogante del apartado Guido Otranto, decretó el cierre de la causa; Sergio Maldonado apeló en enero del 2019, en la cámara de Comodoro Rivadavia; en septiembre de ese mismo año se rechazó la apelación, que pasó a tratarse en Comodoro Py y después en la Corte Suprema, que se expidió recién en marzo del 2022. La causa volvió al mismo juez Lleral, instándolo a considerar la ‘desaparición forzada’. Dos días antes de las elecciones del 2023, éste volvió a cerrar la causa, Sergio volvió a apelar y, en mayo del 2024, la apelación fue aceptada.

“Entonces, si yo no hubiese seguido moviendo esa pared, se hubiese cerrado la causa —sigue Sergio Maldonado— y sin embargo esa misma cámara que había rechazado la apelación, a los cinco años, con los mismos elementos, nos da la razón y recusa al juez. Ahora: ¿Qué cambió en ese tiempo? Cinco años más viejo, cinco años de desgaste económico y social, de pérdida de sueños, de alejarnos de la verdad, pero…  Es como que pasás a otra etapa. Decís ‘bueno, listo, ahora pasamos a otra ronda’. Vos golpeás, golpeás y golpeás, te dicen que no, que no, que no, y en algún momento te dicen que sí”.

«En estos ocho años he hecho nuevos vínculos, nuevas amistades y muchos amigos y amigas. Que también es raro cuando vos llegás a determinada edad, que decís ‘bueno, no estoy para andar haciendo nuevos amigos’. Todo lo que estaba antes no está más», dice Sergio Maldonado.

Las personas detrás del Caso Maldonado

La segunda parte del libro es una honesta memoria familiar: los hermanos Sergio, Germán y Santiago en el pueblo bonaerense 25 de Mayo; la primera infancia, los primeros trabajos, los primeros pasos del joven por la música punk, los viajes a dedo y la disidencia política. “Yo no sabía el compromiso que él tenía —confiesa Sergio—. Creía más bien que él tenía esta cosa de anarquista tirando a hippie, sin conocer bien ese lugar de formación”. Y ahora, paradójicamente, es él quien se acerca al estilo de vida de su hermano: “En estos ocho años he hecho nuevos vínculos, nuevas amistades y muchos amigos y amigas. Que también es raro cuando vos llegás a determinada edad, que decís ‘bueno, no estoy para andar haciendo nuevos amigos’. Todo lo que estaba antes no está más, y no es que desapareció porque a mí no me gustó, sino porque se fueron dando las cosas para no estar ahí, y también perder mucho la pasión en eso para empezar en el otro lugar. Como un cambio de carrera, totalmente diferente. Y bueno, ahí entra todo: entornos familiares, amistades, el lugar de vínculos, de casa. Porque también yo estoy mucho en Buenos Aires y en Bariloche, entonces el lugar que tenía como base no está más. Y andás yirando mucho por distintos lugares, es medio nómade todo. No sé, es muy raro, como que es una etapa que se hacía cuando era más joven, y ahora termina siendo al revés: yo, a los 52 años, viendo y encontrando para dónde ir”.

Es que así como aparecen los nombres de Patricia Bullrich y Mauricio Macri, también se destaca a Norita Cortiñas, Charly García y el Papa Francisco, entre muchísimos otros, bajo una luz positiva. El libro escenifica los choques entre ateos anarquistas y curas villeros, y cuenta con los prólogos de Ana María Careaga, Pedro Saborido y Alejandro Bercovich. “Una militante de los DDHH, un peronista y uno de izquierda”, sonríe Maldonado, que abre un único sobre de edulcorante y cuenta: “Empezás a unificar gente que estuvo enfrentada, no sé, en elecciones: el kirchnerismo y la izquierda, el Partido Obrero, y sin embargo terminan todos arriba en una Plaza, pidiendo la aparición con vida de Santiago. Todos los puntos de encuentro llevan a Santiago. Cómo él genera eso, sin estar”.

¿Cómo sigue la causa de Santiago Maldonado?

“Yo creo que lo de Cristina Fernández, lo de la nena gaseada en el Congreso, la represión a los jubilados y el disparo a Pablo Grillo, todo eso viene a sostener, a darle un peso a la figura de Santiago —dice Sergio—, y a que ya no hay que estar dando tantas explicaciones, y empezar a recibir explicaciones. ¿Por qué? Porque todo eso demuestra que lo que pasó con Santiago fue premeditado, fue armado y que ya se cayó la careta, digamos. En ese sentido yo siento que la pared se movió. Que todo eso se rompió. Y si lo pasamos al plano judicial también se rompió la pared, porque todo eso que se dijo de los 55 peritos, que se ahogó solo, se va y no tiene más peso porque si hubiera sido verdad, habrían cerrado la causa, pero se recusó al juez. Me parece que ya fue un avance en ese sentido: aún no sabemos qué pasó con Santiago, pero sí sabemos que todo lo que hicieron está mal. Entonces eso sí me deja satisfecho, porque a veces no pasa por una condena judicial, sino por una condena social. Y también la demostración de por qué se hizo todo eso: para venir y desalojar a los pueblos originarios. Eso en ese momento se frenó, y ahora lo están haciendo”.

 

Olvidar es imposible se presenta el 1 de agosto a las 18.30 en el Centro Cultural Caras y Caretas, Venezuela 330. Junto al autor estarán Ana Careaga, Nora Veiras y Fernando Borroni. Entrada libre y gratuita.

Los mapuches declararon en la CIDH contra el extractivismo

Los mapuches declararon en la CIDH contra el extractivismo

Organizaciones de Mendoza, Neuquén y Río Negro participaron de una audiencia pública para exponer el impacto del fracking en sus territorios. También mencionaron la represión y la falta de reconocimiento jurídico a las que lo somete el gobierno.

 Organizaciones mapuche de Mendoza, Neuquén y Río Negro participaron de una audiencia pública ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para exponer sobre el impacto del extractivismo en sus territorios. En el actual contexto de avance represivo, llevaron las voces de su pueblo y de diferentes sectores sociales afectados por lo que denominan el “modelo de saqueo sobre la naturaleza”. En concreto, denunciaron violaciones a los derechos humanos, la no aplicación del derecho indígena, las estrategias políticas judiciales para despojar a las comunidades de su territorio y el incumplimiento de la Consulta Libre Previa e Informada para tener el consentimiento en todos los proyectos del gobierno y las multinacionales mineras, petroleras, forestales e inmobiliarias. 

La representante de Neuquén, Lorena Bravo, también mencionó la represión que sufrieron el fin de semana pasado, tras haberse encadenado a la Gobernación exigiendo el reconocimiento de sus personerías jurídicas. Según expresó la vocera neuquina, el gobernador Rolando Figueroa se niega a firmar el reconocimiento para cuatro familias que ya habían hecho los trámites correspondientes para obtenerla. “Sufrimos una represión feroz, fueron violentados desde ancianos hasta niños, no hubo contemplación alguna de los derechos humanos”, dijo Bravo. Y describió que en Argentina “está vigente el despliegue de las fuerzas federales, el Comando Unificado que creó la ministra de Seguridad Patricia Bullrich ingresa a nuestros territorios sin orden judicial, no tenemos acceso a la justicia de manera imparcial como cualquier ciudadano, son negados y vulnerados nuestros derechos”. 

El operativo represivo del 20 de julio que mencionó Bravo incluyó balas de gomas, gases, golpes y violencia contra las personas que se encontraban acompañando la demanda de las comunidades. En tal sentido, Lefxaru Nawel, vocero de la Confederación Mapuche, hizo responsable a Figueroa y a los CEOs de las petroleras por “la violencia extrema deldesproporcionado procedimiento”.

El coordinador de la audiencia fue el presidente de la CIDH, José Luis Caballero, y como actores de la sociedad civil participaron Dora Lucy Arias Giraldo y Marlene Rodríguez de México; Mirtha Vásquez de Perú, Mirta Ñancunao, Lorena Bravo, Gabriel Jofre y Hugo Aranea de Argentina. También estuvo Jan Jarab por la ONU; Carlos Bernal de México, por la CIDH; y Gloria De Mees y Javier Palummo de REDESCA (Relatoría Especial de Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales). 

 

Añelo, Vaca Muerta. 

Ninguneo histórico

Ñancunao, en nombre del Parlamento Mapuche de Río Negro, dijo que la situación en la que se encuentran “es producto de un patrón sistemático de violaciones que ejerce el Estado argentino a fin de lograr el desarrollo de proyectos extractivos, principalmente la explotación de petróleo y gas por medio del fracking, y la extraccion de cobre, oro, plata, litio y otros minerales críticos”. Agregó que las vulneraciones hacia las comunidades mapuches están vinculadas con los desalojos forzosos, la falta de reconocimiento a su personería jurídica y la falta de relevamiento territorial. Todas se encuentran enmarcadas en campañas de odio, señalamientos, hostigamientos y asesinatos de líderes mapuches, y defensores ambientales. 

La vocera enfatizó que “los protocolos de consulta no están siendo aplicados, los gobiernos han impuesto sin consulta previa a las comunidades protocolos a medida de las empresas cuando van a iniciar algún proyecto minero.” En sus palabras, “son protocolos de consulta sin consulta a las comunidades sobre cómo quieren ser consultadas y de qué manera. Eso le da rienda suelta y beneficio a las empresas y al Estado para llevar a cabo los emprendimientos mineros y petroleros”.

A continuación, Hugo Aranea señaló como punto de quiebre el decreto de necesidad y urgencia dictado por el presidente Javier Milei en diciembre de 2024, que derogó la Ley 26.160, norma que suspendía los desalojos en territorios indígenas. Relató que decenas de comunidades mapuche llevan entre 15 y 20 años esperando la inscripción de su personería jurídica, y puso en evidencia el incumplimiento histórico que atraviesa a las distintas gestiones gubernamentales. Además, destacó que cuatro comunidades —Lof Buenuleo, en Río Negro y El Sosneado, Limay Kurruf y Lof Suyai Levfv, en Mendoza— quedaron sin protección tras resoluciones del INAI que anularon relevamientos y reconocimientos de la ocupación tradicional, actual y pública previos.

Aranea también denunció que en Río Negro, comunidades como Lof Gallardo Calfú, Lof Buenuleo, Lof Lafken Winkul Mapu y Lof Quemquemtrew han sufrido desalojos violentos, incluidos los asesinatos de Rafael Nahuel, en 2017 y Elías Garay Cayicol, en 2021. Advirtió que en Mendoza, la comunidad del Lof El Sosneado enfrenta una orden de desalojo inminente. Por último, lamentó que las medidas cautelares solicitadas a la CIDH para frenar los desalojos fueron rechazadas en junio pasado.

Vaca tóxica y sísmica

A su turno, Bravo expresó que se refirió al megaproyecto Vaca Muerta y su ampliación hacia el Golfo San Matías –Vaca Muerta Sur– que superpone su trazado con áreas naturales protegidas poniendo en riesgo ecosistemas marinos y modos de vida comunitarios como la pesca de subsistencia. La vocera explicó que el uso intensivo del fracking en la cuenca neuquina –empleado por empresas como YPF, Shell, Pampa Energía, Chevron y Total Energy– disparó la actividad sísmica y generó residuos peligrosos. 

Uno de los puntos más alarmantes señalados por Bravo es la “creciente presencia de fuerzas represivas en la región, en particular la autorización de la intervención del Ejército en asuntos internos bajo la excusa de la defensa de recursos estratégicos, especialmente en Vaca Muerta”. También informó sobre 34 proyectos mineros ya autorizados y otros 29 en evaluación de impacto ambiental para exploración. Además, remarcó que “la minería a cielo abierto con sustancias tóxicas implica un alto grado de contaminación en las napas de agua, en una zona que enfrenta una crisis hídrica sin precedentes, y afecta la salud humana, destruye ecosistemas productivos y provoca el desplazamiento forzado de familias”. Y agregó que grandes proyectos con títulos como “transición energética» nunca incluyen servicios básicos: acceso a la luz, agua potable o gas en las comunidades.

La disertación de Jofre cerró la participación argentina, y lo hizo con la propuesta del pueblo mapuche del “buen vivir”, que tiene condiciones para establecer estos diálogos con empresas. “En esta coyuntura especial para nosotros es importante venir a esta Comisión a solicitar el acompañamiento y el fortalecimiento de esas normativas que se van debilitando a medida que esas empresas y gobiernos no tienen las advertencias necesarias sobre el cumplimiento de la normativa.”

¿Utilidad pública?

Jan Jarab de la ONU acotó que “las actividades de las industrias extractivas, muchas veces realizadas bajo la figura de utilidad pública, afectan a los derechos individuales y colectivos de pueblos indígenas, poniendo en riesgo su supervivencia física y cultural”.

 En ese sentido, Dora Arias Giraldo, del Grupo de Análisis de la Utilidad Pública en América Latina, afirmó que conceptos como “utilidad pública” son utilizados para hacer viable la explotación de recursos naturales. Esta calificación se entiende como aquella actividad, bien o servicio, que es de beneficio y de interés colectivo, ya sea para los ciudadanos de un país o para la humanidad en su conjunto. Sin embargo, a su criterio, darle esta denominación jurídica al extractivismo impide el debate serio y transparente sobre este tema a nivel político, económico y social.

Al respecto, Mirtha Vásquez, de Perú, presentó una petición solicitando a los estados que “eliminen la presunción de utilidad pública y conceptos similares de su normatividad, para pasar a evaluar la utilidad caso por caso”. Ella explicó que “han identificado como patrón el hecho que se presume que estos proyectos van a beneficiar a todo el país, la presunción de que son útiles para lo público. Con ello, viene la negación a los derechos: la población tiene que usar los mecanismos judiciales para demandar, aunque luego siempre hay despojo y desplazamiento. Como mecanismos usan la expropiación y las servidumbres mineras en todos los casos”. Otro patrón recurrente es que “la presencia de empresas extractivas produce quiebres en las relaciones al interior de las comunidades, y en todos los proyectos se ve el uso de la militarización o la fuerza pública dentro del territorio.”

También fueron parte del encuentro virtual ante la CIDH la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente (AIDA), Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Consejo Zonal Xawvn Ko de la Confederación Mapuche de Neuquén, Coordinadora del Parlamento Mapuche de Río Negro, Earthjustice, Observatorio de Derechos Humanos de Pueblos Indígenas (ODHPI), Organización Identidad Territorial Malalweche, Oficina Regional para América del Sur de las Naciones Unidas, entre otros.

Hablar salva vidas

Hablar salva vidas

Según la información oficial, en la Argentina se suicida una persona cada dos horas: ocho de cada diez son varones y la tasa entre los jóvenes de 15 a 24 años es mayor que el promedio nacional.  

En 2024, 4.249 personas murieron por suicidio en Argentina. Doce por día. Una cada dos horas. Eso dice el Informe del Sistema Nacional de Información Criminal (SNIC). Son cuerpos que se apagaron en silencio. Cartas que nadie leyó a tiempo. Despedidas sin aviso. Aunque el informe diga que la tasa se “mantuvo” en 9,8 por cada 100.000 habitantes, con apenas un 1 por ciento de aumento, el verbo no alcanza. Mientras otras cifras de criminalidad muestran descensos (los homicidios dolosos bajaron un 12,7 %, por ejemplo), el suicidio se mantiene estable, como si la urgencia no lograra instalarse en la agenda pública.

Javier Juan Federico Molina tiene 44 años, una voz calma y un cuerpo que sobrevivió a sí mismo. Mercedes Wortley es psicóloga clínica, especializada en prevención del suicidio y una certeza: que el dolor, cuando no se nombra, se enquista. A los dos los une algo más fuerte que un diagnóstico: la voluntad de no callar. “Tuve varios intentos de suicidio”, cuenta Molina con serenidad. “No encontraba el camino, no sabía cómo pedir ayuda. Hasta que pude hablar con mi psicóloga y poner al tanto a mi familia. Eso fue lo más difícil: decirles que no podía más”. La escritura, remarca, le salvó la vida. Su libro, Un punto y coma: sé tu primer y mejor proyecto, no es solo una bitácora personal: es una forma de tender una mano.

“La escritura fue mi terapia. Me salvó. Y ahora siento que puedo decirlo. Recién a los 44 años siento que me permito validar lo que siento. Los 42 anteriores me resistía a hacerlo”, dice. No hay resentimiento en su voz. Hay aprendizaje. Y hay una voluntad enorme de compartir ese aprendizaje para que otros no lleguen al mismo punto. Wortley escucha con atención. No solo porque es su trabajo, sino porque también lo cree profundamente: hablar salva vidas. «No es una frase hecha», insiste. Lo repite porque muchas veces se olvida. Porque todavía cuesta. Porque sigue siendo tabú. Ella trabaja con adolescentes y con adultos, y dice que hay una frase que se repite demasiado: “No sé lo que me pasa”. Es el primer síntoma de algo más profundo: no saber nombrar lo que duele.

En Argentina, según la estadística, el 80 por ciento de las muertes por suicidio corresponden a varones. Y casi la mitad son personas jóvenes, entre 15 y 34 años. Pero no se discute lo suficiente. “Muchos hombres me dicen que no saben llorar”, cuenta Wortley. Y lo dice sin ironía, con la seriedad que amerita. «Eso no se resuelve solo. Viene de muy atrás: de mandatos que dicen que un hombre no puede mostrarse vulnerable. Que, si pide ayuda, fracasa. Que, si siente, está fallando”. Molina lo sabe: “A los hombres nos enseñaron que teníamos que poder con todo. Que teníamos que aguantar. Que llorar era de débiles. Todo eso nos aleja del pedido de ayuda. Nos vacía. Y cuando el dolor no encuentra salida, explota adentro”.

Lo que ambos remarcan una y otra vez es que no hay una señal única, ni un patrón claro. Pero hay cambios de conducta que invitan a prestar atención: el aislamiento repentino, la pérdida de interés, el desgano, las frases que suenan siniestras, aunque aparezcan al pasar (“esto ya no tiene sentido”, “no valgo nada”), los gestos de despedida, incluso cierta euforia inexplicable. Saber mirar y saber escuchar puede marcar la diferencia. Y preguntar, con respeto, con tacto, pero sin miedo: “¿Necesitás ayuda? ¿Estás pensando en hacerte daño?”.

Hablar. Hablar siempre. Y no solo con quienes están en riesgo, sino también con quienes quedan. Porque cuando alguien muere por suicidio, alguien queda también con preguntas, con culpas, con un dolor que no se entiende. Y ese dolor también necesita espacio. Es lo que se llama postvención, un concepto poco conocido, pero esencial. “El duelo por suicidio es uno de los más difíciles que hay. Si no hay contención, el riesgo es que se repita”, explica Wortley.

En ese entramado de silencios, también entran las instituciones: la escuela, la casa, el sistema de salud, los medios. La prevención no es una sola charla, ni un folleto. Es un proceso sostenido. Es educar desde el jardín sobre emociones, sobre lo que duele, sobre lo que nos cuesta. Es habilitar el llanto, el enojo, el miedo. Es dejar de tratar la salud mental como un privilegio o un lujo. Es dejar de buscar culpables individuales y empezar a pensar en responsabilidades compartidas. “Esto no se resuelve desde un solo lugar. Ni la escuela sola, ni el Estado solo, ni las familias solas. Esto se hace entre todos”, dice Molina.

La Ley 27.130, aprobada en 2015 y reglamentada en 2021, acredita que la prevención del suicidio es política de Estado y que acompañar a quienes quedan —madres, hermanos, amigos, parejas— no es un gesto compasivo: es una obligación. El Ministerio de Salud de la Nación habla de postvención: ese después invisible donde el duelo se llena de culpas y la angustia se vuelve hereditaria. Pero lo que hay —en el territorio, en la urgencia— es poco: protocolos mal aceptados, líneas gratuitas sin seguimiento, redes sanitarias fragmentadas, operadores sin formación suficiente y ningún sistema que evalúe si todo eso sirve o si es apenas simulacro.

Y mientras tanto, los datos muestran que, entre los jóvenes de 15 a 24 años, la tasa de suicidio es más alta que el promedio nacional. En los bordes del sistema educativo, en las esquinas de los barrios, en los consultorios colapsados, aparecen ellos: con el intento, con el gesto de alerta, con el silencio que nadie leyó. El 86 por ciento de los episodios ocurre en casa, según datos recientes del Sistema Nacional de Vigilancia Sanitaria. La mayoría requiere internación: 6 de cada 10. Ellas lo intentan más, ellos mueren más. Y el presupuesto —lo que debería sostener todo eso— es casi una ironía: apenas el 0,4 por ciento destinado a salud mental adolescente, y un 4,1 por ciento a salud mental en general.

A nivel regional, la Organización Panamericana de la Salud señala algo que no siempre se escucha: que la violencia contra los jóvenes se ha vuelto costumbre. Que los golpes, el descuido, el desprecio, los comentarios que lastiman no se denuncian porque se volvieron parte del paisaje. Que el daño no siempre es visible, pero hace nido. Y que, en ese contexto, el suicidio no es un rayo aislado: es consecuencia. “Romper el silencio, romper el tabú, sacar lo que queda en lo oculto, es el primer paso”, afirma Wortley. Y Molina repite: “Hablar salva vidas. Es real”. Quizás no haga falta más que eso: una conversación a tiempo, una escucha sin juicio, una mano que no pregunta, pero sostiene. Porque a veces, una sola charla alcanza para abrir una puerta. Y para no cerrarla nunca más.

Lo que queda entonces no es solo el dato —ese 9,8 que el SNIC anota como estable—, sino lo que no se cuenta. Porque los 4.249 no son solo muertos: son advertencias. Y no piden otra estadística. Piden otra forma de mirar, de escuchar, de intervenir. Piden una sociedad que no mire para otro lado cuando la emergencia ya pasó.

¿Dónde pedir ayuda? Línea Nacional de Prevención del Suicidio: 0800 999 0091; Centro de Asistencia al Suicida: 135 (CABA y GBA) o (011) 5275 1135 (todo el país); App «S.O.S. Un amigo anónimo» y redes de ONG como AAPS o Papageno.