«No estamos acá por heroísmo, sino por solidaridad»

«No estamos acá por heroísmo, sino por solidaridad»

El dirigente de izquierda Ezequiel Peressini es uno de los argentinos que integran la flotilla que busca visibilizar el genocidio en Gaza. Desde el Mediterráneo, a medida que se acercan a destino, cuenta cómo es el día a día en el mar junto con activistas de todo el mundo.

Tras zarpar del Puerto Central de Barcelona, la Flotilla Global Sumud navega hacia Gaza para visibilizar la crisis humanitaria y exigir un corredor seguro. Entre los miembros argentinos del contingente, compuesto por activistas de todo el mundo, está el riocuartense Ezequiel Peressini, exlegislador de Córdoba por el FIT-U, quien en diálogo con ANCCOM cuenta cómo es la organización a bordo, la solidaridad que une a la tripulación y la urgencia de la misión frente al genocidio y la hambruna que afectan al pueblo palestino.

“Salimos el 31 por la tarde desde Barcelona. Esa noche la alta marea, los vientos y la tormenta nos impidió continuar, por lo que tuvimos que volver a puerto”, explicaPeressini. La flota de unos 20 barcos debió regresar el lunes 1 de septiembre. “Pasamos la noche intercambiando historias y conociéndonos, porque fue un día tan intenso que necesitábamos detenernos, descansar y entender la magnitud de lo que nos espera. Hay un empuje muy importante por parte de la gente de Barcelona, nunca habían visto algo así”.

Al tercer día de navegación, Ezequiel Peressini relata desde el barco cómo está siendo la travesía. La nave es amplia y cómoda, aunque reducida si se piensa en 20 días de convivencia. La integran representantesde los cinco continentes, entre ellos el diputado nacional del FIT-U Juan Carlos Giordano, su par de Valencia, España, Juan Bordera, y Serigne Mbayé, diputado de Madrid de origen senegalés. También viaja la dirigente argentina de Nuevo Más, Celeste Fierro, una comitiva de médicos de Turquía y una importante delegación de Malasia, integrada por voluntarios humanitarios que ya han participado en la Guerra de Siria, detalla Peressini.

“Cada uno tiene sus tareas, sus aplicaciones y todos colaboramos con la comida, con la limpieza y con la vigilancia nocturna. Según qué tarea más le guste hacer a cada uno o dónde mejor se desempeñe. Eso nos ha permitido estar seguros, comer muy bien y cuidar la higiene en un lugar que se va a transformar en nuestra casa por veinte días”, agrega. La misión tiene un peso que trasciende la comodidad del barco. “Mientras nosotros comemos, descansamos y nos cuidamos, en Gaza más de 65.000 personas han sido asesinadas, buena parte niños y niñas. El hambre se usa como arma. Estamos acá para visibilizar esa situación, no por heroísmo, sino por solidaridad”, remarcaPeressini.

La flotilla tiene un objetivo político claro. “Emitimos una declaración conjunta con diputados y activistas de todo el mundo, exigiendo la apertura de un corredor marítimo seguro. Israel ha dicho que nos tratará como terroristas, que no nos va a garantizar nuestros derechos políticos al momento de llegar a tierra. Por eso le exigimos a los gobiernos que se dispongan a cuidar la flotilla que está recorriendo el mar Mediterráneo a las vistas de los ojos del mundo. En Italia, por ejemplo, los trabajadores prometieron paralizar todos los puertos si perdemos contacto por más de 20 minutos. La solidaridad no es solo simbólica: es acción concreta”, sostiene.

“Pero mientras navegamos, los ataques sobre Gaza se intensifican. El Parlamento israelí tiene aprobado la colonización total de Cisjordania y Trump, el pasado 31 de agosto, salió a manifestar sus planes para transformar Gaza en un centro turístico, lo que significa desplazar a más de dos millones de personas a otros países. Vamos a rechazarlo con la movilización”.

Para Peressini, quien se define en sus redes como “nieto del Cordobazo, hijo del Argentinazo e internacionalista furioso”, la experiencia tiene un recorrido personal que da profundidad a la travesía. “He sido diputado en Córdoba, he militado en Perú, Chile y Panamá. Cada viaje me enseñó algo sobre la lucha contra el capitalismo imperialista que genera guerras, hambre y genocidios. Esta flotilla es parte de eso. Estamos peleando por una Palestina única, laica, democrática, y también contra un sistema que beneficia a unos pocos a costa de los más pobres”.

“Si tuviera que resumir esta travesía, en una palabra, diría ‘solidaridad’. No es sólo una consigna: es compartir tareas, noches de guardia, comida y cuidados. Es la certeza de que cada acción mínima contribuye a visibilizar un genocidio y a construir un puente de humanidad entre quienes estamos en el mar y quienes esperan ayuda en Gaza”.

A pesar del conflicto, el Garrahan no descansa

A pesar del conflicto, el Garrahan no descansa

Mientras el personal espera el rechazo al veto presidencial de la ley que declara la emergencia pediátrica, en el hospital nadie descansa. Médicos que van y vienen, enfermeros que preparan a los chicos para las cirugías, niños que llegan de la Patagonia o el Litoral y padres que esperan noticias son protagonistas de una road movie infinita que comienza cada mañana.

La temperatura marca 12 grados, pero el sol permite pasar el día con una campera liviana y un buzo, sin sentir frío. En la parada del 188, un niño de unos cinco años, con barbijo blanco y el rostro aún dormido, camina con su mamá, ambos vestidos con ropa abrigada.

Suben al colectivo como tantos otros. Sus gestos, la mirada cansada y el barbijo parecen señalar un destino. A lo largo del recorrido se suman más familias: algunas con cochecitos, otras con mochilas. Muchos rostros transmiten nerviosismo y la urgencia de llegar al Hospital Garrahan, centro de salud pública y gratuita de alta complejidad especializado en la atención de niños, niñas y adolescentes.

A esa hora, el gigante edificio, que ocupa cuatro cuadras de largo por dos de ancho, respira al ritmo de quienes lo transitan cada día. Las autoridades aseguran que es una mañana tranquila, aunque antes de atravesar la entrada principal el movimiento es constante e intenso. Entran familias con niños de todas las edades, decenas cruzan la gran puerta en busca de un resultado, una noticia o un turno médico.

En la sala de espera, una madre de no más de 30 años corre de la mano de su hija de cinco para atravesar el control de seguridad. Mientras los oficiales revisan que nada extraño entre o salga de la institución, la mujer explica, agitada: “Estoy viajando desde las cinco de la mañana y llegamos a las nueve. ¡Dios mío, una hora tarde!” Sujeta con fuerza la mano de la niña y logra finalmente ingresar para asistir a ese turno tan esperado.

A pesar del momento de fractura que atraviesa el hospital público pediátrico por la guerra presupuestaria que le ha declarado el gobierno libertario, en los pasillos se percibe una energía motivadora. Doctores, enfermeros, personal de seguridad e higiene no se sienten solos: cada vez que se convoca un “abrazo al Garrahan”, las familias se suman al reclamo en defensa de los derechos, no solo de sus hijos, sino también del equipo de salud pediátrica. Con el tiempo, autoridades y trabajadores destacan que se fue construyendo un vínculo de amabilidad y empatía entre familias y hospital. Cada año, el Garrahan atiende a más de 600.000 pacientes y realiza alrededor de 10.000 cirugías, incluidas unas 100 de trasplantes pediátricos, lo que lo mantiene como un pilar fundamental de la salud infantil del país. Sin embargo, la sostenibilidad de su funcionamiento sigue en riesgo si no se atienden las demandas por las que esta comunidad de la salud se manifiesta cada semana.

Mundo Garrahan 

El Garrahan es un hospital grande, con techos altos, con ventanales que dejan entrar el sol en casi todos sus espacios. Parece muy fácil perderse, pero cada pasillo indica en qué lugar está situado el o la paciente, y cómo llegar a destino requerido. Al descender al subsuelo, pasando por la puerta de entrada que los trabajadores llaman “la entrada Pichincha”, se abre el pasillo de Dirección. Allí circulan las autoridades y los jefes rumbo a reuniones decisivas. Sin embargo, en ese mismo corredor aparece un médico que, lejos del protocolo solemne, avanza tarareando mientras se dirige al Hospital de Día Polivalente. Dice que va a buscar su guitarra. Cada persona en este centro cumple una función imprescindible, desde quienes toman decisiones estratégicas hasta quienes buscan suavizar con música la espera de los chicos y de las chicas.

En ese sector trabaja Diego Munilla, licenciado en Enfermería, especializado en pacientes crítico-pediátricos. “Es un lugar donde vienen niños con enfermedades complejas crónicas. Y hacen tratamientos o consultas multidisciplinarias. Entonces se internan desde las 8 de la mañana a las 5 de la tarde. Y lo ve todo el equipo interdisciplinario, desde médicos, kinesiólogos, enfermería”, explica.

Munilla aclara que cada área del hospital tiene roles y tareas completamente distintas. Mientras relata su labor se escuchan risas y aplausos de fondo. Un médico que pasa explica el alegre bullicio: “Parece que están despidiendo en la guardia a una chica de farmacia”. Este clima será el denominador común, se respira camaradería.

Diego Munilla, licenciado en Enfermería, especializado en pacientes crítico-pediátricos.

El enfermero continúa: “Hoy me toca preparar a una nena que entra a quirófano. Acá hacemos toda la preparación previa, después la ingresan para la cirugía”, mientras en el fondo un grupo de médicas se saca la última foto antes de la partida de su compañera. Munilla hace hincapié en lo fundamental que fue y es para su vida ser parte de esta institución. “Cuando empecé mi camino en la enfermería lo que menos me imaginaba era trabajar en pediatría y desde que llegué al hospital, hace 13 años, encontré mi lugar”, afirma con una sonrisa en su rostro. 

Munilla no deja de lado la difícil situación que está atravesando el hospital: “Hoy se necesita tener otros trabajos para poder seguir formando parte del Garrahan, antes muchos compañeros recurrían a hacer horas módulos, que se les llama acá a las horas extras dentro del hospital. Te deslizabas acá, pero lo hacías todo en un solo lugar.”. Ahora ese recurso casi no se encuentra disponible. Aun así su decisión es firme: “Decido quedarme porque pertenezco al mundo Garrahan, el mundo de las familias, la complejidad de las patologías, nosotros en enfermería vemos todo. Tengo un involucramiento no solo con los pacientes sino con los familiares. Si bien hay diferencias entre el personal, cada sector tiene sus particularidades y aun así nos encontramos unidos.” 

Uriel y Gisela 

Uriel espera en silencio el resultado de sus análisis. Está en su silla de ruedas, tiene el celular en la mano y lo revisa cada tanto, como si el paso de las horas dependiera de la pantalla. Vino desde Entre Ríos en una ambulancia del propio hospital. El recorrido interprovincial de más de 400 km lo dejó cansado, pero aun así sonríe tímidamente cuando alguien le pregunta cómo está.

A su lado, su mamá Gisela lo acompaña con una mezcla de orgullo y cansancio en la mirada. “Desde los siete años traigo a Uriel a atenderse, hoy tiene 19 y seguimos viniendo. Desde el día que llegamos hasta hoy nos sentimos a gusto con el trato del personal, hoy nos toca control”, cuenta, sin dejar de mirarlo.

Uriel nació con mielomeningocele e hidrocefalia. Hace ocho años recibió un trasplante renal, después de un año en diálisis, y desde entonces el Garrahan es parte de la rutina familiar. “Por la situación actual que está atravesando el hospital estuvimos tres meses sin control, pero los médicos siempre mantuvieron contacto con nosotros. Es más, yo pido turno directamente por WhatsApp”, dice Gisela, mientras aprieta sus manos. Aunque vengan solo “por control” se nota que está preocupada. 

La familia sigue en Entre Ríos, aunque cada visita al Garrahan los trae de vuelta a un espacio que sienten propio. El viaje agota a Uriel, pero él sostiene la sonrisa: si todo sale bien, en unas horas podrá volver a su casa.

Uriel

Valeria y Mickel

La herida de Mickel todavía sangra un poco, pero él sonríe: su operación salió bien. Tiene 13 años, es más alto que su mamá y la próxima semana deberá volver para el postoperatorio. Juntos se preparan para tomar un taxi rumbo al hotel donde se hospedan. Valeria lo mira con felicidad. Sabe que la cirugía lo acerca un paso más a mejorar su audición. Mientras cuenta el procedimiento, Mickel la escucha con atención. “El año pasado ya se hizo la primera operación y le sacaron parte del cartílago de la costilla; ahora le hicieron el doblez de la oreja. En octubre tenemos que volver para el implante”, explica.

El viaje desde Viedma, Río Negro, no es sencillo. Vienen en colectivo cada vez que hay controles o cirugías. A pesar del cansancio, Valeria asegura que la experiencia en el hospital compensa las dificultades. “La atención es de maravilla, tanto de los médicos como de los enfermeros. El hospital está pasando por una situación complicada en cuanto a planear cirugías y sacar turnos, pero la atención es genial”, dice.

Valeria y Mickel.

A pocos metros del vacunatorio, en la plaza del hospital, tres empleados de limpieza comparten un mate en el único momento de descanso que les permite la mañana. Piden no dar sus nombres y hablan en voz baja, mirando alrededor antes de contestar.

“Nosotros hacemos la limpieza. Ponele que me toca hacer el público, pero si no viene mi compañera de quirófano, tengo que cubrir ahí también”, cuenta uno. Otro agrega rápido: “Y no podés, porque no te corresponde. Pero igual te obligan. ¿Dónde está la higiene y seguridad ahí? No hay”. Las quejas se repiten: baños en mal estado, padres que no colaboran, tareas que se superponen. “El trabajo parece leve, pero es muy comprometido. Vos estás en lugares cerrados, con chicos oncológicos, y si te enfermas, tenés que venir. No podés faltar”, explican mientras se miran con cara afligida. Cuando se les pregunta por la situación actual, no dudan: “Horrible. Está todo horrible, se nota demasiado. Más que nada en el sueldo. Somos los más bajos de todo”, dice uno de ellos. Y enseguida aclara: “En el papel figura que ganamos bien, pero en la vida real cobramos pésimo”.

La posibilidad de reclamar parece inexistente. “Hablás y te rajan. Te nombran y te echan. Los delegados y el sindicato están con el hospital, no con nosotros”, asegura una de las trabajadoras. Ni siquiera cuentan con un espacio fijo para desayunar: “Si querés tomar algo, tenés que esperar a que te toque el descanso. Si te ven desayunando, enseguida te quieren trasladar o te suspenden. Y la suspensión nos mata porque perdemos el presentismo. Nos sacan un montón de plata”.

A pesar de todo, siguen en el Garrahan. “Yo hace once años que estoy”, dice uno. “Yo seis”, responde otro. “Y sí, ante que nada lo elegimos. Y aún como está todo, lo elegimos igual, tenemos la suerte de tener un trabajo”, concluyen antes de levantarse y volver a sus puestos.

A la salida del hospital, cuya parte exterior tiene asientos y árboles de jacarandá que tiñen de lila el piso cada noviembre, las noticias no siempre son las que se esperan. Pero casi todos los padres coinciden en algo: la atención y el cuidado recibido valen el esfuerzo de la espera. A lo lejos, una familia numerosa comparte sanguchitos sobre un banco de cemento. Abren una botella de gaseosa y la reparten en vasitos descartables mientras se escuchan risas y anécdotas que alivian la ansiedad. Ningún niño aparece en escena; seguramente esté ingresado en el Hospital Garrahan, mientras los mayores sostienen la guardia con paciencia y humor. En medio del caos, de las alegrías y la incertidumbre, ese pequeño momento se convierte en una imagen estática: un instante de normalidad en el corazón de un hospital que nunca descansa.

Vivita y bailando

Vivita y bailando

A tres años del intento fallido de magnicidio de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, la militancia se congregó frente al balcón del departamento donde cumple arresto domiciliario. A menos de una semana de las elecciones bonaerenses cantó y bailó al ritmo de «vamos a volver».

La esquina de San José y Humberto 1° está colmada de gente. Entre el tumulto una vecina de la expresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, sale a recibir un pedido. La escena es distópica, el repartidor esquiva la multitud, que ocupa toda la vereda, como puede. La vecina no quiere dar declaraciones, no le interesa lo que está pasando afuera, expresa que solo quiere volver a vivir en paz.

Desde que Cristina Kirchner cumple prisión domiciliaria en su casa, el barrio cambió, y la esquina de San José casi nunca está vacía, menos un 1º de septiembre, a tres años del intento de magnicidio ya que la militancia peronista tiene un esquema estricto de guardias para cuidar la integridad de su conductora. Esta vez la escena se asemeja a la de aquel jueves en el Barrio de Recoleta, cuando la exjefa de Estado se mezcló en la multitud y Fernando Sabag Montiel, el autor material del intento de asesinato, gatilló en su cabeza y la bala no salió.

“Con Cristina lo que vivenciamos es la impunidad. Primero, hace tres años, ese intento de femi-magnicidio; y ahora vemos en el juicio que es muy poco lo que se avanza en relación los autores y autoras intelectuales. Y todo culmina con esta situación de Cristina privada de libertad”, dice Mónica Macha, diputada nacional de Unión por la Patria y candidata a senadora por Fuerza Patria en las inmediaciones de la casa de Cristina Fernández: “Todo esto es el esfuerzo que ha hecho el establishment por sacarla de la cancha y que sucedió lo que ella anticipó: presa o muerta. Presa en este punto”.

A una semana de las elecciones y con la expresidenta proscripta, las conducciones del peronismo reunidas en Fuerza Patria buscan hacerle frente a Milei con las herramientas constitucionales que aún subsisten.Que la gente vaya a votar, creo que eso es una de las cuestiones principales, que ejerza su derecho, que no deje de participar. Es preocupante en nuestra democracia tan lesionada que porcentajes tan altos de la sociedad no voten, es lo primero para poder generar un Congreso más afín a los derechos y a los sectores populares”, señala Macha.

La diputada también reflexiona: “Como plantea el feminismo, hay que insistir y resistir; esa es la condición para poder crear otra política y recuperar derechos. Ahora también sale a la luz en relación a las coimas, que para Karina Milei los derechos también los destruyen desde un lugar de muchísima corrupción. Eso al gobierno lo lesiona porque vemos quiénes son. Pensándolo en la perspectiva de una elección tan próxima es importante que haya salido ahora y es importante que la gente lo pueda sopesar”.

Victor Montoya, responsable del frente de diversidades de La Cámpora Capital comenta cómo afectó a las disidencias la condena de la ex presidenta: “Cristina Fernández nos dio la apertura política para poder ser y existir como uno desea, el día del magnicidio nosotres justo estábamos en una reunión del PJ Diversidad y nos llegó la información de lo que había pasado. Primero todas estupefactas, pensamos que era una fake news. Recién mencionaba durante la caravana, Mariano Recalde -primer candidato a senador de Fuerza Patria por la ciudad de Buenos Aires – que es una calle histórica ahora la de San José, nosotres formábamos parte de las rondas de seguridad de la jefa en Uruguay y Juncal y sentíamos que habíamos fallado con la militancia de seguridad pero había otros factores más siniestros que no estábamos viendo en ese momento que era hacer un borrón y cuenta nueva de todas las políticas y derechos que Cristina nos había dado y en parte era el inicio de su proscripción”.

Carlos Villareal y Adrian Bazzetta, pertenecen al sindicato de ATE y están sosteniendo su bandera. El aniversario del intento de magnicidio y la impunidad de sus autores intelectuales ponede relieve el crítico escenario político argentino. “Hay un solo plan de lucha, lo comenzaron los jubilados el primer miércoles del 2024, al mes que asumió este tipo, después se fueron acoplando distintos gremios, pero uno no puede entender, si hay cincuenta mil despedidos, ¿por qué no hay cincuenta mil personas todos los miércoles? Si somos seis millones de jubilados ¿cómo no podemos dar vuelta una historia? ¿No tienen un amigo, un nieto o un vecino que vayan a votar porque están sufriendo? Espero que la gente tome consciencia de eso y cambie la historia”, desea Adrian.

 

Silvia Santa Cruz es de Ezeiza, recuerda cómo recibieron gases lacrimógenos de la fuerza policial en Recoleta, mientras apoyaban a la ex mandataria y como fue la misma militancia quién detuvo al atacante. “Sabemos que es Patricia Bullrich la cabeza del intento de asesinato a Cristina, como también lo es de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel, así es el poder, injusto, pero no tengo miedo, desde que Cristina puso su vida por nosotros, y Nestor también, dejé de tener miedo. Se jugaron su vida y su familia por la argentina ¿Por qué nosotros no vamos defenderla?”, señala. Es algo que se repite en los manifestantes, el coraje es la forma que adquiere la gratitud: “Soy Cristinista desde que la quisieron meter presa en 2016, estuve en Comodoro Py, todavía no era militante. Estuve en una marcha en el macrismo en la que también recibí gases lacrimógenos y andaba sola, entonces me uní a los chicos del Peronismo Militante y desde ese día milito”. Silvia cuenta que el domingo va a fiscalizar para cuidar los votos “Vamos a volver”, aseguró.

 

 

«Brasil es para los brasileños»

«Brasil es para los brasileños»

A pocos días de que se dicte la sentencia definitiva sobre el juicio a Jair Bolsonaro, Lula denuncia la injerencia de Estados Unidos, que aumentó los aranceles a los productos brasileños y le denegó la visa al ministro de Justicia, Ricardo Lewansoski. También hubo sanciones para el juez De Moraes, quien encarceló al exmandatario de la derecha.

Tras la orden de prisión domiciliaria al expresidente brasileño Jair Bolsonaro, acusado de tramar un golpe de Estado contra el presidente Luiz Inácio Lula Da Silva, Estados Unidos ha asediado a Brasil tanto por la vía comercial, subiendo los aranceles a varios productos brasileños, como por la vía política, con sanciones al juez Alexandre de Moraes quien ordenó el encarcelamiento del exmandatario de la derecha.

El último episodio de esta crisis diplomática ocurrió este martes, cuando el presidente brasileño denunció lo que calificó como una “actitud inaceptable” por parte de Donald Trump tras la revocación de la visa estadounidense de su ministro de Justicia, Ricardo Lewandowski. Esta medida se inscribe en una serie de intentos por parte del país norteamericano para influir en la política interna de Brasil y específicamente en el juicio activo contra Bolsonaro, en contra de todo lo que dicta la historia diplomática.

Para la abogada brasileña, Juliana Peixoto, investigadora en el Área de Relaciones Internacionales de la institución intergubernamental FLACSO/Argentina, el aumento de los aranceles a los productos brasileños es “un ataque a las reglas multilaterales, característica ya del gobierno de Trump”. Además, Peixoto se refirió a los comentarios del presidente norteamericano sobre el encarcelamiento de Jair Bolsonaro alegando que el exmandatario “no es culpable de nada” y es víctima de una “caza de brujas”. Para la investigadora estas expresiones constituyen un ataque a la soberanía brasileña y rompen el principio de no intervención en los asuntos internos de otros estados.

Conflicto de intereses

En cuanto a qué intereses responden estos constantes ataques de Trump hacía Brasil, el politólogo e investigador uruguayo, Camilo Burian destacó una “solidaridad ideológica” entre el presidente norteamericano y Bolsonaro. “Son dos grupos de derecha que, a pesar de que sus miradas son en algún sentido soberanistas, tienen lazos transnacionales de solidaridad”. En consonancia, Peixoto calificó al gobierno de Trump como orientado a “atacar de frente a gobiernos de América Latina que representen, real o simbólicamente, alguna amenaza a la hegemonía de los Estados Unidos en la región”.

Sumado a ello, Burian consideró que el conflicto de intereses entre Estados Unidos y Brasil es también producto de una disonancia entre la política exterior de Lula y la agenda de Trump, sobre todo la vinculación con China y el BRICS, que impactó directamente con intereses estadounidenses. Para el investigador, esto se puede ver, por ejemplo, en la instalación de la industria de los automóviles eléctricos, donde Brasil le dio la espalda a Tesla y le abrió las puertas a China. “Obviamente el Brasil de Bolsonaro resulta más funcional a los intereses de Trump en la región”, sentenció.

Tiro por la culata

Ante estas medidas de las últimas semanas, la justicia brasileña no se ha doblegado a los objetivos norteamericanos manteniendo la medida cautelar sobre Bolsonaro. Lula, por su parte, mantiene su postura de defender la soberanía brasileña abrazando un sentimiento nacionalista que excede su propio partido. Esto pudo ser visto especialmente este martes, en un encuentro donde el presidente brasileño y varios ministros usaron gorras con la frase “Brasil es para los brasileños» y envió un mensaje a Trump: “Estamos dispuestos a sentarnos en la misma mesa en igualdad de condiciones. No aceptamos ser tratados como subordinados. No lo permitiremos de nadie”.

“La postura de Brasil con respecto a la autodeterminación y otros principios estructurantes del orden internacional es en muchos aspectos similar a la postura histórica de Argentina –señaló Peixoto-. Representa un límite a la intervención de Estados Unidos en lo que considera su ‘patio trasero’. Es un llamado de atención al gobierno de Trump de que Sudamérica no es lo mismo que México o Centroamérica”.

Sumado a esto, Burian explicó: “Brasil tiene una tradición en política exterior muy larga, anterior al gobierno de Lula, que tiene que ver con la idea de autonomía”. El investigador también se refirió al compromiso actual del presidente brasileño por defender los intereses de su país. “Lo que está aflorando es una forma de entender la política exterior de manera autonomista”, remarcó.

Lo cierto es que Brasil no muestra intenciones de comprometer su soberanía ante la presión norteamericana. Así lo demuestran las medidas anunciadas por Lula hace algunas semanas bajo el plan de “Brasil soberano”, con el objetivo de contrarrestar el efecto de los aranceles estadounidenses poniendo a disposición miles de millones de reales en líneas de crédito que puedan ser utilizadas por las empresas brasileñas más afectadas.

De alguna manera, los intentos de Trump por desestabilizar al gobierno brasileño tuvieron el efecto contrario. Así lo muestra la última encuesta de la consultora Genial/Quaest que muestra que la aprobación hacía Lula subió del 43% al 46%, su mejor desempeño desde inicios de 2025. La misma encuesta revela un apoyo de la población al proceso judicial que enfrenta Bolsonaro: un 55% de encuestados cree que la orden de prisión domiciliaria fue justa.

La democracia en juego

El juicio a Bolsonaro se da en un contexto delicado del sistema político brasileño tras el intento de golpe de Estado en enero de 2023, que pretendía impedir la asunción del presidente Da Silva. “Parte de este juicio es la acusación, con pruebas muy firmes, de un proceso de horadar aspectos de la calidad democrática en Brasil, después del intento de golpe de Estado”,  explicó Burian.

Por lo tanto, no es una locura pensar que medidas como la revocación de la visa del ministro de Justica de Brasil y las sanciones al juez a cargo de la causa, Alexandre De Moraes, muestran un intento de influencia sobre el Poder Judicial brasileño por parte del gobierno de Trump en favor de un viejo aliado. No es un dato menor que de Moraes no es ajeno a la presión norteamericana, siendo el mismo juez que el año pasado ordenó la suspensión de la red social X por no adecuarse a las normativas del país.

Por el momento, los intentos de Trump por influir en el proceso judicial no parecen tener efecto. La medida cautelar que mantiene a Jair Bolsonaro en prisión domiciliaria continúa vigente y se sumó el pedido de la Fiscalía de un refuerzo especial de seguridad alrededor del ex mandatario para prevenir cualquier intento de fuga en días previos a que el tribunal dicte sentencia, algo que ocurrirá a partir del 2 de septiembre.

La mansión del horror

La mansión del horror

En la 29ª audiencia por la Megacausa Mansión Seré y RIBA declararon Norma Rovira, Graciela Fernández y Silvia Genovese, quienes detallaron sobre los secuestros y torturas llevados a cabo por la última dictadura cívico militar en ese centro clandestino de detención, tortura y exterminio.

“De un día para otro quedé sin nada, se llevaron lo más importante de mi vida. Con el tiempo logré armar una familia, pero el vacío prevalece y siempre me va a faltar algo. Sigo sin saber dónde están y sin recuperar sus restos. Tuve que rehacer mi vida a pesar de la duda que continúa”. La declaración pertenece a Norma Beatriz Rovira, que tenía 13 años cuando el 6 de abril de 1977 su padre Juan Luis Rovira y su madre Haydeé Bruno Ottaviani fueron secuestrados en Merlo. Durante la audiencia 29 de la Megacausa Mansión Seré IV y RIBA II de este martes también declararon otras dos testigos, Graciela Fernández y Silvia Isabel Genovese. Las tres, que ya habían testimoniado en tramos previos del juicio, se pronunciaron a distancia, comunicadas desde fuera del tribunal.

Ante la pregunta inicial de uno de los abogados defensores de si había sido víctima la de la última dictadura, Rovira respondió: “Víctima fui, porque estuve en el lugar y fui testigo de cómo se llevaron a mis padres”. Sobre aquella noche recuerda los golpes y cómo fue derribada la puerta de su casa. Ella y su hermano quedaron separados de sus padres, su madre gritaba desde la cocina y ellos estaban siendo custodiados en la habitación donde dormían. “Sentía que tenía que ver a mi papá así que pedí ir al baño. En el trayecto vi hombres armados –su papá le pidió que se tranquilice y ese fue el último recuerdo de él–, que antes de irse nos dijeron que no salgamos hasta el amanecer porque si no nos iban a voltear”.

Tras 23 años pudo conocer qué les sucedió a sus padres luego de que se los llevaran aquella madrugada. “Doné sangre por la posibilidad de buscar sus restos a través de mi ADN. La bioquímica reconoció mi apellido porque había compartido cautiverio con mi madre. En ese momento me llamaron desde Mansión Seré para ver si quería conocerla y al llegar al encuentro no tuve que siquiera presentarme porque ella me reconoció inmediatamente, dijo que era igual a mi madre”. Si bien la testigo no lo recordaba, el fiscal de la causa, Félix Crous, mencionó el nombre de la sobreviviente, Nora Etchenique, para ver si la testigo recordaba; Rovira dijo que “podría ser”.

Graciela Fernández, cuñada del sobreviviente de Mansión Seré Jorge Pociello, declaró acerca de las principales consecuencias físicas y psicológicas que éste debió afrontar: “A la familia nos cambió la vida a todos, y a él lo mató. No tuvo una buena vida luego de ser liberado y estoy segura que podría haber vivido muchos años más y de mejor manera. Si bien Jorge ya no está, vuelvo a declarar porque estas cosas no deben olvidarse”. Fernández asistió al momento de la reaparición de Pociello, tras cuatro meses de secuestro. “Yo quería declarar porque estaba en su casa el día que apareció. Cuando llegó se parecía a las imágenes de personas que sobrevivieron a campos de concentración: rapado a pedazos, sucio y muy delgado, vestido con un pantalón enorme atado con una soga y zapatos de distintos pares. Eso fue en marzo de 1978”, relató Fernández.

Pociello era militante de la Federación Juvenil Comunista (FJC) y secretario de la organización en el barrio de Once. En la madrugada del 20 de noviembre de 1977 un grupo de personas ingresó en su vivienda y lo encañonaron. “Tenían armas largas y revolvieron todo el departamento para después llevarse casi todo: documentación, fotos y hasta vajilla que después Jorge contó que reconoció dentro del centro clandestino. Con la vuelta de la democracia algunos vecinos nos contaron que habían visto el operativo en el cual cortaron dos calles y eran cinco camionetas con al menos 15 personas”, recordó la testigo.

Si bien en principio no contaba mucho a la familia, “Jorge nos dijo que aquello era el infierno. Luego de esa vivencia traumática comenzó a tartamudear y lo hizo de por vida”. Entre las secuelas, su cuñada destaca reiterados ACV, uno de los cuales provocó su muerte. “Durante una internación, el médico nos preguntó si jugaba al rugby por la cantidad de golpes que tenía en la cabeza”. El miedo y el asedio permaneció en la familia, ya que durante dos años Jorge recibía el llamado de un sujeto que se hacía llamar “Huguito”. Pociello nunca declaró lo que vivió, “durante los años 80 no lo hizo porque tenía mucho miedo”, explicó.

Fernández recordó que Pociello le contó que había estado detenido con Silvia Genovese y con Jorge Infantino, un antiguo compañero de militancia, “por el lado de quien venía la búsqueda y posiblemente el secuestro». Infantino le había confesado a Jorge que un torturador era vecino suyo y como lo había reconocido lo iban a matar. Aún continúa desaparecido. A Pociello, como a varios otros, “los soltaron días después de que prisioneros se fugaron del centro clandestino; a muchos otros los trasladaron”, finalizó Fernández.

Por primera vez, en este juicio se utilizó un recurso novedoso para la transmisión de una declaración. La sobreviviente Silvia Isabel Genovese declaró ante el tribunal pero al público solo se transmitió su voz sin exponer su imagen. Con 18 años, el 29 de noviembre de 1977 la sacó de su casa familiar en Lugano un grupo de hombres vestidos de civil. Llevaban armas largas y se enfrentaron a un tiroteo con vecinos policías de la zona. “Me subieron a un vehículo, me vendaron y manosearon. Hicimos un largo recorrido durante el que buscaron a más personas de las que escuché los gritos. Me llevaron a un lugar que no conocía ni identifique por mucho tiempo, una casa semiderruida. Pude ver una habitación llena de colchones en el piso, las ventanas tapiadas con madera”. Supo, luego del retorno democrático, dónde había pasado sus días secuestrada. “Se comenzó a hablar de los centros clandestinos y a partir de las descripciones que otros hacían de Mansión Seré, me di cuenta que había estado ahí. De afuera no la vi nunca, pero de adentro era tal cual la describían”, expresó Genovese.

Aquella noche a sus padres les dijeron que la llevaban para hacer averiguaciones. “El grupo de hombres se presentó con un compañero que yo conocía de la militancia barrial de la FJC en Once, Jorge Infantino, para que me reconociera”. Sobre los interrogatorios recuerda que “preguntaban por nombres de personas, direcciones y para realizarlo utilizaban distintos metodos de tortura como golpes, electricidad y quemaduras con cigarrillos, además de abuso psicológico. Quienes nos interrogaban no estaban todo el tiempo en la casa, pero sí había permanentemente una guardia”. Ante la pregunta de los abogados defensores respondió que “ninguno usaba uniforme; por el contrario, vestían de civil. Entre los guardias hablaban abiertamente de la Fuerza Aérea delante nuestro”. Durante el cautiverio recordó haber visto nuevamente a Infantino y también a Pociello, además de a Laura Abadi, con quien compartió habitación.

Una semana antes de liberarla comenzaron a controlarla porque estaba muy amoratada por los golpes. “Me dijeron que me iban a tener unos días más hasta que se me fueran las marcas. Cuando me liberaron me advirtieron que tuviera cuidado con lo que contaba porque eso era una guerra”. Durante un tiempo posterior fue amedrentada con llamadas anónimas a su casa.

Finalizadas las tres declaraciones relacionadas al excentro clandestino de detención, tortura y exterminio Mansión Seré y apodado “Atila” por “La Patota”, grupo represor que allí asesinaba y torturaba, quedó programada la siguiente audiencia para el martes 9 de septiembre de manera presencial en el TOF °5 de San Martín (Pueyrredón 3734).

Abanderados de la memoria

Abanderados de la memoria

Bajo el título «Pasar la posta en tiempos de olvido», el nieto restituido Manuel Gonçálves Granada y Lucía Velázquez, integrante de la agrupación Nietes, participaron de una entrevista pública realizada por ANCCOM en el marco de la Semana de la Memoria, organizada por la Facultad de Ciencias Sociales.

En el marco de la Semana de la Memoria, que se desarrolla del lunes 25 al viernes 29 de agosto organizada por la Facultad de Ciencias Sociales, el estudio de TV Gabriela David desbordó de estudiantes, directivos y curiosos que se acercaron desde los pasillos o atendieron a la convocatoria que circuló por redes sociales. Allí se presentó la actividad Pasar la posta en tiempos de olvido, una entrevista pública a Manuel Gonçalves Granada, uno de los nietos apropiados por la dictadura que pudo restituir su identidad y a Lucía Velázquez, del colectivo Nietes CABA-GBA. El periodista de ANCCOM Thiago Buglione fue el encargado de llevar adelante la conversación.

Recién cuando las luces se apagaron, Buglione presentó a los invitados: Lucía Velázquez, de 34 años, nieta de Roberto Elio “Tunguzú” Velázquez, detenido en Misiones y liberado entre el 80 y el 81 por la dictadura cívico-militar; sobrina de Pablo Velázquez, aún desaparecido y sobrina nieta de Marcial Velázquez, fusilado en su chacra tras haber sido detenido y liberado. Desde 2021 integra Nietes CABA-GBA, el Archivo Popular de la Memoria y La Banda del Pañuelo. A su lado estaba Manuel Gonçalves Granada, de 49 años, nieto restituido e integrante de la comisión directiva de Abuelas de Plaza de Mayo, responsable de la Casa por la Identidad en la ex ESMA y director ejecutivo de CONADI. Nacido en 1976, sobrevivió a la desaparición y asesinato de sus padres, fue apropiado y recuperó su identidad a los 19 años.

“Si bien pertenecen a generaciones diferentes, ambos tienen en común el hecho de haber accedido a su historia mediante el relato de sus familiares. ¿Cómo recuerdan el momento en que se enteraron de su historia?”, preguntó Buglione. Los entrevistados se miraron cómplices, como buscando decidir quién hablaría primero. Manuel tomó la posta: “Yo me enteré de prepo de mi identidad. Lo recuerdo como un día muy particular. Hasta ese momento yo suponía que me habían abandonado.”

Desde chico, Manuel sabía que era adoptado, pero no que había sido apropiado, ni mucho menos las circunstancias de su secuestro. El 19 de noviembre de 1976, en un operativo conocido como la “masacre de la calle Juan B. Justo”, fuerzas conjuntas asesinaron en San Nicolás a Omar Darío Amestoy y a María del Carmen Fettolini junto con sus dos hijos, de tres y cinco años, y a Ana María Granada, la madre de Manuel. Ella había alcanzado a esconderlo, con apenas cinco meses de vida, en un armario. Esa acción desesperada le salvó la vida. En febrero de 1977, un juzgado lo entregó en adopción al matrimonio Novoa, sin realizar averiguación alguna sobre su familia biológica.

“De hecho, yo tengo el DNI con el número 30 millones, cuando debería ser de 25 millones—confiesa Manuel—. Tengo como ocho años menos, supuestamente. Por suerte, cuando pongo 30 millones nadie me dice nada… aunque ahora, con las canas, estoy un poco preocupado”, bromeó, arrancando risas en el estudio.

El tono se volvió más íntimo cuando recordó el momento en el que recuperó su identidad: “Ese día fue una mezcla de emociones. Por un lado, maravilloso: pensar que mi abuela me había encontrado, que las Abuelas me buscaban mientras yo pensaba que no me querían. Pero al mismo tiempo estaba la tristeza de saber que mis viejos habían sido desaparecidos, que no iba a poder abrazarlos. Fue el día en que todo cambió. Nada fue igual para mí, todo, todo cambió.”

Lucía miró a Manuel con una sonrisa y continuó con su propia historia: “En mi caso, toda mi familia materna es de Misiones —empezó—. Desde antes de que yo naciera, mi mamá se había ido de la provincia y nunca volvió a vivir allí. El terror siguió operando durante muchísimos años en nuestra familia: no sólo en lo abstracto, sino en lo concreto, en la imposibilidad de hablar durante los años de impunidad, con las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. También en la dificultad de encontrarse con otros del mismo territorio para elaborar esa historia.”

Su madre, poco a poco, fue revelándole datos: primero a cuentagotas, luego con mayor claridad, a medida que ella insistía con preguntas. Hasta que un día le dijo la verdad: su abuelo había sido secuestrado y estuvo largo tiempo en cautiverio. Lucía decidió, entonces, irse a vivir un año a Misiones. Allí buscó amigos y compañeros de su abuelo para reconstruir la historia. Confirmó que él había testificado en los pocos juicios de lesa humanidad que hubo en la provincia y que no era el único: también tenía un tío desaparecido desde sus 17 años y un tío abuelo fusilado en su chacra luego de ser liberado del secuestro y la tortura. Todos habían formado parte del Movimiento Agrario de Misiones (MAM), organización campesina que luchaba por los derechos en la provincia. “Claramente es una historia que sigue abierta —continuó Lucía—. Por eso sentimos esta necesidad de que las nuevas generaciones nos organicemos para saber qué pasó, para conocer y para seguir luchando por la justicia.”

Buglione miró a sus entrevistados y se animó a repreguntar. “¿En qué momento sintieron que su historia personal se convirtió también en una causa colectiva y que les causa cuando comparten testimonios con personas con historias similares?”

 “Creo que mi historia se volvió colectiva porque la restitución de mi identidad fue el resultado de una lucha que no era solo mía —dijo—. Estaba marcada por un símbolo enorme, las Abuelas de Plaza de Mayo, y por un montón de personas que ayudaron en ese camino. También porque mis papás eran parte de esa historia colectiva: de esa juventud que gritó, que soñó y que dejó la vida en muchos casos”.

Hizo una pausa. Su tono se volvió más grave: “Yo sobreviví gracias a lo que hizo mi mamá antes de ser asesinada. De repente, esa historia era mía, pero también era demasiado grande. Me sentía muy pequeño, como si no hubiera hecho nada. Y entonces apareció la pregunta: ¿qué hago yo con esto? Soy el único sobreviviente de ese operativo… ¿cómo le devuelvo a las Abuelas lo que hicieron por mí?” Con los años, encontró la respuesta: contar.

“Con el tiempo entendí que la propia historia de las Abuelas nos puso a muchos en un lugar en el que era fundamental hablar. Por eso entrego todo lo que puedo en narrar lo que me pasó. Hablar se volvió un acto de rebeldía: en definitiva, yo nunca tendría que haber sabido quién era. Cuando cayeron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final yo estaba en el Congreso. Esa misma noche fui a ver a mi abuela y le dije: “Vamos a poder empezar a reclamar por papá y mamá”. Y ella me respondió: “Bueno, ahora te toca a vos”.

Lucía sonrió y miró al público antes de tomar la palabra. Dijo que, a diferencia de Manuel, su camino había sido exactamente el inverso: de lo colectivo a lo individual. Contó que su militancia nació casi por curiosidad, allá por 2016, cuando comenzó a acompañar de cerca a las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, en particular a Norita Cortiñas. “Fue transitando esas rondas que me di cuenta de que yo también estaba buscando”, dijo, con la voz entrecortada.

Ese descubrimiento la llevó, en 2021, hasta Misiones. Allí, una mujer le relató historias de compañeros: algunos de militancia, otros de cautiverio. Entre recuerdos y nombres compartidos en la celda, Lucía empezó a reconocer que también había algo suyo en todo eso. “Ahí pude tomarlo como algo personal”, explicó. Ese mismo año, casi por azar, se cruzó en las redes con NIETES. Y todo cambió.

“De repente me encontré en una mesa con veinte pibes: algunos de 14, otros de veintipico. Yo tenía 32 y me sentía una señora —recordó entre risas—. Pero al presentarnos, era la primera vez que muchos decíamos en voz alta: soy nieto de tal, soy primo de tal, soy sobrina de tal. Era la primera vez que poníamos en palabras esas historias frente a personas que, a diferencia de la generación de Manuel —dijo, mirándolo—, no habían tenido que atravesar tantos años de lucha contra la impunidad para poder acceder a esa memoria.” Lucía hizo un silencio breve y concluyó: “Para mí, Nietes fue el espacio en el que lo colectivo empezó a sentirse también como algo personal”.

Mientras las preguntas iban y venían y la charla seguía su cauce, Buglione se detuvo en un punto clave. Retomó un comentario de Lucía y lanzó una pregunta que causó que el público asintiera al unísono :  “Hoy hay una fuerte presencia del relato negacionista, que cuestiona la cantidad de desaparecidos, relativiza los crímenes cometidos por la dictadura y reivindica ciertos simbolismos de esa época. Es un discurso impulsado desde el Gobierno nacional, pero que también refleja una parte de la sociedad. ¿Creen que es algo pasajero? ¿Creen que pone en peligro la convivencia democrática?”

El primero en responder fue Manuel. Tomó aire y habló con calma, aunque sus palabras cargaban malestar. “Me enoja, me angustia, me duele… pero también me moviliza. Yo pensé que había cuestiones que no íbamos a tener que volver a discutir, que ya estaban saldadas. Y en parte lo están. Pero el negacionismo no es solo un fenómeno argentino: el mundo entero está en un momento en el que… no sé si hay palabras para describirlo…”

“¿Facho?”, interrumpió Lucía con una sonrisa cómplice.

Manuel asintió. “Sí, facho resume todas las demás. Pero también creo que las redes sociales sobredimensionan esos discursos. A veces nos convencemos de que todo eso volvió y se instaló en la sociedad, y yo mismo dudo si es tan así. Lo que sí sé es que cuando hablo en otros países se hace muy evidente la magnitud de lo que logramos acá. No hay otro lugar en el mundo que haya ido tan al fondo de sus heridas como la Argentina. Somos un ejemplo. Otros pueblos atravesaron tragedias igual de terribles, crímenes imposibles de creer, y sin embargo no pudieron avanzar como nosotros en memoria, verdad y justicia.”

La charla se extendió por historias de vida, militancia, experiencias propias y también los nuevos rostros del negacionismo. Para cerrar, Buglione lanzó la pregunta final: “¿Cómo se interpela a esos jóvenes que quizás tienen otros intereses o no se sienten atravesados por esa historia?”

Lucía, en principio titubeando, tomó la palabra: “Hoy hay un contexto muy anestesiante que te empuja a quedarte encerrado: con el celular, la compu, los dos o tres amigos que ya conocés. Pero la intuición sobre la injusticia está en todos. No aparece de la nada, viene de la realidad que habitamos, de vivirla permanentemente. Hay que prestarle atención a esas alertas del cuerpo, escucharlas, compartirlas. Ahí se abre otra experiencia: la de darse cuenta de que no es algo que siente uno solo. Hay que apuntar siempre a la curiosidad, querer saber más, no quedarse esperando respuestas ya hechas. Trabajar la voluntad y animarse a acercarse a otros espacios, hablar con gente, conocer experiencias de organización. No creer en la desvalorización que nos imponen: no tener trabajo o un lugar donde estudiar no te quita la dignidad. Cada uno vale, y por eso, vale la pena luchar”.

Manuel la acompañó en la reflexión con una sonrisa enorme: “Lo colectivo es parte innata para que las cosas salgan bien. No tenemos las mismas oportunidades y hay que trabajar para que todos tengan una vida digna. Ser joven y no desafiar al sistema es casi un insulto. Después llega el mundo adulto, que a veces te atrapa en la quietud. El desafío es que vos no seas el sistema, sino que encuentres dentro de él lo que creas que conviene cambiar. Y entender que algunas cosas no tienen que seguir así solo porque siempre fueron así: hay que romperlas, reconstruirlas, inventar otras nuevas”.

De golpe, su voz se volvió más firme: “Si la juventud no está dispuesta a intentarlo, terminamos presos de un sistema que tarde o temprano te inmoviliza. Hay cosas que se pueden cambiar, y cada uno es responsable de que suceda o no. El futuro es de las nuevas generaciones: no pierdan el tiempo. Inténtenlo ahora. Aunque salga mal, lo importante es no quedarse quieto. Lo peor no es equivocarse: lo peor es no hacer nada. La vida, al final, es eso: probar, rebelarse, intentar. Lo que realmente duele es llegar a una etapa en la que uno diga: no lo hice”.

 La sala de TV Gabriela David estalló en un aplauso colectivo con palabras de agradecimiento. Luego de casi dos horas de intercambio, en el lugar habían quedado resonando estas últimas palabras y la certeza de que aún queda mucho por hacer.