Por Natalia Rótolo
Fotografía: Azul Andrade, Rocío Prim

Vecinos, organizaciones sociales y partidos de izquierda reclamaron justicia por el triple lesbicidio ocurrido en Barracas.

La Avenida Montes de Oca se desplegaba luminosa con las marquesinas encendidas de las  filiales de multinacionales este lunes a las 18 horas. En la plaza Colombia, un grupo de mujeres hacía gimnasia aeróbica con música romántica, imperturbables por lo que sucedía unos metros más allá. Pero en el corazón de la plaza nacía un grito desgarrado: “Ahora, ahora/ resulta indispensable/ justicia para todes/ el Estado es responsable”.

«No es libertad, es odio. Fue triple lesbicidio», así convocaba la Asamblea de Barracas a la acción. Pamela Cobbas, Mercedes Roxana Figueroa, Sofía Castro Riglos y Andrea Amarente eran cuatro personas que conformaban dos parejas de lesbianas. Dormían juntas en un hotel transitorio de Barracas, haciéndole frente a las crueldades del invierno neoliberal, cuando su vecino, Justo Fernando Barrientos, les arrojó una bomba molotov y condenó a la muerte a tres de ellas cerca de la medianoche del domingo 5 de mayo.

Este lunes, el Monumento al Izamiento de la Bandera levantaba otros estandartes, colgados por Lesbianes Autoconvocades, organizaciones de izquierda y la Asamblea vecinal de Barracas. Esta última organización, que había discutido la Ley de Bases y el Protocolo Antipiquetes, declaraba con un megafón: “Estamos acá también para romper el cerco de los medios que también son cómplices de la llegada al gobierno de Milei”. El área de feminismo del Movimiento Al Socialismo (MAS) recalcó: “Hay que seguir construyendo lazos colectivos frente al odio”.

Las doscientas personas que rodeaban el monumento tenían los ojos vidriosos. Desde el fondo, alguien gritaba los nombres de las compañeras y los gritos de “presente” recorrían al grupo. La que sostenía el altavoz lo retomaba: “Ahora y siempre. Nunca más”. Jesi de Lesbianes Autoconvocades tomó la palabra: “Les prendieron fuego por lesbianas pobres haciendo comunidad; por no ser funcionales al cis-tema -dijo subrayando la primer parte de la palabra para enmarcar la denuncia en el atropello cotidiano a todo lo que desafía la norma identitaria-. Las  prendieron fuego con una bomba mientras dormían. Fue un crimen agravado por condiciones precarias de vida, la ausencia de políticas públicas de vivienda y discursos de odio del Estado. Esos discursos no son gratuitos: se llevan nuestras vidas”.

El aire se espesó. Cuando alguien llegaba, se hacía un abrazo de grupo, sin palabras. Un grupo de travestis saludó con alegría a Victoria Freire, legisladora de la Ciudad de Buenos Aires y militante del Frente Patria Grande. La funcionaria amplió la responsabilidad estatal: “Hay un gobierno nacional que desconoce que exista la violencia de género y promueve los discursos de odio a todo nivel. Es una trama que se expresa también en hechos de violencia como este que, efectivamente, no han salido a condenar. Marca una habilitación. La responsabilidad por parte del Gobierno también es estar poniendo en cuestión a la ESI y los derechos adquiridos y además fomentando la violencia como una forma de relacionarnos”.

En el improvisado escenario, una guitarrista tocó “una canción para la Pepa Gaitán” mientras la Asamblea barrial descolgaba las consignas del monumento. Las personas reunidas empiezan a dirigirse hacia una de las puertas de la plaza. “Vamos a cortar la calle y vamos a ir al hotel donde las prendieron fuego hace una semana. Por seguridad, compas, vayamos rápido”, lanzó nerviosa una morena con megáfono.

“¿Escuchaste a Adorni?”, preguntó alzando la ceja una lesbiana y pasándole un mate a su compañera. “Ay… qué pedazo de… – el sentido común rellenó el vacío-. Me genera violencia”, respondió ágil. Cuando al vocero presidencial se le preguntó por el caso en una conferencia de prensa no dijo la palabra “lesbianas” y lo catalogó como cualquier otro crimen violento.

Saliendo a la calle, un grupo de guardapolvos blancos y pecheras del gremio docente Ademys rodeaba el carro del bebé de una de ellas. Entre ellos, estaba Ailen Beraldo, la secretaria de Acción Social del sindicato: “Es muy importante visibilizar y repudiar lo que pasó porque no puede volver a ocurrir. Tenemos que dar gracias de que una de ellas pudo sobrevivir -haciendo referencia a Sofía, quien tiene el 75% del cuerpo quemado y todavía está hospitalizada-, pero realmente es horrible. Deberíamos ser más, repudiando esto. Lo vemos también en los casos de violencia de género, lo vemos con las mamás de nuestros alumnos que van a la escuela y te cuentan. El derecho a la educación sexual integral tiene más importancia que nunca porque se pone en cuestión algo tan importante como respetar a quienes piensan diferente o tienen otra orientación sexual, que es algo que vemos a diario con nuestros estudiantes”.

“En la plaza no parecíamos tanta gente. Ahora que marchamos somos un par de cuadras”, le susurró esperanzada a su pareja una treintañera. Casi trescientas personas llenaban una mano de la avenida por una cuadra y media. Bajo las banderas de ATE, Agustina Panissa caminaba con paso lento pero constante. “Estos asesinatos son una prueba más de la crueldad de este Estado con los discursos de odio de esta gestión que se plasman lamentablemente en el cuerpo. En este caso, en el de tres compañeras”, apuntó. “¡Esto/ no es/ libertad! ¡Esto/ es/ odio!”, gruñían al ritmo de sus pasos. Una de ellas, de canas y pelo corto, marcaba cada palabra con la mandíbula.

Cuando la cuadra y media de manifestantes llegó a Olavarría 1621, se amuchó. El olor a un sahumo originario copó la calle: palo santo para purificar, romero para cortar las malas intenciones y la violencia, azúcar para el porvenir de Sofía. Sin fondos y sin familia, tiene que poder conseguir un lugar donde sanar cuando salga del hospital. “Esto no se cubre en los medios porque es un barrio popular… sabés cómo estaría si hubiese pasado en un departamento de Palermo -critica Feli de la Asamblea feminista de la Villa 31-.  A muchas personas de la comunidad les pasa que se quedan sin familia por defender su identidad”.

Cuando la cuadra y media de manifestantes llegó a Olavarría 1621, se amuchó. El olor a un sahumo originario copó la calle: palo santo para purificar, romero para cortar las malas intenciones y la violencia, azúcar para el porvenir de Sofía. Sin fondos y sin familia, tiene que poder conseguir un lugar donde sanar cuando salga del hospital. “Esto no se cubre en los medios porque es un barrio popular… sabés cómo estaría si hubiese pasado en un departamento de Palermo -critica Feli de la Asamblea feminista de la Villa 31-.  A muchas personas de la comunidad les pasa que se quedan sin familia por defender su identidad”. Atrás, una mujer de treinta y seis años agitaba una bandera del orgullo. Esos mismos colores protegían su cuello en una bufanda de crochet que le había tejido su mamá.

“Cuando mi hija nos dijo que era lesbiana, su papá le dijo que ‘no quería marimachos en su casa’. Casi lo mato. Me ocupé de que pueda confiar en mí y ser su espacio seguro”, contaba Feli con ojos lagrimeantes y llenos de lucha. “Señor, señora/ no sea indiferente/ se mata a las lesbianas/ en la cara de la gente”, espetaba la muchedumbre frente al edificio viejo, de estilo clásico y lleno de humedad. “Están matando a las lesbianas -afirmó una de las organizadoras de la Asamblea y desde el público una travesti agregó ‘¡y a las trans!’. La oradora continuó: “Vamos a cantar con todo lo que eso significa. Esto no va a pasar nunca más”. 

Distintas corrientes de personas se acercaban con velas y encendedores a continuar el apañe en la puerta del hotel transitorio. Una persona no binaria trataba de conceptualizar para controlar el dolor: “Nos quieren deshumanizar para después matarnos sin culpa. Somos su chivo expiatorio”.

En la esquina, una lesbiana y una bisexual, amigas de toda la vida, lloraban desconsoladamente y se abrazaban. Al costado, un grupo de mujeres de cincuenta años debatía: “Mirá cómo estaban, hacinadas. Cuatro en una habitación. Hoy estuvo mejor la acción, que se cortó la calle porque visibiliza”. Con la mirada perdida, una de ellas concluía: “Es una caza de brujas”. Lo que queda es la resistencia, la resistencia amorosa y compañera. Y una lucha eternamente retomada, nunca olvidada. Tras una ronda de mate para combatir el frío que hiela, un grupo de amigas comienza el canto: “¿Dónde está Tehuel?/ Desaparecido/ El Estado es responsable/ Que aparezca vivo”.

“La cisnorma mata. Negarlo es complicado” rezaba una de las banderas que se colgaron de las ventanas del hotel. Los postigos de las ventanas estaban entornados, pero la luz blanca se escapaba hacia la calle. ¿Qué pensarían los vecinos de las asesinadas que tantas veces se cruzaron y que ya habían denunciado las amenazas del asesino? ¿Qué tan erizados tendrían los pelos tras escuchar el clamor doloroso de una comunidad duelando?

Nadie miraba hacia arriba. El dolor era terrestre. El peligro caminaba entre los presentes. Con furia, unas veinteañeras hacían pegatinas en los edificios cercanos. “Memoria marika x todxs nuestrxs muertxs ¡Ni olvido ni perdón!”, “ni casas sin gente ni gente sin casas” y una ilustración de rojo incendiario de dos coyas besándose comenzaban a pintar el barrio porteño.

Mientras tanto, en los bancos de Plaza Colombia, un runner de sesenta años se acercaba relajado a un banco para estirar. Un papel que grita en rojo lo detiene: “Que el miedo lo tengan ellos: Ningunx lgbtiq más asesinadx”. Bajo una foto de flores continuaba: “Venganza por las víctimas de la precarización económica/ por cada palabra de estigmatización y daño que alientan el fascismo y a su violencia”. En negritas e itálicas cerraba “En memoria de Pamela, Roxana y Andrea, lesbianas asesinadas en el conventillo y víctimas de la violencia mediática, política y sistemática – Barracas, Mayo 2024”.