El difícil camino del deportista paralímpico

El difícil camino del deportista paralímpico

¿Cómo llega una persona con discapacidad a representar al país en una competencia atlética? ¿Cuaánto les aporta el Estado? ¿Y los privados? Aquí dos experiencias responden los interrogantes.

En los Juegos Paralímpicos de París del año pasado, la delegación argentina coronó una de sus mejores participaciones al lograr superar lo cosechado en los juegos de Tokio 2020. Detrás de esta histórica intervención se encuentra la dedicación y el entrenamiento de alto rendimiento de paradeportistas que a pesar de su discapacidad le dedican varias horas de la semana a prepararse para dejar al país en lo más alto. Hablamos con la bochista adaptada Stefanía Ferrando y el para-atleta Brian Impellizzeri, abanderados en la ceremonia de clausura en la ciudad de las luces, para conocer sobre la preparación para competir en el alto rendimiento.

El deporte siempre estuvo presente en sus vidas. En el caso de Stefanía de 34 años, oriunda de Gualeguay, provincia de Entre Ríos, comenzó a nadar para su rehabilitación debido a su atrofia muscular espinal de nacimiento y buscando como alternativa un deporte que pudiera hacer durante todo el año se encontró con bochas adaptadas en el 2016. Al año siguiente ya estaba participando de su primer torneo nacional y en el 2018 ya representaba al país con la selección nacional de bochas adaptadas.

Mientras que Brian de 26 años, quien sufrió una hemiplejía del lado izquierdo al nacer, realizó diferentes deportes desde chico hasta que en  2017 conoció a su actual entrenador, Matías Arroyo -el mismo que entrena a la atleta Yanina Martínez medalla de oro en Tokio 2020- y se involucró con el atletismo destacándose en salto en largo. Ese mismo año se integró a la selección nacional de la disciplina y represento al país por primera vez en un torneo en Brasil.

Para competir en el alto rendimiento los atletas dedican varias horas de la semana a entrenar y lo combinan con otros ejercicios para prepararse de la mejor manera cuidando su salud. “Me levanto temprano, desayuno y a partir de la 1 de la tarde nos encontramos en la pista de atletismo para entrenar, dependiendo del día y la carga de trabajo, entre una y tres horas. Además, complementamos con trabajo de kinesiología preventiva, gimnasio todos los días y nutricionista”, cuenta Brian, que entrena en el Estadio Municipal de Rosario

Por su parte,  Stefanía, quien entrena en el Centro Bancario de Gualeguay, al lado de su casa, dice: “También tenemos el entrenamiento invisible, miramos rivales y los analizamos. Y tenemos la parte psicológica en la que hacemos terapia. Aparte de lo deportivo y lo laboral, voy a terapias, hago kinesiología dos veces por semanas, natación dos veces por semana y terapia ocupacional dos veces por semana”.

Además de destinar varias horas al entrenamiento se dedican a otras actividades. En el caso de Stefanía trabaja como community manager manejando cuentas sociales de empresas y emprendimientos. Mientras que Brian devuelve un poco de lo que le dieron junto a su entrenador. “Hoy tenemos una escuela de desarrollo de atletismo adaptado junto con mi entrenador, Martín Arroyo, en la ciudad y tenemos un grupito de chicos que vienen a entrenar tres veces a la semana”, explica.

Para su preparación, entrenamiento y participación en competencias de alto rendimiento los atletas de deportes adaptados y sus entrenadores reciben una ayuda económica de parte del ENARD ( Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) y la Subsecretaría de Deportes por medio de la asignación de una beca.

Los paradeportistas de alto rendimiento que acceden a una beca son aquellos quienes representan al país en las especialidades y pruebas del calendario Paralímpico y ParaPanamericano que hayan alcanzado o proyecten alcanzar un objetivo, según se detalla en el Sistema de Otorgamiento de Becas 2024 publicado por el ENARD. Asimismo, los paradeportistas que acepten la beca deben cumplir con ciertas obligaciones.
 Los objetivos son definidos entre las Federaciones Nacionales, a las cuales los deportistas deben estar afiliados, fichados o registrados como una de las condiciones para acceder a la ayuda económica, junto con el ente nacional. Según su logro reciente un deportista o grupo puede acceder a una de las dos becas conforme su nivel.

El valor de cada asignación varía según el tipo y el nivel de beca a la que acceda el paradeportista, siendo la beca Paralímpica de Excelencia la más alta con un valor de 689.907 pesos y la más baja la beca ParaPanamericano sudamericano con 275.963.

Asimismo, cuando los paradeportistas viajan a representar al país en competencias internacionales, como por ejemplo mundiales, parapanamericanos o paralímpicos, los gastos también son cubiertos en su totalidad por el ente nacional y la Subsecretaría de Deportes. Sin embargo, en los torneos nacionales hay costos que son cubiertos por los propios paradeportistas como también sucede con los viajes de concentración mensual que realizan algunas disciplinas.

En el caso de Stefanía y Brian perciben una Beca Excelencia Paralímpica por haber logrado medallas en los últimos Paralímpicos de París 2024. La bochista entrerriana, avanzó de una Beca de Excelencia Panamericana a una de Excelencia Paralímpica al haber conseguido la primera medalla de bronce junto a su compañero Rodrigo Romero en la categoría BC3 pareja mixta en bochas adaptadas. Mientras que el atleta rosarino sigue manteniendo su beca de Excelencia Paralímpica al lograr nuevamente el podio con su primera medalla dorada en salto en largo categoría T37.

La ayuda económica debería cubrir los gastos de los deportistas como los traslados locales y nacionales para entrenamiento y concentración, para renovar o mantener el equipo personal o la vestimenta que utilizan para entrenar o competir, alquilar instalaciones o servicios no contemplados por los organismos públicos e inversiones para la formación personal de los atletas, entre otros. Sin embargo, la realidad es que la beca no alcanza para cubrir la totalidad de los gastos. “Nos alcanza solo para comprar el material deportivo” cuenta Stefanía. 

En cuanto a la posibilidad de conseguir financiamiento del sector privado, a través de sponsor, que sirva de complemento a la beca es difícil. “Yo he pedido sponsors, pero la verdad, nunca tuve una respuesta favorable. Es difícil hasta para los olímpicos, siendo que  tienen más visibilización que nosotros”,  dice Stefanía. Sin embargo, Brian pudo conseguir un patrocinador. “En el último tramo se sumó Sonder una marca de ropa de Rosario, como sponsor, pero finalizamos el contrato ahora en diciembre”.

Campeón mundial de la solidaridad

Campeón mundial de la solidaridad

De chico, conoció lo que es pasar hambre. A los 27 años llegó a la cima del boxeo profesional al conquistar el título mundial de los medianos. Hoy, Jorge “Locomotora” Castro le sigue “dando pelea a la vida” distribuyendo alimentos a las personas que más lo necesitan. El año que viene quiere ser candidato.

Desde el comienzo de la pandemia, en 2020, el legendario exboxeador Jorge Fernando Castro (57), más conocido como “el Roña” o “Locomotora”, se propuso ayudar a los vecinos de su barrio con una olla popular, donde la gente pudiera ir a buscar su vianda de comida todos los días.

El proyecto solidario del excampeón mundial de los medianos empezó en la vereda de su gimnasio –que abrió hace ocho años–, ubicado en la calle Eva Perón 4730 de Temperley, zona sur del conurbano bonaerense, y fue creciendo desde entonces.

Actualmente, Locomotora Castro sigue con la entrega de mercadería y provee a 14 comedores de los alrededores de Lomas de Zamora a los que asisten cientos de personas.

No lo hace solo. Lo acompaña su equipo de colaboradores, todos muy cercanos: familiares y amigos, que lo apoyan desde el primer día, cuando, ante la falta de trabajo e ingresos provocada por el confinamiento de la pandemia, Locomotora se convirtió en la cara visible de la iniciativa. Él mismo cocina junto con su gente y se encarga de la entrega de mercadería.

“Esta gente que viene a buscar comida a mi gimnasio no debería estar pasando hambre, ni pelearse por un paquete de fideos –afirma el expúgil en diálogo con ANCCOM–. En la pandemia no podíamos salir, no había trabajo. Pero ahora, que ya salimos todos a trabajar, a la gente no le alcanza ni para comprarse un kilo de carne”.

“Como dice Milei, ‘no hay plata’, pero la gente la está pasando muy mal, no tiene para comer, tiene hambre, mucha necesidad, no les alcanza para vivir y es una realidad triste que vemos acá todos los días”, señala. 

El excampeón mundial cuenta entre sus principales proveedores al Mercado Central y fábricas, que donan mercaderías y verduras para que su proyecto solidario siga adelante y cientos de familias carentes de recursos –que no reciben ninguna ayuda del gobierno nacional– accedan a un plato de comida.

Las entregas de mercaderías se realizan tres veces por semana, con un número previo que se da los martes por la mañana, y se forman largas filas de personas en busca de ayuda.

Jorge “Locomotora” Castro, oriundo de Caleta Olivia, provincia de Santa Cruz, tuvo una infancia humilde y la oportunidad de conocer el mundo del boxeo. Así, a los 14 años, según relata, su vida cambió. Trece años después, en 1994, se transformó en campeón mundial mediano de la Asociación Mundial de Boxeo, en una recordada pelea frente al estadounidense Reggie Johnson, hasta allí dueño del título.

En su carrera profesional, de un total de 144 peleas, Locomotora acumuló 130 victorias, 90 por nocaut, 11 derrotas y 3 empates. “Para mí las derrotas significaron aprendizaje, superación, no solamente en el boxeo, sino también a lo largo de mi vida, y continúo dando pelea a la vida misma”, expresa.

Figura sobresaliente del deporte argentino en los años 90, cuenta de dónde le vino el apodo de “Roña”: “Desde chico era muy peleador, un peleador callejero que luego incursionó en el ámbito deportivo, primero para ganar plata, y que más tarde, con el tiempo, se desarrolló boxísticamente de manera profesional”.

Su vida antes del boxeo fue muy dura, y esto no lo olvida. “Dios me dio la posibilidad de poder ayudar a la gente. Lo voy a seguir haciendo mientras tenga vida. Me hace bien y es como devolver a la vida un poquito de lo que la vida me dio”.

El próximo año, anticipa, va a presentarse como candidato a concejal del peronismo en Lomas de Zamora.

Mientras Locomotora conversa con ANCCOM, Epifanio, un vecino que se acerca desde el principio a buscar mercadería, saluda y aprovecha la oportunidad para transmitir su bronca: “Es una vergüenza lamentable que la gente esté pasando hambre en un país tan rico como lo es Argentina. Me siento indignado y estafado”.

Quizá para demostrar que desde la política se puede mejorar la vida de la gente, hace unos años que Locomotora Castro trabaja en el Ministerio de Desarrollo de la Comunidad bonaerense, donde pone su toda experiencia deportiva al servicio del crecimiento del boxeo en la provincia.

El próximo año, anticipa, va a presentarse como candidato a concejal del peronismo en Lomas de Zamora, y desde ese lugar, dice, intentará seguir ayudando a más gente en situación de pobreza. Piensa continuar yendo a su gimnasio todas las semanas, donde los jóvenes que allí entrenan lo hacen por recreación, no de manera competitiva.

“Hoy no hay un referente del boxeo argentino”, opina Locomotora, y esto se debe también –dice– a la falta de apoyo del Gobierno. A través del deporte se puede sacar a los jóvenes de las adicciones, sostiene. No se considera ejemplo de nada. Su deseo simplemente es seguir ayudando a las personas. Es padre de 15 hijos, con distintas parejas, y todavía cree, como cuando era boxeador, que todo puede cambiar si uno se lo propone.

«El fútbol no necesita a las sociedades anónimas»

«El fútbol no necesita a las sociedades anónimas»

Ricardo Enrique Bochini, el máximo ídolo de Independiente y de Diego Maradona, repasa sus inicios, su trayectoria en la Selección y se mete en el debate por las SAD.

Richard para los amigos, el Bocha para la gente. Gambeta, pared, toque. En esta entrevista Ricardo Bochini, la joya más grande como le gustaba decir a Diego, habla de todo un poco: sus inicios en Independiente, los sacrificios para llegar a Primera, el Mundial ’86, su opinión de las SAD y su filosofía del fútbol.

¿Qué recuerdos guardas de esos primeros años jugando a la pelota en tu barrio Villa Angus, en Zárate?

Yo jugaba con mis hermanos y con los vecinos del barrio, todos los chicos jugábamos hasta tarde, hasta las ocho o nueve de la noche, en el potrero. A media cuadra de mi casa estaba el club Estrada, que ahí jugábamos en una cancha de piso de baldosa. Jugábamos entre nosotros, pero también había campeonatos de barrios. Era nuestra diversión, lo que más nos gustaba y lo que más hacíamos era jugar a la pelota por todos lados. Mis padres no decían nada cuando íbamos a jugar todo el día a la pelota porque sabían que estábamos haciendo algo lindo. Mi viejo no iba mucho a verme jugar, ni a mí ni a mis hermanos. Él trabajaba mucho y cuando podía descansaba en casa, así que prácticamente me habrá visto jugar una o dos veces acá en Buenos Aires. Después empecé a jugar con mis hermanos en las inferiores del club Belgrano, afiliado a la liga de Zárate. Ya a los diez u once años la gente me veía jugar y todos decían que jugaba muy bien. En todas las divisiones de Belgrano hacía goles, jugaba bien, ganábamos campeonatos y además yo debuté de muy chico en la Primera División del club. Con trece años ya jugaba con la gente grande de 25, 30 años.

A los quince años viajabas solo desde Zárate hasta la pensión de Independiente en Avellaneda, que estaba bajo la tribuna que hoy lleva tu nombre. ¿Cómo era la vida en la pensión junto a tus compañeros?

El viaje ida y vuelta a Zárate era larguísimo, como cinco horas para ir y otras cinco para volver. Era muy sacrificado, pero lo hacía porque me gustaba jugar al fútbol. Después del primer año de viajar así, les dije a los dirigentes que me quería quedar en Buenos Aires porque estando en la pensión iba a tener mejor entrenamiento y más posibilidades, si había un viaje con las divisiones inferiores podía ir. Así que el segundo año me quedé a vivir en la pensión. Me iba de mi casa por mucho tiempo, iba una vez por mes. Entonces uno extrañaba mucho, era una vida distinta la que yo hacía en Zárate a la que hacía en la pensión. Lo único bueno es que estaba con chicos muy buenos, compañeros que eran todos del interior y nos divertíamos con ellos, la pasábamos bien. No eran buenas las comodidades que teníamos, hacía mucho frío en invierno y mucho calor en verano. Además, no nos alimentábamos del todo bien porque el club no ponía mucho dinero en las divisiones inferiores. La comida era al mediodía y a la noche, y no era tanta. No teníamos nada ahí, era estar en la pensión, entrenar, comer, mirar a veces un poco de televisión, jugar a las cartas o hablar entre nosotros. Trabajé uno o dos años en una curtiembre de un dirigente de Independiente. Trabajaba desde las ocho hasta la una de la tarde, después volvía, comía y a la tarde entrenaba. Tenía que trabajar porque no nos pagaban nada, no teníamos un peso para la ropa ni nada, y mi viejo no tenía para ayudarme. A los 18 años debuté en Primera, el 25 de junio de 1972 en un partido contra River en el Monumental. Perdimos 1 a 0, entré faltando veinte minutos pero jugué bastante bien.

Con Daniel Bertoni forman un dúo que quedó en la historia del fútbol argentino, tiraban unas paredes increíbles y hacían lo que querían con la pelota. ¿Cómo se dio esa complicidad y esa química entre ustedes dos?

Nosotros empezamos juntos en el Juvenil de 1972, yo estaba en Independiente y él en Quilmes. El primer partido que jugamos fue en un amistoso en la cancha de River y anduvimos muy bien, nos entendimos. Cuando Independiente compró a Daniel empezamos a estar siempre juntos, me fui de la pensión y me quedé a vivir en su casa con su familia. Cada uno tenía sus características de  juego. Él era un delantero que jugaba tanto de wing izquierdo como wing derecho, en la Selección Juvenil jugaba por la derecha, y en Independiente por izquierda. Yo gambeteaba, le daba un pase en profundidad porque Bertoni era muy rápido y llegaba a la pelota. También él se tiraba atrás y hacíamos paredes, nos entendíamos bien de esa forma. Cuando estábamos en la casa de él, entrenábamos a la mañana en Independiente y a la tarde íbamos a una cancha de la cervecería de Quilmes y jugábamos, entrenábamos, tocábamos la pelota, hacíamos paredes. Estábamos mucho tiempo juntos con la pelota.

¿Cómo es sostener esa fuerza interior, esa pasión para seguir adelante a pesar de las dificultades y llegar a Primera?

Todos los grandes jugadores que están muchos años en un equipo y que son reconocidos por la gente, aparte de las condiciones, se tienen que cuidar un montón, vivir para el futbol y dejar muchas cosas lindas de lado para llegar a ese nivel. Ser reconocido, ser una figura y que la gente te quiera, es muy difícil. El que tiene condiciones y hace sacrificios, llega seguro. Lo que pasa es que muchos tienen condiciones, pero no hacen el sacrificio porque por ahí les gusta otra cosa, no cuidarse tanto y vos para rendir tenes que estar siempre bien. En la época nuestra era todavía mucho más difícil porque no había tanto cambio de jugadores como ahora, que hay recambio, todos los años cambian un equipo entero. Antes duraban cinco o seis años los mismos jugadores, entonces los jugadores que eran buenos, como estaban tapados, tenían que irse al Nacional B o a equipos del interior, les costaba triunfar acá. Hoy es más fácil, llegan a Primera pero tampoco son tan reconocidos por la gente como antes.

¿Cómo impacta en el fútbol argentino que tantos jugadores buenos se vayan a jugar al exterior tan rápido, siendo tan jóvenes?

No hay buen espectáculo, no hay buen juego, tanto en Argentina como en Sudamérica. Se ve en los partidos de la Copa Libertadores, que nada que ver con los partidos que había antes y los jugadores que había antes. Nosotros le pudimos ganar al Liverpool de Inglaterra, Boca le pudo ganar al Real Madrid, Vélez le pudo ganar al Milan. No aparecen jugadores de esa calidad y si hay un jugador que se destaque un poco lo venden enseguida. Hay una diferencia económica abismal en lo que gana hoy un jugador en un pase, antes te podían aguantar los jugadores porque ganábamos poco y nada. Nosotros para poder tener un auto o comprar un departamento teníamos que estar cuatro o cinco años ganando campeonatos locales, Copa Libertadores, Copa Intercontinental, todo para poder ahorrar y comprar algo. Hoy un jugador con un contrato masomenos, ya en un año hace todo eso sin ganar nada importante.

¿Cuál es tu opinión de las sociedades anónimas deportivas (SAD)?

El club es de los socios, pero los socios tienen que participar más y saber todo lo que está pasando. El fútbol para mi da ganancia si está bien administrado por los dirigentes, no necesita sociedades anónimas, no necesita que nadie venga a poner plata. Los clubes tienen que trabajar bien las divisiones inferiores, partir de ahí, y tener jugadores para armar un equipo, más los clubes grandes. Esos equipos tienen que estar ahí arriba, peleando campeonatos, no te digo ganar campeonatos todos los años pero pelearlos, estar bien. El club siempre tiene que ser el que se beneficie, no el empresario. Vos fíjate que Boca, River, Racing, Vélez son todos clubes que están bien y no tienen ningún gerenciamiento, no tienen gente que pone plata. La sacaron con los jugadores de divisiones inferiores, que van metiendo, y con los socios. Los clubes se hicieron grandes con los socios y son de los socios.

¿Cómo recordas el Mundial del ’86? La relación con Bilardo fue medio complicada al principio…

Pasaba una cosa que era muy rara porque yo no había sido citado en la primera convocatoria de Bilardo porque decía que era muy grande. Cuando asumió en el ’83, yo tenía 29 años. El citaba a Trossero  y Alonso que eran mayores que yo, Marangoni y Russo que tenían mi misma edad. Osea, no era el problema de la edad sino que él no quería citarme porque teníamos diferencias, la discusión de Independiente –  Estudiantes. Para mí Pastoriza podría haber estado en la Selección Argentina tranquilamente, pero Grondona eligió a Bilardo. Después no le quedó otra que citarme porque nosotros ganábamos Copa Libertadores, campeonato local, y toda la gente del periodismo me pedía. Cuando Argentina perdió un par de partidos amistosos, me empezaron a apurar y el mismo Grondona le dijo que me llevara. Grondona me dijo en el vestuario de Independiente que Bilardo me iba a citar, él fue el que me dio la novedad que iba a ir a la Selección. Después me citaron y estuve sin problemas hasta el Mundial. En la Selección Argentina uno puede tener diferencias con el técnico, pero está primero la Selección que el técnico. Empecé a jugar de titular en la Selección, hice buenos partidos, buenas giras. Yo no estaba seguro, dudada de que me fuera a llevar al Mundial y al final se decidió y me llevó. Era difícil jugar en esa Selección porque el equipo andaba muy bien y no había posibilidades de entrar, el equipo prácticamente no se movía. Diego siempre hablaba de que quería que yo entrara, que jugara un rato con él. Entré en la Semifinal contra Bélgica y fue el único partido que jugué en un Mundial.

¿Qué representa el fútbol en tu vida?

Yo creo que jugué al fútbol como jugaba en el potrero, como jugaba en Zárate, siempre jugué de la misma manera y a la gente le gustaba mucho ese fútbol, especialmente al hincha de Independiente, y también hinchas de otros equipos porque me iba aplaudido de otras canchas. El clásico 10 tiene que hacer ese juego, el que hacía yo. Gambetear para adelante, dar pases de gol, hacer paredes, pausas.

El golazo del Juje

El golazo del Juje

La Escuela de Fútbol Base El Pueblito atrae a chicos del barrio de Pompeya como un imán. Su magnetismo no solo se debe a la enseñanza de buenas prácticas deportivas. También ocupa un lugar preferencial en evitar consumos problemáticos, embarazos no deseados entre adolescentes, y peleas callejeras.

Juan Manuel «el Juje» Porcel administra la Escuela de Fútbol Base El Pueblito, ubicada en la villa homónima, a orillas del Riachuelo. Este lugar, construido por él a pulmón junto a los profes Quique Hernandez y Anahí Puca, se construyó para llenar un vacío de contención que a muchos pibes del barrio no les llega de ninguna otra forma. Realizan un esfuerzo constante para que los chicos se sumen, o no lo abandonen, porque saben que en la medida que se alejan de El Pueblito se acercan a vidas más problemáticas. “Todos son de Pompeya” recalca orgulloso el Juje, señalando el espacio que ocupan un par de docenas de niños y niñas, de edades y alturas dispares, jugando al fútbol bajo el sol de una mañana impecable de septiembre. Los sábados a primera hora sin falta, salvo cuando la lluvia cae demasiado, la escuela de fútbol hace de imán para los pibes, pero el magnetismo de la academia no está únicamente en enseñar a jugar a la pelota. 

La cancha se extiende en el medio de la plaza Obispo Enrique Angelelli, en la parte en donde el barrio de casas bajas se presenta en trío con el Riachuelo y unas soñolientas fábricas que vivieron días más prósperos. El lugar de entrenamiento original está en El Pueblito, una villa que ya cuenta varias décadas de existencia sobre el lado este del Puente Alsina. El Juje explica que a partir de la presencia de un grupo de personas que se juntaban a consumir drogas cerca del lugar, decidieron trasladar las prácticas a la plaza Angelelli, que está a unas cinco cuadras pasando la Avenida Sáenz. Además, por la falta de alguna malla o red de contención, con frecuencia las pelotas terminaban en el agua, y era peligroso para los chicos. 

El devenido entrenador llegó a Buenos Aires hace unos treinta años sin saber “si la pelota era  redonda o cuadrada”, pero entendiendo muy bien lo que significa el deporte para cualquier comunidad. “En esta zona, como en todos lados, tenemos problemas -señala-: el flagelo de la droga, embarazos prematuros, los celos entre parejitas…” Entonces, los profes -como les dicen- son para los chicos un oído infalible, también un consejo y una palmada en la espalda.

Lo que refiere al entrenamiento físico está a cargo de Quique Hernández, compañero de trabajo del Juje en una fábrica, y su compañero como entrenador en la escuela de fútbol. Hernández está orgulloso de haber jugado en la primera en Perú en sus tiempos mozos, y se percibe rápido que su preocupación es el esfuerzo desde lo técnico en los jóvenes futbolistas. El profe detecta, con solo ver un par de movimientos, quien “ya la está pisando”, o aquel que “brilla con luz propia”. Porque en El Pueblito, hay talento además de garra.

Thiago Aramayo arribó de Jujuy hace unos meses para probar suerte en Deportivo Riestra, un club de Primera División, en donde la competencia es mucho más exigente que en las liguillas de inferiores del Norte. Llegó a través del trabajo de scouting de un sistema de profes y preparadores, que recorre las provincias buscando talentos ocultos, complicados por la suerte de nacer lejos del centro del país. Thiago vive en la pensión de Riestra, pero quienes lo cuidan, acompañan y aconsejan son los técnicos de El Pueblito. Con el aval de sus padres, Juje y Quique hacen las veces de sus padrinos.

El esfuerzo de Juje, Quique y Anahí llegó hasta el punto de desarrollar una buena red de conexiones para darle posibilidades a los futbolistas. Santiago Flores, de 16 años, y sentido como propio en El Pueblito, fue a probarse al Inter de Porto Alegre, uno de los clubes más grandes de Brasil. Juje, explica, “tiene buen llegue” con la gente de la filial del club gaúcho en Buenos Aires, además de conocidos en otros clubes grandes porteños, que llegado el caso, pueden abrirle las puertas a pibes de la cantera pompeyana. “Después me invitaron a jugar en Atlanta, jugaba con la sub 20, yo con 15”, dice Santiago y agrega: “Ahora estuve con unos problemas en casa y paré de jugar, pero estoy con ganas de volver”.

Pero la parte excluyente para dar clases de fútbol en El Pueblito es estar en todo. Juje mismo reconoce que “hay que ser un poco mágico” para resolver situaciones u ocupar roles que, en ocasiones, nadie más lo hace.“Los momentos más difíciles para nosotros son el día del padre o de la madre. Algunos chiquitos acá no los tienen. Y las navidades son crueles, tema regalos, vemos que al vecino le regalaron una bicicleta nueva y otros padres ni siquiera se acuerdan”. Todas las fiestas, incluyendo cumpleaños, se festejan con regalos de por medio. El Juje conoce los nombres de sus chicos uno por uno, conoce a sus familias, está al tanto de sus historias y cada una de sus virtudes y defectos.

La nube de polvo, levantada por el correteo de los pies, hace un contraste mayor con su figura, que se adentra unos pasos en la cancha, y vuelve rápidamente para no interferir en el campo de juego. El perímetro no tiene líneas, pero él se encarga igual de poner los límites. “A nosotros no nos gusta que vengan pibes o pibas atrevidas, lo que hacemos entonces es puro físico, no jugar, y ahí los que quieren jugar en serio, sobre todo las chicas, se la bancan y se quedan”. Además, el Juje, cuando van a torneos o a visitar clubes grandes, actividad codiciada por sus futbolistas, requiere previa charla con los padres para asegurarse que no se estén llevando ninguna materia. En caso de que sí, no van.

Juje y Quique se acercan a la plaza Angelelli todas las mañanas de los sábados, aunque no hayan dormido la noche anterior. “Salimos a las 6 de la fábrica, y a las 8 ya estábamos acá”, resumen. La constancia de años, el llegar frenéticamente directo del laburo sin dormir, cantidades de tiempo, y también dinero, son inversiones cotidianas de los profes para mantener en funcionamiento la escuela. Más de una vez políticos y funcionarios “han venido a sacarse fotos con los chicos, a preguntarle qué talles usan, y así como aparecen se van y no vuelven más”. El trío de instructores realiza estas acciones desinteresadamente, sin pretender nada a cambio más que ver a los pibes crecer caminando derecho en un barrio de calles laberínticas, en el que un mal giro puede llevar por un camino de problemas.

“Mi mamá y mi abuelo son evangelistas, yo veía cómo trabajaban de manera solidaria en Jujuy”, recuerda -obviamente- el Juje. “Cuando era chico, íbamos a repartir algunas pequeñeces en comunidades indígenas, y era increíble cómo salían los chicos a recibirlas, cómo la respetaban”. Hoy, los chicos festejan cuando lo cruzan por Pompeya. “El otro día pasando por acá, viene y me abraza un grandote de barba, que lo miraba y no lo reconocía”, hasta que llegó fácil la imagen a su cabeza, cuando el chico, convertido en adulto, le explicó que se acordaba de él porque hace ya unos cuantos años, era el que en el barrio “regalaba los guardapolvos”.

 

De alguna manera, en el medio de la inestabilidad de la vida cotidiana, donde parece que todo cambia antes de poder aprehenderlo, el trabajo en El Pueblito se mantiene firme ante el tiempo, como una piedra que se resiste a ser erosionada por un río insistente y cruel. “Algunos chicos tienen un buen pasar, y otros por ahí la sufren” comenta el jujeño. Acaba de atajar una pelota que se iba a la calle, pateada con fuerza por alguno de sus pibes, y su respiración se entrecorta entre la conversación, los recuerdos y las reflexiones de años de trabajo que se amontonan para salir. Mientras da indicaciones asomándose a la cancha ante la multitud de pibes que corren atrás de la pelota, dice: “Yo también fui un chico que le faltaron cosas, poder estar para ellos es todo”.

Generalmente, al terminar el entrenamiento, la caminata de vuelta al barrio incluye la parada en una parrilla sobre la vereda para compartir unos choripanes, y la posterior compañía de los profes, asegurándose que chicos y chicas se acerquen a la zona de sus casas. En este mediodía fresco de septiembre sobre la Avenida Erezcano, algunos árboles alegran la calle con sus primeros brotes verdes después de un invierno helado, que igualmente, “no fue capaz de bajarnos un sábado”.

Plata y amor

Plata y amor

Hernán Urra fue una de las tres medallas de plata argentina de los últimos Juegos Paraolímpicos. Recién llegado de París, repasa la experiencia de su tercera participación en la maxima competencia internacional, en el que también decidió pedirle casamiento a su novia.

Hernán Urra volvió de los Juegos Paralímpicos con una medalla de plata, pero con dos alegrías bajo el brazo. El atleta oriundo de Cinco Saltos, provincia de Río Negro, además de batir el record panamericano en Lanzamiento de Bala F-35 y conseguir la presea en su categoría, recibió el sí de su novia Candela justo después de bajarse del podio.

En diálogo con ANCCOM, Hernán detalla su paso por París y lo que le depara el futuro, ya pensando en los juegos de Los Angeles 2028.

Urra comenzó a practicar atletismo a los doce años, motivado por Federico, un entrenador de su pueblo que lo vio jugar al fútbol en las canchas del barrio La Armonía. “En ese momento no era consciente de mi discapacidad. Siempre me sentí un chico más en el barrio”, afirma Hernán, que tiene parálisis cerebral, un trastorno que afecta a sus miembros inferiores y le dificulta el andar. “Fede me preguntó si me gustaba correr o nadar, y bueno a partir de ese momento comencé a entrenar con él y a participar de distintos eventos en Río Negro que me fueron abriendo puertas hasta llegar al CeNARD”.

Finalmente, se decantó por el lanzamiento de bala, y desde que lo practica de manera competitiva obtuvo una  medalla en Juegos Panamericanos (oro), dos en mundiales (plata y bronce) y tres en Juegos Paralímpicos (todas plata), incluyendo esta última en París 2024.

 

Es tu tercer Juego Paralímpico ¿Qué podés destacar de tu paso por París en comparación con los otros dos?

Río 2016 fue divertido. La gente era buena onda y me vine muy contento con los resultados. Ahí aprendí que estoy para dar mucho más. Tokio, por su parte, fue diferente, sin público  por la pandemia y plagado de normas. Todos los días nos hacíamos un hisopado, no nos podíamos enfermar ni salir de las habitaciones. Y en París competí con 30.000 personas en el estadio, una absurda cantidad de gente para mí. Me traje un lindo recuerdo, y además pudimos mejorar la marca, que son los objetivos principales. Mejorar la marca y subirnos al podio.

 

¿Cómo se vivió la estadía en Francia?

Fuimos unas semanas antes de la competencia a Taverny, un pueblo cerca de París. Estuvimos preparándonos con el equipo de atletismo, como metidos en una cápsula del tiempo. Taverny es una ciudad muy chica, y se ve que se conocen todos, Íbamos al supermercado y todos se nos quedaban mirando, algunos nos pedían autógrafos. Los franceses nos trataron como reyes, nada que ver con lo que se piensa acá. En cuanto a las instalaciones, eran de primer nivel. La pista tenía tres meses de haber sido restaurada, estaba como nueva y solo para nosotros. Eso es algo que te da muchas ganas de esforzarte más y competir.

 

¿Y qué recordás del día de la competición?

La verdad que en ese sentido estuve demasiado bien. Sabía que estaba para dar mucho más, yo creo que la medulla de oro se me escapa por mi ansiedad. Me veía el doble de fuerte que todos mis rivales, pero bueno, no se dio. Por suerte pudimos mejorar la marca y subirnos al podio. El tercer lanzamiento que hice fue de más de diecisiete metros, era para hacer récord olímpico pero me lo cobran nulo porque hice un pequeño roce en la tarima, cosa que no se puede. Tampoco me iba a poner a discutir.

 

Y luego de la entrega de medallas protagonizaste un momento romántico. ¿Lo tenías preparado?

El mismo día de la competencia estaba preparando mi camiseta, y se me cruzó la idea de pedirle casamiento a mi novia que iba a estar en las gradas. Nadie sabía, nadie se lo esperaba. Ni mi entrenador, que es el que está siempre conmigo. Y pensé, “Bueno, vamos a largarnos desde el último piso hasta la pileta. Si sale, sale. Si no, bueno, habrá otras oportunidades”. Y salió, obvio que salió. Le escribí en la parte de atrás de mi cartel y después de la premiación estaba muy emocionado, entonces la fui a buscar. Ella estaba en la segunda planta del estadio, y cuando la llamé haciéndole señas bajó corriendo, atropellando a mucha gente. Recuerdo a la seguridad del lugar yendo atrás de ella sin poder frenarla. Y bueno, ella me vino a abrazar, festejando el triunfo y le digo, “¿Y vos qué decís?” y me dice “¿De qué querés que te diga?” Y ahí le muestro el cartel, y ahí es donde explotamos los dos de alegría, y bueno, me dijo que sí. Los que nos rodeaban estaban más eufóricos que nosotros. Fue genial.

 

Y ahora ¿cómo sigue tu carrera?

La semana que viene empezamos a entrenar de a poco, el objetivo no es parar tanto, porque después cuesta volver. Así que ya empecé a moverme. Vamos a parar para las fiestas, y después apuntar a Los Ángeles directamente. Sé que vienen algunas giras mundiales, panamericanas, muchas cosas, pero bueno, yo siempre apunto al próximo juego olímpico directamente. Quizás es medio difícil, pero yo trato de pensar en lo más alto y prepararme para eso. Y para llegar, todavía somos muy jóvenes, voy a cumplir ahora veintiocho años, y mis rivales tienen alrededor de cuarenta años. Todavía estamos para seguir batallando. El sueño es jugar cuatro juegos más, o tres. Y después, bueno. Dejarle el lugar a otro. El trabajo que venimos haciendo día a día creo que va a dar frutos, el apoyo de la familia, de mis hijos, son los grandes pilares que tengo, y son los que me dan el aliento para seguir. También estamos luchando por la pista profesional en Cinco Saltos, porque la que tenemos es de tierra, y para entrenar como se debe tenemos que viajar hasta Neuquén todos los días, y eso es un desgaste extra que debemos hacer los atletas de acá.

El deporte de alta competencia siempre requirió el apoyo y el impulso del Estado, ¿cómo ves su actualidad en este contexto de ajuste y desmantelamiento de los organismos públicos?

No soy de meterme a opinar respecto a la política. Gracias a Dios, mi ciudad, mi provincia y mi país me han tratado bien siempre, nada de qué quejarme. Yo estoy donde estoy y mis logros son gracias a mí sacrificio, esfuerzo, dedicación y a las personas que siempre me apoyan.

El club alemán antifascista que tiene hinchada en Buenos Aires

El club alemán antifascista que tiene hinchada en Buenos Aires

El St. Pauli debutó en la Bundesliga y sus hinchas argentinos lo siguieron desde un bar de Caballito. Banderas LGTB y del Che Guevara se mezclaron con sus insignias marrones.

El reloj marcaba las 17:30 en la ciudad de Hamburgo, cuando en el Millerntor Stadion 30 mil personas alentaban al F. C. St. Pauli. Del otro lado del atlántico, a 11 mil kilómetros de Hamburgo, sesenta personas abarrotaron el bar “Dr. Birra” en el barrio porteño de Caballito, para ver en pantalla grande ese mismo partido. En la Argentina era pleno mediodía cuando se acomodaban en sus lugares decenas de personas vestidas con camisetas marrones y blancas, con el escudo del club St. Pauli presente en gorras, bufandas y vinchas.

“Siempre viene mucha gente pero hoy creo que estamos en nuestro récord de convocatoria”, afirma Jairo Schmidt, quien forma parte de la agrupación “Piratas del sur”, el fans club oficial del St Pauli en Argentina. El humilde club no pisaba la primera categoría Alemana desde el 2011: su nuevo ascenso es un acontecimiento que la peña de Buenos Aires no se podía perder. La Bundesliga es considerada como la quinta mejor liga del mundo, según Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol. Por lo tanto la llegada del club es todo un acontecimiento. Pero por qué, esté pequeño club alemán convoca a decenas de personas Caballito?

 

Mucho más que fútbol

St. Pauli es mucho más que fútbol. Tiene una historia que va a contramano de los deporte actual. El club lleva la política como bandera, acogiendo causas ignoradas por otras instituciones. Se posiciona contra la violencia, el racismo, la homofobia y el sexismo. Su defensa de las minorías lo ha vuelto atractivo para miles de aficionados de todo el mundo.

La historia cuenta que sus fundadores fueron trabajadores portuarios que le instauraron el color marrón típico de sus vestimentas de trabajo. Conserva un espiritu de lucha que los hizo enfrentarse al propio Adolf Hitler, cuando en el apogeo de la Alemania Nazi fue el único club que se negó a expulsar a sus socios judíos.

Todo este bagaje ya hacía del St Pauli un club especial. Sin embargo, la ruptura se dio en la década del ochenta, cuando el distrito en el que se asentaba era considerado una “zona roja”, de indigentes, okupas y prostitutas en la que comenzó a gestarse su actual identidad. El club abrió las puertas a todos los habitantes de la zona, quienes comenzaron a apoyar activamente al equipo. En esa década comenzó a jugar con el estadio lleno y no paró de crecer, adoptando causas que hoy son bandera. En el estadio flameó la colorida LGBT y la cinta del capitán tiene también esos mismos colores. Un histórico mural en el estadio muestra a dos hombres besándose, así como diferentes pancartas en las tribunas portan frases como «Bienvenidos refugiados», o “No hay fútbol para los fascistas”. St Pauli incluyó a miles de personas que estaban fuera del sistema ,lo cual sumado a su cercanía con el movimiento punk y la cultura rock lo han vuelto un club único en el mundo.

“Clubes de izquierda hay muy pocos, uno es el Celtic, aunque el más parecido es el Rayo Vallecano, pero siempre son fracciones de la hinchada, no es todo el club como acá”, expresa Mauricio, hincha del St Pauli desde hace 15 años, quien se refirió a las rivalidades que se ha ganado el club debido a su posicionamiento ideológico: “Por una cuestion de ideología el clásico es con el Hansa Rostock, un club de ultraderecha ubicado a 150 km.”. No obstante, la rivalidad más resonante es contra el equipo más laureado de la ciudad, el Hamburgo. “Es el gigante de la ciudad, aunque tan gigante no es por que sigue en la B”, desliza con sorna, mostrando el orgullo de que su St Pauli sea el único equipo de la región en primera.

 

Piratas del sur

“Siempre que podemos nos juntamos, los horarios de Bundesliga son más amigables para ver los partidos. En el ascenso era usualmente a las 8 o 9 de la mañana”, comenta Mauricio, y cuenta: “Lo conocimos con un amigo por los colores, los dos somos hinchas de Platense y buscábamos clubes con esos colores. Aunque tenemos que derribar ese mito de que los que simpatizamos por St Pauli somos todos de Platense, hay gente de todos los clubes. Lo importante es que los que vengan acompañen la movida y se saquen un poco el termo de la cabeza del barra brava argentino”.

“Hinchas de Platense buscando camisetas marrones y blancas, encuentras 3 o 4 equipos en el mundo y aparece el St Pauli que sorprende con su ideología política y ahí empieza a surgir todo”, explica Schmidt en relación a la importancia de los colores como una llave para dar a conocer al club. “Hay otros clubes marrones pero nosotros estamos acá por que no hay club en el mundo como este”, expresa Jairo en relación a las diferentes luchas del St Pauli, las cuales convocan a simpatizantes de todo el mundo: se calcula que existe cerca de veinte millones en todo el globo.

“Todo arrancó por redes, veíamos los partidos solos, cada uno en su casa, pero después vas hablando con uno con otro hasta que decis: ‘Che juntemonos’”, dice Schmidt que dice que, a pesar de la distancia, el amor por St Pauli es creciente y en parte se debe a su  particularidad en relación al panorama del fútbol global. “Es un oasis dentro del fútbol moderno. Te puede gustar o no, pero es distinto a todo lo que hay. Están todos invitados a ser parte y ver que hay otra manera de ver el fútbol. Yo como hincha de River en la cancha he cantado cosas horribles, hoy no me siento en ese lugar, hay otra forma de ser hincha”, dice convencido y agrega:  “El fútbol y la política van de la mano, está politizado y está bien que así sea, no podes ser del St Pauli y venir acá a decir ´son todos putos, los cogimos´”.

 

Símbolos de una pasión

La pared del bar Dr. Birra se convirtió en un lienzo en donde se proyectó el partido. La gran escala de imagen permite ver con detalle las colmadas tribunas del estadio en la cual flameaban banderas con el rostro del Che Guevara, mezcladas con otras vinculadas al universo LGBT que contrastan con las banderas negras con calaveras blancas que alzan como un símbolo. Esa especie de insignia con reminiscencia pirata estaba replicada en la vestimenta de todos los simpatizantes argentinos. La leyenda cuenta que simbolizan que en el fondo todos somos iguales, ya que los huesos son siempre del mismo color.

El pintoresquismo de las gradas se reflejaba en el colmado bar. Desde camisetas hasta banderas, sombreros, pines y stickers que se venden como merchandising. El evento es una exaltación de la identidad del St Pauli que incluso da lugar para la argentinización. Entre los adhesivos y pines se encontraban algunos con la cara de Diego Maradona, Nestor Kirchner y Charly García. La revolución alemana argentinizada.

El partido

Cuando el árbitro da el pitazo inicial las energías se concentran en la pantalla. Cada jugada es aplaudida. El local salió a buscar el partido y fue claramente superior al rival en el primer tiempo, generando ocasiones que no pudieron ser concretadas y que se vivieron en el bar porteño como en la propia cancha del St Pauli. Sobre el final del primer tiempo una escapada del capitán Jackson Irvine terminó con un centro que por milímetros no fue empujado por el delantero Jhon Guilavongui. Un sonoro “Uhh” retumbó en el recinto. Una ovación cerró ese primer tiempo que culminó con gusto a poco.

El segundo tramo parece una oportunidad para ponerse en ventaja y St Pauli fue aún más decidido a la ofensiva pero, de repente, todo se puso patas para arriba: tras una gran salvada del arquero rival llegó la contra y el gol de Heidenheim. En aquella jugada los visitantes quedaron tres contra tres y se despertó el abecedario futbolero como si estuviéramos en cualquier cancha argentina: “Lo tendría que haber bajado”, era el reclamo hacia uno de los defensores. Uno de los intercambios más llamativos se dio cuando un hincha se atrevió a gritar el gol del St. Pauli antes de tiempo: “Para que lo gritás, no se grita antes”. Argentinismo en estado puro.

Luego del gol St Pauli, siguió intentando aunque con menos lucidez y otra vez de una contra llegó el segundo del rival que se quedó con un triunfo inmerecido.

Acá no importa el resultado

A pesar de la derrota, finalizado el encuentro se realizaron sorteos teniendo como primer premio una pintura hecha durante el transcurso del partido, que mostraba al capitán Irvine besándose el escudo de la institución. El sorteo despertó la algarabía contenida tras la derrota generando la arenga al ritmo de “Oh, vamos St. Pauli”.

Ya en las inmediaciones del recinto, las conversaciones giraban sobre las dificultades de ser fanático a distancia: “Conseguir una camiseta es un quilombo. Te la tiene que traer de allá y te arrancan la cabeza”. Otro fanático agrega: “El año pasado me trajo una mi hermano, se la compró a un tipo que no sabía ni qué carajo era”, se escuchó. Uno de los simpatizantes apodado “El Oso” conversó con ANCCOM tras el partido: “En diciembre me voy a ver a mi hermano que vive en España y de ahí me voy especialmente a Hamburgo a ver un partido”

Más allá de la molestia por la derrota, para el St. Pauli no todo pasa en el rectángulo de juego. “Uno se hace del St Pauli por otras cosas”, afirma Hernán, hincha del equipo hace varios años. “A mí St Pauli me devolvió las ganas de ver fútbol. Para mí, todo era una porquería y gracias a esto volví a acercarme, volví a ver a mi equipo de toda la vida San Martin de Burzaco”.

“Antes del ascenso, el año pasado, jugamos un viernes, en horario laboral, contra el Hamburgo, el clásico. Si ganábamos ascendíamos, perdimos, pero después terminamos ascendiendo igual. Ese día se llenó el bar, pensábamos que no iba a venir nadie, faltaron todos al trabajo”, comenta El Oso risueño.

“El partido importa, te da bronca, pero vos ves lo que hace el club socialmente y te gustaría que lo haga tu club, yo soy de All Boys, pero acá tenés de todo, de Argentino de Quilmes, de Chicago, de Ferro, de todos lados”, explica El Oso sobre la pasión que despierta el conjunto germano.

Pese a la derrota quienes se acercaron a Caballito para presenciar el partido se retiraron con una sonrisa en la cara. “El resultado no es lo que importa. Si se gana mejor pero no es lo más importante”, afirma Schmidt en consonancia con la actitud del colectivo de hinchas. “El partido más esperado es contra el Bayern Munich. Si se da en un buen dia y horario esto va a reventar”, dice contento, porque más allá de los resultados, St Pauli deja en claro que el fútbol es mucho más que once atletas detrás de una pelota: es un sentimiento y una convicción que trasciende lo deportivo, haciendo que sin importar el resultado, siempre que juegue el St. Pauli, en su gente se dibuje una sonrisa,  tanto en Hamburgo como en Buenos Aires.