«Por primera vez cuento ante un juez lo que viví»

«Por primera vez cuento ante un juez lo que viví»

El sobreviviente Juan Olivero testificó durante la quinta jornada del juicio que investiga la Masacre del Pabellón Séptimo, ocurrida el 14 de marzo de 1978, en plena dictadura.

El pasado miércoles 6 se realizó una nueva audiencia del juicio oral por la Masacre del Pabellón Séptimo en los tribunales de Retiro. Durante la audiencia, testificó Juan Olivero, otro de los sobrevivientes de la masacre. 

En representación de la querella, Claudia Cesaroni comenzó a realizarle preguntas y. Olivero contó que estuvo preso durante el 1976 hasta 1982. Había sido trasladado al pabellón de Devoto meses antes de la masacre. Por entonces, tenía 20 años. 

Cesaroni le preguntó sobre lo ocurrido los días 13 y 14 de marzo en la unidad penitenciaria, a lo que el testigo explicó que todo inició con el conflicto de la televisión. Durante su relato, mencionó un intercambio de palabras que se dio entre un interno (a quien posteriormente identificó como Tolosa) y un guardiacárcel que le ordenó que apague el televisor. Olivero contó que el interno se terminó rehusando a la orden y que él se fue a dormir antes de que termine la película que estaban viendo todos. 

La abogada querellante le consultó al testigo si recordaba haber oído o visto algo particular durante la madrugada, luego de lo sucedido, pero él respondió que no. Sin embargo, durante la mañana de ese mismo día su compañero Hugo Barzola le comentó que horas después de lo ocurrido con la televisión había entrado parte del cuerpo penitenciario para hablar con Tolosa.

Olivero explicó que el recuento de reclusos se realizó a las 7 de la mañana, al igual que todos los días. Sin embargo, la particularidad de esa vez fue que luego del procedimiento se escuchó un silbato y vio entrar al cuerpo de requisa. “Tenía el doble de personal, aproximadamente serían 70 personas. Entraron gritando, puteando, denigrando y pegando con los palos,  algunos tenían cadenas”, relató el testigo. A lo que añadió haberse ido al fondo con las manos atrás y que al girar la cabeza vio cómo estaban golpeando a sus compañeros. 

“Veo que se empieza, como defensa, a correr las camas en círculo para parar la barbarie que estaban haciendo los milicos. Para que se vayan. Y se fueron”, comentó. Sin embargo, expresó que ahí ni siquiera “había empezado la masacre”, ya que después los penitenciarios volvieron al pabellón de un modo más agresivo, lanzando gases y disparando hacia los reclusos.

Olivero comentó que, buscando protegerse de los disparos y gases, vio muchos cadáveres de sus compañeros tirados en el piso. No obstante, anticipó no recordar el nombre de ninguno de ellos. Junto al resto de sus compañeros con vida, explicó que pusieron colchones sobre la reja, intentando tapar la visibilidad de las autoridades que buscaban agredirlos con ametralladoras o lanzagases. A pesar de ello, el testigo contó que continuaron disparando y vio cómo los colchones que colocaron para tapar comenzaron a prenderse fuego. A raíz del incendio, Olivero contó cómo rápidamente se fue oscureciendo el pabellón. 

“Con lo poco que veía, observo a un compañero que, al fondo a la derecha, se sube a tomar aire y de afuera del pabellón lo balean y cae”, recordó. Olivero recordó que en ese momento sus dificultades para respirar se habían agravado, por lo que se dirigió al fondo del pabellón donde había un poco de luz y trató de saltar hacia una ventana. Sin embargo, al tocarla se quemó las manos: “Las piernas también las tenía quemadas. Después de eso me caigo, me quedo en el piso, es impresionante el calor que tenía ahí”. Si bien el testigo no recuerda cuánto tiempo estuvo tirado, puntualizó que en ningún momento hubo asistencia de parte de los penitenciarios ni de los bomberos hasta ese momento, sino que “el fuego se apagó solo”.

Olivero explicó que en un momento escuchó una voz que ordenaba que “el que pudiera salir que se levante” así les “prestaban atención”. Luego de unos minutos, se levantó y vio cómo su cuerpo estaba todo negro. Al salir del pabellón, el testigo recordó ver el piso lleno de cadáveres, “adelante había cuerpos carbonizados” contó. 

Al salir al pasillo, le pusieron las manos atrás mientras lo hacían bajar tres pisos. Durante ese camino, expresó haber visto más cuerpos tirados de sus compañeros, de los cuales indicó que posiblemente eran cadáveres. Luego del recorrido, contó que lo empezaron a golpear. Posterior a ello, lo llevaron a la celda de castigo, donde no recuerda cuánto tiempo estuvo allí. 

Una vez que lo sacaron de esa celda, lo trasladaron al Hospital Alvear. “Tenía quemaduras en las manos y en las piernas, también infinidad de golpes” relató. Ante la pregunta de si durante su estadía en el hospital le habían tomado declaración, Olivero comentó haber realizado una pero que fue “escueta” y que se la hicieron en un momento en que estaba mal psicológicamente y de salud “apenas andaba”. 

El testigo rememoró las consecuencias que sufrió en los tratos al volver al pabellón de Devoto por ser un sobreviviente de la masacre : “Cuando venía la requisa y nos poníamos desnudos, pienso que algunos me conocían, o al verme las quemaduras de las manos y las piernas prácticamente me sacaban o me molían a palos”. Contó que muchas veces lo mandaban castigado. “No solo era maltrato sino también golpes. La requisa me tiraba a un calabozo y perdía la noción del tiempo allí” explicó Olivero. 

Al preguntarle sobre el momento en que consiguió su libertad, el testigo explicó que se puso a trabajar en una herrería en Santa Rosa durante el año 1982 y que a los cinco meses pidió la libertad condicional, que fue aceptada en abril de 1983. A partir de ahí, convivió un tiempo con su padre. 

Olivero explicó haber hablado con muy pocas personas lo que vivió en el pabellón. La primera a quien le contó fue su esposa y la segunda a Cesaroni, la abogada querellante. “Compramos con mi señora una Netbook y me puse a buscar “Pabellón Séptimo”, ponía “motines” y también apellidos que recordaba hasta ese momento pero no encontraba nada. Hasta que un día volví a buscar “Pabellón Séptimo” y ahí me apareció el libro de la doctora”. El testigo recuerda ver un teléfono para comunicarse con Cesaroni, a lo que posteriormente pactaron un encuentro y él le compartió su testimonio. 

Cesaroni le preguntó si en algún momento tuvo algún tipo de reparación o reconocimiento económico de parte del Estado, lo cual fue negado rotundamente por el testigo. Sin embargo, dijo que “ahora en este momento, lo que es un reconocimiento es estar sentado acá. Por primera vez puedo contar ante un juez lo que viví personalmente ese 14 de marzo de 1978”. 

Posteriormente la querella le exhibió unas imágenes de distintos sectores del pabellón con la finalidad de que el testigo pueda indicar qué reconoce. Entre las fotografías, Olivero identificó la entrada del pabellón, el área en donde se encuentra el guardiacárcel, las ventanas laterales y de frente y, por último, la televisión del pabellón, objeto que el testigo describió como “la protagonista de la masacre”. 

A continuación, el juez Toselli estableció un nuevo cuarto intermedio hasta la próxima audiencia que será realizada el día miércoles 13 de noviembre. 

Recuerdos grabados a fuego

Recuerdos grabados a fuego

El sobreviviente Germán Jascalevich declaró en la cuarta jornada del juicio que investiga la masacre del Pabellón Séptimo, investigado como un crimen de lesa humanidad de la última dictadura.

El pasado miércoles 30 se llevó a cabo la cuarta audiencia del juicio que investiga la Masacre del Pabellón Séptimo, la mayor matanza carcelaria de la historia. El sobreviviente Germán Jascalevich testificó sobre lo que vivió aquel 14 de marzo de 1978 en la cárcel de Devoto. 

El testigo comenzó a contar sobre cómo y dónde vivía durante el año 1978. Explicó que tenía un pequeño taller de bolsas tejidas a mano y que era artesano. En ese período vivía con Claudia Carrara y su hijo, Javier Canosa. Contó que durante ese tiempo habían recibido a Giancarlos Gianvarela en su casa, quien venía de Italia.

Ante la pregunta de si recordaba haber sido detenido durante ese año, Jascalevich respondió que sí, debido a que allanaron la valija de Gianvarela quien poseía pastillas de ácido lisérgico: “Intervino el Departamento de Toxicomanía, que era una parte de la Policía Federal”. En ese procedimiento, detuvieron a Gianvarela, a Luis Canosa (padre de Javier) y a Jascalevich.

Luego del interrogatorio en donde Gianvarela había confesado que las drogas eran de él, todos los acusados fueron trasladados al Pabellón Séptimo del penal de Villa Devoto. “Me acuerdo que llegamos al pabellón aproximadamente 15 días antes de la masacre” explicó Jascalevich. Según el testigo, eran entre 170 y 180 personas, una mitad dormía en camas y la otra en colchones tirados en el piso. Ahí le tocó a él por ser nuevo.

“El preso más viejo era un uruguayo. Me acuerdo de las caras, no tanto de los apellidos, pero creo que se llamaba Cardozo”, expresó ante la consulta de cómo se organizaba el “rancho” que él integraba. Si bien los ranchos eran todos independientes, señaló que había uno que era el encargado de prender y apagar el televisor y de poner el programa que eligía la mayoría, a quien identificó como “Pato” Tolosa. 

La noche anterior al incendio, Jascalevich estaba viendo una película y el guardiacárcel ordenó que se apague el televisor. Ante ello, el testigo aclaró que el horario en que se apagaba el televisor de acuerdo al reglamento era “una hora marcada tipo 8 de la noche” pero que ese día se les había pedido que lo apaguen media hora antes. El responsable de esta orden fue identificado por Jascalevich como a quien le decían “Kung Fu” (mencionándolo posteriormente como el imputado Zerda) debido a que practicaba un arte marcial y solía sacar a reclusos para “boxearlos”. 

El testigo contó que Tolosa se rehusó a apagar el televisor, y que en todo caso lo podía hacer “Kung Fu”. “Esa arbitrariedad fue la que ocasionó la masacre”, sostuvo Jascalevich, ya que después de ese incidente llegó un trabajador con una carta de Zerda, diciéndole que lo iba a sacar esa noche y que le iba a pegar. “La carta estaba escrita por el celador Zerda hacia Tolosa porque no había querido apagar el televisor. En realidad hay dos interruptores, él podría haberlo apagado desde su lugar, pero él quería que lo apagara Tolosa” aclaró el testigo.

A la madrugada, entró un cuerpo “muy pequeño” de 4 o 5 personas y fueron directamente al rancho de Tolosa. Jascalevich citó lo que había dicho Tolosa: “No voy a salir porque ustedes me van a matar”. Frente a la situación, muchas personas comenzaron a ponerse de pie como un acto de resistencia, a lo que el cuerpo penitenciario se terminó yendo. 

Granadas con chispas

Al día siguiente, Jascalevich contó que ingresó un grupo de requisa muy grande. “Entraron con cadenas forradas en cuero, las que se usan para cerrar las puertas de los pabellones, e ingresaron con unos palos muy largos que se usan para golpear las rejas para ver si hay alguna cortada”. El testigo explicó que entraron directamente golpeando a la gente, a lo que, de manera masiva, decidieron poner las camas para obstruir el medio del corredor del pabellón.

“Nosotros pusimos camas para bloquear las camas para que no volvieran a entrar, las pusimos para tapar la puerta y nos quedamos esperando para ver qué iba a pasar”, relató el testigo. Después, vio cómo llegaban a la pasarela un grupo de penitenciarios lanzando granadas lacrimógenas que también soltaba chispas. “A un compañero le tiraron una granada de gas en el pecho y lo mataron. Quedó humeando la granada de gas”, expresó Jascalevich. 

El testigo agregó que durante el incidente observó cómo llegaban Galíndez, otro de los imputados, y Zerda con una ametralladora y una pistola y reconoció que las armas que ambos tenían asesinaron a sus dos compañeros de causa. Jascalevich agregó que él se salvó por cubrirse con una pared y que aún así recibió un disparo en el pie.

Jascalevich recordó que “se empezó a juntar una parva de cadáveres en la mitad del pabellón. Caía muchísima sangre, el piso parecía una gelatina”. A pesar de haber puesto los colchones para bloquear la visibilidad de sus disparos, estos no cesaban. Además, indicó que antes de que iniciara el fuego ya había una alta cantidad de muertos tirados en el suelo por heridas de bala. “Yo creo que una de las granadas lacrimógenas impactó en una cama y el calor hizo que se prendiera fuego uno de los colchones”, declaró. Como estaban todos amontonados, los colchones se empezaron a prender fuego de forma masiva. 

Dada la cantidad de fuego y ante la dificultad de respiración, Jascalevich se trepó a una de las ventanas del pabellón junto a otro compañero, a quien identificó como “Guampa”. Sin embargo, desde el patio que estaba debajo notó que comenzaron a disparar hacia ellos, viendo secuencialmente cómo su compañero recibía un balazo en la frente y caía inmediatamente al suelo. 

Durante el incendio, no hubo intenciones de parte de las autoridades de cesar el fuego, incluso el testigo agregó que al lado de la pasarela había un hidrante de donde podían sacar agua: “Nosotros les gritábamos que nos tiren agua, pero lo que escuchábamos era que nos decían “mueranse como ratas”, una cosa realmente horrible”. 

Debido a la intensidad del calor, contó cómo debió refugiarse debajo de la parva cadáveres, hasta que en un momento se paró y fue a sacar las camas que estaban obstruyendo la puerta: “Tomé una frazada para sacarlas con ellas. Había un compañero que estaba tan asustado que las sacaba con las manos y se las quemó todas”. 

Tras el incendio, los golpes

En esas condiciones, Jascalevich manifestó que los hicieron salir del corredor hacia el pabellón de castigo. “Ahí estaban todos con palos y cadenas, nos llevaban con las manos en la espalda y nos iban pegando en la cabeza. Yo me caí al piso dos o tres veces y me luxaron las costillas” relató. En ese momento, el testigo contó haber escuchado que los guardias estaban buscando a dos personas, a Tolosa y a otro recluso de quien no recuerda el nombre. “Los sacaron y los mataron a palazos. No estaban muy quemados, estaban bien, pero les rompieron la cabeza” relató. 

Una vez que lo sacaron del calabozo, el doctor Spitelli lo buscó, le dio una jarra de agua y una inyección de morfina. Debido a las graves lesiones lo trasladaron al Instituto del Quemado, donde estuvo inconsciente y tres días en coma. 

Estuvo internado 30 días conectado a varias sondas. Su cirujano le explicó que debía estar 30 días más para continuar con su recuperación. Sin embargo, después del primer mes, Jascalevich fue trasladado al Hospital Penitenciario de Villa Devoto, donde cuenta que sufrió distintos descuidos, como hacerlo caminar cuando apenas podía o hacerlo pasar frío.

Tras el alta médica lo llevaron al pabellón noveno donde el “cabo” Chonta le contó que Galíndez había sacado las balas de los cuerpos con un cuchillo. Dicha orden fue dada colectivamente al resto de los penitenciarios, a lo que los más jóvenes se negaron. Sin embargo, el oficial contó que Galíndez les dio una especie de “vacaciones” y los amenazó con sancionarlos si llegaban a decir algo.

Jascalevich, que terminó de cumplir su condena en la Unidad 9 de La Plata, expresó que le quedaron consecuencias psicológicas. Mencionó pesadillas sobre persecuciones y distintos traumas que lo llevaron a irse a vivir a Brasil. “Me pone muy triste a mí la Argentina, me trae recuerdos muy tristes y voy esporádicamente”. Físicamente, tuvo quemaduras de primer y segundo grado, además de que el humo le dejó una secuela pulmonar por la que debió realizar un tratamiento en Suiza. Además, añadió que hasta hace tres días sus hijas no sabían la verdad de sus quemaduras, ya que él les había contado que había sufrido un accidente automovilístico. “No las quería marcar desde tan pequeñas”, expresó.

Finalizadas las preguntas de parte de la Fiscalía, la querellante abogada Claudia Cesaroni solicitó que se expongan una serie de imágenes para que el testigo pueda reconocer el lugar de los hechos de la forma más explícita posible. Identificó la ventana donde se trepó junto a su compañero y otros sectores del pabellón, con un poco más de dificultad debido a que ciertas paredes habían sido pintadas luego del incendio.

Luego, el juez Toselli estableció un cuarto intermedio hasta el próximo miércoles, donde declarará el testigo Roberto Montiel.

La audiencia se realizó vía Zoom debido al paro de transportes y fue transmitida por el canal de Youtube de La Retaguardia.

Aunque no la veamos, Norita siempre está

Aunque no la veamos, Norita siempre está

El CeDInCI inauguró la muestra «Norita Cortiñas a través de su archivo», basada en la documentación personal de la Madre de Plaza de Mayo recientemente fallecida. El legado de una vida de lucha.

Este jueves ese inauguró en el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI) la muestra “Norita Cortiñas a través de su archivo”, basada en la documentación personal de la madre de Plaza de Mayo recientemente fallecida. Producida por Eugenia Sik, con montaje de Emiliano Álvarez y Rodolfo Marqués, la exposición ofrece un recorrido a través de fotos, cartas, documentos, recortes de prensa, camisetas, entre otros documentos que invitan, una vez más, a ejercitar la memoria.

¿Cuál es la frontera entre la Nora Cortiñas madre militante y su vida íntima? ¿Cuándo asistía a un evento en modo madre de Plaza de Mayo y cuándo iba de forma autónoma? A estas preguntas se enfrentaron quienes reconstruyeron su archivo intentando comprender y mostrar su figura en todas sus dimensiones.

“No queríamos hacer solo una muestra sobre Norita, sino también sobre el archivo, entendiendo que es muy importante difundir el valor de las documentaciones personales que muchas veces no son solamente personales”, sostiene Eugenia Sik en diálogo con ANCCOM. El ordenamiento de su archivo comenzó con conversaciones con la misma Norita, quien le otorgaba gran importancia a su legado: “Valorar estos archivos es una apuesta por la apertura de otros. Fue una de las demandas de Norita y muchos otros militantes: que se abran los archivos del período de la última dictadura militar para saber qué ocurrió con los militantes desaparecidos”.

Al abrir la muestra, desde el CeDInCI recuerdan el acto inaugural de su propio espacio: Norita estaba ahí, como siempre. “¿Cómo se nombraría a Norita en las luchas de hoy?”, se pregunta Ana María Careaga, sobreviviente de la dictadura y una de las panelistas que da comienzo a la exhibición. Ella misma responde: “Sería estudiante, jubilada, trabajadora. Si bien ya tenemos acceso a muchos de sus registros, acceder a este archivo inédito es una forma de ponerla en diálogo con nuestro presente histórico de manera novedosa».

Tratándose de un archivo inmenso, las curadoras decidieron abordar cuatro recorridos para su selección. Uno de ellos se centra en la tensión entre lo personal y lo político, destacando su intimidad, por ejemplo, como trabajadora del sector de costura.

“Queríamos mostrar a Norita de vacaciones, porque también queremos ver esa Norita que todos conocemos y admiramos por la vitalidad y humor que irradiaba”, cuenta Sik. Este recorrido refleja su vida cotidiana y la irrupción del terrorismo de Estado que desapareció a su hijo. “También mostramos algunos afiches en contra de las madres. Hay uno muy intimidatorio y que resuena mucho en la actualidad, que pone hasta la dirección de la casa y entre otras cosas, la acusa de mala madre. Esas cosas que hoy en día, también se han transformado en algo muy común”, alerta Sik. Otro eje de la muestra se centra en el papel de las madres. Y el último explora cómo Norita fue construyendo su agenda autónoma, su relación con los feminismos, con los movimientos de trabajadores campesinos, las luchas socioambientales, otros colectivos de familiares en otras partes del mundo.

Este año se terminó la etapa de ordenamiento del archivo; estaba previsto que estuviera Norita en la exhibición. “Ahora la muestra adquiere otro sentido: honrarla y también en este contexto de crueldad se pone en agenda tantas causas por las que Norita luchó”, sostiene Sik.

La exhibición estará disponible de lunes a viernes, de 10:00 a 19:00 hasta febrero de 2025. Se encuentra en la sala de exhibiciones Clément Moreau del CeDinCI, ubicado en Rodriguez Peña 356.

 

“Mientras pasamos lo malo hagamos lo bueno”

“Mientras pasamos lo malo hagamos lo bueno”

Abuelas de Plaza de Mayo cumplió 47 años de lucha y lo conmemoró en el teatro Argentino de La Plata, con una multitud que se reunió a celebrar su lucha. Asistieron el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kiciloff y la ex presidenta Cristina Fernandez de Kirchner en medio de las tensiones de la interna peronista. Estela Carlotto les dio una lección de unidad.

“Abuelas es identidad, 47 años de lucha” fue la consigna del acto aniversario de Abuelas de Plaza de Mayo realizado ayer en la ciudad de La Plata. La cita fue a las 20 en el Teatro Argentino y entre los invitados sobresalieron las presencias del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof y de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner en medio de la gran tensión que se desató entre ellos por la interna partidaria. En todos estos años, las Abuelas llevan resueltos 137 casos y son reconocidas a nivel mundial como referentes de Derechos Humanos por su trabajo y su activa militancia para recuperar a nietos y nietas, víctimas de los crímenes de Lesa Humanidad durante la última dictadura militar en Argentina. Uno de los nietos que restituyó su identidad, Manuel Gonçalves Granada, en diálogo con ANCCOM expresó: “En un momento tan difícil de nuestro país, en el que se ponen en discusión las conquistas que han marcado e iluminado a estas mujeres para que tengamos la democracia más larga de nuestra historia, este homenaje es una hermosa síntesis de todo ese amor que han construido”.

El Teatro Argentino estaba desbordado y los organizadores hacían malabares para ubicar a la mayor cantidad posible de personas que se había acercado al acto. Afuera había largas filas, adentro una multitud esperaba el comienzo del homenaje. Minutos más tarde ingresaron a la sala Ginastera las Abuelas que dieron el presente: Estela de Carlotto, Buscarita Roa y de Madres de Plaza de Mayo línea fundadora, Taty Almeida, todas acompañadas por la figuras estelares de Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof, lo que hizo saltar de las butacas a los presentes al grito de “Cristina presidenta”. Otro sector respondió “unidad de los trabajadores y al que no le gusta, se jode, se jode”. Después de los saludos y las fotos, las homenajeadas y los dirigentes se ubicaron en la primera fila para disfrutar del espectáculo.
El acto comenzó a las 20:20 cuando Leonardo Fosatti y Manuel Gonçalves Granada, dos nietos restituidos por Abuelas, irrumpieron sobre el escenario con la tarea de dirigir la ceremonia aniversario. Entre presentaciones, agradecimientos, humoradas y saludos presentaron al primer artista y Santiago Motorizado salió a escena escudado con su guitarra para interpretar un par de canciones de su banda, El Mató a un Policía Motorizado. En el medio pidió acompañamiento del público porque estaba “bastante nervioso” y la gente se sumó para entonar uno de sus éxitos, El tesoro, “paso todo el tiempo pensando en vos”, dice la estrofa y desde el público una vez más se escuchó: “Cristina”, mostrando apoyo y amor a la expresidenta. Después de sus canciones el oriundo de la ciudad de las diagonales fue ovacionado por el público y desde Abuelas le otorgaron un pañuelo blanco, su máxima distinción.

Luego de la actuación, los conductores hicieron mención a la difícil situación que atraviesan desde la organización por las políticas de ajuste del gobierno y hubo tiempo para homenajear a las integrantes de Abuelas que han fallecido recientemente, Petrona Peralda, Rosa Peralta, Luisa Barahona y Ledda Barreiro quienes aún no encontraron a sus nietos. También fueron recordadas Norita Cortinas y Lita Boitano. Además, hubo lugar para personas que tuvieron una participación activa a través de distintas formas como el actor, Daniel Fanego, recientemente fallecido y uno de los fundadores del colectivo teatro por la identidad. El ciclo también estuvo representado en las tablas con el monólogo Emme actuado por María Carámbula, que sorprendió e hizo reír a los presentes. Luego, como pasaría con cada artista participante, recibió su pañuelo blanco.

A continuación, siguió un repaso por los logros conseguidos en estos tiempos difíciles para la institución, con un video que mostró el trabajo de Abuelas como organización, no solo por la lucha que ha permitido salvaguardar el derecho a la identidad y restituir 137 nietos y nietas; sino también de aquellas personas que no fueron víctimas de la dictadura, pero aun así sufrieron el desarraigo familiar. Una vez más el público participó activo al canto de: “La patria no se vende, la patria no se vende”. Terminado este repaso, llegó el turno del tango de la mano de Daniel Godfried en piano y Lidia Borda en la voz, los artistas musicalizaron con dos canciones y también fueron condecorados.

Antes de continuar con el homenaje, hubo tiempo para ovacionar a Víctor Penchaszadeh, científico que, junto con las Abuelas y un grupo de investigadores, hizo posible el índice de abuelidad, que permite identificar a los nietos comparando su ADN con el de las Abuelas, a pesar de la ausencia de una generación intermedia. El científico, presente entre el público, recibió los aplausos de pie mientras saludaba en todas las direcciones con ambas manos. “Las Abuelas fueron quienes consolidaron en el mundo el Derecho a la Identidad”, explicó desde el escenario Leonardo Fossati, luego profundizó: “En 1989 lograron incorporaron los Artículos 7, 8 y 11 a la Convención Internacional sobre los derechos del niño que hablan específicamente del derecho a la identidad; impulsaron a la ciencia a descubrir el índice de abuelidad; modificaron la legislación nacional para proteger este derecho e influyeron para que el Estado construyera herramientas para ampliarlo y defenderlo”.

Finalizado el repaso de los logros de Abuelas, llegó el momento de la música urbana de la mano de la rapera Shitstem acompañada por Fermín Irigoyen en guitarra. La intérprete realizó una actuación movilizante con sus letras cargadas de sentimiento de lucha y resistencia que conmovieron al público. “Cuando todo parece oscuro tenemos que hacer memoria y pensar que harían las Abuelas”, dijo la joven y el público estalló en aplausos. Luego del reconocimiento por su participación, fue el turno de la cumbia de la mano del maestro Popi Spatocco y la Delio Valdez, que en versión reducida hicieron magia con sus ritmos tropicales e incentivaron a aplaudir a las Abuelas, a Cristina y a Axel que se preparaban para el cierre. Una vez terminada su actuación, todos los artistas que participaron del acto, salvo Santiago Motorizado que tenía que estar presente en la celebración del cumpleaños de Charly García en Capital, se subieron nuevamente en el escenario para interpretar la canción de Gustavo Cerati, Puente, mientras lucían orgullosamente sus pañuelos blancos. “Cruza el amor / Yo cruzaré los dedos / Y gracias por venir/ Gracias por venir / Adorable puente/ Se ha creado entre los dos”, cantaron.

Después de la música y el saludo de los artistas, la presidenta y vicepresidenta de Abuelas, Buscarita Roa y Estela de Carlotto subieron al escenario y esta última tomó la palabra para hablar de la organización y como vienen pasando el recambio generacional. “Nosotras somos dos Abuelas que presidimos la institución en los momentos que podemos lógicamente, pero no estamos solas, nos acompañan los jóvenes que hoy han estado acá y que forman parte de nuestra Comisión Directiva donde una vez por semana nos reunimos, conversamos, dialogamos, inventamos cosas, sufrimos juntos y peleamos juntos”, lo que dejó en claro que la organización está preparada para seguir en la búsqueda. También señaló al gobierno nacional: “El gobierno de turno no quería que hagamos este acto, pero gracias a ustedes, al Gobernador y a la organización del teatro lo pudimos hacer, por eso para nosotras no importa quien esté hoy en el gobierno porque esto de hoy demuestra que el pueblo está unido, juntos y en lucha”, luego la dirigente cerró: “Lo malo también pasa, entonces mientras pasamos lo malo hagamos lo bueno que es aunque tengamos diferencias políticas ¡Somos argentinos!”, un claro mensaje para Cristina y Axel que se encuentran distanciados en la interna peronista.

Luego de sus palabras todos los participantes de Abuelas, nietos, representantes, y por supuesto, Cristina y Axel fueron invitados por Estela a subir al escenario para una foto final. Allí pese a que ambos dirigentes estaban reticentes a tomar la palabra el impulso popular pudo más y Cristina tomó la palabra para decir: “Al país también se lo levanta con alegría y también con la memoria, los que quieren que nos olvidemos de lo que pasó o de lo que hicimos es porque nos quieren joder el presente y robarnos el futuro y no lo vamos a permitir”. El cierre del acto estuvo a cargo de Axel Kicillof, que resaltó la celebración realizada en el Teatro Argentino, que fue recuperado, en sus palabras: “de la desidia de la derecha”, por último, tuvo palabras de agradecimiento hacia Estela, y en su nombre a las Madres, a los H.I.J.O.S y a los nietos y cerró con la consigna: “Memoria, Verdad y Justicia” y “Son 30.000”. Entonces todo el público concluyó al grito de: “30.000 compañeros detenidos, desaparecidos, presentes, ahora y siempre.
Minutos después de las 22, terminó el homenaje y los asistentes emprendieron la retirada mientras algunos se acercaban a saludar, a sacarse fotos y compartir un momento. Otros se fueron rápido del recinto, pero siguieron con las muestras de cariño en el Hall del teatro, allí, los allegados a Abuelas, dirigentes sociales, políticos y sindicales, en otras palabras, compañeros de lucha, se fundían en abrazos, muestras de afecto y alegría, porque como dijeron Estela y los nietos encargados de llevar a cabo la ceremonia: “La celebración es con alegría”.

«Me salvaron los cuerpos de mis compañeros que cayeron muertos arriba mío»

«Me salvaron los cuerpos de mis compañeros que cayeron muertos arriba mío»

El sobreviviente Hugo Cardozo testificó en el juicio que investiga la masacre del Pabellón Séptimo en plena dictadura militar.

El pasado miércoles 23 se llevó a cabo una nueva audiencia del juicio oral por la Masacre del Pabellón Séptimo del 14 de marzo de 1978. En ella se iniciaron las declaraciones testimoniales y habló el sobreviviente Hugo Ricardo Cardozo.

En los tribunales federales de Retiro se reanudaron las audiencias. El presidente del Tribunal Oral Federal 5, Nicolás Toselli, hizo mención de todas las partes de la defensa, la fiscalía y la querella. También el juez identificó la presencia de un solo imputado vía Zoom, Juan Carlos Ruiz, mientras que los imputados Horacio Martín Galíndez y Gregorio Zerda estuvieron ausentes.

En representación de la querella, Claudia Cesaroni, luego de darle la bienvenida y agradecerle por su presencia, comenzó a realizarle preguntas al testigo y querellante Cardozo.

Cardozo comentó que cuando ingresó al penal de Devoto había sido transferido de la Unidad Penitenciaria 1 de Lisandro Olmos, y que para el momento de la masacre él tendría unos 19 años. También comentó con quiénes “rancheaba” y qué tipo de actividades hacía.

Cuando se le pidió que cuente cómo vivió la noche del 13 y el 14 de marzo, el testigo inició por el incidente de la televisión encendida, ya que según él, eso fue el punto de provocación de la masacre. “Estaba en la mesa del medio, tomando mate”, dijo Cardozo. Y agregó un detalle que le había llamado la atención de ese día: el guardia “gordito” de siempre no estaba sino uno que entre su grupo lo llamaban “Kung Fu” o “El Karateka” debido a sus habilidades ya manifestadas con algunos de ellos durante sus castigos. De hecho, Cardozo mencionó que durante su paso por el penal lo castigaron dos veces y una de ellas el responsable fue “Kung Fu”, quien lo golpeó muy fuerte. Más adelante, se le consultó a Cardozo si podía identificar con nombre y apellido a esta persona, a lo que dijo que era Gregorio Zerda, uno de los imputados.

Luego de su aclaración, mencionó que “Kung Fu” gritó que apaguen el televisor para poder leer la lista de los que tenían que ir a declarar a cada juzgado. “Normalmente cuando pasaba eso, el guardia pedía que se baje el volumen pero en este caso fue distinto. “Kung Fu” insistió que el televisor se apagara, cosa que me pareció raro. A lo que el Pato Tolosa, otro de los reclusos, le dice que se deje de joder y se rehusó”, relató el testigo. A raíz de eso se desencadenó una discusión, pero él se levantó y se fue a dormir.

Horas después, a la madrugada ya del 14 de marzo un par de personas uniformadas empezaron a insistir con que saliera “el Pato”, a lo que él se rehusó. Cardozo contaba que esto de “aparecerse” horas más tarde lo solían hacer cuando querían castigar a alguien, a lo que dice haber escuchado de parte de uno de los uniformados “¿No salís? Mañana van a ver”. Cardozo contó que si bien le quedó resonando esa frase, en ningún momento consideró que eso conllevaría que los hagan vivir el infierno que atravesaron ese día.

“Lenguas de fuego”

Para el testigo, esa mañana era el inicio de un día importante porque lo visitaría su mamá. Mientras estaba calentando el agua, escuchó que el personal se acercaba para hacer la rutina de cada requisa. Previo a explicar lo que pasó ese día contó cómo funcionaba normalmente. “La requisa consistía en que al quedar todos apilados, ellos (el personal) iban tocando la espalda de cada uno y ya automáticamente sabíamos que teníamos que correr hasta la mitad del pabellón. En la mitad del pabellón estaban extendidas las mantas de nuestras camas en el piso, del otro costado una fila de personal del Servicio Penitenciario que esperaba que nosotros nos paráramos frente a ellos. Nos teníamos que ir sacando la ropa e ir entregándosela en mano hasta quedar totalmente desnudos. Después teníamos que abrir la boca, sacudirnos el cabello, levantarnos los testículos, girar, mostrar las nalgas, y una vez que hacíamos todo eso nos daban el visto bueno y juntábamos la ropa”. 

Ante la pregunta de Cesaroni acerca de cómo se conformaba la requisa, él explicó que se realizaban cada 15 días, que generalmente eran 30 personas y que en esa rutina nunca llevaban armas. “Pensar en no acatar una orden de la requisa era un suicidio. Yo hacía todo lo que me pedían”, expresó el testigo. Sin embargo, contó que esa mañana fue distinto: “No entraron 30, entraron como 70 personas gritando y corriendo desaforadamente, puteando y abriéndose en abanico en todo el pabellón”. Mientras veía que iban golpeando a sus compañeros, se levantó. Al rato, pararon y se retiraron.

“A mí me vino el miedo. Si antes pasó esto y ahora se van ¿Qué va a pasar después? Fue a partir de eso que decidimos trabar la puerta”, comentó. Buscaron apilar las camas y los colchones contra las puertas. Minutos después el personal efectivamente volvió, pero esta vez tirando gases y disparando con una ametralladora. Los detenidos, defendiéndose, comenzaron a revolear todo lo que tenían a su alcance: papas, cebolla, una radio, pilas. La idea era que los guardias no vieran hacia dónde disparaban y para eso clavaron algunos colchones a los  barrotes.

En un momento vio a uno de sus compañeros al que le arrojaron con un cartucho que le quedó clavado en el hombro, le salían chispas y corría desesperado. Al instante, de la pila de colchones bajó una llama muy delgada que terminó explotando, transformándose en “lenguas de fuego” que iban hacia ellos. El hollín empezó a quemarlo a él y al resto de sus compañeros. “Fue desesperante sentir como me asfixiaba, se escuchaban gritos por todos lados”, describió Cardozo, conmovido. Ante la asfixia, se tiró al piso y vio a su compañero “Guampa” caer súbitamente, con un hilo de sangre en su frente. Pensó que le habían disparado. Al sentir que se estaba desvaneciendo trató de levantarse, y para eso tuvo que sacarse cadáveres que estaban encima suyo. “Parece que me salvaron los cuerpos de mis compañeros que cayeron muertos arriba mío hasta que me levanté.” 

Tras el incendio, la tortura

Después de contar que estuvo gritando con los demás presos que quedaban vivos, escuchó que el personal empezó a insultarlos ordenándoles que corrieran las camas, a lo que las abrieron apenas un poco. Les exigieron que salieran de a tres. “Me quedé descalzo para poder correr. Miré hacia el pasillo y vi un cordón de policías uniformados. Me puse las manos en la cabeza para cubrirme. Me reventaron las ampollas y las quemaduras a golpes, pero ya no me dolía. Había cuerpos tirados de la gente que no pudo soportar esos golpes”, relató el testigo. Los hicieron bajar a los calabozos mientras gritaban, saltaban y pedían ayuda. 

Luego emperzaron a escuchar más insultos: “¡Hijos de puta! ¿Qué hicieron?” imitaba el sobreviviente. Pensó que los matarían. Sin embargo, cuando abrieron la puerta había médicos y enfermeros. “No es que nos puteaban a nosotros sino al personal”. Finalmente lo llevaron en ambulancia al Hospital Salaberry. Le tuvieron que raspar los brazos quemados para quitar toda la piel muerta y prevenir una infección. La recuperación fue larga y mencionó haber estado bastante tiempo en el Hospital Penitenciario ya que le “tenía que crecer la piel de las manos”. 

Luego del alta médica lo transfirieron nuevamente a Olmos, el penal que había estado meses antes de que lo ingresen a Devoto. Pero la violencia no había terminado. Al personal de Olmos le dijeron: “Acá tenés a uno de los amotinados” y lo agarraron a patadas y a piñas, y posteriormente lo metieron en el calabozo. Contó que entre los golpes, le lastimaron los testículos e hicieron que tiempo después perdiera uno de ellos. Cesaroni continuó preguntándole acerca de qué fue de su vida tras de la masacre y después de salir de la cárcel, a lo que mencionó que obtuvo la libertad en julio de 1982. También describió las graves lesiones que conllevaron mucho tiempo de recuperación, entre ellas quemaduras en el dorso, manos, espalda y pierna. 

El testigo destacó que el Estado nunca le brindó nada ni se le reparó sobre ningún daño sufrido, ni a él ni a su familia. Contó que en el 2006 le mandó una carta a la Presidencia con la esperanza de hacer justicia. “La respuesta de Presidencia fue que me dirigiera a Derechos Humanos. Cuando me dirigía a ellos su respuesta era prácticamente que me jodiera porque como no fui preso político no podían hacer nada”, mencionó el testigo. Además, Cardozo afirmó que se guardó por muchos años todo lo sufrido y que le costó contar la verdad y comprender todo lo que había pasado: “Esquivaba las preguntas o mentía cuando me preguntaban por las quemaduras. Decía que había estado en un incendio en una fábrica”.

La vida marcada

La masacre dejó graves secuelas a Cardozo. El sobreviviente declaró que no fueron sólo las dolencias manifestadas en el alcoholismo, conllevando a un cierto aislamiento y problemas con su esposa e hijas sino también ser sonámbulo y tener una disnea. Añadió que estuvo mucho tiempo con problemas respiratorios. “Me rompieron la vida ese 14 de marzo y con los pedacitos que quedaron viví dos vidas paralelas. Yo traté de buscar y hacer justicia por aquellos que no tienen la oportunidad que tengo yo de estar relatando lo que me pasó ese día” expresó.

Luego la Fiscalía le preguntó si había declarado ante alguna autoridad judicial estos hechos, a lo que él comentó que sí. “La única vez que declaré sobre el tema fue ante un señor que se presentó al costado de mi cama con otras dos personas. Me preguntaba qué había pasado, a lo que yo le respondía casi lo mismo que ahora, capaz un poco más fresco por ser más reciente. Cada vez que decía que me habían pegado él me decía “¿Eso vas a decir?” O preguntaba si nos habíamos amotinado”. Frente a eso, Cardozo aclaró que bajo ninguna circunstancia estaba la posibilidad de entender a la masacre como un motín, menos en un contexto dictatorial. Además, comentó que cuando dio declaración aún tenía las manos vendadas y que al tiempo apareció una declaración de ese día firmada por él, lo cual, según el sobreviviente, era imposible. 

Cuando fue el momento de las preguntas de las defensas, varias de ellas fueron cuestionadas, no sólo por considerarse direccionadas hacia una posible respuesta del testigo sino también por captarse un comportamiento inapropiado. En un momento, el abogado le preguntó cómo era Tolosa, a lo que Cardozo contestó “un tipazo, un tipo amable”, que lo saludaba y tenía mucho respeto. Frente a ello el abogado respondió “con lo cual deduzco que teniendo en cuenta esa calificación de tipazo usted lo hubiera aprobado como candidato para tener una relación con una de sus hijas”. Dicha respuesta no sólo generó un alto grado de rechazo por parte del público y la querella sino que el juez tuvo que intervenir en la situación y le advirtió que no admitirá esa pregunta.

A pesar de la interrupción del juez, las preguntas carentes de utilidad o inadecuadas hacia el testigo se repitieron. Entre ellas, se le preguntó para qué sirve una requisa o cual considera que debía ser la normativa de una requisa. Toselli intervino nuevamente: “Hay preguntas que se le pueden hacer al testigo que tienen que ver con los hechos, y hay otras que tiene que ver con la valoración, que esas están reservadas para el momento de la discusión final. Le voy a pedir que de ahora en adelante, haga el esfuerzo para poder diferenciarlas antes de realizar la pregunta. 

Finalmente se agradeció a Cardozo por su asistencia y se cerró la audiencia. Tras el cuarto intermedio, el próximo miércoles será escuchado el testigo Roberto Luis Montiel.

 

La brutalidad de la picana y la sed insoportable

La brutalidad de la picana y la sed insoportable

Los sobrevivientes Raúl Antonio Morello y José Manuel Vázquez relataron sus padecimientos en una nueva audiencia que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura en la Mansión Seré y la zona de Moreno.

José Manuel Vázquez

“Me dicen que me van a matar, que les diga dónde quiero el tiro, que diga unas palabras para mi esposa”, relató Raúl Antonio Morello, víctima, sobreviviente y testigo en la megacausa Mansión Seré IV y RIBA II durante esta séptima audiencia, en torno al momento en que creyó que lo iban a matar: “Que los perdonen a ustedes, no saben lo que están haciendo”, fueron las sílabas pronunciadas por Morello aquel día como últimas palabras, durante ese simulacro de fusilamiento.

El martes 22 de octubre se realizó la séptima jornada judicial en la que hubo cuatro personas que declararon sobre los crímenes perpetrados en la ciudad de Moreno y otras localidades de la zona oeste de la provincia de Buenos Aires, bajo la jurisdicción se la Fuerza Aérea. En la sesión estuvieron presentes de forma presencial los imputados Julio Cesar Leston y José Juan Zyska, mientras que los otros tres acusados, Juan Carlos Vázquez Sarmiento, Ernesto Rafael Lynch y Juan Carlos Herrera estuvieron presentes de manera virtual, a través de la aplicación zoom. Prestaron testimonio, además de Morello, Ana María Wenk, esposa de Morello, José Manuel Vázquez, sobreviviente, y Norma Beatriz Rivas, testigo de concepto por el imputado Zyska, quien pronunció una declaración escueta y carente de significación para la causa, que no parece aportar a favor del imputado, corolario de una defensa ineficaz.

Morello, primera persona en testimoniar en esta audiencia, declaró haber vivido la escena de arrodillarse con un arma apuntando a su cabeza en repetidas oportunidades, sumado a diferentes vejaciones que vivenció en sus casi 60 días de cautiverio y tortura atroz llevadas a cabo en diferentes centros clandestinos de detención a lo largo de zona oeste: “Alguien me agarraba de los pantalones. Me empezaron a pasar la picana eléctrica por los genitales, por el cuerpo”, expresó y agregó que les pidió por favor que les sacaran las esposas porque tenía las muñecas muy hinchadas: “Me las dejaron ‘para que me haga hombre’”, detalló el testigo acerca de lo que fue una de las más brutales torturas que sufrió, que tuvo como consecuencia para su persona una grave hemorragia interna.

El objetivo de este accionar macabro era interrogarlo acerca de la labor religiosa y comunitaria que desempeñó en barrios carenciados. El testigo hizo hincapié en las tareas sociales que desempeñó en su comunidad, su trabajo en el barrio, la impartición de catequesis a jóvenes y demás. Lo creían el “ideólogo” de una corriente subversiva y le preguntaban por Aldo Ameigeiras y Alejandro Miceli. A su vez, reflexionó sobre cómo su vinculación religiosa le fue necesaria para afrontar aquel calvario: “Me sirvió mucho el monasterio, me imaginaba qué estaría haciendo un monje en mi situación: estaría rezando”, sostuvo el testigo. “Un día antes de la liberación nos traen una comida, nos sacan de la celda y nos hacen sentar en el patio”, relató. Le preguntan si él era “el padrecito”, lo hacen rezar un Ave María y un Padre Nuestro y el 25 de diciembre de 1977 lo liberan en Devoto. “Tenía las piernas quemadas por la corriente eléctrica. La brutalidad de la picana me quitó la tartamudez y a la vez la alegría. Creo en que ninguna foto nadie me va a ver sonriendo”, sostuvo la víctima en respuesta a cuáles fueron las consecuencias de la tortura sufrida. En sus palabras finales reflexionó: “Yo lamento que el código procesal penal para estos delitos no haya contemplado que los imputados estén presentes en la audiencia, para mirarlos a los ojos y medir su altura. No tienen la obligación de asistir, como a mí sí me obligaron a arrodillarme”.

Wenk, la esposa de Morello, también declaró como testigo en la jornada por la desaparición de su marido: “Estaba en el centro de Moreno esperando el colectivo. Se acercan lo que nosotros conocíamos como las Tres Marías: camionetas celestes de la aeronáutica”, comenzó a relatar acerca del día del secuestro. “Nos pusieron contra la pared y se lo llevaron a él”, sostuvo Wenk y especificó cómo se desarrolló el arduo proceso para lograr dar con su paradero: “Fue surgiendo una lista de personas a las que pedirles socorro”. A los días de desaparecer su marido, se llevan a una pareja amiga del matrimonio, que se suma a la lista de búsqueda de personas que realizó Wenk. Varios le cerraron la puerta en la cara, pero logró dar con el contacto de la esposa de un brigadier que intentó conseguir información: “Le pedí que preguntara por los tres, ella me dijo que no y respondí: “Bueno, si tengo que elegir, elijo saber de ellos dos (refiriéndose a la pareja) porque tienen un hijo”. La mujer finalmente resolvió averiguar también por la pareja amiga y a través diferentes gestiones se logró su libertad. “Decían que iba a haber una amnistía grande en Navidad, que probablemente estarían en ese listado”, expresó Wenk acerca del proceso de liberación. Aquel día, la mandan a la Policía Federal y espera en un kiosco para ver mejor: “El primero que salió fue Raúl”, relató la testigo. Pero luego a su esposo lo hicieron entrar de nuevo. Se hizo tarde y se fue a la casa de una amiga a esperar al día siguiente. Temprano en la mañana, llegó a la comisaría y le dijeron que ya habían liberado a su marido. Como no había forma de comunicarse, volvió a Moreno descreída y dispuesta a hacer su recorrido y seguir su búsqueda, pero afortunadamente, “Raúl ya estaba en casa. Fue una situación muy traumática, pero de alguna manera pudimos sobrellevarla porque siempre estuvimos acompañados por esta comunidad. Eso nos dio fortaleza para seguir adelante, para ver qué queríamos: queríamos ser médicos y ser parte del pueblo más doliente”, sostuvo Wenk.

“Sí, es Vázquez”

“En un momento escucho pasos de atrás. Me tiran contra el tejido. Me apuntan con pistolas. Me revisan. Me sacan el documento y dicen: ‘Sí, es Vázquez’”, expresó el testigo y víctima José Manuel Vázquez relatando en detalle el momento de su detención, que tuvo lugar en la parte sur de la estación del Ferrocarril Sarmiento en la localidad de Moreno el 23 de abril de 1977. Lo sorprendieron en la calle. Lo interceptó una camioneta de la Aeronáutica. Logró ver otro auto, un Peugeot donde se encontraba un conocido suyo dentro y logra preguntarle: “¿Caíste vos también?”, antes de que lo suban a la camioneta y se lo lleven. Dieron una larga vuelta por varios lugares hasta llegar a su lugar de detención. Lo bajaron y lo metieron en un calabozo. Le sacaron las esposas, pero seguía con las vendas en los ojos. Allí volvió a encontrarse con su conocido: “El tipo estaba condenado, pero quería salvar a su hijo y a su esposa”, sostuvo el testigo en relación al momento en que esta persona le reconoció que tuvo que hacer un “canje” entregando su nombre a cambio de salvar a su familia. En las torturas que le fueron ejecutadas, reconstruye que los represores “querían saber a quién conocía de Montoneros, del ERP, del Partido Comunista, si conocía al cura Pepe. Se suponía que yo tenía que saber algo”, sostuvo el testigo. También relató las condiciones a las que fue sometido en sus días de cautiverio: “Una de las peores torturas al ser humano es la sed insoportable”, en referencia a la casi nula alimentación que mantuvo aquellos días, en los que ni siquiera tuvo acceso al agua. Relató que tenían que hacer sus necesidades en la celda, ya que no había baño y que, además, no les proveyeron elemento alguno para resguardarse del frío. “Parece que te van a largar”, le dijeron antes de su liberación.

Un día lo cargan esposado y tabicado y lo dejan en un descampado a cinco cuadras de su casa: “Escuché un avión y tuve la certeza de que estuve en la base aérea de Moreno”, continuó Vázquez. En torno a la pregunta acerca de las consecuencias que le trajo el secuestro expresó: “No me quedó ni odio ni rencor, ni sed de venganza. Pero hasta el día que me muera voy a pedir memoria, verdad y justicia”.

Cerrando su testimonio, el testigo reflexionó acerca de las implicancias y consecuencias que ocasionó el accionar de la última dictadura militar para el país: “¿Cuál es la razón por la que cometieron semejantes atrocidades?”, se preguntó y a modo de respsuesta enumeró una serie de hechos: la implicancia económica que dejó la dictadura, ligado a un modelo que quisieron instalar formado por la adquisición de deuda externa, emparentados con las familias más adineradas del país y vinculado al sector empresarial. Además, mencionó la relación del golpe con la pata civil que lo sustentaba y con un proceso orquestado a lo largo de la región sud del continente: el Plan Cóndor, que devino en la Guerra de Malvinas, conflicto que el testigo denunció que estuvo plagado de tormentos para los conscriptos, ejercidos por sus militares superiores. Sin embargo, el tribunal juzgó que estas reflexiones no eran pertinentes a los hechos de la causa y apresuraron su finalización.

De todos modos, ya en diálogo con ANCCOM, el testigo amplió su análisis y enfatizó el rol de la parte de la sociedad civil que convalidó el golpe y de las cúpulas eclesiásticas durante la dictadura: “Son responsables de las muertes, de la desaparición, de los robos de bienes materiales, las violaciones… Deben ser condenados de por vida. La historia debe condenar estos actos”.

En relación a su mayor anhelo, José Manuel Vázquez dijo: “Lo que yo quiero es imposible, es un deseo, un sueño: me gustaría que estos represores que hoy están sentados en el banquillo, que tienen derecho a la defensa que nosotros en aquella época no tuvimos, nos digan dónde están los compañeros desaparecidos. ¿Qué les cuesta? ¿Por qué no lo dicen? Yo sé que me queda poco tiempo, me voy a morir sin saber lo que pasó, qué hicieron, dónde están”.

La próxima audiencia de la causa se llevará a cabo el martes 5 de noviembre, debido a que este juicio comenzará a alternarse con el de Campo de Mayo. Se podrá acceder a lo que suceda en el tribunal a través de la transmisión de FM en Tránsito y La Retaguardia, o bien, de manera presencial en el Tribunal Federal Oral N°5 de San Martín, ubicado en Pueyrredón 3734.