La Comisión Interamericana de Derechos Humanos otra vez posa su mirada sobre lo que ocurre en Argentina

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos otra vez posa su mirada sobre lo que ocurre en Argentina

Organizaciones sociales y de Derechos Humanos denunciaron en una audiencia de la CIDH el desmantelamiento de las políticas de memoria, verdad y justicia. El gobierno se justificó con la crisis económica y volvió a hablar de «memoria completa».

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) dedicó tres audiencias este jueves 14 de noviembre para analizar la situación en la que se encuentra el país a partir de la asunción del gobierno de Javier Milei. Diferentes organismos de derechos humanos denunciaron que el gobierno está poniendo un freno a las políticas de memoria, verdad y justicia, a políticas sociales y de género.

A partir de las 13, expusieron referentes de distintas organizaciones vinculadas a la economía popular bajo el título “Impacto de las políticas sociales en personas trabajadoras de la economía popular en Argentina”. Luego se llevó a cabo la segunda audiencia, “Situación de las políticas de prevención, sanción y erradicación de las violencias de género en Argentina”. La última fue sobre “Impacto en las políticas de memoria, verdad y justicia en los derechos humanos en Argentina”. Es un hecho inédito que la CIDH haya concedido tres audiencias para un mismo día a un mismo país. En el caso de la última, el encuentro ante la comisión fue híbrido, por lo que los organismos peticionantes Abuelas y Madre de Plaza de Mayo, H.I.J.O.S Capital, Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, el CELS y Memoria Abierta, invitaron a la sociedad civil en la Ciudad de Buenos Aires a presenciar la audiencia de manera remota: “Es un gran honor estar nuevamente frente a esta Comisión pero también una gran tristeza”, inició Estela de Carlotto ante la Comisión.

Con una cámara apuntando hacia un auditorio lleno desde la Casa por la Identidad en la ex ESMA, Estela y Taty Almeida participaron de la tercera audiencia conectadas por videollamada a Washington. Del otro lado, estaban representando a la sociedad civil Claudia Poblete, nieta restituida y miembro de la comisión directiva de Abuelas de Plaza de Mayo; Carolina Villella, coordinadora del equipo jurídico de la misma organización, Verónica Torras, miembro de Memoria Abierta, Paula Litvachky del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y Martín Kohan, escritor y docente universitario. Desde Buenos Aires también acompañaron como expositores Carlos Pisoni, de H.I.J.O.S Capital, y Franco Bartolacci, rector de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).

Los primeros veinte minutos de la audiencia fueron dedicados a la exposición de la sociedad civil. Estela continuó: “Fuimos por primera vez a pedir vuestra ayuda cuando en nuestro país nos cerraron todas las puertas y negaban las graves violaciones de derechos humanos que se estaban cometiendo. Desde ese entonces para nosotras fue fundamental y de gran importancia su acompañamiento. Vuelvo hoy con 94 años de edad a pedir una vez más vuestra ayuda ante todos los retrocesos que se viven en la Argentina en materia de derechos humanos”.

“Fuimos por primera vez a pedir vuestra ayuda cuando en nuestro país nos cerraron todas las puertas y negaban las graves violaciones de derechos humanos que se estaban cometiendo. Desde ese entonces para nosotras fue fundamental y de gran importancia su acompañamiento. Vuelvo hoy con 94 años de edad a pedir una vez más vuestra ayuda ante todos los retrocesos que se viven en la Argentina en materia de derechos humanos”, declaró Carlotto.

Claudia Poblete, desde Washington continuó: “Desde marzo, la Secretaría de Derechos Humanos ha puesto en riesgo la continuidad de diversos programas de memoria, verdad y justicia. Ha venido realizando despidos que afectaron principalmente a la dirección de sitios y espacios de memoria” Y denunció: “En agosto se despidió a abogados que sostenían las querellas institucionales en casos por crímenes de lesa humanidad en distintas provincias y en septiembre la gestión del Ministerio de Justicia anunció la discontinuidad de un régimen de contratación que abarca al 48% de los trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos. Las autoridades comunicaron que para fines de diciembre serían desvinculados”.

Luego de la exposición de los peticionarios por parte de la sociedad civil, le correspondió defenderse durante otros veinte minutos al Estado Argentino, encabezado por la embajadora ante la OEA Sonia Cavallo, hija del exministro de Economía. Le siguió Juan Battaleme, Secretario de Asuntos Internacionales para la Defensa del Ministerio de Defensa de la Nación que comentó: “La catástrofe financiera en la que esta administración recibió al país, impulsó la urgente necesidad de un Estado más eficiente. Nuestro presidente, Javier Milei, lidera una política de reestructuración y modernización del Estado, no se trata de una decisión meramente administrativa”. También tomó la palabra Alberto Baños, secretario de Derechos Humanos de la Nación quien manifestó que los organismos de derechos humanos “se consideran dueños del relato, pero la memoria es para todas las víctimas sin excusas ni banderas. Con las señoras que hoy participaron de la audiencia por video uno no puede tener sino empatía por la situación que han vivido, pero eso no las puede convertir en directoras de las políticas públicas a más de 40 años de perpetrados los hechos. Nosotros seguimos respetando la memoria de quienes hayan sido víctimas pero también el Gobierno está respetando la memoria de aquellos que hayan sido víctimas del accionar terrorista. Las causas por delitos de lesa humanidad continúan su curso habitual”.

Siete minutos fueron dados también al representante de la oficina del alto comisionado de las Naciones Unidas (ONU) para los derechos humanos, Jan Jarab, que expuso: “La existencia de una crisis económica no debería significar la limitación de recursos humanos y financieros para ciertas áreas de crucial importancia como lo son las entidades dedicadas al esclarecimiento de crímenes de lesa humanidad durante la dictadura. La oficina expresa su preocupación por los riesgos que esto podría implicar”. Jarab trajo a colación el Artículo 2° del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos que establece la obligación del Estado de investigar y castigar las violaciones de derechos humanos y de luchar contra la impunidad por estos delitos. Además, resaltó la preocupación por la reciente derogación del decreto 715/2004 que creó la Unidad Especial de Investigación de la Desaparición de Niños. La misma fue creada para garantizar apoyo operativo a las tareas realizadas por la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDi).

Seguido a esto, Baños interrumpió al presidente de la CIDH, Carlos Bernal Pulido, para manifestar su “sorpresa y estupor por la participación de este señor de las Naciones Unidas, no avisada ni informada y como si tuviera una verdad que le ha sido transmitida. ¿Con qué derecho viene a cuestionar las políticas públicas de la República Argentina?”. Se le comentó al secretario que en la carta de convocatoria enviada el 30 de septiembre se le solicitaba al Estado argentino que entrara al sitio web de la CIDH donde figuraba la información sobre posibles intervenciones de otros organismos internacionales. Así mismo, desde mediados de octubre, habían actualizado los datos que referían a la representación de la ONU en la exposición.

“La existencia de una crisis económica no debería significar la limitación de recursos humanos y financieros para ciertas áreas de crucial importancia como lo son las entidades dedicadas al esclarecimiento de crímenes de lesa humanidad durante la dictadura. La oficina expresa su preocupación por los riesgos que esto podría implicar”, subrayó el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Jan Jarab.

La audiencia continuó con tensión, por el tiempo de interrupción utilizado por el Secretario de Derechos Humanos argentino. Luego fue el turno de la propia CIDH donde en 20 minutos realizó una serie de preguntas tanto a la sociedad civil como al Estado argentino que fueron respondidas en los tiempos asignados para cada una de las partes. Durante el cierre de la sociedad civil, Taty Almeida declaró: “Hoy sentimos que nuestra labor está siendo agredida por un gobierno que no cree en los derechos humanos. Por eso les pedimos por favor que vengan a escucharnos a nuestro país para que puedan comprobar en persona todo lo que hemos dicho. Para que ustedes comprueben personalmente que todo lo que hemos denunciado es pura y exclusivamente la verdad”.

El Estado argentino cerró con las declaraciones de Juan Battaleme y Alberto Baños pidiendo por “memoria completa” y solicitando a la Comisión Interamericana que esté a la altura de sus precedentes.

Después de una hora y 45 minutos de audiencia, pasados 15 minutos debido a las interrupciones de Baños en la sesión, se otorgó a Estela de Carlotto la posibilidad de un cierre: “Por todo esto, le pedimos al Gobierno que abandone el camino de la destrucción y se sume a la senda de la construcción colectiva, de un país que durante más de 40 años de democracia ha sido ejemplo para el mundo”. Al final de la transmisión, los aplausos contenidos durante toda la audiencia estallaron en la Casa por la Identidad. Los referentes de las diferentes organizaciones sociales reunidas en la Casa por la Identidad se acercaron a Taty y Estela para saludarlas y abrazarlas. Luego salieron todos y todas a la puerta a hacer una foto final.

Entre las organizaciones presentes estaban los organismos peticionantes, la Fundación Memoria Histórica y Social Argentina, Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Liga Argentina por los Derechos Humanos, Asociación Buena Memoria, Nietes. También acompañaron los rectores de la Universidad Nacional de Lanús, Moreno y Quilmes junto con el Consejo Interuniversitario Nacional. Se contó con la participación de los centros de estudiantes de la facultades de Exactas, Sociales, Derecho y Filosofía y Letras de la UBA y de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata y diversos centros secundarios. Además, acompañaron diferentes sindicatos, artistas vinculados con Abuelas y sectores vulnerados como trabajadores del Hospital Garrahan y Laura Bonaparte.

“Nos encontramos con una situación vergonzosa por parte del Ejecutivo haciendo mucho hincapié en una versión de contar una historia que vuelve a poner el foco en la Teoría de los Dos Demonios, dejando de lado el enorme trabajo que se ha hecho desde distintos organismos de derechos humanos y organizaciones populares”, manifestó en diálogo con ANCCOM Nazarena Sciola, vicepresidenta del Centro de Estudiantes de Ciencias Sociales.

También se acercaron a la Casa por la Identidad estudiantes secundarios, como es el caso de León Rodríguez Gueito de 17 años, presidente del Centro del Colegio Nacional Buenos Aires que comentó a ANCCOM: “Nosotros buscamos representar a los estudiantes y entendemos que uno de sus reclamos es la reparación histórica por el reclamo de la memoria, la verdad y la justicia, por todos los desaparecidos que tiene el colegio”.

En la misma línea, Candela Fernández, militante de Nietes opinó sobre lo ocurrido en la audiencia: “Una vergüenza, nunca vimos algo así pero me pone muy contenta el apoyo que recibimos para las Abuelas. Nosotros estamos para eso, para apoyarlas a ellas, para demostrarles que estamos acá y que vamos a seguir luchando siempre por lo mismo. Muy contenta por el resultado pero una vergüenza el Estado Nacional”.

Marcela Perelman, directora de investigación del Centro de Estudios Legales Y Sociales (CELS) cerró la noche: “Salimos de alguna manera fortalecidos porque, a pesar de que la audiencia tuvo momentos agresivos y muy intensos, creemos que nuestra perspectiva se escuchó muy sólida, muy documentada, fuimos muy acompañados y superó muchísimo lo que habíamos imaginado”.

Impunidad para el genocida Eduardo Alfonso

Impunidad para el genocida Eduardo Alfonso

Una resolución de la Cámara de Casación Penal dejó sin efecto la condena del represor por el asesinato de Domingo García, desaparecido durante la última dictadura. La hija de la víctima asegura que apelarán en la Corte.

En tiempos donde la historia es relativizada desde las huestes oficialistas, y vuelven a tener voz discursos de reivindicación de la dictadura cívico militar de 1976, la Sala II de la Cámara de Casación Penal falló a favor del exmilitar Eduardo Alfonso, dejándolo impune por el asesinato de Domingo Antonio García. El jefe de operaciones estuvo prófugo cuatro años en Paraguay antes de ser condenado en primera instancia por su participación en el allanamiento ilegal a la casa de los García-Recchia. Sin embargo, ahora, podrá salir en libertad nuevamente pese a las pruebas que lo involucran en el homicidio.

“Esta decisión es política, no tiene ningún anclaje jurídico”, asevera Juliana García en conversación con ANCCOM, hija de Domingo García y Beatriz Rechchia, que con tres años fue privada de su libertad junto a su madre embarazada de cinco meses. “Esto tiene que ver con el clima de época, y las políticas de Estado respecto a las cuestiones de memoria, verdad y justicia”, concluye. En el juicio por el operative ilegal hecho en el domicilio de Villa Adelina, se demostró el asesinato de Domingo Antonio tras un enfrentamiento armado, así como el posterior secuestro de Beatriz Recchia que estaba embarazada y tuvo que dar a luz meses más tarde bajo condiciones inhumanas en el centro clandestine de detención, tortura y exterminio ubicado en Campo de Mayo.

La abogada Carolina Villella, que lleva adelante causas judiciales de Abuelas de Plaza de Mayo, asegura que “este fallo desconoce los hechos juzgados anteriormente, y lo que se está buscando es evitar la cadena perpetua para Alfonso”. También señala que “hay una explícita contradicción entre lo que la Sala II sentenció hace 4 años, y lo que resuelve ahora”. Cuando el exmilitar se entrega en el año 2017, la justicia en primera instancia lo absuelve por el asesinato a García, pero frente a los recursos interpuestos por la querella de Juliana García, el 3 de diciembre de 2020, Alfonso fue condenado a las penas de prisión perpetua e inhabilitación absoluta y perpetua por el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 1 de San Martín, siguiendo los lineamientos establecidos por la CFCP.

En su búsqueda incansable de justicia, Juliana García afirma que presentará un recurso ante la Corte para que revise este nuevo fallo de Casación y se vuelva a dictar la sentencia. “Alfonso es una persona que tiene poder real en el Ejército, y evidentemente no le soltaron la mano. No es casual que haya podido aguantar cuatro años prófugo sin problemas, y con ayuda de la Interpol”. Por su parte, Villella expresó que “acá se están violando las obligaciones internacionales en relación al deber de investigar, de juzgar y sancionar adecuadamente estos crímenes, por lo que presentaremos un recurso extraordinario con el que volveremos sobre el pedido de perpetua para el represor”.

A veinte años de la Masacre de Quilmes

A veinte años de la Masacre de Quilmes

Hace dos décadas, cuatro adolescentes murieron tras un incendio en la Comisaría 1ª ante la mirada pasiva de los policías que los habían golpeado y torturado. Desde entonces, se prohibió el alojamiento de menores en esas dependencias bonaerenses.

El 20 de octubre de 2004 cuatro adolescentes perdieron la vida en un incendio en la Comisaría 1ª de Quilmes ante las miradas de los policías que los habían golpeado y torturado, y que de forma deliberada tardaron mucho tiempo en socorrerlos, los sacaron de sus celdas y los siguieron golpeando. Veinte años después, este caso se ha convertido en un hecho emblemático en la lucha contra la violencia institucional y los beneficios judiciales que siguen teniendo las fuerzas de seguridad que actúan de forma violenta.

Aquel día Diego Maldonado, de tan sólo 16 años, recibió la noticia de la muerte de su hermana menor mientras se encontraba privado de su libertad, por lo que solicitó poder asistir a su velatorio. Los policías le negaron esta petición y le cortaron la comunicación con su familia. Este hecho fue la gota que rebalsó el vaso para los 17 jóvenes, todos menores de 18 años, que se encontraban en el lugar de forma transitoria esperando sus traslados a algún centro de detención juvenil o a centros de rehabilitación por consumo problemático.

A modo de protesta y cansados de las vejaciones que sufrían por parte de los policías, incendiaron un colchón para que los dejasen salir, pero el fuego se salió de control y los agentes que se encontraban en el lugar tardaron demasiado en reaccionar. Cuatro chicos murieron a causa de este hecho.

Elías Giménez tenía 15 años y estaba allí porque la policía lo confundió con un homónimo que estaba prófugo, un hombre de 30 años, y lo detuvieron por averiguación de antecedentes.

Diego Maldonado, de 16 años, y Manuel Figueroa, de 17, tenían problemas con el consumo de drogas. Diego murió en un móvil policial, esposado a otro compañero, mientras eran trasladados al Hospital de Quilmes.

A Miguel Aranda lo golpearon antes y después del incendio, él estaba preso preventivamente desde hacía ocho meses. Estuvo en coma durante 17 días y falleció cuatro días después de despertar y pedirle a su madre que “no diga nada de la policía”, por miedo a las represalias.

Los adolescentes que estaban en aquella comisaría se encontraban repartidos en dos calabozos ciegos de tres por cuatro metros, y a diario eran sometidos a violentas requisas, siendo constantemente humillados por los policías que los hacían desnudarse frente a sus compañeros, los golpeaban e insultaban, no tenían tiempo de esparcimiento ni los dejaban salir al patio.

Elvia González, conocida por todos como Telvi, quien falleció en julio de este año, era la madre de Diego Maldonado. A ella fue a quien algunos sobrevivientes le contaron que los policías organizaban peleas entre los adolescentes, uno de ellos se le acercó luego de los hechos para pedirle disculpas porque lo habían obligado a luchar contra su hijo.

“Estamos hablando de una mecánica sostenida que pasaba dentro de la comisaría de violencia contra los pibes, de denigración y desnudos, les pateaban las pertenencias”, dijo a ANCCOM el exsacerdote Tobías Corró Molas. Todo esto, según sus palabras, se trataba de “quebrar psicológicamente al detenido y aniquilar cualquier tipo de resistencia”.

Tobías estuvo acompañando a las familias de las víctimas y a los sobrevivientes en todo el proceso posterior al hecho. “Mi rol lo fui aprendiendo, al principio fue acompañar y facilitar muchas audiencias para que las personas que los podían ayudar pudiesen conocer a las víctimas”, explicó. Luego de un largo proceso para lograr que la noticia trascendiera y llegase a personas clave, él se encargó de “ser parte de la causa y estar en contacto con los abogados”.

No más pibes en comisarías

Hoy Tobías trabaja en un Centro de Formación Profesional en Quilmes, junto a la parroquia y a un hogar de día. Ese fue siempre el lugar de reunión con las familias, en donde se fue comunicando los avances de la causa y deliberando los pasos a seguir. “Es un proceso que desde que lo empezamos lo empujamos para adelante, cuando mirás para atrás ves que pasaron 20 años, pero para nosotros siempre fue ver qué sigue, qué logramos y para dónde vamos”, agregó.

“Las familias siempre fueron protagonistas de sus propias causas, por eso no nos permitíamos hacer audiencias sin ellas”, comentaba Tobías. La ya mencionada Telvi, junto con Isabel Figueroa, madre de Manuel, que falleció en diciembre del año pasado, fueron las más activas luchadoras por la justicia de sus hijos.

Su estrategia fue siempre acompañar en otras causas para mostrar también la suya de esa forma. “La idea es trascender el propio reclamo y construir algo más transversal y colectivo”, comentó Tobías. Y agregó que “la realidad es que la lucha nunca termina porque siempre hay otras causas y otras vinculaciones, los que han sido víctimas de violencia institucional saben que la vida va a cambiar para siempre”.

En 2015, once años después de los hechos, se realizó el juicio. Allí fueron condenados diez policías por el Tribunal en lo Criminal N° 3 a condenas de entre 3 y 16 años, aunque la mayoría de ellos recibió penas leves o fueron beneficiados con libertad condicional. El entonces comisario Juan Pedro Soria recibió 10 años por los delitos de estrago culposo seguido de muerte y omisión de evitar torturas. “Él no pegó, pero lo que se le atribuye es que en su comisaría y con él presente hubo reiteradas torturas y no hizo nada para evitarlas”, comentó Tobías.

Entre los testimonios más importantes estuvieron los de los sobrevivientes, a quienes el tribunal les creyó porque se limitaron a señalar sólo lo que habían presenciado. Un oficial, el imaginario a cargo de la custodia de los chicos, declaró que fue el único que intentó hacer algo a tiempo pero no tenía las llaves de las celdas en su poder, y que para cuando liberaron a los adolescentes “llovieron algunos palos”, dando a entender que fueron golpeados aún después del incendio.

Hugo D´Elía fue condenado a diez años por apremios ilegales en concurso real con torturas, Juan Carlos Guzmán a nueve años por los mismos hechos, y hubo penas de entre tres y cuatro años para Basilio Vujovic, Elizabeth Grosso, Franco Góngora, Daniel Altamirano, Jorge Gómez y Gustavo Ávila.

El exoficial inspector Carlos Pedreira Catalonga fue quien recibió la pena más alta, de 16 años. En 2022 fue trasladado a la Unidad Penitenciaria N°9 de La Plata, y es el único ex agente que cumple su condena en cárcel común. En diciembre del mismo año también fue condenada a cuatro años de prisión y ocho de inhabilitación la exagente Elida Marina Guaquingchay Bogado, quien se constató que estuvo en el lugar de los hechos pero que, según ella, no participó porque se encontraba embarazada y con contracciones.

Pocos meses después de la masacre, el por entonces Ministro de Seguridad León Arslanian prohibió por resolución el alojamiento de menores de edad en dependencias policiales. En 2004, al momento de los hechos, había más de 300 chicos menores de edad detenidos en comisarías. En la actualidad, el cumplimiento de esta resolución sigue siendo un motivo de reclamo.

Creerle a los pobres

Según Tobías, los procesos judiciales en casos de violencia policial son siempre complejos y requieren de una labor más dedicada que lo normal: “Los pibes cuando son acusados ni se dan cuenta y tienen el juicio y la condena encima, cuando uno se mete con las fuerzas de seguridad se da cuenta que hay un verdadero trabajo dispuesto a sacar inocentes o minimizar las penas de los efectivos”. Además comentó que “el fiscal sabe que su primer aliado es la policía porque trabajan codo a codo en las detenciones y allanamientos, pero cuando un tribunal le cree a los pibes pobres, se muestra que no son impunes”.

Finalmente reflexionó sobre todos los años de lucha que siguieron a la masacre, y que a pesar de que se hizo justicia “no hay nada que pueda restituir la vida de los pibes, y las mamás sabían eso”, cuando ellas se enteraron de las condenas, “no hubo en sus rostros una sonrisa, sino una triste calma”.

Los sobrevivientes de la masacre hoy siguen intentando retomar sus vidas, sabiendo que hay un deber de verdad para con Diego, Elías, Manuel y Miguel, y que se animaron a declarar por ellos, para que pudiesen descansar en paz y con dignidad, que siempre fue lo único que sus familiares querían conseguir.

Memorias del infierno

Memorias del infierno

La sobreviviente Beatriz Boglione declaró en una nueva jornada del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad ocurridos en la Mansión Seré y el circuito RIBA. La valentía de rememorar el horror en su máxima expresión.

“Nunca escuché hablar tanto de aviones como en esa época”, expresó Beatriz Boglione, conocida con el apodo de ‘Mafalda’ en sus momentos de militancia, sobreviviente y primera testigo de la octava sesión de la causa Mansión Seré IV y RIBA II, que agrupa diferentes causas por crímenes cometidos por la Fuerza Aérea en centros clandestinos de detención y tortura a lo largo de la zona oeste del Gran Buenos Aires. En esta jornada hubo cuatro testimonios: Beatriz Boglione, su cuñada Graciela Feudo, Mario Bellene -hijo sobreviviente de “Pancho” Sánchez y María Margarita “Coca” Miguens- y Rubén Héctor Gay, testigo de concepto del imputado José Juan Zyska.

Boglione comenzó su testimonio relatando el momento en el que las fuerzas militares la fueron a buscar: “Me apuntan a la cara. Nos hacen salir de atrás del mostrador y nos preguntan quién es Bety”. El conflicto para identificarla es que había dos distintas, Beatriz Boglione y Beatriz Medinilla. Las suben a ambas en las camionetas conocidas como las Tres Marías que operaban en las calles de Moreno y las llevan a un simulacro de fusilamiento para identificar quien era la persona que ellos buscaban, conocida como “Mafalda”: “Cuando yo escucho que cargan, digo ‘yo soy Mafalda, a mí me están buscando’”.

Las torturas le provocaron, entre otras consecuencias, periodos de amnesia severos. Boglione reconoce que no logra acordarse de algunos sucesos de su historia con claridad: “Hay ciertos momentos en los que llego a un punto del relato, y detrás de eso hay como una pared negra. Intuyo que hay algo que no puedo traer a mi mente”.  Continúa su testimonio: “¿Sabes vos lo que es esto? Es una picana, ¿la querés?”, recuerda que fue la pregunta que le hicieron en su primer interrogatorio en la Comisaría 1ª de Moreno: “Ahí de nuevo viene un telón negro”, relató la testigo, asociando los momentos que no logra recordar como parte de un bloqueo relacionado a las fases más terribles de la tortura. “Yo sé que yo di el nombre de dos compañeros de militancia, Altamirano y Fernández. Yo sé que fui yo y eso fue una culpa que arrastré por el resto de mi vida”, dijo Boglione. Contó también que Altamirano la increpó inmediatamente tras su detención: “Mafalda la puta que te parió, por qué me tuviste que cantar”, le gritó. Ella recuerda que en ese episodio guardó silencio. Pero sin embargo, años más tarde, luego de su liberación, se reencuentran y él le dijo: “Mafa, yo vi lo que te hicieron, vi cuando te violaban ¿Cómo no te voy a entender?”. Para ella “fue un balde de agua fría”, expresó, ya que no tenía registro en su memoria de haberlo vivido, fue borrado de su mente hasta aquella conversación en el año 2011. Fue entonces que comenzó a indagar y su cuñada le contó una situación que ella tampoco recordaba: tras su liberación, cuando le mostró las cicatrices de la picana y los moretones producidos por las golpizas, ella le había susurrado al oído: “Me violaron”. En retrospectiva logró construir un paralelismo entre sus bloqueos de recuerdos, las sensaciones atravesadas, y la relación con las violaciones sufridas: “Cuando se abría la puerta yo empezaba a temblar de una manera tan impresionante que parecían convulsiones. No podía parar. Creo que tiene que ver con que yo sabía que venían a violarme”.

Juan Carlos Vázquez Sarmiento, uno de los acusados, había estado prófugo durante veinte años.

 

El cruento accionar militar, incluyó la detención de su padre con el sólo objetivo de amenazarla: “¿Vos pensás que tu padre se va a bancar una picana, un paciente cardíaco?”, recuerda que le preguntaron a ella presionándola para “que confiese”: “Antes de eso, me habían puesto contra la pared y me habían manoseado los genitales”, relató acerca de la primera noción de abuso sexual que recuerda. Su padre permaneció privado de su libertad casi el mismo tiempo que ella, aunque en condiciones de preso común, sin pasar por estas vejaciones. En cambio, Beatriz declaró que casi no tenían acceso al agua ni a la comida, salvo contadas excepciones: “Un día me pusieron un balde como si tuviera ravioles y me dijeron que coma. No la podía pasar. Me pegaron con el puño cerrado en la nuca y pude comer dos o tres bocados. No recuerdo más comida que ese tacho”. En una ocasión un compañero le dijo que las paredes chorreaban agua: “Eso fue lo que hice: chupé las paredes”. Tampoco tenían acceso a sanitarios, con lo cual las necesidades se hacían en la misma celda.

Desde el encierro, también podía escuchar las torturas de otros. “Fue el grito más desgarrador que escuché en mi vida”, contó Boglione en relación a una de las torturas más monstruosas que tuvo que presenciar en la Comisaría 1ª cuando entran a la celda de su compañero “Pancho” Mario Sanchez: “Le empiezan a dar golpes y patadas. Cuando lo trajeron, lo dejan solo en su celda y se van, yo le pregunto cómo está: había sido violado”.

Luego del traslado de Boglione de la 1ra comisaria de Moreno a Mansión Seré, la tortura continúo: le llevaron un perro a su celda: “Acá tenes un perro, lo podés abrazar”, le dijeron los militares. “El perro se acerca a mí y lo abracé, era tanta la necesidad y carencia de afecto que uno tenía ahí adentro, que abrazar a ese perro fue algo muy grande para mí. En un momento lo tiran al perro hacia atrás y le ordenan que me ataque, yo me hago para atrás, pero ellos lo sostenían” -sostuvo la testigo y agregó- “Me estaban volviendo loca. Me querían ‘quebrar’ que alguna manera”.

Sobre el momento de su liberación, Boglione relató: “Me llevaron a la sala de tortura donde había una cama de metal, me atan de pies y manos, me pasan la picana por el cuerpo, especialmente por los senos, la ingle y los pies. Tras esa larga sesión, se ponen alrededor mío en círculos, cada uno con un palo en la mano, con ese palo me pegan como si fuera una pelota”. En ese momento la víctima tuvo la esperanza de que el ensañamiento fuera motivo del fin del cautiverio. Entonces, le dijeron: “Nosotros te vamos a liberar, pero te vamos a controlar, el día que te desvías un poquito, nos vamos a hacer presentes. La próxima vez no te vamos a ir a buscar, te vamos a pegar un tiro”. Esa noche la ataron, la metieron en la parte de atrás de un auto chico, la bajaron del auto cerca de su casa tras advertirle que no se saque la venda hasta que deje de escuchar el ruido del auto.

Graciela Feudo, testigo y familiar de Boglione, declaró para recuperar parte de la historia de su secuestro vista desde su perspectiva: “Habían rodeado las cuatro manzanas”, relató sobre el operativo que se desplegó para su detención. A ella la increparon y le preguntaron por Mafalda, a lo que ella respondió: “La única Mafalda que conozco es la de la historieta”. Por otro lado, recuperó el momento de encuentro con Boglione tras su liberación, teñido entre de la alegría y la realidad de las marcas de las vejaciones a las que fue sometido el cuerpo de su cuñada: “Nos abrazamos y lloramos. ‘Esto no es nada, porque me violaron’”, recordó las palabras de Boglione en aquel reencuentro.

Feudo se las ingenió para llevarle los medicamentos a su suegro, padre de Boglione, durante toda su detención gracias a una excepción que aceptó uno de los encargados de la unidad penitenciaria, pese a que el médico que lo revisó allí dentro no lo había autorizado. En una de estas visitas a la Comisaría, la hacen pasar un momento para hacerle unas preguntas: “¿Cómo puede ser que la hija de Boglione, el joyero más conocido de Moreno, le haga esto a los padres? ¿Cómo puede ser que sea una terrorista?”, recuerda que la increpó el policía. A lo que ella respondió: “Discúlpeme, pero esa no es mi cuñada. Ahora, si usted le dice terrorista a una persona que marchaba por Moreno para ayudar al hospital, si usted me dice que Beatriz fue una terrorista porque iba a los barrios humildes para darles obras de teatro a los más pequeños, si usted cree que eso es terrorismo, entonces le doy la razón”.

Mario Bellene fue el tercer testigo de la jornada: “Me crié con la familia que me dio el apellido. Un día vino mi mamá y me dijo: hijo despertate, vino tu madre a verte. No entendía nada. ¡Si la persona que estaba conmigo era mi mamá!”, relató Mario que en ese momento tenía entre 8 y 9 años. Mario se crió como hijo adoptivo de “Chicha”, María Angélica Cia. A pesar de ser la única madre que el niño conocía, le contaba siempre historias sobre otra madre y otro padre a quienes “se habían llevado los militares”. En ese momento, no entendió lo sucedido, “fueron varios años después que tomé conciencia de las historias sobre mis padres biológicos. Ahí comenzó un proceso de investigación para mí, algo que quería reconstruir y que aún no pude: mi identidad.” Bellene relató los obstáculos burocráticos que aún hoy le impiden recuperarla: “En los papeles soy Mario Valerio Raúl Bellene, pero yo no me quiero llamar así. Intenté sumar el apellido de mi padre biológico, Sanchez, porque creo es un derecho que tengo”. Sin embargo, el proceso requiere que rectifique su partida de nacimiento con muestras de ADN de cada progenitor y es un trámite costoso que nunca pudo pagar.

Su padre, Mario Valerio “Pancho” Sanchez, con quien comparte nombre pero no el apellido, y su madre María Margarita “Coca” Miguens, fueron secuestrados en Entre Ríos, donde vivían temporalmente debido a que el mismo grupo de tareas previamente había allanado su casa en Buenos Aires. “La misma yegua que estaba en Buenos Aires”, le habían dicho a su madre antes de que fueran trasladados y separados a los centros de detención Comisaría de Francisco Álvarez y la Comisaría 1ª de Moreno. A su madre la llevaron a varios centros de tortura y detención: “Los traslados eran para que marcara personas, compañeros”. Según le contó, pudo ver a su pareja en dos ocasiones, pero en ambas le costó reconocerlo: “Estaba desfigurado por los golpes”. Mario relata que su madre biológica le dijo que “estaba segura que de Mansión Seré no podría haber salido. Estima que su último destino fue allí. ‘Vas a ver al despojo del esposo que te quedó’, le habían dicho. Se lo encontró tirado en un pasillo. No podía caminar. Solo se arrastraba. Le habían destrozado los pies, las rodillas, las manos y los brazos a mazazos. No tenía dientes. Estaba desfigurado. Lo único que pudo hacer él fue levantar la cabeza, mirarla y gemir. Ella no tuvo fuerza ni para saludarlo. Esa fue la última vez lo vio”, dijo Bellene, removiendo el dolor que lo acompaña hace 47 años. “Me contó que fue violada múltiples veces. También a mi papá, que lo empalaron” y detalló otras torturas que supo que su padre sufrió para “terminar como lo dejaron: mazazos, pinzas para sacarle los dientes, el submarino, la picana eléctrica”. También contó que en una ocasión le recriminó a su madre que aunque “intentaba acercarse ella me cerraba siempre la puerta. Su respuesta fue: ‘Cuando te miro, veo a tu papá, sos un calco de él y me haces recordar todo’”.

Mario nació el 7 de agosto de 1977 dos días después de la liberación de su madre, a quien le habían prometido la libertad a cambio de entregar la escritura de un terreno y el dinero de una casa vendida hacía poco. “Cuando la liberan y la llevan custodiada hasta la casa de su hermano, se encuentra con Ernesto Rafael Lynch sentado en la cabecera de la mesa, comiendo, como si fuera el dueño de la casa”. El mismo que la había extorsionado por la libertad, ahora la amenazaba con violarla y retener el documento “así no te nos escapas a otro país” le había dicho. “En el lapso que estuvo detenida, estuvo con Lynch en cinco ocasiones”, relató su hijo. La última, sin embargo, fue varios meses después de la liberación, cuando la buscaron y llevaron a Campo de Mayo. “A través de un portón muy grande, esa voz conocida le habló sin que pudiera verlo y le devolvió el documento, por un espacio entre las rejas, ‘porque se estaba portando bien’”.

Para cerrar su testimonio, y refiriéndose a su padre aún desaparecido, Mario agregó: “Me hubiese gustado tener la posibilidad que tienen algunos diputados de visitar gente en la cárcel. Yo a mi viejo ni siquiera eso. Si él hubiese cometido algún delito lo deberían haber juzgado, y yo hoy podría ir a visitarlo a la cárcel. O incluso a un cementerio. Pero tampoco tengo esa oportunidad”.

Mario Bellene fue el tercer testigo de la jornada: “Me crié con la familia que me dio el apellido. Un día vino mi mamá y me dijo: hijo despertate, vino tu madre a verte. No entendía nada. ¡Si la persona que estaba conmigo era mi mamá!”, relató Mario que en ese momento tenía entre 8 y 9 años. Mario se crió como hijo adoptivo de “Chicha”, María Angélica Cia. A pesar de ser la única madre que el niño conocía, le contaba siempre historias sobre otra madre y otro padre a quienes “se habían llevado los militares”. En ese momento, no entendió lo sucedido, “fueron varios años después que tomé conciencia de las historias sobre mis padres biológicos. Ahí comenzó un proceso de investigación para mí, algo que quería reconstruir y que aún no pude: mi identidad.” Bellene relató los obstáculos burocráticos que aún hoy le impiden recuperarla: “En los papeles soy Mario Valerio Raúl Bellene, pero yo no me quiero llamar así. Intenté sumar el apellido de mi padre biológico, Sanchez, porque creo es un derecho que tengo”. Sin embargo, el proceso requiere que rectifique su partida de nacimiento con muestras de ADN de cada progenitor y es un trámite costoso que nunca pudo pagar.

Su padre, Mario Valerio “Pancho” Sanchez, con quien comparte nombre pero no el apellido, y su madre María Margarita “Coca” Miguens, fueron secuestrados en Entre Ríos, donde vivían temporalmente debido a que el mismo grupo de tareas previamente había allanado su casa en Buenos Aires. “La misma yegua que estaba en Buenos Aires”, le habían dicho a su madre antes de que fueran trasladados y separados a los centros de detención Comisaría de Francisco Álvarez y la Comisaría 1ª de Moreno. A su madre la llevaron a varios centros de tortura y detención: “Los traslados eran para que marcara personas, compañeros”. Según le contó, pudo ver a su pareja en dos ocasiones, pero en ambas le costó reconocerlo: “Estaba desfigurado por los golpes”. Mario relata que su madre biológica le dijo que “estaba segura que de Mansión Seré no podría haber salido. Estima que su último destino fue allí. ‘Vas a ver al despojo del esposo que te quedó’, le habían dicho. Se lo encontró tirado en un pasillo. No podía caminar. Solo se arrastraba. Le habían destrozado los pies, las rodillas, las manos y los brazos a mazazos. No tenía dientes. Estaba desfigurado. Lo único que pudo hacer él fue levantar la cabeza, mirarla y gemir. Ella no tuvo fuerza ni para saludarlo. Esa fue la última vez lo vio”, dijo Bellene, removiendo el dolor que lo acompaña hace 47 años. “Me contó que fue violada múltiples veces. También a mi papá, que lo empalaron” y detalló otras torturas que supo que su padre sufrió para “terminar como lo dejaron: mazazos, pinzas para sacarle los dientes, el submarino, la picana eléctrica”. También contó que en una ocasión le recriminó a su madre que aunque “intentaba acercarse ella me cerraba siempre la puerta. Su respuesta fue: ‘Cuando te miro, veo a tu papá, sos un calco de él y me haces recordar todo’”.

Mario nació el 7 de agosto de 1977 dos días después de la liberación de su madre, a quien le habían prometido la libertad a cambio de entregar la escritura de un terreno y el dinero de una casa vendida hacía poco. “Cuando la liberan y la llevan custodiada hasta la casa de su hermano, se encuentra con Ernesto Rafael Lynch sentado en la cabecera de la mesa, comiendo, como si fuera el dueño de la casa”. El mismo que la había extorsionado por la libertad, ahora la amenazaba con violarla y retener el documento “así no te nos escapas a otro país” le había dicho. “En el lapso que estuvo detenida, estuvo con Lynch en cinco ocasiones”, relató su hijo. La última, sin embargo, fue varios meses después de la liberación, cuando la buscaron y llevaron a Campo de Mayo. “A través de un portón muy grande, esa voz conocida le habló sin que pudiera verlo y le devolvió el documento, por un espacio entre las rejas, ‘porque se estaba portando bien’”.

Para cerrar su testimonio, y refiriéndose a su padre aún desaparecido, Mario agregó: “Me hubiese gustado tener la posibilidad que tienen algunos diputados de visitar gente en la cárcel. Yo a mi viejo ni siquiera eso. Si él hubiese cometido algún delito lo deberían haber juzgado, y yo hoy podría ir a visitarlo a la cárcel. O incluso a un cementerio. Pero tampoco tengo esa oportunidad”.

Por su parte, en esta audiencia una vez más la defensa recurrió a la estrategia de citar testigos de concepto. Este cuarto testimonio, Héctor Gay,  luego de redundar en anécdotas personales que no aportan información a la causa, respondió a la pregunta sobre “qué concepto le merecía Zyska”, a la que respondió: “Buena persona. Eso encierra muchísimo. Solidario, atento a nuestras necesidades, yo lo aprecio mucho, eso es lo que puedo decir”.

La abogada Clarisa Góngora de la querella “Moreno por la Memoria” refirió a ANCCOM que “los testigos de conceptos son una estrategia propia de quienes defienden a los imputados en general, es algo propio de este tipo de juicios. Son testimonios que ofrecen cualidades positivas desde características profesionales o personales de los imputados”.

Sobre el avance del juicio, la abogada destacó que: “en cada audiencia tenemos testimonios y relatos muy fuertes y comprometidos. Pero también muy valiosos para el juicio, por los datos e identificaciones que aportan”. De momento está pautada una breve audiencia virtual para el próximo martes 12 de noviembre ya que declarará otro testigo de concepto. Luego, el cronograma continúa según lo pautado y el martes 19 habrá una nueva sesión de este juicio a la que se podrá acceder a través de la transmisión de FM en Tránsito y La Retaguardia, o bien, de manera presencial en el Tribunal Federal Oral N°5 de San Martín, ubicado en Pueyrredón 3734.

 

«Por primera vez cuento ante un juez lo que viví»

«Por primera vez cuento ante un juez lo que viví»

El sobreviviente Juan Olivero testificó durante la quinta jornada del juicio que investiga la Masacre del Pabellón Séptimo, ocurrida el 14 de marzo de 1978, en plena dictadura.

El pasado miércoles 6 se realizó una nueva audiencia del juicio oral por la Masacre del Pabellón Séptimo en los tribunales de Retiro. Durante la audiencia, testificó Juan Olivero, otro de los sobrevivientes de la masacre. 

En representación de la querella, Claudia Cesaroni comenzó a realizarle preguntas y. Olivero contó que estuvo preso durante el 1976 hasta 1982. Había sido trasladado al pabellón de Devoto meses antes de la masacre. Por entonces, tenía 20 años. 

Cesaroni le preguntó sobre lo ocurrido los días 13 y 14 de marzo en la unidad penitenciaria, a lo que el testigo explicó que todo inició con el conflicto de la televisión. Durante su relato, mencionó un intercambio de palabras que se dio entre un interno (a quien posteriormente identificó como Tolosa) y un guardiacárcel que le ordenó que apague el televisor. Olivero contó que el interno se terminó rehusando a la orden y que él se fue a dormir antes de que termine la película que estaban viendo todos. 

La abogada querellante le consultó al testigo si recordaba haber oído o visto algo particular durante la madrugada, luego de lo sucedido, pero él respondió que no. Sin embargo, durante la mañana de ese mismo día su compañero Hugo Barzola le comentó que horas después de lo ocurrido con la televisión había entrado parte del cuerpo penitenciario para hablar con Tolosa.

Olivero explicó que el recuento de reclusos se realizó a las 7 de la mañana, al igual que todos los días. Sin embargo, la particularidad de esa vez fue que luego del procedimiento se escuchó un silbato y vio entrar al cuerpo de requisa. “Tenía el doble de personal, aproximadamente serían 70 personas. Entraron gritando, puteando, denigrando y pegando con los palos,  algunos tenían cadenas”, relató el testigo. A lo que añadió haberse ido al fondo con las manos atrás y que al girar la cabeza vio cómo estaban golpeando a sus compañeros. 

“Veo que se empieza, como defensa, a correr las camas en círculo para parar la barbarie que estaban haciendo los milicos. Para que se vayan. Y se fueron”, comentó. Sin embargo, expresó que ahí ni siquiera “había empezado la masacre”, ya que después los penitenciarios volvieron al pabellón de un modo más agresivo, lanzando gases y disparando hacia los reclusos.

Olivero comentó que, buscando protegerse de los disparos y gases, vio muchos cadáveres de sus compañeros tirados en el piso. No obstante, anticipó no recordar el nombre de ninguno de ellos. Junto al resto de sus compañeros con vida, explicó que pusieron colchones sobre la reja, intentando tapar la visibilidad de las autoridades que buscaban agredirlos con ametralladoras o lanzagases. A pesar de ello, el testigo contó que continuaron disparando y vio cómo los colchones que colocaron para tapar comenzaron a prenderse fuego. A raíz del incendio, Olivero contó cómo rápidamente se fue oscureciendo el pabellón. 

“Con lo poco que veía, observo a un compañero que, al fondo a la derecha, se sube a tomar aire y de afuera del pabellón lo balean y cae”, recordó. Olivero recordó que en ese momento sus dificultades para respirar se habían agravado, por lo que se dirigió al fondo del pabellón donde había un poco de luz y trató de saltar hacia una ventana. Sin embargo, al tocarla se quemó las manos: “Las piernas también las tenía quemadas. Después de eso me caigo, me quedo en el piso, es impresionante el calor que tenía ahí”. Si bien el testigo no recuerda cuánto tiempo estuvo tirado, puntualizó que en ningún momento hubo asistencia de parte de los penitenciarios ni de los bomberos hasta ese momento, sino que “el fuego se apagó solo”.

Olivero explicó que en un momento escuchó una voz que ordenaba que “el que pudiera salir que se levante” así les “prestaban atención”. Luego de unos minutos, se levantó y vio cómo su cuerpo estaba todo negro. Al salir del pabellón, el testigo recordó ver el piso lleno de cadáveres, “adelante había cuerpos carbonizados” contó. 

Al salir al pasillo, le pusieron las manos atrás mientras lo hacían bajar tres pisos. Durante ese camino, expresó haber visto más cuerpos tirados de sus compañeros, de los cuales indicó que posiblemente eran cadáveres. Luego del recorrido, contó que lo empezaron a golpear. Posterior a ello, lo llevaron a la celda de castigo, donde no recuerda cuánto tiempo estuvo allí. 

Una vez que lo sacaron de esa celda, lo trasladaron al Hospital Alvear. “Tenía quemaduras en las manos y en las piernas, también infinidad de golpes” relató. Ante la pregunta de si durante su estadía en el hospital le habían tomado declaración, Olivero comentó haber realizado una pero que fue “escueta” y que se la hicieron en un momento en que estaba mal psicológicamente y de salud “apenas andaba”. 

El testigo rememoró las consecuencias que sufrió en los tratos al volver al pabellón de Devoto por ser un sobreviviente de la masacre : “Cuando venía la requisa y nos poníamos desnudos, pienso que algunos me conocían, o al verme las quemaduras de las manos y las piernas prácticamente me sacaban o me molían a palos”. Contó que muchas veces lo mandaban castigado. “No solo era maltrato sino también golpes. La requisa me tiraba a un calabozo y perdía la noción del tiempo allí” explicó Olivero. 

Al preguntarle sobre el momento en que consiguió su libertad, el testigo explicó que se puso a trabajar en una herrería en Santa Rosa durante el año 1982 y que a los cinco meses pidió la libertad condicional, que fue aceptada en abril de 1983. A partir de ahí, convivió un tiempo con su padre. 

Olivero explicó haber hablado con muy pocas personas lo que vivió en el pabellón. La primera a quien le contó fue su esposa y la segunda a Cesaroni, la abogada querellante. “Compramos con mi señora una Netbook y me puse a buscar “Pabellón Séptimo”, ponía “motines” y también apellidos que recordaba hasta ese momento pero no encontraba nada. Hasta que un día volví a buscar “Pabellón Séptimo” y ahí me apareció el libro de la doctora”. El testigo recuerda ver un teléfono para comunicarse con Cesaroni, a lo que posteriormente pactaron un encuentro y él le compartió su testimonio. 

Cesaroni le preguntó si en algún momento tuvo algún tipo de reparación o reconocimiento económico de parte del Estado, lo cual fue negado rotundamente por el testigo. Sin embargo, dijo que “ahora en este momento, lo que es un reconocimiento es estar sentado acá. Por primera vez puedo contar ante un juez lo que viví personalmente ese 14 de marzo de 1978”. 

Posteriormente la querella le exhibió unas imágenes de distintos sectores del pabellón con la finalidad de que el testigo pueda indicar qué reconoce. Entre las fotografías, Olivero identificó la entrada del pabellón, el área en donde se encuentra el guardiacárcel, las ventanas laterales y de frente y, por último, la televisión del pabellón, objeto que el testigo describió como “la protagonista de la masacre”. 

A continuación, el juez Toselli estableció un nuevo cuarto intermedio hasta la próxima audiencia que será realizada el día miércoles 13 de noviembre. 

Recuerdos grabados a fuego

Recuerdos grabados a fuego

El sobreviviente Germán Jascalevich declaró en la cuarta jornada del juicio que investiga la masacre del Pabellón Séptimo, investigado como un crimen de lesa humanidad de la última dictadura.

El pasado miércoles 30 se llevó a cabo la cuarta audiencia del juicio que investiga la Masacre del Pabellón Séptimo, la mayor matanza carcelaria de la historia. El sobreviviente Germán Jascalevich testificó sobre lo que vivió aquel 14 de marzo de 1978 en la cárcel de Devoto. 

El testigo comenzó a contar sobre cómo y dónde vivía durante el año 1978. Explicó que tenía un pequeño taller de bolsas tejidas a mano y que era artesano. En ese período vivía con Claudia Carrara y su hijo, Javier Canosa. Contó que durante ese tiempo habían recibido a Giancarlos Gianvarela en su casa, quien venía de Italia.

Ante la pregunta de si recordaba haber sido detenido durante ese año, Jascalevich respondió que sí, debido a que allanaron la valija de Gianvarela quien poseía pastillas de ácido lisérgico: “Intervino el Departamento de Toxicomanía, que era una parte de la Policía Federal”. En ese procedimiento, detuvieron a Gianvarela, a Luis Canosa (padre de Javier) y a Jascalevich.

Luego del interrogatorio en donde Gianvarela había confesado que las drogas eran de él, todos los acusados fueron trasladados al Pabellón Séptimo del penal de Villa Devoto. “Me acuerdo que llegamos al pabellón aproximadamente 15 días antes de la masacre” explicó Jascalevich. Según el testigo, eran entre 170 y 180 personas, una mitad dormía en camas y la otra en colchones tirados en el piso. Ahí le tocó a él por ser nuevo.

“El preso más viejo era un uruguayo. Me acuerdo de las caras, no tanto de los apellidos, pero creo que se llamaba Cardozo”, expresó ante la consulta de cómo se organizaba el “rancho” que él integraba. Si bien los ranchos eran todos independientes, señaló que había uno que era el encargado de prender y apagar el televisor y de poner el programa que eligía la mayoría, a quien identificó como “Pato” Tolosa. 

La noche anterior al incendio, Jascalevich estaba viendo una película y el guardiacárcel ordenó que se apague el televisor. Ante ello, el testigo aclaró que el horario en que se apagaba el televisor de acuerdo al reglamento era “una hora marcada tipo 8 de la noche” pero que ese día se les había pedido que lo apaguen media hora antes. El responsable de esta orden fue identificado por Jascalevich como a quien le decían “Kung Fu” (mencionándolo posteriormente como el imputado Zerda) debido a que practicaba un arte marcial y solía sacar a reclusos para “boxearlos”. 

El testigo contó que Tolosa se rehusó a apagar el televisor, y que en todo caso lo podía hacer “Kung Fu”. “Esa arbitrariedad fue la que ocasionó la masacre”, sostuvo Jascalevich, ya que después de ese incidente llegó un trabajador con una carta de Zerda, diciéndole que lo iba a sacar esa noche y que le iba a pegar. “La carta estaba escrita por el celador Zerda hacia Tolosa porque no había querido apagar el televisor. En realidad hay dos interruptores, él podría haberlo apagado desde su lugar, pero él quería que lo apagara Tolosa” aclaró el testigo.

A la madrugada, entró un cuerpo “muy pequeño” de 4 o 5 personas y fueron directamente al rancho de Tolosa. Jascalevich citó lo que había dicho Tolosa: “No voy a salir porque ustedes me van a matar”. Frente a la situación, muchas personas comenzaron a ponerse de pie como un acto de resistencia, a lo que el cuerpo penitenciario se terminó yendo. 

Granadas con chispas

Al día siguiente, Jascalevich contó que ingresó un grupo de requisa muy grande. “Entraron con cadenas forradas en cuero, las que se usan para cerrar las puertas de los pabellones, e ingresaron con unos palos muy largos que se usan para golpear las rejas para ver si hay alguna cortada”. El testigo explicó que entraron directamente golpeando a la gente, a lo que, de manera masiva, decidieron poner las camas para obstruir el medio del corredor del pabellón.

“Nosotros pusimos camas para bloquear las camas para que no volvieran a entrar, las pusimos para tapar la puerta y nos quedamos esperando para ver qué iba a pasar”, relató el testigo. Después, vio cómo llegaban a la pasarela un grupo de penitenciarios lanzando granadas lacrimógenas que también soltaba chispas. “A un compañero le tiraron una granada de gas en el pecho y lo mataron. Quedó humeando la granada de gas”, expresó Jascalevich. 

El testigo agregó que durante el incidente observó cómo llegaban Galíndez, otro de los imputados, y Zerda con una ametralladora y una pistola y reconoció que las armas que ambos tenían asesinaron a sus dos compañeros de causa. Jascalevich agregó que él se salvó por cubrirse con una pared y que aún así recibió un disparo en el pie.

Jascalevich recordó que “se empezó a juntar una parva de cadáveres en la mitad del pabellón. Caía muchísima sangre, el piso parecía una gelatina”. A pesar de haber puesto los colchones para bloquear la visibilidad de sus disparos, estos no cesaban. Además, indicó que antes de que iniciara el fuego ya había una alta cantidad de muertos tirados en el suelo por heridas de bala. “Yo creo que una de las granadas lacrimógenas impactó en una cama y el calor hizo que se prendiera fuego uno de los colchones”, declaró. Como estaban todos amontonados, los colchones se empezaron a prender fuego de forma masiva. 

Dada la cantidad de fuego y ante la dificultad de respiración, Jascalevich se trepó a una de las ventanas del pabellón junto a otro compañero, a quien identificó como “Guampa”. Sin embargo, desde el patio que estaba debajo notó que comenzaron a disparar hacia ellos, viendo secuencialmente cómo su compañero recibía un balazo en la frente y caía inmediatamente al suelo. 

Durante el incendio, no hubo intenciones de parte de las autoridades de cesar el fuego, incluso el testigo agregó que al lado de la pasarela había un hidrante de donde podían sacar agua: “Nosotros les gritábamos que nos tiren agua, pero lo que escuchábamos era que nos decían “mueranse como ratas”, una cosa realmente horrible”. 

Debido a la intensidad del calor, contó cómo debió refugiarse debajo de la parva cadáveres, hasta que en un momento se paró y fue a sacar las camas que estaban obstruyendo la puerta: “Tomé una frazada para sacarlas con ellas. Había un compañero que estaba tan asustado que las sacaba con las manos y se las quemó todas”. 

Tras el incendio, los golpes

En esas condiciones, Jascalevich manifestó que los hicieron salir del corredor hacia el pabellón de castigo. “Ahí estaban todos con palos y cadenas, nos llevaban con las manos en la espalda y nos iban pegando en la cabeza. Yo me caí al piso dos o tres veces y me luxaron las costillas” relató. En ese momento, el testigo contó haber escuchado que los guardias estaban buscando a dos personas, a Tolosa y a otro recluso de quien no recuerda el nombre. “Los sacaron y los mataron a palazos. No estaban muy quemados, estaban bien, pero les rompieron la cabeza” relató. 

Una vez que lo sacaron del calabozo, el doctor Spitelli lo buscó, le dio una jarra de agua y una inyección de morfina. Debido a las graves lesiones lo trasladaron al Instituto del Quemado, donde estuvo inconsciente y tres días en coma. 

Estuvo internado 30 días conectado a varias sondas. Su cirujano le explicó que debía estar 30 días más para continuar con su recuperación. Sin embargo, después del primer mes, Jascalevich fue trasladado al Hospital Penitenciario de Villa Devoto, donde cuenta que sufrió distintos descuidos, como hacerlo caminar cuando apenas podía o hacerlo pasar frío.

Tras el alta médica lo llevaron al pabellón noveno donde el “cabo” Chonta le contó que Galíndez había sacado las balas de los cuerpos con un cuchillo. Dicha orden fue dada colectivamente al resto de los penitenciarios, a lo que los más jóvenes se negaron. Sin embargo, el oficial contó que Galíndez les dio una especie de “vacaciones” y los amenazó con sancionarlos si llegaban a decir algo.

Jascalevich, que terminó de cumplir su condena en la Unidad 9 de La Plata, expresó que le quedaron consecuencias psicológicas. Mencionó pesadillas sobre persecuciones y distintos traumas que lo llevaron a irse a vivir a Brasil. “Me pone muy triste a mí la Argentina, me trae recuerdos muy tristes y voy esporádicamente”. Físicamente, tuvo quemaduras de primer y segundo grado, además de que el humo le dejó una secuela pulmonar por la que debió realizar un tratamiento en Suiza. Además, añadió que hasta hace tres días sus hijas no sabían la verdad de sus quemaduras, ya que él les había contado que había sufrido un accidente automovilístico. “No las quería marcar desde tan pequeñas”, expresó.

Finalizadas las preguntas de parte de la Fiscalía, la querellante abogada Claudia Cesaroni solicitó que se expongan una serie de imágenes para que el testigo pueda reconocer el lugar de los hechos de la forma más explícita posible. Identificó la ventana donde se trepó junto a su compañero y otros sectores del pabellón, con un poco más de dificultad debido a que ciertas paredes habían sido pintadas luego del incendio.

Luego, el juez Toselli estableció un cuarto intermedio hasta el próximo miércoles, donde declarará el testigo Roberto Montiel.

La audiencia se realizó vía Zoom debido al paro de transportes y fue transmitida por el canal de Youtube de La Retaguardia.