Sobrevivir, una cuestión de suerte

Sobrevivir, una cuestión de suerte

Dos nuevas declaraciones se escucharon en la vigesimoséptima audiencia de la megacausa Mansión Seré IV y RIBA II. Desaparecer y sobrevivir sin conocer las razones, para luego perderlo todo como consecuencia del terrorismo de Estado.

“Todos sabíamos que existían los desaparecidos pero nadie nombraba abiertamente que lo eran. Llevábamos una doble vida al ocultarlo. En mi casa nunca se habló de lo que sucedió, ‘pasó algo pero lo vamos a superar y olvidar rápidamente’ era parte de la atmósfera. En Buenos Aires desaparecía gente a mansalva por varios días, pero no pasaba nada. Ese malestar fue el que no me permitió quedarme. No me hallaba en ningún lado y decidí irme, en teoría por seis meses. Pero estoy desde 1985 fuera del país y solo regresé en dos oportunidades. No era mi plan de vida mudarme a España”, explicó Patricia Dorrego. La sobreviviente y primera declarante de la audiencia vigesimoséptima del juicio Mansión Seré IV y RIBA II que investiga los delitos de lesa humanidad cometidos en la zona oeste del Gran Buenos Aires, no pudo precisar qué trámites o intervenciones realizó su familia para dar con su paradero, a causa del silencio que sobrevoló a los hechos que la tuvieron por víctima directa durante la última dictadura cívico militar de nuestro país.

Dorrego fue secuestrada dos veces. Con modismos y acento español relató: “La primera vez me llevaron por cinco días y ni siquiera sé dónde estuve. Puedo suponer que fue en un lugar céntrico de la ciudad -Capital Federal- porque llegamos muy rápido. La segunda vez sucedió a mis 19 años, en octubre de 1977. Me llevaron desde la casa de mi hermano que vivía frente al Congreso de la Nación a la casa Seré, lo cual supe después porque en ese entonces no conocía siquiera la zona. Quienes entraron, lo hicieron disfrazados con pasamontañas que no permitían verles la cara, pero no llevaban uniformes. Me trasladaron con una venda de goma en los ojos, pero antes de irme vi a mi hermano encañonado”, relató sobre Sergio Alberto Dorrego, aunque desconoce si el resto de la familia sufrió tormentos en el allanamiento por la decisión de silenciar el tema.

Fue a partir del testimonio de otra sobreviviente de Mansión Seré que Dorrego conoció donde había transcurrido su cautiverio. “No hice la denuncia de mi secuestro porque apenas me liberaron me fui del país; así y todo, aparezco en el Nunca Más. El día que nos liberaron, a mí me dejaron última en un baldío. Íbamos con Alejandra Tadei y otro muchacho que pusieron en el maletero del auto. Alejandra es quien me reconoció y nombró para que mi familia supiera que había estado en ese coche. Es por ella que sé donde estuve. Luego, cuando se hicieron inspecciones, reconocí el lugar, el suelo, las escaleras”. Después de ser liberada, la situación no mejoró. Uno de los captores intentó mantener el contacto con ella: “Uno de ellos quería salir conmigo. Por suerte nunca me encontró en mi casa. Obviamente sabía dónde vivía y tenía miedo de que se apareciera. Pero se limitó a llamar -acosar- por teléfono”, recordó.

El abogado defensor Manuel Barros comenzó con el interrogatorio de Dorrego y le aclaró que su presencia en el tribunal se daba “en razón de que esta defensa no ha podido controlar la prueba generada en su declaración previa y por ello tal vez tendrá que recordar cosas que no le gusten, pero es lo que hace al derecho de defensa de mi cliente”. La testigo comenzó su declaración respondiendo a las preguntas del defensor y afirmó no conocer a los imputados que representa junto a Mauricio Castro: Ernesto Rafael Lynch y José Juan Zyska.

Por no haber sufrido torturas y violencia física durante el cautiverio, la testigo restó importancia a su calvario al compararlo con las vivencias de otros detenidos. Sin embargo, su narración pintó otra escena dentro de la Mansión, incluyendo una situación de abuso “de la que logré zafarme por el llanto. Fuera de la tortura de estar secuestrada con 19 años, que creo que ya era suficiente, no me torturaron físicamente. Me encerraban en una habitación con los ojos vendados y me hacían preguntas sobre distintas personas, sus nombres y dónde vivían. Pero era tal mi ignorancia que por eso, creo, me dejaron libre. No sé qué actitud tuve, qué hice o qué sucedió para que no me hayan torturado ni matado como sí hicieron con tantos otros”.

Sobre la antigua mansión, devenida en campo de concentración, Dorrego recordó haber estado en “una habitación sin ventanas, un cuarto estrecho con una sola cama. Había un baño en un hall, el cual sí tenía ventanas, pero al que iban conmigo. Era realmente humillante. Luego había un comedor donde alguna vez escuché la televisión o la radio, que la ponían muy fuerte para tapar los gritos. Tenía una sensación de estar a las afueras, pero no tenía idea dónde”, describió para concluir su declaración desde España.

La segunda declaración de la fecha la hizo en calidad de testigo Rosario Reynoso, hermana de José Lizardo Reynoso, sobreviviente del centro clandestino que funcionó en la Comisaría 1º de Moreno. La testigo relató el trabajo que realizaba su hermano en el barrio San Jorge de Moreno, donde vivían: “Él ayudaba a todo el mundo. El barrio era nuevo y él colaboraba con quienes se mudaban, iba a construir las casas, estaba haciendo trámites para cablear y colocar la luz en la zona. Lo conocían por esa forma de ser y de ayudar al resto”, recordó la hermana.

Del secuestro de su hermano se notificó por los vecinos, “mis sobrinas, que en esa época tendrían 5 y 7 años, habían quedado solas. A ellas las buscó su abuela, mi madre. Yo nunca supe qué sucedió en la casa cuando entró ese grupo de personas, ni quién quedó viviendo allí después, porque nos fuimos del barrio y nunca más volvimos”. La testigo relató la pérdida de la vivienda familiar como una situación de angustia y dolor que fue también expresada en una audiencia previa por las sobrinas de la testigo, las hermanas María Eva de Jesús y  María del Valle Reynoso.

Sobre su hermano, Reynoso mencionó las enfermedades que padeció y las heridas de quemadura por picana que tenía en la espalda. “Con su esposa fuimos a hacer una denuncia sobre su desaparición, pero no supimos nada hasta que lo soltaron. Luego él habló poco, contó que había estado en la Comisaria de Moreno en un espacio subterráneo y que lo torturaban, mojado y desnudo, con picana”. La testigo terminó su declaración señalando que aunque “siempre me llamaron para presentarme a declarar, yo nunca quise hacerlo porque no creía que valiera la pena luego de tantos años”.

A casi un año de comenzado el juicio por esta megacausa, y concluidas las dos declaraciones, la audiencia -que se desarrolló dinámica sin los ya habituales cruces entre las partes- llegó a su fin. Quedó programada la próxima audiencia para el martes 19 de agosto a las 9 horas.

Todo el terror de la dictadura condensado en una familia

Todo el terror de la dictadura condensado en una familia

En “Salvate vos”, su nuevo libro, Juan Carrá reconstruye la historia de Noemí “Mima” Giannetti de Molfino y su familia, víctimas de la represión estatal dentro y fuera de Argentina. Un relato sobre militantes, presos políticos, desaparecidos, exilios, contraofensivas, asesinatos, bebés robados y también recuperados, narrado desde el amor fraternal.

“Los Molfino. Seis hermanos, una madre sola. Una persecución implacable. El mayor crimen internacional de la dictadura.” Eso se lee en la tapa de Salvate Vos, el nuevo libro de no ficción de Juan Carrá, escritor, periodista y docente universitario.

En la portada, una mujer sonríe mientras amasa algo sobre la mesa de un comedor. La imagen, en blanco y negro, sugiere una escena de los años sesenta, probablemente capturada en una cocina de Resistencia, Chaco. Esa mujer es Noemí Esther Giannetti de Molfino —conocida como Mima—, cuyo cuerpo apareció sin vida el lunes 21 de julio de 1980 en una habitación de hotel en Madrid. Tenía 55 años. Un mes antes había sido secuestrada en Lima, Perú, por la dictadura militar argentina.

La escena del crimen fue cuidadosamente montada para simular una muerte accidental. Pero el trasfondo era otro: una operación de inteligencia del Batallón 601 con el objetivo de instalar el mito de que los desaparecidos no estaban secuestrados, sino paseando por Europa.

En Salvate Vos, Carrá reconstruye la historia de toda una familia atravesada por la militancia, la persecución y el exilio. Mima no es solo la mujer que ríe en la foto: es un ama de casa viuda, madre de seis hijos, todos ellos marcados por el compromiso político y la represión de la época. Al momento de su secuestro, el hijo mayor (Miguel) era preso político; otra hija (Marcela) estaba desaparecida; otra (Alejandra) exiliada; dos (José y Lili) permanecían en Chaco, en alerta constante; y el menor (Gustavo) se encontraba oculto en Lima, acompañado por Mima en plena contraofensiva montonera.

Juan Carrá cuenta, en diálogo con ANCCOM, qué lo llevó a escribir Salvate Vos: “La historia de los Molfino es una pequeña historia dentro del mar de historias. Y como esta, hay muchas más. La particularidad es que en esta familia se condensa todo el terror de la dictadura”. Luego detalla: “Arrancan en 1975 teniendo que pasar a la clandestinidad porque la Triple A los condena a muerte. Ahí tenés la condena del paramilitarismo, el exilio interno, la detención de Alejandra, el exilio a Francia, después el de Mima y Gustavo. El secuestro y desaparición de Marcela y el Negro. La detención legal que se vuelve desaparición —y después vuelve a ser legal, entre comillas— de Miguel. Lili, que tuvo que venirse a la Capital porque el apellido quemaba. José, cuidando lo que quedaba de la familia, arriesgando su vida en Chaco. Y después el operativo internacional que termina en el secuestro de tres argentinos, más otro que iba a secuestrarlos, y finalmente el asesinato de Mima en ese montaje infame en el hotel de Madrid”, detalla Carrá y concluye: “Todo eso en una sola familia. Y al final, un nieto recuperado. Tenés toda la tragedia condensada en una casa. Eso me impactaba muchísimo. Incluso ahora, cuando lo repaso, me sigo preguntando: ¿cómo no contar esta historia?”.

 

El legado sobreviviente

Carrá viene de presentar Salvate Vos en la Universidad Popular de Resistencia, Chaco, la provincia donde la familia Molfino vivió gran parte de su vida. Al encuentro asistieron más de 200 personas: jóvenes, amistades de la familia y excompañeros de militancia de los hermanos. Entre el público estaban también Miguel, José y Gustavo, los tres hermanos que aún viven y que siguen reivindicando la historia de lucha de los Molfino. Los acompañaban hijos, hijas y sobrinos, entre ellos Guillermo Amarilla Molfino, hijo de Marcela Molfino y Guillermo “El Negro” Amarilla, ambos secuestrados y desaparecidos por la dictadura, restituido en 2008 por Abuelas de Plaza de Mayo.

Marcela dio a luz a Guillermo en la clandestinidad. Se presume que pudo haber sido secuestrada sin saber aún que estaba embarazada, aunque también se cree que podría haberse reencontrado con El Negro durante el cautiverio. Lo cierto es que Guillermo fue uno de los tantos niños apropiados por la dictadura y privado de su identidad hasta que, 29 años después, conoció que sus datos genéticos coincidían con los de Marcela y El Negro.

Los que quedaron no lo buscaban, simplemente porque no sabían de su existencia. El libro narra que, en el momento en que fueron citados para recibir la noticia, “estaban buscando huesos y terminaron encontrando vida”.

 

¿Cómo estuvo la presentación del libro en Chaco?

Fue una experiencia muy fuerte, muy entrañable. Como que el libro pasó a un segundo plano y fue más un espacio de comunión y un homenaje a Mima y a su familia. Si bien, por supuesto, salió el libro y eso fue el epicentro, todo dio para hablar. Mauricio —el hijo mayor de Marcela y El Negro— dijo algo que me impactó mucho, una frase que para mí resume el corazón del libro: “Me enteré de muchas cosas de mi familia en este libro. Cosas que nunca nos sentamos a hablar entre nosotros y que, si no era por alguien que venía de afuera, nunca íbamos a poder contarnos. Porque el dolor es muy grande, y sentarnos a hablar ya implicaba algo que no iba a suceder”.

 

¿Qué peso tuvo el silencio en tu proceso de escritura?

Esa imposibilidad de hablar, de no saber del todo, también es una forma de daño. Y es una de las razones por las que escribí este libro: para que las voces de Marcela, del Negro Amarilla, de Mima, se sigan escuchando. Las voces de Alejandra y de Lili también, que, aunque no fueron asesinadas por la dictadura, murieron jóvenes, enfermas. Las tragedias personales también enferman. Las heridas de los sobrevivientes siguen ahí, y cuesta mucho hablar de todo esto.

La imposibilidad de hablar, de no saber del todo qué pasó, es otra forma del daño.

Juan Carrá

¿Cómo fue el proceso de investigación y escritura de una historia tan compleja?

Estuve casi tres años con este libro. Investigué todo lo que se había escrito, entrevisté a la familia, a amigos, a exmilitantes, viajé a Perú, a Chaco, accedí al expediente en Madrid. Y después vino la parte de construir literatura. Todo parecía imposible de dejar afuera, pero la propia escritura fue marcando qué escenas había que resignar. Yo quería hacer una novela de no ficción. No un libro de data dura, sino un relato que pueda llegar a más lectores. Que lo pueda leer alguien que no se sienta a leer un informe o una investigación. Por eso la ficción aparece como herramienta: muchas escenas están construidas con base en entrevistas profundas, pero también hay cosas narradas desde la voz de quienes ya no están.

 

¿Cómo fue sostener una voz narrativa que respete a quienes ya no están?

Siempre lo hice desde un enorme respeto. Mi intención no fue inventar ni embellecer, sino hacer memoria. Y, sobre todo, no convertirlos en héroes. Lo que hay en este libro son personas comunes que apostaron a un mundo mejor y que pagaron consecuencias enormes por eso. Algunos hicieron cosas heroicas, puede ser, pero ese juicio se lo dejo al lector. No me interesa que alguien valga más por haber militado más, o menos. Esa lógica de los setenta, de jerarquizar incluso el dolor, ya no sirve. Porque si hacemos héroes, también hacemos traidores. Y ahí caemos en antinomias peligrosas. A mí me interesa pensar esta época desde la historia, desde la responsabilidad política y colectiva. No desde la lógica del chivo expiatorio. No sirve buscar culpables individuales de todo. Me parece más potente entender el entramado de los hechos, las condiciones políticas, la violencia de Estado. Y narrarlo desde ahí.

 

Más allá de la denuncia política, el libro también está atravesado por escenas íntimas: gestos de amor, de amistad, de familia. ¿Sentís que fueron esos gestos cotidianos los que terminaron dándole profundidad humana a la historia?

Creo que el libro tiene mucho de eso: escenas de amor fraterno, de amistad, de familiaridad. No son historias de heroísmo en el sentido épico, sino gestos de afecto, de cuidado. Por ejemplo, lo que hace Gustavo cuando rompe los protocolos de seguridad para poder ver a su familia. Desde afuera uno podría decir que fue imprudente, que se arriesgó demasiado —y es cierto—, pero ahí hay algo profundamente humano que no se puede ignorar. O Mima, que en Francia decoraba la tapa de la mermelada con una banderita argentina para no sentirse tan lejos. Esas pequeñas acciones también son resistencia. Son detallitos que, juntos, construyen el gran relato. Porque lo otro, lo más conocido —que fue secuestrada en Perú, asesinada en Madrid, que fue una operación del Batallón 601— ya estaba contado. Yo no tenía mucho que aportar ahí. Lo que sentí que sí podía hacer era darle a esa historia una materialidad, mostrar que esto le pasó a una familia de verdad. A personas reales. No a superhéroes ni a villanos. Esto pasó. Y esta es nuestra tragedia. La de los Molfino, pero también la de una sociedad entera. Una tragedia que todavía hoy seguimos pagando.

 La historia de los Molfino no termina en las páginas de un libro. El próximo 8 de agosto habrá una nueva oportunidad para escucharla en primera persona: la presentación de Salvate Vos en CABA se realizará en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SIPREBA), en Solís 1158. Estarán presentes Juan Carrá, Miguel y Gustavo Molfino, y Guillermo Amarilla Molfino, entre otros. La convocatoria es abierta y el encuentro promete ser, una vez más, un espacio de memoria, homenaje y reparación colectiva.

Otra vez fue la Prefectura

Otra vez fue la Prefectura

El Mapa de la Policía identificó que fue un prefecto quien le disparó a la cara a Jonathan Navarro y le ocasionó la pérdida de la visión en un ojo en medio de una marcha de jubilados. Fue el 12 de marzo, el mismo día que hirieron a Pablo Grillo. «Es inminente conocer la identidad del agresor», dicen.

La prefectura en la marcha del 12 de marzo.

Ya se tienen imágenes del prefecto que le disparó a la cara a Jonathan Navarro, provocándole la pérdida de la visión en un ojo, en la manifestación de los jubilados del 12 de marzo, el mismo día en que un gendarme hirió gravemente a Pablo Grillo. La conclusión llegó tras el trabajo conjunto del Mapa de la Policía, que reúne masivamente imágenes de fotorreporteros y en el que colaboraron Revista Crisis, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Argentina Humana, la Asociación Contra la Violencia Institucional, el Instituto de Políticas sobre Delito, Seguridad y Violencias (En Foco) y el estudio de abogados CKZ que representa a Navarro en la justicia.

La causa está en manos del Juzgado Criminal y Correccional Federal N° 1, a cargo de la jueza María Servini de Cubría. Esta magistrada es quién había solicitado las grabaciones tomadas en los alrededores del Congreso de la Nación. Las imágenes fueron claves para identificar al agresor. Los abogados están a la espera de que la justicia retome su labor luego de la feria judicial para presentar las nuevas pruebas y el pedido de informes sobre el oficial de la Prefectura Naval Argentina que aún debe ser identificado.

Al ser consultado por ANCCOM, Mario Santucho, responsable de Revista Crísis e integrante de la querella, comentó que sospechan quién es el autor y que el conocimiento de su identidad es “inminente”. Luego agregó que “pudimos reconstruir la identidad de otros agentes que utilizaron ese mismo fusil…”.

 

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Además, Santucho destacó: “Creo que están operando varias dinámicas. Una tiene que ver con la voluntad represiva del Gobierno, que va a persistir y se va a agudizar. Nos gobierna una ultraderecha consecuente con lo que dice y hace. La otra dinámica son las fuerzas de seguridad, que sabemos que la ministra de Seguridad Patricia Bullrich va a bancar como lo hizo con Chocobar, pero en tanto obren de manera irregular, nosotros vamos a insistir en que cuando este gobierno se vaya, porque en algún momento se va a ir, ellos van a pagar”.

Sobre la utilización del rifle táctico disuasivo BYRNA TCR, que en el manual de uso se prohíbe apuntar a zonas del cuerpo sensibles o la cabeza porque puede causar la muerte o la pérdida de la visión, Santucho consideró que “nosotros decimos que frente a la violencia y la inacción de la justicia podemos construir mecanismos y herramientas de autocuidado ciudadano porque el objetivo del gobierno es que la movilización del pueblo se detenga por el miedo”.

“Tenemos que neutralizar la violencia, generar herramientas propias en la producción de verdad para saber también cómo enfrentar la represión”, cerró Santucho.

 

“Lo que pasó con Santiago fue premeditado”

“Lo que pasó con Santiago fue premeditado”

Sergio Maldonado habla de Olvidar es imposible, el libro en el que narra su incesante batallar para que la justicia no encubra la verdad detrás de la muerte de su hermano, desaparecido el 1 de agosto de 2017 mientras participaba de una protesta mapuche que fue reprimida por Gendarmería. Ocho años signados por el dolor, pero también por la solidaridad descomunal que fue cosechando por el camino, una combinación que transfiguró su vida.

“Todos los puntos de encuentro llevan a Santiago”, dice Sergio Maldonado, su hermano, al hablar de Olvidar es imposible, su libro recién publicado por Marea Editorial. El viernes 1 de agosto se cumplen ocho años de la desaparición de Santiago Maldonado, y es desde el 2 de agosto, con la primera llamada telefónica, que parte un relato en primera persona que va desde Bariloche a la Pu Lof de Cushamen, de ahí a los juzgados, manifestaciones masivas en la Plaza de Mayo y el frío de las autopsias, micrófonos de reporteros y, por sobre todas las cosas, días y noches vividas en vilo, sin apenas comer ni dormir.

“Desde que el libro salió estoy más aliviado, como que te sacaste una mochila de encima —dice Sergio Maldonado en diálogo con ANCCOM—. A ocho años recién siento que es algo propio, que no es algo solamente de Santiago. Antes solamente sentía que iba ahí acompañando, intentando hacer algo judicial. Ahora, más allá de que lo judicial está muy demorado, es tratar de traer otra vez a Santiago”.

La desaparición de Santiago

Santiago Maldonado fue visto por última vez en un corte en la Ruta 40 a la altura de Cushamen, en Chubut. Son tierras reclamadas por la comunidad mapuche al magnate Carlo Benetton, de la Compañía de Tierras del Sud Argentino. La Gendarmería reprimió el corte y, según testigos, apresó a Santiago, cuyo cuerpo aparecería casi tres meses después en el río Chubut, bien conservado, con polen de especies que no se encuentran en la zona. La primera parte del libro narra con lujo de detalles las irregularidades jurídicas y el aprovechamiento político que rodearon al caso: “Va haber alguna gente que se va a sentir tocada, que aparece nombrada en el libro. Pero no es por el hecho de querer perjudicar a alguien, sino de entender qué atraviesan los familiares”, sigue el autor.

Entre esa gente nombrada están, por supuesto, el expresidente Mauricio Macri, que por entonces enfrentaba las elecciones legislativas de medio término, y su ministra de Seguridad Patricia Bullrich, quien descartó una desaparición forzada y avaló el actuar de la Gendarmería. También aparece Gerardo Milman, después implicado en el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner. Pero son sobre todo los jueces Guido Otranto y Guillermo Lleral, titular y subrogante de la causa, quienes representan a un Poder Judicial que descuida las pruebas, rechaza testigos y filtra información a otras agendas políticas.

Sergio Maldonado, sin embargo, se mantiene en la vía institucional: “No sé si es porque soy taurino y soy muy porfiado, pero tiene que ver con que es la única herramienta. Y si esa herramienta no está más, significa que no hay estado de derecho, que es lo que pasa: cualquiera puede terminar privado de su libertad, asesinado y desaparecido en la impunidad. Ahora, si yo no lo denuncio, en vez de haber diez casos van a haber mil. Entonces es una manera de seguir batallando y batallando por más que no pase nada. Es como decir ‘bueno, tengo que mover una pared’. Yo sé que solo no la voy a mover, pero al menos va a ser más difícil meter otro ladrillo más, y capaz que con el tiempo las bases se van aflojando, que en algún momento hay un movimiento en la tierra y la pared se termina cayendo; puede ser que pase. Pero bueno, yo estoy ahí, sigo empujando”.

En los años posteriores a los hechos del libro el caso Santiago Maldonado fue una odisea judicial: en noviembre del 2018, el juez Lleral, subrogante del apartado Guido Otranto, decretó el cierre de la causa; Sergio Maldonado apeló en enero del 2019, en la cámara de Comodoro Rivadavia; en septiembre de ese mismo año se rechazó la apelación, que pasó a tratarse en Comodoro Py y después en la Corte Suprema, que se expidió recién en marzo del 2022. La causa volvió al mismo juez Lleral, instándolo a considerar la ‘desaparición forzada’. Dos días antes de las elecciones del 2023, éste volvió a cerrar la causa, Sergio volvió a apelar y, en mayo del 2024, la apelación fue aceptada.

“Entonces, si yo no hubiese seguido moviendo esa pared, se hubiese cerrado la causa —sigue Sergio Maldonado— y sin embargo esa misma cámara que había rechazado la apelación, a los cinco años, con los mismos elementos, nos da la razón y recusa al juez. Ahora: ¿Qué cambió en ese tiempo? Cinco años más viejo, cinco años de desgaste económico y social, de pérdida de sueños, de alejarnos de la verdad, pero…  Es como que pasás a otra etapa. Decís ‘bueno, listo, ahora pasamos a otra ronda’. Vos golpeás, golpeás y golpeás, te dicen que no, que no, que no, y en algún momento te dicen que sí”.

«En estos ocho años he hecho nuevos vínculos, nuevas amistades y muchos amigos y amigas. Que también es raro cuando vos llegás a determinada edad, que decís ‘bueno, no estoy para andar haciendo nuevos amigos’. Todo lo que estaba antes no está más», dice Sergio Maldonado.

Las personas detrás del Caso Maldonado

La segunda parte del libro es una honesta memoria familiar: los hermanos Sergio, Germán y Santiago en el pueblo bonaerense 25 de Mayo; la primera infancia, los primeros trabajos, los primeros pasos del joven por la música punk, los viajes a dedo y la disidencia política. “Yo no sabía el compromiso que él tenía —confiesa Sergio—. Creía más bien que él tenía esta cosa de anarquista tirando a hippie, sin conocer bien ese lugar de formación”. Y ahora, paradójicamente, es él quien se acerca al estilo de vida de su hermano: “En estos ocho años he hecho nuevos vínculos, nuevas amistades y muchos amigos y amigas. Que también es raro cuando vos llegás a determinada edad, que decís ‘bueno, no estoy para andar haciendo nuevos amigos’. Todo lo que estaba antes no está más, y no es que desapareció porque a mí no me gustó, sino porque se fueron dando las cosas para no estar ahí, y también perder mucho la pasión en eso para empezar en el otro lugar. Como un cambio de carrera, totalmente diferente. Y bueno, ahí entra todo: entornos familiares, amistades, el lugar de vínculos, de casa. Porque también yo estoy mucho en Buenos Aires y en Bariloche, entonces el lugar que tenía como base no está más. Y andás yirando mucho por distintos lugares, es medio nómade todo. No sé, es muy raro, como que es una etapa que se hacía cuando era más joven, y ahora termina siendo al revés: yo, a los 52 años, viendo y encontrando para dónde ir”.

Es que así como aparecen los nombres de Patricia Bullrich y Mauricio Macri, también se destaca a Norita Cortiñas, Charly García y el Papa Francisco, entre muchísimos otros, bajo una luz positiva. El libro escenifica los choques entre ateos anarquistas y curas villeros, y cuenta con los prólogos de Ana María Careaga, Pedro Saborido y Alejandro Bercovich. “Una militante de los DDHH, un peronista y uno de izquierda”, sonríe Maldonado, que abre un único sobre de edulcorante y cuenta: “Empezás a unificar gente que estuvo enfrentada, no sé, en elecciones: el kirchnerismo y la izquierda, el Partido Obrero, y sin embargo terminan todos arriba en una Plaza, pidiendo la aparición con vida de Santiago. Todos los puntos de encuentro llevan a Santiago. Cómo él genera eso, sin estar”.

¿Cómo sigue la causa de Santiago Maldonado?

“Yo creo que lo de Cristina Fernández, lo de la nena gaseada en el Congreso, la represión a los jubilados y el disparo a Pablo Grillo, todo eso viene a sostener, a darle un peso a la figura de Santiago —dice Sergio—, y a que ya no hay que estar dando tantas explicaciones, y empezar a recibir explicaciones. ¿Por qué? Porque todo eso demuestra que lo que pasó con Santiago fue premeditado, fue armado y que ya se cayó la careta, digamos. En ese sentido yo siento que la pared se movió. Que todo eso se rompió. Y si lo pasamos al plano judicial también se rompió la pared, porque todo eso que se dijo de los 55 peritos, que se ahogó solo, se va y no tiene más peso porque si hubiera sido verdad, habrían cerrado la causa, pero se recusó al juez. Me parece que ya fue un avance en ese sentido: aún no sabemos qué pasó con Santiago, pero sí sabemos que todo lo que hicieron está mal. Entonces eso sí me deja satisfecho, porque a veces no pasa por una condena judicial, sino por una condena social. Y también la demostración de por qué se hizo todo eso: para venir y desalojar a los pueblos originarios. Eso en ese momento se frenó, y ahora lo están haciendo”.

 

Olvidar es imposible se presenta el 1 de agosto a las 18.30 en el Centro Cultural Caras y Caretas, Venezuela 330. Junto al autor estarán Ana Careaga, Nora Veiras y Fernando Borroni. Entrada libre y gratuita.

La represión como política de Estado

La represión como política de Estado

La Comisión Provincial de la Memoria presentó su segundo informe sobre Represión a la protesta Social y relevó que en lo que va del año ya hubo 130 detenciones arbitrarias en movilizaciones populares y se registraron 75 personas heridas. La entidad relevó 39 manifestaciones y en 19 de ellas hubo actos represivos.

Represión de las fuerzas de seguridad en la marcha donde las hinchadas de fútbol acompañaron la protesta de los miércoles de los jubilados el pasado marzo. 

La Comisión Provincial por la Memoria (CPM), presidida por el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, presentó en la sede nacional de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE) su segundo informe especial sobre la represión a la protesta social. El documento, correspondiente al primer semestre de 2025, alerta sobre una profundización de la violencia estatal y evidencia que en lo que va del año ya se duplicaron los hechos represivos registrados durante todo el 2024. “Este informe establece una disputa, un sentido social a contracara de lo que el Estado hoy representa: represión como política de Estado”, sostuvo Sandra Raggio, directora general de la CPM.

El informe fue elaborado en el marco de la Ley 26.827, que crea el Sistema Nacional de Prevención de la Tortura, y se basa en tareas de monitoreo de protestas públicas y pacíficas, especialmente aquellas en las que se aplicó la Resolución 943/23 del Ministerio de Seguridad de la Nación, conocida como “Protocolo antipiquetes”.

El objetivo central del informe es evidenciar el accionar de las fuerzas de seguridad en contextos de protesta, donde la violencia estatal se despliega como una herramienta legitimada desde el Estado nacional. A través del monitoreo, se busca no solo relevar cifras o episodios concretos, sino desentrañar el sentido de esa violencia: una represión con múltiples objetivos, que funciona como política de Estado y que se inserta en una estrategia más amplia de disciplinamiento social y criminalización de la protesta.

Durante el período analizado, entre el 1 de enero y el 30 de junio, los equipos de la CPM monitorearon 39 manifestaciones en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, de las cuales 21 registraron episodios represivos. Estas tareas se desarrollaron de forma conjunta con el Comité Nacional de Prevención de la Tortura (CNPT), la Defensoría del Pueblo de la CABA (MLPT-CABA), el Programa de Violencia Institucional de la Defensoría General de la Nación, la organización CEPA (Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios) y postas sanitarias de diversas organizaciones políticas.

En la conferencia de prensa realizada el martes último para presentar el trabajo, Juan Manuel Irrazábal, presidente del CNPT, señaló que “la represión es una maniobra de represión forzada. Las fuerzas actúan para reprimir y evitar la unidad del pueblo. Hay violaciones a los derechos humanos producto de las detenciones”.

La presentación del informe en la sede de ATE fue leída con fuerza simbólica por los presentes. Rodolfo Aguiar, secretario general del sindicato, expresó: “Tenemos que destacar que esta presentación se haya realizado en la sede de ATE. En la Argentina quieren privatizar todo, pero estatizaron el miedo. Si algo hizo el Gobierno nacional desde que asumió es reprimirnos a los trabajadores y a los jubilados. El informe es elocuente. Podemos dar fe porque lo estamos sintiendo en carne propia”.

El informe muestra que estos operativos no se dirigen al control del espacio público, sino a desarticular la protesta de sectores específicos: organizaciones sindicales, movimientos sociales, agrupaciones políticas, jubiladas y jubilados, y jóvenes de sectores populares.

El documento denuncia la aplicación sistemática del protocolo antipiquetes, que, bajo el pretexto de garantizar el tránsito, habilita el despliegue desproporcionado de fuerzas de seguridad en las calles. La Policía Federal Argentina (PFA) intervino en las 31 manifestaciones monitoreadas de forma presencial; la Prefectura Naval (PNA), en 19; la Gendarmería Nacional (GNA), en 16; y la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA), en 10. En varios operativos, la relación entre efectivos y manifestantes fue de tres a uno, y se documentó el uso de vallados, armas reglamentarias, motos, hidrantes, y formaciones de infantería que encerraban a manifestantes en «corralitos», para luego proceder a su dispersión o detención.

El informe muestra que estos operativos no se dirigen al control del espacio público, sino a desarticular la protesta de sectores específicos: organizaciones sindicales, movimientos sociales, agrupaciones políticas, jubiladas y jubilados, y jóvenes de sectores populares. La violencia se vuelve selectiva y política. En lo que va del año ya se contabilizan 130 detenciones arbitrarias frente a las 93 de todo 2024, y se registraron 75 personas heridas en al menos 15 manifestaciones, el número más alto desde que se lleva el registro.

“El sentido de la represión es también indisociable: materializa el odio a quienes reclaman por derechos e instala la violencia como forma de tramitar los conflictos de la desigualdad y el despojo”, señala el documento.

Adolfo Pérez Esquivel, en su intervención, fue contundente: “Este es un gobierno que no está al servicio del pueblo, está contra el pueblo. Estamos viviendo una democracia delegativa, no una democracia participativa. Nunca se va a poder lograr si el pueblo no puede manifestarse libre en la calle”.

El informe concluye con una advertencia clara: la institucionalización de la violencia por parte del Estado —su legitimación, defensa y celebración— implica una degradación profunda del sistema democrático. Se vulneran derechos básicos, se rompe la convivencia social y se margina a quienes disienten. La represión no es un exceso, sino una forma de gobierno.

“No es con odio, violencia y represión que se resuelven los problemas y conflictos sociales. Es con igualdad, con respeto a las leyes vigentes, dialogando, construyendo un país donde todos sus habitantes puedan vivir en paz”, concluye el informe

Las nuevas prioridades de Adriana

Las nuevas prioridades de Adriana

Adriana Metz Romero, hermana del nieto 140 restituido por Abuelas de Plaza de Mayo, habla de su historia, de la búsqueda colectiva, de cómo conoció la noticia y de su experiencia de llorar y reir al mismo tiempo.

“Ella, Graciela Romero caminaba por las calles de los barrios de la ciudad del sur de la Provincia de Buenos Aires cubierto su cuerpo pequeño, con un poncho de lana que la distinguía y la protegía del frío y de los vientos sureños que sí le enrojecían la diminuta nariz. Por ella invitamos a recorrer esta página…”

Entrada del blog “Poncho de Lana”, de Adriana Metz Romero.

 

Cubierta con un saco de lana colorido, Adriana Metz Romero abre la puerta de la casa en la que se aloja. En la calma de una calle semivacía por el feriado del Día de la Independencia, ella no para de atender llamados y agendar otros. Se hace un momento para responder a todos, pero anticipa que puede pausar cualquier entrevista en caso de que llegue la respuesta a sus mensajes de su hermano, a quien conoció esta semana: “Prioridades son prioridades”, dice.

“Siempre fui parte de Abuelas de Plaza de Mayo. Lo que pasa es que yo no me hacía cargo”, expresa sobre el vínculo con la organización a la que se sumó definitivamente en 2012 como trabajadora de la sede de Mar del Plata y en la que es parte de la Comisión Directiva desde 2023. “Recuerdo una oportunidad en que visitamos la sede central de Abuelas de Plaza de Mayo. Aunque llegamos cuando ellas no estaban, entramos como cualquiera puede entrar a la casa de su abuela. El escritorio de Estela -Barnes de Carlotto- era grande, con un vidrio bajo el cual había fotos, postales y saludos. Vimos una foto carnet en blanco y negro mía, muy chiquita, supongo que con seis años”, recuerda.

Adriana es idéntica a la imagen que la organización utilizó de su madre para la conferencia de prensa y que tiene publicada en la página web oficial para la búsqueda de los aún desaparecidos Graciela Alicia Romero, su madre, y su padre, Raúl Eugenio Metz. Ambos fueron secuestradosen Cutral Co, el 16 de diciembre de 1976, cuando tenían 24 y 25 años respectivamente. Graciela gestaba un embarazo de cinco meses. Desde entonces, la familia Metz-Romero se dedicó a la búsqueda del bebé apropiado hasta que el pasado viernes, Abuelas de Plaza de Mayo pudo recuperar su identidad, convirtiéndose en la restitución 140 de la organización.

Durante su infancia, Adriana vivió en Bahía Blanca y fue criada por sus abuelos paternos, Oscar Metz y Elisa Kaiser, hasta que, por su tan corta edad y la vejez de los abuelos “no me podía hacer cargo de ellos”, y terminó mudándose a Mar del Plata con una tía materna, Norma Romero. “A mis 14 años me dediqué a ser adolescente. Cuando cumplí la mayoría de edad, me hice cargo de las cuestiones legales. Para lo que las Abuelas me necesitaban yo estaba, pero tampoco había iniciativa de mi parte. Cuando tuve a mi hijo, Enzo, entendí mi falta al no haber sido criada por mi papá y mi mamá. Luego, con el nacimiento de mi segundo hijo, Luca, al verlos interactuar a ellos como hermanos, me di cuenta de lo que me habían quitado. Decidí que no iba a quedarme esperando a que las Abuelas encontraran a mi hermano. Yo tenía que participar de la búsqueda activamente. Así fue como en el año 2012 me reincorporé y ellas se encargaron de recordarme que lo nuestro tenía historia”, expresó en relación a una visita que hicieron Estela de Carlotto y Rosa Tarlovsky de Roisinblit -actuales presidenta y vicepresidenta de la organización respectivamente- a la casa de sus abuelos. “Estaban preocupadas porque una abuela tan mayor estuviera a cargo de una niña tan chica. Cuando ellas empezaron la búsqueda de sus nietos eran jóvenes. No era el caso de mi abuela”, explicó Adriana que en 1976 cuando sus padres fueron secuestrados tenía un año de edad y su abuela 65.

¿Cómo fue el momento en que te enteraste de los resultados del ADN?

Manuel Goncalves Granada -nieto restituido y parte de la organización- me avisóque estaba viajando a Mar del Plata y que iba a pasar a saludar y que me iba a traer un regalo. Cuando llegó, yo había preparado algo para picar. Veo que viene con las que yo llamo las ‘bolsitas de las buenas noticias’ -explica en referencia a las bolsas de telas con la estampa de la organización-. ‘Te traje un regalito de Abuelas. Adentro hay un regalo de todas las personas que te queremos’, me dijo. Lo abrí, sin los lentes puestos, y lo primero que veo es el 17 de abril de 1977. Todo lo que aparecía arriba y abajo, no lo entendía. Solo me dijo: ‘Lo encontramos’. Y ahí empecé a reír y a llorar. Según Manuel, nunca había visto a alguien llorar y reír con tanta intensidad a la vez. Me salió hacer un chiste ¡Ay, voy a salir a correr! Algo que en mi vida hice. Le conté a unas pocas personas, mis hijos, una amiga de mi madre, a Alicia Partnoy y a mi compañera de oficina de Abuelas. Iba caminando por la calle y pensaba, tengo una noticia hermosa para contar, que a la gente la va a alegrar, pero no se lo puedo decir. Me sentía casi egoísta, pero es por una causa fundamental: que la difusión de una restitución sea dada por quienes tienen la palabra autorizada para hacerlo, las Abuelas, con la herramienta de la conferencia de prensa. Me tuve que aguantar desde el sábado a las 15 horas hasta el lunes casi a la misma hora.”

Adriana afirma que nunca sospechó lo que se estaba gestando, que “el 140 es mío” como rezaban carteles festivos que levantó la familia durante la conferencia del pasado lunes. “Como parte de la organización, sé que Manuel Goncalves es el encargado de comunicar las noticias relacionadas al reencuentro de un nieto o nieta. Pero nunca sospeché o se me ocurrió pensar que venía a contarme esto, a pesar de la reiterada comunicación el viernes y sábado”, explicó.

El caso del ahora nieto 140 es uno de los cuales, según Adriana, se tenía bastante información: solo faltaba conocer dónde estaba el bebé apropiado. “Sabemos que nació en el centro clandestino La Escuelita, de Bahía Blanca, el 17 de abril de 1977. Que estuvo cuatro o cinco días con mamá y que después alguien se lo llevó. Hay nietos que recuperaron su identidad pero que no saben dónde o cuándo nacieron. Ahora el caso ya está completo porque sabemos que vive y conocemos su ubicación”, durante la conferencia de prensa del lunes, Adriana mencionó su temor de que el bebé no hubiera llegado a la vida adulta.

 

 ¿Qué recuerdo tenés de la búsqueda de tus abuelos?

Tengo el recuerdo de la búsqueda de un varón. Yo siempre supe que era hija de desaparecidos y que tenía un hermano. Crecí sabiendo qué les había sucedido a mis padres, que su ausencia no era por un accidente de tránsito o una enfermedad. En mi casa se hablaba de Raúl y Graciela, que embarazada de cinco meses habían sido secuestrados. No tenía ningún reparo en decir que vivía con mi tía por ser hija de desaparecidos. Todo esto previamente al testimonio de Alicia Partoney -sobreviviente del centro clandestino La Escuelita- que se vio forzada al exilio en Estados Unidos y desde allí hizo denuncias de lo que ocurría en Argentina. Pero también halló denuncias y pedidos de información que llegaban desde nuestro país al extranjero. Una de ellas era el testimonio de mi abuelo que busca a su hijo Raúl, a su nuera Graciela embarazada y que cuando se los llevaron dejaron a su hija de un año en brazos de un vecino. Alicia, como sabía con quién había compartido cautiverio, envió una carta a mis abuelos en la que cuenta que en ese centro clandestino había visto a mi papá, a mi mamá y también a María Elena Romero, hermana menor de mi mamá que fue secuestrada en febrero de 1977 y asesinada el 12 de abril del mismo año, enmascarado en un falso enfrentamiento armado. El testimonio de Alicia fue fundamental y por ella supimos que mi hermano había nacido. El relato se fue completando con la información que aportaron los sobrevivientes con el paso del tiempo. Siempre fue una búsqueda colectiva. Aunque Estela -de Carlotto- habla de que es un ‘milagro’, ellas fueron las que empezaron con estas búsquedas que hoy dependen de trabajadores del Estado nucleados en organismos como Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDI) y el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) que hace todo el trabajo científico-técnico para que ese resultado esté. Es un trabajo totalmente colectivo, y así también es la alegría, que debemos compartir. El mensaje tiene que seguir circulando, porque nos quedan 300 por encontrar.”

 ¿Y cómo fue tu proceso de búsqueda para finalmente vivir el encuentro?

A la búsqueda había que darle una vuelta de tuerca para que una persona de casi 50 años, que tiene una vida establecida y sus problemas de lo cotidiano, encontrara elementos que le provocaran unclic y que se acerque a Abuelas. Aunque no soy muy inventiva, fui poniendo esos elementos a su alcance. Nunca me puse a pensar en qué iba a hacer o decirle cuando lo encontrara porque yo estaba centrada en la búsqueda. ‘Cuando lo encuentre veo cómo hacemos, cómo se da todo’, pensaba. Y si bien entendía que buscaba para encontrar, no lo había imaginado así. Hasta que finalmente sucedió y entré del brazo de Estela. Como estoy acostumbrada a estar del otro lado del escenario, sentía que me estaba perdiendo de algo. Sin embargo, nuestra historia era finalmente la protagonista y todo lo que hice fue para estar en ese lugar: al lado de Estela y con la foto de mis viejos.

 

¿Cómo se resolvió el caso de tu hermano?

Las denuncias e informaciones llegan a la organización de Abuelas de Plaza de Mayo y de allí son notificados CoNaDI que, a partir de todas las herramientas que tiene como organismo estatal, comienza una investigación. Ellos convocaron a mi hermano en abril y le plantearon que había elementos que hacían sospechar que podía llegar a ser hijo apropiado de desaparecidos, sin aclarar de qué grupo familiar y que la forma de saberlo es con un examen de ADN en el BNDG que almacena las muestras de la persona con dudas y el grupo familiar y en caso de coincidir, se activa el protocolo de notificación. Cuando estuvieron los resultados, se comunicaron con mi hermano. Me dijeron que llevó casi una hora y media esa conversación y que fue bastante fluida. El preguntó cuáles eran los pasos a seguir, que en esa instancia era avisar a su grupo familiar, a nosotros, sobre los resultados. Le dijeron que me iban a avisar a mí, su hermana, y que una vez que yo fuese notificada, él ya se podía contactar.

 

¿Cuáles son tus expectativas de aquí en adelante?

La conexión familiar va a ser un lío bárbaro porque somos un montón los Metz-Romero. Pero nuestra relación espero siga fluyendo como hasta ahora. Estamos en contacto por teléfono, le envié algunas fotos familiares y vamos charlando. Pero estoy muy ansiosa, atenta a responderle y me preocupo por demás si él ya me contestó o aún no. Me tengo que recordar constantemente que debo bajar un cambio y dejar que fluya.

Aunque pasaron pocos días entre el pasado viernes en que el CoNaDI notificó al nieto 140 de su verdadera identidad y el contacto con su hermana, en la conferencia de prensa Adriana dijo: “Entre que la muestra entró al banco hasta los resultados (de abril a julio) él tuvo tiempo de pensar y esto lo llevó a entrar en la página de Abuelas, a fijarse los grupos familiares. Había datos que lo hicieron sospechar de que su grupo familiar era éste, el nuestro”. Quizás, en la próxima restitución el nieto 140 esté parado sobre el escenario, dando respaldo a quienes vivan la feliz noticia. O quizás lo haga manteniendo un perfil bajo, sin exponerse mediáticamente. Pero Adriana logró completar su tejido familiar luego de 49 años gracias a la búsqueda colectiva.