Memorias del infierno
La sobreviviente Beatriz Boglione declaró en una nueva jornada del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad ocurridos en la Mansión Seré y el circuito RIBA. La valentía de rememorar el horror en su máxima expresión.
“Nunca escuché hablar tanto de aviones como en esa época”, expresó Beatriz Boglione, conocida con el apodo de ‘Mafalda’ en sus momentos de militancia, sobreviviente y primera testigo de la octava sesión de la causa Mansión Seré IV y RIBA II, que agrupa diferentes causas por crímenes cometidos por la Fuerza Aérea en centros clandestinos de detención y tortura a lo largo de la zona oeste del Gran Buenos Aires. En esta jornada hubo cuatro testimonios: Beatriz Boglione, su cuñada Graciela Feudo, Mario Bellene -hijo sobreviviente de “Pancho” Sánchez y María Margarita “Coca” Miguens- y Rubén Héctor Gay, testigo de concepto del imputado José Juan Zyska.
Boglione comenzó su testimonio relatando el momento en el que las fuerzas militares la fueron a buscar: “Me apuntan a la cara. Nos hacen salir de atrás del mostrador y nos preguntan quién es Bety”. El conflicto para identificarla es que había dos distintas, Beatriz Boglione y Beatriz Medinilla. Las suben a ambas en las camionetas conocidas como las Tres Marías que operaban en las calles de Moreno y las llevan a un simulacro de fusilamiento para identificar quien era la persona que ellos buscaban, conocida como “Mafalda”: “Cuando yo escucho que cargan, digo ‘yo soy Mafalda, a mí me están buscando’”.
Las torturas le provocaron, entre otras consecuencias, periodos de amnesia severos. Boglione reconoce que no logra acordarse de algunos sucesos de su historia con claridad: “Hay ciertos momentos en los que llego a un punto del relato, y detrás de eso hay como una pared negra. Intuyo que hay algo que no puedo traer a mi mente”. Continúa su testimonio: “¿Sabes vos lo que es esto? Es una picana, ¿la querés?”, recuerda que fue la pregunta que le hicieron en su primer interrogatorio en la Comisaría 1ª de Moreno: “Ahí de nuevo viene un telón negro”, relató la testigo, asociando los momentos que no logra recordar como parte de un bloqueo relacionado a las fases más terribles de la tortura. “Yo sé que yo di el nombre de dos compañeros de militancia, Altamirano y Fernández. Yo sé que fui yo y eso fue una culpa que arrastré por el resto de mi vida”, dijo Boglione. Contó también que Altamirano la increpó inmediatamente tras su detención: “Mafalda la puta que te parió, por qué me tuviste que cantar”, le gritó. Ella recuerda que en ese episodio guardó silencio. Pero sin embargo, años más tarde, luego de su liberación, se reencuentran y él le dijo: “Mafa, yo vi lo que te hicieron, vi cuando te violaban ¿Cómo no te voy a entender?”. Para ella “fue un balde de agua fría”, expresó, ya que no tenía registro en su memoria de haberlo vivido, fue borrado de su mente hasta aquella conversación en el año 2011. Fue entonces que comenzó a indagar y su cuñada le contó una situación que ella tampoco recordaba: tras su liberación, cuando le mostró las cicatrices de la picana y los moretones producidos por las golpizas, ella le había susurrado al oído: “Me violaron”. En retrospectiva logró construir un paralelismo entre sus bloqueos de recuerdos, las sensaciones atravesadas, y la relación con las violaciones sufridas: “Cuando se abría la puerta yo empezaba a temblar de una manera tan impresionante que parecían convulsiones. No podía parar. Creo que tiene que ver con que yo sabía que venían a violarme”.
Juan Carlos Vázquez Sarmiento, uno de los acusados, había estado prófugo durante veinte años.
El cruento accionar militar, incluyó la detención de su padre con el sólo objetivo de amenazarla: “¿Vos pensás que tu padre se va a bancar una picana, un paciente cardíaco?”, recuerda que le preguntaron a ella presionándola para “que confiese”: “Antes de eso, me habían puesto contra la pared y me habían manoseado los genitales”, relató acerca de la primera noción de abuso sexual que recuerda. Su padre permaneció privado de su libertad casi el mismo tiempo que ella, aunque en condiciones de preso común, sin pasar por estas vejaciones. En cambio, Beatriz declaró que casi no tenían acceso al agua ni a la comida, salvo contadas excepciones: “Un día me pusieron un balde como si tuviera ravioles y me dijeron que coma. No la podía pasar. Me pegaron con el puño cerrado en la nuca y pude comer dos o tres bocados. No recuerdo más comida que ese tacho”. En una ocasión un compañero le dijo que las paredes chorreaban agua: “Eso fue lo que hice: chupé las paredes”. Tampoco tenían acceso a sanitarios, con lo cual las necesidades se hacían en la misma celda.
Desde el encierro, también podía escuchar las torturas de otros. “Fue el grito más desgarrador que escuché en mi vida”, contó Boglione en relación a una de las torturas más monstruosas que tuvo que presenciar en la Comisaría 1ª cuando entran a la celda de su compañero “Pancho” Mario Sanchez: “Le empiezan a dar golpes y patadas. Cuando lo trajeron, lo dejan solo en su celda y se van, yo le pregunto cómo está: había sido violado”.
Luego del traslado de Boglione de la 1ra comisaria de Moreno a Mansión Seré, la tortura continúo: le llevaron un perro a su celda: “Acá tenes un perro, lo podés abrazar”, le dijeron los militares. “El perro se acerca a mí y lo abracé, era tanta la necesidad y carencia de afecto que uno tenía ahí adentro, que abrazar a ese perro fue algo muy grande para mí. En un momento lo tiran al perro hacia atrás y le ordenan que me ataque, yo me hago para atrás, pero ellos lo sostenían” -sostuvo la testigo y agregó- “Me estaban volviendo loca. Me querían ‘quebrar’ que alguna manera”.
Sobre el momento de su liberación, Boglione relató: “Me llevaron a la sala de tortura donde había una cama de metal, me atan de pies y manos, me pasan la picana por el cuerpo, especialmente por los senos, la ingle y los pies. Tras esa larga sesión, se ponen alrededor mío en círculos, cada uno con un palo en la mano, con ese palo me pegan como si fuera una pelota”. En ese momento la víctima tuvo la esperanza de que el ensañamiento fuera motivo del fin del cautiverio. Entonces, le dijeron: “Nosotros te vamos a liberar, pero te vamos a controlar, el día que te desvías un poquito, nos vamos a hacer presentes. La próxima vez no te vamos a ir a buscar, te vamos a pegar un tiro”. Esa noche la ataron, la metieron en la parte de atrás de un auto chico, la bajaron del auto cerca de su casa tras advertirle que no se saque la venda hasta que deje de escuchar el ruido del auto.
Graciela Feudo, testigo y familiar de Boglione, declaró para recuperar parte de la historia de su secuestro vista desde su perspectiva: “Habían rodeado las cuatro manzanas”, relató sobre el operativo que se desplegó para su detención. A ella la increparon y le preguntaron por Mafalda, a lo que ella respondió: “La única Mafalda que conozco es la de la historieta”. Por otro lado, recuperó el momento de encuentro con Boglione tras su liberación, teñido entre de la alegría y la realidad de las marcas de las vejaciones a las que fue sometido el cuerpo de su cuñada: “Nos abrazamos y lloramos. ‘Esto no es nada, porque me violaron’”, recordó las palabras de Boglione en aquel reencuentro.
Feudo se las ingenió para llevarle los medicamentos a su suegro, padre de Boglione, durante toda su detención gracias a una excepción que aceptó uno de los encargados de la unidad penitenciaria, pese a que el médico que lo revisó allí dentro no lo había autorizado. En una de estas visitas a la Comisaría, la hacen pasar un momento para hacerle unas preguntas: “¿Cómo puede ser que la hija de Boglione, el joyero más conocido de Moreno, le haga esto a los padres? ¿Cómo puede ser que sea una terrorista?”, recuerda que la increpó el policía. A lo que ella respondió: “Discúlpeme, pero esa no es mi cuñada. Ahora, si usted le dice terrorista a una persona que marchaba por Moreno para ayudar al hospital, si usted me dice que Beatriz fue una terrorista porque iba a los barrios humildes para darles obras de teatro a los más pequeños, si usted cree que eso es terrorismo, entonces le doy la razón”.
Mario Bellene fue el tercer testigo de la jornada: “Me crié con la familia que me dio el apellido. Un día vino mi mamá y me dijo: hijo despertate, vino tu madre a verte. No entendía nada. ¡Si la persona que estaba conmigo era mi mamá!”, relató Mario que en ese momento tenía entre 8 y 9 años. Mario se crió como hijo adoptivo de “Chicha”, María Angélica Cia. A pesar de ser la única madre que el niño conocía, le contaba siempre historias sobre otra madre y otro padre a quienes “se habían llevado los militares”. En ese momento, no entendió lo sucedido, “fueron varios años después que tomé conciencia de las historias sobre mis padres biológicos. Ahí comenzó un proceso de investigación para mí, algo que quería reconstruir y que aún no pude: mi identidad.” Bellene relató los obstáculos burocráticos que aún hoy le impiden recuperarla: “En los papeles soy Mario Valerio Raúl Bellene, pero yo no me quiero llamar así. Intenté sumar el apellido de mi padre biológico, Sanchez, porque creo es un derecho que tengo”. Sin embargo, el proceso requiere que rectifique su partida de nacimiento con muestras de ADN de cada progenitor y es un trámite costoso que nunca pudo pagar.
Su padre, Mario Valerio “Pancho” Sanchez, con quien comparte nombre pero no el apellido, y su madre María Margarita “Coca” Miguens, fueron secuestrados en Entre Ríos, donde vivían temporalmente debido a que el mismo grupo de tareas previamente había allanado su casa en Buenos Aires. “La misma yegua que estaba en Buenos Aires”, le habían dicho a su madre antes de que fueran trasladados y separados a los centros de detención Comisaría de Francisco Álvarez y la Comisaría 1ª de Moreno. A su madre la llevaron a varios centros de tortura y detención: “Los traslados eran para que marcara personas, compañeros”. Según le contó, pudo ver a su pareja en dos ocasiones, pero en ambas le costó reconocerlo: “Estaba desfigurado por los golpes”. Mario relata que su madre biológica le dijo que “estaba segura que de Mansión Seré no podría haber salido. Estima que su último destino fue allí. ‘Vas a ver al despojo del esposo que te quedó’, le habían dicho. Se lo encontró tirado en un pasillo. No podía caminar. Solo se arrastraba. Le habían destrozado los pies, las rodillas, las manos y los brazos a mazazos. No tenía dientes. Estaba desfigurado. Lo único que pudo hacer él fue levantar la cabeza, mirarla y gemir. Ella no tuvo fuerza ni para saludarlo. Esa fue la última vez lo vio”, dijo Bellene, removiendo el dolor que lo acompaña hace 47 años. “Me contó que fue violada múltiples veces. También a mi papá, que lo empalaron” y detalló otras torturas que supo que su padre sufrió para “terminar como lo dejaron: mazazos, pinzas para sacarle los dientes, el submarino, la picana eléctrica”. También contó que en una ocasión le recriminó a su madre que aunque “intentaba acercarse ella me cerraba siempre la puerta. Su respuesta fue: ‘Cuando te miro, veo a tu papá, sos un calco de él y me haces recordar todo’”.
Mario nació el 7 de agosto de 1977 dos días después de la liberación de su madre, a quien le habían prometido la libertad a cambio de entregar la escritura de un terreno y el dinero de una casa vendida hacía poco. “Cuando la liberan y la llevan custodiada hasta la casa de su hermano, se encuentra con Ernesto Rafael Lynch sentado en la cabecera de la mesa, comiendo, como si fuera el dueño de la casa”. El mismo que la había extorsionado por la libertad, ahora la amenazaba con violarla y retener el documento “así no te nos escapas a otro país” le había dicho. “En el lapso que estuvo detenida, estuvo con Lynch en cinco ocasiones”, relató su hijo. La última, sin embargo, fue varios meses después de la liberación, cuando la buscaron y llevaron a Campo de Mayo. “A través de un portón muy grande, esa voz conocida le habló sin que pudiera verlo y le devolvió el documento, por un espacio entre las rejas, ‘porque se estaba portando bien’”.
Para cerrar su testimonio, y refiriéndose a su padre aún desaparecido, Mario agregó: “Me hubiese gustado tener la posibilidad que tienen algunos diputados de visitar gente en la cárcel. Yo a mi viejo ni siquiera eso. Si él hubiese cometido algún delito lo deberían haber juzgado, y yo hoy podría ir a visitarlo a la cárcel. O incluso a un cementerio. Pero tampoco tengo esa oportunidad”.
Mario Bellene fue el tercer testigo de la jornada: “Me crié con la familia que me dio el apellido. Un día vino mi mamá y me dijo: hijo despertate, vino tu madre a verte. No entendía nada. ¡Si la persona que estaba conmigo era mi mamá!”, relató Mario que en ese momento tenía entre 8 y 9 años. Mario se crió como hijo adoptivo de “Chicha”, María Angélica Cia. A pesar de ser la única madre que el niño conocía, le contaba siempre historias sobre otra madre y otro padre a quienes “se habían llevado los militares”. En ese momento, no entendió lo sucedido, “fueron varios años después que tomé conciencia de las historias sobre mis padres biológicos. Ahí comenzó un proceso de investigación para mí, algo que quería reconstruir y que aún no pude: mi identidad.” Bellene relató los obstáculos burocráticos que aún hoy le impiden recuperarla: “En los papeles soy Mario Valerio Raúl Bellene, pero yo no me quiero llamar así. Intenté sumar el apellido de mi padre biológico, Sanchez, porque creo es un derecho que tengo”. Sin embargo, el proceso requiere que rectifique su partida de nacimiento con muestras de ADN de cada progenitor y es un trámite costoso que nunca pudo pagar.
Su padre, Mario Valerio “Pancho” Sanchez, con quien comparte nombre pero no el apellido, y su madre María Margarita “Coca” Miguens, fueron secuestrados en Entre Ríos, donde vivían temporalmente debido a que el mismo grupo de tareas previamente había allanado su casa en Buenos Aires. “La misma yegua que estaba en Buenos Aires”, le habían dicho a su madre antes de que fueran trasladados y separados a los centros de detención Comisaría de Francisco Álvarez y la Comisaría 1ª de Moreno. A su madre la llevaron a varios centros de tortura y detención: “Los traslados eran para que marcara personas, compañeros”. Según le contó, pudo ver a su pareja en dos ocasiones, pero en ambas le costó reconocerlo: “Estaba desfigurado por los golpes”. Mario relata que su madre biológica le dijo que “estaba segura que de Mansión Seré no podría haber salido. Estima que su último destino fue allí. ‘Vas a ver al despojo del esposo que te quedó’, le habían dicho. Se lo encontró tirado en un pasillo. No podía caminar. Solo se arrastraba. Le habían destrozado los pies, las rodillas, las manos y los brazos a mazazos. No tenía dientes. Estaba desfigurado. Lo único que pudo hacer él fue levantar la cabeza, mirarla y gemir. Ella no tuvo fuerza ni para saludarlo. Esa fue la última vez lo vio”, dijo Bellene, removiendo el dolor que lo acompaña hace 47 años. “Me contó que fue violada múltiples veces. También a mi papá, que lo empalaron” y detalló otras torturas que supo que su padre sufrió para “terminar como lo dejaron: mazazos, pinzas para sacarle los dientes, el submarino, la picana eléctrica”. También contó que en una ocasión le recriminó a su madre que aunque “intentaba acercarse ella me cerraba siempre la puerta. Su respuesta fue: ‘Cuando te miro, veo a tu papá, sos un calco de él y me haces recordar todo’”.
Mario nació el 7 de agosto de 1977 dos días después de la liberación de su madre, a quien le habían prometido la libertad a cambio de entregar la escritura de un terreno y el dinero de una casa vendida hacía poco. “Cuando la liberan y la llevan custodiada hasta la casa de su hermano, se encuentra con Ernesto Rafael Lynch sentado en la cabecera de la mesa, comiendo, como si fuera el dueño de la casa”. El mismo que la había extorsionado por la libertad, ahora la amenazaba con violarla y retener el documento “así no te nos escapas a otro país” le había dicho. “En el lapso que estuvo detenida, estuvo con Lynch en cinco ocasiones”, relató su hijo. La última, sin embargo, fue varios meses después de la liberación, cuando la buscaron y llevaron a Campo de Mayo. “A través de un portón muy grande, esa voz conocida le habló sin que pudiera verlo y le devolvió el documento, por un espacio entre las rejas, ‘porque se estaba portando bien’”.
Para cerrar su testimonio, y refiriéndose a su padre aún desaparecido, Mario agregó: “Me hubiese gustado tener la posibilidad que tienen algunos diputados de visitar gente en la cárcel. Yo a mi viejo ni siquiera eso. Si él hubiese cometido algún delito lo deberían haber juzgado, y yo hoy podría ir a visitarlo a la cárcel. O incluso a un cementerio. Pero tampoco tengo esa oportunidad”.
Por su parte, en esta audiencia una vez más la defensa recurrió a la estrategia de citar testigos de concepto. Este cuarto testimonio, Héctor Gay, luego de redundar en anécdotas personales que no aportan información a la causa, respondió a la pregunta sobre “qué concepto le merecía Zyska”, a la que respondió: “Buena persona. Eso encierra muchísimo. Solidario, atento a nuestras necesidades, yo lo aprecio mucho, eso es lo que puedo decir”.
La abogada Clarisa Góngora de la querella “Moreno por la Memoria” refirió a ANCCOM que “los testigos de conceptos son una estrategia propia de quienes defienden a los imputados en general, es algo propio de este tipo de juicios. Son testimonios que ofrecen cualidades positivas desde características profesionales o personales de los imputados”.
Sobre el avance del juicio, la abogada destacó que: “en cada audiencia tenemos testimonios y relatos muy fuertes y comprometidos. Pero también muy valiosos para el juicio, por los datos e identificaciones que aportan”. De momento está pautada una breve audiencia virtual para el próximo martes 12 de noviembre ya que declarará otro testigo de concepto. Luego, el cronograma continúa según lo pautado y el martes 19 habrá una nueva sesión de este juicio a la que se podrá acceder a través de la transmisión de FM en Tránsito y La Retaguardia, o bien, de manera presencial en el Tribunal Federal Oral N°5 de San Martín, ubicado en Pueyrredón 3734.