«Retratar el horror siempre es muy difícil»

«Retratar el horror siempre es muy difícil»

La muestra Destino final expone 20 años de trabajo del documentalista y fotógrafo Giancarlo Ceraudo sobre la dictadura argentina y sus vuelos de la muerte.

El fotógrafo italiano Giancarlo Ceraudo dedicó dos décadas de su vida a documentar en su proyecto Destino final los horrores de la última dictadura militar argentina. La muestra, de fuerte impacto visual, se exhibe en el Centro Cultural Kirchner (CCK) con el objetivo de impulsar una “memoria activa” sobre lo acontecido.

Los aviones son el símbolo de los vuelos de la muerte, sus fotografías son el eje central de la exposición. En total fueron halladas cinco naves utilizadas con fines de exterminio. Dos de ellas se encontraban en las ciudades de Buenos Aires y Bahía Blanca, y las otras tres en Inglaterra y Estados Unidos. Ceraudo enfatiza que sus imágenes no solo abordan la cuestión de los vuelos, sino que estos son un engranaje fundamental para retratar el terrorismo de Estado.

La trayectoria de Ceraudo incluye la documentación de diferentes acontecimientos ocurridos en Latinoamérica y reconoce que al llegar a la Argentina rememoró momentos de su niñez. “Mi papá tenía un amigo piloto en un aeropuerto municipal de Roma. Me llevaba a ver los aviones y sobrevolar la ciudad, lo cual para mí era un sueño. Esas experiencias formaron parte de la decisión de lo que quería hacer en la vida”.

Siempre se sintió atraído por investigar sobre el nazismo, los campos de concentración e incluso las biografías de los genocidas. Mientras estudiaba Antropología en la universidad, despertó su pasión por conocer la historia de América latina. “A partir de eso me enteré de las dictaduras en el continente. La película Garage olimpo, dirigida por Marco Bechis, marcó un punto de inflexión en mi vida, ya que pude construir una visualización de lo que realmente había sucedido durante esa etapa. Me empecé a preguntar: ¿dónde están los aviones de los vuelos de la muerte? Fue en esa pregunta en donde encontré un hueco en el que residía un vacío”.

Ceraudo se desempeñó como reportero gráfico durante el estallido de la crisis del 2001. Luego decidió quedarse en el país para indagar más profundamente sobre la dictadura, por entonces “una herida abierta” debido a la vigencia de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que serían derogadas en 2003. “Allí me di cuenta que todavía ese período histórico estaba muy vivo y presente y que había mucho para contar”. Ceraudo se involucró con testigos, sobrevivientes y diversas fuentes, lo cual lo hizo desarrollar una empatía y un conocimiento a fondo del tema.

“Llegué a Miriam Lewin (periodista y sobreviviente de la ESMA) a través de un periodista norteamericano. Era una fuente importante para continuar con mi investigación ya que ella había vivido en carne propia los horrores de la dictadura”. Lewin fue central en el proyecto fotográfico. Ceraudo acudió a ella con el mismo interrogante sobre los aviones. “Cuándo le propuse buscar objetos que retrataran el período dictatorial ella se dio cuenta que con esa historia podría volver sobre su propia historia. Aquel fue el lugar que encontró para volver sobre su experiencia misma como periodista”. La colaboración de Lewin le permitió a Ceraudo emprender la búsqueda de los aviones, a partir de lo cual construyó un proyecto fotográfico de varios años que circunscribe desde la primera hasta la última fotografía realizada. Y enfatiza: “No se mantiene una atención narrativa constante por 20 años, sino que hay un punto en el que esto se convierte en parte de tu vida”.

“Para un fotógrafo –agrega–, retratar la memoria no es fácil, e incluso llega a ser frustrante, porque nuestro trabajo es muy dinámico. Retratamos la realidad en una marcha, en una crisis, en una guerra. Por otro lado, tenés un tiempo más extenso para reflexionar y crecer. Es un trabajo en el tiempo, a largo plazo”. El proyecto se asienta en un lugar sin tiempo, en donde todo se entablaba a partir de los recuerdos los cuales tienen un cierto grado de abstracción, por lo que el uso del blanco y negro en las fotografías juega un papel determinante.

 

“Reivindico la fotografía. La estética es un valor fundante para expresarse y llegar al público. En el arte se genera el contacto entre la belleza y lo humano. Las fotografías expuestas poseen una poderosa fuerza visual y estética. Gracias a la curadora Arianna Rinaldo y la coordinadora Florencia Guzzetti se pudo armar un relato que coincidiera con el trabajo hecho. Considero que ver desplegado veinte años de fotografías es muy fuerte estéticamente. Retratar el horror siempre es muy difícil. Se lo debe tratar con cierta atención, ética y también con estética”.

Recalca la importancia de que las generaciones más jóvenes tengan acceso a la historia, lo cual suele ser lo más difícil de narrar. Mostrar el patrimonio del país más allá de ser un objetivo se convierte en una necesidad. Como documentalista, Ceraudo acentúa la importancia de pensar, reflexionar y ver. “La memoria es parte del presente, es la base para ver hacia el futuro. Me llama la atención cuando se refieren a la memoria como algo anticuado, en especial en un país tan joven como Argentina en donde se distancia de hechos tan pesados e influyentes por un par de años a la actualidad. Quien dice eso es porque no le conviene que la gente reflexione sobre hechos pasados”.

 

La muestra Destino final puede visitarse hasta el 2 de julio, de miércoles a domingos, de 14 a 20, en el Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151, Capital Federal).

Una manifestación, cinco muertes y un perito

Una manifestación, cinco muertes y un perito

«Maelström 2001» es el documental que reconstruye, a partir de las pericias del físico Willy Pregliasco, las cinco muertes ocurridas en Plaza de Mayo el 20 de diciembre de 2001. Desde este jueves, podrá verse en el Gaumont.

El documental Maelström 2001 reconstruye la jornada de manifestación social ocurrida el 20 de diciembre del 2001, en la que cinco personas fueron asesinadas por parte de la Policía Federal tras una represión en las inmediaciones de Plaza de Mayo. Juan Pollio, director y guionista del film producido por Conicet Documental, se basó en el peritaje que realizó el físico Guillermo Willy Pregliasco para la causa que condenó a las fuerzas de seguridad y funcionarios públicos de alto rango por los crímenes ocurridos ese día.

Para Juan Pollio, lograr entender que pasó ese día fue el impulsor del proyecto, “Se sabía muy poco de que hubo un juicio y condenas. A 22 años permanece bastante desordenada la lógica que tuvo ese día, cómo empezó, cómo se desarrolló, por qué la violencia policial nunca pudo controlarse ni detenerse. Tampoco se sabe cómo fueron los asesinatos ni que hubo muchos más heridos de bala de plomo de lo que se sabe popularmente. También, entender que el estado de sitio decretado por Fernando De la Rúa no prohibía la protesta social. Y que los deberes de los funcionarios y las fuerzas era velar por la seguridad de las personas que se manifiestan, todo lo contrario a lo que hicieron”, afirmó.

Para las ocho de la mañana del 20 de diciembre, pese a que la noche anterior el entonces presidente De la Rúa decretara el estado de sitio por las manifestaciones masivas, oficinistas, motoqueros, jubilados, desempleados y una gran variedad de sectores sociales comenzaron a acercarse a Plaza de Mayo con el fin de protestar en contra de la crisis económica y política que atravesaba Argentina. “Eso del reconocimiento mutuo en la masa, de reconocerse en un ‘nosotros’, de abrazarte con gente que no conocés, creo que eso está en la película. Había cierta felicidad en ese encuentro de protestar por algo, de reconocerse en un ‘juntos’”, expresó Juan Pollio.

«A 22 años permanece bastante desordenada la lógica que tuvo ese día, cómo empezó, cómo se desarrolló, por qué la violencia policial nunca pudo controlarse ni detenerse», dice Juan Pollio, director del documental.

:La distancia en el tiempo con los hechos resultó todo un desafío para el director: “Descubrí el devolverle humanidad a las víctimas. Se va olvidando y se mira como con distancia y esto se trata de volver a construir esa empatía hacia las víctimas. El objetivo era reconstruir los momentos previos, el después, cómo había sido cada uno, su historia, cómo había llegado ahí, qué les estaba pasando, por qué decidieron ir a manifestarse. Algunos tenían formación más de la militancia, otros nada que ver y era su primera manifestación, otros salían de trabajar, pasaban por ahí y recibieron un disparo. Es interesante porque también te saca un poco del lugar común que el tiempo construye sobre los manifestantes y las manifestaciones”, aseguró Pollio.

El documental resalta parte del trabajo realizado por el físico Pregliasco, un programa en donde se sincronizaban todas las imágenes de video y de fotografías que había de ese día. Se podía filtrar por lugar y hora una escena en la medida en que hubiese material filmado desde diferentes lugares. Fue lo que le aportó al juicio que se hizo casi 13 años después del 20 de diciembre de 2001. “Es interesante esta cosa detectivesca que hace Pregliasco de encontrar herramientas en las imágenes para poder armar una cronología: desde los relojes que tienen puestos las personas, donde se puede ver en qué momento fue tomada esa imagen, a las sombras que hay en el piso por la posición del sol. Todos estos elementos empiezan a estructurar el día con imágenes analógicas que no tenían horario. Fue un trabajo que él hizo súper interesante y también apasionante”, afirmó el cineasta.

“Es interesante esta cosa detectivesca que hace Pregliasco, de encontrar herramientas en las imágenes para armar una cronología: desde los relojes de las personas a las sombras por la posición del sol», dice Pollio.

A mediados de los años 90, Pregliasco trabajaba con el doctor Ernesto Martínez en un laboratorio de propiedades ópticas de materiales, respondiendo consultas judiciales para la reconstrucción de accidentes viales. “Un día aparece gente de La Plata en un camión de Penitenciaría con un comisario esposado y un libro: era el de la comisaría donde estaba asentado que había ingresado Miguel Bru al destacamento. Cuando lo matan, lo borran de la entrada del libro y escriben otro nombre encima”, comentó el físico. Ese caso fue el puntapié para empezar a participar en peritajes de causas judiciales de violencia institucional. “Hoy el Conicet acepta las pericias como trabajos relevantes de los investigadores, no fue hace mucho que se instauró el Programa Nacional de Ciencia y Justicia, que articula las demandas del Poder Judicial con la ciencia. Hay muchas cosas que se pueden hacer desde el método científico”, comentó.

Para Pregliasco, ver todos los días por más de un año esas imágenes, lo llevó a descubrir que de la manera en que ese día la gente se manifestó, nunca más volvió a verse. “Para mí la estrella de la película es la gente en la calle’. Existía una base social que era distinta, se llega al 20 de diciembre del 2001 con una creatividad de organización social como los grupos barriales, el trueque, los movimientos piqueteros, los cacerolazos, todos unidos. Cuando la gente se embronca, actúa y esa fecha hizo que se vaya un presidente. Era una sorpresa y una indignación que a vistas de hoy suena rara, porque hoy vas a una marcha pensando en que mi cuerpo puede recibir un balazo, en ese momento era impensable que eso pudiera suceder. De alguna manera, seguía vigente el pacto del ‘Nunca Más’, ese pacto se rompe ese día”, expresó el físico.

El Cordobazo en blanco y negro

El Cordobazo en blanco y negro

A 54 años del levantamiento contra la dictadura de Onganía, se estrenó el documental «¡Quemenlos!», que recupera las crónicas televisivas de la época.

El 28 de mayo en la sala Argentina del Centro Cultural Nestor Kirchner tuvo lugar el estreno de ¡Quémenlos!, el proyecto más reciente del cineasta Adrian Jaime. El documental narra los hechos acontecidos en Córdoba, en 1969, cuando miles de estudiantes universitarios y trabajadores salieron a las calles para resistir a la dictadura de Juan Carlos Onganía: aquellas protestas quedaron en la historia como “El Cordobazo”. El documental fue realizado con videos originales de los canales de televisión que transmitieron lo ocurrido en las manifestaciones. Gracias a este intenso trabajo de archivo se pudieron ver las imágenes de la primera marcha silenciosa, los homenajes al estudiante y obrero Santiago Pampillón (asesinado por una bala policial), los violentos cruces y represiones que tuvieron lugar en el centro cordobés y en la Universidad de Córdoba. Las únicas voces narradoras que ofrece el documental son las de los propios conductores de televisión de esos años.

Lo que se hizo para el documental fue “un trabajo arqueológico”, según lo define el director, refiriéndose al tratamiento de sonidos e imágenes que se llevó a cabo. “Trabajamos con un volumen de materiales muy grande, de archivistas en Córdoba y en Buenos Aires. No fue una tarea sencilla porque hubo que seleccionar entre cientos de horas”, explica Jaime. Junto con Pablo Pérez Montiel, sonidista que participó en producciones musicales de Fito Paez y Cerati, fue recolectando el material sonoro para la elaboración de un documental histórico que busca transmitir un clima de época. La reconstrucción de voces fue realizada desde cero. Para varias de las imágenes reproducidas se utilizaron sonidos de marchas más recientes, como la del 28 de diciembre en el gobierno de Macri, por ejemplo.

“Yo lo que trato de trabajar son las imágenes visuales y sonoras. Cuando trabajás con una voz en off trabajás como en otro plano dentro de la narración. Yo lo que consideraba es que debía poder escucharse por sí misma la situación sin tener a un ´otro´ que narrara aquellas cosas que acontecieron”, explica Jaime sobre la elección de la estrategia narrativa. “A diferencia de otras veces retiramos la palabra y le dimos mayor autoridad y trabajo a la construcción de escenas e imágenes tanto visuales como sonoras”.

La recopilación de archivos sonoros comenzó en plena pandemia. El documental nació como un proyecto sobre los libros quemados en la última dictadura al que se dedican las primeras imágenes del documental.  Luego de ese inicio se transitan varios momentos clave que marcaron el principio del fin del gobierno de Onganía y que tienen como protagonistas a las juventudes militantes de la época, en su mayoría hombres trabajadores provenientes de las industrias automotrices. La participación de jóvenes adolescentes y mujeres tampoco fue un detalle menor, así como la aparición de figuras políticas relevantes como la de Agustín Tosco, líder sindical que se manifestó en contra del gobierno dictatorial y murió años más tarde en la clandestinidad.

Jaime agradeció el apoyo que recibió del Instituto Nacional del Cine y Artes Audiovisuales para realizar la película. También explicó las dificultades que presenta realizar este tipo de contenido, así como también la necesidad de una cinemateca y políticas públicas que protejan o equilibren la convivencia entre las grandes productoras multinacionales y las producciones nacionales. Actualmente los documentales se realizan con un 8% del presupuesto que tiene una película de ficción. Al trabajar con los porcentajes más bajos del presupuesto, aclaró el director, “siempre es un desafío para nosotros poder compatibilizar los deseos con la calidad”.

El documental podrá verse en el Cineclub Municipal Hugo del Carril de Córdoba, del 27 al 31 de mayo y en el Cine Municipal El Cairo de Rosario los fines de semana a partir del 27 de mayo.   

La villa sin Photoshop

La villa sin Photoshop

Una muestra fotográfica recorre la vida de Ciudad Oculta los días previos a la recordada toma del Parque Indoamericano. Su autor, criado allí, dice que fue una respuesta a la estigmatización de los medios con los villeros.

Nacido en Moreno, pero con el corazón en Villa Lugano, más precisamente en Ciudad Oculta -tal como se titula la muestra que se exhibe en el Centro Cultural Borges-, Nahuel Alfonso cuenta, a través de imágenes, la realidad que vivió su familia y su barrio antes de la Navidad de 2010.

El recorrido refleja el camino que transitó Nahuel desde chico. En 1999, a los 12 años, cuando vivía en la localidad de Moreno con su madre, llegó a tener 82 faltas en la escuela. En aquel tiempo, prefería estar en Ciudad Oculta, sacarle unos pesos a su abuela de su “negocio” -el almacén de la familia de su padre-, y con eso comer y andar por la calle con sus primos. En ese momento, Nahuel descubrió que era “un gran mentiroso”, algo que más tarde, reflexionando, lo relacionaría con la creatividad que practica hoy.

En las escapadas a Ciudad Oculta, se interesó por aprender a dibujar, porque veía en su padre, artesano y dibujante, un ejemplo. Su padre quiso enseñarle, pero pronto Nahuel lo dejó porque se le hacía difícil dibujar desde la imaginación, siempre necesitaba algo para copiar. Una cosa parecida le pasó con la poesía, otra de las aficiones de su padre. Sucede que Nahuel, por ser el “carilindo” del barrio y de la escuela, tenía muchas pretendientes. Mirándolo en términos actuales, se consideraba emocionalmente responsable: “Yo tenía relación con las chicas, siempre traté de ser amigo, no me gustaba defraudarlas”, dice Nahuel. Entonces les escribía poemas. Pero también se cansó de la poesía, ya que solo la podía hacer copiando a Bécquer y eso no le gustaba nada.

A los 13 años, ya descubiertas sus 82 “rateadas” de la escuela, su madre decidió enviarlo a vivir con su padre a Malvinas Argentinas, zona norte del Gran Buenos Aires, donde en realidad vivió con su hermano David, puesto que a su padre, como trabajaba en Capital, le convenía quedarse en Ciudad Oculta e ir cada tanto a su casa a dejarles unos pesos a sus hijos para que se mantengan y paguen los servicios. Ese mismo año, a la madre de Nahuel le diagnosticaron cálculos biliares y Nahuel la iba a visitar con frecuencia. En uno de estos encuentros, de profundo sinceramiento, mantuvieron una charla en la que Nahuel reconoció que su madre ya se había rendido con el futuro de su hijo. “Que sea lo que tenga que ser”, es la última frase que dijo ella y que Nahuel recuerda siempre.

A los 15 años, con la excusa de regularizar sus estudios, Nahuel se fue a Ciudad Oculta y le pidió a su abuela paterna vivir con ella, pero ya era abril, tarde para arrancar el año escolar. Ahí fue que se acercó a un centro comunitario donde se desarrollaba un programa llamado “Vuelta a la escuela”, del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, donde le consiguieron una vacante y además le brindaron acompañamiento por fuera de la escuela. Y allí recibió una invitación a participar de un taller de fotografía al que fue con sus tres primos, en la Fundación PH15. Por su rebeldía, Nahuel duró sólo tres meses en el taller, pero en la exposición Ciudad Oculta, en el Borges, se pueden ver algunas fotos suyas de esa etapa.

Volvió al taller de PH15 cuatro años después, y a sus 20 años, tras hacer la foto de unos niños bajo la lluvia, Nahuel hizo un clic. “Sentí que había compuesto ‘The End’ de The Doors, y fue así: esta foto fue la que me abrió las puertas”. A poco de que trascendiera, conoció a Carlos Bosch, una figura destacada del fotoperiodismo argentino, con quien luego logró forjar una estrecha relación y de quien pudo aprender gracias a los talleres abiertos que Bosch daba en su casa de Boedo. Esta relación también le permitió conocer a Adriana Lestido, Jorge Abot, Pablo Piovano. “Eminencias que nunca pensé conocer”, dice Nahuel.

A los 23 años, Bosch le regaló una cámara profesional para que su serie de Ciudad Oculta se siga armando. Como cuando era chico, andaba de acá para allá. De Parque Patricios, otro de los barrios que lo albergó, a Boedo. De Ciudad Oculta al conurbano. Siempre con una mochila grande, que lo llevó a definirse como “un mochilero en la ciudad”.

En diálogo con ANCCOM, Nahuel afirma: “Primero, el trabajo Ciudad Oculta surge porque quería expresarme. Segundo, es una respuesta a la toma del Parque Indoamericano y la estigmatización de los medios de comunicación masiva hacia la gente de las villas. Y tercero, quería ser Cartier Bresson” (risas). Nahuel se refiere, de manera crítica, a una cierta “narrativa poética de la villa” que practicaban algunos fotoperiodistas, utilizando lo que en Photoshop se llama clarity, una suerte de filtro que termina ensuciando las pieles de quienes están retratados.

Esa mirada nunca le gustó. “Si vas a una olla popular en la villa y fotografiás a unos nenes, ellos están limpios, tienen unos padres que hacen todo lo posible para que estén así”. Por eso él siempre trató de hacer algo más verídico. “La militancia que llevaban adelante estos fotoperiodistas estaba mal trabajada, y yo logré entender el valor de retratar a la villa sin Clarity. Quería mostrar que un villero es una persona normal, que festeja la Navidad, que se pone alegre cuando alguien cumple años, que se enorgullece cuando a alguien del entorno le va bien, y que también puede estar triste”.

La muestra Ciudad Oculta se puede visitar de miércoles a domingos de 14 a 20, hasta el 30 de junio inclusive, en el Centro Cultural Borges, Viamonte 525, CABA.

Teatro histórico y transhumante

Teatro histórico y transhumante

En clave de comedia y desde hace casi tres décadas, la compañía Museo Viajero repone el pasado para estudiantes de diversas edades. Cada año, 30.000 chicos asisten a sus funciones.

El Museo Viajero es una compañía de teatro fundada hace 27 años cuyo objetivo es ir a salas e instituciones a representar un género que ellos llaman «comedia histórica». Fabián Ucello es historiador, también director y fundador. “Aunque parezca un chiste, esto empezó en un asado. Yo coleccionaba cosas antiguas de la vida cotidiana, y con Héctor López Girondo, titiritero del Teatro General San Martín, creamos una obra llamada Un siglo en un ratito donde había que llevar objetos que contaban la vida de los papás cuando eran chicos, y también de los abuelos y bisabuelos. Se hizo una conjunción entre nosotros, más el aporte de Raquel Prestigiácomo, que es licenciada en Letras”.

Actualmente, no tienen una sede fija, ya que la Asociación Amigos del Museo Saavedra, donde estuvieron todo este tiempo, decidió utilizar el lugar para otros fines. “Es un divorcio. Es una relación de 27 años. Al principio ellos tenían una sala totalmente vacía y el director de entonces, Alberto Piñeiro, me dice: ‘Vamos a hacer una o dos funciones’. Tuvieron tanto éxito que me pidió que me quedara. Venía cada vez más gente y a partir de ahí empezamos a armar una sala para 200 personas. La Asociación de Amigos cobraba una entrada y el Museo se llevaba un porcentaje”.

La editorial Eudeba va a publicar dos libros con referencias, dibujos e información extra para chicos en edad escolar. Al respecto, Ucello cuenta: “A los docentes les ayudamos con guías de lectura. Hay una obra que se llama La pequeña aldea que cuenta la vida cotidiana en 1810 a través de una maqueta maravillosa de cómo era la ciudad de Buenos Aires, y toda la investigación se volcó en un libro con el mismo título, también publicado por Eudeba, y que lleva cuatro ediciones, la última con prólogo de Felipe Pigna”.

Ucello considera que es una herramienta para el docente y que, aparte de las obras, cuenta con mucha información esclarecedora sobre los usos y costumbres: “Los chicos hace 20 años dibujaban en forma de campana los vestidos de las mujeres y eso no se usaba en 1810, sino en la época de Rosas”, señala.

Cada obra está diseñada para alumnos de distintos ciclos así como un gran catálogo de actividades para seguir trabajando en clase después de cada función. Raquel Prestigiácomo, además de licenciada en Letras es formadora de docentes y la encargada del diseño de varios de los manuales que se encuentran publicados en la web. “Es una especialista en las necesidades del docente”, destaca Ucello.

A diferencia de otros teatros, en vacaciones se toman un receso, por lo que no tienen actividad tanto en verano como invierno. Al ser obras de corte educativo, prefieren desarrollarlas en el período escolar. En números, el director detalla que asisten por año entre 23 mil a 30 mil chicos de diversos lugares. En un mismo día trabajan 24 personas entre bailarines, cantantes, actores y magos, poseen tres trailers que viajan por distintas instituciones y la cantidad de obras disponibles son 26.

ás allá de que ahora no tienen una sede propia, visitan sitios como el Museo Sarmiento en el barrio de Belgrano, la Facultad de Veterinaria, la Sociedad Científica Argentina, e incluso la ciudad de Luján, sin dejar de lado la presencia en las escuelas. “Siempre tratamos de ir a un lugar de referencia, donde tengan un plus para hacerlo”, agrega Ucello.

Sobre el recibimiento del público, tanto de alumnos y docentes, manifiesta: “Los docentes lo toman como una herramienta pedagógica. De hecho ya nos conocemos. Me llaman por el nombre de pila y algunos me han visto actuar en las obras, pero ya dejé para pasar a ser director”. En su momento, Ucello pensaba que los docentes solo iban por las exhibiciones en el Museo Saavedra, pero en realidad querían ver las obras de teatro.

Como en varios lugares de la cultura y la vida social, el cambio de época es un hecho y El Museo Viajero no es ajeno a su circunstancia. “Nosotros teníamos una obra de Cristóbal Colón que fue un boom y ahora los chicos no van porque lo ven a Colón con otra mirada, a pesar de que nosotros contábamos sólo el viaje. Ahora tenemos dos obras sobre los pueblos originarios”.

No hay demasiados antecedentes de una experiencia así. Ucello no puede creer que en estos 27 años nadie los haya copiado. “El estilo de teatro que nosotros hacemos se puede aplicar a todo, no solo para la historia. Todas las obras se basan en un diálogo entre un director y uno o dos ayudantes que realizan una pregunta adecuada o van a interpretar una situación no necesariamente cómica, sino visual, que atraiga a los chicos”. En los 45 minutos que dura la obra utilizan como recursos títeres, baile, música, canto y hasta magia.

El Museo Viajero a lo largo de su historia recibió distinciones y reconocimientos del Fondo Nacional de las Artes y el Instituto Nacional del Teatro. Sin embargo, no cuenta con apoyo gubernamental, pero a Ucello no le preocupa: “No nos ayuda nadie. Cuando vos pedís que te ayuden, te agarran la cabeza y tratan de hundir. Te soy sincero: a nosotros siempre nos fue bien sin que nos ayuden, porque siempre te piden algo y no es fácil venderse. Ahora pasó esto del Museo Saavedra y buscaremos otro lugar para hacer lo nuestro”.

A futuro, piensan sumar obras. “En noviembre vamos a estrenar Obligada estaba la vuelta con la historia del combate de Vuelta de Obligado que va a ser de cuarto grado para arriba. También tenemos obras para los chicos de jardín a tercer grado como Pequeño corazón, que narra el viaje de Manuel Belgrano desde Buenos Aires hacia Rosario, un hecho casi desconocido del que, hace poco, se encontró un manuscrito de él donde lo cuenta”.

 

 

¿Dónde ver al Museo Viajero?

Las obras Chocolate por la Libertad, Mondongo para Manuel, El Arbolito frente al Cabildo, Cabildo Abierto, La Gran Semana de Mayo, La Pulpería de Jacinto se pueden ver hasta el 2 de junio en el Museo Sarmiento, Cuba y Juramento (CABA). Las entradas cuestan 1.500 pesos y 1.400 para escuelas públicas.

El caldo de la violencia

El caldo de la violencia

La puesta teatral «La cocina de Elisa» funciona como una lograda metáfora de la represión de la última dictadura militar.

Nicole y Elisa, los personajes de la obra Cocinando con Elisa -de Lucía Laragione con dirección de Mariana Giovine-, trabajan en una cocina de estancia para monsieur y madame. Las mujeres, interpretadas por Luciana Procaccini y Gabriela Villalonga construyen un vínculo entre el sadismo y el maltrato: Nicole se burla y reniega del analfabetismo e ignorancia de Elisa mientras ella invade la estancia con su juventud.

A medida que transcurre la obra, el lenguaje típico de una cocina clásica y el giro de comedia que le agrega la directora sirven de analogía con la violencia, las relaciones de poder y los mecanismos de la última dictadura militar argentina.

“Fue una obra que empezó en pandemia”, comenta Giovine y relata cómo fue el proceso de construcción de la pieza. Empezaron los ensayos por zoom, luego en el parque Chacabuco porque “había que poner el cuerpo” y finalmente en la terraza de una de las actrices.

Luciana Procaccini sostiene que “fue una suma de entusiasmos” entre todos los que formaron parte de la obra. “Había una necesidad de seguir actuando, de seguir adelante”.

“Cuando hay un texto bueno, la tarea es más fácil”, dice la directora al respecto del escrito original del año 1993. “Es una metáfora culinaria que tiene muchos puntos que explorar”, describe. Por su parte, Gabriella Villalonga destaca que lo más interesante de la obra es “cómo sigue resonando en la actualidad” y la manera en que, según la época, el texto gana nuevos significados.

La directora supo agregar humor y trabajar la obra desde el grotesco. “Hacía que miremos animaciones”, sostienen las actrices y resaltan los estereotipos que dejan a la luz los personajes: la villana sádica y la débil y sumisa sirvienta. “Nos divertimos mucho juntas. En el escenario es salir a jugar con la otra”, dice Villalonga sobre el vínculo que forma con su compañera.

La obra fluye por distintas localidades de la provincia de Buenos Aires y Rosario. Actualmente, está los domingos a las 20.30, en el CELCIT, barrio porteño de San Telmo.