«No creo que el movimiento feminista tenga que hacerse cargo de Alberto Fernández»

«No creo que el movimiento feminista tenga que hacerse cargo de Alberto Fernández»

La paradoja de los avances de las políticas de género que permitieron demandar a un expresidente que las impulsó y el retroceso en el tratamiento mediático analizados por la investigadora Luci Cavallero y por la autora de «Feminismo Jumanji», Ana Laura Núñez Rueda.

Esta semana, el Poder Judicial resolvió imputar al expresidente Alberto Fernández por los delitos de lesiones graves doblemente agravado por el vínculo y contexto de género y amenazas luego de la denuncia presentada por su expareja Fabiola Yáñez. ANCCOM dialogó con la investigadora feminista Luci Cavallero y con Ana Laura Núñez Rueda, coautora del libro Feminismo Jumanji para pensar sobre la vigencia del patriarcado, el movimiento feminista y el tratamiento de la violencia de género en los medios.

Núñez Rueda puso en contexto el hecho: “Si el sujeto todopoderoso de estos tiempos sigue siendo el varón pudiente, blanco, de traje, con poder y que vive en las grandes urbes ¿qué nos sorprende de que Alberto ejerza la violencia de género? Con esto no quiero decir que cualquier varón blanco ejerza la violencia física y psicológica sobre las mujeres, pero sí, que el sistema sigue reproduciendo la desigualdad estructural -económica- que se vuelven visibles y palpables cuando se materializan en los cuerpos femeninos con marcas, golpes y en algunos casos hasta la muerte”. No obstante, para la autora, el feminismo hoy es uno de los movimientos sociales más importantes de América Latina, y es por eso que, a pesar del desmantelamiento de políticas públicas para combatir la violencia de género que atraviesa la Argentina, en otro momento histórico no se hubiera podido denunciar a un expresidente y escuchar la voz de la denunciante.

Luego de la denuncia, la filtración de los chats e imágenes inundó los medios de comunicación que no cesaron de hablar del caso desde entonces. Ante la mediatización de la causa, la socióloga feminista Luci Cavallero dice: “La forma en que fue tratado el caso en los medios es un retroceso en los logros que habíamos obtenido en la disputa por una comunicación feminista. Los medios fueron quienes difundieron las imágenes sin consentimiento previo de Fabiola y sin que ella antes denunciara. También los medios comenzaron una cacería de mujeres que pasaron por Olivos, sin poner en eje a la responsabilidad del denunciado”. El enfoque en las visitas que recibió Alberto Fernández durante la pandemia por el covid-19 tomó más relevancia y generó más odio que la misma violencia de género; incluso, la ira recayó principalmente en las mujeres que fueron a Olivos analiza Cavallero. “Hay una tendencia misógina, puritanista, punitivista, que desaprovecha la oportunidad para el nivel pedagógico del asunto, donde se eduque a todes contra la violencia de género”, agrega al respecto Núñez Rueda.

Las especialistas coinciden en que al cambiar el eje sobre lo que verdaderamente se tendría que dar el tratamiento -la violencia de género- se preguntan si realmente los medios de comunicación tienen la problemática social en su agenda. Cavallero explica: “Esto es parte de una forma de tratar el tema que no tiene que ver con favorecer los intereses de las mayorías sociales que están esperando respuestas del gobierno por la crisis económica, que transforma la salida de la violencia como una utopía. Hoy quien tiene que salir de su hogar porque sufre violencia de género no puede alquilar porque los precios están desregulados, hoy también quién necesita una ayuda del Estado como el programa Acompañar, no puede recibirlo”.

Núñez Rueda retoma el análisis del tratamiento mediático y asegura: “Seguramente hay personas y voluntades que sí están preocupadas por la erradicación de la violencia de género, pero los intereses económicos y políticos detrás de los medios de comunicación, y en un marco donde las leyes que se habían construido a través del debate ciudadano quedan sin efecto o con poca capacidad de accionar, se torna muy difícil posicionar debates que se aparten de las ideas de rating, impacto, amarillismo”. Este caso mediático es una demostración de que, pese a que Yáñez se haya cuestionado el accionar del Ministerio de la Mujer ya que según ella “no hubo ayuda”, cuando es elemental la implementación de políticas públicas a la hora de afrontar casos de violencia de género. En el mismo sentido, Cavallero suma: “Las declaraciones de Fabiola no aportan nada para entender el fenómeno de violencia por razones de género en donde se perjudica de forma gratuita a la institucionalidad feminista. Si bien entendemos su posición, nos parece que deslegitimar una institución fruto de años de lucha, no aporta para nada a la clarificación que tiene que hacer la sociedad sobre las políticas públicas”.

Por otro lado, algunos medios de comunicación y el mismo imputado expresaron que las fotos difundidas de Yáñez estaban trucadas o que los moretones se debían a procedimientos estéticos. Esos rumores no hacen más que deslegitimar a la víctima y generan un retroceso social en cuanto a la credibilidad de la mujer. Cavallero historiza el mecanismo opresor: “El cuestionamiento de la validez de imágenes de una víctima de violencia es un recurso histórico, es una forma de describimiento de la sociedad. Ha habido una gran pedagogía del feminismo no con la finalidad de que se condene de antemano, sino para darle entidad a la persona que denuncia”. 

La imputación cae sobre un exmandatario que durante su gobierno promovió derechos de las mujeres tales como el derecho al aborto legal, seguro y gratuito además de la erradicación de la violencia de género a través de la implementación de políticas públicas. No obstante, Núñez Rueda comenta: “No creo que el movimiento feminista tenga que hacerse cargo de Alberto Fernández, de hecho, creo que se nos exige mucho. El libro Feminismo Jumanji surge como escritura conjunta en un momento de muchísima expectativa respecto a ese señor, a quien muchas de nosotras militamos, porque desde el 2015 a esa parte, habíamos adquirido mucha visibilidad pública y política y creíamos que un fuerte movimiento de mujeres y un gobierno peronista, nos iba a dar la posibilidad no solo de adquirir el aborto, sino de ganar terreno en muchas batallas. Pero Alberto no es un fiasco, ahora que se sabe que es un golpeador -lo cual, de ser demostrado, lo llevará a prisión- sino, que para muchas de nosotras se constituyó en un fiasco en el preciso momento en el que sobre alguna de nuestras agendas generó política, mientras no resolvía el tema de la redistribución de la riqueza; y no hay feminismo posible, no hay erradicación de la violencia posible, si no hay modificaciones estructurales en lo económico”.

Desiguales

Desiguales

El diez por ciento mejor posicionado de la población percibe ingresos 23 veces superiores al diez por ciento más pobre. Las vidas de Mirtha, en un barrio popular, y Fernando, en un country, le pone realismo a la abstracción de los números. ¿Cómo viven? ¿Cómo criaron a sus hijos? ¿A dónde vacacionan? ¿Cómo ahorran? ¿Qué comen? Un viaje de Saavedra a Pilar que parece de un mundo a otro.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), la brecha entre los que menos ganan y los que mayor ingreso perciben mensualmente en Argentina se incrementó considerablemente. El coeficiente Gini, utilizado globalmente para medir la desigualdad en la distribución de ingresos, muestra que la brecha entre ricos y pobres pasó de 0,446 a 0,467 puntos entre el primer trimestre de 2023 y el de 2024. Hay que recordar que cuanto más cerca del 0 está el Gini, una sociedad está más cerca de la igualdad. Los hogares más ricos perciben 23 veces más ingresos que los más pobres. Es el peor índice de los últimos ocho años en los que se dio el ajuste del macrismo, la pandemia y el severo recorte de Javier Milei.  

¿Cómo se materializa esa desigualdad en concreto? Para responder está pregunta, ANCCOM visitó dos familias, una que vive un barrio popular de la Ciudad de Buenos Aires y otra en un country bonaerense. ¿Qué consumos tienen? ¿Qué hacen en sus tiempos libres? ¿Cómo son sus viviendas? En definitiva, cómo es su calidad de vida.

Concretar la entrevista con la familia de clase popular resultó considerablemente más fácil que la de clase alta. Para esta última, quizá operaba la vergüenza o cierta culpa. Muchos de los comentarios al buscar entrevistados de este sector social fueron del estilo de: “Conozco a alguien de clase alta pero le da vergüenza hablar de sus consumos”. También fue una dificultad encontrar los tiempos, ya que entre el trabajo y la multiplicidad de ocupaciones en los momentos de ocio, decían no contar con tiempo disponible para una entrevista. A diferencia de esto, Mirtha del barrio Mitre, ubicado unas cuadras después de atravesar el parque Saavedra, se mostró abierta a recibirnos en el centro comunitario en el que trabaja de lunes a lunes: “A mí me podes encontrar acá cualquier día a la mañana, vení cuando quieras”, ofreció.

A lo largo de esta nota se utilizarán seudónimos para preservar la identidad de los entrevistados. La elección de familias fue hecha al azar: lejos de ser una caracterización de pretensión universal muestra experiencias puntuales de nuestro país.

 

Mirtha

Al llegar al encuentro con Mirtha, ella estaba en la cocina del centro comunitario compartiendo mates con sus colegas. Pone en pausa ese intercambio inmediatamente al escuchar la puerta principal abrirse. Se dirige con soltura invitando hacia un cuartito con escritorio y sillas para más intimidad. Antes de empezar a hablar de ella, habla de la comunidad. Durante toda la charla el relato oscila entre su historia personal y la del barrio, como si fueran una misma cosa. Vive hace casi 25 años en él, la misma cantidad de tiempo que lleva trabajando en el centro comunitario que funciona desde 2001. 

En el centro organizan talleres para que las mujeres vayan a cocinar: “Se hizo esto para que ellos se puedan llevar la comida y comer en su casa, como se debe”. Mirtha calcula que “la familia que menos comida lleva es para cuatro personas, pero hay de ocho, de cinco, de diez criaturas a las que le llevan”. El centro también brinda apoyo escolar y cuenta con un espacio de ludoteca. 

Si bien reciben algo de dinero del Estado, no es suficiente. Una factura sobre la mesa ilustra lo que Mirtha cuenta: “Dos kilos cuarenta de carne. Son para quince personas. No es nada”. El centro comunitario se sostiene más que nada con los esfuerzos de las mujeres que trabajan voluntariamente. Además de poner el cuerpo todos los días, realizan ventas de prepizzas, miel, tortas, entre otras cosas para poder recaudar los fondos necesarios para que todo funcione: “Hubo un momento que uno pensó  en cerrar los talleres, entre la luz, el gas y todo eso. Pero no, acá estamos”, sostiene un poco triste pero con convicción.

El centro comunitario organiza talleres de cocina para que las familias se puedan llevar la comida. 

Fernando

Fernando es abogado. Explica que la excepción de dialogar con ANCCOM un miércoles al mediodía es gracias a la feria en el Poder Judicial. Durante la primera entrevista se encuentra en su departamento en Capital Federal. De fondo se ve una pintura abstracta de importante tamaño que no llega a apreciarse en su totalidad. Su esposa circula alrededor y luego se suma  a la charla para aportar alguna otra información. 

Así como Mirtha, Fernando también empieza hablando del barrio. Sostiene que “el country es un modo de vida” y agrega “es como un pequeño pueblo. Tiene hasta una proveeduría, donde venden carne, verduras”. Entre las comodidades del country menciona las 200 hectáreas totales, que están cercadas y monitoreadas. Para ingresar son muy rigurosos, tienen un sistema de reconocimiento facial para los vecinos y una puerta distinta para visitantes y trabajadores.“Hay una diferencia entre barrio privado y country”, explica. Los barrios privados son cerrados, con seguridad -detalla-, mientras que el country, que en castellano es club de campo, tienen además muchos lugares comunes para socializar. 

Donde viven ellos hay un polideportivo, sauna, restaurantes, bares, de los cuales algunos son temáticos, canchas de tenis, de pádel y de golf, la cual ocupa 50 hectáreas. También tienen una iglesia donde hay misas todos los sábados. Hay comisiones de cultura, de arte, etc. También se dictan talleres de pintura y hay grupos de coro. 

Destaca que “no todos los country tienen esta vida. Nosotros tenemos fama de ser muy sociables y muy buenos recibiendo. Es una característica nuestra”. Cuenta que cuando comprás el terreno, muchas veces desde la misma inmobiliaria te hacen una reunión con el capitán del equipo del deporte que te gusta. También se arman muchos viajes, algunos de cabotaje con los equipos y también cuenta Fernando que ha hecho aproximadamente diez viajes con grupos del country al exterior: México y Punta Cana, entre otros lugares. 

Las 200 hectáreas del country están cercadas y monitoreadas. El ingreso es por reconocimiento facial. 

Crianzas

Mirtha tiene 62 años, Fernando 69. Al describirse Mirtha dice: “Soy buena cocinera, buena madre y buena abuela”. Tuvo nueve hijos y perdió uno. Ahora tiene 28 nietos y 12 bisnietos. Sus hijos tienen entre 24 y 45 años. Cinco de sus hijos viven en la casa con ella. Fernando tiene 3 hijos de 30, 32 y 34 años. Dos de ellos viven en Australia, y el tercero sigue en el país; es socio de Fernando. 

Mirtha cuenta que la crianza de sus hijos fue dura. Se separó dos veces y en ambas oportunidades se quedó con los niños. Del primer matrimonio tiene cinco hijos y del otro tres: “Me tocaron malos matrimonios -explica-. Yo no estaba enamorada, a mí me presionaron. Tengo un nieto de 30 años. Te imaginás que yo muy jovencita tuve hijos”. Con su primer marido vivió 17 años “hasta que me liberé. Porque era el miedo de que si yo me voy, me sacan los chicos. Pero una vez me planté bien; dije esto termina acá”. 

“Se dice que en los countrys todas las parejas son infieles: eso no es verdad”, aclara Fernando -sin que nadie le pregunte- con la expresión de quien explica una obviedad. Él conoció a su esposa en sus treintas, por un amigo en común que los presentó. Ambos venían de parejas largas antes de conocerse y de proyectos de vida distintos, cada uno con sus respectivos trabajos. Decidieron ensamblar sus vidas. Planearon a sus hijos, algo que explica que hayan nacido con regularidad de dos años. 

Tomaron la decisión de irse a vivir al country, lo que implicó un acuerdo para que la esposa renuncie a su trabajo y dedique su tiempo a la crianza de los hijos. Mirtha, por su parte, cuenta que ella es quien trabajaba y su marido no, un acuerdo nunca consensuado. Teniendo hijos pequeños, Mirtha salía a vender cosas: “Una vez, empecé a vender Grundig, una marca de televisores. Por ahí caminabas todo el día durante una semana y no vendías nada, y venías con unas desilusiones…”. Actualmente, Mirtha es pensionada por invalidez, lo que le permite dedicarse 100% al trabajo no remunerado que realiza en el comedor.

“En un momento se discutía si los chicos que viven en los countrys están en una burbuja. Pero no, la mayoría son clase media y un poco más”, aclara Fernando. Se fueron al country en el 96, movilizados por el deseo de criarlos en un espacio seguro y deportivo: “Buscábamos algo para que los chicos se criaran con más libertad”. Desde 2012, con sus hijos ya grandes, la pareja pasa los días laborables en la Capital y los fines de semana en Pilar. Fernando cuenta que aproximadamente la mitad de las personas de country sostienen esta misma dinámica híbrida. 

Otro aspecto que motivaba a Fernando a vivir en el country fue la cancha de golf: tanto él como su esposa practican ese deporte. Ese disfrute por lo deportivo lo transmitieron a sus hijos quienes se criaron practicando una diversidad de disciplinas. Cuentan que incluso hoy los dos que viven en Australia practican surf a diario. 

En el caso de Mirtha, sus hijos viendo la labor de su madre incorporaron un sentido de solidaridad profundo: “Nosotros le íbamos a dar de comer a los cartoneros desde el año 2001. Estuvimos como 12 años llevando comida todos los días. Mis hijos, que eran chicos en ese tiempo, ya es como que se acostumbraron”. Cuenta que son ellos quienes le sugieren: “Ma, ¿qué te parece si le damos esto, le damos lo otro?”. 

Fernando también menciona la solidaridad, al hablar de las actividades que realizan los grupos de la iglesia dentro del country. Se reciben donaciones, y se llevan a “El hogar del milagro”, donde viven desde bebés a niños huérfanos. También organizan “roperitos” donde se junta ropa y se le vende, a precios muy accesibles, a gente que va a trabajar al country.

Mirtha dice: “Soy buena cocinera, buena madre y buena abuela”. Tuvo nueve hijos y perdió uno.

Educación

Fernando estudió en la Universidad de La Plata. Para poder hacerlo, se mudó a esa ciudad al terminar la escuela ya que él proviene de una ciudad del interior de la Provincia Buenos Aires. Recibió durante sus años de carrera el apoyo económico de sus padres, sumado a algún trabajo que fue encontrando en el medio. A Mirtha, le hubiese gustado estudiar en la universidad, pero no terminó el secundario. Llegó hasta séptimo grado: “Mi historia es larga y el pasado triste, así que no pude”, confiesa.

Los hijos de Mirtha fueron a la Escuela 25 que queda en el barrio, ubicada a una cuadra de su casa. Es jornada completa. En el caso de Fernando, enviaron a sus hijos a una escuela bilingüe que queda fuera del country, el “San Mathius”. Fernando destaca que tiene unas 17 hectáreas. Mirtha confiesa “la escuela no se si es buena o mala, pero está cerca. Con los niños chiquitos, es un alivio que esté la escuela cerca”. En el caso de Fernando, el hecho de que en la escuela hubiera muchos alumnos de familias countristas, facilitaba el traslado. Se organizaban para hacer “pool”: se turnaban entre los vecinos para llevar a los chicos. Sostuvieron ese sistema hasta que el primero de sus hijos tuvo edad de sacar la licencia de conducir. Cuenta Fernando que el transporte es un factor a tener en cuenta en la vida de country. Es necesario al menos un auto para papá, otro para mamá y otro para los hijos. Hoy en día, la mayoría de los nietos de Mirtha asiste a la misma escuela que sus padres: “Las madres se ocupan de llevarlos a la mañana a la escuela y después la tía los busca a la tarde”.

Al terminar la jornada escolar, los hijos de Mirtha asistían al centro comunitario, donde aprovechaban el espacio de la juegoteca y apoyo escolar. Volvían a la casa a las 19 para cenar y terminar el día. Sus nietos, también aprovechan de esos espacios. “Los traemos a la ludoteca, están todos los días ocupados”, cuenta Mirtha y explica que tenerlos ahí sirve para que no estén tanto tiempo con las pantallas. 

Fernando recuerda con orgullo la crianza de sus hijos: “Mi mujer, a las 8 los sacaba de la cama con una raqueta, el palo de golf, las cosas de equitación, los patines”. El country ofrece actividades para los chicos que se realizan los fines de semana: por las mañanas practican los deportes individuales y por la tarde deportes grupales. Luego compiten en intercountries. También aprovecharon otros espacios educativos que ofrece el country para las distintas edades: “Por ejemplo, a los adolescentes los llevan a bailar y los vigilan”.

Fernando reflexiona sobre la educación que recibieron sus hijos: “Los resultados a 30 años, son que a toda la gente le ha ido muy bien en la vida. Han socializado muy bien”. En el caso de Mirtha valora: “Ellos estuvieron muy contenidos acá. Porque tres de ellos quedaron sin papá siendo chicos. Acá en el barrio los sostuvieron bastante bien, no se me fueron para cualquier lado”. 

Fernando recuerda con orgullo la crianza de sus hijos: “Mi mujer, a las 8 los sacaba de la cama con una raqueta, el palo de golf, las cosas de equitación, los patines”.

Vivienda

La casa de Mirtha la fueron adaptando y construyendo sobre la marcha. La casa de Fernando es una construcción antigua que ha sido remodelada respetando el estilo. En lo de Mirtha, viven además de ella cinco de sus hijos, aunque siempre hay más gente en la casa. En lo de Fernando quedan solo él y su esposa. En resumen, tienen dos propiedades para dos personas: la casa de Pilar y el departamento en Capital. En lo de Mirtha, en la parte de abajo viven cuatro hijos, y en la parte de arriba, vive una hija con su esposo e hijos. Las habitaciones superiores corresponden a una construcción que se agregó, así como también la parte del fondo de la casa donde vive ella actualmente. “Decidí irme a esa parte porque no quiero escuchar el griterío de los niños” sostiene con hartazgo. Su casa cuenta con cinco habitaciones y un comedor. Fernando también piensa hacer una remodelación en su casa: tienen una habitación que es un playroom que ya no usan tanto, ya que era un espacio para los chicos. Actualmente, tienen la intención de transformarlo para que la esposa pueda jugar allí al burako con sus amigas. La casa de Fernando también es de dos pisos, pero esto fue planteado desde el plano original. Tiene espacios amplios y luminosos, una habitación para cada miembro de la familia, cada uno con su baño propio y aire acondicionado, dos livings, cocina, una galería semicubierta con piscina. Afuera tienen un jardín con pileta el cual no tiene separación con el afuera que da directamente con la cancha de golf. Cuentan con teléfono de línea, un sistema telefónico que conecta a todos los internos del club.  

Sociales

Mirtha cuenta que acostumbró a su familia a sentarse en la mesa y cenar juntos, ritual que se sostiene desde que sus hijos son pequeños y continúa vigente en la actualidad. El horario de reunión es a las 21. En el caso de Fernando, los encuentros suelen ser más espontáneos. La cercanía con sus amigos les permite organizar asados de forma más casual y volverse a pie o en sus carritos de golf a su casa. En general se junta con sus amigos y cuenta: “Mi mujer suele reunirse a jugar al burako con las amigas, y por ahí se toman algún aperitivo”. Sostiene que el country es el mejor lugar para estar juntos, pero dispersos”. Cada uno puede hacer sus cosas y reunirse por las tardes. Destaca que en general, en el country son todos bastante tempraneros. 

Mirtha, primero cocina en el centro comunitario, después vuelve a su casa y sigue cocinando para su familia. Si bien actualmente solo cinco de sus hijos viven en la casa, en las cenas suelen reunirse alrededor de doce personas, entre hijos, algún nieto, yerno, etc. Destaca las charlas que se desatan en la mesa: “A veces los tengo que callar. Se hablan como que no se vieron en todo el día, ¡y se ven todo el tiempo!”. 

Las comidas que hace Mirtha tienen como requisito ser abundantes: “No puedo andar con cosas chiquitas”. Menciona que los menús más habituales son guiso y puchero. En el caso de Fernando, los almuerzos suelen ser una comida liviana, más que nada para estar ligeros para los deportes que practica. Un menú frecuente para el mediodía es bife con ensalada. La comida fuerte es por la noche, suelen preparar algo a la parrilla, más que nada si tienen invitados. En el invierno, a veces prenden el hogar y hacen alguna comida ahí. A la esposa de Fernando le gusta mucho la cocina, así que suele innovar con alguna receta gourmet.

Los niños de la familia de Mirtha van al centro comunitario al terminar la jornada escolar para aprovechar la juegoteca y el apoyo escolar. 

Pantallas

Mirtha es quien elige qué mirar en la tele que tienen en el comedor de su casa:“Cuando nos sentamos la que pone la tele soy yo, no me cambian el televisor. Todavía me respetan”. Más que nada miran noticieros, aunque reconoce que “ahora todas las noticias te angustian. No puedo hacer nada”. También se reúnen en la tele del comedor a mirar partidos de fútbol, aunque en ese momento Mirtha prefiere irse a su cuarto. Después de la cena, cada uno elige qué mirar: “Una de mis hijas pone ese Supervivencia el desnudo, el otro que mira fútbol, mi otra hija me tenía cansada con el Gran Hermano que lo odio”. Por un tiempo supieron tener Netflix pero se dieron de baja cuando aumentó. Actualmente solo miran la tele de cable. 

Al preguntarle a Fernando sobre qué mira en la tele, cuenta:Tenemos Netflix y todas esas cosas, pero es más que nada mi esposa la que se encarga de eso. Yo no tengo redes sociales ni nada”. Sostiene que disfrutan de ver alguna película juntos, aunque no profundiza al respecto. 

Tanto en la casa de Mirtha como en la de Fernando, todas las habitaciones tienen un televisor y todos sus hijos tienen celular. En lo de Fernando, disponen de un playroom, donde en su momento había varias computadoras de escritorio. Hoy en día, cada uno de sus hijos tiene su notebook, así que decidieron regalar esas computadoras. Esa habitación contaba con una Playstation 4, otro dispositivo que ya no usan. Uno de los nietos de Mirtha, también tiene la Playstation 4, un regalo de la madre. Mirtha reflexiona: “Hoy no se la podría comprar”, y agrega “no se como le regale una computadora a unos nietos que no viven conmigo”. 

Compras

En la familia de Mirtha una vez por mes van al mayorista a hacer una compra grande. Actualmente son sus hijos quienes se encargan de hacerlo. “Gracias a Dios, crié tan bien a mis hijos, que a mí no me hace falta vivir de la pensión. Viene la luz y se la dividen entre ellos, viene el gas y lo dividen, todo así. Y la compra del mes para comer también la hacen ellos”, sostiene Mirtha. 

Fernando cuenta que como son solo dos personas no necesitan tanta comida. En Capital y en la casa de Pilar tienen alacenas bien provistas de alimentos no perecederos. Intentan estar bien abastecidos en ambas. La verdura la compran en Pilar, al igual que la carne, y destacan que es de muy buena calidad. En Capital, compran productos de almacén en un Carrefour que les queda a veinte metros del departamento. Cuando necesitan, su esposa va y hace una compra grande para abastecer las dos casas: elementos de higiene, de limpieza, alimentos no perecederos, etc. Al elegir los productos -subrayan-, priorizan que sean de buena calidad por sobre el precio, aunque también le prestan atención a las promociones. 

La calidad antes que el precio es la clave para la elección de los consumos en la familia de Fernando.

Rutinas

Fernando tiene su estudio de abogados. Allí trabaja con su hijo y además administra una obra social. Actualmente hace mucho home office y sus tiempos los regula según las necesidades. Generalmente empieza a trabajar a las 10. Los lunes y miércoles se dedica más que nada al estudio de abogados, intercalando entre lo virtual y lo presencial. Los martes y jueves, son los días en que él va presencialmente a la obra social;  trabaja allí como mínimo ocho horas. El jueves, al terminar la jornada se va para el country y el domingo por la noche o lunes a la mañana vuelve. En el medio de su semana, suele tener algún almuerzo de trabajo. Cada 15 días, viaja a otra provincia ya que está iniciando una nueva empresa allí.

En un día laboral, Mirtha se levanta a las 7. Despierta a los nietos para que vayan a la escuela. Llega al centro comunitario alrededor de las 8. Desde esa hora empieza a atender a los proveedores, pone el agua a calentar para la gente que viene a trabajar “y ahora me agarró la mala costumbre de cocinarles, les cocino a todos”, cuenta. Se queda en el centro comunitario hasta las 13.

Mirtha señala que durante los fines de semana suelen dispersarse, ya que la mayoría tiene familia en otros lados: General Rodríguez, Moreno, entre otras localidades. Para ella, es un momento de paz: “El tema soy yo. Porque yo no quiero que cocinen, no quiero que toquen esto, no quiero que toquen aquello. Lo reconozco, soy maniática”, señala entre risas. 

Fernando explica que hay diferencias según las épocas. Por las mañanas, tanto él como su esposa suelen ir a jugar al golf. Aunque si el clima es muy frío o llueve, prefieren quedarse en casa con pantuflas y hacer alguna comida. A las noches invitan a algún matrimonio amigo a cenar. Otro de los planes que menciona son las caminatas, los paseos en bici y la jardinería.

Mirtha dice que, en general, no son tanto de tener amistades, son más mantenerse en familia. En este aspecto, Fernando cuenta que lo que mayormente ocurre, es que se generan amistades y noviazgos dentro del country. También, se vinculan profesionalmente con gente del country “Tenés tu odontólogo, tu médico de confianza”, cuenta. En el country cada uno sabe dónde vivís, basta con decir tu apellido o decir que estás al lado o en frente de tal apellido. También se usan como categorías el grupo al que pertenecés: si sos del grupo de la iglesia, del golf, de tenis, etc. “Tampoco te podés mandar ninguna cagada dentro del country, porque te defenestran, te castigan”. Tienen una revista que sale cada semana, donde se anuncian desde los resultados de los torneos y los cumpleaños hasta los deudores, eso aparece cuando debés al menos dos meses de expensas. También hay reglas de etiqueta: qué atuendos se pueden usar para cada deporte. A su vez, para entrar a un country, tienen una admisión. Te entrevistan, para ver si reunís las características necesarias. 

“En el golf no se puede usar jean”, cuenta Fernando. También requiere un calzado especial. “Es muy importante la vestimenta, o al menos le damos importancia”, afirma. “En verano se puede usar bermuda, en vez de pantalón largo. Es la mayor concesión que hacemos”, sentencia entre risas. 

La ropa que utiliza Mirtha, es la misma todo el día, no hay diferencia entre lo que usa en su casa o en el centro comunitario. Un jean, unas zapatillas deportivas y un buzo. Lo único que cambia entre esos espacios, es el delantal que se pone. En los talleres de cocina, usan delantales y sombreros que fueron elaborados en el taller de costura que se dicta en el mismo centro comunitario. En su casa, Mirtha tiene su propio delantal.

Cuenta Fernando, que él no es tan de usar zapatillas. Si bien tiene tres o cuatro pares, él prefiere el zapato, el mocasín o el zapato náutico, aunque aclara que es una elección personal. Dentro de sus zapatillas, tiene un par para caminar, otras para el gimnasio, unas zapatillas y unos zapatos de golf, y los usa dependiendo el clima y la estación del año. Para estar al interior de sus casas, prefiere usar alpargatas.

Vacaciones

Fernando cuenta que cada año religiosamente se van de vacaciones: “Desde que nuestros hijos se han independizado hacemos un viaje importante anual al exterior”. Al tener a sus hijos viviendo afuera, organizan encuentros en otras partes del mundo. “Por ejemplo, una vez nos encontramos en Johannesburgo e hicimos varios países: Sudáfrica, Kenia, Tanzania recuerda. “Otra vez -agrega- nos encontramos en  Bangkok. También hicimos Vietnam, hicimos todo Tailandia”. Este año, su destino es Australia, van a visitar a sus hijos: “De ahí nos vamos a Phuket, una isla en el sur del sudeste asiático en Tailandia en la que ya estuvimos una vez, un paraíso”. Cuando sus hijos eran más chicos, se iban más que nada a la costa, Pinamar era el lugar que más frecuentaban durante los eneros. Ahora, hacen un viaje grande por año, así como también hacen dos escapadas como mínimo a Uruguay para visitar amigos en Punta del Este. También hacen algún viaje a Brasil cada vez que pueden. Después de hacer un recuento por todos esos destinos, suspira y afirma con una sonrisa: “Tratamos de vivir un poquito”. 

 Para Mirtha, las vacaciones son en su casa, aunque no deja de darse una vuelta por el centro comunitario de vez en cuando. Nunca se fue de viaje y tampoco tiene pensado algún destino al que le gustaría ir. Para ella, las vacaciones son una oportunidad para relajarse en su domicilio, aprovechando que sus nietos están también de vacaciones y sus hijos se organizan para cuidarlos. 

Ahorros

Fernando cuenta que tienen la capacidad de ahorrar en dólares: “Lo hacemos con dos fines: pasear todo lo que se pueda y tener un ahorro para la tercera edad. -explica-. Para cuando ya no podamos trabajar, tener un ahorro que nos permita vivir, que no bajemos mucho nuestro nivel de vida que tenemos ahora”. Fernando reflexiona: “Todo esto fue producto de mucho esfuerzo y trabajo. Yo he trabajado 12, 14 horas por día. Entonces llegamos a una edad madura que valió la pena el esfuerzo…”

Al preguntarle a Mirtha, lanza una risa: “¿Ahorrar? ¡Imposible!”, aunque enseguida se pone seria y aclara: “No puedo decir que vivimos mal, porque no falta nada, pero llegamos justo”. En la casa de Mirtha, cuentan con cuatro sueldos de los hijos que viven en el piso de abajo (porque la hija que vive arriba tiene sus gastos aparte), pero aun así no tienen la posibilidad de ahorrar. 

Mientras se desarrollaba esta nota, la Universidad Católica Argentina (UCA) publicó su habitual estudio sobre la pobreza argentina. En el primer trimestre de este año ascendió al 55 por ciento. El diez por ciento mejor posicionado en el país, percibe ingresos 23 veces más grandes que los de menores ingresos. La abstracción de esos números cobra realismo en los rostros de Mirtha y Fernando. Viven a escasas cuadras uno del otro, pero parecen estar a un mundo de distancia.

Reclamos de trabajadores de prensa a diario

Reclamos de trabajadores de prensa a diario

El SiPreBA se movilizó desde la puerta de Página/12 hasta la Secretaría de Trabajo en reclamo de aumento salarial. «Tenemos sueldos por debajo de la línea de indigencia», subrayan en el gremio.

Este miércoles al mediodía, trabajadores agrupados en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA) se dieron cita en la puerta del diario Página/12 para reclamar por salarios dignos. Reclamaron, entre otras cosas, que la Secretaría de Trabajo convoque a reuniones paritarias para que las empresas de periodismo gráfico actualicen el nivel de salarios para el próximo trimestre.

La concentración y posterior movilización estaba pautada para la una de la tarde, bajo la consigna “Pagan salarios de pobreza y bloquean las paritarias”. Cerca de las doce y media comenzaban a llegar los primeros trabajadores con banderas y volantes. El sonido de las trompetas y los redoblantes hizo que la presencia de los manifestantes fuera ineludible. Ante la pregunta de algunos transeúntes que caminaban por la Avenida Callao, periodistas y reporteros gráficos se disponían a explicar sobre la delicada situación salarial en la que hoy se encuentran. Con el correr de los minutes, fueron llegando trabajadores de diferentes medios y también de otros sindicatos para comenzar a marchar hacia la Secretaría de Trabajo de la Nación.

El secretario general de SiPreBA, Agustín Lecchi, explicó que la movilización desde Página/12 hasta la Secretaría de Trabajo se debe a que ya pasó más de un mes desde las últimas negociaciones paritarias y porque está vencido el acuerdo salarial. Lecchi explica que el salario de un trabajador de prensa hoy puede estar entre los 325.000 y los 400.000 pesos.

“No podemos tolerar esto en una Argentina donde sigue habiendo una inflación mensual que ronda los 4 puntos, se hace muy difícil para nuestros compañeros y compañeros llegar a fin de mes”, aseguró el dirigente gremial. Además, remarcó la importancia que los trabajadores de prensa tienen para garantizar el derecho a la información, que es su oficio, su profesión y su obligación.

Lecchi sostiene que la Secretaría de Trabajo suspendió las audiencias que tenían acordadas hace quince días por orden de los grandes medios. La última vez que se reunieron en la Secretaría de Trabajo fue hace un mes.

Llamadas

En las últimas horas, los trabajadores de prensa habían recibido llamados de la Secretaría de Trabajo para establecer el diálogo por paritarias, tanto el martes como el mismo miércoles a las ocho de la mañana. Pero el gremio decidió de todas maneras mantener en pie la movilización. Con respecto a esta decision, Lecchi sostuvo que están abiertos al diálogo, siempre y cuando sea conducente, que resuelva la situación. “Para nosotros, bienvenido todo diálogo, pero lo que necesitamos es recuperar los salarios. No podemos esperar semanas y semanas sin tener instancias paritarias porque cada semana que perdemos es el salario que se sigue depreciando de nuestros compañeros y compañeras”, aseguró.

Ana Paoletti, delegada de SiPreBA en Página/12, explicó que el motivo de la movilización a la Secretaría de Trabajo era exigir la convocatoria urgente de una audiencia para discutir la paritaria de prensa escrita. Hasta ahora las audiencias fueron suspendidas por un reclamo del sector empresario.

“El salario de los compañeros y las compañeras es urgente. Es una discusión que no podemos postergar más”, dijo la delegada y contó que Página/12 es la única empresa de prensa escrita que no ha otorgado ningún aumento en el último trimestre. Durante su alocución frente al edificio del diario, Paoletti expresó que no se puede hacer periodismo de calidad con un sueldo de 350.000 pesos.

La delegada gremial, además, aseguró estar preocupada por la indiferencia que siente de parte de la dirección periodística de Página/12. Paoletti sostiene que a los trabajadores que participan de los reclamos salariales les descuentan los días de paro, mientras que aquellos que no participan de las acciones sindicales son premiados. De esta manera, pueden encontrarse en una misma sección trabajadores que hacen el mismo trabajo pero reciben salarios distintos. Los que no hacen paro pueden estar cobrando hasta el doble que aquellos que participan de los reclamos: “Queremos que esto se resuelva pronto y que Página/12 respete la decisión de los trabajadores de negociar los salarios en la Secretaría de Trabajo con su representación gremial que es el Sindicato de Prensa de Buenos Aires”.

Página/12 es parte del multimedios Grupo Octubre, el cual dirige el sindicalista Víctor Santa María. Paoletti cuenta que, a su vez, dentro del Grupo Octubre hay una agencia que se llama GO (las iniciales del grupo), donde funciona una redacción paralela. Está agencia nutre al sitio web del diario cuando los trabajadores hacen medidas de fuerza. “Esto es algo que funciona hace ya dos o tres años, pero aún así no ha podido doblegar a la organización gremial con una trayectoria y una tradición que ya cumplió 37 años”, señala la delegadal.

Paoletti expresó que cobrar un salario digno es un reclamo de todos los trabajadores. La delegada aseguró que no sólo los trabajadores de prensa ha perdido poder adquisitivo sino todos los trabajadores. Sin embargo, el periodismo cumple un papel particularmente importante en la sociedad: “El rol de los medios de comunicación es garantizar la pluralidad de voces, garantizar la democracia”, aseguró. Para ella, en este contexto es necesario que esté Página/12, los medios alternativos, los medios autogestivos y todos los posibles para analizar la situación que estamos viviendo.

En la manifestación también se hicieron presentes  trabajadores del Sindicato de Canillitas, de la Federación Gráfica Bonaerense, de La Bancaria y de la Federación de Aceiteros y Desmotadores.

El Sindicato de Prensa de Buenos Aires obtuvo la personería gremial a principios del 2023, quedando a partir de ese momento en condiciones de negociar paritarias en nombre de los trabajadores. Francisco Ravini, delegado de Sipreba en el diario Clarín, explicó que la medida de fuerza era específicamente por la decisión de la cámara empresaria AEDBA de no participar en la paritaria y de no firmar los últimos dos acuerdos. El delegado gremial dijo, también, que, en el caso específico de Página/12, la falta de homologación de esos acuerdos se utilizó para no cumplir con los básicos de consenso que establecen esas paritarias, como los pagos y retroactivos.

AEDBA es la Asociación de Editores de Diarios de la ciudad de Buenos Aires. La integran BAE Negocios, Clarín, La Nación, Perfil, El Cronista, Página/12 y Crónica. Agrupadas en esta asociación, las empresas periodísticas llevan adelante las negociaciones en común.

Ravini asegura que en los últimos diez años los trabajadores de prensa han perdido poder adquisitivo de manera dramática.

“Tengamos en cuenta que acá no estamos hablando de sueldos por debajo de la línea de pobreza sino por debajo de la línea de indigencia”, expresó el delegado: “Nuestra actividad con este nivel salarial no puede subsistir. Nadie está pidiendo nada estrafalario, simplemente poder vivir de nuestro trabajo. Estamos dando una lucha por lo que creemos que tiene que ser el periodismo de calidad. Y no hay posibilidad de un periodismo objetivo, serio y que aporte a la discusión política si hay salario de hambre”.

 

Pobres niños

Pobres niños

Las encargadas del cuidado de las primeras infancias de la UTEP se movilizaron para denunciar el ajuste del gobierno de Milei a los programas que contienen a las niñeces. Más de 30 espacios están en peligro de cierre y un millón y medio de chicos saltean una comida diaria.

Las trabajadoras del cuidado de las infancias de la economía popular aglomeradas en la UTEP se movilizaron a la puerta de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF) a cargo del Ministerio de Capital Humano, para denunciar el desfinanciamiento a los espacios dedidacos a las niñeces y adolescencia a nivel federal, el recorte salarial y empobrecimiento de las cuidadoras. A esto se suma el incumplimiento en la entrega de alimentos, el estado crítico de los centros comunitarios y la falta de pago de los convenios vigentes y adeudados desde el año pasado.

La situación de emergencia se da en el contexto en que un millón de niñas y niños se van a dormir sin cenar y un millón y medio se saltean al menos una comida durante el día, según el último informe de UNICEF Argentina.

Una de las referentes de jardines comunitarios del Movimiento Evita, Daiana Gavelli, en diálogo con ANCCOM cuenta: “Hay más de 30 espacios de primera infancia que no tienen una respuesta y están en peligro de cierre porque desde que este gobierno asumió solo hubo desfinanciamiento. El salario de las trabajadoras se recortó y se congeló. Hoy son solo 78 mil pesos. No nos pagan los convenios de primera infancia, el Estado nos debe plata. No se renovaron nuevos convenios y la beca hoy por pibe es de 3.200 pesos. Nosotros estamos reclamando que se actualicen las becas, que se abran nuevos convenios, que nos paguen lo que nos deben y que se reconozca el salario de las trabajadoras”.

Cuidar, alimentar, enseñar y jugar.

Durante la movilización se desplegaron espacios y escenificaron momentos que buscaban reflejar y visibilizar el trabajo realizado en cada jardín. Desde libros, juegos de mesa, muñecos, dibujos, banderines y juguetes, hasta una rayuela con distintas frases como “los nenes también lloran”, “los colores son de todes”, “infancias libres”, “no es no”, “las nenas juegan a la pelota”, entre otras. También, formaron parte de la jornada, títeres gigantes, sostenidos por las trabajadoras con las consignas “educación de primera para nuestras infancias” y “basta de ajustes en las infancias”.

Las “seños», educadoras y cuidadoras, muchas de ellas llevando sus delantales azules, realizaron una ronda frente a las puertas del SENAF custodiada por dos uniformados y cantaron el arroz con leche con la letra reversionada: “Arroz con leche yo quiero jugar, en un espacio libre y con unidad. Que pueda comer, que pueda soñar, crecer con esperanza y en comunidad”. Otros cánticos y consignas que se escucharon fueron dirigidos a Sandra Pettovello: “Nuestros pibes tienen hambre los tenemos que cuidar” y “comer es un derecho, la casta no está acá”.

Evelyn Peluffo es coordinadora del espacio maternal Construyendo Futuro, Cartoneritos, y Trás Cartón. Contó que en el día a día se presentan situaciones de “más violencia, con más hambre. Nuestros chicos ahora meriendan el triple de lo que merendaban antes. Nosotros les damos la merienda y la cena, y la verdad que los chicos se comen todo, te devoran todo lo que hay. Se está notando mucho la necesidad. Damos recreación, hacemos juegos, talleres y tratamos de brindarles la contención que podemos a los chicos, ya que, no la están teniendo en casa. Los papás salen a las once de la mañana hasta las diez de la noche a cartonear, porque no alcanza. El papel bajó, el cartón bajó y es muy crítica la situación”. La maestro del jardín comunitario Mafalda y sus amigos de Máximo Paz Cañuelas, Romina González complementa: “Va más cantidad de chicos y se ve más necesidad en las familias, también. Estando en el jardín se ve todo: a los padres que se quedan sin trabajo, que no tienen para comer, que falta la ropa. Hay que estar ahí, ayudando siempre. Cumpliendo las necesidades de las familias”.

En relación a las condiciones laborales en las que se encuentran las trabajadoras del cuidado, el gobierno recortó el salario dejándolo en 78 mil pesos, desfinanció los convenios vigentes, dejó de repartir alimentos y congeló el monto de la beca por chico. Gavelli expresa que se encuentran “totalmente sobrepasados. Ya muchos espacios cerraron, otros redujeron su jornada y algunos se convirtieron en ludotecas. Entonces dejaron de ser jardines y espacios de primera infancia para funcionar dos veces al día, porque la verdad que el sueldo no alcanza. La gran mayoría que está ahí es por un compromiso con los pibes y las pibas porque por lo que te pagan, la verdad, no te rinde”. En sintonía con Gavelli, la secretaria de Cuidados Comunitarios de la UTEP, Celeste Ortiz, suma: “Esto arroja a más de 3500 cuidadoras que se encuentran hoy bancando estos espacios de primera infancia a pulmón y con el compromiso militante de cuidar a cada uno de nuestros pibes y pibas de nuestro barrio, cuando hay un Estado y un gobierno actual que lo que hace es no solamente desfinanciarnos sino también empobrecernos”.

Perseguir y postergar

Ante el reclamo, el Ministerio de Capital Humano decidió no dialogar con las trabajadoras y postergar la reunión. Una de las voceras, señaló: “Hoy nos fuimos y nos vamos con un sabor amargo porque es la tercera vez que nos patean”.

Además, durante el transcurso de la movilización y por orden del juez Julián Ercolini se llevaron a cabo dos allanamientos simultáneos de la Policía Federal Argentina en la Ciudad de Buenos Aires: en la central de los trabajadores y trabajadoras de la economía popular de la UTEP y en un espacio de primera infancia. En referencia a esta situación, Celeste Ortiz denuncia la persecución y el hostigamiento y manifiesta: “Cuando toda nuestra reserva o el oro se lo están llevando a países extranjeros, nos están vendiendo la Patagonia, nos están vendiendo la Argentina y, sin embargo, las perseguidas son las que menos tienen”. Y finaliza: “No nos han vencido. Nos quieren desmoralizadas, nos quieren endeudadas, nos quieren desorganizadas, y la respuesta que nosotros les damos a eso y a la violencia que nos vienen ejerciendo a nosotras, es la organización popular. Vamos a seguir luchando para construir un presente y un futuro mejor para nuestras infancias y para todos los trabajadores y trabajadoras de la economía popular”.

 

Cines en fuga

Cines en fuga

La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires declaró “de interés general y comunicacional” al libro “Cines porteños”, una obra que releva viejas salas en las que hoy funcionan templos, supermercados o bancos, entre otras cosas. Los vecinos que luchan por la vuelta de las pantallas al barrio.

El salón Raul Alfonsín, de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, albergó este martes 13 un reconocimiento al libro Cines porteños, declarado “de interés cultural y comunicacional”, gracias al impulso del diputado de Unión por la Patria Franco Vitali. Cines Porteños”. El volumen  forma parte de un proyecto encabezado por Laura Gómez Gauna y Pablo Tesoriere, que contempla un segundo tomo y hasta un próximo documental.

El libro describe un pasado en que los cines argentinos se ubicaban de cara a las calles en los corazones de grandes y pequeños centros urbanos, salas que han ido desapareciendo dando lugar a cadenas internacionales que en formato multisala distribuyen las pantallas en una cantidad mucho menor de inmuebles y en lugares geográficos más concentrados.

En el camino quedó un tendal de exoesqueletos que a pesar de su fachada ya no proyectan películas: ahora son templos, estacionamientos, bazares, bancos, entre otros variados rubros que han reemplazado la actividad cinemática por otras supuestamente más rentables. De las casi tres mil salas que tuvo el país hoy solamente quedan 300. El espíritu de Cines Porteños se ve bien reflejado en las palabras de Ana Broitman, licenciada en Ciencias de la Comunicación, quien en su intervención en la presentación expresó: “El cine es una experiencia, un intercambio, una vinculación con algo de nuestra historia, los espacios donde vemos las películas son tanto o más importantes que las propias películas”.

Los cines de hoy necesitan estar contenidos en lugares grandes, con muchas vías de acceso, visibilidad y movimiento, por eso encuentran en el shopping su zona de confort. Otros están en las avenidas de mayor tránsito (aunque cada vez hay menos), otros alejados de los centros urbanos, están estratégicamente ubicados para recibir público de todas partes al hallarse a la vera de grandes autopistas.

Ante esta nueva lógica de esparcimiento y consumo en relación al cine, los viejos cines de barrio fueron cayendo en desgracia, convocando a cada vez menos gente. La atracción de los centros comerciales arrasaba y el cine viejo quedó estéticamente vetusto. Con esta nueva forma de consumo establecida, las pantallas de los lugares céntricos también empezaron a sufrir coletazos. Ya no se pensaba en la pizza después de la función, si no en el patio de comidas o en el “pasar el día” en el shopping. El cine de esta forma paso a coronar la experiencia del paseo a cielo cerrado

“Hay un esquema de negocios que cambia, lo que se vende ya no es solo la película si no toda la experiencia en torno a ella, la comida, la bebida, el pochoclo, cosas que hoy se estiman que son más de la mitad de la recaudación de estas cadenas de cine”, comenta Federico Bonazzi, trabajador del SINCA, ente que releva los consumos culturales del país.

Cines porteños hace un racconto focalizado en la Ciudad de Buenos Aires, develando lo que queda de aquel prolífico mercado exhibidor que brilló décadas atrás. Uno de los barrios esplendorosos en pantallas fue La Paternal, que supo tener siete cines en apenas quince cuadras. Hoy todos albergan otras actividades, excepto uno, el más grande y emblemático de todos, el Taricco, único que en estado de abandono espera ser rescatado.

Los vecinos de este cine han iniciado una lucha que lleva tres décadas sin concretar el ansiado resultado. “Lamentablemente al no ver resultados las fuerzas se van cansando y se abandonan las luchas”, admite con pesar Norberto Zanzi, vecino que encabeza la pelea por la recuperación del Taricco. “Hoy solo nosotros estamos luchando por recuperar un cine en la ciudad. Había muchos grupos pero creo que quedaron todos inactivos”, declaró a ANCCOM en relación a las diferentes agrupaciones vecinales que con el paso del tiempo fueron cesando sus actividades.

“Luis Taricco proyectaba películas en su cafetería, posteriormente compró los terrenos linderos y armó un cine teatro, el cual estuvo abierto desde 1920 hasta 1970 cuando cerró por la muerte de su dueño”, comenta Norberto Zanzi, recordando los 50 años durante los cuales el cine y teatro funcionó activamente.

En esa época, el esplendor cinematográfico tenía su cenit en la célebre calle Lavalle, que llegó a contar con quince salas en apenas cuatro cuadras, rodeadas de pizzerías y bares que se llenaban noche tras noche en la célebre peatonal que se volvía intransitable por el caudal de personas que la visitaba.

Los carteles luminosos y pintorescos eran el apogeo de ese cine opulento caracterizado por salas únicas y de enormes dimensiones, un auténtico paraíso cinematográfico que en pequeña o mediana escala se veía replicado en los diferentes rincones del país.

Los barrios grandes de Buenos Aires tenían más de cinco salas cada uno: Villa Urquiza, por ejemplo, supo albergar siete cines diferentes mientras que en la actualidad quedó huérfana de salas comerciales. En el conurbano pasaba lo mismo. Casi todos los barrios tenían un cine, en general más pequeño y modesto que los capitalinos. Sin embargo, emulaban algo de aquella mística en pequeña escala. En el interior del país no era diferente, las ciudades más pequeñas y hasta los pueblos tenían su sala de cine. Las grandes ciudades contaban con varios: Rosario llegó a tener alrededor de 60 salas en simultáneo, hoy apenas hay 21 en toda la provincia de Santa Fe, un tercio de lo que hace medio siglo había solo en su ciudad más poblada.

La verdulería paradiso

La merma en la cantidad de salas es innegable y se palpa al caminar por las calles de la ciudad. Los antiguos cines se camuflan entre la indiferencia y el olvido de la vorágine cotidiana. A algunos todavía se puede seguir entrando, aunque ya no para ver películas. Eso pasa en la avenida Belgrano al 1800, donde funciona un mayorista de verdulería, un local profundo y amplio donde decenas de personas ingresan y egresan, tiene un tráfico casi tan agitado como el de la propia avenida. La gente no se detiene en la fachada. Sin embargo, una simple pregunta a una pareja de ancianos con bolsas cargadas de frutas destraba el recuerdo:

-Disculpe, ¿en este lugar había un cine?

-Sí, pero hace como 40 años, pasó mucho tiempo desde que cerró… éramos jóvenes.

 

Para otros vecinos el recuerdo es más difuso: “Es verdad, acá a la vuelta donde está la verdulería, fíjate ahí, ahí había un cine cuando yo era chica, la verdad es que no me acordaba, pero si, ahí funcionó un cine muchos años”, dice contenta una comerciante de la zona antes de regresar a la florería que tiene en la esquina de Entre Ríos y Belgrano

Otros directamente no recuerdan el pasado cinematográfico de la actual verdulería: “No me acuerdo, esto antes de ser verdulería fue un garaje, al lado había una casa de cambio. Pero del cine no me acordaba, no soy tan viejo”, comenta jocosamente un vecino de Balvanera que también se abasteció de verduras en el recinto que antiguamente albergó al Cine Teatro Cervantes.

La caída de un modelo

El auge de las salas de cine nacionales se estiró hasta fines de los años 60, seguido de un pronunciado declive que comenzó en los años 70, principalmente por las políticas implementadas por la última dictadura cívico militar. En esos años bajó considerablemente la producción de películas argentinas y el problema se extendió durante las siguientes décadas con la introducción de nuevas formas de consumo cinematográfico: el vhs, el boom de los videoclubs y la posterior llegada del cable, que acentuaron la merma en la asistencia a los cines durante la década de los 80. En la actualidad, y según la Encuesta Nacional de Consumos Culturales, el 36% de la población asiste al cine anualmente. Número que si bien no es malo, expresa un descenso en términos proporcionales si se lo compara con otros tiempos. “Argentina al contar con alta población urbana cuenta con tipos de consumo como el cine. Hay una cultura cinéfila en el país bastante extendida que se remonta desde la década del 30”, afirma Federico Bonazzi, Coordinador del Sistema de Información Cultural de la Argentina (SINCA), ente que releva los consumos culturales del país.

Sin embargo, el principal declive para el cine nacional no se dio en términos de asistencia si no en relación a la cantidad de recintos existentes para la exhibición. La introducción de capitales internacionales durante el gobierno de Carlos Menem permitió el emplazamiento de atractivos espacios multisala y cadenas todopoderosas. De esta forma, los cines más convocantes abandonaron la calle para afincarse en los shoppings, sembrando una nueva estructura de difusión y consumo. La experiencia de ir al cine cambió y aquellos cines viejos, los de los barrios, mutaron. Muchos lugares que gozaban de un buen equilibrio entre su pequeña población y su único cine se vieron en jaque ante la imposibilidad o inviabilidad de contener dentro suyo a recintos que contuviera a las salas múltiples, con muchas vías de acceso, visibilidad y movimiento. “Estas salas aparecen vinculadas a un nuevo espacio de ocio y consumo como es el shopping. Pasamos a una sociedad de consumo con otras prácticas espaciales”, explica Bonazzi en diálogo con ANCCOM acerca de las espacialidades imperantes en el consumo del cine actual.

En consonancia con esto último, Norberto Zanzi rememora: “Cuando antes ibas al cine era distinto, no es comparable, iba muchísima gente, te encontrabas con tus vecinos, tenía una función más social. Hoy vas al cine y no sabes a quien tenés al lado. El cine se volvió muy impersonal, muy individualista”.

Ante esta nueva lógica de esparcimiento y consumo, los cines de barrio, que ya venían en crisis, cayeron en desgracia, convocando a cada vez menos gente. Ya no se pensaba en la pizza después de la función, si no en el patio de comidas o en el “pasar el día” en el shopping. El cine de esta forma pasó a coronar la experiencia del paseo a cielo cerrado.

“Hay un esquema de negocios que cambia, lo que se vende ya no es solo la película si no toda la experiencia en torno a ella, la comida, la bebida, el pochoclo, cosas que hoy se estima que son más de la mitad de la recaudación de estas cadenas de cine”, sintetiza Bonazzi.

El triunfo del modelo multisala no solo responde a una cuestión espacial, también está vinculada al capital detrás de estos recintos: “La llegada de capitales internacionales implicó mayores facilidades para comprar y distribuir más películas. La multiplicidad de oferta es un factor clave y beneficioso para atraer al público”. De esta manera, explica Bonazzi: “Lo que se configura es un nuevo proceso, hay más capital, más espalda para soportar algunos años no tan buenos y más diversificación: al tener más salas podés captar a más públicos diversos”.

Al día de hoy, según el sitio Ultracine, el mercado exhibidor argentino se ha estancado desde hace 15 años en aproximadamente 800 pantallas de las cuales aproximadamente el 50% están en manos de empresas extranjeras, siendo estas en su totalidad complejos cinematográficos con cuatro o más pantallas. Este mercado se reparte entre tres empresas: Hoyts, Cinemark y National Amusements. Entre las tres acaparan más del 60% del mercado. Queda menos de un 35% en manos nacionales: Atlas y Cinemacenter son las empresas locales más grandes. También se acentuó la concentración de las salas en los grandes centros urbanos de las provincias más pobladas y de mayor poder adquisitivo, algo que se expresa claramente en el mapa cultural realizado por el SINCA.

.Sistema alternativo

Ante los innegables cambios en las formas de ir al cine, la nostalgia aparece como la primera respuesta. Eso es lo que probablemente motiva los intentos reiterados por recuperar algunos de esos cines del ayer. Uno de los casos más notables es el del histórico cine Aconcagua de Villa Devoto, cuya lucha quedó agotada luego de que los reiterados intentos de los vecinos por activarlo fracasaran. Jose Luis Alesina, nieto de Jose Patti, constructor y primer dueño del cine Aconcagua, se hizo presente en la Legislatura en el reconocimiento a Cines Argentinos, su participación en el evento estuvo marcada por una triste noticia: “El cine Aconcagua será dentro de poco un centro de asistencia posventa del rubro automotor, otra sala pérdida”.

Los años de lucha que comenzaron en 2010 y no lograron su efecto a pesar de una ley de expropiación para hacer un centro cultural, la cual fue vetada por el entonces jefe de gobierno Mauricio Macri. Como si fuera un designio del destino pareciera que los recintos que en algún momento fueron cines no pudieran volver a recoger una magia.  “Cines Porteños” la evoca y resignifica a la vez que revaloriza las excepciones de aquellos espacios que durante las últimas décadas se han convertido en centros culturales y que, sumados a nuevos espacios alternativos de difusión audiovisual, conforman un segmento que propone una alternativa diferente para los espectadores.

“Hay otros tipos de espacios por fuera de las salas comerciales: clubes de cine, centros culturales, salas itinerantes, que llevan otro tipo de regulación y son más difíciles de cuantificar”, afirma Bonazzi remarcando que en el AMBA estos lugares se han consolidado, aunque resaltando el hecho de que siguen siendo de nicho. “Por más que están atravesando un buen momento no dejan de ser un consumo marginal. El público del cine club no es el mismo de la cadena, es algo similar a lo que pasa con el teatro under y comercial. Hay un tipo de público que va a determinados lugares y que no va a otros”.

Estos espacios rescatan una herencia de los viejos cines argentinos, se ofrecen como un espacio alternativo, económicamente más accesible y estilísticamente más atractivo para quienes quieren ver otro tipo de cine, menos pochoclero y comercial, también para los nostálgicos y fetichistas que añoran los tiempos en donde iban a ver los estrenos a su propio barrio.

En esa búsqueda se hallan desde 1994 los vecinos del Taricco. “Nuestra idea es lograr algo similar a lo que se consiguió con el 25 de mayo de Villa Urquiza”, afirma Zanzi, dejando en claro el modelo a seguir. “La idea es un manejo mixto entre el Gobierno de la Ciudad y los vecinos, a través de representantes de diferentes entidades barriales. Queremos algo abierto a la comunidad, donde se cobre una entrada accesible y allá algunos espectáculos gratuitos, además podríamos albergar talleres y cursos”. Lamentablemente para Zenzi, como para tantos otros vecinos, la recuperación de un cine es una tarea muy compleja, aunque por ahora los vecinos del Taricco aguantan la pelea y sostienen su esperanza en los hitos conseguidos: “En el 2004 se consiguió que se lo declare sitio de interés cultural, en 2005 se hace una ley de expropiación aprobada por el Gobierno de la Ciudad, acompañada de la apropiación de un presupuesto específico para comprar el inmueble, en ese momento eran 800 mil pesos”, recuerda. Sin embargo, a pesar del presupuesto asignado, el por entonces jefe de Gobierno Jorge Telerman no compró el inmueble, tampoco lo hicieron las gestiones que le siguieron y la ley de expropiación caducó.

A pesar de las frustraciones, los vecinos del Taricco presentan cada dos años proyectos de ley para la reactivación del espacio para que deje de ser uno de los inmuebles huérfanos de cine presentes en Cines porteños e insertarse en aquel selecto grupo conformado por espacios que lograron trascender el abandono y recuperar la magia del cine dentro suyo. Espacios municipales como el Cine York en Olivos, el 25 de Mayo de Urquiza o el Seminari en Escobar, espacios INCAA de todo el país y cineclubs como el “Hugo del Carril” en Córdoba, son algunos de los que conforman este pequeño universo que emula aquellas experiencias de antaño, mostrando cine en salas con características propias, con una pantalla única y sin pochoclo de por medio.