Pluriempleados y agotados

Pluriempleados y agotados

Un informe de la Fundación Germán Abdala revela que dos tercios de los trabajadores públicos tienen más de un empleo. Cómo impacta esa realidad en la vida cotidiana, la salud mental y las capacidades del Estado.

El 64% de quienes trabajan en el Estado tiene al menos otro empleo para subsistir. La cifra, que surge del documento titulado “¿Cuántos trabajos se necesitan para un salario digno? Pluriempleo en el Estado”, elaborado por la Fundación Germán Abdala, expone un fenómeno estructural: el pluriempleo se consolida como estrategia de supervivencia frente a la caída del poder adquisitivo y la pérdida de derechos laborales.

“Una característica distintiva del pluriempleo estatal, a diferencia del privado, es la fuerte presencia de trabajadores y trabajadoras con alta calificación profesional”, explicó en diálogo con ANCCOM Romina Piccirillo, secretaria de Comunicación de ATE y coautora del estudio junto a Emiliano Bisaro. Además, agregó: “Lo vemos reflejado en que el 35% de las personas encuestadas declara desempeñarse en prestaciones educativas, como el dictado de clases, talleres, investigación o consultoría, y otro 35 % en emprendimientos propios o familiares”.

“Esto podría explicarse por el perfil de recursos humanos del Estado, en áreas vinculadas a políticas sociales, donde históricamente se concentra personal con formación universitaria, pero con salarios más bajos y menor desarrollo de carrera”, sostuvo la investigadora. Para ella, en este grupo se encuentran “trabajadores calificados que no sólo no son reconocidos salarialmente, sino que tampoco encuentran en el Estado un horizonte claro de proyección profesional”.

El 35% de los empleados públicos encuestados declara desempeñarse en prestaciones educativas, como el dictado de clases, talleres, investigación o consultoría, y otro 35% en emprendimientos propios o familiares.

Otra de las aristas que resulta del estudio es que el pluriempleo tiene un impacto muy negativo en la calidad de vida, el descanso y la salud de los trabajadores estatales. Piccirillo considera los datos que salieron de la encuesta como “preocupantes”: solo el 22% dice poder conciliar trabajo y vida personal; un 50% lo logra a veces y un 28% directamente no puede. “Este cuadro permite suponer un fuerte nivel de sobrecarga que afecta no solo el tiempo disponible para el descanso o el ocio, sino también el bienestar general y los vínculos sociales. Todo esto repercute, a su vez, en la calidad del servicio público que se presta y, por ende, en las capacidades del Estado para cumplir sus funciones”, advirtió.

Esta sobrecarga también limita la posibilidad de participar de espacios colectivos, tales como la vida sindical o la organización política. Para Piccirillo “hay una pérdida de tiempo disponible para la acción, lo cual debilita las posibilidades de disputar mejoras laborales y de construir fuerza organizada”. Por otro lado, los problemas de salud mental también entran en juego, y en el caso del sector público “se ven agravados por la precarización, los bajos ingresos y la necesidad de tener más de un empleo para sostener lo básico”.

Entre los hallazgos del estudio, uno llama la atención: el salario aparece recién en tercer lugar entre los atributos positivos del empleo estatal, detrás de la estabilidad y los aportes. Piccirillo aclaró que “si bien el salario estatal está lejos de cubrir las necesidades básicas y es una de las razones principales por las que muchos trabajadores deben recurrir al pluriempleo, podemos entender que siga siendo valorado positivamente en relación con otros sectores del mercado laboral en los que se insertan esos trabajos complementarios”. “No se trata tanto de cuánto se cobra, sino de la previsibilidad del ingreso frente a un contexto de alta inestabilidad e informalidad”, sentenció.

La investigadora consideró que el fenómeno exige una respuesta política y sindical. “Es necesario repensar las políticas de empleo público en relación directa con las políticas públicas que el Estado pretende ofrecer. No se puede garantizar salud, educación, buenas prácticas de atención, eficacia, ni derechos sociales con trabajadores mal pagos, agotados o precarizados”.

Para ella, entre las prioridades está recuperar la pertenencia de los trabajadores con el proyecto de Estado: “Que el empleo público vuelva a ser un espacio de pertenencia, de entusiasmo, de transformación real de las condiciones de vida de otros. Además, es necesario “fortalecer el compromiso con las políticas públicas, ofreciendo condiciones dignas de trabajo”, lo que implica “discutir la modernización de las carreras, los sistemas de ascenso, la movilidad interna, el reconocimiento de la formación continua, con el salario como un eje central”.

Otro miércoles de palos

Otro miércoles de palos

En otra jornada de protesta, los jubilados se congregaron frente al Congreso. Mientras los legisladores trataban temas sensibles al gobierno, afuera el protocolo represivo de Bullrich.

Otra jornada caliente se vivió en el centro porteño. En una hipérbole de la exageración, el protocolo anti piquetes de la ministra Patricia Bullrich dejó un saldo de 5 detenidos, entre ellos el jubilado Víctor Amarillo y el fotorreportero Fabricio Fisher.

Cada miércoles los jubilados y jubiladas reciben golpes, forcejeos y empujones en la manifestación que realizan al Congreso exigiendo condiciones dignas, para no tener que elegir entre comprar comida o medicamentos. Desde la asunción de Javier Milei los jubilados y pensionados son uno de los sectores más golpeados por las políticas de ajuste y equilibrio fiscal implementadas por el Ejecutivo.

Dentro y fuera del Congreso: la historia repetida. En el recinto, otro revés para el oficialismo gobernante: los legisladores lograron sancionar el proyecto que modifica la reglamentación de los Decretos de Necesidad y Urgencia, aunque rechazaron uno de los artículos. En la calle, la policía reprimió y corrió a los manifestantes. El primer momento de represión comenzó alrededor de las cuatro de la tarde cuando tiraron brutalmente al piso al jubilado Victor Amarilla, lo esposaron y detuvieron por segunda semana consecutiva. También los fotógrafos Fabricio Fisher y Carlos Balderrama fueron violentados y detenidos.

Como consecuencia de la represión cerca de las cinco comenzó la desconcentración. Sin embargo, el clima social seguía álgido. Se vivió otra situación tensa cuando los asistentes detectaron a una mujer infiltrada en la marcha. Mientras la increpaban y el personal de la Defensoría del Pueblo la escoltaba, una vecina se asomó al balcón, propinó insultos y arrojó una botella vacía. Uno de los manifestantes le contestó “Pará, no tirés cosas, yo soy tu vecino, vivo al lado”.

Faltaban pocos minutos para que los efectivos arremetieran de nuevo. Uno hombre advirtió al instante: “Guarda que ahí vienen los de las motos y nos dan de nuevo”. ¿Presagio o conocimiento de causa? Represión y dos nuevos detenidos, Mateo Roldán y Osvaldo Mansilla.

El colmo de lo desmedido

A causa del protocolo de Bullrich, el Congreso de la Nación fue cerrado en, por lo menos, 400 metros a la redonda. Desde Av. Rivadavia y Riobamba no habilitaron el paso al peatón que quisiera dirigirse para cruzar hacia Callao. Seis Trafic de la Policía Federal y un camión blanco de gendarmería esperaban sobre Rivadavia. Para llegar a la Plaza de los Dos Congreso, las personas debían dar toda la vuelta por Riobamba, Bartolomé Mitre y bajar por Rodríguez Peña.

Los automovilistas no corrían con la misma suerte, las fuerzas de seguridad cortaron el tránsito en Av. de Mayo y Sáenz peña como también en Entre Ríos y Alsina, cercando toda la zona del Congreso, lo que generó más caos vehicular que los propios manifestantes. No es de extrañar que las motos policiales estuvieran en las calles aledañas semi escondidas, preparadas para salir a cazar, preparadas para los palos de miércoles.

«No podemos desentendernos de los que sufren»

«No podemos desentendernos de los que sufren»

En el inicio de San Cayetano, el arzobispo Jorge García Cuerva lanzó un fuerte mensaje a las autorides. Una multitud de personas, organizaciones sociales y sindicatos marchó de Liniers a Plaza de Mayo, Una marea de demandas al gobierno.

Convocada por la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) y otras organizaciones, la tradicional movilización de San Cayetano, patrono del pan y del trabajo, confluyó en Plaza de Mayo, donde se unieron gremios de la CGT, entre ellos Camioneros, UOCRA y UPCN.

En un contexto de creciente conflictividad social, falta de empleo, deterioro salarial y crisis alimentaria en los barrios populares, la manifestación comenzó a la mañana, frente al santuario de Liniers, donde una multitud se reunió mucho antes de la hora de salida a esperar la misa encabezada por el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva.

“El pan no se niega y el trabajo no se mendiga –afirmó García Cuerva–. No podemos desentendernos de los que sufren. No podemos desentendernos de los que revuelven los tachos de basura buscando algo para comer, que no lo hacen porque les gusta, lo hacen por necesidad”.

La homilía marca el inicio formal de la marcha. Afuera, las columnas están listas para movilizar. Pedro Peralta, uno de los peregrinos, devoto además de la Virgen de Luján, camina adelante con una medalla que lo protege. “El pueblo está con hambre, con necesidades”, dice, sin levantar la voz. “Como misioneros de Francisco, recordamos su mensaje de salir a la calle a hacer lío”, agrega.

Mientras la columna avanza por la avenida Rivadavia, pueden distinguirse los colores de las distintas agrupaciones –rojo, azul, blanco, verde– en pecheras y banderas con los nombres de barrios, sindicatos y comedores populares. Héctor, delegado de la UTEP, en la primera línea de la manifestación, enumera uno a uno los derechos básicos negados por el Gobierno nacional: “Salud, educación, vida, familia, soberanía”.

En otra de las columnas, las mujeres llevan pañuelos de colores, sostienen ollas de aluminio y exhiben unos carteles elocuentes: “9 de cada 10 familias en barrios populares sufren inseguridad alimentaria”. Alejandra, de Barrios de Pie –que forma parte de la UTEP–, cuenta: “La olla es lo que nos hermana y lo que nos une. Los alimentos no están llegando a los comedores, los ponemos de nuestro bolsillo”.

El problema es que la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, no entrega los alimentos a los comedores comunitarios. Verónica, de la organización 25 de Mayo, puntualiza: “Los chicos tienen frío y tienen hambre. Y hay familias enteras que duermen en la calle porque ya no tienen más nada. Ayudamos con ollas populares y en comunidad”.

Alrededor de las 11, la marcha se detiene frente a la Basílica de San José de Flores. Se escucha el nombre de Francisco, “un papa que siempre se jugó contra los poderosos”, según lo define el párroco Martín Bourdieu. Es un año importante en conmemoración a la muerte del papa argentino y su legado. Desde la escalinata, reproduce la frase de Papa argentino recientemente fallecido: “No puede haber pan, techo ni trabajo si no hay paz ni cuidado del planeta”.

Los manifestantes llegan a las 14 a Plaza de Mayo, con los pies cansados y los hombros doloridos por cargar las imágenes del santo y de la virgen. Numerosas agrupaciones populares se sumaron en el camino. Las diagonales están llenas de banderas y se oyen los cánticos de la gente. En el escenario, montado frente a la Casa Rosada, se suceden los reclamos: jubilaciones, presupuesto para el Garrahan, rechazo a la precarización laboral. El dato del desempleo habla por sí solo: 7,9 por ciento en el primer trimestre de 2025 –más de 1,1 millones de personas sin trabajo– y una pérdida salarial promedio de más del 36 por ciento.

La jornada concluye con un mensaje de unidad y resistencia frente al avance de las políticas de ajuste. Alejandro “Peluca” Gramajo, referente de la CTEP, remarca: “Tendales de hombres y mujeres no pueden comer. Los trabajadores tienen secuestradas las paritarias. Todos los días se cierran comercios y PyMEs, con la pérdida de cientos de puestos de trabajo de personas que se quedan sin ingresos y tienen que ir a revolver la basura, no por deporte, como quieren hacernos creer algunos miserables, sino para comer. Frente a este contexto complejo, esta unidad que hemos logrado construir es importante para volver a marcar un camino de esperanza, no todo está perdido”.

“Tenemos la obligación de ponerle freno a este gobierno del FMI, para impedir que nuestros hombres y mujeres se sigan cayendo en la peor miseria, pero también tenemos la responsabilidad de mantener la unidad para ser los protagonistas de la reconstrucción del país”, subrayó y llamó a fortalecer la organización popular y mantener “la unidad que hoy se siente en la calle”.

Antes de finalizar el acto, se leyó un comunicado consensuado por las organizaciones participantes, que denunció la estigmatización de los trabajadores, la criminalización de la pobreza y la persecución judicial contra referentes sociales. También se reclamó el fin de los protocolos represivos y se advirtió que la paz social sólo puede construirse garantizando derechos y no con represión.

Un guiso en la vereda de San Cayetano

Un guiso en la vereda de San Cayetano

“Poder cada fin de mes llegar a los gastos de uno”, “ponerse en los zapatos del otro”, “que se reconozca el esfuerzo que uno hace” fueron algunos de los deseos que se escucharon en la vigilia del patrono del pan y del trabajo, en el invierno de una época inclinada hacia el desprecio y el descarte.

—Quién ha de responder no es San Cayetano; los que deben responder, están mirando a otro lado —se escucha una voz por los altoparlantes.

El miércoles 6 de agosto se celebró la vigilia por San Cayetano, el santo del pan y del trabajo. Los fieles esperaron a las doce para que se abran las puertas del santuario, y será desde allí que parta la procesión del jueves 7, día del fallecimiento del beato. ANCCOM recorrió sus inmediaciones en el barrio porteño de Liniers, donde bullen comerciantes, activistas voluntarios y peregrinos. Hay consenso en que el contexto es especial:

—Muy poca gente —dice Rosa Chiribe (58), sentada y cubierta con su manta—. Los años anteriores venía a las seis y me tocaba dos o tres cuadras más al fondo, entonces ahí te das cuenta de que no hay mucha cantidad de gente como había antes.

 

La fila, sin embargo, se estira hasta tres cuadras de la iglesia por la calle Bynon, flanqueando la calzada de adoquines. Los feligreses trajeron reposeras plegables, termos de mate y bolsas de tela. Algunos esperan en círculo, otros mirando a la gente pasar, revisan el celular, ceban un mate y cada tanto arengan un baile o un aplauso, mientras cuadrillas de boy scouts recorren la fila con cuencos de pan y jarras de mate cocido.

—Yo vi a mucha gente joven este año —complementa Paula Habib (54), profesora de educación física que es devota del santo desde la adolescencia—. Un poco más organizados. Poca gente, en comparación a otros años, pero distinta.

Paula Habib, 54 años. 

En la esquina de Bynon con Casco están las mesas del puesto de los scouts. Es un punto iluminado del que asoma un tanque de AySA, enormes bultos de panes y jóvenes con pañoletas de colores que van y que vuelven en duplas y en tríos.

—Nosotros no esperamos nada a cambio, venimos a dar una mano; es acción altruista —dice Tobías Heredia (20) de Scouts Argentina—. Por lo general, San Cayetano empezaba los jueves. Este año es atípico: empezó un miércoles. Ahora, a las nueve de la noche, es otra cosa; empieza a venir gente, ponen sus carpas para hacer pernocte.

—Para venir acá tenés que tener para el boleto y para pasar el día —aporta Rosa Chiribe—. Por más que te den mate cocido a la tarde, vos un sanguchito o un cafecito te tenés que tomar. Y todo eso suma.

Aún así, la gente sigue llegando, aparecen más reposeras en la zona vallada, mientras allá en la iglesia se prepara una banda de folklore. Y a medida que cae la noche y crepita el carbón de las parrillas, nuevas filas se empiezan a formar.

La gente que trabaja

Los edificios de la calle Bynon tienen las luces apagadas y los postigos cerrados. A ras de piso, sin embargo, cada puerta ilumina: están abiertos el chino, el kiosco, la verdulería; una señora se dobla encima de un vaso de vino, y detrás de la barra se ve a Eduardo Feinmann hablar de “La apropiación de la estrella culona”. Hay gritos: ¡A los churros! ¡A los pebetes! Se mezcla el perfume de velas con el humo del carbón, y las cestas de los vendedores de chipá parecen flotar sobre el mar de cabezas.

—Yo soy creyente en Jesús, en Dios y en mí, obviamente —dice Rodrigo Molinas (24), que apoya la cesta a un costado—. Yo trabajo en el tren, amigo: Berazategui, Quilmes, Wilder, Sarandí… Mi viejo tiene una fábrica de chipa. Ahora me estoy dedicando a vender celulares, vendiendo perfumes, invierto lo que tengo, ¿viste? Aprendí muchas cosas trabajando en la calle. Yo era una persona muy miedosa antes, y trabajar así te hace más extrovertido. Hay que tener coraje para vender en la calle.

Rosa Chiribe, 58 años. “Vengo a agradecer porque mis hijos tienen trabajo” 

 

—¡Tranquilo papi, si hay para todos! ¡No, no es para vos! ¡Es para el muchacho! ¡No, no, no me hagás drama!

Los gritos vienen de la fila que cruza Bynon con Gana, una cuadra antes del puesto de los scouts: aquí la gente está esperando de pie, algunos solos y otros en familias, algunos muy limpios y otros no tanto, todos siguiendo el olor del plato de guiso, el calor y la humareda de la olla.

—¿Quiénes reparten? —pregunto.

—Nosotros —responde un hombre alto, de hombros anchos y pelo negro muy lacio, alargado, al que faltan un par de dientes.

—¿Quiénes son? ¿Tiene algún nombre la organización?

—¡Nosotros estamos aquí siempre!

Rodrigo Molinas, de 24 años, vende chipá en los trenes.

Bajo la noche nublada, los peregrinos se sientan en sus reposeras y se inclinan, casi a la vez, sobre el vapor de platos de guiso, que untan con el pan repartido por los scouts. Por los parlantes suena música cristiana con ritmos de samba y de chacarera. En la esquina de la fila, justo al fin de las vallas, se sienta un hombre de barba blanca con una camiseta de los Chicago Bulls. Tiene un brazo amputado desde el hombro. Antonio García (46) ya terminó de comer su guiso, y cuenta su historia.

—Yo vivía en Santiago del Estero. Cuando tenía cuatro años murió mi papá. Fuimos a parar a manos de mi abuela y ella nos internó a un orfanato en Córdoba. Y después ya a los 17 años me vine para Buenos Aires. Ya hace mucho que estoy acá.

—¿Y qué te trae a la festividad de San Cayetano?

—Mirá, con el sueldo que me da el gobierno estoy comprando un terrenito. Muchas veces le dije a la gente: dame un terreno que con la plata que ustedes me dan puedo comprar materiales, para hacer mi casa. Pero no me escuchan, te quieren mandar a un parador porque es el sistema de ellos, del gobierno. Pero yo no puedo andar cambiando de documentos a cada rato, andar de un trámite a otro. Entonces hago lo que puedo: vengo acá, voy a los semáforos, a veces ando en los trenes, vendo cosas, me las rebusco, ¿viste?

 

Al escenario ya se ha subido la banda folclórica. Cantan el himno de la festividad, que llega hasta Antonio por los altoparlantes: “San Cayetano te pido / Que nos des pan y trabajo / No me dejes sin tu ayuda / Bendito San Cayetano”.

—Es muy difícil conseguir trabajo —sigue Antonio—. Nadie te va a dar laburo. Menos a mí, que no tengo estudios: ni secundaria ni primaria, ¿viste? Pero también le pido por la gente, que gracias a la gente yo como, me dan de vestir, algunos me abren la puerta de su casa, me dan un aseo para bañarme, me conversan para ver si tengo otros problemas. Pido por mi mamá, por mis hermanas, y trato de ver cómo puedo tener una vida cambiable. Porque es feo andar en la calle, ¿viste?

Antonio García, 42 años. “Pido por mí, pido por mi mamá, por mis hermanas, y trato de ver cómo puedo tener una vida cambiable. Porque es feo andar en la calle, ¿viste?”

Unos metros más allá, dos hombres abren la valla para meter una reposera plegable, donde se sienta otra persona. Hay amago de conflicto. A pocos pasos de ahí, dos señoras mayores se levantan a bailar una chacarera. La fila aplaude.

—Por la discapacidad y la pensión, el estado te hace tomar decisiones: o trabajás o cobrás la pensión. Entonces no sabés cuál de las dos cosas es. Si el estado daría trabajo a las personas que quieren laburar, como madres con hijos y otras situaciones, te podrían ayudar un poco más. Hay personas que o les compran la comida a los hijos o les compran las cosas para la escuela, entonces no alcanza. No es como antes que dinero había: vos pedías algo y la gente te ayudaba. Yo toda mi vida he sido pobre. Dormí en la calle, en la plaza en pleno invierno. No soy el único en la vida, hay mucha gente más y es muy difícil para todos. Ojalá que haya mejores cosas para los hospitales, las escuelas, mejora de pensiones, que tengan arreglo los baños de los hospitales, que la gente pueda cuidarlos y que bueno, que traten de solucionar un poco más el país: porque otros países están en guerra, y nosotros acá nos quejamos de todo.

En el cruce de Bynon con Gana, donde ya se ve el fuego de las ollas, un hombre barbón y encorvado va saliendo de la fila con dos bandejas de guiso. Se acerca a un muchacho que estira la pierna con un hilo de sangre de un raspón, y le ofrece una de las bandejas: “Tomá, esta es para vos”, dice. Y se sientan a comer en el cordón de la vereda.

Con San Cayetano, todos hermanos

Frente a las puertas de la iglesia hay montado un pequeño escenario. El maestro de ceremonias viste de buzo, jeans negros y zapatillas, con el logo del Club Padre Mugica estampado en el pecho y en la espalda. La torre del campanario emana una luz cálida. Circulan párrocos, músicos, sonidistas, enfermeros y voluntarios identificados con una pechera amarilla. El maestro tantea el micrófono y le habla a la audiencia:

—¿Y cuál es el lema de este San Cayetano?

—Puede ser “Abajo Milei”.

—¡Abajo Milei!

—Bueno, tengamos un mensaje cristiano —se ríe, y luego endereza—. Mensaje cristiano es ayudar al pobre, no mandarle al 911. Pero bueno, ese no es el mensaje de este San Cayetano… Quizás el del próximo año —bromea.

Con San Cayetano, todos hermanos –es el lema oficial de la edición de este año. Pero el show estará plagado de consignas distintas: desde el Fratelli Tutti, del Papa Francisco, con la insistencia en que nadie se salva solo, hasta canciones de María Elena Walsh; apenas entrar, un grupo de jóvenes cantaba la marcha peronista, aunque en la vigilia no se ve ningún símbolo partidario.

 

—Lo que pasa es que cuando uno tiene tantos años… Pasaron tantos gobiernos, tantas promesas y siempre estamos igual —dice Miguel Reina (71), de toda la vida técnico electromecánico, que toma café apoyado en la valla de la fila—. La única diferencia es que cuando yo tenía la edad de ustedes había trabajo. Económicamente era otro país. Decías “me echaron de este laburo”, “me fui de este trabajo”, pero ahí a la vuelta encontrabas otro. Hoy no: la gente no encuentra trabajo.

—Creo que la situación del país siempre estuvo difícil —ponderaba Tobías, 51 años más joven, al lado del puesto de los scouts—. San Cayetano se hace porque hay algo que es la fe, que impulsa la gente a venir todos los años. No tener fe es como no tener un norte. Es como estar en una canoa en el océano, en medio de la nada, en vez de estar en un río, que sabes que va a alguna parte.

Miguel Reina, 71 años. “Antes decías “me echaron de este laburo”, pero ahí a la vuelta encontré otro. Hoy no: la gente no encuentra trabajo”

 

—El humor y la fe siempre es buena acá —sigue Miguel, que viene desde los 18 años a la vigilia —, pero la gente está preocupada. La cosa no está bien en el país. Entonces hay preocupación, con cualquiera que hables. Muy pocos vienen a agradecer por enfermedad, o algo así; hoy día el problema mayor es la economía, el dinero que no alcanza y todas esas cosas. Ponele que un 50% pide por la salud y un 50% por trabajo.

—Nos hace recordar a una pregunta del evangelio: ¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano? —sigue el cura sobre el escenario— Y la respuesta es, queridos feligreses, ¡Por supuesto que sí! ¡Soy el guardián de mi hermano! Tengo que cuidar a mi hermano, tengo que tener mi mano tendida a mi hermano; sobre todo al que sufre, primero que a nadie. Y San Cayetano, en el año 1500, ya conocía lo que era el mundo del descarte: los viejos, los pobres, los discapacitados, las prostitutas… Los despreciados por el sistema, ayer como hoy.

—La edad te deja fuera del sistema —dice Miguel—. Viste que todos los miércoles hay marchas por todos los problemas que hay. Mi jubilación es muy magra: de la mínima, un poco más. Siempre estoy haciendo algo, pero no sé hasta cuándo. Sumo el sueldo de mi señora y la ayuda de los hijos. Hoy un jubilado no se puede mantener solo; es un problema socioeconómico.

Tobías Nicolás Heredia, 20 años, es parte del grupo scout que ofrece pan y mate cocido a los fieles. “Nosotros no esperamos nada a cambio, venimos a dar una mano; es acción altruista”.

Pan y trabajo

Decenas de velas alzadas rodean la iglesia de San Cayetano. La música, ahora sí, adopta el tono de un coro clerical. Se agolpan jóvenes, niños, ancianos, vendedoras de espigas, borrachos, policías, peregrinos, scouts, voluntarios y fotógrafas. Se acercan las doce, momento en que se abren las puertas del santuario.

—San Cayetano querido, gracias por quedarte en este barrio de Liniers, este barrio donde la espiga y tu imagen se unieron para siempre —dice el párroco—. Padre de la providencia, padre de los pobres. Con San Cayetano, todos hermanos: eso es lo que nos regalás, lo que nos enseñás. “Somos todos hermanos”; nos invitás a ponernos en los zapatos del otro, del que sufre. A dar gratuitamente, a hacer una gauchada. Vos nos enseñaste “hoy por ti, mañana por mí”. Y como nos decía Francisco, estamos todos en la misma barca; por eso somos todos hermanos.

Diez minutos antes de las doce, se canta el himno nacional. “Pensando en cada palabra”, dicen los músicos desde el escenario. Un grupo de chicas cantó un cumpleaños feliz. Los últimos diez segundos hay una cuenta regresiva: diez, nueve, la gente corea, ocho, siete, y sigue raspando la guitarra, cuatro, tres y así hasta llegar, incluso un poquito adelantados, a una explosión de fuegos artificiales que sube por la torre de la iglesia, de atrás del edificio del convento, en chispas rojizas, verdes y amarillas contra la noche grisácea de Liniers.

Entonces se abren las puertas del santuario. Y la fila de peregrinos, de aquellos que llevan horas, días esperando, empieza a avanzar. Adentro tocarán la figura del santo y algunos pedirán, como todos los años, por pan y por trabajo.

 

—¿Y qué trabajo piden, cuando piden trabajo? ¿Qué es para vos un buen trabajo?

—Un sueldo digno —responde Rosa Chiribe.

—Un buen sueldo —dice Paula Habib —, que reconozca el esfuerzo que uno hace.

—Poder cada fin de mes llegar a los gastos de uno —sigue Tobías Heredia—, que no te obligue a buscar un segundo trabajo para reforzar eso.

—Que te paguen bien, o por lo menos lo que te pagan que te alcance —dice Miguel Reina.

—Yo quiero estudiar arquitectura —cuenta Rodrigo Molina.

—Si yo te pido algo, no te voy a pedir un lujo: con una casita de madera está bien —dice Antonio García.

Pasadas las doce, la gente empieza a desconcentrar. Se prenden los puchos, guardan las espigas y van conversando a la parada del bondi. Las luces de la iglesia de San Cayetano seguirán encendidas, y el fuelle de la noche de vigilia seguirá en la procesión por Rivadavia.

—No somos lo que parece que somos —cerró el párroco—. Somos un Pueblo. Y somos un pueblo de fe.

“Es necesario unificar los conflictos”

“Es necesario unificar los conflictos”

Trabajadores de distintos sectores realizaron una jornada de difusión en el Obelisco para visibilizar despidos, condiciones laborales precarias y falta de respuesta sindical, en una acción que busca articular las luchas en una agenda común frente al ajuste.

El sol del mediodía iluminaba el centro porteño. Entre autos, peatones y turistas que se detenían a mirar el Obelisco, una serie de banderas y carteles se desplegaban en la Plaza de la República. Los manifestantes se organizaban en distintos roles: algunos sostenían estandartes, mientras otros repartían volantes con diversa información. La convocatoria era tranquila, no había bombos ni cánticos resonantes, solo estaba la necesidad de visibilizar reclamos ante quienes circulaban por allí.

La “Jornada de difusión de todas las luchas en curso”, como fue anunciada, reunió a trabajadores despedidos de empresas como Morvillo, Secco, Shell, Georgalos y Pilkington, acompañados por jubilados y empleados del Neumático. Todos conformaban una multitud heterogénea, unida por el mismo sentimiento de lucha.

“Nos parece importante generar acciones en común con los sectores que estamos peleando en el movimiento obrero”, señaló Sebastián Rodríguez, secretario general de la Comisión Interna de Morvillo. El caso de su empresa estaba detallado en uno de los carteles: con fotos, flechas y textos se denunciaba que Anselmo Morvillo, su dueño, anunció el cierre de la fábrica por WhatsApp, dejando a 240 familias en la calle. Desde entonces, llevan cuatro meses de ocupación. Rodríguez añadió: “El primer escollo que hay que superar es la burocracia sindical, que es la principal responsable de que el ajuste de Milei siga su curso. Por eso formamos un colectivo, para reforzar nuestras luchas y allanar el camino al resto del movimiento obrero”.

Otros trabajadores, guiados por los principios de solidaridad y por su propia situación crítica, se sumaron a la jornada. Es el caso de la empresa Secco, una multinacional dedicada entre otras cosas a la generación de energía. Dos meses atrás despidió a 37 técnicos calificados en emergencias, encargados de abastecer con camiones generadores a provincias afectadas por inundaciones o cortes masivos de luz. Juan José, uno de los despedidos, explicó: “Buscamos construir un frente único que nos permita convocar a una gran asamblea de trabajadores para reclamar contra el gobierno de Milei y el de Kicillof. Es necesario unificar los conflictos y avanzar con una agenda común”. Además, subrayó que no están luchando “contra una injusticia”, sino “por un trabajo y una jubilación digna”.

Justamente los jubilados, que el último miércoles volvieron a manifestarse en el Congreso, también formaron parte del reclamo. Nora Biaggio, referente del Plenario de Trabajadores Jubilados, sostuvo: “El plan de lucha de los jubilados es apoyar todas las luchas, porque estos trabajadores, como no van a llegar a los treinta años de aportes que exige la ley, no van a poder jubilarse si la situación sigue así”. Durante el breve acto, con un discurso enérgico, convocó a una marcha multitudinaria para el 16 de julio: “Con los jubilados adelante y los trabajadores acompañando”.

En otro sector de la plaza, más trabajadores sumaban sus reclamos. Alejandro Martínez fue despedido de Georgalos el 5 de junio. “No por nuestras obligaciones, sino por nuestros derechos”, denunció, y afirmó: “Ejercimos el derecho a huelga convocado por el sindicato y, como represalia, echaron a cinco de los 90 que participamos, incluido yo. Quieren inventarnos causas con fundamentos falsos”. Sobre la jornada, opinó: “Nuestras problemáticas son similares, y es nuestro deber ejercer el derecho a huelga”.

“Shell discrimina y contamina”, decía otra de las grandes banderas que flameaban. Gustavo y Fernando la sostenían vestidos con el uniforme rojo de la empresa de hidrocarburos. Gustavo relató que fue despedido “por denunciar las condiciones insalubres de trabajo en la refinería”. Fernando consideró “casi natural” que los reclamos se unan, y remarcó: “La clave es seguir ganando las calles, para que no haya más familias afuera”.

A pocos metros, trabajadores de Pilkington —una empresa global de fabricación de vidrio con fuerte presencia en la industria automotriz argentina— también alzaban su voz. “Número uno en discriminar”, decía el cartel bajo su logo. Jorge González, uno de los despedidos, contó que, pese a tener un fallo de reincorporación avalado por la Corte Suprema, la empresa se niega a acatarlo, escudándose en que no respetan las leyes argentinas, sino las de Gran Bretaña y Japón, de donde son sus dueños. “Está muy difícil la justicia. Por eso hay que luchar todos juntos para salir de esto”, sostuvo.

Vanina Roda también estaba presente. Fue empleada de PepsiCo hasta que la empresa cerró su planta en 2017 y los trabajadores fueron desalojados violentamente. “Exigimos justicia por los trabajadores de PepsiCo 2017-2025”, señalaba su cartel, en referencia a una lucha que lleva más de ocho años, con un proceso judicial que les dio la espalda. Según los extrabajadores, podrían ser reubicados en otras sucursales de la misma compañía que operan con maquinaria similar. “Es difícil sostener un reclamo tan largo, pero se puede. Es una cuestión de moral. Ellos juegan con ella para tirarnos abajo, pero nosotros seguimos firmes”, afirmó. Sobre la articulación con otras protestas, añadió: “Ellos se unieron a nosotros y viceversa. Siempre estamos”.

También hubo presencia del Sindicato Único de Trabajadores del Neumático Argentino (SUTNA). Daniel Bobadilla, miembro de la Comisión Ejecutiva, explicó que están en conflicto por paritarias. Las empresas les ofrecen aumentos por debajo de la inflación, por lo que comenzaron una serie de paros en Bridgestone, Fate y Pirelli. “Tenemos que estar más unidos que nunca y apoyar a quienes están siendo atacados por este gobierno cínico”, declaró.

“Unidad, de los trabajadores”, fue el único cántico que logró levantar todas las voces en la jornada. Unas simples palabras que sintetizaron el espíritu de la protesta, donde distintos trabajadores, de diversos sectores, lugares y reclamos, unieron sus fuerzas para manifestarse ante la falta de respuestas tanto del gobierno como de las conducciones sindicales.