¿Moda, ideología o respuesta a la crisis?

¿Moda, ideología o respuesta a la crisis?

Un festival en el Mercado de Pulgas buscó poner en escena un debate urgente: frente al avance del ultra fast fashion y la crisis económica la moda sustentable se presenta como alternativa. Esta manera de consumir de forma más consciente choca con la dura realidad de la industria argentina.

El playón del Mercado de Pulgas se vistió este sábado de consignas verdes, reciclaje y discursos sobre sostenibilidad. Mesas con agujas, corbatas que esperaban una nueva forma y puestos de emprendedores nacionales donde se mezclaban camperas recicladas, vestidos intervenidos y zapatos que ya habían tenido una vida previa. Fue la nueva edición del Festival de Moda Sostenible, un espacio que, en tiempos de crisis, buscó ofrecer una alternativa al modelo del ultra fast fashion y a una industria textil local que se encuentra en jaque.

El ultra fast fashion representa una amenaza para toda la industria de la moda debido a su esquema de producción masiva, basado en precios irrisorios y calidad deficiente. No sólo distorsiona el mercado sino que también vuelve imposible la competencia para marcas responsables. Este fenómeno agrava la crisis ambiental al multiplicar los residuos textiles y la huella de carbono, pero además, en países como Argentina también golpea de lleno a la industria local, reduciendo la producción nacional y precarizando el trabajo detrás de cada prenda. Según la Encuesta de Coyuntura de la fundación ProTejer, la industria ya tenía una realidad compleja por la crisis económica y la importación masiva; ahora se le suma, el auge de las plataformas extranjeras que dejaron a los talleres textiles nacionales prácticamente sin margen de competencia.

La jornada reunió a emprendedores, diseñadores, marcas y contó, además, con un escenario de charlas donde especialistas y referentes del sector compartieron sus perspectivas. También, se hicieron presentes distintas formas de pensar la moda más allá de la prenda: desde talleres de reciclaje hasta marcas que se organizan bajo el paradigma del triple impacto, un enfoque que combina rentabilidad económica, compromiso social y responsabilidad ambiental. Entre los testimonios quedó claro que, aunque la sustentabilidad aparece como horizonte, la distancia entre el discurso oficial y la realidad de los consumidores y trabajadores argentinos es cada vez más profunda.

El crecimiento de las ventas online en plataformas como Shein y Temu revela un cambio acelerado en los hábitos de consumo: cada vez más argentinos compran ropa afuera. Según un informe de la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria (CIAI), en base a datos del INDEC y el BCRA, entre enero y mayo del 2025, el gasto en indumentaria importada creció un 136%. En el contexto de la charla Moda sostenible en tiempos de crisis dictada en el Festival, la especialista en tendencias culturales y de consumo Ximena Díaz Alarcón,  lo explicó con crudeza: “Un consumidor latinoamericano, restringido, con recesiones, con falta de laburo, con falta de ingresos, no tiene la prioridad en comprar sustentable. Y elige la opción de Shein”.

Se toleran los espacios en donde la ropa sustentable es bandera cultural para ciertos sectores, pero se persigue con las fuerzas de seguridad a los circuitos informales de venta de ropa que garantizan oportunidades de ingresos para quienes no tienen otra opción.

¿Ambiente o rebusque?

Los emprendimientos y PyMEs de moda nacionales hacen malabares para subsistir. ¿Se puede hablar de responsabilidad ambiental cuando la urgencia pasa por llegar a fin de mes? ¿Puede sostenerse un negocio de diseño independiente cuando el mercado global impone precios imposibles y las políticas comerciales internas no acompañan? El debate no se resolvió y no parece simple lograrlo. Desde el escenario se sumaron otras miradas que dan respuestas parciales: Cecilia Membrado, de la plataforma Renová tu vestidor, explicó cómo la moda circular permite que muchas familias encuentren ingresos a partir de la reventa de prendas.

Entre los pasillos del Festival, sin embargo, la postal dejaba entrever un límite: la mayoría de los asistentes pertenecía a un sector social con posibilidad real de elegir cómo consumir y de pensar en un consumo consciente y sostenible. Mientras en muchos barrios la ropa usada se volvió la única salida frente a la crisis, en el evento la sustentabilidad aparecía más como una elección estética que como necesidad. “Me gusta venir a esta clase de eventos porque siento que apoyo otro modelo y además encuentro cosas únicas” contó Julieta, de 27 años y vecina de Villa Urquiza, mientras recorría diversos stands con una bolsa de tela colgada en el hombro. Su testimonio, aunque entusiasta, dejó ver aquella distancia: no todos pueden decidir entre el fast fashion y la sustentabilidad; para la mayoría la urgencia hoy pasa primero por llenar la mesa antes que renovar el placard.   

Y es entre estas tensiones en donde se cuela de la misma manera otra contradicción que excede al mundo de la moda. Mientras el Festival de Moda Sostenible fue habilitado y celebrado en un espacio céntrico de la ciudad como lo es el Mercado de Pulgas, en paralelo se levantan ferias populares en plazas como la de Parque Centenario. Allí, cientos de familias dependen de la venta de ropa usada para poder sobrevivir. El contraste deja en evidencia una política desigual: se toleran los espacios en donde la sustentabilidad es bandera cultural para ciertos sectores, pero se persigue con las fuerzas de seguridad a los circuitos informales que garantizan oportunidades de ingresos para quienes no tienen otra opción.

En los puestos del Festival, diseñadores independientes relataron las dificultades de producir en pequeña escala y con materiales reciclados. La mayoría coincidió en que el desafío no es sólo económico, sino cultural: convencer a los consumidores de que una prenda hecha a conciencia puede tener un valor diferente.

Un ejemplo fue el de Fracking Design, una marca que recicla bolsones de arena descartados por las petroleras en Vaca Muerta para realizar productos de marroquinería. Ornella, su creadora, lo resumió con claridad: “Nosotros en realidad no nos comparamos con productos de afuera porque lo que nos diferencia es nuestro valor agregado: el triple impacto y la producción nacional. Nuestro propósito es fomentar el trabajo justo y la inclusión laboral. Toda nuestra cadena productiva son cooperativas o talleres en su casa, lo que genera trabajo local que para nosotros es muy importante”. Su voz mostró que, detrás de cada bolso, no hay solamente materiales recuperados, sino también una apuesta a sostener el empleo nacional en un mercado adverso.

El encuentro dejó una pregunta que trascendió la jornada: ¿qué significa vestirse en la Argentina de hoy? En un país donde los talleres textiles cierran, los negocios bajan sus persianas y la compra extranjera crece como opción mayoritaria, la idea de sustentabilidad se resignifica. Ya no se trata sólo de cuidar el medioambiente, sino también de proteger la economía personal y sostener la producción nacional. La contradicción queda expuesta: en tanto algunos sectores pueden permitirse consumir con conciencia, la mayoría apenas logra vestirse. En una Argentina atravesada por la desigualdad, pensar en la sustentabilidad implica no sólo discutir qué clase de ropa usamos, sino también quienes tienen el privilegio de elegirla.

Un club para consumir de manera responsable y sustentable

Un club para consumir de manera responsable y sustentable

En el barrio porteño de Almagro funciona el Club del Desapego, un espacio que invita a los vecinos de la ciudad a desprenderse de los objetos que ya no utilicen y practicar la economía circular. Una manera de ahorrar en medio de la crisis y de ayudar a bajar los niveles de contaminación.

El Club del Desapego existe desde hace cinco años y surgió gracias a la necesidad de su fundadora de seguir ejercitando la actividad que realizó gran parte de su vida: desapegarse. Macarena Russo vivió unos años en las sierras de Córdoba, en Villa General Belgrano, y allí con sus amigas se juntaban una vez por temporada, en cada cambio de estación, a intercambiar ropa y objetos que ya no utilizaban ni necesitaban. En un mano a mano con ANCCOM, cuenta los inicios del club y remarca la importancia y urgencia del establecimiento de nuevas economías y prácticas de consumo.

 “Cuando volví a Buenos Aires en el 2019 extrañaba mucho esa oportunidad de intercambiar y me sentía muy sola porque es una ciudad muy grande que puede ser muy hostil. Así fue como se me ocurrió abrir el club, elegí una fecha, un lugar y una hora para ver qué pasaba y ocurrió algo increíble. Lo hicimos el 29 de septiembre de 2019 en la Casa del Árbol, un centro cultural, y una hora antes de que se abrieran las puertas había más de 30 personas haciendo cola con sus desapegos. Nunca supe cómo fue la difusión y cómo se enteró la gente, pero evidentemente la necesidad era grande y de ahí en más esto nunca paró”.

Russo sostiene que el espíritu del Club del Desapego –que hoy funciona en el Parque de la Estación, entre las calles Perón y Agüero– sigue siendo intercambiar y recircular lo que ya no usamos y tomar lo que realmente necesitamos. El objetivo es adquirir y propagar hábitos de consumo más responsables. Insiste en que es importante disponer de un espacio para traer mensualmente esas cosas que se acumulan en los roperos, repisas y baúles. “Es esencial que una vez que las dejamos, sólo tomemos aquello que necesitamos, no agarrar porque sí o porque es gratis”.

La cantidad de vecinos que se acercan crece mes a mes gracias a la difusión a través de redes sociales y el famoso “boca a boca”. Macarena relata que, con el paso del tiempo y a medida que se amplía la convocatoria, se genera una constancia en los participantes, ya que el hábito empieza a incorporarse en sus prácticas diarias. “Es muy satisfactorio cuando uno tiene menos cosas y tiene lo que necesita. Ayuda primero a ser más ordenado, no es lo mismo abrir un placard que está abarrotado de cosas que no se usan, que tener solamente las cosas que uno utiliza, y segundo a ser consciente. Lo que más se intercambia es ropa. Más allá de construir un hábito sustentable y que la gente empieza a ser consciente de las cosas que consume y lo que trae, también es necesario entender de dónde vienen las cosas, ¿por qué es tan barata cierta ropa y por qué otra tan cara? Es vital construir y participar de este tipo de espacios para que la gente tenga donde recircular y no esté consumiendo y comprando todo el tiempo cosas nuevas”.

¿De dónde viene la ropa nueva? ¿Qué hay detrás de la industria de la moda? La industria textil es de las más contaminantes del mundo, con su recurso moderno denominado fast-fashion, el impacto socio ambiental se agrava año a año. Esta lógica acompaña e impulsa el fenómeno de consumo compulsivo y desmedido. Según un informe de la ONG británica Programa de Acción sobre Residuos y Recursos y la empresa francesa Fashion Network, el incesante aumento del número de prendas producidas representa un desastre medioambiental ya que los esfuerzos por reducir el impacto de la ropa están siendo anulados por el aumento de los volúmenes de producción. Se estima que se producen alrededor de 100 mil millones de prendas por año, y todavía queda por saldar la problemática de la explotación laboral e infantil en la industria.

¿Qué sucede con lo que sobra en cada encuentro? El club dona todo lo que nadie se lleva a distintas instituciones y organizaciones, como parroquias, hogares y comedores. Cuando el desapego termina, un grupo de chicos scouts del barrio que colaboran con el proyecto se encargan de embolsar todo y hacerle llegar la donación a la gente que lo necesita.

Russo cree que el Club del Desapego debe llegar a las escuelas, insertarse en la vida diaria de las personas a través de la educación. “Hay un montón de formas de que el Club y su espíritu crezcan, para mí la forma ideal es que esta práctica llegue a la escuela, que es la base de todo. Mi mamá de chica me inculcó a recibir lo que a mi prima le quedaba chico, y para mí era un tesoro. Considero que la base para asentar hábitos es la escuela, mi deseo es que se establezcan los principios del club en todos los niveles. Por ejemplo, en las universidades y facultades de arte el intercambio se podría centrar en material de trabajo artístico. Así, en estos espacios se podría saciar una necesidad que está activa en todas las comunidades”, concluye.

La memoria en donde ardía

La memoria en donde ardía

Un grupo de operarios inició este sábado una limpieza en el extaller clandestino de Luis Viale al 1200, donde hace 18 años murieron seis personas, entre ellos niños y una mujer embarazada. Una sobreviviente logró impedir que arrojaran lo que quedaba de ellos a un volquete.

En Luis Viale 1269 grandes carteles del Gobierno de la Ciudad tapan el horror de una masacre. Detrás de maderas apenas agarradas con alambre, se encuentra la puerta al extaller clandestino donde esclavizaron a 65 hombres, mujeres y niños. Seis de ellos fallecieron en un incendio evitable. Los empresarios responsables de ese local, Daniel Alberto Fischberg y Jaime Geiler, siguen impunes tras 18 años. 

“El día 4 de mayo ingresaron para ‘limpiarlo’ a pedido de Fishberg, dueño esclavista del lugar. Han ultrajado y pisoteado la memoria de una mujer embarazada y cinco niños que murieron aquí calcinados por el fuego de la codicia patronal”, relata Alfonsina, integrante de la Comisión Luis Viale que organizó la conferencia. Junto a ella se encuentra Lourdes Hidalgo, sobreviviente. Cuando toma la palabra, unas 40 personas escuchan con atención sobre la vereda. Corre un viento otoñal, el sol ya no calienta a las cuatro de la tarde.

-Siento mucha impotencia y tristeza por lo que pasó el sábado. Vi los restos que quedaron en este lugar. Vi el cochecito donde descansaban los niños. Vi las mantitas- su dolor da lugar a una pausa eterna y el silencio pesa en el aire. Recuerda el volquete donde días atrás escarbó desesperada para rescatar las pertenencias de sus compañeros que, como basura, eran arrojadas entre los escombros. Piedras, polvo, pero también documentos de identidad, etiquetas de ropa, retazos de jean, que daban cuenta del sometimiento sufrido.

En el piso de arriba dormían las familias, provenientes de Bolivia, que cosían sin parar y vivían hacinadas con un solo baño disponible. Desde allí se extendieron las llamas aquel 30 de marzo de 2006, producto de un cortocircuito en un televisor. En la planta baja estaba la oficina de los cómplices de las muertes, los capataces. Lugar por donde este sábado empezaron “la limpieza”.

-Ha sido una buena excusa, una gran mentira para borrar las evidencias. Pero no vamos a callar, tendrán que pasar sobre mi cadáver- exclama Lourdes aferrada al micrófono. 

Con esa convicción impidió que los trabajadores enviados por Fischberg terminaran su tarea, tal como relata Manuel Saralegui, secretario del PJ de Caballito, y vecino: “Intentábamos frenar la situación y explicarles lo que estaban haciendo, entonces llegó a Lourdes y cuando se paró en la puerta del taller su testimonio fue tan potente que no se pudo volver a entrar”.

En la actualidad, según cuenta la abogada Paula Alvarado Mamani, dos causas permanecen abiertas: una en el ámbito civil, en el fuero Contencioso Administrativo contra el GCBA, y una sucesión. Además, aunque se cerró una causa penal y los dueños de las empresas fueron sobreseídos, todavía se prohíbe sacar cosas del inmueble. En los expedientes no figura ningún informe ni orden de limpieza, afirma Paula. En base a esto, interpusieron el lunes pasado una cautelar de protección al espacio.

Desde temprano, una patrulla de la policía del GCBA se encuentra estacionada a media cuadra. Monitorean, no vaya a ser que el tránsito se vea interrumpido. “Suelen pasar caminando, es la primera vez que vienen con camioneta”, comenta Alfonsina con la mirada perdida en la luz azul de la sirena. Otras patrullas pasaban por el mismo lugar años atrás. Lejos de denunciar lo que veían, cuenta Lourdes que los oficiales pedían sus talles de pantalón y los cargaban en el baúl. La misma actitud tenían los inspectores que decidían aprobar la habilitación del lugar.

“Expropiación y patrimonialización ya” es el reclamo que se lee en pancartas y en un mural sobre la construcción. De la conferencia participa Mónica Macha, diputada nacional. Junto a Paula Penacca presentaron el proyecto para convertir el lugar en un Sitio de Memoria. “Seguimos trabajando en el Congreso para lograr el tratamiento. Era complicado hasta el año pasado, más difícil ahora por el contexto político, pero no vamos a dejar de pelearla- declara Macha al respecto-. Es importante en la búsqueda de la justicia y para sentar un testimonio de lo que ocurrió y en las condiciones que los hacían trabajar”.

En este contexto, el oficialismo busca aprobar en el Senado la Ley Bases, que implicaría un retroceso en materia de derechos laborales. Desde la comisión sostienen que lo ocurrido el fin de semana representa “un ataque a todo el movimiento obrero, a todos los que hoy luchan contra los despidos, por un salario y un trabajo digno contra este gobierno”.

Para dar cierre al acto, Lourdes invita a los presentes a que la acompañen en una vuelta a la manzana: ”Hagamos una ronda, como nos enseñaron las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. No cortemos la calle , mas que nada por la persecución y discriminación hacia nosotros , migrantes extranjeros, como nos llaman. Buscan la excusa de armarnos causas y deportar, pero yo estoy orgullosa de mi piel morena. Orgullosa de mis tradiciones. Vine con orgullo al mundo, con orgullo, moriré junto a ustedes por nuestros compañeros y sus hijos”.

Lourdes se ubica delante de la columna, junto a Mónica Macha, y juntas sostienen una tela que reza “La memoria de las víctimas de la masacre de Luis Viale no se toca”. A sus espaldas, el resto toma carteles con frases y máquinas de coser pintadas. Una compañera reparte  telas con tinta roja, como la sangre que mancha la ropa de Fischberg y Geiler.

La marcha comienza en dirección a la calle Paysandú. Algunos automovilistas se quedan mirando, leen en los carteles: “Migrar no es delito”, “la precarización laboral mata”. Otros pasan con indiferencia. Alfonsina se encarga de gritar con un megáfono los nombres de las víctimas: “Juana Vilca de 25 años y embarazada de ocho meses , Wilfredo Quispe de 15 años, Luis Quispe y Rodrigo Carabajal de cuatro, Elias Carabajal de diez años y Harry Rodríguez de tres años”.

El grito de “¡Presentes!” hace avanzar al grupo hasta detenerse frente a Galicia 1241. A solo 150 metros, Daniel Fischberg todavía tiene en funcionamiento otro taller. “Asesinos”, descarga de repente un vecino desde la esquina. Mientras, una joven y sus perros quedan atornillados en su lugar cuando ven a Lourdes tomar el megáfono:  “Señores vecinos sepan que en esta calle tienen a los responsables de las muertes de mis compañeros y sus hijos. Fishberg y Geiler mataron por su ambición. Memoria y justicia por las víctimas. El taller de Luis Viale no se toca”.

 

Un negocio circular

Un negocio circular

Crece en la Argentina el negocio de la ropa usada o de la creación de prendas nuevas a partir de otras descartadas. Algunos lo hacen para enfrentar la crisis, otros por conciencia ambiental.

Son las diez y cuarto del sábado. Tocan el portero. ¿Quién es?

-¿Tiene algo para dar? Contesta alguien del otro lado.

– Ya bajo

Llevo ese pullover azul estuvo dando vuelta desde el fin de la secundaria, interfiriendo toda apertura del ropero. Quizá por nostalgia nunca me deshice de él. Resistió lluvias, mudanzas y lavados. Pero había llegado la hora de jubilarlo. La misma suerte que un jean que me queda chico y una camisa a cuadros.

Raquel Chany tiene 47 años, mamá de tres hijos con los que vive en Lanús Oeste. No tiene empleo formal. Trabaja dos veces por semana limpiando casas en San Telmo y relata: “Casi todos los sábados a la mañana salgo a timbrear. Pido ropa o lo que la gente quiera darme, lo que esté a su alcance”.

Cinco o seis horas después de patear Constitución y San Telmo, vuelve en el tren Roca a su casa. La ropa que consigue y no le queda o no le sirve a ningún integrante de su familia, la hace circular. En la feria de la Plaza San Martín, en Lanús Oeste, comienza uno de los caminos que puede seguir una prenda en desuso: ser expuesta en una feria para venderla o cambiarla por otra cosa.

Para poder venderla, Raquel acondiciona, lava y plancha con oficio de sastre la ropa que consigue. “Los que tenemos un lugarcito en la feria o venimos seguido a vender, varias veces necesitamos de lo que tiene algún puesto y terminamos cambiando ropa por cosas para la casa, comida o por zapatillas “.

La circularidad en la moda, la sostenibilidad textil o la moda reciclada son términos comunes que comenzaron a tomar protagonismo en la pandemia, logrando que se empiece a gestar un paradigma del que hoy, la industria de la moda (la segunda más contaminante del planeta) no puede desoír. Conocemos como empieza este proceso cada vez que nos desprendemos de alguna prenda que no usamos, pero, ¿sabemos donde termina?

Aparato circulatorio

“Me parece muy interesante que estemos pensando en lo que producimos en exceso, cuál es la finalidad y el origen de nuestros apetitos”, señala Ana Torrejón, editora de la revista L’Officiel. La cantidad de indumentaria que se produce a toda escala, desde la aspiracional -como las marcas de lujo- hasta la producción masiva de grandes cadenas es hija de un proceso que se inició en 1947 con el advenimiento del prèt a porter. La Segunda Guerra Mundial generó la necesidad de un desarrollo, donde el baby boom, la promesa de un mundo feliz y la rápida circulación de bienes hacían motorizar una economía languideciente. El consumo entró así en ascenso con algunas objeciones. El flower power y el movimiento punk hicieron objeciones a la sociedad de consumo, junto con la posmodernidad que se plantó filosóficamente en torno de las catedrales de consumo constituyéndose en grupos objetores que han dejado huellas importantes en cuestionar el consumo.

La idea de construir un sistema de circulación de prendas dejó de ser una propuesta para convertirse en una necesidad. Comprar, usar y  tirar es la trilogía que viene a cambiarse por, comprar menos, usar más, reutilizar, reciclar, reparar. Una primera aproximación a este cambio, podría sintetizarse en las ya conocidas ferias americanas, donde se vende indumentaria usada. Pero éste es solo el primer eslabón. Esta tendencia en alza va de la mano de las energías renovables, la sustentabilidad y otras prácticas como, los oficios de la modista del barrio, las grandes mercerías y los cursos de corte y confección que vuelven a tomar importancia.

Claudia Barbera es profesora en la Tecnicatura Superior de Producción de Indumentaria del Normal Superior N° 6. Hace diez años trabaja en la investigación, desarrollo de productos y formación de profesionales. “Mis argumentos no cambiaron, la diferencia es que hace años la gente no entendía de lo que hablaba o hacía y tenía que dar muchas más explicaciones que las que doy ahora. La fundamentación es que el exceso de materiales considerados como basura, en realidad no lo son, es materia prima para seguir utilizando, lo que también permite desarrollar productos más exclusivos, al no planificar una producción en modo masivo: trabajamos con lo que hay, activando la creatividad y los productos de edición limitada”.

The Global Fashion Agenda (globalfashionagenda.org) afirma que el 73% de la ropa del mundo termina convertida en basura, utilizando solo el 15% de esta cantidad con fines de reciclaje. ¿Para qué seguir fabricando y desechando, cuando se puede reutilizar, reciclar? Al respecto, Claudia cuenta: » Ya como profesional y asesora de emprendedores empecé a investigar cómo las empresas plantean sus misiones y visiones de marca y descubrí el impacto negativo que la mayoría de las grandes marcas internacionales generaban. En la actualidad hay marcas que trabajan en esta modalidad y otras son sustentables aparentando tener una conciencia verde, pero en realidad aún no han hecho el cambio necesario”.

La producción de indumentaria a gran escala construye espirales a través del tiempo, renueva su interés hacia sí misma, propone fantasía, lujo, belleza y al mismo tiempo genera contaminación, un consumo alarmante de agua y emisiones de carbono; motivos suficientes para orientar su naturaleza cíclica hacia una ética circular en pos de un futuro sostenible. Desde el sitio globalfashionagenda.org argumentan que “la industria de la confección y el calzado representó unos 2.100 millones de toneladas de emisiones de CO2 en 2018, alrededor del 4% del total mundial. Se trata de la misma cantidad de CO2 al año que las economías de Francia, Alemania y el Reino Unido juntas. El valor del mercado mundial de prendas de vestir crecerá de 1,5 billones de dólares en 2020 a aproximadamente 2,25 billones de dólares en 2025, y emplea a más de 60 millones de personas a lo largo de su cadena de valor; de los cuales el 80% son mujeres”. Las implicaciones sociales negativas de la industria de la moda, así como los desafíos en materia de derechos humanos y ambientales, el aumento de los estándares sociales y la eliminación del trabajo forzoso, son temas que en los últimos años lograron imponerse en las agendas públicas.

Comprar, usar, tirar es un ciclo que se repite temporada tras temporada porque la moda propone un eterno retorno, un nacimiento dos veces al año, dos temporadas que mueven una gran industria. “El consumo de moda hoy resulta interesante porque queda claro que estamos en una crisis económica muy fuerte. Sin embargo los niveles de compra de indumentaria no han sido tan bajos, ni muchos menos los niveles de ganancia. Si nos basamos en datos duros, los precios de indumentaria superaron en muchísimas ocasiones los montos máximos de inflación. Por eso sus ganancias han sido muy interesantes. Si a esto le superponemos que el Estado Nacional subsidió durante la pandemia luz, gas sueldos de trabajadores, las tasas de rentabilidad han sido exitosas, a costa de la especulación y el aprovechamiento de un Estado y una población vulnerables”, asegura Gustavo Lento, profesor de la Carrera de Diseño de Indumentaria de la Universidad de Palermo.

En 2002 el diseñador argentino Martín Churba inauguró su capacidad para la experimentación en el campo del diseño textil y su posterior sistematización en la producción de técnicas utilizadas experimentalmente, estudiando qué se podía hacer luego con los descartes y los restos de una producción seriada. “Empecé a enseñar termoestampación en los barrios y el impacto fue enorme. Trabajé diez años también en la Puna con tejedoras, aportando conocimientos, y alimentándome de sus experiencias. Cuando enseñás a la gente que no tiene nada fácil y le decís que haciendo esto puede tener un atajo para que su producto parezca mucho mejor, no lo pueden creer, se sienten felices. Ahí me di cuenta que, al final, mi trabajo entra por la puerta de atrás. Me dediqué al emprendedurismo social. En el camino hice una marca de jeans con descartes industriales textiles, aunque esos proyectos, aún no tienen un lugar comercial en el mercado, al país le cuestan las cosas nuevas e innovadoras”.

Si bien aún es prematuro saber qué va a pasar con la industria textil frente a esta tendencia, emprendedores en Europa y en América Latina comenzaron a incursionar en este terreno. Como toda tendencia que aparece, irrumpen oportunidades y emprendimientos, pero el interrogante es saber si hoy existen suficientes consumidores para que sean rentables.

“La moda circular refiere a una responsabilidad con toda la cadena de producción por parte del fabricante y su uso, por parte del consumidor. Desde la cantidad de prendas que se fabrican, la elección de los textiles, formatos de producción de las fibras, hilados, tejidos, teñidos, acabados, etiquetados, envoltorios y entregas. Todo en talleres de costura grandes o pequeños equipados dignamente, en regla, y con personal remunerado como corresponde y los usuarios tendrían la responsabilidad en cuidar de que la vida útil de ese producto sea la mayor posible o tomar la iniciativa de reciclar, reparar prendas o intercambiarlas”, manifiesta Vicky Otero, diseñadora de indumentaria y titular de una cátedra en FADU.

La rueda de la moda o la moda de la rueda

En un corto lapso, los negocios de la moda circular adquirieron diferentes formatos y volúmenes. Aquí alguno de ellos:

Buy Back: Compra con reventa asegurada Se trata de comercializar indumentaria pero asegurarle al dueño de la prenda que si al año se quiere desprender de ella, la marca se la recompra al 25% de su valor.
Compra con Garantía de transformación: Uniqlo ha lanzado hace poco Re-Uniqlo permitiendo a los clientes alargar la vida de la ropa usada transformándola en nuevas prendas para la marca. La acción se materializará en la chaqueta Recycled Down, confeccionada en su totalidad a partir de plumas recicladas. En vez de comprar una nueva prenda, el cliente entrega la que tiene y le devuelven una nueva utilizando la materia prima original de su campera.
Alquiler de ropa usada: Si bien no se trata de un negocio disruptivo, muchas empresas se dedican al alquiler de ropa para casamientos, eventos sociales de relevancia o disfraces y emprendedores comenzaron incursionar en el alquiler de diseños exclusivos. Vestidos o carteras cuyos valores superan los 5.000 dólares se pueden rentar por 5000 a 15.000 pesos en Argentina.
Intervención de ropa usada: ya sea por artistas o diseñadores, el objetivo es darle una segunda vida a las prendas pero resignificándolas y otorgándoles un valor especial.
En  Somos Dacal recuperan géneros y prendas de sastrerías de Buenos Aires, las eligen por ser textiles nobles, de fibras naturales. Rediseñan y las transforman en nuevas prendas para todos los cuerpos y géneros. ”Empezamos a buscar buenos géneros para hacer un trabajo artesanal, pero por sobre todo que sea durable. Nos animamos a deconstruir la formalidad del traje, las corbatas o las camisas, esa formalidad asociada a espacios de poder, de jerarquía” expone Florencia Dacal, mentora de la firma que a fecha ha logrado reciclar más de 1800 prendas, 300 kilos de tela y miles de litros de agua, gracias a su proyecto circular no se han usado.

Un cuerpo argentino y federal

Un cuerpo argentino y federal

¿Cómo es el estudio antropométrico que se realiza en todo el país para poder implementar la Ley de Talles?

Es el centro neurálgico de la ciudad de Morón, hay vendedores ambulantes; olor a comida chatarra; padres y madres buscando sus niños en el colegio; gente corriendo porque suena la barrera de la estación y el tren se les va; la catedral descansa justo enfrente del edificio municipal y al lado de una estatua de San Martín, plantada en el medio de la plaza, hay niños jugando a la pelota. 

Nadie imaginaría posible estar en ropa interior justo en el medio de ese caos de un viernes al mediodía.

-¿Qué es lo que hacen ahí? – Una mujer le pregunta a otra que acaba de salir de un container puesto en el medio de la plaza central que funciona de frontera entre lo que pasa adentro y afuera.

-Es el Estudio Antropométrico Argentino, lo podes hacer ahora si querés.

¿Pero te tenés que quedar en ropa interior?

Si, pero no pasa nada. Nadie te ve. Deberías ir, esta bueno porque es para una buena causa.

– Bueno, voy a hacer unas compras y veo ¡gracias!

“El primer relevamiento federal de la morfología y las medidas de los cuerpos argentinos”, dicta el folleto que viene dentro de la bolsa que brindan como souvenir. El Estudio Antropométrico Argentino (EAAr) se realiza para cumplimentar la Ley N° 27521, más conocida como la Ley de talles, aprobada en diciembre 2019 y reglamentada dos años más tarde, en mayo pasado, con el decreto 375/2021. El principal objetivo de este estudio es alimentar, a través del relevamiento morfológico por rango etario, género y región, al Sistema Único Normalizado de identificación de Talles de Indumentaria (SUNITI). Este será el encargado de garantizar un sistema de talles que deberán usar todos los comerciantes y fabricantes de indumentaria, incluyendo zapatos y ropa de trabajo. 

Adentro del cubículo te reciben con amabilidad, el lugar parece un consultorio médico del futuro. Al costado izquierdo está la balanza con el tallímetro, en el derecho se encuentra el sensor y detrás de la cortina negra, la gente que lo maneja. Hay que desvestirse, atarse el pelo bien tirante para evitar confundir al sensor, pesarse, medirse y colocarse erguidamente dentro del aparato y esperar el “Listo” de las personas detrás de la cortina. En solo quince segundos, las 16 cámaras infrarrojas son capaces de realizar 400 mediciones en un solo escaneo.

– ¿Tenes algún problema de salud?

– ¿Consideras que tu alimentación es saludable?

– ¿Haces deporte? ¿Con qué frecuencia?

– ¿Conseguís ropa habituada a tu talle? ¿Y calzado?

– ¿Tenés casa propia, alquilada o prestada?

– ¿En cuál de estos rangos se encuentran los ingresos de todas las personas de tu casa? 

Estas y otras preguntas forman parte de la entrevista que hacen en una carpa, justo al lado del container, y que es necesaria antes de hacer el estudio. Los datos recogidos a través de esta entrevista y de las mediciones formarán parte de la primera base de datos nacional de medidas antropométricas (que se renovará cada diez años), creada por el Instituto Nacional de Tecnología Industrial, más conocido como INTI. “Este es un proyecto importantísimo en muchos aspectos, principalmente para establecer parámetros de medida para cada talle porque en nuestro país está la Ley de Talles, pero no dice cuánto tiene que medir cada talle”, subraya Andrea, la entrevistadora y empleada del INTI que trabaja en el sector de textiles. “No pertenezco al proyecto, pero ayudo porque me parece muy importante”, agrega. 

En Argentina se cuenta con dos de estos escáneres de alta complejidad. Actualmente uno se encuentra en la ciudad de Paraná, Entre Ríos, en el Centro Cultural y de Convenciones La Vieja Usina, más precisamente. Mientras que el otro tiene como destino la ciudad de Neuquén. El objetivo es llegar a las 6.500 personas escaneadas a lo largo y ancho de país haciendo posible un estudio morfológico federal que permitirá sacar parámetros desde los cuerpos norteños a los patagónicos. Y, con esta información, que todos y todas las argentinas puedan conseguir ropa acorde a las características de cada cuerpo.