Por Lucila Rojas Moreyra
Fotografía: Pamela Pezo Malpica

En el barrio porteño de Almagro funciona el Club del Desapego, un espacio que invita a los vecinos de la ciudad a desprenderse de los objetos que ya no utilicen y practicar la economía circular. Una manera de ahorrar en medio de la crisis y de ayudar a bajar los niveles de contaminación.

El Club del Desapego existe desde hace cinco años y surgió gracias a la necesidad de su fundadora de seguir ejercitando la actividad que realizó gran parte de su vida: desapegarse. Macarena Russo vivió unos años en las sierras de Córdoba, en Villa General Belgrano, y allí con sus amigas se juntaban una vez por temporada, en cada cambio de estación, a intercambiar ropa y objetos que ya no utilizaban ni necesitaban. En un mano a mano con ANCCOM, cuenta los inicios del club y remarca la importancia y urgencia del establecimiento de nuevas economías y prácticas de consumo.

 “Cuando volví a Buenos Aires en el 2019 extrañaba mucho esa oportunidad de intercambiar y me sentía muy sola porque es una ciudad muy grande que puede ser muy hostil. Así fue como se me ocurrió abrir el club, elegí una fecha, un lugar y una hora para ver qué pasaba y ocurrió algo increíble. Lo hicimos el 29 de septiembre de 2019 en la Casa del Árbol, un centro cultural, y una hora antes de que se abrieran las puertas había más de 30 personas haciendo cola con sus desapegos. Nunca supe cómo fue la difusión y cómo se enteró la gente, pero evidentemente la necesidad era grande y de ahí en más esto nunca paró”.

Russo sostiene que el espíritu del Club del Desapego –que hoy funciona en el Parque de la Estación, entre las calles Perón y Agüero– sigue siendo intercambiar y recircular lo que ya no usamos y tomar lo que realmente necesitamos. El objetivo es adquirir y propagar hábitos de consumo más responsables. Insiste en que es importante disponer de un espacio para traer mensualmente esas cosas que se acumulan en los roperos, repisas y baúles. “Es esencial que una vez que las dejamos, sólo tomemos aquello que necesitamos, no agarrar porque sí o porque es gratis”.

La cantidad de vecinos que se acercan crece mes a mes gracias a la difusión a través de redes sociales y el famoso “boca a boca”. Macarena relata que, con el paso del tiempo y a medida que se amplía la convocatoria, se genera una constancia en los participantes, ya que el hábito empieza a incorporarse en sus prácticas diarias. “Es muy satisfactorio cuando uno tiene menos cosas y tiene lo que necesita. Ayuda primero a ser más ordenado, no es lo mismo abrir un placard que está abarrotado de cosas que no se usan, que tener solamente las cosas que uno utiliza, y segundo a ser consciente. Lo que más se intercambia es ropa. Más allá de construir un hábito sustentable y que la gente empieza a ser consciente de las cosas que consume y lo que trae, también es necesario entender de dónde vienen las cosas, ¿por qué es tan barata cierta ropa y por qué otra tan cara? Es vital construir y participar de este tipo de espacios para que la gente tenga donde recircular y no esté consumiendo y comprando todo el tiempo cosas nuevas”.

¿De dónde viene la ropa nueva? ¿Qué hay detrás de la industria de la moda? La industria textil es de las más contaminantes del mundo, con su recurso moderno denominado fast-fashion, el impacto socio ambiental se agrava año a año. Esta lógica acompaña e impulsa el fenómeno de consumo compulsivo y desmedido. Según un informe de la ONG británica Programa de Acción sobre Residuos y Recursos y la empresa francesa Fashion Network, el incesante aumento del número de prendas producidas representa un desastre medioambiental ya que los esfuerzos por reducir el impacto de la ropa están siendo anulados por el aumento de los volúmenes de producción. Se estima que se producen alrededor de 100 mil millones de prendas por año, y todavía queda por saldar la problemática de la explotación laboral e infantil en la industria.

¿Qué sucede con lo que sobra en cada encuentro? El club dona todo lo que nadie se lleva a distintas instituciones y organizaciones, como parroquias, hogares y comedores. Cuando el desapego termina, un grupo de chicos scouts del barrio que colaboran con el proyecto se encargan de embolsar todo y hacerle llegar la donación a la gente que lo necesita.

Russo cree que el Club del Desapego debe llegar a las escuelas, insertarse en la vida diaria de las personas a través de la educación. “Hay un montón de formas de que el Club y su espíritu crezcan, para mí la forma ideal es que esta práctica llegue a la escuela, que es la base de todo. Mi mamá de chica me inculcó a recibir lo que a mi prima le quedaba chico, y para mí era un tesoro. Considero que la base para asentar hábitos es la escuela, mi deseo es que se establezcan los principios del club en todos los niveles. Por ejemplo, en las universidades y facultades de arte el intercambio se podría centrar en material de trabajo artístico. Así, en estos espacios se podría saciar una necesidad que está activa en todas las comunidades”, concluye.