«No estamos acá por heroísmo, sino por solidaridad»

«No estamos acá por heroísmo, sino por solidaridad»

El dirigente de izquierda Ezequiel Peressini es uno de los argentinos que integran la flotilla que busca visibilizar el genocidio en Gaza. Desde el Mediterráneo, a medida que se acercan a destino, cuenta cómo es el día a día en el mar junto con activistas de todo el mundo.

Tras zarpar del Puerto Central de Barcelona, la Flotilla Global Sumud navega hacia Gaza para visibilizar la crisis humanitaria y exigir un corredor seguro. Entre los miembros argentinos del contingente, compuesto por activistas de todo el mundo, está el riocuartense Ezequiel Peressini, exlegislador de Córdoba por el FIT-U, quien en diálogo con ANCCOM cuenta cómo es la organización a bordo, la solidaridad que une a la tripulación y la urgencia de la misión frente al genocidio y la hambruna que afectan al pueblo palestino.

“Salimos el 31 por la tarde desde Barcelona. Esa noche la alta marea, los vientos y la tormenta nos impidió continuar, por lo que tuvimos que volver a puerto”, explicaPeressini. La flota de unos 20 barcos debió regresar el lunes 1 de septiembre. “Pasamos la noche intercambiando historias y conociéndonos, porque fue un día tan intenso que necesitábamos detenernos, descansar y entender la magnitud de lo que nos espera. Hay un empuje muy importante por parte de la gente de Barcelona, nunca habían visto algo así”.

Al tercer día de navegación, Ezequiel Peressini relata desde el barco cómo está siendo la travesía. La nave es amplia y cómoda, aunque reducida si se piensa en 20 días de convivencia. La integran representantesde los cinco continentes, entre ellos el diputado nacional del FIT-U Juan Carlos Giordano, su par de Valencia, España, Juan Bordera, y Serigne Mbayé, diputado de Madrid de origen senegalés. También viaja la dirigente argentina de Nuevo Más, Celeste Fierro, una comitiva de médicos de Turquía y una importante delegación de Malasia, integrada por voluntarios humanitarios que ya han participado en la Guerra de Siria, detalla Peressini.

“Cada uno tiene sus tareas, sus aplicaciones y todos colaboramos con la comida, con la limpieza y con la vigilancia nocturna. Según qué tarea más le guste hacer a cada uno o dónde mejor se desempeñe. Eso nos ha permitido estar seguros, comer muy bien y cuidar la higiene en un lugar que se va a transformar en nuestra casa por veinte días”, agrega. La misión tiene un peso que trasciende la comodidad del barco. “Mientras nosotros comemos, descansamos y nos cuidamos, en Gaza más de 65.000 personas han sido asesinadas, buena parte niños y niñas. El hambre se usa como arma. Estamos acá para visibilizar esa situación, no por heroísmo, sino por solidaridad”, remarcaPeressini.

La flotilla tiene un objetivo político claro. “Emitimos una declaración conjunta con diputados y activistas de todo el mundo, exigiendo la apertura de un corredor marítimo seguro. Israel ha dicho que nos tratará como terroristas, que no nos va a garantizar nuestros derechos políticos al momento de llegar a tierra. Por eso le exigimos a los gobiernos que se dispongan a cuidar la flotilla que está recorriendo el mar Mediterráneo a las vistas de los ojos del mundo. En Italia, por ejemplo, los trabajadores prometieron paralizar todos los puertos si perdemos contacto por más de 20 minutos. La solidaridad no es solo simbólica: es acción concreta”, sostiene.

“Pero mientras navegamos, los ataques sobre Gaza se intensifican. El Parlamento israelí tiene aprobado la colonización total de Cisjordania y Trump, el pasado 31 de agosto, salió a manifestar sus planes para transformar Gaza en un centro turístico, lo que significa desplazar a más de dos millones de personas a otros países. Vamos a rechazarlo con la movilización”.

Para Peressini, quien se define en sus redes como “nieto del Cordobazo, hijo del Argentinazo e internacionalista furioso”, la experiencia tiene un recorrido personal que da profundidad a la travesía. “He sido diputado en Córdoba, he militado en Perú, Chile y Panamá. Cada viaje me enseñó algo sobre la lucha contra el capitalismo imperialista que genera guerras, hambre y genocidios. Esta flotilla es parte de eso. Estamos peleando por una Palestina única, laica, democrática, y también contra un sistema que beneficia a unos pocos a costa de los más pobres”.

“Si tuviera que resumir esta travesía, en una palabra, diría ‘solidaridad’. No es sólo una consigna: es compartir tareas, noches de guardia, comida y cuidados. Es la certeza de que cada acción mínima contribuye a visibilizar un genocidio y a construir un puente de humanidad entre quienes estamos en el mar y quienes esperan ayuda en Gaza”.

El teatro vence al odio

El teatro vence al odio

El ciclo Teatro por la Identidad cumple un cuarto de siglo y lanza una nueva temporada de «Idénticos», el espectáculo que reúne micromonólogos que apuntan a conmover a la sociedad para colaborar con la búsqueda de los nietos apropiados durante la última dictadura cívico militar.

“El teatro toca lugares donde no llega ningún discurso y ninguna otra cosa”, afirma Cristina Fridman, productora y fundadora del ciclo Teatro por la Identidad, que desde hace 25 años acompaña en la búsqueda de los nietos y las nietas de las Abuelas de Plaza de Mayo que fueron apropiados durante la última dictadura cívico-militar argentina.

Es el primer lunes de septiembre, entre el frío que trajo la tormenta de Santa Rosa, la vorágine laboral y el ritmo ajetreado de la ciudad, una extensa fila de personas espera paciente sobre las calles Paraguay y Suipacha para disfrutar del espectáculo del colectivo Teatro por la Identidad. En esta ocasión se presenta la obra Idénticos, que consta de una serie de monólogos que hablan sobre el derecho a la identidad, la memoria y la importancia de saber quiénes somos. Sobre el escenario, actores y actrices interpretan distintos personajes que desde el humor, la nostalgia, el recuerdo y el dolor hacen a los espectadores atravesar una montaña rusa de emociones. Además de los monólogos, la obra es acompañada por intervalos de música en vivo, en este caso interpretada por Sofía Viola.

Desde el 2000, Teatro por la Identidad ha ido recorriendo múltiples escenarios de Argentina realizando funciones gratuitas para todo tipo de audiencias con el objetivo de ayudar a Abuelas de Plaza de Mayo, que desde hace más de cuatro décadas busca a alrededor de 300 nietos y nietas que desconocen su verdadera identidad. Así, el ciclo ha ido pasando por escuelas, espacios culturales e incluso excentros clandestinos de detención para llevar a cada rincón del país el mensaje de la búsqueda y la memoria. “El teatro es tan fuerte a la hora de luchar con amor porque está muy metido en el movimiento cultural de nuestro pueblo. Los actores hemos sido partícipes de los movimientos políticos y sociales de nuestro país poniendo el cuerpo, haciendo obras que hablen del respeto, yendo a marchas como actores y manifestándonos”, dice el actor Osqui Guzmán en diálogo con ANCCOM, quien desde el 2001 participa de este ciclo.

En una época dominada mayormente por lo digital y la tecnología, Fridman sostiene  la importancia del teatro como lugar de encuentro: “El teatro es presencia, es estar con la persona en vivo, palpitando y respirando esa misma situación. No hay red, ni tecnología, ni nada que lo pueda reemplazar. Esto tiene que ver con años de historia y va a seguir siendo así, porque lo que sucede es único, es ese instante donde está el público y donde está el actor y la actriz y donde eso sucede y no se repite: eso es el teatro”.

Por otra parte, la productora destaca la difícil situación que atraviesa Teatro por la Identidad en donde los amedrentamientos a la cultura y los discursos negacionistas se hallan en pleno auge como una política de Estado: “Es la misma situación espantosa que está atravesando la cultura, que ha sido tan atacada y vapuleada por este gobierno, igual que los derechos humanos. Y nosotros tenemos que ver con la cultura y con los derechos humanos, así es que estamos tratando de no bajar los brazos, copiándonos de nuestras Abuelas”.

En sintonía, Guzmán sostiene que encarar proyectos como este “es reivindicativo en el sentido que se dice mucho que el amor no vence al odio y queda en evidencia que no es así, que el amor puede luchar, no solo puede resistir, porque el amor no es una caricia. El amor no es algo lindo, solamente edulcorado y que tiene que ver con el enamoramiento. El amor lucha cuerpo a cuerpo y lucha en estos actos, por ejemplo. Lucha por la memoria, por la verdad y por la justicia. Es un acto de amor porque no es algo que lo hacés con una utilidad, sino con un beneficio y que genera futuro. Entonces, el amor lucha desde ese lugar”.

Dentro del teatro, una luz tenue azulada ilumina el escenario donde se encuentran diez sillas que serán ocupadas por los intérpretes de los monólogos -con la coordinación dramatúrgica de Mauricio Kartun y la dirección general de Daniel Veronese: Gonzalo Urtizberea, Malena Figó, Osqui Guzmán, Daniel Campomenosi, Gimena Riestra, Diego Gentile, Eugenia Guerty, Cristian Sabaz, Maiamar Abrodos e Ingrid Pelicori. El actor y comediante Marcos “Bicho” Gómez da comienzo a la obra diciendo: “Hoy no es un aniversario más. Hoy está la idea de ocultar el genocidio y renace con más fuerzas. Y sin embargo, aquí, en el escenario, nada cambió. Los mismos actores seguimos jugando las mismas escenas, buscando vida, buscando abrazos, buscando identidad, dando la bienvenida a quienes llegan y buscando a quienes faltan. Estemos más juntos que nunca, como siempre y digamos que levante otra vez el telón, Teatro por la Identidad”. Luego, el actor vuelve a su butaca para disfrutar de las actuaciones del resto de sus compañeros, que entre risas y alguna que otra lágrima hacen emocionar y aplaudir de pie a todos los presentes en la sala.

Una vez finalizada la obra, la nieta restituida Claudia Poblete Hlaczik, que también cumple 25 años de la restitución de su identidad, sube al escenario y da unas palabras al público: “Mi abuela es una de las que todavía siguen activas dentro de Abuelas, son muy viejitas y quedan muy poquitas. Pero estamos nosotros, nietos y nietas, que pudimos recuperar nuestra verdadera identidad gracias a ellas. Hemos podido restituir 140 nietos, pero todavía seguimos buscando a los más de 300 que nos faltan y los vamos a seguir buscando por nuestras mamás y por nuestras Abuelas, con la ayuda de todos ustedes, que sin la sociedad que nos apoye, que nos acompañe, sin los compañeros y compañeras de Teatro por la Identidad, que hace ya 25 años que llevan el al arte de esta lucha, que tanto significa para todos los argentinos, sería difícil”. Y concluye: “Todavía nos falta mucha gente que camina por esta Argentina sin saber quién es y estamos acá esperando que vengan. A mí me encontraron gracias a eso, a personas de esta sociedad que se conmovieron lo suficiente como para acercarse a las Abuelas y dar información”.

Las próximas funciones se realizarán los lunes 8, 15, 22 y 29 de septiembre a las 20 horas en Teatro ND, ubicado en Suipacha 918. Las entradas son gratuitas y se retiran en el teatro los días de función, desde las 18:30 hasta agotar el aforo disponible. Además contarán con la participación de Georgina Barbarossa, Carlos Bellodo, Leonor Manso y Peto Mehahem. Y en la puesta musical estarán Homero, Julia Zenko, Valen Bonetto, Estaban y Julia Morgado.

“Hoy la causa está en una instancia crucial”

“Hoy la causa está en una instancia crucial”

El proceso judicial por la represión de Gendarmería que mantiene al fotógrafo Pablo Grillo en terapia intensiva, avanza lentamente. El próximo 17 de septiembre será indagado el autor del disparo, el cabo Héctor Guerrero. La familia del fotoperiodista herido reclama que también se investigue a los responsables políticos del hecho.

Fabián Grillo en la Marcha Nacional contra el gatillo fácil el pasado miércoles. 

“La expectativa es que este proceso judicial sirva para marcar un antecedente, un antes y un después, en lo que las fuerzas de seguridad no pueden hacer jamás en un contexto de protesta, ni contra periodistas ni contra cualquier manifestante”, afirma Agustina Lloret, abogada del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), querellante en la causa por la agresión al fotoperiodista Pablo Grillo, herido de gravedad por un gas lacrimógeno el 12 de marzo pasado, durante una movilización de los jubilados que reclamaban aumento de haberes. Mientras tanto, la evolución del reportero gráficp no es la esperada. Su familia, en un comunicado, informó que se encuentra “clínicamente estable” pero “neurológicamente está en una meseta” y actualmente permanece en terapia intensiva.

La jueza federal María Servini tiene a su cargo la investigación del hecho. Tras una reconstrucción, citó a indagatoria a Héctor Jesús Guerrero, el gendarme que le disparó al fotógrafo, identificado de manera colectiva gracias al proyecto Mapa de la Policía. La audiencia fue reprogramada para el próximo 17 de septiembre, más de seis meses después de la violenta represión en la plaza del Congreso que tiene a Pablo Grillo peleando por su vida.

“Hoy, la causa de Pablo se encuentra en una instancia crucial –sostiene Lloret–,en cuestión de semanas el juzgado va a escuchar, va a conocer al cabo primero Guerrero y él va a tener la oportunidad de declarar”. Y explica: “La figura penal con la que caracterizamos su conducta es tentativa de homicidio doblemente agravada, por abuso funcional y por el uso de arma de fuego. Actualmente sigue en libertad y trabajando para la Gendarmería Nacional, aunque, por supuesto, está apartado de los operativos de protestas en la Ciudad de Buenos Aires”.

A su vez, la familia Grillo enfrenta una doble angustia, por la salud de Pablo y por la espera judicial. “Estamos expectantes. Yo no estoy acostumbrado a estos temas. Para mí es muy lento, pero todo el mundo me dice que es rápido. La justicia tiene tiempos que no son los humanos”, expresó Fabián Grillo, padre de Pablo, en declaraciones a la prensa.»El juzgado tiene pendiente determinar las responsabilidades políticas del operativo represivo que dejó más de cien detenciones arbitrarias, decenas de personas heridas y Pablo al borde de la muerte. En este caso lo probado en forma directa es el accionar del cabo Guerrero. Después veremos a quién responde y a partir de qué orden y en qué contexto accionó”, remarcó.

“Estamos esperando la indagatoria de Guerrero. Después, el juzgado tiene diez días para resolver su situación procesal –puntualiza Lloret–. Lo que sí nos queda pendiente, y es algo en lo que vamos a insistir, es en que se produzcan medidas de prueba que pedimos para esclarecer responsabilidades más vinculadas a la supervisión, al control del operativo en general, pero principalmente del accionar de Guerrero”.

Desde el inicio, la investigación enfrentó intentos de encubrimiento. El sumario interno de Gendarmería se cerró en pocos días, con argumentos como baja visibilidad al momento del disparo y falta de identificación de prensa, para instalar la idea de un accidente. “En un momento hubo un obstáculo importante que tuvo que ver con la resistencia del Ministerio de Seguridad y de la Gendarmería Nacional de aportar aquellas pruebas que pedíamos y el juzgado ordenaba que se produzcan. Por ejemplo, las filmaciones del momento de los hechos, las personas que tenían la responsabilidad de filmar el operativo desde ese lugar donde estaba Gendarmería apostada… También hubo una resistencia relativa al informe administrativo que Gendarmería le había iniciado a Guerrero”, detalla la abogada del CELS.

Sin embargo, pruebas contundentes desmienten la versión del accidente a través del reconocimiento directo de Guerrero como autor del disparo. “Lo que más nos preocupa, y por eso es un momento trascendental del caso, es qué decisión vaya a tomar el juzgado. Van a entrar, obviamente, las variables de lo que él declare, de cuál es la versión que él instale dentro de la causa, de la cual ya tenemos algunas pistas por esta investigación administrativa que le hicieron, y en la cual tanto él como sus colegas de la fuerza buscaron instalar una versión de que ellos habían actuado profesionalmente, de que dispararon, o que en particular Guerrero disparó de acuerdo a la normativa, cuando la propia normativa de Gendarmería rechaza esta idea, demuestra que el disparo fue hecho en un ángulo ilegal y prohibido, y hasta llegó al punto de responsabilizar a Pablo por haber quedado en medio, dice él, de la fuerza y de los manifestantes”, anticipa Lloret.

El caso de Pablo Grillo no es un hecho aislado. La violencia institucional contra los trabajadores de prensa se ha vuelto sistemática y ha motivado el reclamo del sector. Hace poco más de una semana, cientos de cronistas y fotorreporteros se movilizaron al Ministerio de Seguridad para repudiar y exigir la renuncia de Patricia Bullrich bajo la consigna “Sin libertad de prensa, no hay democracia”.

La mansión del horror

La mansión del horror

En la 29ª audiencia por la Megacausa Mansión Seré y RIBA declararon Norma Rovira, Graciela Fernández y Silvia Genovese, quienes detallaron sobre los secuestros y torturas llevados a cabo por la última dictadura cívico militar en ese centro clandestino de detención, tortura y exterminio.

“De un día para otro quedé sin nada, se llevaron lo más importante de mi vida. Con el tiempo logré armar una familia, pero el vacío prevalece y siempre me va a faltar algo. Sigo sin saber dónde están y sin recuperar sus restos. Tuve que rehacer mi vida a pesar de la duda que continúa”. La declaración pertenece a Norma Beatriz Rovira, que tenía 13 años cuando el 6 de abril de 1977 su padre Juan Luis Rovira y su madre Haydeé Bruno Ottaviani fueron secuestrados en Merlo. Durante la audiencia 29 de la Megacausa Mansión Seré IV y RIBA II de este martes también declararon otras dos testigos, Graciela Fernández y Silvia Isabel Genovese. Las tres, que ya habían testimoniado en tramos previos del juicio, se pronunciaron a distancia, comunicadas desde fuera del tribunal.

Ante la pregunta inicial de uno de los abogados defensores de si había sido víctima la de la última dictadura, Rovira respondió: “Víctima fui, porque estuve en el lugar y fui testigo de cómo se llevaron a mis padres”. Sobre aquella noche recuerda los golpes y cómo fue derribada la puerta de su casa. Ella y su hermano quedaron separados de sus padres, su madre gritaba desde la cocina y ellos estaban siendo custodiados en la habitación donde dormían. “Sentía que tenía que ver a mi papá así que pedí ir al baño. En el trayecto vi hombres armados –su papá le pidió que se tranquilice y ese fue el último recuerdo de él–, que antes de irse nos dijeron que no salgamos hasta el amanecer porque si no nos iban a voltear”.

Tras 23 años pudo conocer qué les sucedió a sus padres luego de que se los llevaran aquella madrugada. “Doné sangre por la posibilidad de buscar sus restos a través de mi ADN. La bioquímica reconoció mi apellido porque había compartido cautiverio con mi madre. En ese momento me llamaron desde Mansión Seré para ver si quería conocerla y al llegar al encuentro no tuve que siquiera presentarme porque ella me reconoció inmediatamente, dijo que era igual a mi madre”. Si bien la testigo no lo recordaba, el fiscal de la causa, Félix Crous, mencionó el nombre de la sobreviviente, Nora Etchenique, para ver si la testigo recordaba; Rovira dijo que “podría ser”.

Graciela Fernández, cuñada del sobreviviente de Mansión Seré Jorge Pociello, declaró acerca de las principales consecuencias físicas y psicológicas que éste debió afrontar: “A la familia nos cambió la vida a todos, y a él lo mató. No tuvo una buena vida luego de ser liberado y estoy segura que podría haber vivido muchos años más y de mejor manera. Si bien Jorge ya no está, vuelvo a declarar porque estas cosas no deben olvidarse”. Fernández asistió al momento de la reaparición de Pociello, tras cuatro meses de secuestro. “Yo quería declarar porque estaba en su casa el día que apareció. Cuando llegó se parecía a las imágenes de personas que sobrevivieron a campos de concentración: rapado a pedazos, sucio y muy delgado, vestido con un pantalón enorme atado con una soga y zapatos de distintos pares. Eso fue en marzo de 1978”, relató Fernández.

Pociello era militante de la Federación Juvenil Comunista (FJC) y secretario de la organización en el barrio de Once. En la madrugada del 20 de noviembre de 1977 un grupo de personas ingresó en su vivienda y lo encañonaron. “Tenían armas largas y revolvieron todo el departamento para después llevarse casi todo: documentación, fotos y hasta vajilla que después Jorge contó que reconoció dentro del centro clandestino. Con la vuelta de la democracia algunos vecinos nos contaron que habían visto el operativo en el cual cortaron dos calles y eran cinco camionetas con al menos 15 personas”, recordó la testigo.

Si bien en principio no contaba mucho a la familia, “Jorge nos dijo que aquello era el infierno. Luego de esa vivencia traumática comenzó a tartamudear y lo hizo de por vida”. Entre las secuelas, su cuñada destaca reiterados ACV, uno de los cuales provocó su muerte. “Durante una internación, el médico nos preguntó si jugaba al rugby por la cantidad de golpes que tenía en la cabeza”. El miedo y el asedio permaneció en la familia, ya que durante dos años Jorge recibía el llamado de un sujeto que se hacía llamar “Huguito”. Pociello nunca declaró lo que vivió, “durante los años 80 no lo hizo porque tenía mucho miedo”, explicó.

Fernández recordó que Pociello le contó que había estado detenido con Silvia Genovese y con Jorge Infantino, un antiguo compañero de militancia, “por el lado de quien venía la búsqueda y posiblemente el secuestro». Infantino le había confesado a Jorge que un torturador era vecino suyo y como lo había reconocido lo iban a matar. Aún continúa desaparecido. A Pociello, como a varios otros, “los soltaron días después de que prisioneros se fugaron del centro clandestino; a muchos otros los trasladaron”, finalizó Fernández.

Por primera vez, en este juicio se utilizó un recurso novedoso para la transmisión de una declaración. La sobreviviente Silvia Isabel Genovese declaró ante el tribunal pero al público solo se transmitió su voz sin exponer su imagen. Con 18 años, el 29 de noviembre de 1977 la sacó de su casa familiar en Lugano un grupo de hombres vestidos de civil. Llevaban armas largas y se enfrentaron a un tiroteo con vecinos policías de la zona. “Me subieron a un vehículo, me vendaron y manosearon. Hicimos un largo recorrido durante el que buscaron a más personas de las que escuché los gritos. Me llevaron a un lugar que no conocía ni identifique por mucho tiempo, una casa semiderruida. Pude ver una habitación llena de colchones en el piso, las ventanas tapiadas con madera”. Supo, luego del retorno democrático, dónde había pasado sus días secuestrada. “Se comenzó a hablar de los centros clandestinos y a partir de las descripciones que otros hacían de Mansión Seré, me di cuenta que había estado ahí. De afuera no la vi nunca, pero de adentro era tal cual la describían”, expresó Genovese.

Aquella noche a sus padres les dijeron que la llevaban para hacer averiguaciones. “El grupo de hombres se presentó con un compañero que yo conocía de la militancia barrial de la FJC en Once, Jorge Infantino, para que me reconociera”. Sobre los interrogatorios recuerda que “preguntaban por nombres de personas, direcciones y para realizarlo utilizaban distintos metodos de tortura como golpes, electricidad y quemaduras con cigarrillos, además de abuso psicológico. Quienes nos interrogaban no estaban todo el tiempo en la casa, pero sí había permanentemente una guardia”. Ante la pregunta de los abogados defensores respondió que “ninguno usaba uniforme; por el contrario, vestían de civil. Entre los guardias hablaban abiertamente de la Fuerza Aérea delante nuestro”. Durante el cautiverio recordó haber visto nuevamente a Infantino y también a Pociello, además de a Laura Abadi, con quien compartió habitación.

Una semana antes de liberarla comenzaron a controlarla porque estaba muy amoratada por los golpes. “Me dijeron que me iban a tener unos días más hasta que se me fueran las marcas. Cuando me liberaron me advirtieron que tuviera cuidado con lo que contaba porque eso era una guerra”. Durante un tiempo posterior fue amedrentada con llamadas anónimas a su casa.

Finalizadas las tres declaraciones relacionadas al excentro clandestino de detención, tortura y exterminio Mansión Seré y apodado “Atila” por “La Patota”, grupo represor que allí asesinaba y torturaba, quedó programada la siguiente audiencia para el martes 9 de septiembre de manera presencial en el TOF °5 de San Martín (Pueyrredón 3734).

Abanderados de la memoria

Abanderados de la memoria

Bajo el título «Pasar la posta en tiempos de olvido», el nieto restituido Manuel Gonçálves Granada y Lucía Velázquez, integrante de la agrupación Nietes, participaron de una entrevista pública realizada por ANCCOM en el marco de la Semana de la Memoria, organizada por la Facultad de Ciencias Sociales.

En el marco de la Semana de la Memoria, que se desarrolla del lunes 25 al viernes 29 de agosto organizada por la Facultad de Ciencias Sociales, el estudio de TV Gabriela David desbordó de estudiantes, directivos y curiosos que se acercaron desde los pasillos o atendieron a la convocatoria que circuló por redes sociales. Allí se presentó la actividad Pasar la posta en tiempos de olvido, una entrevista pública a Manuel Gonçalves Granada, uno de los nietos apropiados por la dictadura que pudo restituir su identidad y a Lucía Velázquez, del colectivo Nietes CABA-GBA. El periodista de ANCCOM Thiago Buglione fue el encargado de llevar adelante la conversación.

Recién cuando las luces se apagaron, Buglione presentó a los invitados: Lucía Velázquez, de 34 años, nieta de Roberto Elio “Tunguzú” Velázquez, detenido en Misiones y liberado entre el 80 y el 81 por la dictadura cívico-militar; sobrina de Pablo Velázquez, aún desaparecido y sobrina nieta de Marcial Velázquez, fusilado en su chacra tras haber sido detenido y liberado. Desde 2021 integra Nietes CABA-GBA, el Archivo Popular de la Memoria y La Banda del Pañuelo. A su lado estaba Manuel Gonçalves Granada, de 49 años, nieto restituido e integrante de la comisión directiva de Abuelas de Plaza de Mayo, responsable de la Casa por la Identidad en la ex ESMA y director ejecutivo de CONADI. Nacido en 1976, sobrevivió a la desaparición y asesinato de sus padres, fue apropiado y recuperó su identidad a los 19 años.

“Si bien pertenecen a generaciones diferentes, ambos tienen en común el hecho de haber accedido a su historia mediante el relato de sus familiares. ¿Cómo recuerdan el momento en que se enteraron de su historia?”, preguntó Buglione. Los entrevistados se miraron cómplices, como buscando decidir quién hablaría primero. Manuel tomó la posta: “Yo me enteré de prepo de mi identidad. Lo recuerdo como un día muy particular. Hasta ese momento yo suponía que me habían abandonado.”

Desde chico, Manuel sabía que era adoptado, pero no que había sido apropiado, ni mucho menos las circunstancias de su secuestro. El 19 de noviembre de 1976, en un operativo conocido como la “masacre de la calle Juan B. Justo”, fuerzas conjuntas asesinaron en San Nicolás a Omar Darío Amestoy y a María del Carmen Fettolini junto con sus dos hijos, de tres y cinco años, y a Ana María Granada, la madre de Manuel. Ella había alcanzado a esconderlo, con apenas cinco meses de vida, en un armario. Esa acción desesperada le salvó la vida. En febrero de 1977, un juzgado lo entregó en adopción al matrimonio Novoa, sin realizar averiguación alguna sobre su familia biológica.

“De hecho, yo tengo el DNI con el número 30 millones, cuando debería ser de 25 millones—confiesa Manuel—. Tengo como ocho años menos, supuestamente. Por suerte, cuando pongo 30 millones nadie me dice nada… aunque ahora, con las canas, estoy un poco preocupado”, bromeó, arrancando risas en el estudio.

El tono se volvió más íntimo cuando recordó el momento en el que recuperó su identidad: “Ese día fue una mezcla de emociones. Por un lado, maravilloso: pensar que mi abuela me había encontrado, que las Abuelas me buscaban mientras yo pensaba que no me querían. Pero al mismo tiempo estaba la tristeza de saber que mis viejos habían sido desaparecidos, que no iba a poder abrazarlos. Fue el día en que todo cambió. Nada fue igual para mí, todo, todo cambió.”

Lucía miró a Manuel con una sonrisa y continuó con su propia historia: “En mi caso, toda mi familia materna es de Misiones —empezó—. Desde antes de que yo naciera, mi mamá se había ido de la provincia y nunca volvió a vivir allí. El terror siguió operando durante muchísimos años en nuestra familia: no sólo en lo abstracto, sino en lo concreto, en la imposibilidad de hablar durante los años de impunidad, con las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. También en la dificultad de encontrarse con otros del mismo territorio para elaborar esa historia.”

Su madre, poco a poco, fue revelándole datos: primero a cuentagotas, luego con mayor claridad, a medida que ella insistía con preguntas. Hasta que un día le dijo la verdad: su abuelo había sido secuestrado y estuvo largo tiempo en cautiverio. Lucía decidió, entonces, irse a vivir un año a Misiones. Allí buscó amigos y compañeros de su abuelo para reconstruir la historia. Confirmó que él había testificado en los pocos juicios de lesa humanidad que hubo en la provincia y que no era el único: también tenía un tío desaparecido desde sus 17 años y un tío abuelo fusilado en su chacra luego de ser liberado del secuestro y la tortura. Todos habían formado parte del Movimiento Agrario de Misiones (MAM), organización campesina que luchaba por los derechos en la provincia. “Claramente es una historia que sigue abierta —continuó Lucía—. Por eso sentimos esta necesidad de que las nuevas generaciones nos organicemos para saber qué pasó, para conocer y para seguir luchando por la justicia.”

Buglione miró a sus entrevistados y se animó a repreguntar. “¿En qué momento sintieron que su historia personal se convirtió también en una causa colectiva y que les causa cuando comparten testimonios con personas con historias similares?”

 “Creo que mi historia se volvió colectiva porque la restitución de mi identidad fue el resultado de una lucha que no era solo mía —dijo—. Estaba marcada por un símbolo enorme, las Abuelas de Plaza de Mayo, y por un montón de personas que ayudaron en ese camino. También porque mis papás eran parte de esa historia colectiva: de esa juventud que gritó, que soñó y que dejó la vida en muchos casos”.

Hizo una pausa. Su tono se volvió más grave: “Yo sobreviví gracias a lo que hizo mi mamá antes de ser asesinada. De repente, esa historia era mía, pero también era demasiado grande. Me sentía muy pequeño, como si no hubiera hecho nada. Y entonces apareció la pregunta: ¿qué hago yo con esto? Soy el único sobreviviente de ese operativo… ¿cómo le devuelvo a las Abuelas lo que hicieron por mí?” Con los años, encontró la respuesta: contar.

“Con el tiempo entendí que la propia historia de las Abuelas nos puso a muchos en un lugar en el que era fundamental hablar. Por eso entrego todo lo que puedo en narrar lo que me pasó. Hablar se volvió un acto de rebeldía: en definitiva, yo nunca tendría que haber sabido quién era. Cuando cayeron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final yo estaba en el Congreso. Esa misma noche fui a ver a mi abuela y le dije: “Vamos a poder empezar a reclamar por papá y mamá”. Y ella me respondió: “Bueno, ahora te toca a vos”.

Lucía sonrió y miró al público antes de tomar la palabra. Dijo que, a diferencia de Manuel, su camino había sido exactamente el inverso: de lo colectivo a lo individual. Contó que su militancia nació casi por curiosidad, allá por 2016, cuando comenzó a acompañar de cerca a las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, en particular a Norita Cortiñas. “Fue transitando esas rondas que me di cuenta de que yo también estaba buscando”, dijo, con la voz entrecortada.

Ese descubrimiento la llevó, en 2021, hasta Misiones. Allí, una mujer le relató historias de compañeros: algunos de militancia, otros de cautiverio. Entre recuerdos y nombres compartidos en la celda, Lucía empezó a reconocer que también había algo suyo en todo eso. “Ahí pude tomarlo como algo personal”, explicó. Ese mismo año, casi por azar, se cruzó en las redes con NIETES. Y todo cambió.

“De repente me encontré en una mesa con veinte pibes: algunos de 14, otros de veintipico. Yo tenía 32 y me sentía una señora —recordó entre risas—. Pero al presentarnos, era la primera vez que muchos decíamos en voz alta: soy nieto de tal, soy primo de tal, soy sobrina de tal. Era la primera vez que poníamos en palabras esas historias frente a personas que, a diferencia de la generación de Manuel —dijo, mirándolo—, no habían tenido que atravesar tantos años de lucha contra la impunidad para poder acceder a esa memoria.” Lucía hizo un silencio breve y concluyó: “Para mí, Nietes fue el espacio en el que lo colectivo empezó a sentirse también como algo personal”.

Mientras las preguntas iban y venían y la charla seguía su cauce, Buglione se detuvo en un punto clave. Retomó un comentario de Lucía y lanzó una pregunta que causó que el público asintiera al unísono :  “Hoy hay una fuerte presencia del relato negacionista, que cuestiona la cantidad de desaparecidos, relativiza los crímenes cometidos por la dictadura y reivindica ciertos simbolismos de esa época. Es un discurso impulsado desde el Gobierno nacional, pero que también refleja una parte de la sociedad. ¿Creen que es algo pasajero? ¿Creen que pone en peligro la convivencia democrática?”

El primero en responder fue Manuel. Tomó aire y habló con calma, aunque sus palabras cargaban malestar. “Me enoja, me angustia, me duele… pero también me moviliza. Yo pensé que había cuestiones que no íbamos a tener que volver a discutir, que ya estaban saldadas. Y en parte lo están. Pero el negacionismo no es solo un fenómeno argentino: el mundo entero está en un momento en el que… no sé si hay palabras para describirlo…”

“¿Facho?”, interrumpió Lucía con una sonrisa cómplice.

Manuel asintió. “Sí, facho resume todas las demás. Pero también creo que las redes sociales sobredimensionan esos discursos. A veces nos convencemos de que todo eso volvió y se instaló en la sociedad, y yo mismo dudo si es tan así. Lo que sí sé es que cuando hablo en otros países se hace muy evidente la magnitud de lo que logramos acá. No hay otro lugar en el mundo que haya ido tan al fondo de sus heridas como la Argentina. Somos un ejemplo. Otros pueblos atravesaron tragedias igual de terribles, crímenes imposibles de creer, y sin embargo no pudieron avanzar como nosotros en memoria, verdad y justicia.”

La charla se extendió por historias de vida, militancia, experiencias propias y también los nuevos rostros del negacionismo. Para cerrar, Buglione lanzó la pregunta final: “¿Cómo se interpela a esos jóvenes que quizás tienen otros intereses o no se sienten atravesados por esa historia?”

Lucía, en principio titubeando, tomó la palabra: “Hoy hay un contexto muy anestesiante que te empuja a quedarte encerrado: con el celular, la compu, los dos o tres amigos que ya conocés. Pero la intuición sobre la injusticia está en todos. No aparece de la nada, viene de la realidad que habitamos, de vivirla permanentemente. Hay que prestarle atención a esas alertas del cuerpo, escucharlas, compartirlas. Ahí se abre otra experiencia: la de darse cuenta de que no es algo que siente uno solo. Hay que apuntar siempre a la curiosidad, querer saber más, no quedarse esperando respuestas ya hechas. Trabajar la voluntad y animarse a acercarse a otros espacios, hablar con gente, conocer experiencias de organización. No creer en la desvalorización que nos imponen: no tener trabajo o un lugar donde estudiar no te quita la dignidad. Cada uno vale, y por eso, vale la pena luchar”.

Manuel la acompañó en la reflexión con una sonrisa enorme: “Lo colectivo es parte innata para que las cosas salgan bien. No tenemos las mismas oportunidades y hay que trabajar para que todos tengan una vida digna. Ser joven y no desafiar al sistema es casi un insulto. Después llega el mundo adulto, que a veces te atrapa en la quietud. El desafío es que vos no seas el sistema, sino que encuentres dentro de él lo que creas que conviene cambiar. Y entender que algunas cosas no tienen que seguir así solo porque siempre fueron así: hay que romperlas, reconstruirlas, inventar otras nuevas”.

De golpe, su voz se volvió más firme: “Si la juventud no está dispuesta a intentarlo, terminamos presos de un sistema que tarde o temprano te inmoviliza. Hay cosas que se pueden cambiar, y cada uno es responsable de que suceda o no. El futuro es de las nuevas generaciones: no pierdan el tiempo. Inténtenlo ahora. Aunque salga mal, lo importante es no quedarse quieto. Lo peor no es equivocarse: lo peor es no hacer nada. La vida, al final, es eso: probar, rebelarse, intentar. Lo que realmente duele es llegar a una etapa en la que uno diga: no lo hice”.

 La sala de TV Gabriela David estalló en un aplauso colectivo con palabras de agradecimiento. Luego de casi dos horas de intercambio, en el lugar habían quedado resonando estas últimas palabras y la certeza de que aún queda mucho por hacer.

“Lo único que se sentía era el olor a muerte”

“Lo único que se sentía era el olor a muerte”

El imputado Julio César Leston protagonizó los relatos de dos declaraciones de una nueva audiencia de la megacausa de Mansión Seré IV y RIBA II. Lo sindicaron como “médico” integrante del grupo represor y torturador “La Patota” que funcionó en este centro clandestino de tortura y exterminio, y por su encuentro en 2009 con un sobreviviente.

Este martes 19 se realizó la vigésimo octava audiencia por la megacausa Mansión Seré IV y RIBA II que juzga delitos de lesa humanidad cometidos en la subzona 16 del gran Buenos Aires. Tres fueron las declaraciones que se sucedieron en el tribunal, aunque una no fue transmitida por la negativa de la declarante de que sea difundida.

“Fueron tan solo 20 días, pero en el mismísimo infierno”, dijo Susana Graciela Ávalos, sobreviviente, la primera persona en declarar, que estremeció al tribunal por la crueldad que transmitió en su relato, el detalle de las múltiples torturas físicas y violaciones, y la vigilancia posterior a su secuestro. “Me juré que no iban a robar la dignidad ni las convicciones, que fue lo que me mantuvo en el centro de detención, donde uno pasaba a ser nada. Allí lo único que se sentía era el olor a muerte. Eso no se borra nunca”. El calvario de Ávalos comenzó cuando su madre, Natalia Cecilia Almada, fue secuestrada en su presencia el 16 de octubre de 1976. “Fue un operativo con gran presencia militar, casi una razzia, donde se llevaron a varios vecinos que, como mi madre, integraban la Comisión Vecinal del barrio”, relató la testigo, oriunda del barrio Mariano Pujada de Morón. A los diez días, volvieron por ella.

Ávalos logró precisar sobre quien más la atormentó durante aquel tiempo: “El señor que se presentó en Mansión Seré como un supuesto médico está acá sentado y es Leston. Yo nunca lo pude identificar fotográficamente en el juzgado, pero cuando lo vi en la primera audiencia a la que asistí de este juicio, supe que era él, no me queda ninguna duda. Tampoco de que su guardaespaldas era Marcelo Eduardo Barberis. Julio César Leston era ‘el médico’ que me citó tres veces en Palomar, el que fue a amenazarme a mi casa, que estuvo presente en mis torturas, violaciones y hasta en el traslado de la Comisaría de Castelar a Mansión Seré”. Ante la pregunta de Nicolás Aguilar, abogado defensor de Leston, Ávalos describió con detalle al excabo 1° de la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA): “Alto, en estado atlético, con cabello ondulado y frente ancha con entradas. Tenía labios finos, cara alargada y solía usar lentes espejados”, mientras que desde la virtualidad el recuadro del zoom muestra la cara de un arrugado y envejecido Leston que presencia la audiencia aburrido, o vencido.

“Luego de la tortura, me sacaban fuera de la casona Seré y escuchaba cómo torturaban a mis compañeros. Una de esas veces, apareció un hombre que decía ser médico y que daba las órdenes al resto para detener, o no, las torturas. Me dijo que habían estudiado mi caso y que me iban a liberar pero que debía ir a una serie de citas con él”, explicó Ávalos sobre el infierno que, una vez en libertad, no cesó. Al menos tres veces debió ir cada jueves a las 13 horas a Palomar. La escena en general era la misma: la trasladaba en un auto hasta el Hospital Posadas, donde en “El Chalet” funcionó un centro clandestino, y allí la interrogaba. “La entrada estaba controlada por militares y luego al interior del predio había gente de civil dando vueltas. Él me preguntaba si había visto a alguien, si algún militante me había visitado. Yo le respondía la verdad, que no había ido a ningún lado, porque tenía miedo. Siempre andaba con otro hombre que llevaba una ametralladora, como si fuera su custodia personal. En el último encuentro me dijo que, aunque no iba a tener que ir más, ellos me iban a seguir vigilando. Que esta vez zafaba, pero que no hiciera más denuncias -en relación a trámites iniciados por el secuestro de su madre, incluida una carta al dictador Jorge Rafael Videla-. Sobre mi mamá dijo que no iba a vivir porque la gente como ella no lo merecía. ‘Tu mamá es punta de lanza. Además esto es una guerra y en la guerra todos perdemos’, recuerdo que me dijo”.

Sin embargo, Ávalos no cesó la búsqueda, luego de un tiempo “el médico” se presentó en su domicilio junto a otros integrantes del grupo de tortura apodado “La Patota” y los que Ávalos reconoció de sus días de cautiverio en Seré. “Me interrogaron en una habitación y dijeron que a mi mamá no la iba a ver más, que ya no haga más averiguaciones, mis hermanos, que también estaban en ese momento, luego me confesaron que habían tenido miedo de que me maten. Sé que estuve vigilada hasta 1992”, afirmó.

 El mismísimo infierno

Al momento de su secuestro Ávalos se encontraba en el domicilio de su hermana, con quien compartía vivienda tras la desaparición de su madre. En lo que describió como un trayecto corto, fue trasladada en camioneta hasta la 1° Brigada Aérea del Palomar donde pasó sus primeros diez días de cautiverio. Del lugar, la sobreviviente pudo detallar la serie de abusos, agresiones y torturas que sufrió. Los detenidos eran trasladados regularmente en camionetas, desde las celdas, a un lugar alejado, húmedo y lleno de agua donde había un galponcito desmoronándose. “Me ataban con un elástico de cama boca abajo, me estaquearon, me pegaban con un látigo. Cuando terminaban conmigo, comenzaban con los otros y yo escuchaba cómo los torturaban, a dos hombres y una mujer”. Sólo en el momento del traslado a la Comisaría 3° de Morón reconoció que esa mujer que escuchaba era su mamá. “Me tiraron dentro de la camioneta, junto a otras personas. Una cayó a mi lado. Ahí la reconocí. Era la mujer que estaba en la celda contigua a la mía, a la que escuchaba cómo torturaban y amenazaban con matar a sus hijos”.

En la Comisaría le explicaron que dependía de la Fuerza Aérea “y que estaba allí porque iban a decidir qué harían conmigo”. A los prisioneros los dividieron en las celdas según si dependían de la 1° Brigada Aérea del Palomar o de la 7° Brigada Aérea Mariano Moreno. La primera noche pudieron conversar entre los detenidos y nombrarse, confirmó así que su mamá también había sido trasladada desde la Base Aérea a la Comisaria de Morón.

Durante un tiempo, en la comisaria, compartió celda con Cristina Ovejero hasta que se la llevaron: hasta hoy continúa desaparecida. Luego de eso, relató una escena de abuso sexual, la cual su madre debió presenciar desde la celda contigua. “Mi madre pedía que por favor no lo hicieran, pero le dijeron que si no se callaba me mataban”. Al día siguiente pusieron a madre e hija en la misma celda, la cual compartieron por dos noches, hasta que Ávalos fue trasladada, una vez más, a Mansión Seré para su última sesión de tortura y abuso, antes de ser liberada. Regularmente, Ávalos junto a “el turco” -Jorge Zurrón- y “el chalchalero” -Ernesto Lahourcade-, también detenidos en la Comisaria de Morón, eran trasladados a la antigua casona para ser torturados. Fue allí donde ella conoció a Leston. Como le habían explicado los carceleros a la testigo: “La situación de los tres dependía de la 1° Brigada Aérea del Palomar”, cuyo Grupo de Tareas 100 operaba en el centro clandestino que funcionaba en Mansión Seré.

 A su madre no la vio nunca más. Pudo saber de casualidad, a partir de un folleto de una actividad de memoria, que fue trasladada a El Vesubio donde fue vista por última vez.

Por solicitud de Nicolás Aguilar, abogado defensor de Julio César Leston, testificó en esta audiencia la abogada Julieta Paradela, que respaldó lo declarado por Norberto Urso, en mayo, ante el mismo tribunal. “Llamé por teléfono al número que me había facilitado Norberto Urso y hablé con una persona que dijo ser el hijo de Leston. Me repondió que su padre no estaba en ese momento, le pedí que se contactara conmigo. Leston padre lo hizo. La reunión fue en mi estudio. Norberto comenzó haciendo unas preguntas que tenía preparadas y a tomar nota de las respuestas. Al tiempo, Norberto me pidió concretar un segundo encuentro al que Leston nunca concurrió”, fue el relato de la abogada, concordante con lo relatado por el sobreviviente Urso. Sin embargo, el hijo del imputado, Gabriel Leston, en declaraciones previas desmintió haber atendido el teléfono

Paradela recordó algunos de los temas tratados durante el encuentro, como la actividad de vigilancia de Leston sobre la sobreviviente Zoraida Martín y los integrantes de “La Patota”. “Él nunca se reconoció como parte del grupo, sino como personal de la Fuerza Aérea. Hablaba como testigo privilegiado y no como si se sintiera parte de los hechos. Salvo en el caso de Zoraida Martín, de quien habló como una tarea menor que le habían asignado y él cumplía: la de vigilarla”.

Finalizadas las declaraciones que colocaron al imputado Leston nuevamente como protagonista de este juicio, la próxima audiencia quedó programada para el martes 26 de agosto a las 9 horas de manera presencial y la transmisión puede verse a través de La Retaguardia.