«A muchas personas que hemos crecido con Cuestión de Peso, nos ha cagado la cabeza»

«A muchas personas que hemos crecido con Cuestión de Peso, nos ha cagado la cabeza»

Volvió al aire el programa de televisión centrado en los cuerpos gordos que parecía del pasado. ¿Es el peso y la forma corporal el mejor indicador de salud? ¿Se volvió a legitimar la crueldad? ¿Solo las personas delgadas pueden ser felices?

Hace casi un mes volvió a transmitirse en la televisión “Cuestión de Peso”, el autoproclamado “programa más saludable de la televisión argentina”; su primera edición fue en el año 2006. La propuesta se caracteriza por las escenas en donde los participantes se enfrentan a una balanza y, con música de suspenso, se revela si lograron llegar al objetivo: perder unos kilos.

Parecería que entre tantas plataformas, canales de stream y otras opciones, la televisión debería competir con nuevas fórmulas para recuperar la relevancia que supo tener. Sin embargo, este reality y otros volvieron a transmitirse en los últimos años: Gran Hermano, Masterchef y ahora Cuestión de Peso. El programa no se emitía desde hace cuatro años en cable y siete en televisión abierta. Que ahora vuelva y en su primera semana al aire alcance un promedio de 5.1 puntos de rating invita a hacerse preguntas: ¿Por qué en este momento? ¿La sociedad no había cambiado de intereses? ¿Qué hay detrás de esto?

El periodista Agustin Rey explicó a ANCCOM que “el fenómeno realitys explotó en Argentina en el 2001. Si bien el primero se hizo en el 2000 (Expedición Robinson), es algo que viene con la crisis. Recuerdo que las chicas de Bandana siempre remarcan que el grupo surge en uno de los años más caóticos para el país, pero que la gente necesitó volcarse a otra cosa para que los salve. En su caso fue la música”. Para el especialista, Gran Hermano o Cuestión de Peso son “un reflejo de la sociedad, aunque muchos no se quieran hacer cargo. Furia de Gran Hermano en otra temporada hubiese durado dos galas, pero actualmente la violencia está naturalizada tanto en la vida como en la política y la televisión”.

“Veníamos de una temporada de Cuestión de Peso en que la tuvieron que bajar porque prácticamente no tenía rating. Pasamos de una sociedad, que decía ´Yo ya no miro esto porque no me interesa y no estoy de acuerdo´ a volver con todo como si fuera una gran novedad”, cuenta a ANCCOM Brenda Mato, activista por la diversidad corporal y miembra del Colectivo Gordes Activistas de Argentina. Y agrega: “Nos habla de que como sociedad estamos retomando discusiones que parecían saldadas en un montón de aspectos y sobre todo en materia de derechos. La vuelta de Cuestión de peso marca un termómetro social: estamos volviendo a tener un montón de conversaciones que ya habíamos saldado”.

La salud

“Es el programa de siempre, el Cuestión de peso de siempre, porque el propósito es el mismo: tender un puente a la buena salud”, afirmó Mario Massaccesi, el alto y delgado conductor del programa, en el primer capítulo de esta temporada. El conductor es acompañado por el doctor Alberto Cormillot, quien participa desde su primera emisión en 2006.

El primer programa de esta temporada arranca fuerte: «La obesidad es una epidemia global y el futuro es aún más alarmante. El 13% de las personas con obesidad en el mundo son argentinas».

 El objetivo es detener este flagelo balanza en mano, empezando por los diez participantes de esta temporada. Cada uno de ellos llega al estudio, cuenta su nombre, su peso corporal y su historia. Tras presentarse, lo recibe el equipo de profesionales de la salud formado por el clan de Cormillot: su hijo, su esposa y su nieta. Son ellos quienes le plantean el objetivo que puede reducirse a un número: la cantidad de peso que deben bajar.

Brenda Mato señala un primer problema: “Al hablar de salud utilizan el único indicador que no habla de salud” y explica que la medicina que se corre del discurso médico hegemónico sostiene que el peso en sí mismo no es necesariamente indicador de salud, ya que este depende de muchos factores. Entonces se pregunta, “Si ellos hablan tanto de la salud, ¿por qué no premian cuando se modifican otras conductas o métricas que sí son indicadoras de eso?”.

Según la OMS, la salud es “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. En este sentido, cuenta la nutricionista Irene Schvartzman: “Si quiero evaluar tu estado de salud, puedo preguntarte si tenés análisis de sangre hechos en el último tiempo, cómo es tu alimentación en general, tu relación con la actividad física, si fumás, si tomás alcohol. Fijate la cantidad de preguntas qué podría hacerte. Todas van a estar interrelacionadas entre sí para ver si hay algo que yo pueda hacer para que vos tengas más salud: no tiene nada que ver una balanza”. Y reflexiona: “Mientras nos parezca que el cuerpo delgado es el cuerpo sano, vamos a normalizar programas como Cuestión de peso”.

Desde la perspectiva de Rey, “Cuestión de peso se supo amoldar a la época, quitando pruebas que hoy serían irreproducibles” y explica que “ya no se ríen de lo que se reían antes, no ponen a los participantes en el juego tirándose en una pileta. Por suerte algo cambió”.

Para Mato en esta edición “han tomado parte del discurso activista para después volver a ejercer violencia” y agrega que “es esta dicotomía de que estamos avanzando pero a la vez siempre ellos van a tener la razón”.

La industria de la dieta

La Defensoría del Pueblo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sostiene que Argentina es el segundo país con más presencia de trastornos de la conducta alimentaria, que afecta un 29% de la población. El 40% de los casos tiene que ver con la genética y un 60% con cuestiones sociales. Las cifras alertan sobre la necesidad de atender a la salud de una forma responsable y completa, no reducida a una sola cifra.

«Hay mucha plata detrás de una industria que se encarga de decirte que todo lo que sos y lo que hacés está mal y que ellos tienen la solución a todo eso», explica Mato. «Esa es la trampa. Es lo que a ellos les conviene para ganar dinero. Cormillot no solo tiene su programa, también tiene su clínica y su línea de productos light y ultra procesados; esas cosas uno sabe que son las peores.”

Schvartzman coincide: «La industria de las dietas es tremendamente rentable. Es una de las que más plata mueve en el mundo: suplementos, medicamentos, liposucción, cirugías de papada, dietas de todo tipo, actividades físicas. He llegado a ver un tipo de actividad física que era con electrodos en el cuerpo que aumentan el riesgo de deshidratación y problemas renales. Pero bueno, se pierde peso corporal más rápidamente. ¿Qué tiene todo esto de saludable? Para mí, nada».

Como explica la nutricionista, la familia de los Cormillot creó un imperio a partir de la cultura de las dietas: «De hecho, en el programa está toda la familia. Se arma un circo que vende. Es el reflejo de una sociedad resultadista, que busca un número menor y utiliza como indicador un cálculo matemático. Y si no funciona va a buscar otro tipo de intervenciones más drásticas o más violentas que pueda cumplir con el mismo objetivo. Una cirugía bariátrica, por ejemplo, se aplica en personas que tienen órganos sanos. Hay personas que ni siquiera tienen patologías, se hacen una intervención quirúrgica y terminan con consecuencias negativas para la salud mental y física. Pero tal vez, logran una delgadez que nunca lograron, pero está demostrado que las intervenciones al cuerpo en un largo plazo no se sostienen porque se pierde peso corporal al principio y luego se recupera».

“A mí y a muchas personas que hemos crecido con ese programa, nos ha cagado la cabeza”, sostiene Mato y critica una industria de la dieta que hizo furor en los años 90 con nutricionistas famosos como el mismo Cormillot, Ravena y muchos más: «Salían en tapas de revistas y te pasaban las dietas». Mato reconoce también que «si bien hoy puntualmente le pegamos a Cuestión de peso porque está en el aire, no es el único responsable de todo esto. Lo que nos pasa hoy es que queda anacrónico. Si uno pone el contexto en dónde salió Cuestión de Peso, estaba recontra avalado. Era parte de lo que queríamos. Y parte de lo que hoy somos conscientes que no queremos volver a ser”.

Para Rey, “La sociedad va cambiando porque nosotros vamos cambiando en nuestras individualidades. Nadie mira Gran Hermano pero después hace 30 puntos de rating. Es como cuando decían «nadie mira a Tinelli» o «nadie votó a Menem». Ahora por suerte hay un poco más de hacerse cargo que para la distracción no hay programas más y menos cool. Es televisión, entretenimiento, no tienen por qué educar, para eso está la familia y el colegio”, resume polémico.

Espectacularización de los cuerpos

Schvartzman es consciente del rol que tienen los cuerpos en nuestra cultura: “Cuestión de peso es un reality; como tal busca generar audiencia. Con la ridiculización del cuerpo busca que la gente hable. Hay una espectacularización del cuerpo gordo, como si todos los causantes de los males de los participantes fuera el cuerpo gordo. Si ves la historia de los participantes y escuchás la historia de cada quien, lo único que tiene para decir es que el cuerpo gordo es lo que los llevó a fracasar como persona en la vida. Y es la causa de todos sus sufrimientos y cuán distinta sería su vida si pudieran tener un cuerpo delgado”.

“Cuando se habla de todo esto, lo primero que te dicen es: ´Vos le estás diciendo a la gente que no se preocupe por la salud´. No: yo lo que le estoy diciendo a la gente, es que como son están bien. Y que no tienen que cambiar absolutamente nada si no quieren. Pueden reclamar su propia autonomía. A diferencia de toda esta gente que todo el tiempo nos dice lo que tenemos que hacer, lo que desde el activismo le queremos decir a la gente es todo lo contrario: que nadie puede venir a decirles lo que tiene que hacer. Que ellos tienen la total autonomía y potestad de decidir sobre sí mismos”.

 

 

«La miseria está en el ser humano, no en el género»

«La miseria está en el ser humano, no en el género»

Diana Zurco es la primera presentadora trans del noticiero central de la TV Pública. Su recorrido profesional, los obstáculos que debió saltar y su mirada sobre el periodismo actual.

¿A qué edad empezó su carrera como periodista? ¿Qué cosas no negocia para ser ella misma? ¿Qué opina sobre el periodismo actual? De estos y otros temas habló Diana Zurco, la primera mujer trans egresada del Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER) y, desde 2020, una de las presentadoras del noticiero central de la TV Pública de Argentina.

Diana Zurco se muestra amable y atenta durante la entrevista con ANCCOM aunque distintos compromisos reclaman constantemente su atención. Zurco nació en Hurlingham en 1980. En diciembre de 2014 se recibió de locutora en el ISER, dos años después de la sanction de Ley de Identidad de Género en Argentina. Inició su carrera en medios como locutora de Radio Ciudad AM 1110.

 

¿Quién o qué te impulsó a estudiar en el ISER?

En el colegio, desde la primaria, me di cuenta que ciertas aptitudes ya venían conmigo. Pero en ese tiempo estudiaba en un colegio católico binario, estereotipado… pensá que estoy hablando de hace más de treinta años. En ese contexto era imposible imaginarse una nena trans. Me sacaba buenas notas en expresión oral y escrita: en eso me destacaba. Esas aptitudes no fueron impulsadas y motivadas por nadie. Mi padre es de Misiones y mi madre de Salta: ninguno de ellos tuvo la posibilidad de hacer una carrera. Ni siquiera terminaron el secundario. No tenían las herramientas para apoyarme o estimularme y eso es lo que más me faltó. Tuvieron una crianza severa, de campo, y orígenes estructurados. Pero los valores de trabajo, respeto hacia el otro, de ser consciente de que me puedo equivocar, que me enseñaron mis padres no los negocio.

 

¿Tenés claro el punto inicial de tu carrera profesional?

Sí, a los doce años se me ocurrió grabar un saludo para el Día de la Madre en un cassette que había comprado mi mamá. Junto a mis dos hermanos menores le hicimos un saludo cortito. Todo muy rústico. Esto fue en el año 91 o 92. En ese tiempo algo pasaba por mi cabeza, por mis deseos. Ya entrando a la adolescencia escuchaba mucha radio. En el 93 mi mamá me regaló un centro musical y para mí era como la NASA, comparado con el grabador anterior. Es ahí que me grababa, jugaba a hacer radio, presentar temas, publicidades, un musical, a veces, hasta sin micrófono. En ese momento iba más por la parte artística y la publicidad, pero todo esto se me ocurría sin una referencia cercana o familiar. Creo importante el hecho de jugar a lo que me gustaba. Me escondía porque aún no era Diana y mi voz era atípica para la de un varón. En tercero y cuarto año de secundaría jugaba a hacer las voces de las locutoras de Cadena 100. Todas esas locutoras me inspiraban y con mis compañeros jugábamos a hacer publicidades. Pero tenía mucho temor a desenvolverme libremente por el miedo al rechazo, todavía era un chico que iba al secundario: ni pensaba que iba a ser una locutora y mujer trans.

¿A qué edad comienza tu autopercepción como mujer trans?

Fue a los 18 años. En ese momento no pensaba en estudiar porque en mi cabeza tenía el tema de mi identidad de género que se estaba construyendo y tomando forma física. Por eso se pospuso mi sueño: de hecho, lo había desechado. A los 21 años tuve mi primer trabajo en una cadena de peluquerías muy grande. Sabía que las mujeres trans somos discriminadas y como opciones de trabajo tenemos la prostitución. Por suerte mi viejo no me echó a la calle y tener techo y comida ya me cambiaba la vida…mirá lo que te estoy diciendo. Es que en muchas provincias del país se da con frecuencia que las mujeres trans son expulsadas de sus casas. Se vienen a las grandes ciudades y sufren en la calle por su condición de género.

 

¿Pensaste en la opción de la prostitución?

Sí. Ya pensaba en este fantasma de la calle. Eso fue hace más de 20 años. No había leyes de igualdad de género, no había cupo laboral trans, ni matrimonio igualitario ganados gracias al activismo y la militancia. La calle nos ronda a las mujeres trans, pero un amigo me dijo, “Yo estudio para colorista, ¿Por qué no probás?”. Por los consejos de este amigo, estudié para asistente en peluquerías. Lavaba la cabeza a las clientas. Pero, en realidad, no quería trabajar en peluquerías. Sentía que no era lo mío. En ese momento se venía dando una maduración mental en mí y, como digo siempre, “Los tiempos tienen sus tiempos”. Cada tiempo marca algo y tiene una coyuntura alrededor; pasan cosas que se tienen que vivir y hay que crecer. A esa edad no tenía ni las herramientas psíquicas ni emocionales para poder decir “Voy al ISER aunque me rechacen”.

 

¿Cómo es que decidís estudiar locución en el ISER?

Finalizando el secundario escuché sobre el instituto pero empecé a estudiar a los 32 años. Se decía que los aspirantes eran muchos y sólo había un cupo de cerca de 60 personas por año. Encima yo con mis temas de identidad, pensaba que sería imposible. Pero atravesé distintos cambios y ya de más grande empecé con el instituto.

¿Qué pensás de los derechos de género adquiridos?

Los tenemos ganados gracias al activismo y la militancia en coordinación y articulación con la política. Se fue dando así porque nuestro colectivo LGTB o Comunidad trans entendió que el camino era por ese lado: unirnos de manera colectiva y articular con el estamento político. Ahí se empezaron a lograr las leyes y no creo que nos hayan regalado nada. Fue militado, trabajado y por eso no le atribuyo a ningún gobierno. Un grupo político apoyó más que otro, eso sin duda, pero la militancia viene desde los años 70 y 80, por mujeres trans que dieron la vida al alzar la voz por nuestros derechos; y eso no se puede negar.

 

¿Creés que ha sido estigmatizada la comunidad trans?

Quien lea nuestra historia LGTB sabrá que el primero en alzar la voz por los derechos de nuestra comunidad fue Carlos Jáuregui, el primer presidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) entre 1984 y 1987. Esta etapa está muy vinculada a los derechos de las personas con HIV. En ese tiempo estaba muy asociado con nuestra comunidad. Si no se hubiese alzado la voz para pelear porque había injusticias y desigualdades no se hubiesen abierto los caminos y hoy nos incorporamos nuevos y nuevas referentes. También nos estigmatizan con que somos anti-familia. Yo no me considero de esa manera. Creo que a veces tengo más valores que alguien heterosexual que discrimina. La miseria está en el ser humano, no en el género o una orientación sexual.

 

¿Qué pensas en relación a los medios y la televisión?

Este ambiente, a veces, no es tan simple. El paisaje se vuelve un poco turbio y difícil. Hay bemoles en el ambiente de la comunicación, porque se entrecruzan energías, complejidades internas del trabajo y la política. Hay normativas, hay sindicatos, decisiones, formas de proceder, caracteres que se cruzan, convenios; entonces, hay una serie de cosas que hace que tu vida laboral se desarrolle de una manera u otra. No es lo mismo trabajar en medios privados que en medios públicos. No he trabajado para medios privados, pero sí conozco muchos colegas y sé que la forma de trabajar en un ambiente privado suele ser más difícil porque se manejan con otros procederes. Quizás hay más abuso por parte de las patronales o empresas más grandes. Colegas periodistas que dicen: “Me conviene no hablar porque compromete mi trabajo y me castigan, me frizan, me apagan y dejan en una oficina”. Estas cosas todavía siguen pasando. Sigue habiendo maltrato laboral y qué decir de los micromaltratos que se van sumando y te tiran más para abajo que para adelante como trabajador.

Me parece que hay una parte del periodismo que tiene una deuda con la sociedad porque está alejado de lo que realmente le está pasando a la gente. Es un desafío y una interpelación interna porque se percibe que hablamos desde un escritorio y creemos que el universo social pasa por ese microclima.

Diana Zurco

Considerando que hace poco fueron las elecciones, ¿cómo ves el resultado de las PASO?

Pienso que la cabeza social que hace que voten a un candidato que trae un discurso de odio, de negacionismo, de bajar una agenda de derechos ganados, no es casual. Está más allá de la coyuntura económica o de que hubo un voto castigo; es el reflejo de un hartazgo, una desilusión con la clase dirigente política. Ahora hay una reflexión, un llamado a la conciencia sobre por qué atrapa un discurso que trae toda esta visión de recortar derechos adquiridos. Creo que debemos proponernos mirar más desde la empatía y qué le sucede al otro que tenemos en el entorno. Ver las carencias y fallas sociales como la inseguridad, la inflación, la economía, el odio, la intolerancia. Hablo de los medios. Tenemos que ver quienes nos hablan y desde dónde nos hablan. Hay que poner en práctica la observación crítica de qué es lo que viene de uno y qué nos metieron de manera arbitraria.

 

En relación al contexto que se está viviendo ¿qué pensás sobre el periodismo actual?

El periodismo desde hace un tiempo no intenta ser parte de las soluciones. Me parece que hay una parte del periodismo que tiene una deuda con la sociedad porque está alejado de lo que realmente le está pasando a la gente. Es un desafío y una interpelación interna porque se percibe, se ve esto de trabajar en un microclima donde hablamos desde un escritorio, desde un estudio de televisión, con un micrófono o una cámara y creemos que el universo social pasa por ese microclima. Eso se ve en la charla de la gente. No es de ahora este periodismo guiado por intereses más que por un ejercicio de la profesión. Me parece que hay que retomar ese rumbo de un periodismo con responsabilidad, de soluciones, de construcción social; que comunique lo menos contaminado posible. Desde ese lado miro el periodismo. El desafío está en si comunicamos para la sociedad o si el periodismo busca congraciarse con el poder.  

 

A los jóvenes que se sienten sin metas, sin proyectos, ¿qué le dirías?

Que yo en un momento también estuve abatida por la depresión y hasta pensé que el camino era pasar a otro plano. Pero un día dije: “Tengo estos sueños, tengo estos componentes, estas pequeñas herramientas cerca de mí y, ¿si me animo?”. Y así fue. Pero mi fuerza de carácter y de personalidad no tienen por qué ser la de todos. Quizás podemos ser fuente de inspiración y llevar una palabra de ayuda. Hablo desde ese lugar, después cada uno tiene que hacer su camino. Si una persona tiene la pierna lastimada, puedo ayudarlo, pero no puedo caminar por esa persona. En todo caso les diría que nunca abandonen sus sueños y, si pueden, que busquen ayuda o referencias para saber si con eso pueden hacer algo. Mi fe y esperanza está en los jóvenes y se interesan por causas justas. Para que se den los cambios, hay que militar, activar y alzar la voz. Falta mucho por aprender.

«El treinta por ciento de los locutores está debajo del límite de la pobreza»

«El treinta por ciento de los locutores está debajo del límite de la pobreza»

Las voces de los medios se encuentran en conflicto con las radiodifusoras y exigen aumento salarial. Además, existe preocupación por el reemplazo de profesionales por programas de inteligencia artificial.          

Están en la radio, en la televisión, detrás de una publicidad pero, en general, no los conocemos. A veces, ni siquiera le vemos las caras. La locución tiene mayor reconocimiento en la radio, pero allí también se alzan reclamos para que la profesión sea respetada como corresponde. El Sindicato Argentino de Locutores y Comunicadores (SALCo) viene pidiendo desde hace tiempo una recomposición salarial, incluso con medidas de fuerza. “La paritaria de ARPA (Asociación de Radiodifusoras Privadas Argentinas) todavía sigue estando dura, los empresarios privados no quieren dar rienda suelta”, dice Fernando Costa, locutor institucional en la Televisión Pública que también trabaja en la radio digital Conexión Abierta. Hace 32 años que desarrolla el oficio, marcado a fuego por su padre, y hoy su hijo continúa la dinastía familiar.

SALCo lleva adelante el reclamo junto con una intersindical, donde se encuentran el Sindicato Único de Trabajadores Espectáculo Público (SUTEP) y la Asociación Argentina de Trabajadores de las Comunicaciones (ATRAC), que nuclea a los operadores, más algunos gremios de prensa.

“ARPA no quiere dar los aumentos y entonces deja al trabajador en condiciones paupérrimas. Los medios siguen esa política, a pesar a pesar de que algunos compran y venden medios o quiebran y los trabajadores continúan su labor por su vocación para sostenerlos”, relata Costa, secretario de Profesionalidad e integrante de la Comisión Directiva nacional y secretario de Acción Social del sindicato.

Hay entre 10 mil y 14 mil locutores activos, muchos cobran en negro, algunos son independientes pero están afiliados al gremio con una cuota de 660 pesos. El salario básico de un locutor es de alrededor de 120 mil pesos, muy por debajo de la canasta básica que ya supera los 200.000 pesos. El rango de categoría se compone de seis escalas, “A es la principal, imaginate, un pueblito en La Rioja, que se cobra en la categoría “F”, no llega a los 100 mil pesos. Entonces, el 30 por ciento de los locutores está bajo el límite de la pobreza. El profesional que tiene formación académica, que consigue un puesto en blanco, con todos los descuentos cobra muy por debajo de la canasta básica”, describe Costa.

Otro tema de conflicto está vinculado con la situación de los empresarios del entretenimiento y de otros sectores que fueron comprando emisoras emblemáticas en los últimos años, pero no reconocen las deudas contraídas por las gestiones anteriores. Es el caso de Radio Rivadavia y de Radio Del Plata. Costa recuerda la deuda que esas emisoras tienen con el SALCo y lo que plantean: “Nos dicen: ‘Les pago a ustedes o se lo doy a los trabajadores’».

Voces que no son humanas

Un tema en auge que afecta a la profesión es el uso de la inteligencia artificial (IA). “Estamos en contra de la mal llamada ‘inteligencia artificial’ porque si está programada por alguien, no es inteligente, y repudiamos todo formato que quite puestos de trabajo”, enfatiza Costa. “Promovemos los puestos para personas humanas, creemos en que hay que respetar las condiciones dignas de trabajo, así como las normativas vigentes en Argentina, que son muchas, no así en el resto de América Latina y el mundo. Somos uno de los pocos países con un sindicato declarado y reconocido por el Ministerio de Trabajo de la Nación, por la Ley de Medios. Dentro de ese marco, tenemos la protección de poder reclamar que se defienda y proteja el trabajo del comunicador y del locutor, y repudiamos todo lo que nos quite trabajo real”.

La polémica también gira en torno a los derechos de uso, ya que la IA utiliza una base de datos de creaciones hechas para generar patrones sin permiso y de forma gratuita. “La voz del hombre no se puede reemplazar por una máquina, y esto le está quitando trabajo a cantantes, actores, actores de doblaje, músicos, artistas plásticos, porque toman parte de su obra, crean algo nuevo y no pagan derechos de autor, ni de uso, tampoco los derechos de originalidad de la voz, entonces se vuelve en contra”.

Desde el sindicato y las multisectoriales del rubro audiovisual, se están interiorizando con expertos en la materia y del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, evaluando de qué manera se pueden reglamentar las normativas de uso cuidando los puestos de trabajo ante el advenimiento de esta tecnología.

Un asunto adicional es la aparición de plataformas digitales, como LuzuTV o República Z, entre otras, que transmiten vía web en un estudio de radio, con presencia de conductores y operadores, pero no de locutores. “El soporte que se use, independientemente de la tecnología, hace que no se pierda el espíritu de radio”, opina Costa. El Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM), al no poder actuar sobre un formato que incorpore Internet, no puede regular. La convivencia, según Costa, es lo mejor.

 

Doblajistas y publicidad

La profesión de doblajista es un mundo totalmente aparte, ya que gana mucho menos que un locutor y trabaja de forma independiente. Para lograr un ingreso digno tiene que hacer varios doblajes paralelos y si es una participación protagónica se rige por un convenio con la Asociación Argentina de Actores (AAA) a través de normas internacionales, puesto que el locutor también es actor de doblaje, a pesar de que hay actores y cantantes que incursionan en la tarea.

A su vez, la locución publicitaria es una rama fundamental que está presente en nuestras vidas al encender el televisor, escuchando radio o viendo un video y que se interrumpa por un aviso. Se rige por un convenio entre la Asociación Argentina de Agencias de Publicidad (AAAP), la Cámara de Anunciantes y el Ministerio de Trabajo. “Cuando viene alguna agencia y se jactan de lo maravillosos que son, los premios que ganaron, cuando empiezan a regatear el tema de las tarifas y los precios les decís: ‘¿Cómo le vas a poner precio a mi trabajo?’. ¿Cómo vas a tirar abajo tu laburo? ¡Ponete un parripollo! Tenés que enseñar a pagar a los trabajadores, el locutor tiene un precio y está en el costo de producción. La esencia está en el locutor que es el que vende el producto”, sostiene Costa.

 

El día a día

El staff mínimo que requiere una emisora de radio son diez locutores, y legalmente tiene que haber uno por turno, tanto comercial como informativo. Antes el número era mayor, pero con la incorporación de periodistas, actores y celebrities, se redujo al mínimo e indispensable para estar en el aire. La sigla de la radio debe ser hecha por un profesional habilitado, que además es el único apto para decir las marcas y leer el boletín de noticias.

Cuando un locutor recién egresa, algunos institutos enseñan a armar un demo y hay que golpear la puerta del medio para darse a conocer. En la actualidad, muchos se dedican al trabajo independiente, porque hay buena remuneración por una campaña de radio. “Pero tienen que hacer un home studio para que pueda servir el material y ganar un concurso o un casting, sino tenés que salir a patear a las emisoras de radio, televisión y cable”, señala Costa, para quien “el bagaje que tiene cada persona va a hacer que conquiste un laburo o no”.

Sobre el sentido de la locución, Costa reflexiona: “Para mí es muy profundo, porque mi padre, mi hijo y yo somos locutores. Somos tres generaciones vivas de profesionales, nos recibimos en el ISER y seguimos activos. Mi padre en la ciudad de Luján despunta el vicio después de haber recorrido todos los medios grandes. Imaginate, para mí atraviesa toda mi historia, desde muy cachorro, ver a los más grandes de la radio y la televisión, crecer mirándolos y aprender, enamorarme del medio, después trabajar con muchos de ellos en este camino y que mis hijos hayan elegido uno la locución y otro la producción y dirección de televisión, significa que algo han heredado de esta pasión por la comunicación. En lo profesional, hace que uno se meta en el sindicato y defienda todo, por los que nos precedieron, por lo que estamos transitando, por los que vienen y por los que se están formando. Mientras, tengamos el corazón que lata vamos a querer y defender la profesión con mucho orgullo”.

Su atención por favor…

Su atención por favor…

Los argentinos pasan cuatro horas diarias, en promedio, frente a una pantalla. ¿Cómo impactan las nuevas plataformas y formas de producción en la concentración de los espectadores y en el consumo del cine y las series?  

Según una nota de Carolina Liponetzky publicada en Ámbito Financiero, Argentina se ubica como el mayor consumidor de pantallas en Latinoamérica: cuatro horas diarias p or persona. Nuestro país históricamente estuvo muy vinculado al cine y la televisión. Con la llegada de las redes sociales y las plataformas comenzaron a aparecer cambios en los hábitos de consumo ligados a estas prácticas y estás, a su vez, generaron otros efectos.

Por ejemplo, cada vez cuesta más permanecer concentrado por un largo tiempo. No nos hace ruido atracarnos en una tarde con una temporada entera de alguna serie pero luego nos resulta difícil terminar una película de corrido, sin cortes ni pausas. Nos acostumbramos a la inmediatez, a la brevedad y el bombardeo constante de estímulos. ¿Por qué sucede esto? ¿Las plataformas influyen en nuestros hábitos de consumo o son nuestros hábitos los que determinan el funcionamiento de las plataformas y el tipo de contenido que producen? Para Carolina Duek, investigadora del CONICET y docente de la UBA, son las dos cosas: “Hay un cambio en la forma de producción de contenidos y un cambio en la forma del consumo de ese contenido”, afirma en declaraciones a ANCCOM.

La investigadora refiere a una especie de triángulo de las Bermudas que tiene que ver con una modificación de la estructura de los programas y las series, de las plataformas, y en consecuencia de los hábitos de consumo. Esto puede verse, por ejemplo, en cómo las miniseries han ganado terreno sobre las series más largas: “Hay algo vinculado con el tiempo que dura un contenido que se empieza a valorar. Las últimas producciones grandes que están ahora en el top diez de Netflix son series de cuatro a seis capítulos. Hay una modificación del tiempo total de consumo, pero a la vez hay una modificación del hábito de consumo que se intercepta con esto”. En 2020, la plataforma incluyó un elemento ya presente en YouTube: la posibilidad de modificar la velocidad de reproducción de sus contenidos, un claro ejemplo del rol que se da al tiempo de que se consume. Pero no es lo único: “Antes tardaba quince segundos en arrancar el capítulo siguiente, ahora tarda cinco. Te distrajiste dos minutos, tomaste un vaso de agua y ya está el otro capítulo. Y uno dice ‘Bueno, ya está, lo veo’”, ejemplifica Duek. Además, los hábitos también se generan a partir de las características del contenido en sí: “Desde los guiones y la edición está todo estructurado para que vos te quedes con ganas de poner inmediatamente el capítulo siguiente”.

Qué hay de nuevo viejo

 Por supuesto que no hay nada nuevo en esto: “La estandarización, la repetición, la serialización, la previsibilidad; son todos recursos que siempre tuvo la industria cultural”, explica la docente. La novedad surge por otro lado: “Hay una valoración de la unidad mínima más corta, aunque el tiempo total de exposición sea el mismo. Prefiero cuatro capítulos de cuarenta minutos antes que una película de dos horas y media. Esto tiene que ver con cuánto tiempo estamos entrenados y dispuestos hoy a prestar atención a un argumento que empieza y termina. Si uno quiere una audiencia masiva necesita productos más o menos cortos y fragmentarios”.

Respecto al rol del algoritmo en lo que consumimos y por cuánto tiempo lo hacemos, Duek considera que la programación misma de la plataforma recomienda e insiste para que uno se incline por ciertos contenidos: “Ninguna plataforma es neutral. La construcción de agenda no es solamente a quién votar, también es de qué vamos a hablar y qué vamos a pensar”.

A su vez, la docente sostiene que para entender por qué las personas ven las cosas que ven, el ocultamiento de la información de los portales de streaming es clave: “Acceder a los datos de consumo de las plataformas es imposible. Netflix dice que la película más vista es tal y la película más vista es esa. ¿Qué datos lo sostienen? Es una cuestión de elegir creer.”

Durante la pandemia, hubo un momento donde las plataformas tomaron un gran protagonismo, pero este año las suscripciones de Netflix fueron muy inestables y desde la empresa evalúan la posibilidad de introducir publicidades para hacer el servicio más rentable. Solo en el segundo trimestre de 2022, el gigante del streaming perdió 970.000 suscriptores, según informó la compañía. Con algunos estrenos de peso, como la cuarta temporada de Stranger Things o la serie de Jeffrey Dahmer, su audiencia logró recomponerse, pero los números dejaron en evidencia la volatilidad del sector. Para la docente, esto se explica en que “los hábitos de consumo culturales son siempre dinámicos y cambiantes”, lo cual agrega complejidad a su estudio.

Sin embargo, sin importar sus aumentos y recaídas, hay sedimentos de esos consumos de plataformas que van más allá de lo televisivo y las pantallas: “El diario claramente tuvo que reacondicionarse. Hubo un acortamiento de las notas y una predominancia de lo espectacular por sobre otra cosa. En el teatro empiezan a surgir fenómenos como el microteatro, que ves tres o cuatro obras cortitas. Aparecen libros muy cortos para leer en una sentada. Todo se sigue editando para apostar al consumo masivo, donde también hubo una transformación en los tiempos de atención”. Por supuesto que esto después repercute en la convivencia con actividades que requieren otro tipo de concentración: “Cada vez es más difícil estudiar, leer o pensar en un tiempo distinto al acelerado de las plataformas. Lo veo como docente y como investigadora”. A partir de allí, surge la pregunta de qué tan sostenibles son estas prácticas en el tiempo y cuáles son las alternativas.

¿Otro camino es posible?

 Marcelo Schapces dirige Contar, una plataforma de contenidos públicos creada para difundir las producciones del Estado y de sus entes vinculados que no sean específicamente cine, ya que eso es jurisdicción de su prima hermana CINE.AR que pertenece al INCAA. Entre sus contenidos se buscan destacar aquellos relacionados a la actualidad o a determinadas efemérides, por ejemplo, numerosas series sobre el Mundial y sus personalidades, o anteriormente, acerca de las Madres de Plaza de Mayo, tras la muerte de Hebe de Bonafini. Schapces también destaca una producción propia de Contar llamada Nadie es inocente, un podcast complementado con secuencias audiovisuales sobre cuentos policiales de autoras mujeres.

 “Históricamente, Argentina siempre fue un gran consumidor de series con muy buena repercusión en el formato de la telenovela, el cual había que seguir, en muchísimos, casos diariamente. Entonces, creo que el hábito para seguir contenidos ya estaba de alguna manera en la genética de los consumidores de este país. Lo que sucedió con las plataformas es que rápidamente consiguieron instalarse y cambiar el paradigma de la forma de visualización de películas. Ahora ya no se habla de cine, se habla de contenidos audiovisuales. El otro gran cambio importante es que en función del rápido crecimiento, lo que era una plataforma de visualización se transformó de pronto también en productora de contenidos, algo prohibido en el cine por las leyes antimonopólicas de Estados Unidos”, considera el cineasta. Esta conjunción entre producción y difusión facilita que las empresas desarrollen estos hábitos de consumo en sus usuarios.

Para Schapces, “las plataformas han sabido sintonizar bien con lo que está sucediendo con las redes sociales y las formas en que ven contenidos la última porción de los millennials y los centennials. El marketing, el algoritmo y las métricas son centrales, pero también la sociedad va adoptando determinadas formas de acceder a las cosas y eso interactúa permanentemente con un mecanismo comercial que las detecta y convierte en una forma de ofrecer sus productos”. El director observa, al igual que Duek, “una incitación permanente a consumir cada vez más, cada vez más rápido y cada vez más corto”.

Por su parte, afirma que en Contar no ocurre eso porque se busca que haya narrativas ordenadas o sostenidas en un sistema de comprensión y de conocimiento, si se quiere, un poco más clásico, pero que entienden que es mucho más efectivo. Esto es posible porque la plataforma es gratuita, no tiene publicidad y no se rige por la lógica del rating y el mercado. Sin embargo, uno se cuestiona qué tanto éxito puede tener una propuesta tan diferente a lo que el público masivo está acostumbrado. ¿Cómo competir contra un mecanismo gigantesco que mueve millones de dólares al año? ¿Cómo hacer series y películas que logren atraer a la audiencia sin adoptar estas formas? Schapces entiende que ir contra los hábitos de consumo masivos es muy difícil, pero no por eso hay que dejar de intentarlo: “Van a ganar igual, pero lo que nosotros tenemos que hacer es difundir lo más posible lo que hace el Estado, sobre todo cuando lo hace bien y tratar de interactuar de esa manera. Canales como Encuentro o Paka Paka hace 20 años eran impensables y, sin embargo, hoy son parte del sistema educativo. Difundiendo, sosteniendo y haciéndolo con calidad es posible ‘dar la batalla’ o buscar ocupar un lugar para poder dar la discusión sobre las ideas, sobre lo que el Estado puede elaborar y ofrecer a la ciudadanía”.

Nuestros hábitos y nuestros marcos de atención se han modificado, es una realidad. Las consecuencias se extienden más allá de lo que parece a primera vista, desde los pasatiempos que practicamos en los tiempos de ocio hasta el estudio o el trabajo. Por más que resulte un tanto utópico, o quizás ingenuo, resulta fundamental pensar en una dieta cultural variada que incluya contenidos que puedan llegar a ser positivos para nuestro día sin dejar de prestar atención a la forma en que los consumimos.

Como futbolista, resultó un gran escritor

Como futbolista, resultó un gran escritor

¿Qué pasaría si el bebé destinado a ser Superman cayera en un terreno baldío de Isidro Casanova? Con esa consigna nace Kryptonita, un libro que relata cómo, en la madrugada del 29 de junio de 2009, una banda de criminales llega al hospital Paroissien y se atrinchera para salvar a Nafta Súper, líder del grupo. “Me contrataron por una nueva novela y me dijeron que tenía que poner en el contrato aunque sea de qué iba a tratar. Y yo, la verdad, que más en broma que otra cosa les dije: ‘De un Superman matancero’”, explica Leonardo Oyola.

Oyola nació en 1973 y se crió en el oeste de Gran Buenos Aires, al igual que Nafta Super y el resto de la banda. Colabora en la edición argentina del mensuario Rolling Stone y en la revista Orsai, donde entregó bimestralmente durante 2012 el folletín Cruz/Diablo. Además de Kryptonita, lleva publicadas otras siete novelas: Santería, Sacrificio, Siete & el Tigre Harapiento, Hacé que la noche venga, Bolonqui, Gólgota y Chamamé.

Debido al éxito de Kryptonita y de su adaptación cinematográfica dirigida por Nicanor Loreti, el escritor recibió varias propuestas para continuar la historia. Nafta Súper, del mismo director, será una serie de ocho capítulos que se emitirá a partir del miércoles 16 de noviembre por Space y contará por qué, diez meses después del episodio en el Paroissien, vuelve Nafta Súper al barrio, por qué se vuelve a juntar la banda.

¿Cómo surgió la idea de Kryptonita?

Estaba promocionando otro libro mío, Santería, con Juan Sasturain, director de esa colección. Nos citaron mal en la Rock and Pop, una hora antes de la que teníamos que estar, entonces hicimo tiempo en el bar de la esquina. Ahí, charlando de cualquier cosa, él me contó de los elseworlds o what if, que trasladan un personaje conocido popularmente a otra realidad. Me habló sobre un Batman que le gustaba mucho, que lo habían trasladado a la época de los corsarios, de los piratas, y que respiraba no solo el personaje Batman sino también mucho de Emilio Salgari y Sandokán. También me contó de Hijo Rojo, una historieta en la que el bebé que iba a ser Superman, en lugar de caer en Estados Unidos, caía en la Unión Soviética y, por ende, se convertía en un ícono comunista. De hecho, el mundo se volvía comunista por él. Y bueno, la idea me gustó. Justo me contrató una editorial grande para escribir una nueva novela y me dijeron que tenía que poner en el contrato aunque sea de qué iba. Y yo, la verdad, que más en broma que otra cosa le dije: ‘De un Superman matancero’. Y les encantó. El bebé que estaba destinado a ser Superman, en lugar de caer en Estados Unidos, cae en un terreno baldío en Casanova y se cría en el barrio donde crecí yo. Estaba contento porque era la primera vez que acá me pagaban una plata muy importante por una novela –había tenido esa suerte solo en España–, pero cuando me puse a escribir no le encontraba el tono, no servía lo que quería hacer. Entonces me di cuenta que tenía que leer muchas historietas, involucrarme un poco más en el personaje. Pasaron tres años hasta que hice el primer borrador y la pude entregar.

foto del escritor

“Me contrataron por una nueva novela y me dijeron que tenía que poner aunque sea un timeline, de qué iba. Y yo, la verdad, que más en broma que otra cosa le dije: ‘de un Superman matancero».

¿Cómo decidiste situar la historia en el Hospital Paroissien?

En el medio de esos tres años fueron pasando cosas que determinaron el escenario. Una amiga muy cercana decidió quitarse la vida y se pegó un tiro con un calibre chico, entonces tuvo cuatro días de agonía hasta que finalmente falleció. Esos días estuvimos todos de vigilia, haciéndole el aguante en el Paroissien, y me volvieron muchas historias, porque es el hospital de mi lugar. Mis viejos toda la vida trabajaron en negro, no teníamos obra social, y cualquier cosa que nos pasaba nos atendíamos ahí. Y bueno, en ese momento decidí que la novela se iba a situar en el Paroissien y que Nafta Súper iba a llegar malherido. Y lo que me pareció interesante, al lado de otros libros que ya había escrito, fue poner al médico como narrador principal. Quería jugar por un lado con eso y, por otro lado, con las voces polifónicas. Aparentemente el narrador principal es el Tordo, pero después van apareciendo los otros personajes, los otros héroes contando la historia de Nafta Súper.

El Tordo es un “nochero” que pasa cuatro días sin dormir pagado por los médicos titulares para que cubra sus guardias. ¿Te enteraste de este tipo de prácticas durante los días que estuviste en el Paroissien?

Algo ya sabía porque me habían comentado, pero ahí lo terminé corroborando. Tenía un conocido que estaba laburando en el hospital y nos reconoció. Le contamos con quién estábamos y pasamos varios días con él. Le pregunté por los nocheros, si era un mito o si era realidad. Y me contó: era realidad, lamentablemente.

Al principio la novela estaba basada solo en Nafta Súper,  ¿cómo decidiste incluir a la Liga de la Justicia?

La primera versión que escribí se volvía involuntariamente una parodia, tanto de los superhéroes como de La Matanza, y yo no quería que pasara eso, sobre todo con La Matanza. Me daba cuenta que me estaba metiendo con algo que no quería criticar. Lo poco que había leído de historietas hasta el momento me había parecido muy bueno, muy fascinante, entonces no me quería burlar ni a palos. Además de la tragedia de mi amiga me pasó otra cosa, que yo también digo que fue una tragedia personal –en broma– y es que no salía Lost, la serie. No lo hacía porque por primera vez hicieron huelga los guionistas, y ahí es que la mayoría de las series pasaron de tener 24 episodios por temporada a 13 –y ahora los reducen más todavía, porque se dan cuenta que los escritores tienen un control muy grande. Entonces leí una nota increíble, del periodista Marcelo Stiletano, que hablaba en ese momento de lo que estamos viviendo ahora: el advenimiento de la era dorada de la serie. Decía que a lo que más se le daba importancia era a las historias, y que entonces todo lo que estaba flojo en el cine iba a interesar para la televisión y que actores y directores que estaban acostumbrados a trabajar en el cine pasarían a la TV. Fue muy visionario Stiletano. Pero lo básico que contaba él era que antes, sobre todo en las series de los 70 y los 80, todo pasaba por la estrella. Cuando la estrella quería un aumento y no se lo daban, no se presentaba al set de filmación. ¿Entonces qué pasaba? Como el capítulo semanal se tenía que emitir igual, se hacían refritos: esos son los famosos capítulos en los que los protagonistas son los personajes secundarios de la serie y, por lo general, evocan recuerdos, hay flashbacks. Utilizan escenas del personaje principal, que no vino a grabar, de otros capítulos. Decían que el recurso más fácil, y el más repetido para las series policiales, era juntar a todos en la comisaría y que viniera el jefe y dijera “acaban de herir a tal personaje”. Corte: todos en el hospital  esperando que salga de la operación y diciendo “él es duro, va a aguantar, porque ¿te acordás aquella vez que peleamos contra tal?”. Y yo pensé: `¡Eso está buenísimo!` Ahí hay una forma de narrar, de contar a un ausente. Entonces me di cuenta que quería usar lo del hospital porque era muy vívido lo que estaba pasando ahí, con esta conocida, y que estaba bueno que arranque con el doctor, pero que los que terminen contando sean ellos, los personajes de la Liga de la Justicia. En ese momento yo venía mirando los dibujitos animados de Cartoon Network con mi nene, entonces agarré y empecé con eso. Después me di cuenta que el Ráfaga tenía que ser el que contara la cosa más zafada, o más idealista de Nafta; que Federico tenía que ser el más terrenal; y que Lady Dy lo contara como lo que es, una mujer enamorada. Y no solo como una mujer enamorada, sino como alguien que quiere mucho a la otra persona, como hablarías vos de un amigo o de alguien que querés un montón, que incluso cuando estás contando los defectos hasta lo apañás, por ese amor que le tenés. Entonces me pareció interesante contarlo a él desde esos tres puntos de vista, y que el narrador que aparentemente era el principal hasta ese momento pasara a ser testigo junto con los lectores.

Kryptonita tiene doble lectura, una realista y otra más fantástica. ¿Cómo hiciste ese balance?

Eso tenía que ver mucho con mi pareja. Ella te pregunta “¿Superman es el que vuela, no?”. Entonces uno dice listo, ya está, está genial que ella pueda leer tranquila, seguir toda la historia y que aunque no enganche ninguna referencia de las historietas no se quede fuera de la fiesta. Hay algo que a mí no me salió, y me hago cargo. Mi intención en Kryptonita era que el lector tomara postura. O son todos delirios de un médico drogado, que lleva cuatro días sin dormir y experimenta alucinaciones, o son superhéroes. Y la verdad es que todos se tiraron para el lado de que eran superhéroes. Porque me parece que, en el fondo, como es una propuesta de ficción, todo lo que queremos creer es en lo mejor, en lo que no va a ser ordinario. En el aspecto realista, la gran victoria que tiene la novela son los vínculos entre ellos, la amistad. Eso, sean superhéroes o no, es algo que me parece muy reconocible en todos.

Esa amistad es la que salva a Nafta Súper y al resto de la banda. ¿Cómo ves que se dan este tipo de vínculos en el lugar donde creciste?

Es muy difícil el tema de criarte en ambientes así. En alguna cosa, aunque sea menor, terminás incurriendo en lo que se conoce como laburo por izquierda. Porque la calle tira, hay mucha injusticia, y dan ganas de romper con ciertas normas. En ese aspecto son muy importantes los amigos, porque primero te van a mostrar todos los otros caminos para que no sigas ese; y si no, te va a acompañar en las malas. Son elecciones de vida y me parece que ellos, en el fondo, si pudieran hacer otra cosa la harían.

Kryptonita cuestiona los estereotipos e inscribe a los personajes en la trama social de la que son parte…

Se estigmatiza mucho, y es muy fácil enseguida marcar al pobre. Eso no pasa solo hoy, es en general. Creo que se acentuó muchísimo más durante la dictadura, cuando se invisibilizaron las villas. Cuando tapas algo, estás negando un problema. Y el mayor problema que había en ese momento y que sigue hasta ahora, además de las privaciones de derechos humanos, es el crecimiento absoluto de los extremos de pobreza que hay en el país, que son tremendos.

Lady Di también problematiza las estigmatizaciones, ¿cómo construiste su personaje?

Me basé en personas conocidas. Pensé en aquellas que para mí fueron muy valientes en su momento, porque eligieron una identidad. Ahora no digo que sea fácil, porque eso siempre va a ser muy movilizante, pero el contexto social actual ayuda muchísimo para alentar a la elección. A mediados de los 80, con la vuelta de la democracia pero con la todavía fuerte presencia militar, era muy duro. Tenemos que pensar que hasta casi finales de los ochenta, en nuestro país al sida se le decía “la peste rosa”. Había un error de información tremendo, ya que se decía que solo a los homosexuales les podía agarrar. Y era terrible, nada que ver. Entonces me parece que lo más interesante que tiene Lady Di, que la convierte en una verdadera heroína, es cuando ella descubre su identidad, la adopta, está orgullosa y feliz, en un ambiente que de por sí era hostil. Pero no solamente porque era La Matanza en los ochenta, sino porque el país era así.

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«Mi intención en Kryptonita era que el lector tomara postura. O son todos delirios de un médico inmaculadamente drogado cuatro días sin dormir y que está experimentando alucinaciones, o son superhéroes».

En el principio del libro, un chico gravemente herido llega al hospital y lo dejan morir, ¿ese episodio está basado en alguien de tu barrio?

Si, y lo digo con nombre y apellido. Es Lucas Navarro, el orejón. Lo lincharon en Los Pinos. Quise poner esa historia porque yo me considero un hijo orgulloso del barrio Los Pinos, pero creo que tenemos una deshonra enorme que es que ahí se linchó, y eso bajo ningún punto de vista se hace. Dividió muchísimo a toda una generación, porque padres de compañeros de él de la escuela lo lincharon. La mayoría de los profesores renunciaron, la noviecita de él y parte de los chicos se enfrentaron con sus compañeros por lo que pasó. Fue algo terrible. Parece que es una noticia de un día en la agenda policial de cualquier noticiero, pero son cosas que quedan para siempre. El barrio no se olvida de lo que pasó, pero el resto del mundo sí. Entonces para mí era una manera de decir: “No nos olvidemos que esto pasó y fue terrible. Que no se repita”. Lamentablemente, con intervención policial mucho más directa, después terminaron pasando otras cosas terribles, como lo de Luciano Arruga, el Tonchi, y muchos otros pibes.

Una escena que condensa la exclusión y la invisibilización de la pobreza es aquella en que la madre de Nafta Súper le dice en su niñez: “Las calles acá son de tierra, hijo. Por eso no puede venir a tomar la leche Carozo con nosotros”…

Eso fue muy loco, porque me parecía que contar algo de cuando eran chicos era una manera de humanizarlos. Metí algo muy personal, la parte de la infancia es muy autobiográfica. Yo siempre tuve esa ilusión de que fueran, y nunca fueron. Y mi vieja me decía eso, que las calles ahí son de tierra, por eso no iban a venir. De hecho, a mis viejos recién les asfaltaron en el 2013, hace tres años. Están contentos, pero fue mucho tiempo, pasaron más de 30 años de ese recuerdo. Kryptonita es el más autobiográfico de mis libros. Toda la relación de Nafta con el hijo es prácticamente la que tengo con mi nene. Incluí diálogos que teníamos con él, cosas que hacíamos en ese momento. Toda la parte del baile también es autobiográfica (risas).

En el final del libro, la banda de Nafta Súper especula con la posibilidad de que los policías decidan no matarlos porque están las cámaras de Crónica transmitiendo en vivo. ¿Cuál es tu opinión sobre la policía en nuestro país?

A mí de chico se me enseñó –y esa fue mi mamá antes que la calle y antes que mi viejo– que si yo necesitaba algo jamás le pidiera a la policía. Así que si hablamos desde lo social tenemos toda una pila para decir por qué no la policía. Y desde lo ficcional tenemos el decálogo de Gamerro, que es excelente. Gamerro arranca diciendo que el culpable en la literatura nacional siempre va a ser la policía. Para mí es eso. Un hecho que cito al pasar, y que no desarrollo porque no era nodal para lo que estaba contando en Kryptonita, es lo que pasó en el Banco Nación de Ramallo (n.d.r.: se refiere a la masacre del 17 de septiembre de 1999 en la que dos rehenes y un ladrón murieron bajo balas de la Policía bonaerense). Fue vergonzoso, por cómo se tapa toda la zona liberada y cómo deciden matarlos a todos. No les importó nada, fue un fusilamiento. Uno ve las imágenes del auto, cómo fue avanzando, y cómo le tiran todos, y es vergonzoso. El caso de los Pomar, en 2009, también es terrible. Hay una teoría muy fuerte de que a los Pomar los atropelló un patrullero manejado por la mujer del comisario. Ella los chocó, y por eso los mantuvieron ocultos, los dejaron morir. Uno agarra y dice: “¡Si pasó eso, Dios mío!”. Al baqueano que termina encontrando el auto le dan una paliza tremenda. Hay una denuncia de pasajeros que habían visto el auto tumbado desde micros de dos pisos que pasaban por la ruta. ¿Y en teoría rastrillaron todo durante nueve días y no lo vieron? El tema de la policía es muy tremendo.

Debaten también sobre la presencia de las cámaras de televisión…

Claro. La banda de Nafta Súper se la está jugando, porque dice que estos tipos no van a querer ejecutarlos delante de las cámaras. Pero, por otra parte, depende del jefe de turno que esté ahí, si el tipo piensa que es un golazo o no que los maten en vivo. Hay un documental sobre el diario Crónica que es genial y se llama Tinta roja. Tiene toda una parte donde uno de los jefes de seccional está diciendo: “¿Pero se murió o no se murió el policía? Porque si se muere es noticia, sino no”. Y está a lo largo de 40 minutos preguntando lo mismo, es muy duro.

¿Qué sentiste con la recepción que tuvo el libro?

Mucha alegría, porque era la octava novela que publicaba –la sexta en el país–, y esa fue la primera que me empezaron a leer en el oeste. Fue re lindo, empecé a ir mucho al oeste por eso. Además,  Kryptonita me llevó a escuelas, universidades, unidades penitenciarias, y a muchos lugares del país y de afuera. Estoy muy agradecido.

¿Cuándo comenzó tu interés en la literatura?

Empecé de grande a leer, a los 16 años. Hay una anécdota que cuento mucho, que es que en el verano de 1989 hubo una crisis energética enorme en el país. Se cortaba la luz por áreas programadas. Era re amargo, no tenías la tele, no podías escuchar música, y lo único que quedaba era jugar al fútbol. Y ahí me vengo a enterar, porque uno se miente mucho con eso, que no era bueno con la pelota. Te dejaban afuera y era tristísimo, porque además era el momento que tenías para hacerte el lindo con las vecinas. A mí me gusta mucho el fútbol, pero bueno, era un bajón. No teníamos electricidad para la música y la tele, y yo tenía que preparar una materia que me había llevado.  En ese momento era distinta la forma de calificar en la escuela. Era con letras y tenías objetivos, no es que promediabas las notas. Y tenía un objetivo que me había llevado de vago, por no haber leído y porque, en realidad, andaba de amores con una piba. Tenía que preparar tres cuentos de Crónicas Marcianas. Los leí y me encantaron. Ahí me enganché con la lectura. Me acuerdo que agarré la bicicleta y fui a ver a un compañero que era al que todos le hacíamos acoso escolar, era el nerd. Yo lo veía leer mucho en la escuela, en los recreos, y entonces le fui a pedir libros. Y me enganché leyendo ciencia ficción. Y después, un día me llevó al Parque Rivadavia. Nos colamos en el tren, fuimos al parque, un flash, me encantó. Él ahí compraba mucho, y yo me empecé a comprar mis primeros libros, los policiales. Mis viejos veían con buen ojo que comprara libros, que leyera, porque yo ya andaba chupando para esa época, así que eso también los tranquilizaba. Y de ahí no paré de leer. Me acostumbré mucho en ese momento a la literatura de saldo, y después, cuando fui más grande y empecé a trabajar, me pude comprar los libros que yo quería. En este momento, lo que me engancha mucho es leer a los escritores nuevos.

El año pasado se estrenó la película Kryptonita, ¿cuál fue tu participación?

Claudia Piñeiro, una gran amiga, me dijo que no me metiera en la adaptación del guión así lo disfrutaba más. Si bien Nicanor Loreti desde el minuto cero me hizo partícipe de tod, y me había dicho que laburara la adaptación con él y con Camilo de Cabo –que terminó siendo el guionista principal–, preferí quedarme afuera. Cuando empezó el rodaje fui; después de los primeros días los técnicos y actores me llamaron aparte y me dijeron que ellos habían laburado en otro momento con adaptaciones de novelas y habían visto muy mala relación director-escritor, y que conmigo veían que era todo lo contrario, que a ellos les gustaba que yo estuviera en el set. Así que me dijeron si podía ir las tres semanas que quedaban. Colgué todo y fui, fue una experiencia hermosísima. Tuvimos ahora la suerte de repetirlo con la serie. Pero esta vez sí estuve más involucrado en todo.

¿Cómo surgió la serie Nafta Súper?

Ya se nos habían acercado varios después de lo que fueron las proyecciones de la película en Mar del Plata, que armaron mucho revuelo. Veían que todo el mundo se quedaba con ganas de más. Entonces si bien yo había hecho la promesa de no hacer otra novela con este universo, sí estaba dispuesto a seguirla en cine o televisión. Ya desde el rodaje estaba la broma cariñosa de “ponete a escribir la segunda”, y ese tipo de cosas. Dijimos que sí a Space porque ellos eran los que nos dejaban traer a todos los técnicos. Lo importante para nosotros era volver a juntar a toda la banda, tanto delante como detrás de cámara. Y bueno, por suerte salió. Fue muy exigente, fue como hacer tres películas. Pero con mucho presupuesto, no como Kryptonita que fue independiente. Con Nicanor hicimos la historia completa. De los ocho guiones escribí tres yo solo, y los otros cinco con un coguionista, para llegar con los tiempos.

¿Sobre qué será la serie?

Son diez meses después de lo que pasó en el hospital. Por qué se vuelve a juntar la banda, por qué vuelve Nafta Súper al barrio. El único actor que no pudo ser de la partida fue Nico Vázquez, justo tenía el rodaje de La Ultima Fiesta. Era todo un tema tratar de juntar a los diez actores en los mismos tiempos. A último momento nos sentamos y se bajó.

¿Estás trabajando en un nuevo libro?

Esta medio difícil porque hace cuatro años que vengo con un libro nuevo que transcurre en una unidad penitenciaria femenina y que sale de todas mis idas y vueltas con relación a los talleres. Yo no doy talleres en las unidades penitenciarias, pero voy porque ahí dan libros o relatos míos. Y es híper amargo todo eso, muy oscuro. Tiene una energía diferente a Kryptonita, entonces tanto el rodaje y el estreno de la película, como el de la serie, me alejaron de esa escritura. Nosotros hicimos esta temporada de Nafta Súper cerrándola. Si ellos después quieren hacer una segunda temporada, no pienso abrir el archivo de Word porque me es muy frustrante empezar de vuelta con el universo y después cortarlo. Además yo a la hora de escribir soy así: investigo, pruebo bastantes cosas, y después me encierro cuatro o cinco meses hasta sacar un primer borrador. Quisiera volver con esta porque también me aparecieron otras historias de largo aliento que quiero hacer.

 

Actualizado 1/11/2016