«Los represores deberían ser juzgados también por los hijos de desaparecidos que se suicidaron»

«Los represores deberían ser juzgados también por los hijos de desaparecidos que se suicidaron»

En una nueva audiencia de los juicios por los crímenes cometidos en pozos de Banfield, Lanús y Quilmes, declararon la compañera de Alfredo Patiño y la hija de Laura Inés Futulis y Miguel Eduardo Rodríguez, los tres desaparecidos.

En una nueva audiencia semipresencial del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y en la Brigada de Investigaciones de Lanús declaró Ana Soledad Rodríguez Futulis, hija de Laura Inés Futulis y Miguel Eduardo Rodríguez, secuestrados en julio de 1977. También testimonió Marta Ríos de Patiño por el caso de su esposo Alfredo Patiño y por Eva de Jesús Gómez de Agüero, desaparecidos en agosto de 1977. Eva Agüero se encontraba embarazada de dos meses al momento de su secuestro.

La primera en declarar fue Ana Soledad Rodríguez Futulis, quien tenía tres meses el 6 de junio de 1977, cuando detuvieron y desaparecieron a sus padres, Laura Inés Futuli y Miguel Eduardo Rodríguez, militantes de la organización Montoneros. De acuerdo con el relato de su bisabuela, quien estaba junto a la testigo al momento del secuestro de sus padres, la Policía irrumpió en el hogar y las encerró a ellas dos en el baño. “Rompieron todo, se robaron plata y desaparecieron a mis padres también”, relató Soledad.

Después del secuestro, la testigo quedó al cuidado de su abuela materna y de su esposo. En ese domicilio, Soledad recordó haber padecido situaciones agresivas: “Eran peleas todo el tiempo, gritos, golpes, descalificaciones, maltrato psicológico, me perseguían”. A continuación, agregó que no pudo sostener ese vínculo luego de la infancia: “A los 22 años, después de una gran pelea, me fui. Intenté verlos, sobre todo a mi abuela, tomar mate un domingo, pero no se pudo. Creo que los dejé de ver a los 24 años más o menos”.

Durante su relato, Soledad expresó desconfianza sobre las personas que la criaron: “Tengo grandes sospechas de que el marido de mi abuela tuvo parte en lo que fue el proceso de la represión, de lo que fue la dictadura”. Además de los maltratos, la testigo expuso que, desde la familia materna, era sugestionada para no recuperar contacto con la familia de su padre. “Varios psicólogos me han dicho que yo parecía apropiada, que tenía sesgos así: no dejarme hablar de mis padres porque si no me pegaban, obligarme a juntarme con los hijos de los amigos de ellos”, sentenció.

Hacia el final del testimonio, Ana Soledad refirió al dolor que la dictadura militar provocó a las familias de las víctimas: “Rompieron todos los lazos familiares, rompieron la vida de la gente. Rompieron todo. Y mi propia vida”, y agregó: “Yo siento que eso se va a trasladar por generaciones y generaciones, el daño que han hecho”. En último término, la testigo recordó a Victoria Ogando, Eugenio Talbot y Pablo Laschan, atribuyendo los fallecimientos de esos hijos de desaparecidos a los represores de la dictadura: “Yo creo que ellos también deben ser juzgados por esas muertes, porque esos chicos no se pudieron recuperar. Y me parece terrible que un hijo de desaparecido se suicide, o que sea paciente psiquiátrico. De ellos también es esa responsabilidad”. Para cerrar su declaración, Ana Soledad Rodríguez Futuli pidió condena perpetua en cárcel común y efectiva para los imputados: “Que se haga justicia y que nunca más se vuelva a repetir. Nunca más”, repitió

El segundo testimonio de la jornada fue brindado por Marta Susana Ríos de Patiño, esposa de Alfredo Patiño, desaparecido en agosto de 1977, quien era delegado de la fábrica SIAM y militante del movimiento obrero en Valentín Alsina. La testigo inició su relato indicando que su familia comenzó a sufrir persecución a principios del año 1976, cuando su marido debió dejar su trabajo a partir de amenazas de secuestro. 

 El 24 de octubre de 1976, Marta tuvo que escapar de su casa a partir de la visita de la mujer de un compañero de su esposo: “Yo te aconsejaría que te fueras porque mi marido cayó hoy a la mañana”. A partir de esta situación, la testigo le dejó un escrito a su compañero Alfredo Patiño y fue hacia la casa de sus padres, donde se encontró con él horas más tarde, luego de su jornada laboral. “Resulta ser que a la 1 de la mañana del 25 de octubre hicieron un allanamiento que rodearon toda la cuadra, vinieron del Batallón 601 más de 60 militares, cerraron las cuatro esquinas de la manzana y allanaron mi casa. A nosotros no nos encontraron porque estábamos en la casa de mi mamá”, relató la testigo, confirmando las sospechas de la mujer que la alertó, y continuó: “Cuando mi marido va al otro día del allanamiento, se asoma para ver mi casa, y encuentra un camión del Ejército de culata hacia el garage llevándose todo”.

Después de ese episodio, Alfredo Patiño encontró refugio en la casa de un amigo. “Nos comunicábamos por teléfono con un vecino, me preguntaba por los chicos. Después nos veíamos en la casa de los padres de él, porque en la casa de los padres de él jamás lo molestaron, entonces yo le llevaba a los chicos para que los viera ahí”, contó la testigo, en relación a las medidas de seguridad que debieron tomar a partir de la persecución política llevada a cabo por la última dictadura militar argentina.

Acerca del día del secuestro y posterior desaparición de su marido, Marta precisó: “El 11 de agosto de 1977 él me llama 11:30 de la mañana por el teléfono de mi vecina para preguntarme si podía ir a ver a mi abuelo, que estaba internado en el hospital de Lanús, en el Hospital Evita, y aparte para preguntarme por mi nene que tenía otitis”. Durante esa llamada, la testigo recordó que Patiño comenzó a escucharse nervioso y cortó de manera abrupta el teléfono. “Es muy probable que haya sido ahí, en el momento en que estuvo hablando conmigo, cuando lo agarraron. Porque al Hospital no fue, no llegó nunca a la hora de la visita y nunca más supe de él”, afirmó.

Durante el testimonio, Marta Ríos de Patiño también refirió a los secuestros de algunos compañeros de militancia de su esposo. En primer lugar, aludió a la pareja conformada por Américo Agüero y Eva de Jesús Gómez de Agüero, embarazada de cuatro meses al momento de su desaparición en agosto de 1977, cuando el padre de Américo fue amenazado de muerte por el Ejército para brindar datos del paradero de su hijo. En segundo lugar, mencionó el caso de Carlos Robles, quien fue secuestrado en una inmobiliaria de Lanús cuando iba a cobrar el dinero de la venta de su casa.

Sobre el proceso de reconstrucción, Marta Patiño se mostró crítica con las actividades políticas realizadas por su esposo y se pronunció acerca del daño provocado en su familia a partir de la desaparición de Alfredo Patiño en manos de las fuerzas de seguridad. La testigo afirmó, angustiada: “Mi hijo es el que más sufrió la ausencia de no criarse con su papá”, y continuó: “Yo nunca les conté nada, ellos se enteraron de lo que era el padre después, cuando yo empecé a hacer la indemnización de los derechos humanos, porque si no ese tema, con ellos, yo no lo hablaba”.

Para la presente jornada, se tenía previsto también el testimonio de Lidia Araceli Gutiérrez, hermana de Amelia Gutiérrez, desaparecida el 11 de septiembre de 1976; no obstante, la testigo se vio imposibilitada de asistir a la audiencia debido a una complicación de salud.

El juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús continúa el martes 3 de mayo a partir de las 8:30hs de manera semipresencial.

El traspaso de abuelos a nietos de una búsqueda incansable

El traspaso de abuelos a nietos de una búsqueda incansable

En una nueva audiencia del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de Banfield, Lanús y Quilmes, declaró Rosaria Valenzi sobre la búsqueda de su sobrina y la desaparición de su hermana. También las hijas de dos delegados gremiales secuestrados. El caso de las parteras desaparecidas por avisar de un nacimiento en cautiverio.

Una nueva audiencia por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los Pozos de Banfield y Quilmes y la Brigada de Lanús, durante la última dictadura cívico militar, tuvo lugar este martes. En una modalidad mixta -virtual y-presencial- declararon Rosaria Isabella Valenzi, hermana de Silvia Mabel Valenzi, militante de Montoneros, embarazada y secuestrada en 1976, quien dio a luz en cautiverio; Nancy Rizzo, hija de José Reynaldo Rizzo, delegado metalúrgico secuestrado en La Matanza en 1977, y Alicia Galeano, hija de Héctor Galeano, militante peronista, trabajador de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTEL), secuestrado en noviembre de 1976. 

Desde el Tribunal Oral Federal N°1 de La Plata, Rosaria Isabella Valenzi declaró: “Todo empezó el 12 de noviembre de 1976, cuando se llevan a la suegra y la cuñada de mi hermana. Se suponía que la llevaban porque buscaban a Carlos López Mateo, mi cuñado, pero a él lo mataron el 18 de diciembre en las calles 14 y 67 de La Plata y la hermana y la madre no aparecieron más. Se las llevaron para exterminar a la familia», declaró Rosaria y recordó que a su hermana se la llevaron el 22 de diciembre y nunca más apareció. 

Una tarde de abril de 1977, la madre de Rosita recibió un anónimo. Allí decía que su hija desaparecida, Silvia, había tenido una nena en el Hospital de Quilmes, que fueran a buscarla, pero nunca la encontró. Valenzi narró que aquel día su madre había ido en busca de su nieta y su hija pero que, al presentarse en el hospital, un doctor de apellido García, le mostró el libro de partos, y le dijo: “Sí, nació la nena, vaya a hablar con el director” pero fue el director quien la sacó a empujones y le aseguró que ahí no había pasado nada, que no existía el parto.

Además, recordó que el doctor Adalberto Pérez Casal, jefe de Neonatología del Hospital Iriarte por esos años, le contó que (el médico policial condenado por delitos de lesa humanidad José Antonio) Bergés le advirtió que «no la puede retirar, ni Videla, no se la des a nadie», refiriéndose a la beba de su hija.

Más tarde, la familia de Silvia Valenzi sabría que quienes le enviaron ese anónimo fueron la enfermera Generosa Fratassi y la partera María Luisa Martínez, «ambas ofrecieron su vida, se las llevaron y están desaparecidas», afirmó Valenzi.

«Quiero que se haga justicia por las víctimas del Pozo de Banfield y el Pozo de Quilmes y quiero que alguien hable y diga dónde está la nena. Bergés debe saber, pero nunca habló», finalizó Rosaria Valenzi, quien además en su relato recordó su lucha junto a Chicha Chorobik, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. El segundo testimonio fue el de Nancy Rizzo, hija mayor de José Reynaldo Rizzo quien, desde que empezó su declaración hasta que terminó, sostuvo firmemente una foto de su padre. Rizzo, recordó cada detalle de aquel dramático 17 de noviembre de 1976 en su casa de La Tablada. “Se escuchaban ruidos, entraron por todos lados. Recuerdo que mi mamá estaba en las piezas, yo me había agarrado de la mano de mi papá porque para mí eran ladrones, no entendía lo que estaba pasando. Todo el tiempo me apuntaban para que baje la cabeza”, contó.

En el relato ante el Tribunal, Rizzo afirmó que su padre estuvo secuestrado en el centro clandestino de tortura y exterminio conocido como «El Infierno», tal como se llamaba a la Brigada de Lanús. Allí compartió cautiverio con Nilda Eloy, a quien los represores violaban cuando torturaban a su padre para que él creyera que estaban agrediendo a sus hijas. «Mi papá gritaba ´con las nenas, no; con las nenas, no´. Años más tarde nos conoció Nilda Eloy y nos dijo ´Ah, ustedes son las nenas´. Yo siempre le pedí perdón a Nilda por eso», expresó con pesar Nancy Rizzo en su declaración.

Con total entereza, Nancy Rizzo fue firme y dirigiéndose a los jueces dijo: «Ustedes nos hacen esperar mucho tiempo (para enjuiciar a los represores). Se nos va la vida, la gente se muere. Yo tengo los restos de mi papá y nadie me dijo quién lo mató». En 2009, los restos de José Rizzo fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología, a partir de allí Nancy y su familia recién pudieron reconstruir lo sucedido con su padre. “Yo recuperé un esqueleto. Lo mataron con tres balazos mínimamente”, contó.

La última declaración fue la de Celia Alicia Galeano, hija de Héctor Armando Galeano. “Santiagueño, orgulloso de pertenecer a ENTEL y trabajar en el Estado”, expresó su hija ante el TOF 1 de La Plata y recordó que “tenía 45 años cuando lo desaparecieron el 17 de noviembre de 1976”.

Tanto Héctor Galeano como José Rizzo, formaban parte del Grupo del Oeste desde diferentes sectores gremiales junto a sus compañeros Jorge Conget, Ricardo Chirichimo y Gustavo Lafleu: “Todos fueron secuestrados en noviembre de 1976 y fueron vistos en el Infierno de Avellaneda”, afirmó Cecilia Galeano. 

“Mi madre esperó más de 40 años justicia, se cansó de esperar”, expresó entre lágrimas Galeano recordando que la primera vez que la llamaron a declarar, su madre falleció esperanzada en que algo se estaba haciendo por su compañero. “Mi madre dentro de sus posibilidades, guardó todo: la denuncia, los recortes de diarios, los papelitos y nos los fue traspasando a nosotros, sus hijos. Nosotros también, sin proponerlo, fuimos traspasando esa búsqueda a nuestros hijos, a nuestros nietos. Esa búsqueda sigue”, reafirmó Cecilia Galeano quien se encontraba acompañada de sus hijos, sobrinos y nietos al momento de su declaración.

El día que identificaron los restos de José Rizzo, también se encontraron otros cuerpos que no pudieron saber quiénes eran, además de que se extraviaron otros, “los restos de mi padre pueden ser esos que no fueron identificados.”, expresó la última testigo de la jornada.

 

Un lugar para llorar y llevar una flor

Un lugar para llorar y llevar una flor

Martín y Ana Julia, los hijos de los detenidos-desaparecidos Ana María Mobili y Roberto Bonetto, declararon junto a su tía Alejandra Mobili, en la audiencia 59 del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad en los pozos de Banfield y Quilmes y en la Brigada de Lanús.

Una nueva audiencia por los juicios de los Pozos de Banfield, Quilmes y Lanús se realizó este martes. Esta vez la Nº 59, de manera remota, en donde se conectaron para declarar Alejandra Mobili -hermana de Ana María Mobili, militante de Montoneros detenida desaparecida – y sus sobrinos, los hijos de Alejandra y Roberto Bonetto: Martín Bonetto y Ana Julia Bonetto.

Desde la Subsecretaría de Derechos Humanos, y con algunos problemas de conexión que luego fueron solucionados, Alejandra Mobili realizó su declaración. A partir de las preguntas del representante de la querella unificada de Justicia Ya, Nicolás Casara, Mobili comenzó su testimonio: “Mi hermana, Ana María Mobili y su marido Roberto Bonetto, mi cuñado, fueron víctimas de la última dictadura cívico-militar. El mismo día se lo llevaron a él, temprano, y luego volvieron para llevarse a mi hermana, dejando a un chiquito de un año y medio y una nena de 40 días”.  Los hijos de Ana María y Roberto habían quedado en la casa de unos vecinos custodiados por policías. “Cuando fui a buscarlos, me apuntaron con un arma y me llevaron a un lugar que no sabía cuál era. Me tuvieron atada y no me preguntaron nada hasta el otro día, ni siquiera mi nombre”. Mobili contó, además, que en aquel sitio- luego puedo saber- era la Brigada de Investigaciones de La Plata-, permaneció vendada y lo único que escuchaba era el llanto de chicas jóvenes pidiendo por sus madres que provenía de otras habitaciones.

Al otro día, la llamaron por su nombre y le preguntaron si era ella la de la credencial que la identificaba como trabajadora del Consejo Federal de Inversión. Mobil respondió que sí. “Nos subieron en auto a mí y a mi hermano, abriern la puerta y nos dijeron: tírense ahora”. Hoy piensa que esa credencial pudo haberle salvado la vida.

“Mañana es el cumpleaños de mamá Ana. No le puedo llevar una flor y no le puedo llevar un regalo”, le dijo su sobrino Martín. En ese momento, Alejandra entendió el horror por el que estaban pasando: nunca más Martin supo de su mamá ni tampoco de su papá, Roberto. Alejandra se hizo cargo de Martin y la hermana de su cuñado de Ana María, siempre pensando que algún momento, volverían.

“Me gustaría poder encontrar los restos de mi hermana, para que estos chicos -refiriéndose a sus sobrinos- puedan cerrar la historia de sus padres”, declaró Alejandra Mobili. Los restos de Roberto Bonetto fueron encontrados en 2010 en el cementerio de Avellaneda, Ana María hoy sigue desaparecida.

 ”El mundo se perdió esas personas”

«Lo único que me quedó de mi papá es este poncho”, expresó Martín, el hijo mayor de Ana María y Roberto Bonetto.

Martín tenía tan solo un año cuando secuestraron a sus padres y, si bien no puede contar cómo fue el secuestro, sí pudo relatar todo lo que lo afectó su desaparición a tan temprana edad: “Lo que les puedo decir es que por culpa de todo esto, mi vida fue otra vida, que no eran la que tenían pensada mis padres para mí, ni para mi hermana. Estuvo buenísima, está todo bien con la familia que tengo, pero no era así, el destino que querían ellos no era este y algunos se apropiaron de ese destino nuestro y terminamos acá donde estamos”, relató.

“Yo no crecí con mi papá y sin mi mamá, los perdí, no los conocí, no tuve la suerte de conocerlos, pero por lo que me contaron, me di cuenta de que me perdí de tener unos padres espectaculares y que el mundo también se perdió de esas personas, que son parte de esa generación”, expresó Martín Bonetto quien además contó que hoy se encuentra fortaleciendo el vínculo con Ana Julia, su hermana con quien no compartió la crianza.

“Tuvimos la suerte de que no nos llevaron a nosotros y porque crecí en una casa en la que me trataron como un hermano y un hijo, e hicieron todo lo posible para que yo esté bien”. Y continuó: “Quisieron borrar toda una generación, pero no lograron que creciéramos sin amor “. Lo único que me quedó de mi papá es este poncho”, expresó el hijo mayor de Ana María y Roberto Bonetto, señalando su “manto protector”, un sweater de color marrón claro que tenía puesto al momento del testimonio.

 Casa de muñecas

Cuarenta días habían pasado desde el nacimiento de Julia cuando secuestraron a sus padres, en 1977. Solo 40 días Ana María y José Bonetto pudieron disfrutar de su hija. “En este momento me encuentro temblando y mi corazón también”,  expresó Ana Julia, quien comenzó su testimonio recordando una carta que había leído en Olavarría en 2004, cuando se cumplieron 28 años del Golpe de Estado. “Cuando era muy chiquita, me acuerdo que mirando por la ventana de mi casa, me imaginaba cómo sería la casa que mi papá, arquitecto, haría cuando volviera. Me preocupaba mucho qué iba a hacer con mi tía y mi abuela, que eran con quienes me crié y cómo se irían a poner cuando las dejara por irme a vivir con mis padres y mi hermano Martín. Esa casa sería de madera y llena de muñecas”, contó Ana Julia en aquella carta llena de emoción en donde fue contando su historia como hija de desaparecidos, a medida que pasaba el tiempo.

Entre fotos y cuentos de su tía Quela, quien la crió y la abuela María, mamá de su papá, Ana Julia cuenta que toda su vida se conectó de una u otra forma con sus padres: “Coincidencias, o no, que se fueron dando toda la vida, siempre ellos se me manifiestan. Siempre hay amigos que me cuentan algo que no sabía”, expresó. Y agregó que también “es raro ser ahora más viejos que ellos”, porque su padre tenía 34 años cuando lo secuestraron y hoy Ana tiene 45.

En el año 2005, Ana Julia empezó a estudiar en Avellaneda y pasaba todos los días por el Cementerio de esa localidad, años más tarde se enteró que allí estaba su papá, por fin tenía un lugar donde llorar y llevar una flor.

La causa Pozos pasó de la virtualidad a la semipresencialidad

La causa Pozos pasó de la virtualidad a la semipresencialidad

El juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Brigada de Lanús y los pozos de Banfield y Quilmes retomó las audiencias en el Tribunal Nº1 de La Plata.

Luego de dos años de audiencias puramente virtuales, este martes comenzaron las jornadas semipresenciales en el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos en los Pozos de Quilmes, Banfield y la Brigada de Lanús.

Por un lado, en la sala virtual, se encontraban parte de las querellas y las defensas. Por el otro, desde el tribunal, el juez Ricardo Basílico, Guadalupe Godoy, representante de la querella y los testigos de la fecha: José María Novielo y Gustavo Calloti, dos sobrevivientes del Pozo de Quilmes.

Con precisión, claridad y sentado frente al juez, Calloti comenzó su declaración. Contó que tenía 17 años cuando fue detenido y llevado al Pozo de Arana el 8 de septiembre de 1976. “Allí lo único que se hacía era torturar. Eran sesiones de torturas muy largas”, recordó. En Arana Calloti permaneció 15 días, en los que compartió cautiverio con las víctimas de la llamada Noche de los Lápices, entre ellos mencionó a Emilce Moler, Claudia Falcone y Pablo Diaz.  Poco después, fue trasladado a otro lugar que años más tarde pudo reconocer como la Brigada de Investigaciones de Quilmes: “Quilmes era como un depósito donde traían mucha gente. Los hombres estábamos en un segundo piso, las mujeres en el primer piso y en la planta baja había detenidos comunes”, recordó. 

Además, Calloti contó que en una de las celdas estuvo con Santiago Servín, director del diario La Voz de Solano, y con integrantes de la organización Montoneros.

El 21 de enero de 1977 fue trasladado a la Unidad 9 de La Plata hasta ser liberado el 25 de junio de 1979. Luego de su liberación tuvo que enfrentar miedos, persecuciones y demás piedras en el camino. “Yo estuve esperando este juicio hace mucho tiempo (…) no quise declarar de manera virtual porque tenía la impresión de que algo iba a quedar inconcluso, agradezco el esfuerzo para que esto se haya hecho de manera presencial”, finalizó su testimonio Calotti.

Luego de un cuarto intermedio y de la organización entre el escenario presencial y virtual, declaró José María Novielo, quien empezó su militancia siendo estudiante de Agronomía. El 9 de octubre de 1976 fue secuestrado y,  como Calloti,  su primer destino fue el Pozo de Arana. Sobre sus torturas en ese sitio ya había declarado con anterioridad en el Juicio del circuito Camps. Pasaron 10 años de aquel testimonio donde relató múltiples vejaciones que lo acompañan hasta hoy. 

“En Banfield estuve desde octubre a diciembre. Me pusieron en una celda con Pablo Diaz. Al lado mío estaba Alicia Carminatti y su padre. También me encontré con Graciela Pernas en el baño”, declaró. Allí Novielo cuenta que Pernas le preguntó por cómo estaba su padre y él respondió que estaban muy preocupados por saber su paradero. En esa pequeña charla con Graciela, a quien Novielo recuerda con mucho cariño, con que con ella comentaban que estar en la cárcel sería “un paraíso” comparado con todo lo que vivían, pero el destino para su amiga fue otro. “Era como mi hermana y esa fue la última vez que la vi”, expresó con mucho pesar Novielo.

Días después, Noviello fue trasladado al Pozo de Quilmes, fue allí que se encontró con Calloti. Para mí es muy difícil venir acá. Hace 40 años que vivo en un país que me aceptó y me dio la tranquilidad para seguir viviendo, pero es muy difícil vivir acá, recuerdo a mis compañeros y solamente pido justicia para todos ellos porque yo nunca la tuve”, expresó con lágrimas, quien hoy se encuentra radicado en Canadá.

Ambos sobrevivientes pasaron a ser detenidos legales en la Unidad N° 9 de La Plata, donde finalmente fueron liberados, Calloti 1979 y Novielo en 1981.

 

«El Poder Judicial no ha estado a la altura de las circunstancias»

«El Poder Judicial no ha estado a la altura de las circunstancias»

Se reanudaron las audiencias testimoniales por los crímenes de lesa humanidad cometidos en Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús. En esta jornada, Pedro Cerviño declaró por el caso Nélida Sosa de Forti, amiga y compañera de militancia.

Este martes 8 de febrero transcurrió la jornada número 54 en lo que fue la reanudación de las audiencias testimoniales del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús. En esta ocasión, Pedro Cerviño brindó su testimonio como compañero y amigo de la desaparecida Nélida Sosa de Forti, víctima de la última dictadura cívico militar.  

El testigo relató: “El 8 de febrero de 1977 fui secuestrado en Tucumán y llevado al centro de detención clandestino que estaba en la Jefatura de Policía en esa ciudad. Estuve un mes, hasta el 7 de marzo”. Las últimas dos semanas de su detención fueron las que compartió con Nélida, con quien mantenía una relación de amistad ya que ambos eran militantes del Peronismo de Base en la capital tucumana. Esa amistad se extendía hacia su esposo, Alfredo Forti, y sus dos hijos mayores, Alfredo y Mario. Incluso unos días antes de ser secuestrado, Cerviño recuerda que pasó la tarde en la casa de los Forti. Neli, como la nombra el testigo, formaba parte de la comisión interna del Sindicato Municipal de la ciudad de Tucumán. 

Cerviño reconoció a Nélida apenas la vio en las celdas individuales del centro clandestino de detención en la comisaría de Tucumán, la última semana de febrero de 1977, donde ya había aprendido a sacarse la venda de los ojos y a mirar por debajo cuando lo llevaban al baño: “Tenía puesto un vestido amarillo y había sido golpeada y maltratada, hasta el punto de no poder hablar ni caminar. Por eso no pude saber si me reconoció, pero el día que me sacaron, por su mirada, estoy seguro de que supo que era yo”. 

No es la primera vez que Cerviño declara sobre su encuentro con Nélida. En 1979, durante su estadía en la cárcel de Caseros, le informaron que su amiga había sido secuestrada de un avión en Ezeiza, y que había pasado por un centro clandestino de detención en Buenos Aires antes de llegar a la provincia de Tucumán, último lugar donde se supo de su paradero. Ya en democracia, hizo las mismas declaraciones que ahora en los tribunales de Catamarca, Santiago del Estero y Tucumán. Quizás son esos algunos de los motivos que provocan que Cerviño se muestre desesperanzado a la hora de cerrar su testimonio: “A 45 años de los sucesos es muy difícil suponer que estamos haciendo justicia. Lo que se ha cristalizado es la injusticia con relación a estos hechos. Tanta reiteración, lo que demuestra es que el Poder Judicial ha permitido la impunidad en la cual quedaron la mayor parte de estos sucesos. En mi opinión, el Poder Judicial de la Nación no ha estado a la altura de las circunstancias”. 

La jornada número 54 de las audiencias testimoniales tuvo lugar para un último episodio antes del cierre. Finalizado el testimonio de Cerviño, la abogada querellante, Luz Santos Morón, pidió leer unas palabras en memoria de Jorge Allega, fallecido el pasado 22 de enero. Allega fue otra de las víctimas de la última dictadura militar, detenido ilegalmente en el Pozo de Quilmes, dos veces en un lapso de un año y medio. La abogada defensora, Carmen Ibáñez, se opuso a la solicitud justificando que debía hacerse al momento de los alegatos. Luego de deliberar, el tribunal permitió por unanimidad la lectura de las palabras de Allega para homenajearlo, resaltando el derecho de los familiares y víctimas sobrevivientes de expresarse, teniendo en cuenta, además, que esta fue la primera audiencia luego del fallecimiento de la víctima. Después de una serie de interrupciones, la abogada Santos Morón comenzó la lectura de las palabras de homenaje, mientras la cámara de la abogada defensora Ibáñez se apagaba, para volver a encenderse solo después de que la carta llegara a su fin. 

Las palabras por Allaga tienen muchas similitudes con las pronunciadas por Cerviño en su reflexión. Jorge había brindado testimonio en múltiples ocasiones desde la vuelta de la democracia y hasta poco tiempo antes de su fallecimiento. “Su solidaridad lo llevó a visitar a las familias de las víctimas con quienes había compartido cautiverio, sabiendo que con aquellos relatos se aplacaría por un instante la ausencia del ser querido”, recita la abogada. Jorge debía testimoniar este año en el juicio de las brigadas, justamente por su secuestro en el Pozo de Quilmes. “La justicia llegó tarde. Es responsabilidad de un Poder Judicial extremadamente lento con los delitos de lesa humanidad. El péndulo del tiempo hace que la justicia se convierta en impunidad”, decía el texto.