Una banda única en el mundo

Una banda única en el mundo

La Banda Sinfónica Nacional de Ciegos es otro invento argentino. Realiza sus ensayos y presentaciones con partituras en braille. El director da las indicaciones con chasquidos de sus dedos, o de cualquier manera audible. Crónica de un ensayo lleno de luz.

Los chasquidos interrumpen el barullo en el anexo del Ministerio de Cultura enclavado en Almagro. Ese es el refugio para los ensayos de la Banda Sinfónica Nacional de Ciegos. Los músicos en la sala forman un semicírculo. Los vientos se sitúan al frente, del más agudo al más grave; detrás se colocan las cuerdas, y al fondo la percusión y el piano. En el centro, frente a los músicos, se ubica el director de orquesta. Desde su alto asiento y con movimientos marcados y sonidos certeros se encarga de que funcionen como un reloj.

Algunos músicos repasan con sus dedos las partituras durante las pausas del ensayo, para refrescar su memoria sobre alguna parte de la composición. El movimiento de pies y de cabezas marca el ritmo de los clásicos que tocan. Sólo resta escuchar.

Un poco de historia

Integrada por 55 músicos, ciegos y no ciegos, la banda sinfónica es la única de su tipo en el mundo. Bajo el nombre de su fundador, el maestro Pascual Grisolía, el 15 de octubre de 1947 se presentó por primera vez en un escenario. Ese día interpreó un clásico de clásicos: “Sinfonía inconclusa” de Schubert.

La banda forma parte de los organismos estables que dependen del Ministerio de Cultura nacional y su objetivo es difundir el repertorio sinfónico de la banda y música originaria de nuestro país. Se puede entrar de dos formas: por concurso o contratado. En ambos casos se requiere la certificación de la discapacidad visual y cumplir con antecedentes musicales. Para poder ingresar se realiza una demostración del instrumento que el aspirante toca frente a un jurado integrado por los músicos, el director y otras autoridades.

Gerardo “El Flaco” Kessler ingresó a la banda como trompetista gracias a su presentación en los concursos del lejano 2006. En 2008 logró la estabilidad cotractual. Kessler padeció síndrome de Marfan, una condición que produce debilidad de la retina con posibilidad de desprendimiento y que afecta a una de cada 10 mil personas. Tuvo el primer desprendimiento a los 12 años. A los 18 quedó completamente ciego. La música, cuenta, estuvo siempre muy presente en su vida: “Después de quedar ciego me aferré bastante a ella. Fue uno de los cables a tierra, en ese momento con la guitarra”. Después tocó la trompeta, hasta que una cirugía de corazón lo obligó a cambiar de instrumento, por la exigencia física que supone soplar los largos tubos de metal. Pasó al saxofón, y se sumó a la banda en 2015. “Terminó toda esa historia en empezar a tocar un instrumento que quizás, en un primer momento, no había tenido la oportunidad porque no había vacantes, pero que siempre me gustó -explica Kesler-. A mí me encanta la música. Soy capaz de hacer música con lo que sea, entonces fue un desafío lindo, no lo sufrí tanto

En 2015 también entró a la banda el clarinetista Federico Kruszyn. Ingresó después de participar en los seminarios Banda abierta en 2012, 2013 y 2014, en los que músicos externos realizaban tres ensayos y un concierto final. Kruszyn es ciego total de nacimiento, por una retinopatía de prematuridad, un desarrollo anormal de vasos sanguíneos en la retina del ojo que ocurre en bebés que nacen precoces. El primer contacto que tuvo con la música fue a través de un piano que estaba en su casa familiar de Lomas de Zamora. Con apenas 8 años empezó a tomar clases con una profesora que le enseñó a leer las partituras en braille. Cuando cumplió 12, su profesora le propuso acercarse a un instrumento de viento, con la idea de a futuro entrar a la banda. Le dio la idea del clarinete. “Por varios años lo estudié y lo tomé como un trabajo, mientras lo que me gustaba en realidad era el piano, hasta que empecé a tomar clases con Amalia de Giudice, mi profesora actual, y ella me cambió la cabeza”, dice Kruszyn. Sobre su participación en la banda, señala: “el organismo te da estabilidad, vos sabés que a fin de mes tenés el sueldo, después le agregás otros ingresos. Soy docente de musicografía braille en dos conservatorios. Tuvimos que golpear puertas porque las cátedras no existían y hubo que crearlas de cero”.

Oído absoluto

La lectura de partituras en braille es una importante forma de aprendizaje que acompaña a los ejercicios de memorización. Según Kessler, la desventaja siempre fue que con el desgaste común de las hojas, los puntos se aplastan y se deben copiar a mano. Aunque eso cambió al tener una impresora braille, porque los que crean esas partituras lo hacen de forma digital y queda un archivo. Ahora solo hace falta volver a imprimirlas.

“Corchea blanca que con un punto negro la cambiamos a negra. Tutti cambio de tonalidad. Negra con punto semicorchea .Tutti, ¿puede ser? La última frase con diminuendo. Vamos con tutti”, indica el director durante el ensayo, mientras repite incansablemente cada pasaje con pequeñas variaciones, como armando un cubo mágico al que le da vueltas hasta que todos los colores están alineados.

“Tiene que haber mucho diálogo entre los músicos y el director porque todo debe fluir”, dice el clarinetista Kruszyn sobre el ejercicio simbiótico. “El maestro actual es muy joven, es un tipo muy piola, muy abierto. Porque una de las cuestiones a la hora de elegir a la Banda Sinfónica de Ciegos es un poco salir de lo que ellos están acostumbrados”, suma Kessler sobre su director.

La banda tiene un sistema de directores invitados que van rotando. En la actualidad, el maestro Agustín Tocalini ocupa ese rol. Nació hace 31 años en Chacabuco, provincia de Buenos Aires, y es uno de los directores más jóvenes de la historia de la banda. Es asistente de dirección de la Orquesta Sinfónica Juvenil Nacional José de San Martín y profesor en la Universidad Nacional de las Artes (UNA).

“No existen las casualidades, sino las causalidades”, asegura el joven maestro. Tocalini cree que su llegada a la banda estaba predestinada. Su mamá era directora de una escuela de educación especial, su papá fue perdiendo su audición y tiene una amiga, Inés, que “es ciega y canta muy bien”. Llegó al puesto gracias a un convenio del Ministerio de Cultura, el Ministerio de Educación y la UNA para organizar una tecnicatura dirigida a los músicos de la Banda Sinfónica.

Además de hacer los típicos movimientos con sus manos, el director debe establecer una marca sonora para que los músicos entiendan el ritmo y toquen en conjunto. Esto puede ser con el chasquido de los dedos, o bien haciendo sonar la batuta sobre el atril o cantando las notas que luego son replicadas por los instrumentos.

La calidez de Tocalini se imprime en cada una de las indicaciones y en los momentos en que escucha las sugerencias de los músicos, que después incorpora en la ejecución. Esa cercanía aumentó después de su última gira por La Pampa, en la que músicos y director tuvieron la oportunidad de conocerse más personalmente. “Fue una linda experiencia –resalta Tocalini-, aunque es raro, porque los grandes no están acostumbrados a que los dirija un joven”.

A toda orquesta

Una de las dificultades que sufre la banda tiene que ver con su difusión en el ambiente musical y con la captación de nuevos músicos por el doble requisito de ser ciegos y músicos destacados. La escasez de información sobre la banda dificulta el recambio. “Si un chico ciego quiere aprender música, ¿existen las condiciones para que vaya a un conservatorio o a algún instituto público si no puede solventarlo? Muchos chicos no van porque creen que no van a poder leer las partituras. Falta información en el ambiente y que se tome a la música como una posibilidad. La música no está como una opción y eso es sobre lo que hay que trabajar, entren o no a la banda. Primero fórmense como músicos, y después vemos”, reflexiona Kruszyn.

“La banda es un lugar de oro, no solo porque dignifica el trabajo de estas personas, sino porque es una especie de oasis en un campo en el que no existe ni siquiera la posibilidad de laburar”, destaca orgulloso el director Tocalini al despedirse. 

«Que exista una movida queer es de yuta madre porque el folklore siempre ha sido muy machista»

«Que exista una movida queer es de yuta madre porque el folklore siempre ha sido muy machista»

Crónica de una noche entre zapateos, bombo, pañuelos, glitter e inclusiones feministas y trans en el barrio de Almagro: cuando la danza se transforma en un acto político.

Almagro. Sobre la calle Mario Bravo, un cartel advierte: Centro Cultural Archibrazo. El afiche en la entrada interpela a los invitados: “Respeto, diversidad e inclusión”. Banderines multicolores decoran los pasillos que llevan al patio. De fondo suena “Zamba para no morir”, de Mercedes Sosa. A unos pasos está el salón. En el escenario, una luz pone el foco en la bandera colorida que tiene escrito «Folklorazo Queer», el movimiento que organiza el evento. Los colaboradores van de un lado a otro para ultimar detalles. Todo indica que pronto comienza el baile.

Las violas ya están afinadas y los músicos en el escenario. Acomodan las partituras y preparan los acordes para dar inicio a la peña disidente. El público —amigos, amigas, parentela, curiosos y curiosas— espera para levantarse ni bien escuche las primeras notas de la chacarera. Esta noche van a bailar y zapatear sobre el piso gastado de la heteronorma. El Folklorazo Queer garantiza la fiesta.

“Lo queer es lo no binario. Traemos ese término a la danza para romper con los estereotipos de género. El Folklorazo le da espacio a propuestas artísticas que no son hegemónicas. Superamos el cupo femenino y trans en los escenarios”, dice Eli Marchini. La joven de 33 años es oriunda de José Mármol. Cuenta que es lesbiana, bailarina y organizadora de la peña. Desde 2019, el Folklorazo Queer apoya a los artistas sexualmente disidentes en el tradicional género, a través de encuentros “libres de prejuicios y llenos de amor y danza”. 

Un gesto de rebeldía

El gaucho y la paisana son las figuras arquetípicas del folklore tradicional. El primero, con la frente en alto, bien “macho”, conquistador y habitante de las llanuras pampeanas. Fiel representante de la vetusta “argentinidad al palo”, la tradición y las costumbres del campo. La mujer gaucha, “la china”, sumisa, dócil y delicada, devota cuidadora del rancho. Son símbolos instalados en el imaginario social del ambiente folklórico desde épocas remotas, representantes de una patria conservadora y binaria que se quedó en los tiempos del Martín Fierro, lejos de la apertura que se vive en el presente en nuestra sociedad. 

Si toda estructura está para romperse, las identidades diversas caen como un tsunami que arrasa sobre la ya obsoleta superficie heteronormativa del folklore. Entonces, las pistas de las peñas se abrieron de a poco al glitter y a las diversidades e identidades disidentes.

En las pistas del Folklorazo reinan la extravagancia y los colores brillantes de protesta, y nadie está obligado a usar pollera o bombacha si no lo representa. Juegan los tacos, las plumas, el brillo. El drag y el vogue se suman como disciplinas en un criollismo resignificado.

Con este ideal de transgresión en la cabeza, Sol Pérez y Elina Marchini crearon esta peña nómade. Un encuentro por mes, un paso más hacia la igualdad y la libertad. Cuentan que una vez cada cuatro semanas buscan espacios que las reciban con amor y sin prejuicios. “Pero, claro, siempre están los misóginos que te miran de reojo y te juzgan por ser torta,: ser mujeres no heterosexuales es un obstáculo”, dice Eli. Luego agrega que, muchas veces, cuando quieren presentarse en lugares administrados por hombres, no les ofrecen días ni horarios, les cierran la puerta en la cara. 

La clave, según las chicas, está en no parar. En demostrar que el Folklorazo no es marketinero, que apuestan por un espacio que reivindica las identidades de género, las orientaciones sexuales y las distintas formas de vivir lo popular.

Clase de baile

“Armemos una ronda así bien grande entre todes”, dice Sol, bailarina, profesora y motor del evento. Este sábado, la sala de El Archibrazo quedó chica para los bailarines y las bailarinas que se acercaron a aprender zamba. Todos y todas revolean los pañuelos al compás de la guitarra en seis por ocho que suena a través de los parlantes del centro cultural. La mayoría son principiantes. Les cuesta coordinar izquierda y derecha, los giros y el zapateo. Disfrutan y se ríen cuando no les salen. Lo importante es disfrutar. “En nuestras clases siempre decimos que el zapateo y zarandeo es tirar magia. Cada quién puede bailar cumbia, vogue, contemporáneo, o lo que mejor le salga, si es parte de su identidad”, resalta Sol.

“La idea es conectar con la otredad, con nosotras mismas”, dice Justin, bailarina, cantante y actriz no binaria. Es otra de las organizadoras del Folklorazo. Esta noche enseña a “sentir el pañuelo”, a caminar el espacio, a mirar a los ojos, a comunicar a través de la danza. Explica: “Acá venimos a ser lo que queremos ser, para sentir la zamba con cada paso que damos”.

La ronda continúa, cada vez más sincronizada. Una vez aprendidos los movimientos básicos, llega el momento en el cual los bailarines y las bailarinas se animan a la primera coreo de la noche. “Amiga, mostrémosles este paso”, lanzan las profesoras y la cosa se va poniendo más complicada. Las docentes dividen a los participantes en dos filas enfrentadas. Se baila de a dos, rotando pareja y lugares para que todos bailen con todos. Es inevitable que los cuerpos se choquen en cada pasada. “Uy, perdón”, se escucha, entre risas. Se practica la coreo reiteradas veces: sobrepasos triples, medias vueltas, encuentros, desencuentros, errores, aciertos. Al final de la clase, todos y todas hacen una “pose final”. Las profes piden un fuerte aplauso. 

Música y esperanza

Mientras las organizadoras levantan el micrófono y hacen la presentación, el público compra cervezas y empanadas. Se preparan para la fiesta.

Pausa. Silencio. Expectativa. Suben ellas: la “Banda en construcción”. Así se definen, por ahora. Es la primera vez que tocan juntas. Su repertorio, detallan a coro, fusiona el folklore local con géneros latinoamericanos como el tango, la murga y el candombe. Así forman esta noche: Ana en el bombo, Macu en la voz y la guitarra, Georgina en la voz y en el cuatro. Consultadas por su propuesta musical, resaltan que buscan transmitir un mensaje revolucionario a través de las letras de otras artistas.

Suena una chacarera de Duratierra. El público deja las sillas para ir a bailar. La diversidad tiene su momento de disfrute con zapateos, zarandeos, el avance y retroceso de esta danza bien argentina.

Después de un par de vueltas de chacarera, llega el momento del tango. Lo que parece ser un homenaje, se desmiente a los pocos segundos. “Raras, como encendidas”, canta Macu, y todo el mundo sabe que habla de “Los mareados”. Pero de esas estrofas de antaño quedaron detalles nada más: “Esta noche hay aquelarre / las ancestras convocadas /¿Qué me importa que se rían / que nos llamen las mareadas?”, resignifica y sigue: “Hoy decimos Ni Una Menos / y en las calles lograremos, vida y libertad”. 

“Que exista una movida queer es de yuta madre, ya que el folklore siempre ha sido muy machista y muy masculino. Seguimos haciendo lo que hacen los feminismos y disidencias, y dejamos un mensaje político al subirnos al escenario”, explica Georgi. El show termina con “Creo”, un tema de Eruca Sativa. La canción, firme exponente de la lucha de los feminismos, agrega un mensaje de protesta al final: “Hartas estamos de los femicidios, de los travesticidios, de lesbofobias. Hartas de no poder decidir sobre nuestros cuerpos, sobre nuestras formas de amar. Estamos hartas de que abusen de nuestras infancias, pedimos por infancias que no estén más invisibilizadas”. Una ola de aplausos invade el salón de El Archibrazo.

La noche sigue. Hay agite y viene del Oeste. Ellas se llaman Maldita Sea. Dani está en la voz, Inés en bombo y segunda voz, Agustina completa el grupo en violín. La peña se llena de alegría y de buenas energías. El público acompaña y sigue bailando, como si la noche fuera eterna. “Nuestro repertorio musical es de Santiago del Estero”, cuentan. Detrás de cada selección de canciones, hay una investigación profunda, revelan las Maldita Sea. Se fijan en las letras, en la historia de sus compositores, para que vayan en sintonía con el mensaje feminista y de respeto por la diversidad que quieren transmitir.

La noche termina, y es solo recién con el último acorde que suena de Maldita Sea cuando la gente enfila para la salida. Las organizadoras y artistas prometen repetir la peña pronto, no sólo para extender el disfrute, sino para continuar con la visibilización y promoción de espacios donde primen el respeto, la diversidad y la igualdad. En este sentido, Georgi señala: “Estar arriba de un escenario que se define como folklore queer es un acto político”.

Estafa a la ilusión

Estafa a la ilusión

La reventa de entradas para ver a artistas nacionales e internacionales trae de la mano estafas, algunas masivas, cuyos perpetradores se aprovechan del fanatismo y la ingenuidad de sus víctimas.

En octubre de 2022, Daddy Yankee se presentó en el estadio de Vélez Sársfield como cierre de una gira que comenzó en los Estados Unidos y continuó en América latina, Chile, Perú y Colombia incluidos, con el anuncio de que se trataba, además, de su despedida de la música.

Organizados por la productora del reguetonero Lauria Entertainment, todos los shows tuvieron problemas en lo referido a la venta de las entradas. Y los errores y demoras de las plataformas de las empresas distribuidoras fueron aprovechados por los revendedores, que en el caso de Argentina compraron boletos a 6 mil pesos y, unos días antes del show, las ofrecían a 40 mil. No sólo eso: se produjeron una gran cantidad de estafas a través de Facebook, revendiendo la misma entrada a diferentes personas.

A nivel nacional, la distribuidora Entrada Uno había cerrado un acuerdo para comercializar la preventa de entradas exclusivamente a clientes de Lemon Card, una tarjeta prepaga que permite comprar y vender criptomonedas, aparte de las funciones habituales como enviar y recibir dinero que tienen las billeteras virtuales.

“Dos días antes de que empiece la venta de entradas, vi en las redes sociales que iba a comenzar la preventa con Lemon Card, ni mis amigas ni yo teníamos esa tarjeta, le preguntamos a todo el mundo y nadie la conocía”, cuenta Brenda Cabrera, una fan de Daddy Yankee.

La preventa logró su cometido y ese mismo día agotó todas las entradas disponibles para clientes de Lemon Card. Al día siguiente, la productora informó que a las 12 comenzaría la venta para todo el público, pero dos horas antes del horario pactado, los fans lograron entrar a la plataforma y hacer una prefila para conseguir sus boletos.

Usuarios que ingresaron a las 12, tal cual lo pautado, llegaron a tener 300.000 personas delante de ellos, pero la capacidad máxima del estadio de Vélez es de 49.540. La última vuelta se agotó en tres horas, dejando a la gente con gusto a poco. “Estaba en el puesto 4.140, pasaron dos horas y seguía estando en el mismo lugar”, se queja Cabrera. Tras el reclamo de los fans argentinos, Lauria Entertainment comunicó que habría una nueva fecha.

Esta vez, recomendaban ingresar con una hora de anticipación para asegurarse el lugar, pero el resultado fue peor. La plataforma no soportó el tráfico de personas navegando en simultáneo, y durante varios minutos permaneció con demoras en el servicio y errores que hacían que los usuarios perdieran su lugar en la fila.

“Cuando los servidores no pueden ejecutar la tarea de tener disponible la página web cuando el usuario lo solicita, se genera un error en el servidor. Esto puede ser por una actualización en la base de datos que ocasiona que se tenga que reiniciar y no puedan acceder en ese momento”, explica el especialista en Seguridad Informática Michel Carlos Ahumada.

La segunda fecha se agotó en unos 30 minutos. Horas más tarde, en Mercado Libre, empezaron a aparecer publicadas entradas con precios de hasta el cuádruple de lo que se vendían originalmente, descolocando a los fans que no sabían si esas entradas eran originales o no.

Esto pese a que Mercado Libre, en sus políticas, establece que se prohíbe la reventa de entradas para cualquier tipo de espectáculo. Sólo están habilitadas las tiendas oficiales de los eventos y, según asegura la plataforma, los anuncios de reventa ilegal serán dados de baja.

También hubo estafas a través de Facebook. Daniela Valdez vive en la provincia de Chubut y compró una entrada a un revendedor que la ofrecía en un grupo llamado “Entradas Daddy Yankee”.

Las entradas eran digitales, esto quiere decir que, una vez realizada la compra, era enviada por Entrada Uno vía correo electrónico. Consistía en un número de ticket, los datos del comprador y un código QR.

Ahumada indica que “el código QR tiene información encriptada y hasta que no sea escaneado en el concierto, las personas no van a saber si fue utilizado o no: puede suceder que el código sea falso o que sea válido, pero que haya sido utilizado por otra persona que ingresó antes”.

Valdez, alertada sobre los cuidados que debía tener para comprar una entrada por un canal no oficial, le pidió al revendedor una captura de pantalla en la que se mostrara el movimiento en homebanking. El revendedor accedió y, luego, le pidió que le transfiriera 30 mil pesos a su cuenta de Ualá –una app móvil de gestión financiera–, con la promesa de que inmediatamente, cuando él recibiera el dinero, le enviaría por correo el boleto, cosa que hizo.

“Lo sigo a Daddy desde que soy chiquita, la última vez lo fui a ver con mi mamá en 2009. No podía perderme su despedida. Apenas recibí la entrada, le envié un mail a mi jefe para decirle que necesitaba tomarme un día para viajar a Buenos Aires, después de que me confirmó, pagué mi vuelo y mi estadía en un hotel de Palermo”, relata.

Cuando llegó a Buenos Aires, el día del recital, dejó sus pertenencias en el hotel y se dirigió al estadio de Vélez. Al llegar vio muchas chicas vestidas de dorado, como ella, ya que era el dress code. “Para nosotras, que somos parte del fan club oficial de Daddy Yankee en Buenos Aires, nos parece súper importante hacer un fan action que consiste en vestirnos de un color específico para darle la bienvenida a Daddy y que su visita a Argentina sea inolvidable. En esta fecha, el fandom decidió que sea todo dorado”, recuerda Romina Osorno.

La emoción de Valdez duró poco. Apenas se acercó a las puertas del estadio, abrió su correo, hizo la fila para el campo general, escaneó la entrada y el molinete encendió una luz roja. “No podés pasar, esa entrada ya está usada”, le dijo el personal de prevención del lugar.

Daniela pidió reiteradas veces que lo verifiquen y en todos los molinetes la respuesta era la misma, su entrada había sido utilizada por otra persona. Cuando buscó la conversación de Facebook con su revendedor, descubrió que la cuenta ya no existía y había caído en una estafa.

Según el último reporte de la Dirección Nacional de Ciberseguridad, en 2021 se registró un aumento de incidentes informáticos del 261%. A su vez, el informe presentado por el Observatorio de Cibercrimen y Evidencia Digital en Investigaciones Criminales de la Universidad Austral (Ocedic), revela cifras impactantes: en Argentina hay en promedio 4.800 fraudes mensuales en sus distintas modalidades (estafas en WhatsApp, phishing, usurpación de identidad y «cuento del tío 2.0»).

Hugo M., revendedor de entradas de recitales masivos, cuenta su experiencia con las plataformas de comercialización: “Yo vendo entradas y pido que me paguen en efectivo, casi nunca uso Mercado Libre porque me cobran comisión y, a veces, me bajan las publicaciones”.

Una práctica usual de los revendedores en Mercado Libre es evadir el control de la plataforma a través de falsos títulos que, una vez adentro de la publicaciones, ofrecen los bienes o servicios que está prohibido comercializar.

Un mes más tarde, otro rapero puertorriqueño, Bad Bunny, también realizó una doble presentación en Vélez y volvieron a aparecer las estafas. Belén Vázquez, una fan del artista, fue una de las perjudicadas. El revendedor llegó a mostrarle una foto de su DNI para darle mayor seguridad y confianza. “Después de enterarme que la entrada ya había sido usada, en la boletería me dijeron que fueron como 10 personas con la misma foto de documento”, se lamenta Belén.

Estafas como las que sufrieron Daniela y Belén también ocurrieron en Perú. Una joven de 18 años, Pamela Cabanillas, vendió siete mil entradas falsas de Daddy Yankee –se estima que llegó a comercializar una sola entrada 377 veces–, y el día previo al concierto se fugó a España. 

“Soy una persona que le gustan mucho las zapatillas, vestirse bien, comprarse ropa cara, salir a comer a lugares caros, tomar buenos tragos, soy de esas personas”, declaró luego, y agregó: “Lamentablemente no van a poder recuperar su dinero porque ya me lo he gastado”. La policía peruana señaló que la joven podría recibir 15 años de prisión, en caso de que se la encontrara culpable de los delitos que la Fiscalía aún está investigando.

En Argentina, las estafas virtuales están contempladas por el artículo 172 del Código Penal: “Será reprimido con prisión de un mes a seis años el que defraudare a otro con nombre supuesto, calidad simulada, falsos títulos, influencia mentida, abuso de confianza o aparentando bienes, crédito, comisión, empresa o negación o valiéndose de cualquier otro ardid o engaño”.

Desde el Ministerio de Seguridad de la Nación recomiendan informarse sobre la reputación de la tienda o el sitio antes de realizar una compra en línea. La experiencia de otro usuario puede servir y mucho. A su vez solicitan que cualquiera puede denunciar este tipo de estafas en comisarías, fiscalías o a través de la línea 137.

Una china en Parque Chas

Una china en Parque Chas

Haien nació en Shangai, vivió en la Patagonia y ahora reside en Buenos Aires, donde lanzó su segundo disco, «Olas». Entrevista publicada el 7 de junio de 2022.

¿Una cantante y compositora nacida en la ciudad china de Shangai, criada en el sur argentino y que ahora vive en Parque Chas? Sí, es Haien (Haien Qiu es su nombre y apellido completo), quien presenta su segundo disco solista, Olas. En esta entrevista habla de la relación entre dos países tan distintos y cómo ser mujer en el ámbito de la música, entre otras cosas.

¿Cómo fue tu niñez?

Nací en China, en Shangai, vine a los 3 años a la Argentina. Fuimos con mis padres a vivir a Puerto Deseado y luego a Comodoro Rivadavia. Con mis padres tengo una gran brecha generacional y cultural. Además, al vivir en el sur, no me relacioné con otros asiáticos de mi generación. Encima, la cultura occidental y la oriental son bastante opuestas, a la vez, complementarias. Me identifica mucho una canción de Facundo Cabral que dice: “No soy de aquí, no soy de allá. No tengo edad ni porvenir, y ser feliz es mi color de identidad”. Siento que no soy de un lugar específico.

 

¿Sentís que la ambivalencia cultural influyó tu música?

Tanto en China como en el sur de Argentina viví en la costa y el mar tiene mucha importancia en mi música, sobre todo en las letras y en la esencia. El sur es un lugar frío, despoblado, estepario y ventoso que genera algo introspectivo que tengo bastante presente. También tengo algunos pensamientos más orientales que vienen de sangre. Es un mix que no sé si está muy explícito en mi música pero que es parte de mi identidad.

 

¿Y cómo llegaste a Buenos Aires?

Me vine a Buenos Aires cuando terminé el secundario para estudiar. Hice un año del CBC para Nutrición y estudié un año de Diseño de Indumentaria. Fueron experimentos de áreas que me interesan pero siempre estuvo la música presente. Ahora trabajo como actriz publicitaria y eso me da tiempo para la música.

¿Cuándo te diste cuenta que querías ser artista?

Desde siempre la música es un refugio y canto desde los 8 años en los actos y en las misas de la escuela. Mi familia trabajaba mucho y no había lugar para lo hedonista. Yo precisamente quería que mi vida fuera opuesta a la de mis padres. Entonces, apareció la música y me abrió muchísimas puertas.  Después, en la adolescencia, tuve bandas con las que hacíamos temas de Radiohead, de Alanis Morissette y algunas canciones más experimentales.

 

¿Cómo fue tu primera presentación en público?

Mi primera presentación fue a los 12 años en el teatro de la escuela María Auxiliadora de Comodoro Rivadavia, donde canté a capela “Sueña” de Luis Miguel. A capela y en un teatro bastante grande, claro que estaba muerta de miedo pero en ese momento me di cuenta que era algo que quería hacer siempre.

Me gusta contar estas historias porque me reencuentro con un momento muy ingenuo y autogestivo con la música. Me acuerdo que me hacía los flyers con témpera y con lapicera, los fotocopiaba y después los pegaba en los negocios del centro. Ser solista también me remite a eso, a moverse para que algunas cosas sucedan.

 

¿Cómo vivís tu carrera artística?

No sé si yo lo siento como una carrera porque no tengo apuro por ciertas cosas que quizás otros artistas sí. Estoy en un momento de querer disfrutar más del proceso en vez de estar pensando en pegarla o no. Obvio que también quiero tener la mayor llegada posible, es lo que queremos todos. Sin embargo, cada momento es especial, cada colaboración, cada trabajo, y es importante disfrutarlo. Además, una de las cosas más lindas es poder conectar con otros músicos y generar, además de algo artístico, vínculos personales.

 

¿Qué artistas te inspiran?

Aprendí mucho con Christian Basso, con quién he colaborado en su disco La música cura, y él también ha colaborado en mi primer álbum, La respuesta, de 2015. Me abrió un mundo diferente al que venía transitando. Mi música es bastante versátil, nunca me casé con un género pero venía de proyectos más pop, rockeros o electrónicos, y con Christian me metí en el mundo de la balada y del soundtrack. Fue un encuentro de mucho crecimiento y que me influenció mucho.

¿Cómo fue tu experiencia como cantante de Adicta?

Mi encuentro con Adicta era algo que tenía que suceder. Era un desafío porque nunca me había involucrado en un proyecto en el que tuviera que aprender un gran repertorio de canciones ajenas. Experimenté vocalmente y pulí cuestiones escénicas. Me sentí con la libertad de interpretar y aportar artísticamente.

Como soy muy autodidacta, estuvo buena toda la experiencia para mejorar mi performance en general.

 

¿Alguna vez sufriste algún tipo de discriminación en el ambiente musical?

Se podría decir que no y con el paso del tiempo empecé a valorar el hecho de ser diferente. Sin embargo, siendo mujer en la música, en un palo más rockero y con más hombres, naturalicé ciertas actitudes machistas. Por suerte, estamos en pleno cambio para ir a un lugar con más igualdad y sensibilidad común.

¿Cómo fue la creación de tu último disco, Olas, en el que participaron, entre otros, Fernando Samalea, Mario Siperman y Yul Acri?

La mayoría de las canciones las escribí en estos últimos años, la pandemia fue un buen momento para eso. Mi proceso es muy de componer con la guitarra, lapicera y papel. Después, lo llevo al live para darle un poco de forma. También me junté con Dizzy Espeche, que es músico, guitarrista y amigo. Juntos estuvimos maquetando las canciones y después pasaron a manos de Jerónimo Romero, quien produjo todo el disco. Además, el álbum abre con una canción de Shaman Herrera y cierra con una canción interpretada por Mercedes Sosa, que es de Tejada Gomez y Matus. En resumen, fue un proceso largo, al menos yo lo necesito para ver qué quiero transmitir. Finalmente, logramos un disco de ocho canciones que puede tener distintos adornos pero la esencia está en las melodías y en las letras.

 

¿Cómo le describirías tu música a alguien que todavía no la conoce?

Si tengo que poner en palabras lo que hago, puedo decir que son canciones que transmiten vivencias, sentimientos y emociones. Tienen simpleza, poesía y son atemporales. Son temas transparentes que pueden abrirse a varios significados. Quién los escuche decidirá si conectar con lo que transmite.

«Acá también pasan cosas buenas»

«Acá también pasan cosas buenas»

Percy Big Bang obtuvo el premio Discos Cardinales por su obra «Quid a Me» y cantará esta semana en la Usina del Arte. Cómo es y qué significa ser un artista villero. Entrevista publicada el 20 de septiembre de 2022.

Percy Big Bang (Mauro Ponce) es un artista de rap nacido y criado en la Villa 21-24. Con 19 años, lanzó su primer álbum conceptual en Youtube titulado QUID A ME, donde retrata en primera persona sus vivencias en el barrio durante la pandemia. El álbum ganó el concurso “Discos Cardinales» y este 25 de septiembre va a  presentarlo en la Usina del Arte. Sus palabras sincronizadas entre barras son un altavoz frente a la injusticia que atraviesan los sectores vulnerables.

Desde la esquina de Iriarte y Luna comenzamos una caminata a través de pasillos zigzagueantes hasta llegar al pasaje Lavardén, en el centro de la villa. Un mural con la imagen de su mejor amigo Nahuel indica que ya estamos en su casa. Mauro terminó la secundaria el año pasado. Vive junto a su madre, dos hermanas, una hermanastra con discapacidad y su padrastro. El apoyo de su familia, dice, fue fundamental para iniciar su camino como artista.

¿Cómo fue tu inicio en la música?

A los siete años empecé con poesías cortas, me gustaba escribir sobre lo que sentía. Dos años después me subí por primera vez a un escenario y me sentí muy cómodo. Mi hermana me hizo escuchar “La bella y la bestia” del rapero español Porta, me llamó mucho la atención como rapeaba, tenía mucha letra y siempre rescataba algo nuevo. Eso me motivó a escribir canciones y a los 14 años saqué mi primer tema. Me representa mucho el concepto de hermandad, unión y la idea de transmitir un mensaje que tiene el hip hop. Hay que aprovechar el arte como herramienta de transformación y creo que el rap es eso. Si sabes rapear, llamas la atención y si además decís algo con letra llegas más todavía.

 

¿ Hay espacios para la creación musical dentro del barrio?

Mis  primeros pasos fueron en Orilleres, ahí me motivaron a subir a los escenarios y a perder la vergüenza. Ese fue mi primer contacto con la música. Hacia el año 2016 vi un cartel en Casa Cambalache que decía taller de rap y ahí encontré pibes a los que les gustaba lo mismo. Empecé a compartir con gente que curtía la misma y formamos Villeros Criú. Hoy somos cinco integrantes junto con El Cáceres, BaccoLoco, BeatBlunt y Ezel. También conocimos a Danger Crew, que era otro taller oculto en el barrio. Nos unimos en el colectivo BajoMundo Family, una crew grande de artistas de Villa 21-24 y Zavaleta. Estamos todos pateando para la misma, siempre fuimos sapo de otro pozo en el barrio y con el tiempo terminamos formando una gran familia. 

¿Cómo es ser un artista villero?

Te lleva a ser la voz del barrio, a contar que acá pasan cosas buenas también. Desde afuera sólo te dicen que está lleno de delincuentes pero no es así. Somos una verdadera vecindad, nos ayudamos entre todos. Yo camino por Palermo y veo que los vecinos ni se conocen, acá nos conocemos todos. Hay movimientos culturales, artistas y gente que hace mucho por el barrio pero eso no es noticia. También implica demostrar que no es que vas a la villa y apenas entras te comés un tiro. Hay muchos pibes y pibas con ganas de buscar otros caminos. Busco que el arte sea una puerta a cosas nuevas, que cambie mentes. Que los guachos sepan que tienen el hombro de artistas que están en la misma y que todo es en grupo. La onda es siempre expandir horizontalmente y no subirse solo.

Mauro pasó rápidamente de tirar freestyle y organizar batallas con amigos en plazas a componer canciones con un fuerte contenido social. Las problemáticas que aborda en su álbum  tiene puntos de contacto con el artista boquense Trueno, quien ocupa un lugar destacado en el “mainstream” de la música urbana. Sus letras hablan sobre la desigualdad social, las injusticias y la violencia policial que viven los jóvenes de barrios vulnerables.

 En los últimos años ocurrieron casos significativos de gatillo fácil en el barrio como los casos de Cristian Toledo (25), Nahuel Acosta (18), el asesinato de Kevin (9) y del jugador de Barracas Central Lucas Gonzáles (17).

En poco tiempo su música traspasó, primero a través de redes sociales y luego en plataformas como Youtube y Spotify, las barreras del barrio. Tuvo presentaciones en el festival Ciudad Emergente, Centro Cultural Recoleta, Niceto Bar y en la Casa de la Cultura de Barracas. 

 ¿Qué experiencias te marcaron en lo personal?

En el 2019 la policía mató de un tiro a mi mejor amigo, Nahuel Acosta. Fue un caso de gatillo fácil. Veo que muchos pibes se acostumbran y eso no tiene que pasar, es algo fuera de lo normal que estamos normalizando. Esa secuencia me marcó mucho y me dió mucha fuerza para seguir adelante. Sé que desde arriba él está haciendo todo para que yo salga, saque canciones y se me den oportunidades. Por eso, junto a otro artista del barrio, El Big Punta de Zavaleta, hicimos “Anti giles”, trata sobre Kevin que era un pibito menor de edad que quedó en medio de un tiroteo entre transas, donde la policía dejó la zona liberada. Una bala pérdida lo mató y eso nos dio mucha bronca. El tema también está dedicado a todos los pibes del barrio víctimas del gatillo fácil.

  ¿Cómo ve la gente del barrio a las fuerzas de seguridad?

Hay muchas situaciones que se viven por culpa de la policía, por la represión o porque hacen abuso de poder. A veces agarran a un pibe que no tiene nada que ver, sólo por cómo está vestido o terminan cometiendo errores muy graves como con el pibe de Barracas Central. Es violento que se paren ahí en la esquina con un arma como diciendo acá estoy yo y tengo más poder que ustedes. A veces están ubicados en lugares donde no pasa nada y te rompen las pelotas por fumar un porro en la plaza. Eso genera bronca, por eso hacemos temas para que nos escuchen y decirles que está todo mal con los pibes.

 ¿Sentiste discriminación por ser un artista villero?

Te subestiman diciendo que sos un pibe de barrio y que vas a venir a cantar cumbia. Al final terminan escuchando sobre una realidad que ellos no ven ni escuchan y terminan sorprendidos. Al ser uno genuino e ir como villero siempre terminan bajando un cambio al escuchar nuestra música. Con LWLO, qué es artista y mi manager, hicimos el tema “Wacho pistola” que habla de la discriminación y de las etiquetas que te pone la gente. Cuando vamos como Villeros Criú te miran raro como diciendo qué harán estos. Mostramos la identidad de lo que somos, de cómo vivimos y sentimos. Ser villero en nuestra forma de vivir, nacimos acá y eso no nos hace ser más ni menos que nadie.

 ¿Cómo surgió la idea de hacer un álbum conceptual?

Cuándo empezó la pandemia me puse a escribir más intenso, pasaron los meses y armé todo el proyecto del disco. Ahí conocí a LWLO y juntos hicimos un tema mientras yo seguía trabajando en mi proyecto. Ella me ayudó a conseguir todo lo necesario para producir y grabar. Juntos creamos QUID A ME, un álbum de 16 canciones con todos los videos conectados entre sí. El concepto trata de lo que fue empezar de cero en la pandemia, de conocer el interior profundo de uno. El titulo es un juego de palabras que se refiere a cuidar lo que uno tiene, es la idea de un agujero negro en el pecho que absorbe todo lo que la gente y la vida te transmite. Así nació Percy, que es un apodo de pibe, todo eso que fui absorbiendo en mi pecho y que explotó en un Big Bang se convirtió en mi apellido artístico.

 

Una de las frases que más resuena en el álbum dice “si lo que quiero es comida, mantener a la familia, vivir de esta vida de una manera digna”, una declaración de principios del artista como portavoz del día a día de los sectores vulnerables. El debut musical de Percy Big Bang generó ruido en el ambiente de la música emergente y lo llevó a ganar el concurso “Discos Cardinales». Gracias a este premio, este domingo 25 de septiembre a las 18.30 hs va a estar presentando el álbum junto a su banda en la Usina del Arte, en Agustín R. Caffarena 1, La Boca. Será el primer artista de rap de la Villa 21-24 en presentarse en ese escenario.