«Cromañón fue un shock de conciencia»

«Cromañón fue un shock de conciencia»

A 20 años de la tragedia que se cobró la vida de más de 200 personas, tres periodistas especializados -Pablo Plotkin, Eduardo Fabregat y Mariano del Mazo- analizan aquel incendio como un punto de inflexión que cambió las formas de concebir el rock. De los recitales populares a los exclusivos, el precio de la seguridad y el rol de los medios.

“Cromañón atravesó de manera muy fuerte no solo a la cultura del rock sino a la sociedad argentina. Todo lo que vino después, de una u otra forma, estaba tocado por su sombra”, sostiene Pablo Plotkin, periodista, escritor, guionista y director de la edición argentina de la revista Rolling Stone en dos diferentes períodos. “Muy rápido quedó la noción de que había sucedido algo espantoso, tremendo y que venía a cambiar por completo todo el panorama”, afirma en concordancia Eduardo Fabregat, periodista gráfico y radial y actual editor del suplemento Cultura y Espectáculos de Página/12.

El 30 de diciembre de 2004, en el boliche República de Cromañón ubicado en el barrio porteño de Balvanera, ocurrió una de las peores tragedias que recuerda la historia argentina. Al inicio de un concierto de la banda Callejeros, el fuego de una bengala alcanzó las media sombras del techo, lo que provocó un incendio que, sumado a las irregularidades en la habilitación del local y la negligencia de la gerencia y las autoridades de la ciudad, acabó con la vida de 194 personas. El número fue aumentando con los días, e inclusive en los años posteriores al incendio y al día de hoy son más de 200 fallecidos por la tragedia. El hecho fue un parteaguas en la historia del rock argentino.

“Hoy nadie se atreve a prender una bengala en un lugar cerrado. La enseñanza quedó. Los nuevos periodistas o aquellos que analizan un poco la escena de algún modo tienen a Cromañón flotando sobre todo esto”, continúa Fabregat, poniendo énfasis en lo aprendido luego de aquel suceso trágico. Y añade: “Incluso aquellos que no vivieron ese momento tienen claro que hay vicios de la de la escena que no se pueden repetir. Es historia, pero es presente; todos lo tenemos en mente a la hora de hacer nuestro trabajo”.

Por su parte, para Mariano del Mazo, periodista y autor de varios libros de música como Sandro, el fuego eterno y Fuimos Reyes, la historia de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: “Cromañón fue el final de un tipo de fiesta que proponía que el espectáculo estaba entre la gente y no tanto en lo que pasaba en el escenario. Ocurrió en muchas bandas. Hay un momento en que la banda de rock deja de cantar para ser cantada”.

Del Mazo, quien no se consideró ni se considera al día de hoy periodista de rock, realiza en diálogo con ANCCOM una periodización del rock en términos históricos, en los que se inscribe un cambio de narrativa y el fin de una etapa que finalizó en Cromañón: “El fin del menemismo en el rock fue en el 2004 -declara-. Aquel modelo empezó con la pauperización económica, la desocupación en el sector etario de la juventud, la conformación de este tipo de grupo que se llamó el rock chabón”. Siguiendo su análisis, a partir de la detonación de aquel modelo, marcado por lo coyuntural, se empezó a pensar otro tipo de narrativa, “que coincide con el ascenso al poder del periodo más virtuoso del kirchnerismo, con un mensaje más político y social”. 

“Fue un shock de conciencia de cosas que habíamos visto pasar y frente a las que no habíamos hecho nada. No habíamos dimensionado las caras del riesgo que representaban”, afirma Plotkin refiriéndose a los rituales que rodeaban la escena del rock en ese entonces. Si bien aclara que él no trabajó en medios que pusieran foco excesivo en esas “cuestiones folclóricas”, como las llamó él, el periodista insiste con esa faceta: “Todos hablábamos de eso. Cuando se hablaba del rock en vivo, se hablaba de las bengalas y de todos esos rituales. Eran parte del imaginario”.

Fabregat mantiene una postura similar. “Era un tren que estaba descarrilando y no supimos advertir la gravedad de lo que se estaba cocinando. Hay un mea culpa que tuvo que hacer el periodismo con respecto a no haber adoptado una posición un poco más firme”. Y además refuerza una concepción sobre las responsabilidades que se le adjudican a la prensa y a los medios de la tragedia de diciembre de 2004. “Intentamos dar una idea de que hubo muchos responsables y para mí la prensa tuvo su parte de responsabilidad en no advertir con más firmeza que había cosas que estaban conduciendo un desastre absoluto, que fue lo que finalmente sucedió”, explica el editor de Página/12.

“A los medios les costó entender que muchas veces hay multicausas. Me parece que cada uno se jugó por sus intereses”, sentencia, por su parte, Del Mazo. Fabregat también enfatiza en estas cuestiones: “Cuando tomaron el micrófono, se pusieron a escribir personas que quizás no estaban tan empapadas de lo que era la escena rock del momento y tuvieron miradas muy sesgadas y con intereses políticos”.

“El primer impulso fue demonizar al rock”, asegura Del Mazo sobre la estigmatización que recayó puntualmente sobre un sector social. “Muchos medios aprovecharon para caerle al rock, a los jóvenes y a los pobres”, continúa. En la misma vertiente, Fabregat señala que  “hubo que lidiar también con mucha mirada prejuiciosa de sectores que inmediatamente señalaron al rock como asesino”. Asimismo, amplía su análisis acerca del tratamiento periodístico de la tragedia, que estuvo atravesado por intereses políticos y miradas sesgadas en su abordaje: “Muy rápidamente comenzó una caza de brujas, con la ola de clausuras absolutas en las cuales no se discriminó absolutamente nada”. Puntualiza, así, en el importante rol del periodismo de rock en frenar los discursos estigmatizantes y sensacionalistas que permeaban en diversos tratamientos acerca del tema. “Se buscó clausurar al rock de algún modo. Los periodistas también tuvimos que ponernos en un lugar de dar información más fidedigna y de poner las cosas en su punto justo”, refiriendo al afán circundante de la necesidad de encontrar un único e inequívoco culpable de lo sucedido. 

“A nivel mediático, se decía cualquier cosa -reflexiona Plotkin-. Se demonizó a Chabán, se demonizó a Callejeros, se demonizó al público, pero más que demonizar se caricaturizó la visión de estos actores que habían formado parte de todo lo que fue Cromañon”. A la vez, plantea que “hubo una especie de marginalización de ciertas prácticas y subescenas, sumado a un empoderamiento de los main players del negocio”.  En su reflexión, asevera que el sector informal del espectáculo pasó a una suerte de cuarentena y el negocio de más poderío económico “terminó cooptando todo y ocupando un lugar muy relevante en el negocio del espectáculo en Argentina y de la cultura mediática en general”.

“Hoy solamente pueden estar seguros quienes tienen plata”, opina Del Mazo al examinar la emergencia de un nuevo modelo de seguridad excluyente que empezó a pisar fuerte luego de Cromañón.

“El rock me parece que perdió muchísima centralidad desde ese momento hasta hoy. Ya no representa lo que representó en el siglo XX y en la primera década y media de este siglo”, suma el escritor y guionista sobre la importancia del rock como movimiento, que se ha ido corriendo del centro de la escena musical, siguiendo vigente pero alejado de su lugar destacado. En la misma línea, agrega: “El proceso de retracción de la relevancia del rock como cultura de masas de alguna manera ordenadora de las estéticas y los hábitos juveniles, me parece que un poco ya no existe”. Para Plotkin, el rock hoy se narra desde una periferia en los medios de comunicación y es concebido como “una fuente inagotable de mitos, de historias y de gloria”. Paralelamente, analiza que si bien no llega a protagonizar la escena, numerosas nuevas voces mantienen un profundo interés por acercarse al rock.

“Hoy solamente pueden estar seguros quienes tienen plata”, opina Del Mazo al examinar la emergencia de un nuevo modelo de seguridad excluyente que empezó a pisar fuerte luego de Cromañón. “Ganan en seguridad pero pierden en popularidad real, más seguridad, pero también más exclusión de la gente que no tiene un mango”, asegura y observa que “hay una suerte de balance, de contrapeso bien siniestro entre lo que es el mercado del capitalismo y la seguridad de la gente” porque en este pasaje desde lo popular y masivo, hacia un esquema de profilaxis que prioriza estadios más sofisticados y amplios, con un enfoque cuidado, se ha excluido a las grandes mayorías del espectáculo. “Me parece que el relato se trasladó a las músicas urbanas, creo que se consolidó un modelo de negocio mucho más profiláctico, mucho más caro y mucho más excluyente”, aclara Del Mazo.

A la vez, el periodista considera que “seguramente sigue habiendo eventos totalmente populares que tienen su grado de peligro, pero a nadie le importa porque lo que importa es lo que ocurre en el Hipódromo de San Isidro o en la cancha de River”. En la misma línea, Del Mazo propone un paralelismo con el deporte: “Lo mismo pasa con el fútbol, no va el pueblo al estadio de fútbol y me parece que eso ocurrió con la música popular en los recitales, esto tiende a que la gente salga menos y viva un concierto por Youtube”.

Finalmente, Plotkin reflexiona acerca del trabajo del periodista rockero en aquel entonces, el cual fue igualmente afectado y modificado luego de aquel fin de año del 2004. “Fue muy castigado el gremio periodístico en general y el subgremio de periodistas de música y de rock. El mercado fue muy diezmado y la profesión fue perdiendo identidad”, destaca como factores imprescindibles a la hora de analizar cómo cambió la narración periodística del rock.  Y alude, finalmente, a la figura del periodista de rock en la actualidad: “Sigue existiendo y muchos lo siguen haciendo muy bien. Hay contenidos muy especializados en redes sociales que todo el tiempo le están buscando la vuelta a encontrar nuevos personajes, nuevas historias y a enganchar la música con personalidad y me parece que eso está bueno”.

Sobrevivir a Cromañón

Sobrevivir a Cromañón

Chicos y jóvenes que lograron salir con vida del recital de Callejeros y familiares de las víctimas recuerdan aquella noche y cuentan las huellas indelebles que les dejó la tragedia.

El 30 de diciembre de 2004 el incendio del boliche de rock República Cromañón dejó 194 víctimas. En los años posteriores sumó más muertes de familiares y sobrevivientes. Las múltiples aristas sobre los hechos, derivaron en el agrupamiento en organizaciones que, aunque con diversas posturas, se unen en un único pedido de justicia y reparación. El jueves 12 en la Legislatura de Buenos Aires se aprobó la modificación de Ley N°4786 (Reparación Integral para Víctimas Sobrevivientes y Familiares de Víctimas Fatales de Cromañón). Con esto las agrupaciones lograron cambiar artículos centrales por los que venían luchando, aunque la ley sigue siendo para sobrevivientes y familiares reducida y deficiente, o “perfectible”, según las autoridades.

Algunas de las agrupaciones conformadas entorno a la causa Cromañón son: Coordinadora Cromañón, El Camino es Cultural, Movimiento Cromañón, No Nos Cuenten Cromañón, Familias por la Vida, Ni Olvido Ni Perdón, Organización 30 de Diciembre, Plaza de la Memoria Los Pibes de Cromañon, Que No Se Repita y Sin Derechos No Hay Justicia.

Aída Isabel Rodas tiene 68 años. Es parte de la ONG Familias por la Vida conformada por sobrevivientes y familiares de víctimas fatales de la masacre. Señala que en Cromañón, y ahora en la ONG, “no solo había pibes” sino también padres y madres que habían acompañado a sus hijos al boliche de Once aquel 30 de diciembre. La organización trabaja frente a Plaza Miserere, a una cuadra del “Pasaje de los Pibes de Cromañón” construido donde funcionó el boliche. En la oficina reciben al 0800-999-2769 denuncias sobre irregularidades en locales donde se organizan recitales que son derivadas a la Agencia Gubernamental de Control. Oriunda de Jujuy, Aída es madre de cinco hijos. El cuarto, Abel Rodolfo González, a los 25 años murió en Cromañón. A ella le toca ir a la oficina en el turno de la tarde: “Esta es mi segunda casa. Acá estoy con Abel. Luego cierro esta puerta y abro la de mi otra casa, donde están mis otros hijos y nietos. Sé que Abel ya no está y ellos sí”.

Aída Isabel Rodas tiene 68 años y es parte de la ONG Familias por la Vida.

El 30 de diciembre de 2004 la familia González esperaba a Abel para festejar el cumpleaños del hermano mayor, Carlos. “Luego de ese día nos dijo que ya no quería volver a festejar. Y hace 20 años no festeja”. Por aquel entonces vivían en Lanús y tanto ella como su marido, Carlos Delfín González, tenían turnos nocturnos de trabajo. Aquel 30 de diciembre, como tenía franco, había aprovechado para acostarse a dormir temprano. “Cerca de las tres de la mañana llegaron dos amigos de Abel a casa. Abel trabajaba de delivery en Devoto, y para esa hora generalmente me pasaba a buscar para llevarme al trabajo. Pero yo tenía franco ese día. Y él no había vuelto todavía”. Los amigos lo buscaban para contarle que Osvaldo “Valdi” Zapata había fallecido en Cromañón. “Ahí me di cuenta. Sentí desesperación. Les dije que si a casa no había vuelto, entonces estaban juntos” cuenta Aída.

Osvaldo Zapata conocido por el diminutivo “Valdi” era amigo de Abel González desde que cursaron juntos la escuela secundaria. Juntos habían formado una banda: Abel en la guitarra y Valdi en la batería. Aquella noche Valdi pasó a buscar a Abel por la casa y fueron juntos a escuchar a Callejeros. También estuvo con ellos Jonathan Daniel Lasota, que tocaba la armónica en su banda. “Era un pibe de 15 años al que la mamá nunca dejó salir solo. Esa era la primera noche”, recordó Aída. Cuenta que María Cristina, la madre de Valdi, “sintió mucha culpa, porque Valdi lo pasó a buscar y ahora Abel no está. Nunca me pudo pedir perdón a pesar de que siempre le expliqué que ellos eran amigos, que desde el día que se conocieron nunca se separaron. Eran como hermanos. Llegaron como amigos y se fueron con los amigos”. María Cristina falleció al año de la masacre. Aída señala que son muchos los padres fallecidos luego de perder a sus hijos: “Son víctimas también, aunque mueran de distintas enfermedades. Quedaron muchas casas vacías”.

Mientras recorre la oficina, Aída relata su historia y la de quienes ya no lo pueden hacer. Identifica las caras de Abel, Valdi y Jonathan en una bandera enorme de Argentina donde están estampadas las caras de las 194 personas fallecidas en Cromañón. Allí mismo funciona un pequeño museo y a veces se dictan talleres de concientización y prevención. Explica cada foto, cada cuadro y cada símbolo: un conjunto de llaves desparramadas que representan el candado que bloqueaba la puerta de emergencia; zapatillas colgando de puertas, caños y paredes; fotos de Abel y Valdi con su banda; una guitarra de madera con una foto de Abel, regalo de los vecinos de Lanús. Carteles y banderas que reclaman justicia, no olvidan ni perdonan a la corrupción estatal que mató a sus hijos.

El jueves 12 en la Legislatura de Buenos Aires se aprobó la modificación de Ley N°4786.

Luego de una pausa para componer la voz y del recorrido por la oficina, Aída vuelve a sentarse y continúa con el relato del 30 de diciembre. “Cuando mi marido llegó a casa a las 6 de la mañana, le dimos la noticia. Recién ahí fuimos con nuestro hijo mayor, Carlos, que es policía, a recorrer los hospitales, porque no me había dejado ir sola más temprano. Llegamos primero al hospital Ramos Mejía. Estaba todo muy desorganizado y la gente desesperada. Logré que me dieran una lista pero cuando salí a la vereda las familias me la sacaron. De ahí fuimos a la morgue judicial, y les tuve que pedir que sacaran fotos a los chicos y las colgaran para que podamos identificarlos”. Esas fueron las primeras fotos que aparecieron de la masacre y donde pudo identificar a Abel. “A pesar de que no habían dejado entrar a mi hijo policía, yo me metí. Las madres somos más astutas”.

A Aída le gusta el rock y fue a ver a los Rolling Stones. Sin embargo, a Callejeros no los puede escuchar: “Si paso por algún lado que lo están tocando o subo en un colectivo se me saltan solas las lágrimas, se me corta hasta el habla. Yo creo que todas las mamás sentimos lo mismo”. Aunque señala que Cromañón fue uno solo y que las organizaciones no deberían estar separadas, Familias por la Vida es una de las que encuentra en Callejeros culpa y responsabilidad, e incluso apoyaron que no volvieran a los escenarios. Se refiere como “salvajes” a aquellos que arrojaron bengalas. Acusa, además, a Omar Chabán –administrador de Cromañón- por, entre otras cosas, colocar media sombra en el techo. De su hijo recuerda que “a cualquier lado que iba llevaba la guitarra. Él se iba a los parques a tocar para los niños, o los abuelos del barrio. Era muy solidario, a veces venía y me pedía mercadería para llevarle a una abuela que tenía menos que nosotros”. También que esos mismos niños fueron a la casa el día del velorio. “Tenía nenes de 9 o 10 años debajo de su cajón, que no querían irse. Nos acompañaron hasta el cementerio en colectivos que el intendente Manuel Quindimil puso para llevarlos”.

Brenda Re escuchó por primera vez la banda Callejeros junto a su hermano, Mauro, a partir de un demo que les prestaron. Toda su familia es “del palo de rock”, que es también el género favorito de sus amigas. “Mi plan ideal para la noche era encontrarme con amigos, ir a ver una banda, tomar algo y volver al barrio”. Se acercó a la cultura del rocanrol por “el contenido artístico y político de las bandas”. Puntualiza que en aquellos años “estaba en mi momento de politización, de enojarme con lo que pasaba en el país y esas letras me representaban”. En 2004 tenía 19 años y, como una noche más, el grupo de cinco amigos tomó el colectivo en Mataderos para ir a escuchar un poco de rock. “Como si el destino no nos quisiera dejar llegar, nos olvidamos las entradas y por el calor no teníamos ganas de entrar. A pesar de haber llegado temprano para escuchar Ojos Locos, terminamos entrando sobre la hora. Había mucha gente afuera del boliche, varios sin entradas, que no era algo sorprendente, sino habitual”.

 

De todos modos, lograron llegar a unos pocos metros del escenario. Para Julio era su primer recital, “ese fue su debut y despedida del ambiente”. El subió a Brenda sobre los hombros y “por estar más alta pude darme cuenta enseguida como se iluminaba algo detrás mío. En el momento en que me bajó se cortó la luz, empezó el aprisionamiento y no logré tocar en ningún momento el piso. La gente de ese sector tuvo el acto reflejo de hacer el mismo recorrido que al entrar y retroceder hacia la puerta de entrada. Nos arrastraron hacia allí. Al llegar a la puerta se descomprimió la masa de personas y caí al suelo. Solo atiné a hacerme una bolita contra una columna, no quería luchar contra la gente que me pasaba por arriba y tenía más fuerza que yo. En algún momento dos personas, que no sé quiénes serían y nunca lo voy a saber, me agarraron uno de cada brazo, me sacaron y tiraron en la calle”.

Fue de las primeras personas en salir del incendio y en la vereda no se entendía lo que sucedía. “Había un intento de los policías por contener, reprimir lo que pasaba, creían que la gente se estaba peleando. Cuando empezaron a llegar los bomberos y el SAME comenzaron a difundir un mensaje de tranquilidad, de que apagarían el foco de incendio y enseguida íbamos a voler a entrar al recital. Luego de eso tengo la imágen muy lúcida de un pibe que gritaba: ´¿Qué mierda dicen? Acá hay gente muerta´”. Aún sin entender qué pasaba, inconciente de lo que vivía, comenzó a buscar a sus amigos. “Volví a entrar a Cromañón 3 o 4 veces para buscarlos”. El grupo había fijado un punto de encuentro, al cual fue varias veces hasta que lograron reencontrarse: solo faltaba una de las chicas, que hasta la actualidad mantiene reserva sobre lo vivido.

“A mi casa volví sin zapatillas y con una remera que no era la mía. Solo quería bañarme, estaba completamente negra”, recuerda Brenda. En una época donde el celular no era de uso común, fue difícil poder avisar a sus familias que estaban bien. Lograron llamar a una amiga y ella repartió la noticia por la casa de cada familia. Logramos llegar hasta Mataderos por un taxi que “nos vio así como estábamos y esperando el colectivo, que nunca iba a llegar porque no había transporte, estaban todos colapsados con los heridos”. Mientras la familia recorría los hospitales buscando a la amiga que faltaba, el grupo de amigos hacía “base viendo las noticias, porque en la televisión pasaban los nombres de las personas que estaban internadas en cada hospital y de los fallecidos”. Así se enteraron que estaba en el hospital Ramos Mejía. “Puedo decir que fuimos todos y salimos todos. En la mayoría de los grupos de amigos no pasó lo mismo”. En los días siguientes vivió “en automático, no caía en lo que había vivído. Pasé una semana sin dormir, ya no podía comer o tragar y recién fui a una revisión médica el 5 o 6 de enero. Era malestar psicológico que se mantiene hasta hoy: el estrés postraumático que revive”. Brenda Re participa de la organizacion “Movimiento Cromañón”. De los amigos con los que fue a Cromañón el 30 de diciembre, dos de ellos están movilizados y agrupados en organizaciones mientras que los otros dos prefieren reservarse para sí lo vivido.

En 2004 Sofía González tenía 16 años. Vivía en Villa Mercedes, San Luis. Este fin de año se encontraba en Capital Federal para celebrar las fiestas en familia. Se hospedaban en lo de su tía que vivía a solo cuatro cuadras de República Cromañón. “A Cromañón no había ido nunca, pero la semana anterior había conocido Cemento”. Sin embargo, la noche del 30 de diciembre, en que la banda presentaba su disco Rocanroles sin destino en el boliche de Once, fue con uno de los pocos conocidos en la ciudad, Pablo, y un amigo de éste, Ariel. “A Callejeros los seguía hacía tiempo y ya los había visto en varias provincias”. De lo vivido describe imágenes o escenas. “Recuerdo que quise ir al baño y me costó mucho llegar, eso me hizo notar que había mucha gente, aunque no era algo extraño, estábamos acostumbrados a que los lugares estuvieran así. Después tengo el recuerdo muy vívido de no ver nada, de oscuridad completa, de ponerme la mano frente a la cara y no verla”. Aquella noche había tenido una pelea con su mamá: “No quería que fuera. Me parecía muy loco porque me dejaban ir bastante a recitales. Era poco habitual que me dijera que ‘no’”. A pesar de eso, Sofía fue. Después de eso, reconoce que para ella hoy es palabra santa lo que anticipe su madre.

En la actualidad se sigue encontrando “en el universo Cromañón con gente que conocí cuando tenía 15 o 16 años”. En una de las paredes del que fue el boliche y ahora es el santuario Cromañón, una frase pintada dice: “Te vas sin zapatillas, pero no te vas solo”. Sin embargo, luego de lo vivido el 30 de diciembre, Sofía se alejó por un tiempo. “Estuve mucho tiempo en shock y tardé en volver a este universo. Hay muchas cosas de mi post Cromañón que no me acuerdo. Era muy chica. Perdí un año de colegio. No podía dormir con la luz apagada. No salía mucho a la calle”. El relato se compone de escenas, con baches de por medio. Los muchos años de terapia aún no le evitan convivir con secuelas “que voy a llevar toda la vida. Pero aprendí a reconstruir ese dolor inmenso, o el no entender muy bien qué te pasa, en otra cosa. Ya no lo veo todo el tiempo desde el pesar”. Relata que su “antes de Cromañón era un antes muy niño” y por ende vivía con mucha más inocencia. Sin embargo “hace tres o cuatro años llegó un momento en mi propia historia como sobreviviente en el que sentí que necesitaba hacer algo con lo vivido”. Se unió a una de las organizaciones conformada por sobrevivientes, amigos y familiares de víctimas de Cromañón, “Coordinadora Cromañón” y desde ese momento “Cromañón es mi constitución adulta y mi vida pero porque elegí militar. Estoy atravesada por Cromañón desde los lugares más felices y los más oscuros. Porque es mi historia y la abracé, me hice cargo y armé una forma de vida con eso”.

 

Aquella noche Sofía no se desmayó. Logró salir caminando por sus propios medios, lo que le hace pensar que fue de las primeras en salir aunque no tenga noción del tiempo que tardó en llegar a la calle. No pasó por ningún hospital y fue caminando hasta la casa de su tía en un estado de shock que le duraría varios años.

Sofía sigue yendo a recitales de rock. Volvió a ver a Callejeros en Capital Federal “por mi propia historia quería darle un cierre y lo pasé bien”. Sobre la cultura del rock, la de 2004 y la de ahora, encuentra diferencias en el público, pero no en el afán económico de las productoras. “Somos la generación hija del 2001: estábamos muy dispersos porque nadie, desde la política, lograba agrupar nuestras demandas. Había una sensación de desesperanza y de no futuro, lo que nos llevaba a buscar respuestas en otros lugares: el rock and roll” que daba letra a las demandas que eran importantes para la juventud. Justicia en la causa Cromañón es “que no hubiera sucedido nunca” y aunque la bengala en los recitales de rock ya no se prende “porque te recuerda que se murieron 194 pibes, no importa si estás en un lugar cerrado o abierto, sino como ejercicio simbólico nos dice que al menos un camino tenemos recorrido”. Sin embargo, la mala organización de recitales, los cacheos apurados y las avalanchas de multitudes en los ingresos le provoca una gran “sensación de injusticia. A 20 años siguen priorizando la cantidad de dinero por encima del bienestar de las personas. Al sacar una entrada estamos contratando un servicio y alguien tiene que velar por nuestros derechos. Si no es la productora privada, tiene que ser el Estado. Y si no es el Estado, vamos a ser nosotros, desde las organizaciones, no vamos a parar de dar lugar y palabra a nuestros reclamos, demandando que se cumplan los cuidados necesarios”.

A 20 años de la masacre de República Cromañón, sigue pidiendo Justicia.

O sole de la villa

O sole de la villa

Con un concierto de orquesta que reunió a músicos adultos, jóvenes y niños, cerró una nueva edición del Festival de Ópera Villera en la 1-11-14. La cultura como herramienta de inclusión.

El festival de ópera villera cerró su cuarta edición el sábado con una gala lírica en el centro del barrio Padre Rodolfo Ricciardelli, ex 1-11-14, de la capital porteña. “El objetivo del festival es difundir el arte de la ópera y comulgar entre distintos espacios, que la comunidad de la música académica venga a los barrios y que los barrios generen sus propias óperas y su propia música no solo en repertorio, sino también en escribir nuevas dramaturgias, nuevas historias”, explicó la compositora Mailen Ubiedo Myskow fundadora del evento y del Centro Artístico Solidario Argentino (C.A.S.A), un grupo de músicos profesionales que dan clases gratuitas en el Bajo Flores y Villa Soldati. La actividad se realizó en el Club Atlético Madre del Pueblo, frente a la cancha histórica del barrio y fue el cierre de diferentes actividades que se hicieron durante la semana que duró el festival.

“Acá se mezclan todos, los chicos que están aprendiendo a tocar, los grandes que tocan, gente del barrio, gente que no es del barrio, cantantes que cantan en el Colón y que vienen a regalar sus canciones. Es como el cierre del trabajo de todo el año”, expresó Noelia Pirsic, integrante del C.A.S.A y parte de la organización del festival. Del espectáculo participaron tres orquestas La Juvenil de Adultos, una orquesta escuela para adultos, la Orquesta Jardín Suzuki, compuesta por los niños de “El Jardín de las Mariposas» de la Escuela Infantil Nº 9 de Villa Soldati, y las Orquesta del C.A.S.A de la sede Madre del Pueblo y de la sede Fátima. Además, estuvieron presentes los cantantes líricos, Camila Piccolo, Lucia Alonso Moser, Carolina Mion, Sofía Skele y Gabriel García y demás músicos profesionales que se ofrecieron como voluntarios para la ocasión. Desde la organización pusieron colectivos desde el Teatro Colón para movilizar a músicos y voluntarios y así facilitar el acceso al lugar.

“Hace diez años que empecé a estudiar en el C.A.S.A y ahora enseño así que me emociona mucho estar acá”, expresó Geraldine Lara de 22 años, profesora e integrante de la Orquesta Juvenil de Adultos que luego detalló: “Yo vivo en el barrio y me parece importante difundir y compartir este mundo que por ahí no es cercano para los vecinos, creo que ver que varios de acá, como yo, somos parte de esto les puede hacer pensar que ellos y sus hijos también pueden, me parece que es una experiencia muy linda”, detalló la joven.

Los instrumentos comenzaron a sonar al mediodía, los violines, chelos y saxos dibujaban algunas notas mientras esperaban a que esté todo listo para arrancar. Mientras llegaban los niños de la orquesta Suzuki, las “profes” armaban el lugar para que los pequeños músicos pudieran tocar con sus respectivas sillitas y violines preparados para su tamaño en un espacio delante de la orquesta. “Enseñamos a niños de 4, 5 y 6 años, violín y cello como parte de la currícula y desde ese aprendizaje tenemos este tipo de experiencias maravillosas en la que venimos a formar parte de una orquesta sinfónica más grande”, expresó Eugenia Turovetzky, profesora de la orquesta Suzuki. “Venir acá –continuó- es la frutilla del postre, es puro placer disfrutar de estos eventos de la comunidad y, en lo que a mí concierne personalmente, ver a mis alumnos desenvolverse con una suficiencia total y con alegría es algo inconmensurable”, finalizó la docente. La coordinadora de la Orquesta del Jardín, Maritza Pacheco Blanco detalló: “Este es un proyecto muy importante para el barrio porque es abrir una puerta, una posibilidad a los niños y a las familias de participar en actividades que por ahí usualmente no son de fácil acceso por diferentes cuestiones, creo que este tipo de espacios son una oportunidad para que los niños puedan ver el mundo desde otro lugar”.

Cuando llegaron todos los músicos, la orquesta ya definida realizó un repaso de algunos temas para ensamblarse con los niños y algunos cantantes hicieron algunas pruebas antes de arrancar. Al mismo tiempo, los organizadores corrían de un lado a otro acarreando banquetas para armar las tribunas, las ollas y jarras con jugos y las salchichas para alimentar con panchos a los pequeños músicos que iban a dar todo en el escenario. Al costado del público, se colocó una mesa que hizo de barra para la “Feria del Plato” en la que se vendían empanadas, gaseosas y chipas, entre otras cosas, para recaudar fondos para que el C.A.S.A pueda seguir realizando sus actividades de enseñanza y de préstamo de instrumentos para que los chicos puedan practicar en casa. En este sentido, desde la organización, tanto Ubiedo Myskow como Pirsic detallaron que son momentos difíciles desde lo económico ya que este año el Gobierno de la Ciudad recortó subsidios para el proyecto y todo se hizo cuesta arriba, incluso otras actividades como vestuario y escenografía que han sido parte del festival en las otras ediciones no se pudieron hacer. “Nosotros pudimos sostener esto a través de un sistema de suscripción donde la gente puede colaborar, y la verdad que ayudan todos los meses, así pudimos sostener esto, además de la colaboración de los músicos que son voluntarios, hoy vinieron varios de distintas orquestas”, detalló Ubido Myskow.

Minutos después de las 14, cuando los espectadores habían copado las butacas, algunos niños corrían, los padres más orgullosos tomaban fotos a sus hijos con el instrumento, se terminó el repaso y el ensamble estuvo listo: comenzó a sonar la orquesta bajo la batuta de Emiliano García Pérez que se encargó de dirigir la mayoría de las piezas. Ubiedo Myskow fue la capitana del barco en otras.

Algunas de los clásicos que sonaron fueron los instrumentales, Molihua y Can Can, en la que los presentes se coparon con las palmas para acompañar a la orquesta y canciones como O sole mío, Que nadie duerma y La doña, en la que los cantantes hicieron gala de su voz que no necesitaba estar microfoneada para cautivar a los presentes. Además, mientras cantaban, se metían entre el público para jugar con una coreografía improvisada. Fiama Cardoso, que hace dos años empezó a estudiar violín en el C.A.S.A y fue parte de la orquesta durante la gala manifestó: “Todavía me da nervios tocar en una orquesta porque estoy acostumbrada a tocar sola, en una clase cerrada sin que nadie me vea y que me vean y me escuchen tocar todavía me causa nervios. Pero la pasé bien, a pesar de los nervios, me sentí muy bien”, explicó la joven música. El tenor Gabriel García, también se refirió a sus sensaciones luego del espectáculo: “La ópera está mal conceptuada, como algo aburrido para gente de plata y es todo lo contrario y los chicos son los que más rápido absorben la música clásica, la ópera y se vio hoy en la orquesta Suzuki: los chicos, concentrados, están haciendo algo divertido, mucho más divertido que estar con el celular o la play”. 

Luego del espectáculo operístico, llegó el turno del grupo Tinkus de Madre del Pueblo. “Queremos que este sea un lugar de encuentro en el que diferentes culturas puedan compartirse”, expresó desde el centro Ubiedo Myskow y los niños y las niñas vestidos con el colorido traje irrumpieron en escena para realizar su tradicional danza andina. Tras este número artístico todos los artistas salieron del lugar con su respectivo instrumento y cruzaron una calle para instalarse en el centro de la simbólica cancha del barrio, allí realizaron la tradicional foto de cierre, entre sonrisas, abrazos y agradecimientos. “La idea de todo esto es que los chicos puedan tener nuevas oportunidades, que los chicos sientan que pueden tener un proyecto de vida, encontrar un porqué, una vocación y si justo es la música, salir adelante con esto y si no, también desarrollan un montón de otras aptitudes a nivel social, a nivel capacidades de concentración, de lectura y que colaboran con uno como persona”, concluyó su testimonio Ubiedo Myskow.

La jornada terminó minutos después de las 15:30 entre sonrisas, abrazos y agradecimientos, los familiares y asistentes emprendieron la retirada con sus pequeñas estrellas y la salida de los colectivos significó el regreso a casa de los músicos y voluntarios que aún quedaban en el lugar. 

“No te atrevas a ensuciar la palabra libertad”

“No te atrevas a ensuciar la palabra libertad”

El Club Artístico Libertad vuelve a los escenarios para reapropiarse de la rebeldía colectiva y lleva a escena las canciones de la Guerra Civil Española.

En los tiempos históricos que corren, cuando a nivel local y global se resignifica la palabra libertad desde el individualismo, focalizando en el mercado y la competencia, reaparecen actores que enarbolan y rescatan los primeros y verdaderos sentidos del concepto.

Luego de publicar en 2019 El rayo que no cesa con sus primeras canciones de autoría, el Club Artístico Libertad (CAL) se tomó un tiempo de los escenarios hasta que decidió volver en 2024: “Veníamos sin estar en actividad desde el 2019, pero en diciembre de 2023 tiramos la gallo señal después de ver el discurso [de asunción presidencial] de este ser siniestro. Ya veníamos pensando en la vuelta, pero ahí se terminó de concretar”, cuentan sus integrantes. Volvieron en junio de este año en el Club Atlético Fernandez Fierro (CAFF), el mismo escenario donde se habían despedido cinco años atrás.

Tras agotar las entradas del pasado 2 de noviembre, lanzan una nueva fecha para revolucionar el CAFF el próximo sábado 23, siguiendo siempre la consigna “Reivindiquemos la palabra Libertad”. Así, se volverán a presentar estos 13 músicos bajo la lógica colectiva y libre, la misma que narran sus canciones y contagian al público.

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La noche calurosa del 2 de noviembre, personas mayores, familias con niños, se amontonaron frente a un escenario repleto de instrumentos: batería, teclados, guitarras eléctricas y criollas, se entremezclaban con bandoneón, violín, trompetas y trombones, saxo, clarinete y otros instrumentos algo más exóticos, como la gaita y el banjo. Las mesas no alcanzaban y se  compartían a medida que llegaba más gente al galpón del Club Atlético Fernandez Fierro en el barrio de Abasto. Había bullicio y movimiento entre las personas expectantes que compraban comidas y bebidas antes de que iniciara el show. La cantina era atendida por los mismos músicos que conforman la Orquesta Típica, fundadores de este centro cultural.

Que el regreso del Club Artístico Libertad sea en el CAFF tiene un significado especial: alguna vez tocar ahí fue su sueño, la meta a alcanzar. Hasta que en un momento se “nos dio”, dijo Demián Casaubon, cantante y guitarrista de la banda. En el CAFF encontraron “comodidad, pero principalmente una comprensión de la lógica de trabajo de los dos equipos, que hizo que no pudiéramos volver a otro lugar que no fuera acá”.

Desde el inicio de la función, el grupo representado en la voz de Casaubon invitó al público a participar, a cantar, porque “estas son canciones que antes se cantaban de manera colectiva”. La interacción constante también incluyó en ocasiones explicar el origen histórico de algunos temas.

 

El CAL se formó en 2009 a partir de la fusión de músicos provenientes de otras bandas y a la que luego se sumaron más artistas. Casaubon recuerda que “de entrada fue algo que siguió las lógicas de la banda tradicional. Pero no queríamos estar limitados a que si un integrante faltaba no pudiésemos hacer el ensayo o el show. Así surgió la idea de Club, donde vale más la voluntad que las obligaciones y responsabilidades. Se formó este colectivo a partir de los que teníamos ganas de brindar. Nos juntamos cómo y cuándo podemos. Cada uno aporta con su instrumento y su sonoridad, aunque eso va cambiando y se van haciendo distintos arreglos. Nunca tuvimos demasiados requerimientos musicales porque, justamente, nos organizamos en función de proyectos y no de personas, lo cual hace todo más fácil. Permite otra entrada y salida. Por eso no te va a pasar, como sí quizás cuando vas a ver una banda que te gusta, que al faltar un integrante te volves con la sensación de que algo faltó”.

La misma lógica de lo colectivo se da en el armado de las canciones. Durante la puesta musical del 2 de noviembre presentaron dos nuevas composiciones Identidad y otra canción aún sin nombre definido con la que se invitó al público al proceso de bautizarla: ¿Mi ley no es Milei o Fiebre de los Pobres? El público eufórico aprobó el primer nombre con aplausos desmedidos. La canción sin nombre, acababa de ser nombrada. “Buscamos una idea general de cómo producirlas, de la impronta y, principalmente, la sonoridad que queremos darle. Es también un proceso en conjunto pensar arreglos para cada canción y sus versiones, al que le dedicamos mucho tiempo. Pero una vez que está, después se va replicando en cada ensayo y en el caso de que falten instrumentos, ver cómo podemos sustituirlos con otras sonoridades. Es algo muy de la cocina nuestra, pero así nos gusta. Tiene que ver con nuestra forma de trabajar”, explica Casaubon sobre el proceso creativo.

Carlos “Charlie” Scullie, voz y bajo eléctrico del Club, suma: “Lo colectivo se nota mucho en que todos aportamos y no hay una voz que dirige. Hace que quizás lo que cada uno tiene en mente sobre para dónde tiene que ir o cómo va a ser, nunca termina siendo exactamente así porque somos muchos los que estamos pensando esto. Sin embargo, tenemos una línea común que nos mantiene vivos a pesar de que siempre hay cosas nuevas y sorpresas. Alguna vez nos dijeron que teníamos una lógica similar a la murga, porque aparecía uno, de la nada, donde antes había otro y todo sigue sonando”.

El Club Artístico Libertad está formado por un total de 19 personas: 13 músicos y otros 6 integrantes más entre artistas audiovisuales, técnica y sonido.

Por ser el cantante, en la puesta en escena le toca a Casaubon dirigir la emocionalidad que se genera, “procesar la sensibilidad, la respuesta del público es increíble, es algo de lo que tengo registro todo el tiempo. Si bien el show está organizado desde un punto de vista estético: empezar fuerte, después bajar en intensidad y levantar hacia el final, que busca darle recorrido a la gente para que, primero entienda de qué vamos y después pueda encontrar momentos de goce y disfrute. Dejamos toda la cuestión emotiva hacia el final, y las cosas que empiezan a pasar ahí son hermosas, increíbles”.

Tal como lo describe, el público que en un inicio parecía muy solemne, sentado, escuchando atentamente, a medida que avanzaba la noche se entregaba a algo que empezaba a gestarse en el ambiente. Muchos se levantaban de las sillas, hacían percusión en las mesas al ritmo de la música y se escuchaban los olé. Otros, permanecían sentados pero bamboleaban sus cuerpos y cabezas, y agitaban las manos en el aire. Algunas canciones, las más conocidas, se entonaban con más fuerza, y el público tapaba la voz de Demián. Entre una y otra canción, cambiaban de instrumentos repetidas veces, pero a pesar de lo que generaban en conjunto cada cual lograba identificarse en el total musical.

Si el cimbronazo de emociones provocado por la música acaso no era suficiente, se incrementaba aún más con la propuesta visual: imágenes de policías reprimiendo y obreros arando la tierra -de los que es muy difícil identificar si son de aquí o de allá, de ahora o de entonces-. Madres y Abuelas marchando en Plaza de Mayo. En la puesta artística completa que propone el Club, ritmos, letras e imágenes incitan al público a despertar, a levantarse de sus sillas, pero también levantarse contra las injusticias y opresiones que, como en las propias canciones, viven los trabajadores. Así se logra una sinergia total, una experiencia de un todo contagioso entre un arriba y un abajo del escenario que se vuelve indiferente.
Gran parte del repertorio resulta del registro y resguardo histórico de canciones y melodías tradicionales de los movimientos obreros y anarquistas. Su primer álbum Rojo y Negro: Canciones Republicanas de la Guerra Civil Española (2017) recopila canciones que en la década del 30 eran cantadas por republicanos buscando la valentía y esperanza que los hermanara para hacerle frente al franquismo. En esta oportunidad, estuvieron junto a la bailarina Guadalupe D’Aniello, que acompañó las canciones con bailes de flamenco y una representación con abanicos del temaLos dos Gallos” y también acompañó Mónica Puertas, divulgadora y organizadora de recorridos históricos sobre la Guerra Civil. Para Casaubon “el rescate histórico no tiene que ver con la nostalgia. De ninguna manera nos paramos en el lugar de los derrotados, de la revolución que no sucedió, de los mundos perdidos. Al contrario, lo vemos desde la alegría del rebelde, de eso que va creciendo en el encuentro con un otro y que no lo pueden callar. Algunas de las canciones que tocamos son de hace varios siglos pero no pierden actualidad”.

El arte es su forma de colaborar con algo mayor, el CAL siente una especie de responsabilidad social con su repertorio: “Tanto el Club como el CAFF nos dan el espacio, simbólico y físico, para que la gente pueda levantar el puño y cantar las canciones de la Guerra Civil Española, pero también sacarse un poco de adentro la congoja que vive día a día. Gratifica saber que buscan en el consumo cultural estas ideas y mensajes», explica Scullie. El surgimiento de discursos violentos, el desprecio por los espacios públicos y el hostigamiento a quienes piensan diferente, amparados por una supuesta “libertad”, vuelve necesario diferenciar los nuevos significados de los que históricamente representó la palabra. “Lo que propone este gobierno es la libertad individual y la libertad no es individual, la libertad es colectiva, siempre lo fue”, explica Nahuel Tamayo, guitarrista del grupo. Y Scullie agrega: “Esa es la gran diferencia de base, y desde donde nos paramos también. Nosotros nos llamamos Club Artístico Libertad desde hace 15 años y ahora apareció este señor que le da a la palabra un valor distinto, que para nosotros es equívoco. ‘No te atrevas a ensuciar la palabra libertad’ -parte de la nueva canción Mi ley no es Milei–  porque para nosotros tiene otro valor, incluso la palabra libertario: libertarios de la guerra civil, es lo opuesto a lo que hoy tenemos en Balcarce 50. Para nosotros es importante hacer ese contrapunto, es el valor nuestro”.

Las entradas para la función de este próximo sábado 23 se pueden obtener a través de la página web del CAFF o en el siguiente enlace. El Club Artístico Libertad, además, promete una última función para cerrar el año el próximo 6 de diciembre.

«Gracias a la serie mi música llegó a mucha gente»

«Gracias a la serie mi música llegó a mucha gente»

Reconocida como intérprete de la banda sonora de series como Buenos chicos y Envidiosa y confirmada para el Quilmes Rock 2025, Mora Fisz lanza Sinestesia, su álbum debut, inspirado en la capacidad de asociar emociones con colores.

Luego de tres años de trabajo, Mora Fisz finalmente lanza su primer disco. Sin caer en los clichés, explora a lo largo de diez canciones las distintas etapas por las que atraviesa un vínculo amoroso. “Quería que cada canción fuera genuina, que representara algo de mí», asegura.

A pocos días de presentarlo en Casa Temple, Fisz, en diálogo con ANCCOM, cuenta cómo superó los bloqueos creativos durante la composición, destaca la importancia de respetar los tiempos del proceso y explica por qué decidió no incluir colaboraciones con otros artistas.

¿Cómo fue componer tu primer álbum?

Todo arrancó cuando lancé mi primer tema “Mil cosas”. En ese momento, si bien no había un plan de cómo hacerlo, sabía que quería hacer más música. Esa canción me dio ganas de contar una historia más grande, en la cual pudiésemos exponer una relación en todas sus etapas, tanto las positivas como las negativas. Y así nació la idea de un proyecto más ambicioso: mi primer álbum.

¿Por qué elegiste llamarlo Sinestesia

Para mí era muy importante ponerle un título que pudiese representar todo el proyecto y por eso pensé mucho cuál podría ser. Un día descubrí la palabra sinestesia, que tiene que ver con la idea de asociar cosas directamente con un color en particular y me di cuenta que pegaba perfecto con el concepto que quería plasmar en el álbum. Consulté a los productores y les gustó, así que empezamos a darle a cada canción un color distinto según la historia que contaba.

¿Qué te motivó a estructurar el álbum como una historia de amor, en lugar de componer solo canciones sueltas?

Este álbum es mi carta de presentación, acá muestro mi forma de escribir, la música que escucho y cómo me gusta narrar las cosas. Decidimos contar una historia porque me copa mucho cuando los artistas lo hacen en sus discos. Me acuerdo cuando Rosalía sacó “El mal querer”, un álbum que cuenta una historia a través de capítulos, me alucinó. Entonces, cuando surgió la posibilidad de hacer un álbum, que es algo con lo que siempre soñé, aproveché para explorar este recurso. Por eso decidí ir un poco más allá, contar algo diferente y que también sea divertido de escuchar.

¿Cuáles fueron los principales desafíos al escribir y producir las canciones?

A la hora de pensar un álbum, además de tener en cuenta la cantidad de canciones que van a entrar, hay que fijar una fecha para terminarlo, lo que genera que en muchas ocasiones se terminen poniendo canciones de relleno. No quería que pase eso, buscaba que cada tema cumpliese una función y me hicieran sentir orgullosa. El proceso de búsqueda fue muy difícil y atravesé momentos de frustración y de bloqueo. Me pasó muchas veces de no poder escribir porque no se me ocurría nada y sentir que no lo iba a poder terminar nunca. O incluso de hacer una canción que en el momento me parecía fantástica y después cuando la escuchaba dos días después no me gustaba. La verdad es que me costó mucho llegar a un punto en el que estaba realmente contenta porque soy muy perfeccionista y estoy atenta a los detalles. Pero por suerte logramos llegar a ese punto y hoy estoy muy contenta con como quedó todo. Definitivamente fue un proceso que valió la pena.

Este álbum es completamente solista, ¿por qué decidiste no incluir colaboraciones con otros artistas?

Es algo que se tiene que dar de manera orgánica. En este no se dio, pero porque las canciones eran muy personales, entonces tomamos la decisión de hacer un álbum completamente solista. Igualmente estoy abierta a conocer artistas con los que podamos tener buena onda y conectar en la composición para hacer algo juntos.

¿Qué significa como artista emergente que tus canciones hayan formado parte de novelas como Buenos Chicos o Envidiosa, la producción de Netflix?

Fue una locura. En particular Buenos Chicos tenía una comunidad de seguidores increíble y yo no era muy consciente de la importancia que le daban a la música. Me encontré con que “Mil cosas” y “4 AM” se habían vuelto himnos de una de las parejas principales de la novela. Gracias a eso mi música llegó a mucha gente y empecé a recibir mensajes muy lindos de personas que se sentían identificadas con las letras. Eso es hermoso, porque soñé toda la vida con hacer música que le llegue a la otra persona.Y con Envidiosa me pasó que me había enganchado tanto con la serie que me había olvidado de que iba a sonar mi canción “Donde comenzó la tormenta”. Cuando la escuché no lo podía creer, fue una locura.

Y en ese caso, ¿cómo llegó la propuesta para formar parte?

Cuando terminamos las canciones del álbum con los productores empezamos a pensar cómo podíamos hacer para darles visibilidad y llegar a más personas. Ahí surgió la posibilidad de probar suerte con las producciones audiovisuales, porque a mí me pasa mucho de escuchar una canción de una película o serie y buscarla para agregarla a mi playlist. Empezamos a mandar los temas a distintas productoras para ver si alguna podía encajar. Por suerte les gustaron y nos abrieron las puertas, así que estoy muy agradecida con ellos porque es una locura lo que pasa con los fanáticos de las series y cómo se apropian de las letras.

Vas a presentarte en Casa Temple antes de tu debut en el Quilmes Rock. ¿Qué canción del disco estás más ansiosa de cantar en vivo?

“Sinestesia” me encanta. Generalmente suelo abrir o cerrar con esa porque creo que es la que más lleva la esencia del álbum. También me gusta “Mil cosas” porque todos la conocen y la cantan conmigo, algo con lo que siempre soñé. También al ser nuevas la gran mayoría de las canciones, muchas las van a escuchar por primera vez en el show.

¿Qué es lo que más te enorgullece del disco?

Haber escrito todas las canciones a partir de lo que sentía. El amor es un concepto universal y existen miles de canciones que hablan sobre eso. Lo difícil es encontrar la manera de escribir desde un lado genuino y que sea distinto a lo que dicen otras letras. Traté de hacer canciones para que quien las escuche se sienta reflejado. Y creo que lo logré.

Mora Fisz presentará Sinestesia el próximo 27 de noviembre en Casa Temple, Costa Rica 4677, CABA. La entrada es libre y gratuita.