La abuela Delia

La abuela Delia

Soledad Iparraguirre publicó «Delia: bastión de la resistencia», un libro que cuenta la historia de una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo.

Delia, bastión de la resistencia es un libro de Soledad Iparraguirre que cautiva desde el principio y se lee con facilidad, porque es consecuente y sincero con su propósito: contar la historia de Delia Cecilia Giovanola que, a su vez, se enlaza con la de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y con la historia de toda una búsqueda que se abrió con la última dictadura.

Un libro cautivador no sólo por su sinceridad y su narrativa ligera y dinámica, sino también por los sentimientos que moviliza desde la primera página. Delia deja expuesta con crudeza la realidad de mujeres como ella y la de los hombres y las mujeres cuyas vidas fueron arrancadas para ser sometidas a la tortura, al asesinato y a la apropiación de sus hijos e hijas bajo el terrorismo de Estado. Su semblanza permite conocer lo vivido por todo un pueblo durante y después de la dictadura más cruel de su historia, y lo hace mostrándonos la vida de una de todas esas mujeres particulares, concretas, con sus propias vivencias, sus sufrimientos y también sus alegrías.

Soledad Iparraguirre, su autora, es periodista. Nació en Mar del Plata. A sus 22 años se mudó a La Plata y de ahí en adelante fue construyendo su compromiso con los derechos humanos. Hoy, sus energías están puestas, en gran medida, en la lucha de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo y en realidades asoladas por el ecocidio, como la de los pueblos fumigados. En medio de una situación crítica en su economía familiar, consiguió una beca para estudiar periodismo en la capital bonaerense y desde entonces se le “abrió un mundo”.

Recuerda el impacto que le representó visitar la casa Mariani-Teruggi, donde secuestraron a la aún desaparecida Clara Anahí, nieta de Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo. También una recorrida por la exESMA que cubrió para la revista La Pulseada. O el día que se había escapado un momento del trabajo para presenciar el juicio contra el torturador y asesino Miguel Etchecolatz y apareció el hijo de Julio López avisando que no encontraban a su padre.

“No tenía mucho conocimiento de lo que había sido la dictadura. La verdad que mi educación secundaria en ese sentido no había sido para nada buena ni completa”, explicó, y agregó que al poco tiempo quedó “deslumbrada con los ovarios de las madres y las abuelas” y quiso conocerlas. “Entonces acompañaba las marchas o actos que se hacían, pero no me animaba a acercarme a saludarlas. Era como un respeto muy grande”. En mayo de 2016 Soledad se decidió y encaró a Delia Cecilia Giovanola, otra de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. En ese momento sentó las bases de su vínculo y un año después le planteó la idea de escribir sobre su vida.

“En 2016 conocí a Delia, en el acto de colocación de la baldosa homenaje a Héctor Oesterheld en Beccar”, relató la autora. Y comenzó a reír al recordar su carácter: “Delia era una tromba. Era: ‘¿Qué hacés, cómo estás? Y yo con esa emoción, con esa cosa pudorosa”. La primera vez que le habló, en ese acto, Soledad le preguntó cómo iba todo con su nieto Martín, recientemente recuperado. Enseguida y con mucho entusiasmo, Delia empezó a mostrarle fotos suyas en su celular. Tras haber vencido la timidez, Soledad reflexionó que, después de todo, “no era para nada difícil acceder a Delia, como a tantas de ellas, que en realidad, claro, después hasta ellas agradecen y dicen que es lo que las sostiene y lo que las mantiene vivas: el acompañamiento y el afecto de la gente”.

En los años en que estuvo preparando el libro, Soledad la conoció muy bien. Pasaba días entrevistándola, y como Delia vivía lejos, en Villa Ballester, incluso se quedaba algunas noches en su casa. “Ella era muy amiguera, y mantenía amigas ‘de sus años mozos’, como decía, de cuando había estudiado bibliotecología. ¡Imaginate! A los 90 y pico seguía siendo amiga de esas compañeras. Y de alumnos suyos: del Normal 1 y de otras escuelas en las que fue docente”. Destacó, también, lo “compinche”, lo cibernética (manejaba bien la tecnología y en Abuelas la llamaban “la abuela cibernética”) y lo dispuesta que estaba siempre a ayudar a los demás. Pero, por sobre todo, destacó su resistencia. “Yo creo que no se daba tiempo a ponerse mal o a entristecerse”, mencionó Soledad.

La muerte de su marido cuando los dos todavía eran muy jóvenes, haber tenido que cuidarlo y transitar con él un cáncer sumamente agresivo, quedarse sola con su hijo, Jorge Ogando, y sostenerse ambos con múltiples trabajos, la muerte de su madre. Y, en el 76, la desaparición de su hijo y su nuera, Stella Maris Montesano, con la subsiguiente búsqueda de su nieto por décadas.

Stella Maris Montesano y Jorge Ogando fueron secuestrados de su casa de La Plata el 16 de octubre de 1976 por un comando del Ejército. Esa noche dejaron a Virginia, su hija de tres años, sola en la casa. Delia se hizo cargo de Vicky, como le decían, y nunca más volvió a ver a su hijo y a su nuera, que estaba embarazada cuando la secuestraron y terminó pariendo en cautiverio. Con quien sí logró dar Delia fue con su nieto Martín, casi cuarenta años más tarde, al cabo de una lucha que en sus orígenes estuvo marcada por la fundación de Abuelas de Plaza de Mayo y que no abandonó hasta el día de su muerte.

Con todo, Soledad consideró que “el año más crudo” para Delia fue 2011, cuando Vicky, marcada por la desaparición de sus padres y la agotadora búsqueda de su hermano, de la que no lograba ver resultados, se suicidó. “Más dolor no se podía pedir, ¿qué más? Y bueno, aún así ella agradecía siempre a la vida por los momentos maravillosos que le había dado. Pero creo que sí, que nunca se detuvo a pensar demasiado”, sostuvo la escritora aunque admitió que “no había una noche en la que no pensara en la nieta”.

“De hecho, Martín me contó que le preguntó al poco tiempo de conocerla: ‘¿Cómo hiciste para seguir, abu?’ Y ella contestó: ‘En realidad seguí porque te tenía que seguir buscando a vos y a todos los nietos’. Porque eso es algo que también ella siempre dejó y a mí me interesaría dejarlo en claro: cuando apareció Martín, mucha gente le decía ‘Delia, misión cumplida’ y ella siempre respondía ‘No, no, a medias, porque sí, yo encontré a Martín, pero me faltan por encontrar cerca de 350 nietas y nietos’. Entonces yo creo que eso hacía que ella no se detuviera a pensar jamás. Pero hay que ser muy fuerte para bancarse eso también”, relató Iparraguirre.

Las entrevistas con Delia estaban cargadas de recuerdos, de fotos, risas, tristeza, helados o café a la noche (Delia era muy golosa, recuerda Soledad). Y también, interrupciones, porque su celular sonaba continuamente recibiendo invitaciones y convocatorias a actos y eventos.

Además de la protagonista de su libro, Soledad contó con muchas otras personas entrevistadas, mayormente para el momento de reconstruir la historia de Vicky: “Traté de acercarme lo más posible a una imagen de Vicky que no quedara romantizada. Ya de por sí había sido muy trágico su paso por esta vida. Pero igual es muy difícil, porque te puedo asegurar que de todas las personas que entrevisté, todos me hablaron con un amor y una emoción de Virginia que yo creo que era imposible que alguien no la quisiera y que realmente era una piba muy luminosa, de esas personas que no abundan”, expresó.

 

Aún así, el eje del trabajo de Iparraguirre fue esencialmente Delia, para quien, como explica al principio del libro, quiso funcionar como “un puente” hacia los lectores. “Quise centrar la historia en el testimonio base, el eje de todo, que es Delia. Dejar que ella se cuente”. Cuando terminó de escribir, llegaron a revisar todo el libro juntas, y Soledad la recuerda muy contenta. “Le pareció exagerado el título que le propuse del libro: ‘¿Bastión de la resistencia?’ Me decía. ‘Suena como mucho’. Y bueno, hoy creo que está bárbaro el título, que es el indicado, por las que pasó… y aún así seguía, y eso era un resistir permanente. Hasta el día que falleció era un resistir, entonces, ¿cómo me va a parecer mucho?”, reflexionó la autora.  

Cuando Delia murió el 18 de julio de 2022, el libro entraba a la imprenta. “Le dieron el alta y falleció a los cuatro días. Pero cuando le dieron el alta y volvió a la casa, no sabés, estaba radiante, estaba bárbara”, recordó sonriente Soledad. Y agregó que le dijo: “Ahora me pongo bien y salimos de gira con el libro”. “Yo lo pensé siempre con ella. Entonces la verdad que [su muerte] fue un baldazo. Y ni hablar en lo afectivo lo que significó para mí”, sostuvo.

¿Por qué contar? ¿Por qué registrar? Soledad está segura de que Ángela Pradelli lo responde muy bien en el prólogo del libro. “Yo realmente pienso como ella con esta idea de Primo Levi, que fue un sobreviviente del nazismo, que es: contar porque puede volver a suceder, y para que sepamos que no debe volver a suceder nunca más”, explicó. Para la escritora: “Tenemos que contar siempre. Y ahora, en este presente en que se nos están yendo, por una cuestión lógica y generacional, las madres y las abuelas, nos estamos quedando solos y ahí sí creo que vamos a llegar sumamente huérfanos. Dar el relato, batallar este relato memorioso de ellas que viene siempre desde el lado del amor y de la construcción y no de la venganza. Me parece que es fundamental, sobre todo para las nuevas generaciones”. Las personas más jóvenes “tienen que saber que el terrorismo de Estado no podemos permitirlo nunca más, que las consecuencias atravesaron generaciones”.

Ahora mismo, Soledad sigue de acá para allá, de presentación del libro en presentación, o de evento en evento. Se ríe ante la pregunta de si puede hacer algún balance de todo el proceso. “Balance todavía no sé si puedo hacer, estoy muy en el tsunami, muy en la ola. Por ahí en unos meses. Sí que estoy muy agradecida porque estoy teniendo un acompañamiento muy amoroso, un montón de gente que te manda la foto, ‘mirá, tengo tu libro’”, cuenta. En medio de la “ola”, ella está segura de que Delia anda por ahí, “moviendo los hilos”, acompañándola en el proceso y presente en el camino, todavía largo, que queda por recorrer.

«Cuando no te tratan como semejante, uno desarrolla resistencia»

«Cuando no te tratan como semejante, uno desarrolla resistencia»

Luis Pescetti lleva vendidos más de dos millones y medio de libros para niños en toda hispanoamérica. Acaba de publicar «Cómo era ser pequeño explicado a los grandes», donde equipara las infancias con las migraciones. Entrevista publicada el 30 de agosto de 2022.

Luis Pescetti lleva publicados más de treinta libros entre novelas y relatos, y lleva vendidos más de 2.500.000 de ejemplares en toda hispanoamérica. Además, cuenta con trece discos, y siete audiovisuales. Recorrió teatros de Estados Unidos, España, Colombia, Chile, Brasil, Perú, Uruguay y Cuba. En México y Argentina, también participó en programas de radio y televisión durante años.  

Recientemente publicó Cómo era ser pequeño explicado a los grandes (Siglo XXI), una propuesta para mirar la vida desde las infancias que llegan como extranjeros, revalorizando la empatía como una guía para comunicarnos. El artista recorre sus pensamientos y experiencias, poemas y textos para que las personas adultas podamos acompañar a niñas y niños en los años donde miran sin referencias, ya que lo hacen por primera vez.

Con el silencio de antesala a cada respuesta y eligiendo cuidadosamente las palabras, el músico y escritor reflexiona  sobre su última obra: “Quise hacer como un mago sin mangas; de aquí nacen estas ideas, mis propios recuerdos”.

¿Cómo nace el libro?

Yo había tomado el compromiso de escribir un libro sobre emociones e infancias para Siglo XXI. Cuando empecé a escribir fue saliendo en esa nube, en ese magma, la metáfora del niño como inmigrante. En realidad no es una metáfora para explicar a los chicos, sino para que el adulto haga clic. Si lográs una representación del otro bien eficaz, la comunicación es más fluida, rápida y menos violenta. Entonces empecé a escribir por ahí, aun cuando era un ensayo. Venía leyendo El Mal de Escuela, ya admiraba mucho el estilo de ensayo de Daniel Pennac; es un libro en donde -como dice el título-, pone a la escuela como parte del mal -el problema-, no al estudiante. Otro es El hombre desplazado de (Tzvetan) Todorov donde cuenta el traslado desde Bulgaria hacia Francia y Estados Unidos. Y después Fuera de Lugar, de Edward Said. Son todos ensayos de una profunda reflexión sobre los temas que los copan que nacen de sus propias vidas, sus infancias. Me parecía la manera más alta y generosa de la reflexión, casi como una parábola. Entonces quise ensayar hacer eso mismo.

¿Y la metáfora del inmigrante?

Junto con eso yo venía leyendo, por gusto, la biografía que hizo Robert Graves de Lawrence de Arabia. Cuenta la intervención donde están los árabes contra los turcos, aparentemente a favor de los árabes. Pero después los dejaron afuera, charlaron Inglaterra y Francia, y ellos después les contaron la decisión. En toda esa mirada paternalista de los conquistadores hacia los árabes, vi  que había similitud. Después leí a Toni Morrison,  que habla de la esclavitud y también hay similitudes, semejanzas, más allá de la metáfora. Estando en un lugar de poder, siempre tendemos a tratar al otro tutelándolo. Entonces me di cuenta que entre niños, inmigrantes, desplazados y tercera edad había una semejanza. No disponen del tiempo. No disponen plenamente de su persona ni de las decisiones sobre su persona.

¿Cómo fuiste profundizando la idea?

Yo vengo de una familia de inmigrantes. Por otra parte, a los 18 años me vine a vivir a Buenos Aires y a los 29-30 me fui a México. Es algo muy presente la mirada desplazada que tenés cuando no sos del lugar. Tengo clarísima la sensación de, por un lado, estar en una gobernación o en Migraciones esperando que me entreguen los documentos. Por otro lado, los veo en todas sus singularidades dentro de una cultura. Es una mirada mezclada de inferioridad operativa y superioridad observativa. Es un poco lo que les pasa a los chicos y adolescentes en la escuela, están sujetos a que tienen que estudiar esto y nos miran teniendo opiniones superiores. Me di cuenta que era muy eficaz. Cada vez que yo decía: “Acordate cuando eras chico”, nadie se acuerda. Pero una manera muy potente y muy activa de la vocación es decir: “Imaginate que hoy sos inmigrante”. Te da la sensación de cómo se siente un niño, inválido, siente que te dicen: “No toquen los botones” y está ávido de hacerlo, de ser autónomo y a la vez no sabe qué es ser autónomo y qué implica ser autónomo.

¿Cómo pensás esa relación entre la infancia y la adultez?

No están cerradas, siempre dialogan. El otro día yo decía que voy a hacer un libro que se llame Ni aquí ni ahora porque nunca estamos en un punto de percepción del mundo que es aquí y ahora; toda tu historia no se borra para dejar lugar a que ese instante impacte, sin que le anden cuchicheando los viejos del pueblo. Cada instante impacta, dialoga o cae en el molde de otro recuerdo. A la vez, yo lo veía como una ética. La forma de tratar al pequeño es una forma de vida, es una responsabilidad. No puedes disponer del otro, sí desde un lugar de oficio como el cirujano o el piloto de un avión. En todo lo que excede al campo de oficio, seguís siendo un semejante. Lo que muestra el libro es que, cuando vos pequeño te sentís tratado como semejante, vos pequeño sos más eficaz en el mundo y, además, sos más copartícipe con quién te convoca a hacer algo. Cuando no te tratan como semejante, uno desarrolla resistencia. Entonces, por un lado hay un diálogo entre infancias y pequeños, pero por sobre todo una ética y una regla de oro de la eficacia.

Parte de esa ética y uno de los ejes que aparece es el de la mirada, ¿por qué?

Me viene un verso de Miguel Hernández: “Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,

que son dos hormigueros solitarios…” Lo normal es que vayamos construyendo nuestra identidad junto con cómo miramos a los demás, cómo logramos que nos miren, cómo interactuamos, nos peleamos y modelamos con la mirada del otro. Nos vamos a otro lugar, emigramos, porque ya no toleramos cómo nos miran. El niño es el más vulnerable a estar sujeto a cómo lo miran los demás. A mí me duele mucho cuando el niño cree que es el que está equivocado y se porta mal por impotencia, bronca, cuando en realidad está en un sistema que está planteando algo que está mal. Entonces el chico no sabe que es el sistema y confirma que está mal, la mirada que tiene sobre sí mismo es un crimen del sistema.

¿Cuál es la importancia de llenar de historias la casa?

Tenemos que tener historias para hacer visibles, para sentirnos sólidos. Tenemos historias, tenemos que contarlas. No podemos criar a los chicos como espectadores de historias que ocurren afuera porque estás criando inmigrantes. Cuando dejamos que otro haga una representación o una versión de nuestra historia, estamos en una situación de inferioridad porque somos los relatados por otro. Tenemos que ser los titulares de nuestro propio relato y esa es la importancia de la cultura. Los jóvenes que miran las noticias sobre Elon Musk twitteando, van a querer emigrar a ese lugar donde ocurren los hechos como cuando viajas a Nueva York y esperas ver el subtitulaje abajo de tus pies. Esa es la razón para invertir en cultura, para coincidir en tiempo, cuerpo y alma con tu presente.

¿Hay temas que se pueden hablar y otros no?

Una etapa por etapa, pero dicho así suena a viejo choto que dice: “No consumas etapas” y no es la idea. Hay un show buenísimo de John Leguizamo en Netflix. El tipo dice que hasta que vos no te ves reflejado afuera, sos invisible. Los chicos a lo largo de toda la niñez tienen que tener obras de teatro, películas y cuentos que los representen en esa experiencia. Si las obras de teatro, las canciones y las películas dan grandes saltos, hay años y años… Si todo fuera como son las franjas de edades de las plataformas 0 plus, hasta 7 años, hasta 13 años, estamos complicadísimos. Cada etapa tiene lo suyo, si no te vas sintiendo invisible en las cosas que te pasan. La libertad no solo va con la responsabilidad, en este punto va también con la identidad. No es que no sos libre de ver Stranger Things a los 9 años, no está bueno que estés consumiendo ese material a los 9 años porque está muy lejos de representar las cosas que te pasan a vos, de lo que sos capaz de asimilar, de que te queme la cabeza. Y, dicho metafóricamente, a la cabeza también le pasa que, si comes picante primero, la manzana después no va a tener sabor.

¿Cuáles historias contar?

Cualquiera. Los niños no esperan tipo Netflix, una historia donde corre peligro nuestra vida. Esperan que la contemos con ganas, le dediquemos un tiempo, estemos ahí contándolas porque si no somos como los periodistas que ponen a Elon Musk. ¿Por qué no contás lo que hace el INVAP o que se vendió un satélite o construyó una central nuclear? ¿Cuáles son nuestros relatos que nos hacen sentir sólidos? Estamos desde el gallinero mirando a Elon Musk escribir en Twitter. Por eso hay que contar historias, tenemos una épica también y hay que reconocerla y transmitirla. Los estadounidenses supieron hacer su propia Constitución, la supieron hacer y la supieron narrar. Yo tengo hijos chicos, un día para dormir, uno dijo: “Voy a contar un lío”. Ese fue el inicio de noches y noches contando líos en la pandemia. Nadie tiene ni tantos líos ni tantos recuerdos, pero ese es el valor de las propias historias, imaginate cuando eso falta, ¿qué falta? No lo digo para responder, sino para que quede el hueco de esa pregunta, ¿qué falta cuando eso falta? ¿Con qué se llena? Con la narrativa de otros. Hay una frase de uno de los versos de Martí que dice “¿qué es lo que falta que la aventura falta?”, que narres tu propia aventura.

La comunicación tiene pluma de mujer

La comunicación tiene pluma de mujer

Se presentó el primer tomo de «Mujeres de la comunicación argentina», un libro que reúne la bio-bibliografía de las pioneras de la investigación en ese campo académico.

Mujeres de la comunicación argentina. Tomo I» es un libro editado por Alejandra García Vargas, Nancy Díaz Larrañaga y Larisa Kejval con apoyo de FES Comunicación de reciente aparición. En sus páginas se retratan las trayectorias de las pioneras en el campo académico de la comunicación en la Argentina y de las primeras graduadas de la carrera tras la última dictadura cívico militar.

Este libro demuestra que los caminos de investigación por los que se aventuran y sus resultados tienen, por supuesto, mucho de trabajo personal y de esfuerzo, pero también otro tanto de azar, de obsesiones personales y de vivencias, que las determinando. Tomar conciencia de ellas puede ser tan interesante como los resultados académicos obtenidos.

En el escenario global del auge de lo que en la Argentina se denominó “la cuarta ola” o “la marea verde”, surge esta publicación que está atravesada por una impronta feminista de principio a fin, pues a lo largo de la historia las mujeres han hecho un sin número de aportes al campo académico de la comunicación, pero a pesar de ello, son los hombres quienes tienen mayor visibilidad de sus trabajos. De este modo, el libro brinda un homenaje y reconocimiento a la ardua labor que han desempeñado las pioneras en el campo académico en materia de comunicación en el país.

 

Larisa Kevjal, directora de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, dice a ANCCOM que el libro surge a partir del diagnóstico que se hacía desde diferentes lugares y momentos respecto a la invisibilización de las mujeres en el campo académico de la comunicación en la América Latina. “No se da porque las mujeres no hayan protagonizado la construcción del campo, sino que observábamos que en muchos casos, los aportes quedan invisibilizados en relación con las grandes figuras masculinas que motorizaron el campo y emergen en las bibliografías, en los congresos, en las mesas”, señala.

Además, ejemplifica con una vivencia personal: “Particularmente viví una situación en un congreso de la Asociación Internacional de la Comunicación e Investigación en España, en  2019, donde se hizo un homenaje a les referentes de las Ciencias de la Comunicación en América Latina y todos los homenajeados eran hombres. Nosotras en la Argentina estábamos en plena marea verde, ya con los lentes del feminismo puestos, viendo cómo las desigualdades de género atraviesan todas las desigualdades sociales. Levanté la mano y dije: ‘No hay mujeres acá’. Esas ausencias, en el contexto de expansión de los feminismos, se nos empezaron a hacer más fuertes.”

Entre las pioneras, figuran, Stella Martini, Margarita Graziano y Alicia Entel, Nora Mazzioti y Patricia Terrero. Y en el capítulo dedicado a las primeras graduadas posdictadura están nombres como los de Mariana Baranchuk, Cora Gamarnik Daniela Monje, Sandra Valdettaro y Claudia Villamayor.

Este libro no solo muestra las trayectorias y aportes de quienes han protagonizado el nacimiento y desarrollo del ámbito académico en materia comunicacional en el país, sino que además, brindó la posibilidad de que otras mujeres, también del campo, sean las voces responsables de contar a las “antologizadas” (como las llaman cariñosamente). Así, autoras como Flavia Costa, Eva Rodríguez Agüero, Carla Avendaño, Rosario Sánchez, Adriana Ghitia, Ianina Lois y Beatriz Alem, entre muchas otras, escriben sobre aquellas investigadoras homenajeadas.

Nancy Díaz Lagarraña, secretaría de Posgrado de la Universidad Nacional de Quilmes, afirma: “Nosotras pudimos seleccionar para este primer libro a 25 mujeres, pero nos interesaba que otras mujeres también del campo de la comunicación pudieran aparecer y narrar a estas pioneras. De esa manera, el libro tiene casi 60 mujeres de la comunicación, algunas son narradas y otras narran. Nos pareció que así ampliábamos muchísimo la forma de nombrar y visibilizar a las mujeres. Múltiples voces narrando lo que las mujeres en la comunicación hacen o hacemos”.

Al reconstruir la historia de la consolidación de este espacio en la Argentina, fue de suma importancia plasmar una mirada federal, entendiendo que las desigualdades no solo son de género, sino también regionales. En este sentido, el libro funciona como un documento histórico, dándoles el merecido lugar a las mujeres, a partir de la validación de distintas perspectivas teóricas, marcos conceptuales y volviéndose, a la vez, un modo de cuestionar los discursos y las prácticas patriarcales. “Nos hemos propuesto dar cuenta de las bio-bibliografías de mujeres de la comunicación que han abordado aristas diferentes de esos procesos, desde bibliotecas o entradas teóricas y epistemológicas diversas. Los estudios de nuestras ‘antologizadas’ no ponen necesariamente en foco las dinámicas de género o sus intersecciones con otros ejes ordenadores de la desigualdad y la diferencia en Argentina, pero conforman un abanico de propuestas relevantes y que dan cuenta de la diversidad y de la vitalidad del campo”, explica Alejandra García Vargas, secretaria de Posgrado y  secretaria del Área Académica de Género y Derechos Humanos de la FHyCS (Universidad Nacional de Jujuy) y además codirectora del Doctorado en Desarrollo Regional y Políticas Públicas (FCE-UNJu).

 Aparte de reconocer el camino que hicieron las ‘antologizadas’ en la creación de las carreras de Comunicación en el país, y en la reestructuración de las mismas hacia una mirada más crítica y latinoamericana, en un contexto difícil posdictadura, el libro propone una lectura, bien sea por capítulos, o una más transversal, navegando por las diferentes perspectivas. Si bien las editoras mencionan que no todas las mujeres de este libro son feministas, o feministas 100%, la obra es una forma de producir conocimiento situado y emancipatorio.

“Hay un trabajo constante de las mujeres para revertir la desigualdad; nos sumamos a ese camino con nuestro pequeño aporte. Venimos de un encuentro de presentación del libro que vivimos como una fiesta, y esa también es una forma: celebrar que nos reconocemos, nos citamos y nos cuidamos -aún en la diversidad y las discrepancias- y que estamos caminando juntas porque lo personal es político sólo si se transita colectivamente”, cierra García Vargas. El libro puede descargarse de manera gratuita.

 

 

«Cuando no te tratan como semejante, uno desarrolla resistencia»

«Cuando no te tratan como semejante, uno desarrolla resistencia»

Luis Pescetti lleva vendidos más de dos millones y medio de libros para niños en toda hispanoamérica. Acaba de publicar «Cómo era ser pequeño explicado a los grandes», donde equipara las infancias con las migraciones.

Luis Pescetti lleva publicados más de treinta libros entre novelas y relatos, y lleva vendidos más de 2.500.000 de ejemplares en toda hispanoamérica. Además, cuenta con trece discos, y siete audiovisuales. Recorrió teatros de Estados Unidos, España, Colombia, Chile, Brasil, Perú, Uruguay y Cuba. En México y Argentina, también participó en programas de radio y televisión durante años.  

Recientemente publicó Cómo era ser pequeño explicado a los grandes (Siglo XXI), una propuesta para mirar la vida desde las infancias que llegan como extranjeros, revalorizando la empatía como una guía para comunicarnos. El artista recorre sus pensamientos y experiencias, poemas y textos para que las personas adultas podamos acompañar a niñas y niños en los años donde miran sin referencias, ya que lo hacen por primera vez.

Con el silencio de antesala a cada respuesta y eligiendo cuidadosamente las palabras, el músico y escritor reflexiona  sobre su última obra: “Quise hacer como un mago sin mangas; de aquí nacen estas ideas, mis propios recuerdos”.

¿Cómo nace el libro?

Yo había tomado el compromiso de escribir un libro sobre emociones e infancias para Siglo XXI. Cuando empecé a escribir fue saliendo en esa nube, en ese magma, la metáfora del niño como inmigrante. En realidad no es una metáfora para explicar a los chicos, sino para que el adulto haga clic. Si lográs una representación del otro bien eficaz, la comunicación es más fluida, rápida y menos violenta. Entonces empecé a escribir por ahí, aun cuando era un ensayo. Venía leyendo El Mal de Escuela, ya admiraba mucho el estilo de ensayo de Daniel Pennac; es un libro en donde -como dice el título-, pone a la escuela como parte del mal -el problema-, no al estudiante. Otro es El hombre desplazado de (Tzvetan) Todorov donde cuenta el traslado desde Bulgaria hacia Francia y Estados Unidos. Y después Fuera de Lugar, de Edward Said. Son todos ensayos de una profunda reflexión sobre los temas que los copan que nacen de sus propias vidas, sus infancias. Me parecía la manera más alta y generosa de la reflexión, casi como una parábola. Entonces quise ensayar hacer eso mismo.

¿Y la metáfora del inmigrante?

Junto con eso yo venía leyendo, por gusto, la biografía que hizo Robert Graves de Lawrence de Arabia. Cuenta la intervención donde están los árabes contra los turcos, aparentemente a favor de los árabes. Pero después los dejaron afuera, charlaron Inglaterra y Francia, y ellos después les contaron la decisión. En toda esa mirada paternalista de los conquistadores hacia los árabes, vi  que había similitud. Después leí a Toni Morrison,  que habla de la esclavitud y también hay similitudes, semejanzas, más allá de la metáfora. Estando en un lugar de poder, siempre tendemos a tratar al otro tutelándolo. Entonces me di cuenta que entre niños, inmigrantes, desplazados y tercera edad había una semejanza. No disponen del tiempo. No disponen plenamente de su persona ni de las decisiones sobre su persona.

¿Cómo fuiste profundizando la idea?

Yo vengo de una familia de inmigrantes. Por otra parte, a los 18 años me vine a vivir a Buenos Aires y a los 29-30 me fui a México. Es algo muy presente la mirada desplazada que tenés cuando no sos del lugar. Tengo clarísima la sensación de, por un lado, estar en una gobernación o en Migraciones esperando que me entreguen los documentos. Por otro lado, los veo en todas sus singularidades dentro de una cultura. Es una mirada mezclada de inferioridad operativa y superioridad observativa. Es un poco lo que les pasa a los chicos y adolescentes en la escuela, están sujetos a que tienen que estudiar esto y nos miran teniendo opiniones superiores. Me di cuenta que era muy eficaz. Cada vez que yo decía: “Acordate cuando eras chico”, nadie se acuerda. Pero una manera muy potente y muy activa de la vocación es decir: “Imaginate que hoy sos inmigrante”. Te da la sensación de cómo se siente un niño, inválido, siente que te dicen: “No toquen los botones” y está ávido de hacerlo, de ser autónomo y a la vez no sabe qué es ser autónomo y qué implica ser autónomo.

¿Cómo pensás esa relación entre la infancia y la adultez?

No están cerradas, siempre dialogan. El otro día yo decía que voy a hacer un libro que se llame Ni aquí ni ahora porque nunca estamos en un punto de percepción del mundo que es aquí y ahora; toda tu historia no se borra para dejar lugar a que ese instante impacte, sin que le anden cuchicheando los viejos del pueblo. Cada instante impacta, dialoga o cae en el molde de otro recuerdo. A la vez, yo lo veía como una ética. La forma de tratar al pequeño es una forma de vida, es una responsabilidad. No puedes disponer del otro, sí desde un lugar de oficio como el cirujano o el piloto de un avión. En todo lo que excede al campo de oficio, seguís siendo un semejante. Lo que muestra el libro es que, cuando vos pequeño te sentís tratado como semejante, vos pequeño sos más eficaz en el mundo y, además, sos más copartícipe con quién te convoca a hacer algo. Cuando no te tratan como semejante, uno desarrolla resistencia. Entonces, por un lado hay un diálogo entre infancias y pequeños, pero por sobre todo una ética y una regla de oro de la eficacia.

Parte de esa ética y uno de los ejes que aparece es el de la mirada, ¿por qué?

Me viene un verso de Miguel Hernández: “Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,

que son dos hormigueros solitarios…” Lo normal es que vayamos construyendo nuestra identidad junto con cómo miramos a los demás, cómo logramos que nos miren, cómo interactuamos, nos peleamos y modelamos con la mirada del otro. Nos vamos a otro lugar, emigramos, porque ya no toleramos cómo nos miran. El niño es el más vulnerable a estar sujeto a cómo lo miran los demás. A mí me duele mucho cuando el niño cree que es el que está equivocado y se porta mal por impotencia, bronca, cuando en realidad está en un sistema que está planteando algo que está mal. Entonces el chico no sabe que es el sistema y confirma que está mal, la mirada que tiene sobre sí mismo es un crimen del sistema.

¿Cuál es la importancia de llenar de historias la casa?

Tenemos que tener historias para hacer visibles, para sentirnos sólidos. Tenemos historias, tenemos que contarlas. No podemos criar a los chicos como espectadores de historias que ocurren afuera porque estás criando inmigrantes. Cuando dejamos que otro haga una representación o una versión de nuestra historia, estamos en una situación de inferioridad porque somos los relatados por otro. Tenemos que ser los titulares de nuestro propio relato y esa es la importancia de la cultura. Los jóvenes que miran las noticias sobre Elon Musk twitteando, van a querer emigrar a ese lugar donde ocurren los hechos como cuando viajas a Nueva York y esperas ver el subtitulaje abajo de tus pies. Esa es la razón para invertir en cultura, para coincidir en tiempo, cuerpo y alma con tu presente.

¿Hay temas que se pueden hablar y otros no?

Una etapa por etapa, pero dicho así suena a viejo choto que dice: “No consumas etapas” y no es la idea. Hay un show buenísimo de John Leguizamo en Netflix. El tipo dice que hasta que vos no te ves reflejado afuera, sos invisible. Los chicos a lo largo de toda la niñez tienen que tener obras de teatro, películas y cuentos que los representen en esa experiencia. Si las obras de teatro, las canciones y las películas dan grandes saltos, hay años y años… Si todo fuera como son las franjas de edades de las plataformas 0 plus, hasta 7 años, hasta 13 años, estamos complicadísimos. Cada etapa tiene lo suyo, si no te vas sintiendo invisible en las cosas que te pasan. La libertad no solo va con la responsabilidad, en este punto va también con la identidad. No es que no sos libre de ver Stranger Things a los 9 años, no está bueno que estés consumiendo ese material a los 9 años porque está muy lejos de representar las cosas que te pasan a vos, de lo que sos capaz de asimilar, de que te queme la cabeza. Y, dicho metafóricamente, a la cabeza también le pasa que, si comes picante primero, la manzana después no va a tener sabor.

¿Cuáles historias contar?

Cualquiera. Los niños no esperan tipo Netflix, una historia donde corre peligro nuestra vida. Esperan que la contemos con ganas, le dediquemos un tiempo, estemos ahí contándolas porque si no somos como los periodistas que ponen a Elon Musk. ¿Por qué no contás lo que hace el INVAP o que se vendió un satélite o construyó una central nuclear? ¿Cuáles son nuestros relatos que nos hacen sentir sólidos? Estamos desde el gallinero mirando a Elon Musk escribir en Twitter. Por eso hay que contar historias, tenemos una épica también y hay que reconocerla y transmitirla. Los estadounidenses supieron hacer su propia Constitución, la supieron hacer y la supieron narrar. Yo tengo hijos chicos, un día para dormir, uno dijo: “Voy a contar un lío”. Ese fue el inicio de noches y noches contando líos en la pandemia. Nadie tiene ni tantos líos ni tantos recuerdos, pero ese es el valor de las propias historias, imaginate cuando eso falta, ¿qué falta? No lo digo para responder, sino para que quede el hueco de esa pregunta, ¿qué falta cuando eso falta? ¿Con qué se llena? Con la narrativa de otros. Hay una frase de uno de los versos de Martí que dice “¿qué es lo que falta que la aventura falta?”, que narres tu propia aventura.

María Galindo llegó a Buenos Aires

María Galindo llegó a Buenos Aires

La militante boliviana anarcofeminista, comunicadora y escritora visita la Argentina para presentar su libro “Feminismo bastardo”. Además, realizó una radiodocumental en el Consulado de su país en Buenos Aires como forma de protesta contra la burocracia y la violencia de género.

“Estamos aquí hoy presionando porque violadores y feminicidas huyen de nuestro país con impunidad. Los dejan pasar la frontera, no los deportan y eso es con complicidad de las autoridades estatales”, expresó María Galindo en las escaleras del Consulado de Bolivia en Argentina. Un grupo de personas, en su mayoría de origen boliviano, la esperó allí a las 10 de la mañana de hoy para participar de su radiodocumental para Radio Deseo.

La militante boliviana, anarcofeminista, comunicadora, escritora y cofundadora del movimiento Mujeres Creando llegó a la Argentina para la presentación de su nuevo libro, Feminismo Bastardo, editado por lavaca. El evento se realizará este miércoles 20 de abril a las 18, en la Manzana de las Luces. 

Lo primero que hizo María Galindo al llegar al Consulado fue conversar sobre las problemáticas a las que se enfrentan siendo migrantes bolivianos en la Argentina: desde filas eternas para realizar los trámites, malas condiciones edilicias en el consulado, hasta casos de violencia de género y discriminación. 

“Cuando viajo invitada a un país, siempre visito las delegaciones de atención diplomática, porque Bolivia es un país expulsor de mano de obra barata. Los consulados y embajadas de Bolivia, en general, están muy mal atendidos. Hay un desprecio por el valor de la gente, hay una dejadez. No es un lugar accesible”, comentó la militante en diálogo con ANCCOM. 

Feminismo Bastardo, editado por lavaca, se presentará este miércoles 20 de abril, a las 18, en la Manzana de las Luces. 

Sin embargo, Galindo no fue solo para visibilizar las condiciones en las que se encuentra el edificio, sino para que los funcionarios le den respuestas concretas al pueblo boliviano. Luego de conversar con tres mujeres víctimas de violencia de género y sus familiares, se dirigió a la oficina de la cónsul adjunta, María Elizabeth Oporto Balboa, para hacerle llegar las causas en persona.

Para María Galindo “no hay un feminismo, hay muchos feminismos y luchas al mismo tiempo. Ninguna es más importante que la otra”. Se trata de tener el ingenio para asociar las que parece que están disociadas. Con respecto a la legalización del aborto en Argentina expresó: “Para mí fue una lucha muy importante, logró conjuncionar diferentes sujetos con un mismo objetivo y masificarse, pero estoy muy indignada por varias cosas. La primera: hay gente que se presenta a nivel internacional como propietaria de esa lucha que es de todas, todos y todes, y no de cuatro que la han aprovechado para conseguir un cargo en el Estado. La segunda crítica que tengo es que parece que se hubiera desinflado: ¿qué viene ahora? La tercera es que parece que el Estado se lo hubiera engullido todo”.

Luego de esta conquista histórica, Galindo considera que hay muchos pasos a seguir: “La despenalización del aborto era y es muy importante pero, ¿dónde están todas las cuestiones de la pobreza, el racismo, el trabajo, las libertades sexuales?

Su visita contó con el apoyo de sus seguidoras que deseaban escuchar su radiodocumental. Laura Zenteno hoy no tenía que hacer ningún trámite, asistió al consulado únicamente para conocer a la militante. Hace más de 12 años que vive en Argentina y con respecto a los femicidios opinó: “La violencia de género que hay en Argentina y Bolivia es similar pero lo que noto es que aquí pueden hablar, no se callan más. Allá recién se están levantando. Bolivia es un país muy machista”. A su vez, Roxana Vallejos, también boliviana y residente en Argentina desde hace 20 años, agregó: “Yo vine para apoyar a María porque me gusta que esté peleando por las mujeres. Muchas se quedan calladas y no hablan porque no hay soluciones. La violencia de género me parece que es peor en Bolivia que en Argentina. La justicia no hace nada”.

Aunque la mayoría de los presentes apoyaba a Galindo, también hubo personas que no compartieron sus métodos. Este fue el caso de Francisco Flores, boliviano que ya lleva 35 años en la Argentina: “Vine a ver a Galindo increpar a los funcionarios. Su forma de lucha me parece irrespetuosa, no es la manera. Sé que la gente necesita contención pero no es la solución. La violencia de género tiene que cesar, tenemos que formar una sociedad mejor pero no con estos actos”.

La radiodocumental terminó en el mismo lugar donde arrancó: en las escaleras del Consulado. La multitud acompañó a Galindo hasta el final con aplausos y cantando al unísono: “Consulado a trabajar” y “No nos callan más”.