«Mi mamá comenzó a sanar cuando empezó a luchar»

«Mi mamá comenzó a sanar cuando empezó a luchar»

En una nueva audiencia por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los pozos de Quilemes y Banfield y en la Brigada de Lanús, declararon dos hermanos de desaparecidos que pudieron reconstruir la búsqueda incensante y el horror que atravesaron de sus familiares.

La jornada número 82 del juicio por los crímenes cometidos en los Centros Clandestinos de Detención de Banfield, Lanús y Quilmes tuvo los testimonios de María Cecilia Della Flora y Sergio Szajnbaum. La primera en declarar fue María Cecilia Della Flora, hermana de José María (Pepi), quien fue secuestrado el 12 de abril de 1977 en la Ciudad de Buenos Aires y continúa desaparecido.

La Fiscalía le preguntó a Cecilia si tanto ella como algún miembro de su familia habían sido víctimas de la última dictadura cívico-eclesiástico-militar y en qué circunstancia se dio. Esta pregunta, es la que dio inicio a la exposición. Cecilia contó que su hermano mayor, José María nació el 15 de abril de 1955 y que actualmente está desaparecido. José María fue visto por otros secuestrados, que luego fueron liberados, en el Pozo de Quilmes y también en el Centro Clandestino El Vesubio. Cecilia pidió permiso para mostrar una foto de su hermano, una foto de los últimos tiempos antes de su desaparición: «Nosotros no lo llegamos a ver con 22 años». Luego exhibe una foto de él con 20 años y una a color que decide mostrar, por un rasgo en particular que tenía su: era pelirrojo.

«Era mi hermano mayor, físicamente era pelirrojo, delgado, medía 1,70 y en casa, cuando éramos chicos, le decíamos Pepi. En sus tiempos de la universidad y militancia tuvo varios sobrenombres, «Flora», «Polo», «Colorado», «Juan». Había cursado en el Colegio Don Bosco de Bernal. Era muy buen alumno, destacado en matemáticas, aficionado al dibujo». Destacó que desde la escuela y en su familia tuvieron formación católica y cristiana, lo que implicó que José María adquiriera mucha sensibilidad, empatía, trabajara por los más necesitados, por la justicia.

“En el secundario –prosiguió- concurría a un grupo juvenil en una parroquia y daba catecismo en la villa. Esa era su vida. Tenía muchos amigos, ni bien terminó el secundario, en 1973, comenzó a estudiar arquitectura en la UBA desde 1973 hasta 1976”, contó. Cecilia conserva una copia de la libreta universitaria donde consta que la última mesa de examen a la que se presentó fue el 10 de marzo de 1976. También contó sobre la actividad en la política universitaria de José María: “En esa época mi hermano participó en el centro de estudiantes y fue militante de la JUP de arquitectura”. En abril de 1976 José María se incorporó al servicio militar obligatorio en el Regimiento de Caballería 8 de Magdalena, provincia de Buenos Aires. Allí estuvo hasta el mes de agosto, cuando fue a visitar a su familia en Quilmes. Lo llamaron y le contaron que un amigo suyo y compañero de militancia de la facultad estaba desaparecido. Se llamaba Alfredo Romay, un chico de Haedo, estudiante de arquitectura, que también estaba haciendo el servicio Militar. “A mi hermano le dijeron que el 30 de julio habían ido a la casa de sus padres y que lo habían secuestrado, que se lo habían llevado medio muerto”, describió Cecilia. José María se asustó por el peligro que implicaba seguir en el Servicio Militar y decidió no presentarse más, desertó.

Los efectivos militares lo fueron a buscar, según relató Cecilia y recordó: “A partir de allí mi hermano también dejó de vivir en casa, nos mandaba algunas cartas por correo, les decía a mis padres que estaba bien, buscando algún trabajo y que no se preocupen por él”. Durante la clandestinidad, la familia se encontraba con José María en citas en Capital donde le llevaban cosas. Della Flora dijo que perdieron todo contacto con él en el mes de abril de 1977.

La fecha que quedó consignada en los registros de la CONADEP fue 12 de abril, ya que así lo informó la madre de Cecilia. “Puso esa fecha porque el 15 mi hermano iba a cumplir 22 años y por eso se iba a encontrar con mi mamá, pero, por razones de seguridad como mi hermano era un desertor y había perdido legalidad, temía que si se encontraban el 15 de abril la siguieran, por lo que había combinado unos días antes y a esa cita mi hermano no se presentó”. Cecilia recordó también que a principios de abril se encontró con él y lo vio en mal estado. A Cecilia se le quiebra la voz y detiene su relato para tomar agua. “Me decía que no tenía donde estar, que hacía alguna changa cuando podía. Me decía que a veces podía dormir en la casa de algún compañero o amigo y que muchas veces se iba a Plaza Miserere, se tomaba un tren a Lujan y volvía para dormir en el tren”. Después de ese encuentro, lo invitó a su casa en Lanús. “Lo llevé a mi casa y lo tuve guardado ahí, lo llevé sin que viera a donde iba, para que durmiera, comiera, se bañara, le lavé la ropa, charlamos muchísimo. Me decía que su intención era volver a la militancia. Yo, en ese momento, hacía un tiempo había comenzado con una militancia barrial, en Montoneros”. Recordó también que hablaron mucho y le dio un dato que se volvió doloroso a través del tiempo, ya que le contó que su novia de quien sólo dijo que se llamaba -o le decían- Ana, probablemente estaba embarazada.

Cecilia habló con su referente de Montoneros, un compañero al que le decían “Gordo» y de apellido Vega, quien hoy también está desaparecido. “El Gordo me dio un papelito cerrado donde había escrito una cita para que mi hermano se encontrara con alguien que iba a ser un enlace para volver a la militancia. Con ese papelito se fue mi hermano de mi casa. Me pidió que le tiña el pelo, salió de mi casa con el pelo teñido de marrón. Esa fue la última vez que lo vi, la primera semana de abril del 77”. José María empezó a faltar a las citas con la familia, Cecilia habló con “el Gordo» quien le dijo que la cita de su hermano había sido secuestrado y torturado y le comentó: “Tenemos conocimiento que dijo muchos datos que tenía”. Luego recuperó el nombre de esa cita: “Este muchacho se llamaba Horacio Paz, sobrenombre el Hippie. Leí que a él lo habían secuestrado el 14 de abril de ese año. No sabemos qué pasó con mi hermano porque no tenemos la fecha exacta ni tampoco nadie que haya visto su secuestro”.

Della Flora recordó que se acercaron personas a su casa y le llevaban mensajes de su hermano en los que decía que se encontraba bien, que estaba preso, pero no sabía a dónde. “Durante toda la dictadura fue hasta ahí lo único que supimos, porque después los datos que fuimos teniendo fueron a partir de CONADEP”. Sus padres presentaron habeas corpus, escribieron cartas a la Junta Militar, a instituciones estatales y eclesiásticas, se contactaron con organismos internacionales para saber sobre el paradero de su hijo. “Un tío, Atilio Della Flora, mi papá era italiano, en Génova y en la embajada de Italia. Esas fueron algunas de las acciones que realizaron mis padres José Della Flora que falleció en 2003 a los 94 años y mi mamá Elena Campo que está por cumplir 94”.

Como ocurrió con las reconstrucciones de las historias de los familiares de detenidos desaparecidos a lo largo de este juicio, Cecilia también contó que los datos de su hermano los obtuvo de personas que fueron liberadas y que compartieron tiempo con José María. “En los datos que fuimos teniendo a partir de la CONADEP, supimos que a mi hermano no lo registraron como estudiante universitario, figura como conscripto. Nos citaron y nos dijeron que había sido visto en el pozo de Quilmes y tenían datos de tres personas: Alcides Chiessa, Alberto Derman y Felipe Favazza. Con Alcides Chiessa nos entrevistamos y pudimos conversar varias veces. Con Derman y Favazza no pudimos hablar, pero tengo copia de toda su denuncia en CONADEP firmada por ellos donde está consignado como visto”. Alcides les contó que lo habían detenido a mediados de octubre del 77 y lo llevaron al Pozo de Quilmes, entre medio a otro lugar y definitivamente salió del pozo de Quilmes a mediados de mayo del 78. Compartió el lugar de detención con mi hermano, me dijo que habían conversado muchas veces: “Alcides sabía que mi hermano era estudiante de arquitectura. Lo recordaba como pelirrojo, le habían roto los anteojos, de las torturas, golpes, picana y submarino. También me contó que algo que cantaban en el pozo de Quilmes era El himno a la alegría, que me conmovió muchísimo porque era algo que mi hermano impulsaba bastante. El himno a la alegría era el himno de nuestra familia desde chicos”. En la conversación que tuvo con Chiessa, pudo saber que tenían identificados tres momentos en los que sacaban a los detenidos: “Un horario temprano, para los que liberaban. Un horario intermedio que significaba traslado y de noche era indicador de que los mataban. Y poco antes del mundial se lo llevaron a mi hermano en un horario intermedio y pensaron que lo trasladaron a otro lugar, pero nunca más se supo de él”.

María Cecilia recuerda que armar el rompecabezas fue insólito, ya que un día leyendo el diario en un recordatorio que se hacía sobre el CCD El Vesubio leyó el nombre José María Della Flora: “Al otro día me comuniqué con Antropólogos y me dijeron que una persona declaró haber estado con él en Vesubio, Ricardo Cabello y me dieron su número de teléfono. Lo llamé y me atendió muy bien. Ahí aparece un dato que modifica lo que uno sabía. Él había estado con mi hermano. Lo habían secuestrado el 25 de agosto del 77, tenía 15 años, y lo habían liberado creo que el 3 de octubre del 77. Me dijo que cuando llegó a Vesubio mi hermano estaba y que cuando se fue de Vesubio mi hermano seguía estando, que ellos pudieron hablar bastante porque compartían cucheta. Me dijo que a mi hermano lo había identificado por fotos. Me dijo que lo recordaba petiso, coloradito (sonríe), de sobrenombre Flora y que charlaron que vivía en un barrio cercano al nuestro, no se conocían de antes”. Con el testimonio de Ricardo, el recorrido de José María cambia y hasta la actualidad continúa recibiendo información. “Este año una compañera me facilitó un contacto con otro sobreviviente del Pozo de Quilmes, Carlos Guarino que vive en el sur y accedió a comunicarse por videoconferencia, conversamos y me contó que estuvo en el Pozo de Quilmes entre el 6 de enero del 78 y el 6 de febrero y después de principio de marzo a mediados de mayo del 78. Estuvo con mi hermano en la primera ocasión, y también recordaba a Alcides”.

La Fiscalía preguntó a Della Flora cómo continuó la vida de su familia y en qué los afectó la desaparición de su hermano: “Cambió la vida de la familia para siempre, éramos una familia que nos manejábamos con objetivos comunes. Nos partió al medio. El objetivo era que sigamos creciendo, que estudiáramos. Mi papá y mi mamá dedicaron todos sus esfuerzos a buscar, a recorrer todo lugar posible. Yo me terminé escapando de Buenos Aires, mi hermana más chica quedó sola acompañando a mis padres, se opacaron los festejos. Mi mamá siempre conservaba todo intacto, para navidad había un plato en la mesa porque mi mamá decía: ‘Mirá, no vaya a ser que venga´. La vida de todos cambió y era no saber, era imaginar, divagar, pensar qué hicieron con él. Con el correr de los años nos íbamos convenciendo. Desde lo personal hasta la democracia yo decía ´va a venir la democracia, van a abrir las cárceles y nos van a devolver a nuestros parientes´ y con el tiempo fuimos viendo que no. La que nunca se convenció de eso, que lo sigue esperando con vida es mi mamá. Era peligroso hablar porque uno no sabía con quién hablaba. Era peligroso contar lo más importante que nos estaba pasando. Porque teníamos temor y desconfianza, durante todo el tiempo del proceso fue terrible”. Luego pidió leer algo que escribió para su hermano donde explica lo que es para una familia decir todo lo que ocurrió, en la que incluyó una carta de su nieta a su hermano y cerró su lectura diciendo: “Sin justicia, la impunidad es ley”.

Por problemas en la conexión con Luis María Armesto, las partes toman la decisión de adelantar el último testimonio, de Sergio Szajnbaum quien es hermano de Saúl Jaime Szajnbaum, secuestrado el 21 de noviembre de 1977, en Belgrano. Saúl se había recibido en el colegio Huergo y estudiaba Bioquímica en la UBA, también radio y televisión y trabajaba como técnico químico en Robertech SA que era una empresa de perfumes.

Sergio se enteró por la madre de Ruth Roller, novia de Saúl, cómo sucedieron los hechos: “El día del secuestro, él salió del curso de radio y televisión, volvía a la casa de la novia y lo estaban esperando con autos típicos de esa época, Ford Falcon, y las vecinas de la madre de Ruth escucharon gritos, corridas y la agarraron a Ruth y la hicieron entrar en una de las casas y a Saúl lo persiguieron hasta que lo agarraron”. Luego de averiguar e investigar en muchos lugares, Sergio pudo reconstruir cuál fue el recorrido que hizo su hermano después de su secuestro: “Se lo llevan a la Brigada de San Justo y ahí es su primer secuestro y de ahí pasa, después de un tiempo, a lo que hoy llamamos el Pozo de Banfield, el CCD. Ahí es donde estuvo más tiempo y el 14 de mayo del 78 hacen el famoso y lamentable traslado, era el final”. Supo que un día o dos antes lo pasaron porque él estaba tanto en San Justo como en Banfield, siempre estuvo con Graciela Grigo y Claudia Com. “En un momento dado Graciela me dice que lo pasan arriba con un grupo de uruguayos que él no tenía nada que ver con un grupo de uruguayos y ahí si hacen el traslado. Yo supongo que los que estaban abajo después los legalizaron, como Adriana Chamorro, que cuenta que vio a alguien que lo subieron al piso de arriba. Luego del juicio de la brigada de San Justo donde declaré, hablé con ella y ella no recordó a Saúl en concreto, pero sí que subieron a alguien al primer piso. Se corrobora con lo que cuenta… y a partir de ahí no lo vio más”.

Saúl había dejado la militancia. Cuando se enteraron del secuestro de Claudia, una compañera, un sábado, le dijeron que se fuera del país y les respondió que no iba a pasar nada, porque ya no militaba. Lo secuestraron el lunes a la noche. El apodo que tenía era Felipe y militaba en OCPO (Organización Comunista Poder Obrero). “Tal es así que después de tantos habeas corpus, salió uno positivo con el pedido de captura de él, por pertenecer a esa organización, emitido por el 1er cuerpo del ejército”, contó Sergio.

Sergio también describió que aún antes del secuestro de su hermano, había sido perseguido: “En julio del 74 asesinan al diputado Ortega Peña y fue muchísima gente al entierro en Chacharita. Saúl va con el grupo de diputados, yo fui en el subte y ellos en micros. Resulta que la policía para esos micros y se los llevan a todos detenidos. Saúl estuvo detenido dos o tres días. Después fueron dejando a todos, porque también había diputados. Nosotros vivíamos en la casa de mis padres donde tenían un negocio en Caballito y empezaron a llamar las tres A, Alianza Anticomunista Argentina, liderada por López Rega. Las amenazas eran terribles, fuertísimas, que nos iban a matar a todos, que iba a matar a Saúl y mis padres se empezaron a aterrorizar, así que de manera urgente y casi regalando la casa la vendieron y compraron dos departamentos, en uno fui a vivir con Saúl y en el otro mis padres”.

“Nos enteramos de San justo porque mi mamá iba a las marchas de las Madres, yo la acompañaba. Esto ya era en el 83. Yo iba con una pancarta con la foto de mi hermano y veo que una chica se me acerca, me abraza y se pone a llorar desconsoladamente y la abraza a mi mamá. Yo no la reconocí. ´Éramos muy amigos de Saúl, Graciela y Claudia´, me dice. Era Graciela Grido, y me dice que ellas estaban seguras de que Saúl había salido como ellas, que lo habían legalizado por el PEN. A partir de ahí Graciela me ayudó muchísimo en mi sanación porque me contó hechos con detalles de cómo estuvo en San Justo y Banfield. Yo creí que después de la tortura estaba totalmente destruido. Y ella me cuenta que en San Justo tenían calabozos contiguos que pasaba las manos por algún lugar y las hacía reír y divertirse, les hacía como una obrita de títeres con las manos y que ella se reía muchísimo. Eso me dio la idea de cómo él se mantuvo en San justo, íntegro, fuerte, entero. Y no sólo eso, sabiendo que Claudia es la que lo delata a él y a Graciela, era muy jovencita. Sin embargo, como él tenía esta cuestión de humanidad y solidaridad, no le importó lo de Claudia y las siguió animando a las dos. Entonces eso me produjo a mí una gran sanación porque lo imaginé distinto. Y había pasado las torturas”, aseguró. La amistad entre Claudia, Graciela, Saúl y él en la adolescencia persistió a lo largo de todo su relato. Ellos también tenían amigos del Huergo que fueron secuestrados en marzo del 77, Meglia y Ficarra, que militaban en otra organización.

Sergio fue armando el recorrido de su hermano con las declaraciones de testigos y comentarios. Graciela lo acompañó en los reclamos cuando volvió la democracia y dijo: “Después yo seguí con mi mamá o solo, fuimos a todos lados, con habeas corpus desde la conferencia episcopal argentina, a la AMIA, a todos los contactos que pudiéramos tener, militares, policías que tenían un contacto con mis padres de cuando tenían la tienda. Tuve la misma información de Antropólogos Argentina, ellos me corroboraron todo, pero no pudimos avanzar a partir del traslado y también corroboramos con los uruguayos, pero me dicen: ´Mira Sergio, no podemos avanzar, es como que los grupos de tareas eran independientes y no podemos avanzar´”.

Sergio habló sobre cómo afectó a la familia el secuestro y desaparición de Saúl: “Mi mamá fue a la que más impactó esta situación, tuvo un brote psicótico, así que la tuvimos que internar en una clínica psiquiátrica de Flores, en el 77, para que tengan una idea de lo que era una clínica, le hicieron mucho electroshock. Estuvo internada un tiempo, cuando le dieron el alta estuvo acá y recién empezó a sanar cuando salió a luchar, salió a la búsqueda de Saul junto con las Madres, esa contención y esa búsqueda la ayudó. Eso no significa que no tuviera un dolor terrible, además yo estaba al lado de ella en las marchas, esa fuerza y esa potencia se manifestó. En cambio, mi padre tuvo una depresión profunda y no pudo salir, se quedó adentro y le afectó al corazón, pero no pudo ir a ningún lado ni a buscar ni nada”. También habla de su hermano mayo, Mario, quien no pudo asistir a la búsqueda ni a ningún lado: “No pudo atestiguar en ninguno de los juicios y no porque no tenga dolor, sino porque se desmorona, no lo puede soportar. Va mucho más allá. En cuanto a mí, yo seguía buscando hasta que un chico amigo de la infancia que tenía contactos con la SIDE vino y me dijo en el 79: “Sergio, dalo por muerto. Te aconsejo que te vayas del país, así que yo me fui, estando muy alterado psíquicamente. Me fui a México sin contactos. Estuve allí unos meses”. Sergio veía que quienes estaban allí no soportaban el exilio y decidió volver a seguir buscando a su hermano. “A mí me afecta todo lo que signifique la desaparición. Yo ponía un papel en un cajón y la sensación total era que se evaporaba y no estaba más. Eso se agravaba con los afectos, si bien yo no tengo temores, en eso me agarraba pánico, la desaparición. Hoy todavía lo conservo.  He hecho muchas terapias. si no veo a alguien me agarra una sensación, es como un anclaje. mis padres que vinieron de chicos escapando de los nazis y escuchaban una sirena de ambulancia y para ellos era una bomba”.

Para concluir con su testimonio, Sergio habló de Saúl: “Era un muchacho brillante intelectualmente, las notas de bioquímica eran impresionantes. Era un chico con muchas inquietudes, le encantaba la música, tocaba la guitarra y sus amigos también. Después empezó a activar. Siempre con una idea extraordinariamente solidaria, humana, tal es así que él soportó las torturas y nadie cayó por él. Incluso ayer mismo hablé con un compañero del que había ido a una cita y me dijo que vive por Saúl porque él no habló. Eso habla de esa extraordinaria solidaridad, humanidad de buscar un mundo mejor, más humano continuamente y como digo esta cuestión de su brillantez intelectual siempre solidario con los demás, siempre respetado por toda la gente. Además de ser mi hermano era muy amigo mío”.

Sergio, Al final de su exposición se retiró a buscar una foto de su hermano para compartir y trajo una remera de Saul con la fecha en la que se registró su secuestro y desaparición. Pidió también que si alguien sabe algo más se comunique para poder avanzar en su investigación y saber qué pasó después.

“Quería decir que cuando hablé del dolor y las heridas, quiero decir que los represores, torturadores no se regocijen dentro de esta perversidad que tienen porque esas cicatrices nos hacen más fuertes, nos hacen estar presentes acá, en este juicio, tanto en las calles cuando cantamos. Y que yo estoy de cuerpo entero y que las y los 30 mil también están con su cruz, con su antorcha que sigue ardiendo. Estas heridas hoy son cicatrices que nos dan fuerza, que nos dan potencia”.

Al finalizar, debido a que Luis María Armesto tuvo problemas de conectividad, se solicitó al presidente reprogramar su testimonio para la siguiente audiencia, que será el martes 4 de octubre, semipresencial. Prestará testimonio Diego Barreda y Walter Washington Barnas Pereyra, Coordinador del equipo de instrucción de Derechos Humanos de Uruguay.

Homenaje a un hombre valiente

Homenaje a un hombre valiente

Un salón de la Secretaría de Derechos Humanos, ubicada en la ex ESMA, recibió el nombre de Jorge Julio López, el militante desaparecido por segunda vez hace 16 años tras declarar en el juicio que permitió condenar al represor Miguel Etchecolatz.

Este lunes 19 de septiembre se llevó adelante la inauguración del Salón Jorge Julio López de la Secretaría de Derechos Humanos ubicada en la Ex Esma, en conmemoración a quien fue secuestrado durante la última dictadura cívico militar y desaparecido por segunda vez en democracia en el año 2006, luego de declarar en la causa que llevaría a Miguel Etchecolatz a cumplir cadena perpetua. 

El homenaje, tras cumplirse 16 años de su segunda desaparición, contó con la presencia de Rubén y Gustavo López, hijos del desaparecido, diferentes representantes de organismos de Derechos Humanos; Horacio Pietragalla Corti, Secretario de Derechos Humanos de la Nación; el ex canciller Felipe Solá y las madres de Plaza de Mayo Vera Jarach e Iris Avellaneda. 

Luego de descubrir la placa que revela el nombre de Jorge Julio López, Jarach fue la primera en hablar y mencionó que “Julio está presente. Y cuando nosotros decimos que está presente, es así”. Vera destacó la predisposición de aquellos que fueron detenidos, desaparecidos, pero que sobrevivieron para contar lo que sucedió durante la última dictadura militar. “Julio es una figura emblemática que representa la voluntad de luchar por un mundo mejor, de insistir hasta el final”, señaló. 

Darle el nombre de Jorge Julio López a un espacio” es otro acto de Justicia. Es reconocer y dejar una semilla, un recuerdo de él. Siempre menciono: Nunca Más el odio, especialmente para someter y perseguir, y Nunca Más el silencio, hay que recordarlo siempre a Julio López”, describió la mamá de Franca Jarach desaparecida con 18 años, vista por última vez en el centro clandestino que funcionó en la ESMA.

Luego, hizo uso de la palabra Iris Pereyra de Avellaneda y reconoció el bautismo del Salón: “Es bueno mantener la memoria y seguir peleándola por todos los compañeros que han desaparecido en el golpe de Estado de 1976 que ha dejado secuelas terribles y con hijos que han sido desaparecidos y apropiados”, mencionó la madre del Floreal “Negrito” Avellaneda, desaparecido por el terrorismo de Estado con 15 años.

La madre de Plaza de Mayo Vera Jarach, el secretario de Derechos Humanos Horacio Pietragalla y Rubén y Gustavo, los hijos de Julio López en la primera fila del acto de homenaje.

El tercero en hablar fue Rubén López, y lo hizo en nombre de su familia y de su hermano que lo acompañó, por primera vez, a un acto homenaje a su padre. “Somos críticos, pero cuando las cosas se hacen bien hay que reconocerlas. Esto es un ejemplo de lo que queríamos, que el Estado nacional pueda reconocer que Jorge Julio López desapareció en democracia”. E hizo hincapié en el presente: “Venimos sufriendo vandalizaciones de sitios de memoria, venimos viendo que este odio se está arraigando en los ciudadanos de este país. No queremos que eso suceda”. 

Por último, Horacio Pietragalla subrayó que “nada va a alcanzar para reparar la ausencia de Jorge para la familia, pero sobre todo la memoria de Jorge Julio López y lo que para la construcción de este proceso de Memoria, Verdad y Justicia en el contexto que se armó”. 

La segunda desaparición de López, opinó el Secretario, “sacudió al Estado para darnos cuenta que los enemigos estaban, que tenían perversidad y estaban dispuestos a cualquier cosa y lo demostraron de la peor manera”.

Jorge Julio López fue un carpintero y militante peronista detenido el 27 de octubre de 1976 por una patota a cargo del torturador Miguel Etchecolatz, Director de Investigaciones de la Policía Bonaerense y mano derecha del genocida Ramón Camps. En su arresto, pasó por cuatro centros clandestinos de detención durante cinco meses, hasta que fue blanqueado y estuvo preso dos años más en la Unidad 9 de La Plata. 

Tras la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, Jorge Julio López fue un testigo crucial para atestiguar en los Juicios por la Verdad, posteriormente en el proceso oral y público contra Etchecolatz, que fue condenado a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad y murió el 2 de julio último a los 93 años en la Clínica Sarmiento, donde estaba internado con custodia policial.

La segunda desaparición de Jorge Julio López ocurrió el 18 de septiembre de 2006 cuando se dirigía a escuchar la sentencia contra Miguel Etchecolatz. Las últimas personas que lo vieron, aseguraron que fue en cercanías a su hogar, en Los Hornos. Aún hoy no se sabe qué sucedió con él, pero en una de las audiencias a las que acudió Etchecolatz, tenía en su mano un papel que decía “Jorge Julio López secuestrar”.  

Culminado el homenaje, ANCCOM dialogó con los oradores. Rubén López remarcó que su padre “tenía un gran compromiso con sus compañeros de lucha. Él vio cómo asesinaban y atormentaban a Patricia Dell ‘orto y Ambrosio de Marco en los centros clandestinos de detención, en Arana, sobre todo. Era un tipo que nos formó diciendo ‘esto hay que hacerlo’. Nos formó con los hechos”, recordó. “A raíz de lo que nos pasó como familia, en lo personal, empecé a militar”, señaló Rubén y sobre la seguridad de los testigos en los juicios de lesa humanidad para que lo de su padre no vuelva a suceder, recordó a la familia Iaccarino y a la de Oscar Herrera, pues su padre, madre y su hermano siguen desaparecidos. “Rodolfo (Iaccarino), en el año 2009 se le acercaron unas personas y le dijeron ‘deja de joder porque te va a pasar lo que a López. Un tiempo después, Rodolfo tuvo una descompensación”, señaló. “Siguen dando vueltas. Quizás no los ‘viejitos buenitos’ como decía una exdiputada, pero si ese odio sigue dando vuelta. Ahí es donde tenemos que combatir. Sobre todo, llegarles a los pibes con que militen, no importa dónde, pero que militen”. 

El excanciller y exgobernador de la Provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, también participó del homenaje.

Felipe Solá, quien cumplía la función de Gobernador en el momento de la segunda desaparición de Jorge Julio López, estuvo presente en el homenaje y en diálogo con ANCCOM enfatizó que este hecho “es una herida que no cierra”, y agregó que “fue vital como testigo para condenar a Etchecolatz, uno de los mayores asesinos de nuestra historia, jugándose la vida, tal vez sin saberlo”. 

El excanciller contó: “Mientras duró mi gobierno, y mientras lo estábamos buscando tuvimos pistas fallidas todos los días. Revisamos todo. Tal vez, todo haya ocurrido en un breve lapso ese mismo día, el 18 de septiembre, cuando todavía nosotros no sabíamos que no volvía y que ya no estaba”. Y opinó: “No eran épocas de odio generalizado, eran épocas de odio de un grupito concreto, que actuó como grupo comando, vinculado a Etchecolatz, vinculado también, al efecto que tuvo la declaración de Julio”.

Al ser consultado sobre los discursos de odio que hoy se sostienen en la sociedad argentina, Solá invitó a los jóvenes a que “no discutan si fueron 30.000 o 28.000. Piensen en lo que ocurrió en la Argentina y que fue hecho por el Estado, no por un grupo de delincuentes. Que entiendan la diferencia entre un sádico que tortura, que es terrible, a que lo haga sistemáticamente el Estado que nos representa a todos”. 

Por su parte, el Secretario de Derechos Humanos, Pietragalla, reconoció que la desaparición de Jorge Julio López fue una de las acciones que llevaron adelante quienes se resistían a las políticas de Memoria, Verdad y Justicia. “Tal vez, la más canallesca y más dolorosa para todo el campo nacional y popular porque fue desaparecer devuelta a un hombre que estaba aportando su testimonio para la reparación integral de las víctimas de terrorismo de Estado. No sólo para él, ni para las víctimas directas, sino para toda la ciudadanía”. 

“En este salón central en la Secretaria de Derechos Humano va a haber muestras, reuniones y muchas actividades, pero, sobre todo, toda persona que entre va a tener presente que tiene el nombre de un hombre valiente, que lamentablemente no está con nosotros”, resaltó. Pietragalla también se expresó sobre lo que sucedió en las últimas semanas en el país: “Hay que reflexionar sobre esos discursos de odio. Hay que cortarlos. Hay que decir Nunca Más para que no pase devuelta todo lo que pasó”. 

En sintonía con los demás testimonio, Iris Pereyra de Avellaneda describió que lo que le sucedió a Jorge Julio López con las dos desapariciones, también le sucedió al Negro Avellaneda y aseguró: “Nosotros siempre estamos pendiente para hacerle homenaje y recordarlo a Julito. La Justicia es lerda, pero por lo menos está la justicia del pueblo y eso es bueno”. 

Iris remarcó: “Hay que hablarles a los jóvenes como hago en los colegios, en las universidades y en las cárceles. Les comento que no pierdan la Memoria y segundo que se arrimen a un lugar político, a un lugar de derechos humanos, donde se sientan cómodos, y no abandonen la lucha de los derechos humanos. Les aconsejo a los chicos que sigan con la lucha porque para nosotros son la esperanza. Los jóvenes son nuestra esperanza”, culminó Iris Pereyra de Avellaneda. 

«Justicia fuera de tiempo no es justicia»

«Justicia fuera de tiempo no es justicia»

A los partos clandestinos, las sustracciones de bebés, las torturas y desapariciones se le sumaron los robos patrimoniales en el relato de los testigos en una nueva jornada de audiencias del juicio por los crímenes de lesa humanidad ocurridos en los pozos de Quilmes y Banfield y en la Brigada de Lanús.

El martes 13 de septiembre, se llevó adelante la audiencia Nº 80 del juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en la Brigada de Investigaciones de Lanús, en el Pozo de Quilmes y en el Pozo de Banfield, en manos de las Fuerzas Armadas en cooperación con la sociedad civil, empresarial y eclesiástica, entre los años 1976 y 1983, en el marco de la última dictadura militar autodenominada “Proceso de Reorganización Nacional”.

Declararon los sobrevivientes Darío Machado, Daniel Wejchenberg y Luis Taub, quienes fueron privados ilegítimamente de su libertad entre los años 1977 y 1978 y sufrieron torturas físicas y psicológicas en el cautiverio y durante los años posteriores, junto a familiares, colegas y otros militantes. Por otro lado, también declaró Julio Ernesto Cabrera, hijo del militante peronista Julio Washington Cabrera, quien hasta hoy continúa desaparecido. En la audiencia, también se denunció la apropiación indebida de bienes patrimoniales.

Desde las 8:30, vía zoom, comenzó la jornada. El primer testigo en declarar fue Machado, quien relató concisa y directamente cómo fue su experiencia. Fue secuestrado la medianoche del 12 de agosto de 1978 y permaneció detenido durante tres meses en tres centros clandestinos distintos: un mes en El Vesubio -del cual hoy solo quedan sus cimientos ubicados en la localidad de Aldo Bonzi-, luego fue trasladado al Batallón logístico 10, ubicado en Villa Martelli, donde pasó otro mes y posteriormente fue trasladado a la Brigada de Investigaciones de Lanús, más conocida como “El Infierno”. Luego lo trasladaron a la comisaría de Monte Grande, donde pasó otro mes sin contacto con su familia y desde donde fue legalizado y llevado a la Penitenciaría Nº 9 de La Plata. En todo ese proceso, Darío sufrió innumerables torturas, hambre y padeció grandes dolores corporales producto de los maltratos físicos y la inexistencia de camas, almohadas o siquiera cobijas donde descansar.

En sus palabras: “Cuando salimos, hubo un gran despliegue de armamento de los policías. La mayoría de ellos estaba de civil. Desde arriba nos apuntaban con ametralladoras y un policía que estaba a mi derecha, uniformado, me estaba apuntando con una ametralladora. Cuando nos mira, veo que se sorprende, porque nosotros estamos blancos como un papel, flacos, desgarbados, sucios, barbudos, es así que este personaje baja la ametralladora como diciendo nos dijeron que eran unos terribles terroristas sanguinarios y nos encontramos con esto, ¿no?”.

La brevedad en la declaración da cuenta de las repetidas veces que Darío Machado tuvo que prestar declaraciones en ocasiones anteriores. Lo mueve el deseo de verdad y de justicia, pero también frunce su ceño por el paso del tiempo y cómo la historia se repite: “Ese odio que tenían las Fuerzas continúa. Es un odio de clase social, y quienes han mandado a secuestrar, violar y matar, esa gente sigue impune y haciendo de las suyas. Es un problema que tiene nuestro país y que todavía la democracia no ha resuelto”, sentenció.

El segundo testigo que prestó declaración fue Daniel Wejchenberg. Secuestrado en julio de 1978 junto a su esposa embarazada de seis meses, quien, para su tranquilidad en aquel entonces, posteriormente fue liberada. Su hijo nació el 30 de septiembre, mientras él continuaba privado de su libertad. “Permanecí en El Vesubio durante 53 días. Después de ahí, el 12 de septiembre, me sacan a mí y a siete personas. En realidad, son 35 personas las que salimos con ese método, de a siete personas por día. Quedaron unos veinticinco de los cuales nunca más se supo nada. Antes de eso nos hicieron firmar una autodeclaración, donde nos acusamos de una serie de delitos subversivos, que había que firmar sí o sí”, aseguró el sobreviviente. Luego fueron trasladados a un descampado bajo amenaza de muerte ante la tentación de escapar, y al rato fueron recogidos por camiones del ejército para trasladarlos al Batallón de Logística 10. Los traslados estaban colmados de constante tensión debido a la incertidumbre y a la conciencia de impunidad con que se manejaban las Fuerzas. Él y los detenidos debieron soportar, por ejemplo, bromas sobre la posibilidad de tirarlos al Riachuelo. Luego, fue trasladado a la Brigada de Investigaciones de Lanús y posteriormente a la Comisaría de Monte Grande, donde permaneció hasta el 5 de octubre.

Dando cuenta del funcionamiento sistemático y coordinado de la logística antisubversiva, Daniel siguió abordando y arribando a distintos centros clandestinos, donde llegó a perder la noción del tiempo y espacio, ya que permanecía con los ojos vendados. Finalmente, recuperó su libertad el 23 de mayo de 1979. Respecto a las consecuencias que tuvo en su vida, jamás pudo ejercer su profesión de psicólogo, y ha logrado -limitadamente- superar aquel trauma con largos años de terapia.

Luego vino el desgarrador testimonio de Luis Taub. “El motivo de la detención evidentemente fue para sacarnos plata en su momento, y el origen es que una o dos semanas antes habían detenido, saliendo de Argentina por Aeroparque, a Eduardo Timblack y Horacio Dombiak. Horacio era el segundo primo de mi familia. Los detuvieron y no tuvieron mejor idea que denunciarnos a nosotros a ver si los podíamos ayudar y pagar lo que les pedían. Tanto Horacio como Eduardo, convertidos en cooperantes, los vi cuando nos estaban torturando a mi padre y a mí. Nos golpearon, nos lastimaron y así comenzó toda ésta horrible odisea que nos tocó. Me secuestraron el 7 de septiembre, y me blanquearon creo que el 14 de febrero del 78”, confesó.

“A mi papá (Benjamín Taub, un hombre de 130 kilos), lo dejaron inválido por un coma diabético que tuvo, y lo internaron con nombre falso en el hospital de Vicente López. Estuvo internado hasta que lo llevaron desde ahí al hospital de Villa Devoto”, dijo y lamentó el lento accionar de la justicia en su momento y en la posteridad. “De la casa de cambio también desapareció todo el dinero. Cuando yo salí en libertad no estaba en condiciones económicas ni anímicas para retomar el negocio. Mi padre falleció ocho meses después de haber sido liberado, como consecuencia de todo lo que le tocó vivir. Yo me fui unos años de Argentina y volví cinco o seis años después. Y estoy acá. Las consecuencias son que uno nunca termina de remontar lo que habrá pasado. Recibo una pensión del IPS de la provincia de Buenos Aires, de 30.000 pesos por mes”, se ríe, para no llorar, y continúa: “Una familia que estaba en buena posición económica, que generamos empleo. Se perdió el Hotel Liberty, el campo, un montón de propiedades. Mi mamá fue extorsionada varias veces y le hicieron firmar con los bienes. Una cosa absolutamente horrible”.

Luis aclara que dará testimonio las veces que se lo requiera y lamenta el saqueo que sufrió su familia. Con gesto resignado y en tono simpático para con los querellantes, agrega: “Es un juicio para los libros. Justicia fuera de tiempo no es justicia para nada. La oportunidad histórica de haber resuelto un poco esto y habernos ayudado a nosotros fue hace muchos años”.

Ante la pregunta de una de las querellantes sobre si evidenció la presencia de mujeres embarazadas durante su detención, recordó haber visto a dos, “Le limpié la celda varias veces a una de las chicas. Una vez que tuvieron familia las trajeron para nuestro lado. Después, con los años, el chico que nació, que es un chico de apellido D´Elia, me contactó. Es uno de los chicos recuperados. La otra chica no puedo recordar el apellido… Sáenz me parece”. El niño al que se refiere es hijo de Yolanda Iris Casco, quien hoy día tendría la edad de 76 años y continúa desaparecida.

Luis pasó por varios centros clandestinos durante todo ese tiempo. Luego de un trabajo de memoria y reconstrucción histórica, advirtió que estuvo en “El Infierno”, del que recuerda los cuerpos apilados y las torturas. Luego fue trasladado a la comisaría de Avellaneda, donde también tenían prisioneros a personal de la casa de cambio de su familia; luego pasó por el Pozo de Banfield; posteriormente fue llevado al Centro de Operaciones I (COTI) ubicado en Martínez. El último destino fue el Pozo de Banfield y finalmente fue blanqueado en el penal de Villa Devoto. “Una vez que fui blanqueado en Devoto, me tuvieron en los entrepisos, en pabellones comunes, después en pabellones segregados para políticos. Durante la época del Mundial nos tenían como garantía en caso de que hubiera un atentado, nos tenían para matarnos a nosotros. De Devoto fui llevado -fue el preso 113- a la Unidad Carcelaria Nº2 de Caseros, la nueva, que después se demolió. Ahí estuve un año o dos. Castigado en el piso 16, 17 y 18. Horrible, nunca salía al patio. Permanecíamos encerrados. La comida era de terror. Bueno, uno no puede esperar comida gourmet en esa situación. Después de ahí, me llevaron a la Unidad 9 de La Plata, ahí también estuve una cantidad grande de tiempo y finalmente fui trasladado a la cárcel de Trelew. Después de seis años y nueve meses fui finalmente liberado. Ya acaecida la democracia, había pasado una cantidad de meses del gobierno de Alfonsín. Fui juzgado en el camino por un tribunal inventado; Fui juzgado por encubrimiento de asociación ilícita calificada y me pedían ocho años de prisión, y mi defensor dijo que eso estaba mal, que yo tenía que tener 12 años o perpetua”.

Todos los testigos comparten el mismo vacío de injusticia y de impotencia ante el paso del tiempo que terminó dando respiro a quienes debieron ser condenados. Pero Julio Ernesto Cabrera encauza su deseo en otra cuestión: la recuperación de la identidad de su padre y así también la suya propia.

El papá de Julio fue un ferviente militante peronista y formaba parte de la guerrilla denominada Uturuncos, con acción en Tucumán. Nació en los años 30 en Bellavista en una familia de cinco hermanos, y tuvo dos hijos con otra mujer antes de juntarse con su madre. Hasta el fallecimiento de su mamá, Julio no tenía una clara visión de quién era su padre quien hoy continúa en condición de desaparecido, y tuvo que emprender una intensa reconstrucción histórica junto a organizaciones de derechos humanos, militantes y familiares, que él denominó “detectivesca”, acudiendo a archivos, fotografías, documentos y cartas. Esta reconstrucción le cambió la perspectiva hasta de su propia vida. Respecto de los motivos de su participación en el juicio, dice: “Quiero con esto que mi padre esté presente en esta causa, en este juicio, buscando y exigiendo verdad y justicia, no otra cosa”.

Entre lágrimas, declara junto a una fotografía de su padre en blanco y negro, la más reciente que tiene, del año 1972. Por otro lado, los contactos que tuvo con su progenitor durante su infancia eran mediante cartas: “Hay una carta del 21 de febrero que dice: `Ana no contestó en mi ayuda, pues por razones de política tengo que volver a Tucu. Julito, espero que te portes bien. Cuando vengas a Tucumán si puedo te iré a ver. Te besa, tu padre´. También hay otra de septiembre de 1975, una postal de la quebrada de Lules, Tucumán, donde se lee: ´Para Julito con Cariño´. Otra, del 15 de diciembre de 1975, con motivos de las fiestas, me desea felices fiestas a mí y a mi familia y me dice que está de paso por Buenos Aires y me da una dirección donde puedo contestarle. En diciembre de 1975 me envió un regalo para Reyes. Al despedirse, me dice: “Sin más, saludo a todos. Besos de tu padre que a pesar de la distancia no te olvida. Ese fue el último contacto que tuve de él”, repasó.

Luego de esa reconstrucción Julio aseguró: “A partir de este hecho y tocado tan de cerca, trabajo por la memoria, exigiendo verdad y justicia simplemente eso. No es mucho más lo que puedo aportar más que una visión muy, muy personal”, y agregó: “Con 34 años lo lloré por primera vez y a partir de ahí creo que cada tanto sigue haciéndome falta”.

Por estos casos están imputados Roberto Armando Balmaceda, Jaime Smart, Carlos María Romero Pavón, Carlos Gustavo Fontana, Juan Miguel Wolk, Enrique Augusto Barre, Alberto Julio Candioti, Federico Minicucci, Jorge Héctor Di Pascuale y Carlos del Señor Hidalgo Garzón.

 

Para leer la cobertura completa de ANCCOM de las audiencias de este juicio podés entrar acá.

«Hasta los 37 años fui hermana de mi mamá y tía de mi hermano»

«Hasta los 37 años fui hermana de mi mamá y tía de mi hermano»

En una nueva audiencia por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los pozos de Banfield Quilmes y Lanús, la familia Gutiérrez narró el infierno que vivió la familia durante la dictadura.

La audiencia número 77 del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Lanús y Quilmes durante la última dictadura cívico militar se desarrolló de manera virtual con los testimonios de las sobrevivientes Lidia Araceli Gutiérrez y Mery Quisdert y de Natalia Ledesma Gutiérrez, hija de desaparecidos y sobrina de Lidia.

El primer testimonio fue el de Lidia Araceli Gutiérrez, quien fue secuestrada y recuperó su libertad: «Somos una familia conformada por mi padre, madre y cinco hermanos. Yo soy la mayor. Cuando era adolescente empecé a militar en la Juventud Peronista, con mi hermana América “Pichuca” Isabel. Ella se casó con el chileno Juan Carlos Ledesma, a los 19 años y se fueron a vivir a La Plata», describió. Lidia recuerda que en 1975 comenzaron a enterarse de secuestros, desapariciones y asesinatos, lo que llevó a que los militantes más conocidos escaparan: “Me fui para Olavarría porque la situación se había complicado”, recordó. Mientras que sus padres y hermanos menores se fueron a vivir a Tandil, donde su padre continuó trabajando como subcomisario de la Policía. 

En La Plata permanecieron viviendo su hermana y su cuñado. En la vivienda alojaron a unos compañeros que llegaron de Bahía Blanca con tres hijos, pero se produjo un ataque de fuerzas conjuntas en el que asesinaron al matrimonio compuesto por Catalina Ginder y Rubén Santucho, y secuestraron a su hija mayor, Mónica, que tenía 14 años. La niña fue trasladada a la Comisaría Nª5 de La Plata, al Pozo de Arana y fue torturada por Miguel Etchecolatz. Sus dos hermanos, Alejandra y Juan Manuel fueron resguardados por los vecinos, que luego se organizaron para llevárselos del lugar. Lidia estaba volviendo de trabajar cuando los vecinos le avisaron lo que había ocurrido en su casa y decidió refugiarse. Estableció contacto con alguien de Mar del Plata, pero cuando llegaron a la ciudad no lograron encontrarse y decidió irse a Olavarría.

La testigo recordó que el 13 de septiembre de 1977 secuestraron a su padre y en todo momento le preguntaban dónde estaba su hija Pichuca. Lidia vivía en Olavarría y fueron a preguntar a su casa por su hermana y su cuñado, y luego comenzó a circular por el vecindario una foto de su hermana. “A mi hermana y a mi cuñado los secuestraron. Mi hermana había tenido una bebé hacía cinco días y se la llevaron con ella. Al nene lo dejaron en la casa de una vecina. Los trasladaron a Las Flores y en el camino, en Cacharí, la dejaron a mi sobrina en el hospital”. Y continuó: “También nos secuestraron a mi marido y a mí y a un grupo con el que militábamos en Olavarría y nos llevaron a Las Flores”.

En Las Flores hubo una división de los secuestrados. A un grupo los llevaron a Monte Peloni, pero Lidia luego fue blanqueada y trasladada a Devoto, hasta su liberación en febrero de 1978. Otro grupo, en el que estaba su padre Francisco y su hermana, fue llevado a la Brigada de Investigaciones de La Plata, su padre estuvo varios meses secuestrado. Su hermana siguió el circuito, primero al Pozo de Arana y luego al Pozo de Banfield. Esta reconstrucción la pudo realizar al leer el testimonio de Liliana Zambrano: “Ella declaró que los había visto y había hablado con mi hermana que le había dado precisiones de sus hijos, y sobre dónde había estado”. 

Su padre fue liberado y sobre ello recordó: “Mi padre contaba pocas cosas porque le producía un gran dolor hablar del tema. Él cuenta que a mi hermana la habían sacado y ella dijo: “Pero yo todavía no comí”. A lo que le respondieron que a donde iba no iba a necesitar comida”. Luego del parto había desarrollado una septicemia y estaba muy mal de salud, por lo cual Lidia asegura: “El gran consuelo de mi padre era que por lo menos dejaba de sufrir”.

Mientras gran parte de la familia estaba secuestrada, la madre de Lidia se quedó con sus nietos y sus hermanos y recuerda un hecho que le permitió llegar a su nieta: “A los tres días de llevarse a mi papá le aparece en el parabrisas del auto un recorte del diario que decía que había una bebé en un hospital y escrito en el diario: Esta es su nieta”.

Al recuperar su libertad, Lidia junto a su familia comenzó a investigar qué había pasado con su hermana. Y recuerda lo que un oficial del Departamento de Policía de La Plata le reveló: “Cuando me vio se sorprendió porque me dijo que me vio en la morgue policial. Entonces pensé en mi hermana porque la solían confundir conmigo. Es el último destino después de la Brigada”. 

En 1977, luego de ocho meses, el padre de Lidia fue liberado. Lo echaron de su trabajo por abandono de servicio. La testigo dijo: “Estuvo averiguando en el Departamento de Policía y en una reunión que tuvo con Camps le dijeron que no preguntara más, que optara por una de sus dos hijas, cuando yo ya estaba presa en Devoto. Se lo dijeron como una amenaza: si seguís preguntando te quedas sin las dos”.  

Luego del primer cuarto intermedio, declaró Natalia Ledesma Gutiérrez, hija de América Isabel Gutiérrez y Juan Carlos Ledesma, sobrina de Lidia Araceli Gutiérrez. Antes de comenzar mostró una fotografía de sus padres el día de su casamiento y destacó el modo en que se miraban. Continuó: «Se llevaron a toda mi familia. Quedamos todos los nietos con mi abuela materna. A mi abuelo, a mi tía, mi tío, mi papá, mi mamá y a mí, incluida. Nací el 8 de septiembre de 1977 en Olavarría, yo tenía ocho días. Los únicos que no recuperaron su vida fueron mi mamá y mi papá y recuperar es una forma de decir, pudieron volver a estar con nosotros”.

El testimonio de Natalia es producto de la reconstrucción que pudo realizar sobre la vida de sus padres, su militancia, sus amigos. “Mi mamá y mi papá no pensaban igual que esa gente. Lo que pude reconstruir fue por las personas que estuvieron con mi mamá y mi papá, quiero que eso quede claro”. El 16 de septiembre secuestraron a los padres de Natalia y a ella misma. “Fui reconstruyendo de a poco la historia de mis padres porque tampoco hay mucho material fotográfico. Mi familia fue muy atacada por los militares, por ayudar y pensar en el otro”. Luego agregó: “Mi mamá pasó por el Pozo de Banfield, de Arana, por la Comisaría de La Plata, por Las Flores. Estaba muy infectada, me había tenido hacía ocho días y no tuvo la posibilidad de nada. Ni de tomar una aspirina para no sufrir”. 

A Natalia la dejaron en un hospital: “Ocho meses tardé en estar con mi familia, me dejaron en un hospital. Hasta que mi abuela pudo restituirme. Fui NN, tuve otro apellido. Hasta los 37 años fui hermana de mi mamá, y tía de mi hermano. Hasta que en 2012 pude recuperar mi identidad”. Cuenta que la inscribieron bajo el nombre María de las Mercedes Martínez. “Me dejan en un hospital de un pueblo cercano a Azul, Cacharí. En el hospital de Azul me cuidaba una enfermera. A mi abuela le dejaron un papelito con avisos del diario que la beba que habían encontrado era su nieta. Ahí comenzó todo el trajín para recuperarme y me recuperó con una adopción que terminó en 1983. Me tienen que adoptar porque en ese momento no había forma de comprobar nada”. 

Natalia cuenta que siempre supo lo que había ocurrido y que recuperar su identidad en 2012 fue un choque de emociones: “Mis abuelos cumplieron la función de padres y sé todo el dolor que habrá sido, porque yo tengo un parecido muy grande con mi mamá y como que mi abuelo crió dos veces a su hija. Entonces, yo quería recuperar mi identidad, para aliviar el dolor a mi abuelo Francisco Nicolás Gutiérrez. Fue para poder cuidarlo a él, que le causara menos dolor del que ya había vivido”.

Al finalizar sus declaraciones, tanto Lidia como Natalia, pidieron cárcel común para todos. Y Natalia concluyó: “Yo voy a cumplir 45 años este año, mi mamá no llegó a esta edad”.

El último testimonio fue Mery Quisdert, que el 28 de enero de 1977 fue secuestrada en la clínica donde trabajaba. En ese momento trabajaba en una empresa que prestaba servicio de emergencias domiciliarias. Cuenta que estando en su trabajo: “Alrededor de las 16 llegó un camión del ejército, bajaron las persianas y entraron. Como recién empezábamos en cada turno había solo una empleada. Me tiraron al piso, me pusieron una bota en el cuello, otra en la espalda y me apuntaron. Tiraron todos los muebles buscando algunas cosas. Se fueron casi todos los soldados y quedaron cinco personas de civil conmigo y me encerraron en el baño”. Recuerda que estuvo bajo amenazas constantes en las que le decían: “Si tenés algo que ver, tené cuidado”. La retuvieron hasta las nueve de la noche. Le consultaron sobre los médicos que trabajaban allí: “Me preguntaron por los médicos, si eran zurdos. Era muy joven y no tenía idea de la política. Me llevaron a un lugar y ahí reconocí a la madre de uno de los dueños, escuché su voz y a la nena de uno de los dueños. Sólo sé que había gente gritando “basta, basta”. No puedo decir ni sé, sólo me imaginaba que los estaban torturando”. 

Luego, afirmó que estuvo con otro señor que era el primo del dueño de la empresa. En ese lugar estuvieron dos noches y recuerda que había celdas: “Cuando me estaban llevando pasaba por esos compartimientos y se escuchaban muchísimas voces. Escuché la voz del hermano del dueño, D’Alessio. Era cuando me llevaban al baño”. Luego los llevaron a otro sitio por lo que cree que parecía un camino de tierra porque el coche saltaba: “Nos tenían acostados uno arriba del otro y no podíamos percibir nada” En este lugar, Mery recuerda que les decía: “Quiero que me escuchen, que me tomen declaración, yo no soy nada, no sé nada. Hasta que vino un señor que me dijo quedate callada o te vamos a callar, me levantó en hombros y subimos una escalera caracol y me dejó en una celda. Siempre pensé que estaba en Ezeiza, porque sentía mucho movimiento de aviones”. En su celda escuchaba a otras personas que hablaban: “Escuché que había una chica que era de Lanús. Luego el comentario de una psicóloga que estaba de seis meses de embarazo que dijo que la habían picaneado hasta llegar al feto”.

Su familia la buscó y nadie les decía nada: “En el consulado le dijeron que hasta que no pasaran los ocho días no podían hacer el habeas corpus. Mi madrina era prima hermana del ministro Liendro, nadie le decía nada, fue a las comisarías y le respondieron que no se podía averiguar nada”. Mery estuvo ocho días secuestrada. El sábado posterior a su secuestro le dijeron que podía irse: “Me llevaron al coche, me bajaron y también me encontré con el primo del dueño de la empresa. Nos dijeron que nos habían investigado y que podíamos irnos con la frente bien alta, que no habíamos hecho nada y nos dejaron en un descampado”. Luego de averiguaciones y de un recorrido de reconocimiento de celdas supo que estuvo en el Pozo de Quilmes y que ese descampado quedaba en Wilde, ya que el trayecto del colectivo que tomó hasta Constitución no fue largo.

Mery tomó la decisión de no volver a hablar de esta experiencia por el daño que le había provocado y dijo: “Yo no sé nada de política. Soy ignorante en el tema. Estuve 15 días sin salir, ni siquiera me asomaba a la ventana. Traté de olvidar y no pensar más en eso hasta que el dueño de otra empresa me llamó y me dijo: “Mirá Alfredo D’Alessio es un amigo mío, fuimos a tomar un té y me dijo si quería salir de testigo porque el hermano (José Luis “Bebe” D’Alessio, militante del PCR y de la Juventud Peronista) no había regresado nunca”.

 

La próxima audiencia, se realizará el 30 de agosto a las 8.30 de manera virtual. Declararán María Raquel Camps Vargas, Mariano Camps, Felipe Antonio Favazza y Washington Rodríguez. 

«Tuvimos la osadía de pensar que se podía hacer un país mejor»

«Tuvimos la osadía de pensar que se podía hacer un país mejor»

En una nueva audiencia por los crímenes de los pozos de Banfield, Quilmes y Lanús, declararon los sobreviviente de la familia Suárez, militantes del PRT ERP y la nieta restituida, María Victoria Moyano Artigas.

En la audiencia 76 del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en las brigadas de Banfield, Quilmes y Lanús, declararon Dalmiro y Nelfa Suárez, Silvia Negro y María Victoria Moyano Artigas en una jornada que duró más de siete horas donde hubo declaraciones extensas y detalladas para que, como dijo Dalmiro Suárez: “Lo que queda instalado acá es el relato histórico para que no se tergiversen historias. Tuvimos la osadía de pensar en que se podía hacer un país mejor”.

La jornada se inició con el testimonio de Dalmiro Ysmael Suárez, quien describió a su familia conformada por sus padres y cinco hermanos, todos provenientes de la provincia de Santiago del Estero: “Era una familia de origen campesino, por situaciones económicas y laborales mi padre tuvo que venir a Buenos Aires porque se había quedado sin trabajo”. Suárez menciona en el relato de la historia de su familia que tanto sus padres como sus abuelos siempre se preocuparon por cuestiones sociales: “Desde siempre, hemos tenido injerencia en el interés político y siempre estuvimos comprometidos con el accionar social”. El día en que sus padres se conocieron también estuvo marcado por la organización política: “Fue en la casa de mis abuelos en una reunión de reclamo que estaban preparando los campesinos y mi padre llegó ahí conducido por Francisco Santucho, padre de Roberto Santucho. Lo conoció porque Santucho era abogado en algunos gremios forestales”.

La familia llegó a Buenos Aires en 1963, terminó sus estudios bajo el mandato de sus padres: estudiar o trabajar. Tanto Dalmiro como sus tres hermanos (el mayor se había quedado en la provincia) eligieron estudiar. Primero estudió Bioquímica en la Universidad de Buenos Aires y luego el Profesorado de Física y Química, obligado por la persecución política y por haberse quedado sin trabajo y no poder pagar el viaje desde Quilmes hasta Núñez. Recuerda que, en 1972, cuando estaba estudiando con su compañero Carlos Höld, se enteraron de la Masacre de Trelew, y dice: «Ahí empezó nuestra militancia más firme, yo comencé a militar en el PRT, después mi hermano Ari y Nelfa». En 1974 se produce el asesinato de Ortega Peña: “Como muchos, fuimos al velatorio que se hizo en el Sindicato de Gráficos. El cortejo salió a llevar el féretro a Chacarita, se produjo una represión y detuvieron a mucha gente que fue fichada. Después toda esa gente apareció en las listas de las AAA”.  En esa lista estaban incluidos todos sus hermanos, excepto él porque no lo llegaron a detener. 

A fines de 1974 su hermano Ari (Aristides Suárez), que tenía 20 años, había sido sorteado para hacer la conscripción, pero lo asesinaron en una acción llevada a cabo por el PRT. “A partir de ahí, la seguridad nuestra ya no era posible”, dice. Dalmiro dio testimonio de los nueve años de detención desde el 13 de noviembre de 1974 hasta octubre de 1983. Lo llevaron a diferentes lugares de la provincia de Buenos Aires. El recorrido comenzó en Quilmes, después fue a Puente 12 (juicio en el que también prestó declaración), estuvo en el Pozo de Banfield donde dice que permaneció tres días, bajo tortura y maltratos, hasta que fue legalizado por el PEN. Ese mismo año lo trasladaron a la comisaría de La Plata, luego al penal de Sierra Chica y en 1979 lo trasladaron a Rawson, donde permaneció hasta que recuperó su libertad doce días antes de las elecciones, el 18 de octubre de 1983. 

Destaca la figura de su madre: «Estaba siempre adelante en todas las marchas, intentando encontrar una mínima noticia de sus hijos, ubicar o conocer algo sobre ellos. Dónde estuvieron y quiénes fueron los responsables. Y se murió sin saber nada. No se enteró de Omar. La familia quedó reducida a mi hermana y a mí que sobrevivimos, y mi sobrino, el hijo de Nelfa, que nació en la cárcel de Olmos». Continúa su relato citando a Roberto Santoro, el escritor del PRT desaparecido: «Él decía que el recuerdo es una aguja que teje y desteje permanentemente. Y eso es lo que hacemos acá, vamos tejiendo y destejiendo historias».

Antes de despedirse pide un minuto para agregar unas palabras: «Quiero hacer un recordatorio, todas las fotos que están atrás mío son mis afectos más cercanos, mis amigos y compañeros de militancia. Y quiero recordar que dentro de cuatro días vamos a recordar los 50 años de la Masacre de Trelew que fue una bisagra y un aviso de lo que se venía, un anuncio de lo que iba a acontecer en todo el país. Esos compañeros fueron masacrados hace 50 años y creo que también hay que recordarlos». 

Luego de un breve cuarto intermedio, declaró Nelfa Suárez, hermana de Dalmiro. En la mesa en la que está el micrófono, ubica una foto: Aristides Benjamín Suárez, su hermano menor. Y aporta más datos sobre su familia: «Provengo de una familia en la que mis padres tuvieron cinco hijos y criaron a dos primos hermanos. Somos hijos de dictaduras militares». 

A los quince años quiso empezar a trabajar, aunque sus padres estuvieron en contra por ser menor de edad y en su primera experiencia laboral la eligieron como delegada de su sector en la fábrica. Luego del cierre de la planta, afirma que se comprometió con la militancia: «Mi padre decía siempre que lo más importante era ser un militante de la vida y vivir dignamente y comprometidos con la realidad que nos toque a cada uno de nosotros». 

Posteriormente, recuerda lo ocurrido en el velatorio de Ortega Peña: “Después del velorio me detienen y me fichan y luego en mi casa aparecen volantes con nuestros nombres firmado por la “Alianza Anticomunista Argentina”, es decir, el grupo parapolicial ‘Las tres A».

Cuando los detuvieron en noviembre de 1974, Nelfa estaba embarazada de cuatro meses. Tiene certezas de la fecha debido a que su esposo en agosto fue a Tucumán a formar parte de la compañía de Monte (como militante del PRT – ERP). Por lo cual, calculaba la fecha para el 24 de abril, y recuerda la fecha porque era el cumpleaños de su hermana Nora. Con la fecha cumplida comenzó a pedir que la lleven a la maternidad, ya que su bebé tenía que nacer. “Finalmente, después de tanto insistir y exigir, me trasladan a la maternidad de La Plata, donde me suben a una camilla y me esposan de los pies y manos. Allí me tuvieron tres días. El 17 de mayo de 1975 me trasladan al quirófano de urgencia porque el médico dijo que no se escuchaban latidos. Víctor Benjamín nació a las 12. No recuerdo el nombre del médico y del pediatra que me asistieron, pero ese pediatra hoy engrosa la lista de los 30 mil desaparecidos”. Nelfa y su hijo estuvieron internados 12 días en La Plata y pudo recibir las visitas de su madre, su hermana Nora y es donde vio por última vez a su hermano Omar, que fue con sus sobrinas y le dijo: “Creo que va a ser la última vez que te vea, no puedo ir a visitarte a la cárcel”. 

Nelfa estuvo detenida desde 1974 hasta principios de 1983. Pero su liberación no le dio libertad ya que la siguieron persiguiendo y amenazando. A los tres días publican en los medios que se había ido en libertad a Europa y un auto sin identificación llega a su casa y le dicen a su padre que se la tienen que llevar por orden del Ministerio del Interior, quien responde: “De esta casa no se van a llevar a ningún hijo más mío, van a pasar sobre mi cadáver, pero no se la van a llevar”. Luego volvieron con una citación y el juez Gabrieli la interrogó y amenazó, le dice que tiene 48 horas para buscar el acta de defunción de Víctor Manuel Taboada al juzgado 2 de La Plata y Nelfa le preguntó: “¿Dónde está el cadáver?» a lo que le el juez le respondió: “Ah, no sé, búsquelo”. Ante su insistencia, el juez le repite: “Recuerde lo que le dije, usted tiene a su hermano aún preso en Rawson, a su hijo, a sus padres. Esta es la orden y tiene 48 horas”. 

 

La jornada continuó con la declaración de Silvia Negro, quien también estuvo embarazada al momento de su detención. “En la madrugada del 14 al 15 de 1974 fuimos detenidas por un grupo civil que se autodenominó la Triple A”. Los otros detenidos ese día en Lanús fueron Carlos Tacchela, Alfredo Manachian y su esposa y Roberto Omar Leonardo (su compañero y padre de su hijo). 

En el Pozo de Banfield recuerda haber escuchado a Víctor Taboada quejándose y cuando no lo escuchó más supo que había muerto. Sin embargo, en los diarios informaron que había caído en un enfrentamiento.

Negro siguió el circuito de detención y estuvo detenida como una «presa legal». En 1976 la trasladaron a Villa Devoto. En noviembre de 1976 declaró ante Amnistía Internacional sobre la ilegalidad del proceso de detención y en 1977 fue liberada. Su declaración concluyó: «Todos los hechos de mi vida fueron contados por eventos políticos. Han pasado 48 años desde la vez que nos detuvieron y han pasado 20 años desde la CONADEP. Quizás en algún momento todo esto tenga una resolución. Muchos ya no están, para nosotros es importante que exista la justicia porque hasta ahora no hay demasiado. Si bien he declarado muchas veces no hay una resolución sobre los hechos». Posteriormente, exhibe una foto de segundo año de la secundaria de su compañero, Roberto Leonardo, junto con un compañero jugando al ajedrez. Dice que ese compañero vive en Ituzaingó e hizo una escuela de ajedrez para niños reivindicando a Roberto quien lo había introducido en el ajedrez.

En último lugar, declaró la nieta restituida María Victoria Moyano Artigas, hija de María Asunción Artigas y Alfredo Moyano. Quienes habían sido detenidos y torturados en Uruguay cuando comenzó la dictadura en el país vecino, por lo que debieron exiliarse a la Argentina. Relata lo que le contaron sobre la vida de su familia y los posteriores secuestros de sus padres y su abuela, en 1975, cuando estuvieron tres días en la Brigada de San Justo. “La detención de mis padres fue parte de un operativo en conjunto entre Uruguay y Argentina, que se denominó «Operativo Dragón donde cayeron 21 militantes del MNLN y cinco del ERP”. 

«Todo lo que estoy contando no es porque lo haya vivido sino porque lo investigué. Porque es lo que nos tocó hacer a las víctimas, investigar para poder pedir justicia» y continúa: “Quiero destacar que, para llegar a San Justo, a la desaparición de mis padres, hubo una persecución política, hubo desapariciones y tortura. Esto no comenzó en el 76, yo tengo conocimiento que como mínimo empezó en el 74 en San Justo, pero también en el 75 y ahí es el primer secuestro de mis padres”. Fueron liberados y en diciembre de 1977 vuelven a secuestrarlos. Moyano Artigas afirma que sus padres hicieron el Circuito Camps. “Mi madre estaba embarazada de mí, pero no lo sabía. Desarrolla todo el embarazo en una situación de tortura permanente hasta que llega al Pozo de Banfield”. El día que secuestraron a sus padres habían secuestrado a más de veinte militantes que fueron llevados todos al Pozo de Banfield, pero con el pasar del tiempo los trasladaron a otros lugares. Su madre permaneció allí dando curso a su embarazo. Le contaron que en el Pozo de Banfield su mamá fue una persona muy solidaria. “Diego Barreda me contó que mi mamá le hizo con una frazada un poncho y que fue su único abrigo durante ochenta días. Ese poncho lo entregó en la Asociación de Madres de Plaza de Mayo con una carta diciendo que esa era la solidaridad que se expresaba en el Pozo”.

Adriana (Calvo) quien compartió cautiverio con su madre le contó que ella le cantaba todo el tiempo pero que quedó muy triste cuando trasladaron a su padre. Sabía que María Asunción estaba embarazada pero nunca pudo saber de su nacimiento porque había sido trasladado antes. “En esas condiciones terribles, lo que sé de mi madre y de mi padre me da mucho orgullo”.

María Victoria nació el 25 de agosto de 1978: “La llevaron a mi madre a una enfermería y me tuvo ahí. Adriana me contó que nací a las 12.30 del mediodía, a mi madre no le permitían darme el pecho, pero me lo dio igual”, y quien firma su partida de nacimiento es el médico Vidal (al igual que la de Paula Logares, otra nieta restituida). Continúa: “Mi madre, después del nacimiento, le empezó a contar a todos los detenidos cómo era yo para que, si alguno salía, me buscara y le contara a mi abuela cómo era yo, que iba a estar en la Casa Cuna”. Estuvo ocho horas con su mamá, que le dio el pecho y volvió a su celda sin su hija. Cuenta que el Comisario de San Justo, Oscar Penna la regaló a su hermano, quien muere un año después, y a su cuñada: “Lo más perverso es que la figura paterna era el torturador Oscar Penna, el jefe de la Brigada de San Justo, que había controlado el embarazo y el secuestro de mis padres”. Y denuncia: “Si pensamos el juicio solo en lo que puede ser la conducta del Pozo de Banfield, no vamos a hacer ni mucha justicia ni mucha verdad. Por eso planteo (investigar) toda la persecución desde el 75, el Plan Cóndor y llegada a Banfield. Es todo un trayecto donde intervienen de manera conjunta diferentes centros clandestinos”. Este es el quinto juicio en el que declara y advierte sobre la dispersión de las diferentes causas que no son tomadas como parte de un plan sistemático.

La próxima audiencia se realizará el martes 23 de agosto a las 8.30.