Las primeras sufragistas

Las primeras sufragistas

Un día como hoy, pero de 1951, se llevaron a cabo las primeras elecciones con sufragio femenino en Argentina. A través de sus tres historias, Martha (92), Norma (90) y Noemí (90) recuerdan el día en que la mujer tuvo voz y voto por primera vez.

Noemí Rina Casas era estudiante cuando se llevaron a cabo los comicios del 51.

En un piso alto y luminoso, en la localidad bonaerense de Beccar, una mujer sostiene su tablet. Se trata de Martha Justa Torres, quien a sus noventa y dos años utiliza el dispositivo para mantenerse informada sobre el trabajo de sus hijos y leer el diario. Le gusta estar al día con la política, un interés que tiene desde su adolescencia. Ella, radical, y su hermano Fernando, peronista, ya compartían charlas de política en 1947, cuando la Ley 13010 estableció el sufragio universal en Argentina.

Oriunda de San Isidro, Martha es una de las 3.5 millones de mujeres que entraron al cuarto oscuro en aquel histórico 11 de noviembre de 1951, cuando el voto femenino finalmente llegó a la urnas. “Fue emocionante que por primera vez se acordaran de las mujeres”, expresa. “Por supuesto que cuando sucedió muchos no estuvieron de acuerdo. En aquel entonces ellos eran súper-hombres, y con el voto femenino eso se fue nivelando”.

Martha, quien había perdido a su madre a los 12 años, finalizó sus estudios al terminar la primaria. «Me mandaron a aprender costura, que no me gustaba», menciona sobre sus años adolescentes. Aunque la sociedad la educara para ser una niña ‘bien’, en privado tenía una afición que en ese entonces era vista como masculina: el amor por los autos. Años más tarde, ella fue una de las primeras mujeres de su familia en votar, un compromiso que asumió en esa ocasión y para toda la vida. “Hasta la última votación, me presenté”, asegura. A sus 92 años recibe asistencia permanente y se siente limitada físicamente, pero su mente sigue fresca. De cara a las elecciones de 2023, pondera la posibilidad de quedarse en su casa. “Como me cuesta movilizarme, pensaba no votar, pero me parece que voy a ir”, concluye.

Martha es una de las 3.5 millones de mujeres que entraron al cuarto oscuro en aquel histórico 11 de noviembre.

«Decían que no íbamos a saber votar, que nos íbamos a asustar en el cuarto oscuro. Yo me vestí como para ir a misa», recuerda Noemí.

Un rato más tarde, del otro lado del teléfono, Norma, que vive en San Isidro, hace memoria y vuelve al pasado. Ella y Martha no se conocen, pero están unidas por una experiencia común. Nacida en la navidad de 1931, Norma Elena Montero fue otra de las mujeres presentes en la primera votación mixta del país, un suceso que recuerda llena de alegría. “Cuando se promulgó la ley yo era una chiquilina, pero ya estaba metida en la política gracias a mi papá. Fui a votar con mucha ilusión, y lo hice en la escuela donde había estudiado toda la vida”, cuenta con entusiasmo. Aquel noviembre marcó dos momentos bisagra en su vida: el 11, las elecciones, y el 30, el día en que se recibió como maestra.

Evoca aquellos tiempos como una época de grandes cambios, de los cuales sigue conversando con sus ex compañeras de curso setenta años más tarde. Para hacer más memorable el recuerdo, cuenta que su hermana fue presidenta de mesa en ese entonces, lo que significó que no solo pudo votar sino que tuvo su libreta firmada por una mujer.

 Pensando en su versión de aquel entonces, Norma sostiene que “hoy una mujer de 19 años está más formada e informada de lo que estábamos nosotras”. A pesar de que lamenta la grieta que se ha fortalecido en la política nacional, asegura que nunca faltó a elecciones. “Hasta el último día de mi vida, y aunque sea en silla de ruedas, voy a ir a votar. Me llevé muchas desilusiones, pero uno siempre vota con la esperanza de que el país sea mejor”, piensa.

Noemí Rina Casas, quien cumplió 90 años el septiembre pasado y que vive en Adrogué, también era estudiante cuando se llevaron a cabo los comicios del 51. “En ese entonces yo era estudiante de Odontología. Aunque no fueran mis ideas, en ese gobierno la Escuela de Odontología se convirtió en Facultad y pude ser doctora”, explica. Hasta 1946, la carrera había constituido una especialización dentro de Medicina. Subraya que el clima universitario era un claro reflejo de las desigualdades de la época: “En Odontología seríamos 10 mujeres y 50 hombres. Mi abuela no me lo perdonó nunca, el ser universitaria”.

Después de aquel 11 de noviembre, algo mutó. “Fue una revolución interna, la Facultad cambió. Quizás nos miraron de otra manera, como seres humanos. Fue un paso adelante. Yo voté en la escuela donde había cursado mis estudios primarios y donde más tarde fui odontóloga, hay mucha historia. Ser parte de eso por primera vez me emocionó mucho. Como decía mi abuela, me vestí como para ir a misa”, dice con la voz quebrada y llena de emoción.

Según ella, el sufragio universal desataba una fuerte puja de poder también por fuera de las urnas. “La mujer no tenía lugar para decir su opinión, para nada. El hombre era el hombre, y todavía tiene su machismo. En ese sentido, el voto fue un adelanto muy grande. Decían que no sabíamos votar, que íbamos a asustarnos en el cuarto oscuro. Yo creo que a ellos no les gustó mucho, pero bueno, no todo en la vida a uno le gusta”, comenta con humor.

Noemí, quien a sus noventa años estudia italiano, hace un curso literario y va a gimnasia, sostiene que nunca hay que retirarse, ni de la democracia ni de la vida. “Yo voté siempre, aunque ya estoy eximida lo hice igual. Habré votado bien, mal, no lo sé. Pero lo hace uno siempre con el corazón”.

Nueve décadas más tarde, Noemí reivindica a Alicia Moreau de Justo redactando un proyecto de ley para lograr el sufragio femenino en el 32, y festeja aquel día del 47 en el que escuchó por la radio que la ley se había sancionado. Con tanta vida vivida, mira el progreso social con ojos de esperanza y cree que todavía queda mucho camino por recorrer, pero que el escenario es optimista. “Cuesta, a las mujeres nos cuesta todo. Pero no por eso hay que rechazarse. Adelante”.

Brasil, decime qué se viene

Brasil, decime qué se viene

Lula no la tendrá fácil con una sociedad polarizada y una coalición de gobierno heterogénea. ¿Qué se espera de su política económica, internacional y de medioambiente?

En lo que constituyó un histórico 30 de octubre, el líder del Partido de los Trabajadores (PT) Luiz Inácio Lula Da Silva y el actual jefe de Estado Jair Bolsonaro se enfrentaron en un balotaje que otorgó un 50.9% de votos para el primero, dando fin a la ilusión bolsonarista de alcanzar la reelección y consagrando al líder laborista como presidente para el período 2023-2026. ¿Qué análisis puede hacerse del escenario que se abre ante un resultado con tan poca diferencia entre los contendientes?

Puede observarse una división geográfica: en el sur, el triunfo de la derecha; en el norte, el de la izquierda. “Hay una cuestión de proximidad a la figura de Lula, nordestino, y una distancia socioeconómica entre las regiones. Bolsonaro tuvo más apoyo de la clase media y Lula de los más pobres”, explica el consultor brasileño y magíster en Administración Pública Paulo Loiola.

El analista, que también es socio fundador de la agencia de marketing político BaseLab, señala que quienes inclinaron la balanza a favor de Lula “fueron las mujeres, los negros, las personas del noreste y de bajos ingresos, sus principales fuerzas desde el inicio de la campaña”. La pareja división de los votantes, que acompañó al oficialismo con un 49.1% en las urnas, enfrenta al futuro mandatario con un Brasil altamente polarizado.

Hugo López Tanco, politólogo y magíster en Relaciones Internacionales, asegura que “el triunfo de Lula era previsible, no así que Bolsonaro obtuviera más votos que lo indicaban las encuestas”. Habla de un “espiral del silencio”, término acuñado por la alemana Noelle Neumann para referirse a aquellos discursos que son invisibilizados en la opinión pública por su impopularidad, para después revelar algo distinto en las elecciones.

El escenario internacional

Si bien en materia económica no se advierten grandes cambios o “bandazos” al estilo argentino, el escenario diplomático podría mutar. López Tanco, también exnegociador en el Grupo Mercado Común del Mercosur y redactor de los borradores de acercamiento Mercosur-UE por Argentina, recuerda que Bolsonaro realiza acuerdos con otros países según sus preferencias personales. “Lula es más previsible y panamericanista”, desarrolla. “El MERCOSUR está paralizado desde que asumió Bolsonaro, y esto se acentuó con Alberto Fernández. Macri tuvo que hacer grandes esfuerzos en su momento para que Jair entendiera la potencialidad del acuerdo con la Unión Europea”.

En este sentido, resalta que Brasil nunca estuvo tan alejado de Estados Unidos como después de la asunción de Biden, porque la relación de los países estaba sujeta a la sintonía del oficialismo con Trump. En febrero, Bolsonaro visitó a Putín en un amistoso encuentro, y a pesar de sus antagónicas ideologías con Rusia, continúa negándose a condenar la invasión contra Ucrania.

Respecto a nuestro país, sostiene López Tanco que “no es posible arriesgar respecto a inversiones cruzadas o de intercambio compensado, sobre todo considerando las trabas al turismo exterior que ha impuesto el gobierno argentino”.

La pulseada diplomática

 Esta semana, tanto Washington como Moscú felicitaron al nuevo mandatario. Gran parte de los medios europeos respaldaron también la victoria del líder del PT, y resaltaron la importancia de su compromiso contra la deforestación del Amazonas. Durante la primera mitad de 2022, el gobierno de Bolsonaro rompió un nuevo récord de deforestación eliminando casi 4000 km2 de vegetación, una superficie 19 veces mayor que toda la Ciudad de Buenos Aires.

López Tanco remarca que en materia internacional Lula tiene mucho por reconstruir. Considera que volver a poner en funcionamiento los canales tradicionales institucionales “podría beneficiar a los venezolanos hacia una transición menos traumática y equilibrar el cuidado del Amazonas”. Además, subraya como otro objetivo “controlar de forma más inteligente el crecimiento de las monstruosas organizaciones criminales que operan en la Triple Frontera”, las cuales tienen presencia creciente en el narcotráfico que afecta a la Argentina y a Rosario en particular.

Bolsonaristas reclaman la intervención militar en Brasilia tras los resultados electores.

La última oleada bolsonarista

Mientras los líderes del mundo reconocen los resultados, el Brasil de Bolsonaro está sumergido en una puja de poderes desde la noche del domingo. El actual presidente hizo sus primeras declaraciones en la tarde de ayer, pero continúa sin emitir comentarios sobre su derrota ni dar reconocimiento al partido ganador. El paro de camioneros activo desde el fin de semana continúa, al mismo tiempo que una multitud de seguidores oficialistas se reúnen en Río de Janeiro pidiendo la intervención de las Fuerzas Armadas y oponiéndose a la asunción de Lula, a quien recuerdan como “exconvicto”.

Para Lula, la creciente agitación de sus opositores supondrá gobernar bajo un Poder Ejecutivo débil, con un margen de maniobra reducido. Para sorpresa de muchos, el PT recibió el apoyo del expresidente de centroderecha Fernando Henrique Cardoso, histórico rival del partido, así como el de Henrique Meirelles, miembro del partido de derecha Unión Brasil. A pesar de la aparente coyuntura positiva a favor del nuevo ganador, López Tanco asegura que “conviene recordar que Brasil tiene cierta facilidad para los procesos de destitución”, por lo que el escenario es delicado. Si Lula desea hacer frente a la cruzada bolsonarista, deberá trabajar estratégicamente para saldar las grandes brechas que dividen al pueblo brasileño.

Brasil festejó en la Argentina

Brasil festejó en la Argentina

Simpatizantes del PT se congregaron en las puertas de la UOM para seguir el escrutinio a la distancia y celebrar el regreso de Lula a la presidencia.

Son las 5 de la tarde y Lula Da Silva no es, todavía, el presidente de Brasil. 

En Alsina al 400, al pie del edificio de la Unión Obrera Metalúrgica y delante de la casa de Luca Prodan, el Partido de los Trabajadores de Brasil convoca a un búnker abierto.

54,04% para Bolsonaro. 45,96% para Lula.

A esta hora hay poca gente. 10 compañeros de la CGT pegados a la pared de la UOM, una brasileña envuelta en una bandera roja con una estrella amarilla y la sigla PT al medio y unas 30 personas más, la mayoría con un sticker de Lula pegado en sus abrigos. 

El resultado sigue intacto en la pantalla, la gente llega cada vez con más intensidad.   

Dando la espalda a la casa de Luca Prodan, se montó una pantalla que ocupa media cuadra y proyecta a la CNN de Brasil. Con una ansiedad contenida entre charlas y vino tinto, se llena la calle Alsina. 

Pasadas las 6 de la tarde, el sol deja de darle color a la cuadra. Ya hay más de 1.000 personas que parecen querer robarle metros a la mítica casa sindical y a su respectivo chino de enfrente. No se puede hacer un paso sin tener que pedir perdón tres veces. El color lo aporta la mezcla entre brasileños residentes en Argentina, brasileños residentes en Argentina y militantes del PT, argentinos amantes de la Patria Grande, algún despistado que pregunta por qué carajos hacen tanto ruido y un frentista que intenta salir de su casa sin éxito.

La fiesta está asegurada con muchos Alma Mora y Brahma en lata, pero en la espera se siente calma y angustia.

El único lugar por el que se puede circular es la vereda de enfrente a la UOM; la del chino. Solo se puede pasar a comprar cuando se hayan ido una cierta cantidad de personas. Todos salen con vino, birra y papas: hay festa. El supermercado dispuso tres personas para que la heladera de cervezas nunca se quede vacía, que las birras estén frías es otra cosa.  

“No queremos un búnker, queremos una fiesta popular en la calle”, le dice el coordinador del Partido dos Trabalhadores en Buenos Aires, Paulo Pereira, a ANCCOM.  

 50,91% para Bolsonaro. 49,09% para Lula.

Cada poroto que suma Lula y le achica la distancia a Bolsonaro se festeja como un gol en Argentina: Un grito de alivio bien fuerte y muy cerca del grito del de al lado que termina con un abrazo posterior que todavía se guarda lágrimas.    

El clima es el de un cierre electoral que quedó trunco desde abril de 2018 cuando Lula, en plena carrera por la presidencia, fue detenido y quedó vaciado de sentido el voto que se llevaba su figura. De ahí hasta la fiesta en la vereda de la UOM Lula pasó 580 días de prisión.    

50.1% de votos para Lula Da Silva. 

Antes de las 7 de tarde ya se desata la fiesta en Buenos Aires. El dato no lo dio la CNN, la pantalla seguía en 49,09% para Lula. Al costado, desde la vereda del chino, se escucha un grito unísono de cuatro personas y una levanta abruptamente su teléfono para arriba. El grito ahora es de una sola persona que expulsa el 50.1% bendito. Me encontré abrazado a tres brasileños. El llanto es incontenible porque es producto de lo difícil que fue llegar acá y lo que va a costar sostener esta alegría. 

Ya oscureció y todavía falta el 43% de las mesas por escrutar. Abajo de la pantalla se prepara un escenario improvisado y aparecen bombos, saxofones y trompetas.

Bolsonaro vai tomar no cu por fin. 

Con el resultado en la bolsa, solo queda festejar. ¿Qué? 

“Que por muy poquito, pero Brasil le da la espalda al fascismo”, dice una brasileña ya muy entrada en llanto. Un desahogo que muestra los dientes de un futuro explícitamente complejo.

 

Nos espera un Brasil absolutamente envuelto en una estructura de odio. Lula es la persona que puede restaurar la normalidad política en Brasil, no significa que eso va a ser fácil pero es el único capaz de promoverlo”,  dice Paulo Pereira para ANCCOM. 

Solo queda esperar el resultado definitivo y el discurso de Lula. La música y el baile son protagonistas. La pantalla ya no importa más porque la fiesta está acá, en la calle del edificio de la UOM.  

Brasil decide su destino

Brasil decide su destino

En el marco de una polarización a nivel global, con la consolidación de la extrema derecha y el neofascismo como fuerza con peso político electoral, la segunda vuelta del 30 de octubre entre Lula y Bolsonaro tendrá impacto en toda la región. ¿Bolsonaro reconocerá el resultado?

En Brasil reina la violencia y la incertidumbre. El pasado 23 de octubre un exdiputado aliado de Bolsonaro, Roberto Jefferson, se atrincheró en su casa y disparó balas y granadas a la policía que cumplía con el mandato del Supremo Tribunal Federal de detenerlo por violar la prisión domiciliaria que debe cumplir por impulsar un golpe de Estado en 2021.

La última encuesta divulgada por la consultora Quaest revela que Lula encabeza los pronósticos con un 53 por ciento contra un 47 de Bolsonaro. Sin embargo, la agencia Paraná Pesquisas presenta un escenario de empate técnico. La primera vuelta del 2 de octubre estuvo marcada por el sorpresivo desempeño del actual presidente que acumuló varios puntos más que lo que vaticinaban los sondeos, un 43,2 por ciento de los votos, a tan sólo 5 de Lula, que recolectó el 48,4 por ciento.

El fortalecimiento de la extrema derecha responde a una serie de fenómenos estructurales que se combinan con un contexto internacional cada vez más polarizado. Alejandro Frenkel, investigadoar del CONICET, politólogo y docente de la Universidad Nacional de San Martín, es categórico: “Yo daría por descontado que Bolsonaro va a desconocer el resultado y que se va a abrir un período de conflicto, incertidumbre, negociación, donde el posicionamiento de muchos actores va a ser clave para reconocer a Lula si acaso es electo por poco margen. Probablemente, los gobiernos a nivel internacional lo reconozcan y eso va a jugar a favor. Pero después está el rol de otros partidos, sobre todo el llamado Centrão y los militares”.

“El bolsonarismo está allanando el terreno para embarrar la cancha, no reconocer la elección y después de una primera vuelta con la sorpresiva colecta de votos de Bolsonaro, más de lo que se pensaba, se envalentona más las posibilidades de que pueda ganar, con lo cual va a hacer que una derrota sea menos digerible todavía”, agrega Frenkel.

Sobre este aspecto particular de la primera vuelta, un voto vergüenza u oculto a Bolsonaro, la investigadora y docente en el Área de Relaciones Internacionales de FLACSO/Argentina, Juliana Peixoto, afirma: “En Brasil se constata una conciencia creciente en la población que escapa a los métodos de recolección de información clásicos. Está la posverdad, esta idea de que todo es una opinión y ese rechazo a la ciencia, a la investigación, a los métodos científicos. Hay rechazo a la encuesta, y el voto vergüenza sorprendió bastante porque en realidad estábamos esperando un voto oculto a Lula también”.

El clima político y social en Brasil guarda muchísimas diferencias con el que se vive en Argentina. El crecimiento de la ultraderecha bolsonarista empalma con una serie de cuestiones más estructurales que constituyen el imaginario de la sociedad brasileña. Según Peixoto, “el voto vergüenza también tiene que ver con la construcción muy arraigada del enemigo comunista, del enemigo PT, del enemigo rojo, que habla de una inmensa ignorancia política. En comparación con Argentina, en Brasil no existe estudiar la Constitución en la secundaria, que parece algo formal pero no lo es tanto. Hay mucho menos formación ciudadana, menos debate político y menos política en las calles. Hay muy poca movilización. Con lo cual eso es un caldo de cultivo para ese tipo de movimientos”.

El proceso dictatorial en Brasil también tuvo otras características y tampoco hubo un Nunca Más como en la Argentina. “El hecho de que Bolsonaro haya reivindicado a un torturador de la dictadura durante el impeachment a Dilma, por ejemplo -señala Peixoto-. Esto es gravísimo para sectores específicos de la sociedad, porque fue otra dictadura, otro proceso de amnistía, no hubo revisionismo, no hubo condena social, la problemática de los torturados y asesinados (porque en Brasil el principal problema fueron los torturados) es poco visibilizada”. Y destaca: “Las Fuerzas Armadas tienen mucha legitimidad, de hecho la policía que está en las calles es llamada ‘policía de represión’. Está la policía civil, que colabora con cuestiones judiciales y administrativas, y está la de represión, el patrullero que está en la calle”.

Peixoto, por su parte, le asigna un papel determinante a las cadenas como O Globo, “que si bien no cierra con Bolsonaro, apoyó el impeachment y defenestró al PT y sus gestiones, a pesar de haber apoyado a Lula en 2002, con lo cual es ese ‘bicho’ que va para donde lleve la marea”. “El apoyo en 2002 de O Globo fue clave para que Lula ganara -opina-. La campaña, más el descontento con los últimos años de gobierno del PSDB, fueron muy interesantes, pero el toque fue el apoyo masivo tuvo en los medios, se veía que era una ola imparable, entonces O Globo se subió al tren”.

La correlación de fuerzas tras la primera vuelta, el 2 de octubre, dio aire a Bolsonaro y a los sectores ultra reaccionarios, que crecieron en el número de bancas en Diputados y Senadores. El Partido Liberal de Bolsonaro pasó a tener el bloque más grande en la cámara baja con 99 parlamentarios. El bloque conocido como “la bala”, conformado por exmilitares integrantes del movimiento que promueve el uso civil de armas, aumentó de 28 a 36. En las gobernaciones de los principales estados se configuró una mayoría afín a la ultraderecha de Bolsonaro y sus aliados: obtuvieron 9 de las 15 que se disputaron, mientras que 5 quedaron en manos de candidatos aliados al PT.

«Me imagino un gobierno muy complicado», pronostica Frenkel.

Está pendiente la definición de los gobiernos regionales de 12 estados que se elegirán este domingo, entre ellos la gobernación del estado de San Pablo, el más poblado y rico del país, donde el exministro de Bolsonaro Tarciso Gomes Freitas fue el más votado en primera vuelta (42,32 por ciento) y se enfrenta a Fernando Haddad (35,70 por ciento). Para Peixoto, “la correlación de fuerzas es algo dinámico, el PT ha crecido en diputados y gobernaciones. El PT es un partido muy pequeño que siempre depende de coaliciones para gobernar, y eso es un problema del sistema de partidos en Brasil”. Esta situación político-institucional plantea un panorama incierto sobre cuáles serán los recursos del PT para llevar adelante su agenda y lidiar con una oposición de ultraderecha consolidada si se llega a imponer en el balotaje.

“Me imagino un gobierno muy complicado, con mucho conflicto -sostiene Frenkel-. Por un lado, Lula va a tener mucha oposición desde lo institucional: el bolsonarismo con mayoría en el Congreso, los sectores conservadores, la bancada de ‘la bala’. Va a tener que negociar con otros sectores la gobernabilidad. Y al mismo tiempo, va a tener las presiones de su propio partido, de sectores más a la izquierda, y ahí va a aparecer la habilidad política de Lula, pero también se van a ver cuáles son los límites estructurales”.

La presión social en las calles es clave a la hora de pensar el desarrollo de los acontecimientos. Frenkel infiere que “va a ser muy complicado en términos sociales. Una particularidad del Brasil de los últimos años es que se acostumbró a tener movilizaciones callejeras, algo no muy tradicional en la historia del país excepto por el Movimiento de los Sin Tierra (MST) o los sindicatos, pero ahora protagonizadas por el bolsonarismo. Entonces Lula va a enfrentar un clima social de convulsión con sectores con capacidad de movilización y de producir violencia política”.

Sobre los aspectos más estructurales que sostienen la economía en Brasil, como el crecimiento del agronegocio y la consecuente destrucción de la Amazonía, o las reformas regresivas implementadas desde el gobierno de Temer, los índices de desocupación y pobreza que aumentaron exponencialmente bajo el gobierno Bolsonaro, tanto Frenkel como Peixoto coinciden en que es difícil que un gobierno del PT pueda revertir el rumbo, aunque sí confían en medidas paliativas que lo frenen.

“El tema económico Lula lo va a matizar, va a haber asistencia a la pobreza, pero no creo que pueda tocar lo estructural, los temas ambientales, el agronegocio, quizás haya más control. Lo que está pasando en el gobierno de Bolsonaro con la Amazonía es tremendo. La tasa de deforestación es de 18 árboles por segundo”, remarca Peixoto. En el mismo sentido, Frenkel observa que Lula va a asumir heredando un programa económico neoliberal blindado, en cierta medida, por la “ley del techo de gastos”. “Eso implica un limitante, va a tener que negociar para derogarla, o encontrar los resquicios si pretende aumentar el gasto social. Va a tener las limitaciones del modelo económico que deja Bolsonaro”, asegura. La ley del techo de gastos fue aprobada bajo el gobierno de Michel Temer en 2016, al igual que la reforma jubilatoria, pese al fuerte rechazo de la sociedad brasileña. En tanto, en sus últimas declaraciones, Lula ha anticipado que el suyo será un gobierno de centro, en un gesto al empresariado y los sectores del establishment.

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Entre la polarización y las provocaciones golpistas

Entre la polarización y las provocaciones golpistas

Sumido en la inestabilidad, Brasil enfrenta unos comicios históricos en los que Lula es el favorito, mientras Bolsonaro y el partido militar amenazan con alterar el orden institucional.

A diez días de las elecciones en Brasil el clima es de polarización y tensión extremas. Una encuesta divulgada por TV Globo del Instituto Ipec coloca a Lula Da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT), primero con el 47 por ciento de intención de voto seguido por el actual presidente ultraderechista Jair Bolsonaro, del Partido Liberal (PL), con el 31.

Sin embargo, la indefinición marcará la dinámica hasta el domingo 2 de octubre, cuando se sabrá si se irá o no a balotaje el 30 de octubre. Además de votar para presidente, se renovarán 27 de los 81 escaños del Senado; 513 bancas en la Cámara de Diputados; gobernadores y vicegobernadores de los 26 estados, y se elegirán los integrantes de las Asambleas Legislativas Estatales y de la Cámara Legislativa del Distrito Federal.

Bolsonaro ha logrado involucrar a las Fuerzas Armadas en el proceso electoral y ha manifestado que desconocerá el resultado si no se consagra ganador, sumando inestabilidad al panorama. La polarización ya generó dos homicidios perpetrados por bolsonaristas contra un dirigente y un seguidor de Lula en junio y julio de este año.

La violencia política en Brasil ha crecido un 335 por ciento desde 2019, según un estudio de la Universidad de Río de Janeiro (UNIRIO). Esta cifra representa 1.209 ataques a miembros del ámbito político, incluyendo 45 homicidios a líderes, solamente en 2022. Los discursos de odio, intolerancia, misoginia y homofobia que promueven los grupos afines al bolsonarismo son los causantes de este caos.

En un acto de campaña realizado el 7 de septiembre, Día de la Independencia de Brasil, en referencia a Lula, Bolsonaro declaró que “hay que extirpar a este tipo de personas de la vida pública”.

El doctor en Historia por la Universidad de San Pablo (USP) y dirigente nacional del PT, Valter Pomar, afirma: ”En Brasil siempre hubo unas clases dominantes y medias muy reaccionarias, pero es la primera vez que este sector se organiza de forma más o menos autónoma y de masas, con dirección propia, y no utilizado por la derecha más civilizada para ejecutar la represión en momentos más duros. Hay un cambio que tiene que ver con muchos factores: con la situación mundial, con lo que pasa en Estados Unidos y el fenómeno del trumpismo, con el vaciamiento del centro político en Brasil, y con la debilidad programática de la izquierda que dejó espacio para que camadas populares fueran atraídas por la extrema derecha”.

La elección en Brasil será determinante para la región. Se esperan alrededor de 148 millones de votantes (sobre una población de 233 millones) que deberán elegir entre once candidaturas, las principales son: Jair Bolsonaro y Walter Sousa Braga Netto por el PL, hoy en el poder del Planalto; Lula da Silva y Geraldo Alckmin por el PT; Ciro Gomes y Ana Paula Mato por el Partido Democrático Laborista (PDT), y Simone Tebet y Mara Gabrilli por el Movimiento Democrático Brasilero (MDB).

No se trata de una elección normal. El primer mandatario agita el fantasma del fraude para preparar un eventual desconocimiento del resultado. Este cuestionamiento comenzó el 18 de julio en una reunión con embajadores donde expresó: “Queremos corregir fallas, queremos transparencia, democracia de verdad”, poniendo en duda el sistema instaurado desde 1985 con la salida de la dictadura y la nueva Constitución de 1988 que restableció libertades civiles como elección directa del presidente y selló la transición a la democracia.

Las provocaciones se profundizaron, y el lunes 19 de septiembre declaró desde Londres: “Si yo tengo menos del 60 por ciento de los votos es porque algo anormal ocurrió en el Tribunal Superior Electoral, teniendo en cuenta la cantidad de gente que va a mis eventos y cómo soy recibido a todos los lugares a los que voy”.

Para Valter Pomar, “aún no está claro lo que va a pasar. El esfuerzo del cavernícola, actualmente presidente del país, es hacer que se resuelva en la segunda vuelta, porque sabe que si se resuelve en la primera el ganador es Lula”. Pero ninguno de los dos escenarios resolverá la incertidumbre que asedia el panorama político brasileño marcado por las provocaciones antidemocráticas del bolsonarismo.

“Todas las encuestas apuntan la victoria en primera o segunda vuelta de Lula, pero si miramos la campaña vemos que la candidatura del cavernícola (Bolsonaro) no bajó la guardia, está muy envalentonado, combativo, movilizado y tiene medios importantes para hacerlo: los militares, los pentecostales, las milicias, la máquina del Gobierno federal, sus apoyos en candidaturas de partidos de derecha, algunos medios de comunicación, una parte del empresariado… Así que, aunque las encuestas vengan a favor nuestro, no podemos dar la elección por concluida”, sostiene Pomar.

Lo que está en juego va más allá de los resultados electorales: hay una base social de ultraderecha que se consolida bajo la dirección del bolsonarismo y plantea desafíos a las libertades democráticas de los movimientos sociales y las mayorías populares en un contexto de extrema pobreza y desigualdad. El joven candidato a diputado federal por la Bancada Anticapitalista, Renato Assad, docente y estudiante de la USP, consultado por ANCCOM, reflexiona: “Hay un enorme sector de la población que no accede a la alimentación, 33 millones de personas no comen en Brasil. El poder adquisitivo se cayó, el salario mínimo no sirve para nada, y entonces el voto a Lula es un voto castigo a Bolsonaro”.

Según los datos del Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos (DIEESE), el sueldo mínimo de 1.212 reales (unos 34.093,56 pesos) es insuficiente. Tomando como referencia la canasta básica de San Pablo, la ciudad más poblada de Brasil, de 803,99 reales (22.616,23 pesos) es evidente la poca capacidad de consumo de un trabajador en el país hermano. “Va a haber bastante polarización y con el gobierno de Lula la base fascista va a seguir estando. Es importante transmitir que estos sectores van a seguir operando y hay que estar organizados para enfrentarlos más allá de las elecciones del domingo 2 de octubre y de la segunda vuelta del 30”, subraya Assad, quien fue parte de un paro, el martes 20 de septiembre en la USP, por falta de suministro de agua en las instalaciones de la universidad más importante del país. 

Desde el PT, Pomar coincide: “Hay una inestabilidad que no va a ser superada por el proceso electoral. Puede pasar incluso que siendo vencedores en primera o segunda vuelta, pasemos a vivir un momento de mucha inestabilidad porque esta fuerza de extrema derecha va a jugar contra nosotros”.

Gustavo Veiga, periodista gráfico y docente, aporta su mirada desde la Argentina: “El aparato militar en Brasil tiene una fuerza que en Argentina no conocemos desde el punto de vista de nuestra experiencia histórica, y de la lucha de los organismos de derechos humanos para desmontar esa capacidad de daño que tenían los militares a la democracia”. Veiga cataloga al bolsonarismo como parte del surgimiento de la extrema derecha, como fenómeno mundial con expresiones en Asia, Europa, Latinoamérica y Estados Unidos.

“Sí es posible que Bolsonaro y quienes lo acompañan en su proyecto de gobierno cometan algunas tropelías -señala-, la más grave sería un autogolpe y que pasen a gobernar los militares de hecho, que ya están en el Estado, tienen una presencia muy extendida y notoria en las distintas jerarquías ministeriales”.

Con el asalto al Capitolio del 6 de enero del 2021 como referencia, Veiga reflexiona: “Cuando Donald Trump perdió las elecciones, desconoció el resultado y citó a su base electoral a que invadiera el Capitolio, aún con los resultados conocidos, derivó en causas judiciales que llevaron a prisión a varios de los que protagonizaron esa toma donde hubo muertes… Si ocurriera esto en Brasil sería catastrófico para el continente”. Y agrega: “El presidente Joe Biden pidió que se le comunicara al Gobierno de Bolsonaro que cualquier movimiento para no reconocer el resultado electoral sería condenado por Estados Unidos”.