«¡Bienvenida a la verdad querida nieta!»

«¡Bienvenida a la verdad querida nieta!»

A pesar del desmantelamiento de las políticas públicas de Memoria, Verdad y Justicia, las Abuelas de Plaza de Mayo lograron restituir la identidad de otra nieta apropiada. Es el caso resuelto número 139, hija de Daniel Inama y Noemí Macedo.

Las Abuelas de Plaza de Mayo dieron a conocer la restitución de la identidad de una nueva nieta. En la Casa por la Identidad del Espacio Memoria y Derechos Humanos ex-Esma, Estela de Carlotto y Buscarita Roa, presidenta y vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, llevaron adelante la conferencia de prensa donde dieron a conocer los detalles sobre la búsqueda y la familia biológica. “Inexorablemente la verdad sobre los crímenes de la dictadura sigue saliendo a la luz“, afirmó Carlotto al comenzar, rodeada por Taty Almeida, Madre de Plaza de Mayo; Manuel Gonçalves Granada, nieto recuperado e integrante del directorio de Abuelas, y Ramón Inama, hermano de la nieta 139.

La nieta 139 es la hija de Noemí Macedo y Daniel Inama y nació en cautiverio entre enero y febrero de 1978. Daniel y Noemí, oriunda de Mar del Plata, militaban en el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML) y se conocieron en La Plata. Fueron secuestrados el 2 de noviembre de 1977 cuando Macedo, se estima, estaba embarazada de 6 o 7 meses. Ambos fueron vistos por sobrevivientes en el Centro Clandestino Club Atlético.  

Antes de su secuestro y desaparición, Daniel tuvo dos hijos, Ramón y Paula, quienes se criaron juntos gracias al buen vínculo entre sus madres y siempre supieron del embarazo de Noemí. Ellos llevaron adelante una búsqueda que se extendió durante años, hasta ahora.  “Mi viejo y Noemí se conocieron en Mar del Plata, militando en ese partido que era una organización política maoísta, muy pequeña, que fue diezmada” contó Inama. “Esa organización tiene muchísimos desaparecidos, militantes revolucionarios que dieron la vida por lo que creían. Noemí y Daniel son un ejemplo de eso, dos personas comprometidas con su realidad y con ganas de vida”, afirmó.

Noemí Macedo, la mamá de la nieta 139, fue secuestrada cuando cursaba el sexto o séptimo mes de embarazo.

 

Manuel Gonçalves Granada fue quien detalló el proceso de búsqueda que se llevó adelante para poder celebrar la restitución de la nieta 139.  “Abuelas de Plaza de Mayo recibió información anónima. Luego de la articulación con la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) se continuó con el abordaje del caso. Desde la CONADI se requirió la información a las diferentes dependencias nacionales y provinciales, cuya respuesta en tiempo y forma fueron fundamentales para la resolución de esta búsqueda”, destacó Gonçalves Granada. “A partir de todo este exhaustivo trabajo se logró contactar a la posible nieta. En este marco la mujer fue convocada por la CONADI en noviembre de 2024. Ella accedió a asistir al Banco Nacional de Datos Genéticos para dejar su muestra de ADN y ayer el Banco confirmó que es hija de Noemí y Daniel” relató.  

Gonçalves Granada, nieto recuperado número 57, también remarcó la importancia y la motivación de tantos años de trabajo incansable por la verdad. “Al fin y al cabo, de eso se trata esta lucha, de reparar lo que el Terrorismo de Estado quiso destruir, nos impulsa el amor, la ternura, la certeza de que la verdad, aunque parezca dolorosa, puede sanar en parte las heridas y eso lo hemos comprobado en estos 139 casos” concluyó. 

En el mismo sentido se expresó Inama. “En La Plata buscamos a esta hermana muchísimo y pensamos que habíamos agotado todas las instancias, que era un caso cerrado, pero las Abuelas nos demuestran 139 veces que nunca es la última esperanza”. En una intervención cargada de emotividad, donde recordó los largos años de búsqueda,  preguntándose cómo sería su hermana o hermano, si tendría dudas sobre su identidad o si alguna vez, sin saberlo, se habrían cruzado,  Inama afirmó: “Esto es un acto de justicia, es una reparación, es una certeza que nunca más va a ser incertidumbre, hoy alguien más puede decir quién es, porque lo sabe”. 

«Noemí y Daniel (los padres desaparecidos de mi hermana) son un ejemplo de dos personas comprometidas con su realidad y con ganas de vida”, afirmó el hermano de la nieta restituida 139.

Buscarita Roa resaltó la urgencia que sienten las Abuelas, pero también la tarea y la lucha que se heredan. “Ustedes saben que los años pasan muy rápido, y estamos muy viejitas, quedamos poquitas, entonces estamos desesperadas porque los nietos vayan apareciendo lo antes posible. Igual, van a quedar todos ustedes con el compromiso de seguir adelante buscando los nietos que nos faltan”. 

 

A pesar del vaciamiento, siguen los hallazgos

Es ineludible enmarcar la restitución de esta nueva nieta en el contexto de desmantelamiento y desguace de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia por parte del gobierno nacional, con su posición negacionista y apologética de la dictadura. A pocos días de terminar el año, cientos de trabajadores de la secretaría de Derechos Humanos fueron informados que no iban a renovar su contrato a partir del 1 de enero, y lo mismo sucedió con las y los trabajadores del Centro Cultural Harlodo Conti, quienes se enteraron el 31 de diciembre a través de Whatsapp del cierre del espacio. 

“Nada hubiéramos podido lograr solas, esta es una lucha colectiva, la continuidad de las políticas de estado es fundamental para terminar con los delitos de lesa humanidad” afirmó Carlotto. Y resaltó que “por eso es central el papel de las instituciones como la secretaría de Derechos Humanos de la Nación, sus políticas deben seguir siendo sostenidas por el gobierno con la totalidad de sus trabajadores y trabajadoras, y mantener sus instrumentos para poder continuar con el proceso Memoria Verdad y Justicia”. En ese momento, las palabras de la presidenta de Abuelas fueron interrumpidas por un extenso aplauso de quienes se encontraban presentes. “Todo esto ha sido fruto del diálogo entre el Estado y la sociedad civil, un verdadero consenso democrático para que los derechos de todos y todas y de las futuras generaciones estén garantizados. ¡Bienvenida a la verdad querida nieta!” concluyó. 

“Inexorablemente la verdad sobre los crímenes de la dictadura sigue saliendo a la luz“, dijo Carlotto.

Taty Almeida también se expresó sobre el tema. “Le pregunto a la señora Villarruel y a sus amigos los genocidas ¿va a negar que las Abuelas y todas y todos hemos encontrado una nieta? ¿Cómo se van a atrever los negacionistas a negar esto que es evidente?”, se preguntó. “Sepan que se va a seguir buscando y van a seguir apareciendo nietos”, desafió la Madre de Plaza de Mayo.

La jornada concluyó en el hall de la Casa por la Identidad, donde entre aplausos, cantos y vitoreos las Abuelas, junto con Inama, cambiaron el 8 por el 9 en la cartelera de la entrada, que ahora dice: “Gracias a esa lucha son ya 139 los nietos que recuperaron su verdadera identidad”. Al salir por la calle arbolada que separa la Casa por la Identidad de la salida del predio se escucharon risas, charlas animadas, aplausos. Los presentes coincidieron en cuán necesarias resultan esas noticias, se abrazaron, y así pusieron en evidencia el poder de la lucha de Abuelas, que en tiempos como los que corren, siguen dando buenas noticias.

Un abrazo por la memoria

Un abrazo por la memoria

Los trabajadores del sitio de la memoria ex-Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Virrey Cevallos convocaron a una asamblea pública este lunes 13 contra los despidos de todos sus trabajadores, ordenados por el secretario de Derechos Humanos Alberto Baños.

—Empecemos a sentarnos en el piso así entramos todos- dispuso una mujer para organizar el poco espacio que quedaba en un garage del barrio de Monserrat. La gente ya había ocupado la bicisenda que pasaba frente al ingreso, cortando el paso de ciclistas furiosos que echaban puteadas a toda velocidad. Quizás no conseguían leer lo que decían los carteles de estos “desubicados”, o no llegaban a escuchar lo que los “imbéciles» que no estaban sobre la vereda, como corresponde, decían por el micrófono. Quizás no se percataban, al igual que los vecinos del barrio en su momento, que detrás de ese garage, sobre la calle Virrey Cevallos, funcionó un centro clandestino de detención, tortura y exterminio durante la dictadura cívico-militar. «En esa época, mi viejo tenía el local a la vuelta. Nunca supo lo que pasaba ahí dentro hasta que se recuperó como espacio para la memoria», contaba Franco, dueño de la cancha de padel frente al centro.

El Virrey Cevallos convocó a una asamblea abierta por su situación crítica: todos sus trabajadores fueron despedidos por la Secretaría de Derechos Humanos y la tajante directiva del «No hay plata». Para quienes sostienen el funcionamiento del centro desde hace veinte años, no es casualidad el brusco ataque al espacio de memoria más pequeño de los siete -más el museo ex-Esma- que hay en la Ciudad de Buenos Aires. Un eslabón fácil, pensaban, sin considerar la comunidad que florece cada vez más rápido para defender a la Memoria, Verdad y Justicia. 

Frente a las muestras de apoyo de los distintos sindicatos, agrupaciones y autoconvocados, también hay organización. El Virrey Cevallos convoca a un festival junto a los demás espacios para el próximo 25 de enero en su mismo centro: «Allá está nuestra compañera para anotar a todos y todas que tengan algo para ofrecer y participar; puede ser un espectáculo, algo para vender, lo que sea. También les recordamos que si trabajan o conocen a dirigentes políticos, o sindicales, o agrupaciones que les parezca importante que conozcan el centro, los invitamos a enviarnos un mensaje para organizar visitas guiadas. Habitar estos espacios es lo que los mantiene vivos», dijo Malena, una de las trabajadoras despedidas. El próximo sábado 18 de enero habrá una visita guiada para quien quiera acercarse.

“No vino tanta gente como esperaba”, expresó un vecino del barrio, algo desencantado. Las 10 mil personas que asistieron al pasado festival contra el cierre del Haroldo Conti dejó la vara alta y esperanzada. Sin embargo, en la cuadra del Virrey Cevallos no dejaban de aparecer abrazos espontáneos, sentidos, con camaradería. 

—¡Qué hacés, Rolo! -gritó un hombre emocionado al encontrarse con su compañero de marchas. También estaba Araceli, la mujer mayor que vende sus llaveros en todas las convocatorias: «Esta es mi fuente de ingreso, con la jubilación no me alcanza. A veces no puedo estar en todas, pero intento participar y colaborar siempre. Hace poco le llevé llaveros de pañuelos blancos a las Abuelas para que pudieran recaudar algo más con ellos», dijo mientras señalaba la mercadería que produce junto a su nieta.

Quizás, el vecino de más arriba no se encontró con el mismo escenario populoso de la ex-Esma; pero en esa oscura casa del barrio de Monserrat, el amor y el apoyo de la comunidad se contagiaban en la lucha por mantener viva una causa todavía sin concluir. 

«Nosotros nos estamos yendo de a poco, pero hay que seguir estando», le dijo un señor con boina y bastón a un joven compenetrado con las palabras del adulto. Lo marcaron, porque al poco tiempo no aguantó decirle a sus dos compañeros: «Me parece importante que vengamos el sábado que viene. Tenemos que ser más la próxima vez». 

Un abrazo de amor y otro de protesta en la Ex-ESMA

Un abrazo de amor y otro de protesta en la Ex-ESMA

Las Abuelas de Plaza de Mayo anunciaron la aparición del nieto 138 en la Casa de la identidad. A continuación miles de personas se manifestaron en contra del Gobierno por el desmantelamiento de la Secretaría de Derechos Humanos y del despido de su personal.

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La Asociación de Trabajadores Estatales (ATE) y organizaciones de derechos humanos convocaron a un abrazo en la exEsma contra el desmantelamiento de la Secretaría de Derechos Humanos y sus políticas públicas. Horas antes del encuentro, la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo le daba la bienvenida al nieto N° 138 en el mismo predio. La jornada de las dos caras que conforman al país.

El gigantesco predio de la exEsma de repente parecía chico para la cantidad de personas que se acercaron el viernes por la tarde. Banderas, murgas, familias y pañuelos blancos se encontraban allí por el abrazo convocado contra el desmantelamiento de la Secretaría de Derechos Humanos por parte del gobierno de Javier Milei y su tajante política de achique estatal. Pero un anuncio inesperado alegró el tinte del encuentro.

—¿Es nieto o nieta? —pregunta una voz curiosa. 

—Es nieto. Se iba a llamar Manuel, como yo.

Quien habla es Manuel Gonçalves Granada, nieto restituido número 57, sobre las novedades de su nuevo compañero anunciado por Abuelas de Plaza de Mayo tan solo tres horas antes del abrazo convocado. La aparición del 138 agregó una épica inesperada a la jornada: mientras la Secretaría y los Espacios de Memoria sufren un vaciamiento masivo y cientos de trabajadores son despedidos por el topo que confesó que vino a destruir el Estado desde adentro, el hijo de los desaparecidos Marta Enriqueta Pourtalé y Juan Carlos Villlamayor recuperaba a su familia, su historia, su verdadera identidad, gracias a los organismos que mantienen encendida una causa sin concluir. “A pesar de los bastones y sillas de ruedas, seguimos de pie”, dijo Tati Almeida. 

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Flavia Fernández Brozzi, delegada de ATE de la Secretaría, afirma que hubo despidos a lo largo de todo el año: «De las mil personas que estamos ahora, 600 nos quedaríamos sin trabajo la semana que viene». También subraya que hay reducción de salario y pérdida de antigüedad para los trabajadores de planta permanente, despidos en cuotas extorsivos y cartas documento a quienes rechazan el «retiro voluntario», sin su indemnización correspondiente. Por otra parte, Georgi Andino, militante y trabajadora en los Espacios de Memoria, detalla la situación de estos centros: «Hay un ensañamiento contra el sector. Entre los otros cuatro sitios de Capital, Automotores Orletti, Olimpo, Club Atlético y Virrey Ceballos, somos 60 laburantes. O sea, no es número para el achicamiento del gasto público. No son tontos, no cierran de repente sitios que todavía son pruebas judiciales en causas de lesa humanidad, pero es la lógica del vaciamiento de un gobierno negacionista y reivindicador de la dictadura que ataca las políticas de derechos humanos que supimos conseguir». 

El desmantelamiento de estos organismos pone en juego la memoria de un país que, desde el Estado, sufrió la tortura y desaparición de personas y la apropiación de bebés recién nacidos. Pero, del otro lado del negacionismo, como dos caras de una misma moneda, también se trata de un país ejemplo de resiliencia y resistencia que sostiene una lucha imprescindible para el cese de delitos tan aberrantes como los anteriores; y que su inconsciente colectivo no se borra tan fácil porque, como corearon todos al final de la asamblea, “El pueblo unido jamás será vencido”.

 

La alfombra roja del penal de Devoto

La alfombra roja del penal de Devoto

En las dos últimas audiencias del año en el juicio que investiga la masacre del Pabellón Séptimo de Devoto declararon dos sobrevivientes que reafirmaron el relato de todos los testigos que testimoniaron hasta el momento. El sadismo de los guardiacárceles y las marcas que perduran hasta hoy.

Familiares de las víctimas en la primera audiencia del Juicio.  

El juicio oral y público por la Masacre del Pabellón Séptimo pasó a un cuarto intermedio hasta el 12 de febrero, cuando seguirán las audiencias testimoniales. Pero antes, en las últimas dos jornadas de este año, declararon dos sobrevivientes de aquel incendio ocurrido el 14 de marzo de 1978 en la cárcel de Devoto, Hugo Alberto Ciardiello y Hugo Castro Bravo. En el banquillo, acusados de la masacre, están los exagentes penitenciarios Juan Carlos Ruiz, Horacio Martín Galíndez y Gregorio Bernardo Zerda. 

Ciardiello contó que fue encarcelado un poco más de treinta días antes de los hechos, por lo que era nuevo entre los reclusos del pabellón. Al recordar el momento en que “se lo llevaron” narró un encuentro violento con seis personas vestidas de civil y con tres Falcon estacionados. Entraron a su casa a revolver papeles y boletas, y le encontraron dos plantas de marihuana en el patio que tenía en el fondo. Él y su amigo terminaron presos. 

En ningún momento presentaron una orden de allanamiento y al día de hoy el testigo no sabe qué buscaban. “En la comisaría me preguntaban por lugares que no conocía, por gente que no conocía y si había militado en algún lugar”, dijo Ciardiello. Además, añadió que lo torturaron a través de golpizas por no darles las respuestas que esperaban. Cuando llegó a Devoto ranchaza con Hugo Cardozo, uno de los primeros sobrevivientes que testificaron ante el tribunal. Por ser nuevo le tocaba dormir en el piso del Pabellón 7, donde había unos 150 reclusos. 

Ciardiello relató el incidente de la noche del 13 con los guardias, la discusión por el horario de apagado del televisor. “Hubo un intercambio de palabras entre Tolosa y el agente penitenciario que estaba arriba de la pasarela. No sé si fue por el volumen o porque ya se había hecho tarde”, expresó. Luego de ese intercambio, todos se fueron a dormir. Durante la madrugada identificó a tres agentes penitenciarios que habían entrado al pabellón para llevarse a Tolosa y castigarlo. A la mañana del 14 vino la requisa, con más agentes que lo habitual, que insultaban y agredían. Como defensa, se lanzaron elementos que estaban en la cocina: sartenes y alimentos como papas, cebollas y batatas. Además, comenzaron a empujar las camas contra las rejas para impedir que las autoridades siguieran avanzando.

Luego de “uno o dos minutos de paz”, los penitenciarios volvieron. Esta vez, lanzando gases y disparando con armas de fuego, que incendiaron los colchones. A la sensación de ahogo se sumaba la desesperación por miedo a ser baleados. Gracias a una “toallita” que encontró y un charco de agua que estaba en el piso, Ciardiello se tapó la cabeza y la cara mientras permanecía escondido en una columna del pabellón. Esos minutos fueron interminables, y cuando el fuego cesó vinieron los golpes y el encierro en un calabozo. Lo obligaron a levantar los brazos, de los que se le había comenzando a despegar la piel. Los hicieron salir cuando llegaron los médicos, y ahí vio entre 10 y 15 personas tiradas en el piso, probablemente fallecidas. 

Al preguntarle qué ocurrió con Tolosa, el testigo contó que no lo vio durante el incidente ni al salir. Sin embargo, tiempo después de lo ocurrido, en el mismo penal le contaron que lo mataron después del incendio.

Al salir del calabozo, a Ciardiello  le dieron una inyección y un calmante y posteriormente fue trasladado al Hospital Álvarez, donde se encontró con su hermano y su madre, quien inicialmente no lo había reconocido. “Gracias a Dios me pude recuperar. Estuve fácil 30 días o un poco menos en el hospital. Me curaban día por medio porque en las quemaduras se creaban unos hongos” contó. 

Dado de alta en el hospital, regresó a la cárcel de Devoto por un breve tiempo hasta que fue declarado libre de culpa y de cargo. Ciardiello intentó recuperar su vida normal. Su papá tenía una carnicería, por lo que comenzó a trabajar junto a él. Sin embargo, las secuelas en su piel le provocaba dificultades para mover las manos. Además, contó que vivía con mucho miedo: “Fueron muchos años de no poder dormir a la noche, de estar alerta”. Le costaba salir a la calle, viajar en tren y estar apretujado con más gente le hacía sentir que se le iba a parar el corazón. A pesar de las dificultades, explicó que trató de seguir esforzándose porque tenía a “tres criaturas que cuidar”. 

El pasado miércoles 18 declaró por Zoom desde Santiago de Chile el sobreviviente Hugo Castro Bravo. Recordó haber ingresado a Devoto con 22 años, tras haber sido detenido junto a otros compañeros chilenos por una supuesta tenencia de drogas. Al pabellón ingresó junto a 13 de esos compañeros, entre los que mencionó a Gastón Sepúlveda, Mario Escobar y Arnaldo, con quienes también formó su rancho. Sin embargo, Castro expresó que de todos los chilenos que ingresaron al Pabellón Séptimo, el único sobreviviente fue él. Castro Bravo aclaró que él conoció a Patricio “Pato” Tolosa. Al llegar junto a sus compañeros ninguno tenía “abastecimientos” ni medios para pagar ciertos recursos que se solían utilizar dentro del pabellón, como el kerosene. “Pato” les había brindado aquel material varios días hasta que pudieron conseguir un modo de pagarlo.

Durante la noche del 13, Castro se encontraba en el “palito”, término que solían utilizar para referirse a la cocina del pabellón. Tanto él como otros de sus compañeros solían permanecer allí hasta que los que tenían camas se acostaran, ya que a partir de eso es que los que dormían en el piso colocaban sus colchones. 

El sobreviviente recordó que esa noche iba a pasar el guardia que nombraba a los reclusos que debían ir a Tribunales. El guardia que solía hacerlo, según contó, era una persona mayor a ellos que acostumbraba a tratarlos con respeto y con quien no habían presentado conflictos. Sin embargo, esa noche estuvo otro celador, descrito por Castro como una persona más joven que la anterior y con un carácter mucho más agresivo. Ese celador les solicitó reiteradas veces que apagaran el televisor “de muy mala manera”, dirigiéndose más que nada a Tolosa, según explicó. A la mañana siguiente, había cierta intranquilidad. “Sabíamos que querían buscar al “Pato” y que nos iban a pegar a todos”. Sus compañeros le aconsejaron que corriera al fondo. 

La requisa estuvo acompañada por golpes, hasta que los presos empezaron a defenderse con las camas como escudos, hasta que los agentes empezaron a tirar las bombas lacrimógenas. “Produjeron un desastre: vómitos, gente llorando, asfixiada” relató el testigo. Después comenzaron a disparar con “balas de verdad”. Castro Bravo vio cómo los más audaces agarraban las bengalas con las manos y las devolvían. Los colchones se incendiaron y luego vino “en todo el pabellón una oscuridad horrible”.

Mientras buscaba la forma de protegerse recibió un disparo en el pecho que lo dejó tirado en el piso. Recordó que al intentar levantarse estaba cubierto de sangre así que se quedó quieto, rezando. Tras un lapso que el testigo no pudo estimar, el fuego se extinguió solo y las autoridades, luego de tirar un baldazo de agua únicamente hacia la puerta, ya que, según Castro, ésta se encontraba “al rojo vivo”, pidieron que salieran de a tres. A él le pusieron una cadena y las manos atrás, haciéndolo bajar las escaleras en esa posición. “No les importaba si estábamos heridos, si estábamos sangrando, no había misericordia de nada. Ese pasillo era una alfombra roja de sangre, muchos de los que estaban en el suelo estaban muertos”. 

 

Lo dejaron en una celda junto a otras tres personas: Gastón, Arnaldo y a una persona que no pudo identificar en el momento porque estaba todo oscuro. Aquel hombre estaba tirado en el suelo y decía que se había quebrado. Los penitenciarios ingresaron a la celda y con una linterna grande le levantaron la cabeza a cada uno para alumbrarlos e identificarlos. Al realizar dicho procedimiento con el que se encontraba tirado, tanto las autoridades como Castro identificaron a Tolosa y lo sacaron de allí. Contó que lo arrastraron, se escucharon golpes y luego no supo más de él.

Gastón, uno de sus compañeros chilenos con quien había ingresado al penal, sufrió un procedimiento casi similar. “Estaba apoyado en la puerta y como estaba de cuclillas se fue hacia atrás, a lo que uno de los guardias lo agarró del cuello y lo sacó para afuera” relató el testigo. “Le terminaron dando dos tiros”, agregó.

Castro tenía quemaduras en gran parte de la espalda, los brazos, las manos y un disparo en el pecho. Se sometió a distintas operaciones durante su estadía en el hospital Alvear, e incluso contó que una vez retornado a Chile se sometió a nueve operaciones para recuperarse de ciertas cicatrices que aún le habían quedado.

Durante su internación en el Alvear llegaron unas personas que se identificaron como “del Ejército” y como representantes de derechos humanos que le debían tomar declaración. Le recomendaron evitar ciertos aspectos, como el asesinato de Tolosa y Gastón, ya que eso “iba a generar mucho problema”, según le explicaron. Castro obedeció a las recomendaciones. “Era chileno y era la primera vez que me encarcelaban, tenía un temor terrible”, señaló. Luego de ser transferido dos veces a distintos pabellones en Devoto, salió en libertad a los dos años y 4 meses de haber ingresado.

Contestando a otras de las preguntas de la defensa, contó que del juicio se enteró por Facebook, en donde se estaba tratando el tema y donde él se identificó como uno de los sobrevivientes, poniéndose en contacto posteriormente con la abogada querellante Claudia Cesaroni.

Una vez finalizadas las preguntas de ambas partes, el juez Nicolás Toselli, presidente del Tribunal Oral Federal 5, estableció un nuevo cuarto intermedio que será reanudado para el 12 de febrero de 2025 a las 10 horas, donde continuarán las declaraciones testimoniales.

Las infancias también fueron víctimas de la dictadura

Las infancias también fueron víctimas de la dictadura

En una nueva audiencia que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos en La Mansión Seré y en la Comisaría 1ª de Moreno, los sobrevivientes revelaron cómo sus hijos también padecieron la represión.

La anteúltima audiencia de este año de la megacausa que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar en la Mansión Seré y el circuito conocido como RIBA comenzó con el testimonio virtual de la sobreviviente Norma Beatriz Pérez -secuestrada el 25 de mayo 1977-, quien pasó 45 días en la Comisaría 1ª de Moreno. “Pancho -Mario Valerio Sánchez- tocó la puerta de mi casa y me dijo que en el auto alguien me quería saludar”. Allí la esposaron, tabicaron y trasladaron en una camioneta hasta la Comisaría. Pérez relata que durante los días compartidos en cautiverio “Pancho me pidió perdón. Temía por su vida y tuvo que nombrar a todos los que conocía. Luego de unos días se lo llevaron y nunca más lo volví a ver”. Norma quedó en la celda con María Margarita “Coca” Miguens, esposa de Sánchez y embarazada de varios meses. Al momento del secuestro Pérez ya no militaba con ellos, como tiempo antes había hecho en el barrio Lomas de Moreno.

Debido al embarazo de Miguens, que “iba muy seguido al baño”, la celda permanecía abierta. Esto posibilitó a Pérez acceder a algún trato especial, como repartir agua entre los “presos políticos” y con ello reconocer a los detenidos, muchos de ellos, compañeros del barrio. Sin embargo, la libertad se terminó cuando se llevaron a Miguens: “Ya no podía salir, tenía el calabozo cerrado y se hablaba poco”. Relata que solo pudo ducharse una vez, pocos días antes de ser liberada y que “los militares traían comida una vez al día, una milanesa en pan y una naranja. Pero a veces pasaban tres o cuatro días sin que trajeran nada. A causa de esto perdí los dientes”.

Los siguientes testigos en declarar lo hicieron desde la sala de audiencias del Tribunal Federal Oral N°5 de San Martín. María Teresa García lo hizo en carácter de testigo por la detención, el 20 de mayo de 1977, de su hermano José Jesús García Carballo y la esposa de éste, Susana Bruna. “Aquel día se apareció Susana en la casa de mi madre. Le dejó a mi sobrino, Francisco, porque tenía que ir a declarar. Uno de mis hermanos pudo ver en la calle camionetas de la Aeronáutica y personas con armas largas”, relata Teresa García quien, aunque acababa de parir sólo días antes, salió a buscar a su hermano. Desde la desaparición del matrimonio, las familias de García y de Bruna pasaron “noches en vela en casa de mi madre, momentos de zozobra y altibajos emocionales. A veces teníamos esperanza y luego la perdíamos”, dijo y explicó que esperaban que sus familiares tuvieran la misma suerte que dos compañeros de la comunidad religiosa, Alejandro Miceli y Aldo Ameigeiras, quienes habían sido liberados hacía poco tiempo.

Jesús García había participado, hasta antes de formar su familia, de la comunidad católica formada por el sacerdote José “Pepe” Piguillem, también perseguido por los militares de Moreno. Ellos, junto a otros compañeros que fueron detenidos, realizaban actividades sociales y pastorales en el barrio. Una conocida le confirmó a la familia García que en la Comisaria 1ª de Moreno “cantaban las canciones de Guadalupe. Tenían que ser ellos” y la madre envió comida y una frazada muy particular que, al reencontrarse con su hijo, confirmó que “la había reconocido y le dio esperanza saber que la familia conocía el paradero”. Teresa García recuerda que “para vacaciones de invierno los pasaron a la cárcel de Devoto” y allí pudieron ir a visitar a su hermano, hasta que finalmente fue liberado junto a su esposa para la Navidad de 1977. Durante la declaración, la testigo  insistió y remarcó que fue su sobrino, Francisco García, quien se llevó la peor parte de lo ocurrido, quien aún hoy atraviesa por graves secuelas psicológicas. Durante el período de detención, Susana Bruna fue llevada a la casa de su suegra para visitar y jugar con su hijo Francisco por una hora, para luego, volver a ser desaparecida y trasladada al centro de detención y tortura. “Él sufrió y sufre por lo que vivió en su casa, por no tener una madre, que incluso luego de ser liberada cambió mucho”. Para finalizar su testimonio, reconoció que nunca sintió miedo. “Estaba segura de que se cometía un error, de que mi hermano era una persona de fe y de bien. Desconcocía el plan sanguinario que llevaban a cabo los militares, del cual su familia era también víctima, hasta que tiempo después él me contó lo que vivió.”

Luego de ser mencionado en repetidas ocasiones por testigos previos, declaró el sobreviviente Faustino Altamirano, conocido como “El Salta”. “Tenía a mi hija de 4 años abrazada a mis piernas que les pedía que no me peguen. Me tabicaron, encapucharon y me cargaron en una camioneta de las Tres Marías. En un vehículo anterior, un Ford Falcon, estaban “Pancho” y “Mafalda” -Beatriz Boglione-: ellos me habían entregado. Conozco Moreno como la palma de mi mano y, a pesar de las vueltas, sé que me llevaron a la Comisaría 1ª”, relata el entonces dirigente barrial, expresidente de la Comisión de Fomento Barrio San Jorge y fundador de la Unidad Básica Mártires de Ezeiza. “Nos echaban la culpa de ser subversivos. ¿Subversivos de qué?, del hambre que teníamos, de la necesidad de vivír mejor”, detalla sobre el trabajo barrial que realizaba en el que, por ejemplo, extendían las conexiones de agua y luz a quienes carecían de estos servicios.

Desde el día de su secuestro, el 17 de abril de 1977, “fui intermitentemente yendo y viniendo de un lado a otro. Hasta que pasó un tiempo prudencial y antes de fin de año nos soltaron. Pasó por las comisarías de Paso del Rey y de Francisco Álvarez. En todos los centros en los que estuvo encontró a diferentes compañeros de militancia y vecinos de Moreno. Pero sobre lo vivido en el primer centro de detención relata que “tomaba el agua que chorreaban las paredes y comíamos unos huesos que nos tiraban”. En la celda de enfrente estaba Beatriz Boglione: “Por la mirilla de la puerta podía ver cómo ella y otras mujeres eran violadas reiteradas veces por diferentes hombres, que distinguía por las diferentes contexturas físicas”. Cuando la vio por primera vez en el lugar de detención la insultó y la culpó de su detención, pero “luego entendí lo que ella vivía y que me delató para evitar, inutilmente, el infierno. Tiempo después, nos citamos en una plaza, le pedí perdón y estuvimos una hora llorando abrazados”.

“Un día de principios de enero de 1978, cuando caminaba por el costado de la vía, veo que se acerca una camioneta de las Tres Marías. Allí venía Pancho, todo barbudo y con la ropa sucia. Al ver el coche cruzar la vía, empecé a temblar y me orine del miedo. Otra vez, me cargaron en la camioneta y fui a parar otra vez a las mismas comisarías”. Pudo identificar la Comisaría de Paso del Rey porque había hecho una marca en el techo de machimbre -que luego volvió a identificar en las inspecciones realizadas con el juez Daniel Rafecas- y a la Comisaría Francisco Álvarez por estar frente a una escuela, y escuchar la campana y los niños jugar. Durante esta segunda detención, pasó por la Brigada Aérea de Moreno y por Campo de Mayo, desde donde fue liberado junto a otros compañeros. Sin embargo, antes debió vivir varios intentos de fusilamiento: “Paseos nocturnos donde gatillaban varias veces, me amenazaban diciendo que ya habían matado a mi familia y que debía decirles todo lo que supiera”. Para concluir se refirió a las secuelas de aquellos días: “Me costo mi hogar y mi familia”. También puntualizó los secuelas físicas: “Tengo el pecho hundido por un culatazo y la cara deforme por los golpes. Me quebraron, además, los dedos del pie y como nunca se curaron, sangran cuando camino”, expresó.

En diálogo con ANCCOM, el abogado Gastón Fraga de la Asociación Civil Moreno por la Memoria, querellante de esta causa, se refirió a la declaración de Altamirano: “Es fundamental porque estuvo mucho tiempo detenido y recorrió múltiples centros de detención donde convivió en cautiverio y tomó contacto con muchas víctimas. También porque contó situaciones similares a las que ya hemos escuchado en declaraciones anteriores, lo cual sirve para acreditar su relato y el de otras víctimas. Esta unión de los relatos da solvencia y robustez al desarrollo del sistema represivo de Zona Oeste. En este mismo sentido pudo identificar claramente la participación de la Fuerza Áerea, en las camionetas de las Tres Marías, en la Base Áerea de Moreno y en el desarrollo de los operativos.

La audiencia finalizó con el testimonio de la testigo Carmen Beatriz Altamirano, quien estuvo presente a pesar de manifestar, en varias oportunidades, cierta reticencia a contar por primera vez su historia: “No quiero que mis hijos se enteren de esto, sino que vean a su madre entera” -y agregó-: “Hasta el día de hoy me da miedo pasar por donde hay militares o policías, cuando uno debería confiar en ellos. Yo no puedo”.

Su esposo Juan de Dios Medina “uno de los primeros días de abril, salió a cargar materiales como cada día y no lo volví a ver por tres meses” relata la esposa. Enseguida comenzó a buscarlo en distintas comisarias. Sobre su visita a la Comisaria 1ª de Moreno recuerda que el policía que la atendio le dijo: “¿Para que lo querés si es un viejo?”, aunque recuerda que previamente le había afirmado que no estaba en el lugar y no sabía quién era: “Me agarró del cuello y me dijo que me largue a mi casa”. También fue a la Comisaría de Merlo, pero al acercarse al lugar, esuchó gritos y personas decir ‘no no no’ y se fue.

Junto a sus hijos, Juan Manuel Medina y Victo Hugo Medina, que eran aún bebes, debió sufrir múltiples allanamientos y amenazas. “Golpearon la puerta de casa pero no llegue a abrir porque la tiraron. Me dijeron: ‘Vamos a hablar un ratito, decime quiénes son los compañeros de tu marido, contame qué hace tu marido’. Uno de ellos le puso el arma en la cabeza a mi hijo. ´Decime con quién anda tu marido porque no vas a tener la cabeza de tus hijos, ni de este ni de ese’, me dijeron señalando a los dos niños, que comenzaron a llorar, sin dejarme acercarme para consolarlos. Antes de irse me manosearon. Donde estaba la puerta tuve que poner un sillón”.

En otra ocasión, cuando esperaba en la fila del colectivo, uno de los hombres de aquella noche “le agarró la mano a mi hijo y le dijo: ‘Qué lastima que vos también vas a desaparecer como tu papito si tu mamá no habla’. Cada vez que me hostigaban lo hacían refiriéndose a la matanza de mis hijos”. Su marido fue finalmente liberado pero la familia debió convivir con secuelas. “Con el tiempo empezamos a hablar de lo que nos había pasado: a él, a mí y a los chicos. Mi marido si escuchaba ruidos fuertes o golpes se escondía atrás de los muebles. Estaba muy maltratado”.

Mariana Eva Pérez, querellante del juicio e hija de desaparecidos, en diálogo con ANCCOM hizo referencia a la posibilidad de incluir a las infancias como víctimas en este juicio, luego de reiteradas audiencias en las que fueron ejes centrales y principales afectados de los hechos narrados en las declaraciones. “Es increíble que la justicia aún no nos contemple como sujetos de derechos, que no atienda las vulneraciones que sufrimos en el momentos en que mayores cuidados necesitábamos. Existe la posibilidad de ampliar la acusación para incluir nuevos delitos. Tenemos antecedentes importantes, juicios previos en los que hicieron eco del pedido de las querellas y se condenó a los acusados por delitos contra las infancias. Aunque el criterio a nivel nacional es muy dispar. Las infancias víctimas de la Fuerza Aérea no estamos organizadas. Quizás surja de este juicio porque como nos enseñaron las Madres y Abuelas: cuando vas sola no te escuchan, pero si vas en grupo sí”.

“Cada historia que escucho en la sala me angustia, porque podría ser la mía. No recuerdo mi propio secuestro porque tenía solo 15 meses en ese momento”. Sobre la audiencia de la fecha refirió que “fue especialmente duro el caso de Fernando García, por las consecuencias psíquicas de lo vivido, el secuestro de ambos padres pero principalmente la visita de su madre durante los meses de secuestro, lejos de ser un gesto de humanidad es una amenaza sobre la detenida y la familia, para hacerles saber que los controlaban y que tenían poder sobre el hijo. Luego el caso de Carmen Altamirano, que comentó cómo sus hijos fueron objeto directo de los represores cuando los encañonaron, o en audiencias anteriores el testimonio de Natalia Gobulin, quien sufrió intentos de secuestros. Se podría pensar que es un modus operandi que tenían en la Fuerza Áerea, un modo de presión contra nuestros padres. Hechos perversos que no están estudiados ni estipulado como un tipo de afectación específica como violencia para las infancias: la justicia debe contemplar no solo el uso instrumental de los niños como forma de manipulación, sino también la afectación directa sobre nuestros propios cuerpos”.

Por su parte, el abogado Gastón Fraga anticipó que “para el año próximo se esperan declaraciones muy importantes, ya que comenzará el año con la situación propia de Mansión Seré, que serán un montón de testimonios. Esperamos que para fin de año ya se pueda estar alegando para llegar al veredicto”. Se refirió a este juicio que juzga los crímenes de la dictadura en Zona Oeste como “un avance histórico, una palmada de justicia para las víctimas que nunca habían podido declarar en el marco de un tribunal, y hacerlo en la última etapa de su vida es muy importante”.

La próxima audiencia de este juicio se realizará de manera virtual el lunes 30 de diciembre.