«Es necesario quebrar el pacto de silencio de la dictadura militar»

«Es necesario quebrar el pacto de silencio de la dictadura militar»

Mientras en Buenos Aires se lleva adelante el juicio sobre los crímenes de la dictadura en la Mansión Seré y se estrena en España un documental sobre su fuga de ese centro clandestino de detención, el filósofo Claudio Tamburrini plantea modificar estrategias con los represores detenidos para obtener información vital acerca de los delitos de lesa humanidad.

“En la Argentina del 2024 vemos una forma de revisionismo que es muy negativa, la que ya tiene definido de antemano la conclusión a la que quiere llegar: el negacionismo”, sostuvo Claudio Tamburrini, en su profundo análisis sobre las consecuencias sociales que han devenido de una estrategia judicial tendiente al establecimiento de penas duras que se mantuvo al momento de pensar la continuación del proceso judicial de los genocidas desde el resurgimiento de los juicios desde el 2000 hasta la actualidad. Para Tamburrini, del recalcitrante negacionismo por el momento solo hay atisbos, pequeñas muestras de ciertos sectores o personajes, que comienzan a tener un espacio para negar lo vivido en los años de dictadura militar: “Si nosotros hubiéramos negociado con los militares habría ya una verdad histórica y no habría ningún espacio para el negacionismo”, señaló.

Con el apoyo del fiscal Julio César Strassera, en 1985 inició a trabajar en la temática de lo que sería su tesis doctoral: la justificación moral del castigo jurídico. Aquellas teorías del castigo ponían el foco en el ideal de disuasión, impartir penas duras a los culpables con el efecto de disuadir a los criminales futuros. A partir de la década del 2000, con el reinicio de los juicios a los militares implicados en el delito de apropiación ilegal de bebés, crimen que no había sido juzgado en el año 85, para Tamburrini la estrategia debió ser distinta: “El proceso para llegar a conocer la verdad varía según el momento político y social, en un momento aquello significa algo y en otro, requerirá otras medidas políticas –sostuvo–. Lo esencial es llegar a conocer toda la verdad sobre lo que sucedió, conocer fundamentalmente dónde están los bebés apropiados, qué pasó con los restos de los asesinados, quiénes fueron los cómplices civiles de la dictadura militar. Para hacerlo es necesario que la democracia consiga quebrar el pacto de silencio de la dictadura militar”. Cuestión que no ha sido saldada y por la que, para Tamburrini, habría que cambiar el enfoque a uno de negociación. “En el proceso de llegar a la verdad, en vez de poner el enfoque en castigar duramente, con el paso del tiempo, los objetivos tienen que ir cambiando, la democracia tiene que negociar penalmente con los represores que aún estén con vida, porque si aplicamos siempre los mismos medios, la misma política rígida, dogmática, vamos a volver a obtener los mismos resultados”. Así, en el pasado no sólo hubiera logrado una confesión sobre todos los crímenes militares, sino que en ese cruce de información entre ellos, “se hubiera establecido una verdad inequívoca que habría sobrevivido a la desaparición física de los testigos del momento”, sostuvo. “Hoy estamos pagando el precio de eso, y el fantasma del negacionismo vuelve a aparecer ahora en la sociedad argentina”, agregó.

Sin embargo, el filósofo se tomó un momento para reflexionar y definir de manera clara el negacionismo: “Es negar algo probado de manera jurídica, que es la violación de derechos humanos. Negacionismo no es afirmar la situación política crítica que provocó la intervención de las Fuerzas Armadas. Sería negacionismo decir que en el país las Fuerzas Armadas intervinieron y no cometieron abusos a los derechos humanos. Eso sí es negacionismo. El negacionismo lógicamente debe referirse a negar qué cosa”.

Desde su punto de vista, lo que afecta a la juventud es la distancia temporal que la aleja de aquella época oscura. Sin embargo, “esto no es malo a priori, sino que puede tornarse algo negativo si el desconocimiento no es cubierto y satisfecho, a partir de discusiones e información completa, matizada y fidedigna. Que varias versiones sean cotejadas y comparadas, es necesario de manera paulatina rellenar esas páginas en blanco o tabulas rasas”.

En el momento de su secuestro, Claudio Tamburrini era arquero de Almagro.

Su secuestro y detención en Mansión Seré, y posteriormente su participación en el Juicio a las Juntas son concebidas por Tamburrini como “puertas giratorias, hechos decisivos que cambiaron el rumbo de mi vida. Son vivencias que te lanzan en una dirección que no elegís”. El secuestro fue la más grande de esas “puertas giratorias” y lo llevó a exiliarse en Suecia. “No tengo idea de qué vida hubiese tenido, pero estoy seguro que sería completamente diferente a nivel personal y profesional”. Fue una casualidad encontrarse de visita en Argentina meses antes al inicio del juicio a las juntas militares. Había vuelto luego de cinco años afuera: “Me presenté frente al fiscal Strassera y le manifesté mi voluntad de prestar testimonio. A nivel personal y emocional el juicio me permitió reconciliarme con mi país. Fue una experiencia única desde varios aspectos, porque también me permitió estar cerca del trabajo que se hacía para reconquistar el Estado de derecho en Argentina, me marcó y yo diría que me formó también en el espíritu republicano”.

A dicha investigación y sus conclusiones plantea que es necesario “pensarlas en el contexto específico del país en esos años: una democracia débil, apenas restituida luego de años de gobiernos militares y persecución política. Era imprescindible asegurar su continuidad y afianzarla”. Alfonsín, el presidente mediador entre la ciudadanía y las fuerzas militares que contaban aún con fuerza y apoyo, firmó en 1983 el Decreto 158/83 que le permitió a la Cámara Federal de Casación Penal juzgar a las juntas militares a través de un juicio civil, muy distinto a una primera instancia previa en la cual fueron juzgadas por otro brazo militar, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.

La noche de la fuga

“A punto de salir corriendo para la calle, fue la primera vivencia de libertad que tenía en 120 días, en esos cuatro meses”. La imagen se refleja en Crónica de una fuga, la película de Adrián Caetano, versión libre del libro Pase libre, de Claudio Tamburrini: allí se muestra su huida de Mansión Seré y el momento en que llega a las inmediaciones de la casona y regresa la vista al que había sido su sitio de reclusión, puntualmente a la ventana brillando entre la oscuridad: “Fue la primera vez que vi la casa desde afuera”, relató Tamburrini, sobreviviente de aquel centro clandestino. La imagen, que quedó en su retina a través del paso del tiempo, es aquella ventana por la que producto del ingenio y el instinto de supervivencia, logró escapar junto a tres compañeros: “La imagen de la ventana con el halo de luz saliendo, fur realmente una vivencia fuerte y muy simbólica”.

Una gesta desesperada, propulsada por la genuina creencia de que no sobrevivirían si no huían.  Una idea, un plan y cuatro jóvenes secuestrados emprendieron la fuga de aquel centro clandestino que operó en la zona oeste del gran Buenos Aires, hasta su incendio en el año 1978. Claudio Tamburrini, Carlos García, Daniel Russomano y Guillermo Fernández pusieron en marcha el plan una noche lluviosa en la antesala del aniversario del golpe del 24 de marzo, fecha en la que finalmente alcanzaron su libertad. Con la ayuda de un tornillo Fernández abrió la ventana: en ese punto ya no quedaban dudas, el hecho estaba consumado. Desnudos y esposados, ataron sus viejas mantas de abrigo para bajar los varios metros que los separaban del suelo e iniciaron la travesía para salir del perímetro de la mansión. El último en bajar fue Fernandez, que se detuvo a escribir con su clavo un mensaje para uno de los guardias: “Gracias Lucas” se leía en aquel cuarto de Seré.

“No poder soportar más el encierro, yo lo he visto en la vida real, sobre todo en gente mayor, muy enferma, que en un momento dice bueno, ya está, no quiero seguir sufriendo, ya he vivido –rememora Tamburrini–. Decir no aguanto más esto, ya es casi preferible que se termine de la manera que sea. La fuga era justamente eso: el fin del encierro de la manera que fuera, porque si salía bien, como felizmente salió, se terminaba el secuestro por definición, éramos libres; y si salía mal, el secuestro también se terminaba, nos iban a matar. Por lo tanto fue también un intento de poner punto final”.

La fuga de ustedes pudo ponerle fin a la Mansión Seré como centro clandestino de detención, ¿verdad?

La fuga les salvó la vida a todos. Con el incendio, el resto de los detenidos pasaron a la detención legal. Fue un golpe de suerte, de fortuna. Un par de noches antes de la fuga nos tocan la puerta, nos acercamos, podíamos hablar con los prisioneros del cuarto contiguo por el agujero de la cerradura, cuchicheando, en voz baja. Ponemos la oreja en el agujero de la cerradura y una voz del otro lado dice ‘Por favor no nos dejen acá, sabemos que se están por fugar”. Eso generó un debate en nuestro cuarto, había quien decía que los teníamos que llevar con nosotros: “¿Cómo vamos a hacer? No podemos abrir la puerta, lamentablemente nos tenemos que ir”. Podrían hacer el ejercicio interno de pensar qué haría cada uno ante la misma situación, sabiendo que no podés llevarlos con vos porque es imposible.  Felizmente, la casa fue quemada a los siete días y quienes todavía estaban fueron pasados a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y registrados como presos oficiales y luego liberados. Hubiera sido difícil alegrarse por nuestra fuga si hubiera costado la vida de diez o quince personas más.

Dentro de Mansión Seré no abundaban los gestos de humanidad: Tamburrini relató que el momento más cercano a una vivencia agradable allí dentro era la ausencia de vivencias desagradables. Cuando el grupo conocido como “La Patota”, encargado de sembrar el terror y suministrar la tortura, no se encontraba y solo eran vigilados por los guardias, algunos de ellos se permitían ciertas licencias dentro de lo que era el accionar militar. La guardia los sacaba a los más antiguos para limpiar la casa, en algunos casos para servirles comida y en una oportunidad incluso les permitieron ver una carrera de autos: “Eso nos permitía salir del cuarto del encierro, poder levantarnos la venda, poder ver la casa”, contó Tamburrini y agregó: “Era una situación más humana que la cotidiana, que era estar tirado sobre el piso, sobre un colchón con los ojos tapados por una venda, temiendo que entrara la patota, nos golpeara y nos torturara”.

“Cuando lo cuento me río, pero a la vez me emociono”, expresó en referencia a un momento puntual, muy preciado para él, retratado también en la película: “Entran y nos dejan en el medio de la habitación dos ollas con comida; cierran la puerta, pero no nos dejan cubiertos. Algunos de los prisioneros se empiezan a acercar a la olla para empezar a comer. ‘Esperen, no nos trajeron cubiertos’”, osó decir en aquel momento, un comentario surrealista para aquel contexto: “Lo concreto fue que yo me paré, golpeé a la puerta para que la guardia viniera, con la patota en la casa incluso. Me preguntan ‘¿qué pasa?’ Y yo le digo: ‘Señor, se olvidaron de traernos cubiertos’. Y me esperaba el golpe, ya”. Sus compañeros lo insultaban, crecía el miedo de una represalia. “A los sesenta segundos sentimos pasos nuevamente, se abre la puerta y escuchamos, porque no podíamos ver, el ruido del metal de las cucharas: comimos con cubiertos”.

“Esa escena, para mí, es inolvidable. Se dice que las escenas más importantes de la vida de uno pasan revista al momento de morir: si es así, sin duda esa escena estará ahí el día que me toque exhalar mi último suspiro. Es una escena dramatúrgicamente hermosa y excepcional. Es única porque muestra y sugiere que aun en las condiciones más extremas y aun con el temor más profundo, calando los huesos, siempre hay necesidad y sobre todo la posibilidad de seguir manteniendo la dignidad de uno, diciendo: ‘Atención, estamos como estamos, nos tienen como nos tienen, pero somos personas, o sea, comemos con cubiertos, ¿no es cierto?”.

Muchos sobrevivientes dicen que la peor parte del exilio es la pérdida de la patria. ¿Usted lo vivió de esa manera o pudo familiarizarse y hallar un sentido de pertenencia en su nuevo país de residencia?

No, yo no lo viví de esa forma. El síndrome de la diáspora, es el síndrome de la maleta o de la valija siempre lista, ¿no? El exiliado que está en su nuevo país y tiene siempre la valija lista para retornar en cuanto sea posible. Tiene un efecto psicológico y un efecto vivencial realizante porque eso hace inconscientemente que uno no termine nunca por completar ningún proyecto en el nuevo país donde está, porque en cualquier momento la situación política en mi país se recompone y se podrá retornar. Eso no es para mí. Llegué a un nuevo lugar que me despertó mucha curiosidad, porque no era España ni Italia, que más o menos uno conocía indirectamente, sino que era una cultura totalmente distinta, una forma de relacionarse muy diferentes, de hacer política. Pero decidí sumarme a ella con todo lo que tenía y hacer mi vida aquí. Traté incluso conscientemente de vincularme con los nativos, por tomar distancia a esto y para incorporarme lo más rápidamente posible en la sociedad sueca.

Un documental en España

“Mi nombre es Claudio Tamburrini, vivo en Suecia, en Estocolmo, desde hace 43 años. No lamento lo que me ocurrió entonces, eso ha pasado ya, pero no es una parte cualquiera de mi vida, sino que es una parte fundacional, decisiva. La persona que soy hoy, lo soy justamente en función de esa vida que no hubiera tenido si me hubiera quedado en Buenos aires, a partir de ahí comenzó una nueva vida”. Esas son sus primeras palabras en el documental estrenado en España por Movistar, Tamburrini, fuga de un arquero, en el que se esboza un relato actualizado de la dictadura militar, apoyado en lo visual con imágenes en movimiento de los sitios clave en el momento de su desaparición, de la fuga de Mansión Seré y de otras locaciones marcadas por aquellos años signados por el horror: los centros clandestinos de detención. De la misma manera, se tocan otras aristas como la construcción de Montoneros como organización armada insurgente en la búsqueda de traer a su líder desde el exilio, la fragmentación del gobierno de Isabelita, la irrupción del golpe de estado que se venía gestando momentos antes del 24 de marzo y el Mundial de fútbol del 78. Del informe documental participaron Miriam Lewin, Graciela Daleo, Luis Moreno Ocampo, Carlos García y Gustavo Veiga, quienes narran sus historias y construyen diferentes perspectivas acerca de la complejidad encapsulada en el horror.

Otro capítulo de la mansión del terror

Otro capítulo de la mansión del terror

En una nueva audiencia del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura en la Mansión Seré y el circuito Riba, declararon los sobrevivientes Adriana Cristina Martín e Indalecio Aristardo Fernández

Luego de tres sesiones con testigos de concepto, sustentadas con declaraciones escuetas y sin aportes de datos sustantivos a las causas, volvieron a testificar sobrevivientes de la dictadura para la megacausa que investiga los crímenes de lesa humaniad de la Mansión Seré y el circuito RIBA. Esta vez les tocó a Adriana Cristina Martín e Indalecio Aristardo Fernández. También prestaron declaración en calidad de testigos su esposa María Concepción Ocampos, y el hijo del matrimonio, Gustavo Javier Fernández.

Adriana Martín fue secuestrada a los 14 años por primera vez, quedó en libertad vigilada y volvió a ser llevada a un centro clandestino de tortura y detención a los 16. La testigo dio su declaración desde el excentro clandestino, hoy renombrado Espacio Mansión Seré, razón por la que la audiencia se desarrolló en modalidad virtualidad. Esto dio pie a que, a pocas palabras de iniciar, fuese interrumpida por un abogado defensor que le solicitó un paneo de la habitación para constatar que no leía su declaración ni que estuviera acompañada. “Está todo acá”, le respondió Adriana señalando su cabeza.

Declaraciones previas de la testigo fueron tomadas en cuenta antes de iniciar esta decimosegunda audiencia por la jueza Claudia Morgese que enumeró un conjunto de leyes, tratados y acuerdos que resguardaban a la declarante principalmente por su débil condición de salud. Martín inició su relato el día en que un conjunto de personas irrumpieron en su casa de manera violenta preguntando por su hermana, Zoraida Isabel Martín, que no estaba presente. Ese 16 de diciembre de 1976, Adriana fue trasladada en un auto hasta la Comisaría 3ª. de Castelar donde sufrió abusos y violencias de todo tipo hasta febrero de 1977. “No me picaneban. Yo estuve atada a una silla y recibía golpes en todo el cuerpo. La mente de un niño no puede procesar tanto terror, me costó mucho asumir la violencia que sufrí allí. En la Comisaría viví situaciones muy violentas provocadas por personas que me doblaban la edad. Solo tenía 14 años. Sin mi actividad militante era una solo niña que maltrataban, a la que no daban alimentos ni dejaban higienizar. Yo no concibo la violencia en los niños, son, somos, indefensos, no podemos hacer nada”.

El domicilio de la familia en Villa Udaondo (Ituzaingó) fue allanado 13 veces y con sus hermanos menores compartían “los ojos de terror». “Me afectó mucho lo que viví, intenté reordenar mi vida y buscar refugio, pero los traumas y las secuelas persisten”. Sobre sus dos hermanos pequeños, que tenían en aquel entonces 9 y 12 años respectivamente, detalla que “Gustavo quedó mudo, literalmente, por la violencia vivida en esa casa. Sergio, nunca quiso estudiar por miedo a sufrir lo mismo que sus dos hermanas mayores. La violencia en los menores queda muy marcada”.

Adriana Martín militaba en Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y era presidenta del centro de estudiantes de la Escuela Secundaria Técnica 1° de Moreno, móvil de su segundo secuestro el 29 de septiembre de 1977 durante un megaoperativo realizado en Villa Udaondo, en el que fue trasladada a la Brigada Aérea de San Justo. “Mis compañeros estaban allí, tuvimos una sesión de tortura colectiva. Estábamos todos. Creo que soy la única sobreviviente del simulacro de fusilamiento que vivimos”. Nada se supo de sus compañeros luego de diciembre de ese año. En el año 2020 prestó declaración en el histórico juicio de la Brigada de Investigaciones de San Justo que actuó en el “Circuito Camps”.

De sus días de secuestro conocía a una persona apodada Jorge: “Pibita cuidate que ahora viene Jorge”, relata haber oído decir a sus carceleros. “Si se preocupaban de que no hiciera berrinches cuando venía esta persona, absolutamente era personal con voz de mando”, concluyó Martín. Muchos años después, con la democracia restituida pudo unir el seudónimo Jorge al nombre real: Julio César Leston. “Pude identificar en al menos 10 oportunidades en un álbum de fotos en el Juzgado Federal N°3 de Capital Federal –ubicado en Comodoro Py- a Jorge, aún sin saber que en realidad se llamaba Leston. Solo sabía que esa persona, esa cara, había cometido ciertos actos. Recién varios años después vinculé a Jorge con el nombre Julio César Leston: intentó ingresar en la Comisaría 2° de Ituzaingó donde mi mamá trabajaba en la sección de Derechos Humanos. Cuando tuvo su legajo hicimos la asociación”. Julio César Leston era el nombre de Jorge, un represor que la familia conocía muy bien. “El día que me liberaron de la Comisaría 3ª de Moreno no viajé en el baúl, sino en los asientos del auto con él. Me dio la orden de ir a un tribunal de menores, de declarar que había escapado de mi casa y de volver a la escuela todos los días”. También lo conocía su hermana Zoraida Martín: “Este personaje sobrepasaba los límites que establece la Fuerza Aérea, tenía una obsesión con mi hermana”. Mientras continuaba la detención de su hermana aparecía en su casa y miraba los álbumes de fotos de sus compañeros. “La casa era pequeña y todos presenciamos esa escena. Nosotros sabíamos que siempre rondaba la casa, mi familia no tenía vida”. Y para finalizar agregó: “Si bien ahora se ve una persona mayor, yo lo conocí hace varios años. Los rasgos podrán cambiar pero las personas no: es muy difícil olvidar una mirada tan fría y perversa como la suya”.

En diálogo con ANCCOM luego de su declaración, la sobreviviente pudo referir al contexto actual en la temática de derechos humanos y la búsqueda de verdad y justicia. Expresó que declarar y hacerlo puntualmente desde el excentro Mansión Seré, donde hoy funciona un espacio para la memoria, es un “hecho político, estar frente a los imputados y reivindicar las luchas sociales. Entre ellas, el trabajo de los organismos de derechos humanos, no solo por ser víctima directa, sino porque creo que el valor de la vida está muy relacionado con la libertad, entendida como la participación y expresión política, muy distinta a la libertad de mercado que se entiende hoy. Agradezco que a pesar de este contexto adverso hoy pude expresarme libremente, dando mi testimonio para lograr justicia, no venganza”.

El segundo testimonio de la audiencia fue el de Indalecio Aristardo Fernández conocido como “Paragua”, quien fue secuestrado de su domicilio en el barrio San Jorge, Moreno, el 17 de abril de 1977. “Antes de subirme a una camioneta verde me encapucharon. Tenía un pequeño agujerito desde donde pude ver que llevaban una alita en el pecho. Estoy seguro de que eran de la Fuerza Aérea. Aún estaba lúcido, así que sé por el trayecto del viaje que me llevaron a la Subcomisaría de Francisco Álvarez”. Durante su relato se disculpó de antemano y reiteradas veces por no recordar algunas circunstancias, ya que su mente por casi 30 años bloqueó los recuerdos del terror. “Me acusaron de estar en las Fuerzas Armadas del Peronismo, buscaron armas, pero nunca las encontraron. Éramos de la juventud peronista, pero solo hacíamos trabajo social, mejorábamos nuestro barrio.”

Sobre las sesiones de torturas, recordó que se realizaban en una instalación distinta y quienes aplicaban los tormentos no tenían el uniforme de la Policía Bonaerense, sino uno gris “probablemente eran de 8° Brigada Aérea de Moreno”. Las preguntas siempre se repetían: le preguntaban por nombres y apodos de los compañeros de militancia, que dijera dónde escondía las armas, o lo amenazaban con su familia. Recuerda una sesión en que “me dijeron que mi esposa estaba en la pieza contigua siendo torturada, que ya la habían acostado en la cama de hierro donde torturaban con picana. Se oían gritos, pero yo la conozco, nunca creí que estuviera ahí, era trabajo psicológico lo que me hacían”, declaró Fernández.

Luego contó su paso por un último centro de detención donde se reencontró con compañeros de militancia: Faustino “Salta” Altamirano y “Pancho” Mario Sánchez. Hablando pared por medio con ellos supo que también Beatriz “Mafalda” Boglione se encontraba en el lugar. “Pancho me dijo: ‘Paragua, a vos no te van a matar, yo si estoy para ser boleta.’ Luego de eso Pancho desapareció y nunca más se supo de él”. Al tiempo las cosas “aflojaron” y volvieron a compartir la comisaría con presos comunes: “Por ellos me enteré que estábamos en la Comisaría 1ª de Moreno”, la que éste y otros testigos de anteriores audiencias describieron por sus pasillos largos de calabozos a ambos lados.

Los dos últimos testigos de esta audiencia pudieron declarar luego de reiterados problemas técnicos de conexión, lo que incentivó a los abogados defensores a querer dar por terminada la jornada. María Ocampos, esposa de Fernández, fue quien pudo dar mejores detalles sobre el día del secuestro y las consecuencias físicas y psíquicas que sufrió su esposo. “Entraron a la casa como si fuera suya y comenzaron a revisar y tirar todo. El barrio era pequeño y estaba repleto de autos. Incluso un helicóptero. No entendíamos nada de lo que pasaba. Vivimos un atropello horrible. No éramos nadie. Existían solo ellos. Se llevaron la biblioteca entera de mi esposo, libros que había comprado a crédito para los niños”.

Gustavo Fernández, hijo del matrimonio, era un niño cuando sucedió. Sin embargo, no olvida: “Lo impactante del momento fue ver tanta gente con armas. Desde el momento que nos piden que levantemos las manos el trato no es cordial”. Y agregó: “No sé con exactitud cuánto tiempo desapareció. Para mí fue una eternidad. Esperarlo día a día. Preguntarle a mi mamá y ella sin saber qué decirme”.
María Ocampos comenzó la buscar de su marido luego de 72 horas de precaución y miedo: “Ya no podía salir a trabajar. Me tuve que arreglar con lo que tenía. Una vecina cuidaba a mis hijos y yo iba a buscar a su padre”. A cada lugar que iba y decía “ando averiguando el paradero de mi esposo, que fue levantado por los militares” le respondían “acá no señora, y no me tomaban la denuncia”.

Cuando Fernández volvió, sus hijos que tanto lo habían esperado y preguntado por él no lo reconocieron. “Tenía la cara lastimada por la picana y nos miraba como un extraño.” Ocampos relató aquello que el esposo había aclarado previamente no recordar: “Cuando volvió me pidió que no le faltara nunca el agua ni que le apagara la luz. Yo hacía las cosas de la casa con él siempre detrás mío, no me deja en ningún momento”.

El abogado Sebastián Taiariol de la Asociación Civil Moreno por la Memoria reflexionó para ANCCOM sobre la audiencia de la fecha y el desarrollo del juicio. “Los testimonios dejaron varios puntos ineludiblemente confirmados. Por un lado, que quienes realizaron los operativos de ambos secuestros e incluso las sesiones de tortura, eran personal de la Fuerza Aérea. También, que el motivo de ambos secuestros fue la militancia política y territorial que realizaban Martín y Fernández”. Destacó la importancia de profundizar la investigación sobre la participación y el apoyo civil que tuvo la dictadura. “Ambos testimonios lo mencionaron: en el caso de Adriana Martín las autoridades de la escuela secundaria donde estudiaba, eran personal retirado que luego de su segunda liberación no le permitieron volver a estudiar y lo debió hacer de grande. Relató, cuando se refirió a la libertad vigilada, que había personas extrañas que hacían averiguaciones o inteligencia en las inmediaciones de la escuela, en la puerta, y operativos que armaban en el trayecto del colectivo”. Y concluyó analizando que “los martes dejamos la sala del juicio con la sensación de que esto no puede haber ocurrido, que esas historias no son de la vida común que nosotros llevamos. Como detallaron los testigos, estos hechos no sólo arruinaron su vida sino la sus familias. Adriana que solo tenía 14 años o los hijos del matrimonio Fernandez-Ocampo, de ningún modo pudieron tener el mismo crecimiento luego de vivir estos acontecimientos. Todos los crímenes son aberrantes, pero en estas situaciones aún más”.

La próxima audiencia de este juicio está programada para el martes 17 de diciembre a las 9:00 hs.

«Una obra para no subirse al discurso de odio»

«Una obra para no subirse al discurso de odio»

“Mi vida anterior” trata la historia real de una madre, exoficial montonera, que intenta relatar a su hijo las vejaciones por las que pasó durante su secuestro y los pasos que dio por su supervivencia.

‘’Hay gente que la ha pasado mal. Del otro lado no se puede empatizar, con el horror no se puede empatizar, con los crímenes de lesa humanidad no hay empatía posible, eso es incomprensible’’, dice Teresa Donato mientras habla de Mi vida anterior.

Arriba de las tablas del Centro Cultural San Martín, se cuenta una historia que tuvo lugar hace varias décadas. Dennis Smith se pone en la piel de una madre, oficial montonera, a la vez que interpreta a un hijo que escucha por primera vez la historia de su madre secuestrada luego de que su padre muriera en un enfrentamiento. La obra unipersonal que se estrenó en el Festival Internacional de Buenos AIres (FIBA) invita a ponerse en los zapatos del otro, ‘’para no subirse tan rápido al discurso de odio’’

El unipersonal que estrenó el 29 de octubre en el San Martín -la primera función contó con la presencia de Guillermo Ledesma, uno de los jueces que condenó a las juntas militares en 1985- y continúa en noviembre y diciembre difundiendo esta historia que es tan fuerte como  verdadera. Con un despliegue visual y musical muy interesante, cuenta la historia de una mujer que es secuestrada y se salva al ser elegida, por un militar, como su amante.Tras sobrevivir al horror, es considerada como traicionera por el resto de sus compañeros. Años más tarde, su hijo conoce la historia de su madre, que a pesar del parentesco, él la define como una ‘’incógnita’’.

Detrás de la narración de esta historia, se encuentra Teresa Donato, quien está a cargo del guion de la obra, con colaboración de Smith. Todo nace cuando en 2022 la protagonista de la historia le pide a la autora que escriba un libro sobre su experiencia. ‘’Su hijo le pidió que le cuente su historia pero sentía que no tenía la fuerza para escucharla cara a cara por el temor al dolor que iba a sentir cuando su madre se lo contara’’ cuenta Donato en diálogo con ANCCOM. Con esto, recurre a ella para que escriba un libro –Desaparecida dos veces– y de ese texto surge la adaptación al teatro.

‘’Es una obra que habla del dolor de una mujer; una mujer que pudo haber sido muchas y una mujer que puede ser muchas otras; que es el de las mujeres cuando son prisioneras, por el motivo que sea, siempre sufren vejaciones, violaciones, son tomadas como botines de guerra. No solo nuestras mujeres desaparecidas sino otras tantas que sufren este tipo de cosas alrededor del mundo’’ cuenta la escritora.

Coincidiendo con el 40º aniversario del informe de la Conadep, la obra tiene como fin  ponerse en los zapatos del otro, empatizar con el otro. Donato, que siempre se sintió muy conmovida por las historias de las personas que ponen el cuerpo por sus ideales, intenta construir un lugar ‘’donde se escuche, donde se juzgue menos, donde se cancele menos. Que se entienda su dolor para que no te subas al discurso de odio tan rápido’’. Una de las cosas que muestra la obra es que algunas de las personas que se llegaban a salvar del cautiverio, que lograban salir vivas de la clandestinidad, eran consideradas traidoras por parte de sus compañeros, personas que se quedaban solas. 

La historia de arriba del escenario cuenta con muy pocos elementos, pero tiene una puesta visual muy interesante que hace que resalte el texto. Smith, además de ser actor, es cantante, por lo que en la obra luce entonando canciones. La música funciona como un respiro ante lo impactante del texto; permite tomar fuerza, para seguir escuchando. 

Para que el público pueda ponerse en los zapatos de estos personajes, primero los creadores deben intentarlo. ‘’A mí no me costó trabajo ponerme en su lugar porque es un tema que conozco desde muy pequeña. La cuestión de los desaparecidos se sabía, era bastante claro que había gente que no estaba, y que en algún lugar tenían que estar’’.

A Smith, en cambio, la obra lo saca de su temática habitual y lo inserta en un tema que nunca antes había abordado. Se pone en el lugar de la madre y del hijo, por momentos del padre, y aporta su emoción a la historia. 

‘’Nosotros queremos que la gente salga distinta de la sala. Que salgan y charlen de lo que pasó, que salgan transformados, más en este momento en donde hay algunos temas que están siendo tratados de una manera liviana, como poco humana, cuando estamos siempre hablando de personas’’ agrega Donato. 

Mi vida anterior puede verse durante el mes de noviembre y diciembre en el Centro Cultural San Martín. Las entradas se pueden conseguir a través de Entradas BA o por las boleterías del centro cultural. 

“Hay que actuar como actor y también como sujeto social”

“Hay que actuar como actor y también como sujeto social”

La obra teatral Seré se presenta como un instructivo de fuga del excentro clandestino de detención homónimo. Encarnado en el cuerpo de Lautaro Delgado, el testimonio de Guillermo Fernández en el Juicio a las Juntas se despliega como un truco de magia, un acto de posesión y una construcción dramatúrgica total. Un acto de ventriloquía inverso.

Si bien el público que concurre al Teatro del Pueblo sabe que a continuación verá una obra teatral, su confirmación se pondrá en duda rápidamente: “Lo que verán es real y no”, dice alguien que aparece y se presenta como Lautaro Delgado Tymruk, actor y mago. “Abracadabra: iré creando conforme hable. Mucha atención a este truco. Nada por aquí, nada por allá. Puede que ocurra un milagro”. Y comienza la obra, si ya no lo había hecho. Se produce, entonces, la posesión del cuerpo de Delgado por la voz del sobreviviente del excentro clandestino de detención Mansión Seré, Guillermo Fernández. “El milagro ocurre, efectivamente. Soy poseído por esa voz. Puedo tomar esa voz y esa voz puede ser yo”, explicará luego Delgado Tymruk en una entrevista con ANCCOM.

En el centro del escenario hay una mesa y sobre ella distintos objetos que tendrán protagonismo a medida que avance la grabación del testimonio de Guillermo Fernández. Así, por momentos, el teatro oscuro y frío se convierte en Atila -nombre interno que los represores le daban al centro de detención y tortura-, y por otros, en el tribunal del Juicio a las Juntas. Algo parecido ocurre con el actor que pone el cuerpo; la mímica exacta que hace de todo: gestos, sonidos, pausas, muletillas y fallos de Fernández posibilita el acto mágico de posesión, la sensación de ver y oír a un único sujeto, una síntesis total de voz y cuerpo que hace olvidar la división material de ambos. “Sucede la magia, un acto de espiritísmo tecnológico porque hablo a través de una voz grabada”, dirá Delgado Tymruk. Un cuerpo sentado dando la espalda al público de la misma imagen que en 1985 era transmitida de Fernández. Luego, el mismo cuerpo, en el centro de tortura materializa el horror, y remueve al observador del asiento al simular el sonido de la picana eléctrica o “pequeña Lulu”. “Una de las tesis de Seré es: ¿quién actúa? Es una de las preguntas que me hice al pensar la obra. Porque la actuación es voz y cuerpo, pensamiento y espíritu. Si yo tomo la voz de Guillermo y pongo el cuerpo, ¿quién es el que está actuando? En su voz está impresa su alma y pensamiento, y en mi cuerpo también está mi alma y pensamiento. Para mí es una pregunta sin respuesta. O con muchas. Guillermo Fernández alguna vez me mencionó que cuando veía Seré se abría otra dimensión, donde no era ni él ni yo, era un otro”. La sensación de traspaso de un espacio a otro y de representado a representante se amplifica por la utilización de sonidos y silencios, de pequeñas luces o de oscuridad total.

La obra no utiliza el testimonio original y lineal sino que “se le impregnó un sentido poético y estético, hay un trabajo de estructura dramática. Se intervino la declaración con sonidos, música, ruidos, y otros textos, pero principalmente con la acción, que puede hacer circuito o a veces cortocircuito con el relato. No siempre van unidas y eso crea otra posibilidad de sentido”. Hay cosas que el cuerpo de un actor puede representar, otras que solo pueden ser dichas por quien lo vivió. Y la obra respeta, además, una solicitud: que no sea “lacrimógena», que tenga algo de vital. “Ellos algunas veces se han reído en medio del cautiverio, y en eso había una forma de supervivencia también”. El testimonio de Fernández, por sus respuestas irónicas e inteligentes a las defensas genera risas y murmullos entre la tribuna del juzgado que se replican en la del teatro. “Haber escapado un 24 de marzo tiene algo de disparate también, de chiste, y de ironía”. Porque esa fecha también es el natalicio del reconocido mago Harry Houdini. “Bien, Houdini”, le dijó Claudio Tamburrini a Fernández cuando, con un clavo flojo de la cama logró abrir la ventana para iniciar la fuga de los cuatro compañeros de pieza en 1978, a dos años del golpe militar. Pocos días después de su huida el campo de tortura fue incendiado y quienes todavía permanecían detenidos fueron “legalizados” por el Poder Ejecutivo Nacional.

¿Por qué el nombre Seré?

Seré es por el centro clandestino pero también seré, que es el futuro simple del verbo ser. Ser en el futuro. Y justamente un centro clandestino de detención es la imposibilidad de ser. Te arranca de lo humano, te inhabilita la posibilidad de ser, ya no solo en un futuro, sino en el momento. Una persona torturada, secuestrada, que está maniatada, en un lugar de inhumanidad como eran los centros de exterminio. Entonces, seré es una suerte de palabra mágica. Una proyección de cuatro personas que vislumbran un futuro, yo seré, a pesar de este contexto, tanto Fernández y sus compañeros en ese momento, como en el contexto actual que vivimos. Es la posibilidad de crear futuro, más allá de todo. A partir de la ocurrencia, de la imaginación, del amor por la vida, de los lazos que se pueden crear con otra persona, y con uno mismo.

¿Qué es Seré?

Mi Seré es un estudio sobre el sonido, la voz y la palabra, sobre el lenguaje y el discurso. No solo es la fuga de cuatro sobrevivientes, sino la fuga del discurso: al inicio de la obra lo decimos, nuestro sentido común es moldeado, somos dichos. Y Seré busca desautomatizar eso, es un procedimiento para generar pensamiento crítico. Se realiza un acto de ventriloquía inverso, que busca dar cuenta que uno es hablado: muchas veces las cosas que uno dice, no las piensa realmente sino porque las escucha, hay un discurso que se instala en el sujeto que habla. Tik Tok es un ejemplo de ventriloquía inversa, gente que toma la voz de otra, pero que se utiliza como mero entretenimiento, humor vacío. Esta obra, en cambio, quiere hacer consciente el proceso de construcción de sentido común que se da en el ser social, en los sujetos, desencriptar ese proceso. Es una forma de decir, “cuidado con lo que escuchás, sé crítico”. Por eso creo que Seré es un despertador, tiene la función de generar un movimiento sísmico en el punto de vista del que mira. Porque hay que actuar, no solo como actor, sino actuar como sujeto social. Me han dicho varias veces, “hay muchas historias sobre la dictadura, sobre los desaparecidos y las desaparecidas, ya lo vi muchas veces”, pero luego de ver la obra cambian de parecer “esto no lo vi nunca en mi vida”. Claro, el procedimiento, el hecho artístico, más allá de la temática, teatralmente es poderoso. Es eso lo que busca Seré, desautomatizar la historia, volver a mirarla y con asombro. La etimología de asombro viene de la no sombra, de sacar a la luz. Lo mismo sucede con el objeto que se entrega al final. Es un símbolo, tiene una función semántica desautomatizada de su utilidad inicial, lo podes usar como quieras, se transforma. Me gusta que la gente imagine y creo en la potencia del símbolo y en el encuentro del espectador con la obra, no quiero cercenar una mirada o una posibilidad de lectura.

¿Cómo surgió este proyecto? Previamente habías interpretado a Carlos García en Crónica de una Fuga:¿son proyectos que se relacionan?

Mientras filmaba Crónica de una Fuga yo ya estudiaba magia, pero nunca pensé que haría una obra sobre Seré. Nunca en mi vida. Y finalmente, la magia atraviesa Seré. Es algo que a mí me asombra, esa casualidad. Para llegar a este proyecto, sin embargo, hubo un suceso crucial, que fue la invitación de Carlos García que en el año 2014 dio su testimonio en el Tribunal Federal Oral de San Martín. Estaba a pocos metros de distancia, y mientras escuchaba su declaración tuve una suerte de ataque de pánico. Empecé a temblar, a llorar, algo similar a cuando uno se sueña afuera del cuerpo. Lo veía testimoniar y sentía que era yo, como sí sus palabras salieran de mi boca y todo lo que relataba era algo que ya había vivido mi cuerpo. Tiempo después, cuando pude pensarlo y reflexionar: ¿qué pasaría en el público si puedo transmitirle esto que yo viví de tomar su voz y poner mi cuerpo? Comencé a escribir el proyecto en 2020, en el comienzo de la pandemia y convoqué a los actores y actrices en el 2023. Yo como director tenía pensado una puesta similar a la que tenemos hoy, pero amplificada y con el cuerpo de cinco actores y actrices. Finalmente, con el arribo de este nuevo gobierno, se tomó otra decisión por el cuidado de la compañía, no sabíamos con qué nos íbamos a encontrar y decidí poner solo mí cuerpo.

La obra participó en el Festival Internacional de Teatro: “Un gesto político del jurado y del director del festival, que agradezco porque, además de valorar la obra, es un posicionamiento político importantísimo en estos tiempos” finaliza Delgado Tymruk.

Al finalizar el acto de posesión, de magia, de síntesis entre cuerpo y voz, el público que sale de la sala recibe de Sofía Brito, codirectora de la obra, un clavo, similar al que accionó Guillermo Fernández para dar inicio a la fuga y, sin saberlo, poner punto final a Mansión Seré como un lugar de no ser. El público es provocado: tiene en sus manos un llamado a la acción.

La obra Seré termina el año con dos últimas funciones los sábados 23 y 30 de noviembre a las 17en Teatro del Pueblo, Lavalle 3636.

Impunidad para el genocida Eduardo Alfonso

Impunidad para el genocida Eduardo Alfonso

Una resolución de la Cámara de Casación Penal dejó sin efecto la condena del represor por el asesinato de Domingo García, desaparecido durante la última dictadura. La hija de la víctima asegura que apelarán en la Corte.

En tiempos donde la historia es relativizada desde las huestes oficialistas, y vuelven a tener voz discursos de reivindicación de la dictadura cívico militar de 1976, la Sala II de la Cámara de Casación Penal falló a favor del exmilitar Eduardo Alfonso, dejándolo impune por el asesinato de Domingo Antonio García. El jefe de operaciones estuvo prófugo cuatro años en Paraguay antes de ser condenado en primera instancia por su participación en el allanamiento ilegal a la casa de los García-Recchia. Sin embargo, ahora, podrá salir en libertad nuevamente pese a las pruebas que lo involucran en el homicidio.

“Esta decisión es política, no tiene ningún anclaje jurídico”, asevera Juliana García en conversación con ANCCOM, hija de Domingo García y Beatriz Rechchia, que con tres años fue privada de su libertad junto a su madre embarazada de cinco meses. “Esto tiene que ver con el clima de época, y las políticas de Estado respecto a las cuestiones de memoria, verdad y justicia”, concluye. En el juicio por el operative ilegal hecho en el domicilio de Villa Adelina, se demostró el asesinato de Domingo Antonio tras un enfrentamiento armado, así como el posterior secuestro de Beatriz Recchia que estaba embarazada y tuvo que dar a luz meses más tarde bajo condiciones inhumanas en el centro clandestine de detención, tortura y exterminio ubicado en Campo de Mayo.

La abogada Carolina Villella, que lleva adelante causas judiciales de Abuelas de Plaza de Mayo, asegura que “este fallo desconoce los hechos juzgados anteriormente, y lo que se está buscando es evitar la cadena perpetua para Alfonso”. También señala que “hay una explícita contradicción entre lo que la Sala II sentenció hace 4 años, y lo que resuelve ahora”. Cuando el exmilitar se entrega en el año 2017, la justicia en primera instancia lo absuelve por el asesinato a García, pero frente a los recursos interpuestos por la querella de Juliana García, el 3 de diciembre de 2020, Alfonso fue condenado a las penas de prisión perpetua e inhabilitación absoluta y perpetua por el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 1 de San Martín, siguiendo los lineamientos establecidos por la CFCP.

En su búsqueda incansable de justicia, Juliana García afirma que presentará un recurso ante la Corte para que revise este nuevo fallo de Casación y se vuelva a dictar la sentencia. “Alfonso es una persona que tiene poder real en el Ejército, y evidentemente no le soltaron la mano. No es casual que haya podido aguantar cuatro años prófugo sin problemas, y con ayuda de la Interpol”. Por su parte, Villella expresó que “acá se están violando las obligaciones internacionales en relación al deber de investigar, de juzgar y sancionar adecuadamente estos crímenes, por lo que presentaremos un recurso extraordinario con el que volveremos sobre el pedido de perpetua para el represor”.