«Hoy tres jueces dijeron que lo que testimoniamos es verdad»

«Hoy tres jueces dijeron que lo que testimoniamos es verdad»

Diez genocidas fueron condenados a prisión perpetua, en la megacausa Campo de Mayo. Además, fueron condenados otros nueve represores que actuaron en el mayor centro clandestino que montó el Ejército durante la última dictadura. Por allí pasaron seis mil desaparecidos, incluidas unas 30 mujeres cuyos bebés fueron apropiados.

A las 14 horas del miércoles 6 de julio tuvo lugar, en el Tribunal Oral Federal N° 1 de San Martín, la sentencia de la megacausa Campo de Mayo. La lectura del veredicto se realizó con la presencia de familiares y amistades de las víctimas, sobrevivientes, abogados querellantes e integrantes de organismos de derechos humanos. También asistieron el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla Corti, y Victoria Montenegro, diputada de la Ciudad, ambos nietos restituidos por Abuelas de Plaza de Mayo. Por su parte, los imputados y sus defensas se incorporaron a la audiencia de manera virtual a través de la plataforma Zoom; diez de ellos fueron condenados a prisión perpetua. “Haber llegado a esta instancia con diez condenas a perpetua y el resto con distintas cantidades de años es una justicia parcial pero también, por la cantidad de años transcurridos, es un avance que haya juicio, es un avance enorme llegar a esta sentencia”, expresó María Ester Landaburu, hermana de Leonor Rosario Landaburu, embarazada de 7 meses y medio al momento de su secuestro en Campo de Mayo y posterior desaparición junto a su compañero, Juan Carlos Catnich. María Ester aún busca a un sobrino o sobrina nacido en cautiverio.

 

El juicio

La megacausa de Campo de Mayo comenzó el 29 de abril de 2019. Allí se juzgaron los delitos de lesa humanidad cometidos en las cuatro dependencias del ex centro clandestino de detención: la Cárcel de los Encausados, Las Casitas, “El Campito”, y el Hospital Militar. De acuerdo con lo expresado durante los alegatos por la fiscala de la causa, Gabriela Sosti, Campo de Mayo fue un “infierno a cielo abierto”: se estimó que hubo apenas un 1% de supervivencia de las más de 6000 personas que pasaron por allí. La mayoría de las víctimas de este excentro clandestino de detención pertenecían a sectores fabriles.

La elevación a juicio consideró alrededor de 350 víctimas, entre las cuales se encuentran 14 mujeres embarazadas y diez nietos o nietas cuya identidad aún no fue restituida. A su vez, se registró un total de 22 imputados, de los cuales 19 fueron tenidos en cuenta para la sentencia. 

Al poco tiempo de haber iniciado, las audiencias se suspendieron producto de la feria judicial llevada a cabo en razón de la cuarentena por el covid-19. A lo largo de los tres años y tres meses que duró el proceso judicial, declararon más de 750 testigos tanto de manera presencial como virtual.

La sentencia

Durante la tarde del 6 de julio, los jueces Daniel Omar Gutiérrez, Silvina Mayorga y Nada Flores Vega, dieron lectura a la sentencia final, determinando que los crímenes cometidos en el excentro clandestino de detención constituyen delitos de lesa humanidad y, por lo tanto, son imprescriptibles. 

“Una viene acá, abre su corazón, cuenta todo lo que vivió todos estos años. Algo que una relató durante todos estos años de manera repetitiva, mucha gente amiga cercana te cree porque se siente solidaria con lo que una vivió. Y hoy tres jueces dijeron que lo que dijimos es verdad”, señaló Lorena Battistiol Colayago, directora nacional de Sitios y Espacios de Memoria y querellante de la Megacausa. Su caso contempla los delitos de lesa humanidad conocidos como la “Caída de los Ferroviarios”, entre cuyas víctimas se encuentran sus padres, Juana Matilde Colayago y Egidio Battistiol. Juana se encontraba embarazada de 6 meses al momento de su secuestro. “No solamente eso, sino que le dieron prisiones perpetuas a la mayoría de los genocidas que teníamos imputados nosotros”, determinó Lorena, quien aún busca a un hermano o hermana nacida en cautiverio.

Entre quienes fueron condenados a prisión perpetua se encuentra el jefe militar de la Zona de Defensa IV, Santiago Omar Riveros; por otra parte, también recibieron la pena máxima Luis Sadi Pepa, Eugenio Guañabens Perelló, Luis del Valle Arce, Carlos Javier Tamini, Carlos Eduardo José Somoza, Miguel Ángel Conde, Mario Rubén Domínguez, Francisco Rolando Agostino y Luis Pacífico Britos. Tanto Riveros como Arce habían recibido la misma condena dos días antes, en el juicio que probó la existencia de los «vuelos de la muerte» llevados a cabo en Campo de Mayo. “Hace 46 años que estamos peleando para tener los juicios. Porque los milicos se están muriendo, ya son grandes. Nosotros lo que queremos es que se mueran con su condena encima. Y que hablen, que digan lo que pasó. Nadie dice nada. Todos se mueren sin decir nada, como Etchecolatz”, determinó Iris Pereyra de Avellaneda, sobreviviente de Campo de Mayo y víctima en ambos procesos judiciales. 

Asimismo, otros nueve exintegrantes de las fuerzas de seguridad argentinas recibieron distintos montos de pena: Hugo Miguel Castagno Monge fue sentenciado a 22 años de prisión, Bernardo Caballero a 20 años, Carlos Alberto Rojas a 13 años, Alfredo Oscar Arena a 12 años, Federico Ramírez Mitchel a 11 años, Roberto Julio Fusco a 11 años y medio, Ramón Vito Cabrera a 10 años y medio, Arnaldo Román a nueve años y medio, y Carlos Daniel Caimi a 4 años.

Entre los delitos juzgados se encuentran la privación ilegal de la libertad, imposición de torturas a perseguidos políticos, homicidios cometidos con alevosía perpetrados por dos o más personas y robos y allanamientos.

Si bien no hubo ninguna absolución total, tres de los imputados en el comienzo del juicio no fueron tenidos en cuenta durante la sentencia: Guillermo Pascal Muñoz y Carlos Villanova fallecieron durante el desarrollo del juicio, este último sin condena; por otra parte, Rodolfo Feroglio fue apartado por enfermedad irreversible.

“Uno de los valores fundamentales que tuvo este veredicto es la reparación de los legajos de los trabajadores”, señaló la fiscala Sosti acerca del fallo, el cual contempla la restitución de los legajos laborales y estudiantiles, y afirmó: “El 67% de los compañeros y compañeras secuestrados y desaparecidos en el universo de la Zona de Defensa IV en Campo de Mayo fueron trabajadores y este juicio dio cuenta de esto”.

Carolina Villella, abogada querellante en este juicio, dictaminó: “En términos generales es muy importante considerar que se condenó a todos los imputados y que, aparte de que se condenó a todos los imputados, hay una gran cantidad de perpetuas. Además, 10 de los condenados lo son por primera vez. Esto es un hecho muy importante”, y recalcó: “Muchas de las víctimas fueron reconocidas como tales y por los hechos que las damnificaron también por primera vez. En ese sentido, es un gran fallo”.

El secretario de Abuelas de Plaza de Mayo, Abel Madariaga, también estuvo presente en la lectura de la sentencia: “El veredicto tocó a mi compañera que estaba embarazada de cuatro meses cuando se la llevaron y dio a luz en Campo de Mayo en el Hospital Militar. Es una emoción muy fuerte”. Su hijo, Francisco Madariaga Quintela, pudo recuperar su identidad en el año 2010 y falleció en 2020.

 

«Impusieron un cambio de dirección en nuestras vidas»

«Impusieron un cambio de dirección en nuestras vidas»

En una nueva audiencia del juicio por los delitos cometidos en los Pozos de Banfield y Quilmes y en la Brigada de Lanús, declararon las hijas del matrimonio desparecido Lavalle Lemos.

En una nueva audiencia semipresencial del juicio por los delitos cometidos en el Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y en la Brigada de Investigaciones de Lanús, prestaron testimonio víctimas y testigos de los crímenes perpetrados a la familia Lavalle-Lemos. En primer término, declararon María José “Cocó” Lavalle Lemos y María Lavalle, hijas de Gustavo Antonio Lavalle y Mónica María Lemos, detenidos y desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar. También prestaron testimonio Liliana Zambano, sobreviviente del Pozo de Banfield y compañera de cautiverio de Gustavo Lavalle, y Mónica Quiñones, vecina de la familia Lavalle-Lemos al momento de su secuestro.

 Gustavo Antonio Lavalle y Mónica María Lemos fueron secuestrados el 20 de julio del 1977 en su domicilio del barrio “San Fernando”, en José C. Paz, junto a su hija, María Lavalle, quien tenía un año y tres meses. Al momento de su detención, Mónica tenía 25 años y estaba embarazada de ocho meses de su segunda hija, María José “Cocó” Lavalle Lemos, quien fue nacida en cautiverio y apropiada por Teresa González, una mujer que trabajaba en la Policía bonaerense. En el año 1987, a “Cocó”, nieta de Haydee Vallino de Lemos, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, le fue restituida su verdadera identidad. “Después de un tiempo tenía la sensación de que siempre había estado con ellos, con mi familia”, afirmó María José durante su testimonio.

“Cocó” fue la primera víctima en prestar declaración y la única de las cuatro en testimoniar de manera virtual. Luego de narrar la reconstrucción del secuestro de su familia, quienes fueron llevados en un primer momento a la Brigada de Investigaciones de San Justo para ser después trasladados al Pozo de Banfield, “Cocó” detuvo su relato en la historia de su apropiación. De acuerdo con el testimonio prestado por Teresa González, su apropiadora, durante el juicio de restitución, ella presenció el parto de Mónica en el Pozo de Banfield: “Ni bien nazco, me agarra y se queda conmigo”, y continuó: “También le contó al juez que después de eso mi mamá había sido trasladada en un vuelo. Así que yo ahí me quedé a vivir con ella. Obviamente no sabía toda la historia, me apropió como si fuese su hija”. Acerca de la premeditación de su apropiación, “Cocó” relató que Teresa González “se iba a quedar con María y que le dijeron que la mamá -Mónica- iba a tener un bebé dentro de poco, que era mejor un bebé recién nacido”. Hacia el final de su declaración, María José dedicó sus últimas palabras a hablar de los irreparables daños causados a las víctimas y sus familias por la apropiación de menores durante la última dictadura cívico-militar: “Nos robaron el derecho a que nuestros padres nos críen, nos eduquen, nos formen, nos den su impronta de su visión del mundo. Y fue adrede, fue un plan ideológico en contra del ´enemigo subversivo´, como ellos decían. Esto de que nos hayan sacado de nuestras familias y que nos hayan privado de su crianza era parte de ese plan político”. Para cerrar su testimonio, “Cocó” habló de la importancia de condenar a los responsables de estos crímenes: “Son situaciones que no cesan, este cambio de dirección que nos impusieron en nuestras vidas nos va a acompañar siempre y, en una pequeña medida, lo heredamos también a nuestros hijos. Así que me parece que, entre todas las aberraciones que han cometido, tienen que tener por parte de la justicia su condena y el ejemplo de que esas cosas no se pueden volver a hacer”.

Luego de un largo cuarto intermedio, el segundo testimonio de la jornada fue prestado por Liliana Zambano, víctima de privación ilegítima de la libertad y torturas en distintos centros clandestinos de detención durante dos meses en la última dictadura cívico-militar. Durante su declaración, Zambano relató que fue secuestrada el 30 de agosto de 1977 en su departamento de La Plata, junto con dos compañeros que cursaban con ella la carrera de Historia en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. De acuerdo con la víctima, los integrantes de “la patota” se encontraban vestidos de civil y, además de secuestrarla, robaron todos los objetos de valor del domicilio. Después de narrar las circunstancias de su cautiverio en la Brigada de Investigaciones de La Plata y en Pozo de Arana, donde sufrió torturas con picana eléctrica, Liliana detalló que, el 8 de septiembre, fue llevada al Pozo de Banfield. Una vez en el calabozo, Zambano comenzó a oír que otros detenidos golpeaban la pared de su celda, evidenciando la forma que utilizaban para comunicarse a pesar de la hostilidad del lugar, y narró durante el testimonio: “Me decían que me quedara tranquila, que allá no pasaba más nada, que no nos torturaban más, que ellos ese día se iban a ir al sur. Les habían dicho que iban a viajar en avión hacia un penal del sur y que iban a estar en una situación de legalidad a disposición del Poder Ejecutivo Nacional”. Haciendo referencia al método de exterminio conocido como “vuelos de la muerte”, la víctima relató: “Pasada una hora aproximadamente toda esa gente que estaba en el ala izquierda fue trasladada. Entre ellos se encontraba Mónica Lemos”. Liliana Zambano indicó que no pudo conocer a la mamá de María y María José, pero afirmó: “Supe por Gustavo Lavalle y por otras chicas con las que compartí el calabozo que Mónica Lemos había tenido un bebé allí en el Pozo de Banfield”. Posteriormente, Liliana recordó que, durante una limpieza de calabozos, conservó con ella un pantalón de embarazada que perteneció a Mónica Lemos. En los años 80, Zambano fue la primera persona en aportar información sobre el nacimiento de “Cocó” a la sede de Abuelas de Plaza de Mayo. Acerca de la estadía en el Pozo de Banfield, la víctima refirió: “Daban de comer una vez por día, cerca del mediodía traían una olla con un guiso siempre igual, con mondongo, no sé si estaba en buen estado, medio verde o no muy higiénico, que repartíamos las mujeres”, y agregó: “En los calabozos teníamos unos bidones cortados de lavandina por si había una necesidad de orinar y no te abrían la puerta. Si alguien tenía una necesidad mayor había que golpear fuerte para que te vinieran a abrir”. Sobre el trato por parte de los guardias por su condición de mujer, Liliana Zambano lo caracterizó de “machirulo”: “Nos decían «vayan caminando para allá», para mirarnos. El día que llegué al Pozo de Banfield, los guardias que estaban me hicieron desvestir y que me bañara delante de ellos porque sí”.

 Con un relato conciso, Mónica Quiñones, vecina del matrimonio Lavalle-Lemos en el barrio “San Fernando” en José C. Paz, rememoró las horas posteriores al secuestro de la familia por parte de “la patota”: “Entramos a la casa, estaban las puertas rotas, la de adelante, la de atrás. Estaba todo tirado, los libros, la cunita de la nena, habían levantado todo el piso. También se llevaron los colchones, había quedado todo roto”. Mónica tenía 12 años al momento del operativo, y fue una de las encargadas en dar aviso a la familia acerca de lo ocurrido. “Yo vivo actualmente en el terreno que era de Mónica y de Gustavo, y la calle se llama «Mónica y Gustavo»”, sentenció Quiñones, haciendo referencia al homenaje realizado a Gustavo Lavalle y Mónica Lemos por parte de los vecinos y aprobado por el Concejo Deliberante. “Yo tengo muy claro que ellos dejaron una marca fuerte, de mucho amor, y que toda su militancia dentro de una estructura orgánica, que tuvieron en su momento, la volcaron de algún modo al trabajo barrial”, afirmó la hija mayor de Mónica y Gustavo, María Lavalle, unos minutos más tarde, durante su declaración.

 

 

María Lavalle, la hija mayor del matrimonio Lavalle-Lemos, fue la última víctima de la jornada en prestar testimonio. María fue secuestrada junto a sus padres el 20 de julio de 1977 y llevada junto a ellos a la Brigada de Investigaciones de San Justo, donde permaneció 6 días hasta que fue llevada nuevamente con su familia paterna. Acerca de esa noche, María relató que tuvo la posibilidad de hablar con el vecino que la recibió y la devolvió a sus abuelos: “A la noche le golpearon la puerta, unas personas vestidas con unos pilotos claritos le dijeron que se tenía que quedar conmigo y le entregan un moisés con una nena, que era yo”, y añadió: “Me dijo que yo estaba en muy mal estado, que estaba muy sucia, muy lastimada, me dio una banana para que coma, estaba con mucha hambre”. María recordó, sobre esta conversación de reconstrucción que ella entabló con el vecino años después, en democracia, que “este señor estaba asustadísimo como si fuera el 77, habló conmigo casi sin salir de su casa”. Sobre la posterior búsqueda de su familia, y particularmente sobre su hermana nacida en cautiverio, María Lavalle relató: “Mi abuelo desde el primer habeas corpus incluye la figura del niño o niña por nacer”, y detalló sobre el proceso: “Siempre supe que había un hermano o hermana que estaba por nacer al momento del secuestro y que lo estábamos buscando. Siempre esta cuestión en la familia: lo estábamos buscando. Crecí con la búsqueda y crecí con la esperanza, con la certeza de que la íbamos a encontrar”.

 Al igual que su hermana María José, María Lavalle también hizo referencia en su declaración al secuestro y posterior desaparición de su tío, Mario Alberto Lemos, el 5 de agosto de 1977. Siguiendo el relato de dos compañeros que fueron capturados junto a él, luego liberados. Al momento de la detención los guardias de “la patota” exclamaron: “Terminamos con la banda de Fierrito”, haciendo alusión a uno de los apodos de Gustavo Lavalle. Sus compañeros relataron también que podían oír los alaridos de Mario provenientes de la tortura que sufrió en la Brigada de San Justo: “En un momento no lo escucharon más, uno de ellos supone que falleció en el momento, en la tortura”.

 Para cerrar el testimonio, María Lavalle se dirigió al tribunal y expresó, sobre el desarrollo de los juicios: “Fue muy largo, mucha dilación en todo este proceso. Eso lo que hizo es que sea muy injusto todo este acto de justicia. Y lo que de alguna manera solicito es que hagan lo mínimo para que sea un poco más justo esto que ya de por sí es injusto”. Finalmente, sentenció: “En cada paso del proceso judicial puede haber algo reparatorio. El acto de justicia también es el público, también son las fotos, también es la gente en la calle. Lo que pasó por la pandemia es que este juicio quedó muy silenciado. Y hay algo del proceso judicial y de ese acto de justicia que tiene que recuperarse”.

 El juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús continúa el martes 10 de mayo, a partir de las 8:30, de manera semipresencial con los testimonios de Clara Petrakos, Alejandra Castellini, José Eduardo Moreno y Mónica Streger.

Desenterrar la memoria

Desenterrar la memoria

Con la presencia del juez Daniel Rafecas, se iniciaron las excavaciones en lo que fue el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Club Atlético, con el objetivo de hallar pruebas judiciales. Por allí pasaron 1.500 detenidos-desaparecidos.

Formalmente se iniciaron ayer las excavaciones arqueológicas para recuperar la totalidad del ex Centro Clandestino de Detención y Exterminio Club Atlético, ubicado en la avenida Paseo Colón 1266, en pleno barrio de San Telmo, debajo de la Autopista 25 de Mayo, y por donde pasaron alrededor de 1.500 detenidos-desaparecidos durante la última dictadura cívico militar. El trabajo permitirá encontrar información que se constituya como futura prueba judicial, además de aportar a la memoria de lo que allí ocurrió.La acción se lleva adelante en marco al convenio firmado entre la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y Autopistas Urbanas S.A. (AUSA). Luego 20 años de reclamos y gestiones, se logró que el terraplén de tierra que cubrió el sitio histórico fuera finalmente removido. 

Este sitio de detención ilegal formó parte del circuito represivo conocido como ABO (Atlético-Banco-Olimpo), tres centros clandestinos que funcionaron de manera consecutiva y bajo el control de los mismos grupos de tareas, dependientes del Primer Cuerpo de Ejército y del Batallón de Inteligencia 601 e integrados por efectivos de la Policía Federal, el Ejército, el Servicio Penitenciario Federal y Gendarmería. El Atlético funcionó como campo de concentración entre los meses de febrero y diciembre de 1977. A principios de 1978, el edificio fue demolido para la construcción de la autopista. En la noche del 28 de diciembre, los detenidos fueron trasladados a “El Banco”, ubicado a unos 200 metros de la intersección de la Autopista General Ricchieri y el Camino de Cintura, en el partido de La Matanza. En agosto de 1978 comenzó a funcionar “Olimpo”, en el barrio porteño de Floresta, construido con parte de la estructura desmantelada del “Club Atlético”.

En la inspección estuvieron presentes el juez federal Daniel Rafecas; Laura Duguine, coordinadora del Área de Arqueología y Conservación del Espacio para la Memoria, Valeria Contissa, conservadora de bienes culturales en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación; integrantes del equipo de arqueología, la Mesa de Trabajo y Consenso del Espacio, junto a sobrevivientes y familiares de víctimas del terrorismo de Estado.

Laura Duguine, coordinadora del área de Arqueología y Conservación. 

Silvia Fontana es hermana Liliana Fontana, quien fue desaparecida por el terrorismo de Estado y pasó por el “Club Atlético”. En diálogo con ANCCOM, expresó que “a pesar de que los militares intentaron tapar sus actos atroces con tierra, hoy estamos celebrando que con lucha es posible remover todo. Nuestro lema es y será desenterrar la memoria”. También agregó que, “si bien es contradictorio sentir dolor y alegría, es gratificante saber la verdad, para que no vuelva a suceder. Quiero decirles a todos los jóvenes que no tiene que existir nunca más un Centro Clandestino de Detención”.

Carlos Leibovich, sobreviviente de este ex Centro Clandestino de Detención, contó que se exilió 30 años del país luego de lo sucedido y que, según sus palabras “los sobrevivientes tuvimos suerte”. Siguió atentamente el proceso de la causa desde lejos, pero encontrarse con sus pares lo ayudó a recordar a los que hoy siguen desaparecidos. “Es una sanación para mi restituir estos espacios, que habían quedado en negro en mi vida. Es importante que se siga escribiendo sobre lo que se descubra y lo que aconteció, en libros. A la distancia me sentía cerca a través de estos. Las excavaciones me van a permitir cerrar mi ciclo”, agregó.

Por su parte, el juez Rafecas expresó: “Como Poder Judicial estamos comprometidos. Tenemos un interés genuino y concreto, no solo buscamos juicio y castigo sino también reconstruir la historia. Me animo a decir que tenemos que esperar seis años más de trabajo constante para terminar de desenterrar lo que nos queda, lograr la construcción del Sitio de Memoria y el proyecto final, que todo este solar sea un gran Centro de Memoria de la Ciudad de Buenos Aires de la zona sur como lo es la ex Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) en zona norte”.

Silvia Fontana, al finalizar la inspección, expresó la importancia de este espacio: “No tenemos un lugar físico para hacer nuestro duelo, por eso estamos acá. Este lugar nos representa, nos identifica con la memoria, la verdad y la justicia. Vamos a seguir luchando por ellos que no pudieron. Vamos a seguir desenterrando memoria”.

 

«Las desapariciones en democracia no reconocen grieta partidaria»

«Las desapariciones en democracia no reconocen grieta partidaria»

La periodista Adriana Meyer, autora del libro «Desaparecidos en democracia», analiza la violencia institucional. Desde la asunción de Raúl Alfonsín, hubo 218 casos de personas sobre las que no se supo más sobre su paradero y las fuerzas del Estado son sospechosas.

Al momento de la publicación del libro Desaparecer en democracia, en septiembre de 2021, eran 218 las víctimas de desaparición forzada en todo el país desde la vuelta de la institucionalidad al país, una lista que se inauguró solo 14 días después de la asunción de Raúl Alfonsín, en diciembre de 1983. Algunas historias tuvieron repercusión mediática, entre ellas, las de Natalia Melmann, Marita Verón, Jorge Julio López, Luciano Arruga, Santiago Maldonado y Facundo Astudillo Castro; otras,  como las de Paola Andrea Caruso y Nicolás Escobar, pasaron casi inadvertidas. La autora del volumen publicado por Marea, la periodista y docente Adriana Meyer, recorre  todos los casos registrados por la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) y analiza en profundidad el entramado de esta problemática.

¿Qué la motivó a escribir el libro?

Con los casos de Luis Espinoza y Facundo Astudillo, quienes perdieron la vida con la excusa del cuidado en pleno ASPO, sentí que algo fallaba y me surgió la necesidad de escribir este libro, por ellos y por todas las personas desaparecidas en democracia.

De acuerdo a su análisis de las desapariciones forzadas a lo largo de estos casi 40 años de gobiernos constitucionales, ¿qué diferencias y similitudes encontró entre las desapariciones de la dictadura y las cometidas en democracia?

La desaparición forzada en democracia no tiene sistematicidad en el sentido estrictamente cuantitativo, es decir que el número de víctimas es mucho menor: hasta el momento se han registrado alrededor de 218 casos, mientras que la última dictadura dejó 30.000. Con el período constitucional abierto en 1983, los secuestros pasaron a ser más ocultos, probablemente porque la sociedad no lo toleraría, a diferencia de lo que ocurrió en manos del terrorismo de Estado. Ahora bien, este delito es sistemático en cuanto a la metodología que utiliza, que es muy similar a la de la dictadura: los golpes, las torturas y los asesinatos. En las comisarías es cotidiano encontrar a la policía torturando pibes y a un porcentaje de ellos los desaparecen porque “se les fue la mano”. 

La desaparición forzada en democracia no tiene sistematicidad en el sentido estrictamente cuantitativo. Ahora bien, este delito es sistemático en cuanto a la metodología que utiliza.

Adriana Meyer

¿Por qué sostiene que “las desapariciones en democracia no reconocen grieta ideológica o partidaria”?

No se puede pensar la desaparición forzada simplemente como un hecho aislado. Se trata de un delito complejo sostenido por una política estatal represiva que es común a todos los gobiernos, no hay diferencias ideológicas. Recuerdo que en la tercera marcha por Santiago Maldonado en Plaza de Mayo, Norita Cortiñas me hizo abrir los ojos cuando dijo: “En todos los gobiernos hubo desaparecidos, que cada uno se haga cargo”. Si observamos los números, cada administración tuvo una cantidad de desaparecidos proporcional al tiempo que estuvo en el poder.

¿De qué se trata esa política estatal represiva?

El Estado es parte del delito de desaparición forzada con los múltiples recursos que utiliza para dificultar que se puedan esclarecer los casos. Me refiero a una cadena de encubrimientos de todo el aparato estatal: el policía mata y desaparece el cuerpo porque sabe que tiene al fiscal que lo va a encubrir y al juez que le va a permitir participar de las primeras investigaciones, en lugar de apartarlo inmediatamente. Es lo que hicieron el magistrado Alberto Baños y el fiscal Santiago Vismara en la desaparición de Arshak Karhanyan, cuando dispusieron la intervención de la Policía de la Ciudad en las pesquisas iniciales. Lo mismo ocurrió cuando el fiscal (Nota de la r: Santiago Ulpiano Martínez) dejó que la Bonaerense realizara toda la primera parte de la instrucción durante la búsqueda de Facundo Astudillo Castro.

¿No es una irregularidad que una fuerza de seguridad investigue un caso en el cual se encuentra sospechada?

Exacto. El Artículo 194 bis, incorporado al Código Penal de la Nación por la Ley 26.679 de Delitos contra la Libertad, sancionada y promulgada en 2011, que tipificó el delito de desaparición forzada, establece expresamente que “el juez, de oficio o a pedido de parte, deberá apartar a las fuerzas de seguridad que intervengan en la investigación cuando de las circunstancias de la causa surja que miembros de las mismas pudieran estar involucrados como autores o partícipes de los hechos que se investigan, aunque la situación sea de mera sospecha”. Por otra parte, existe una acordada de la Corte Suprema que prohíbe taxativamente a La Bonaerense investigar delitos cuando ella es sospechosa.

¿Cómo sigue la cadena de encubrimientos?

El otro eslabón de la cadena de encubrimientos son los forenses y las morgues. Lo pudimos observar cuando el médico Gustavo Lafourcade, que le realizó la primera autopsia a Florencia Magalí Morales,  no informó sobre las múltiples lesiones que presentaba el cuerpo y que podían revelar las torturas a las que había sido sometida. También cuando el fallecido forense José Patitó estimó que Luciano Arruga tenía entre 25 y 35 años, antes de que lo sepultaran como NN en el cementerio de Chacarita. Pero el pibe tenía 16 años. Entonces, ¿cómo lo iban a encontrar? Por si fuera poco, no mencionó la rotura de costillas, que era la prueba de que había sido torturado antes de su desaparición. Las morgues judiciales son un agujero negro donde el encubrimiento no es una excepción, sino la regla, por eso se repiten tanto estos casos. Como dijo la experta Virginia Creimer: “Cuando entra un NN, un pibe pobre, no miran el cuerpo destrozado, lo dejan pasar de largo”.

¿Qué casos le impactaron especialmente?

El caso de Alejandrito Flores, de 5 años, desaparecido el 16 de marzo de 1991 en la ciudad cordobesa de Río Cuarto. El nene le había pedido a su mamá, Rosa Arias, ir a ver la televisión a casa de una tía que vivía cerca y al cruzar la calle lo atropelló un patrullero. Los agentes, en lugar de llevarlo a un hospital y buscar a la familia, tomaron el cuerpo y acudieron a unas enfermeras amigas, quienes intentaron reanimarlo pero no pudieron. Alejandro murió y los policías decidieron desaparecerlo. Rosa lo buscó por mucho tiempo, se contactó con la Correpi e incluso fue al programa ‘Gente que busca gente’. Los restos óseos del chiquito aparecieron, 17 años después, en una alcantarilla ubicada a 300 metros del lugar de los hechos, gracias a un verdulero que los encontró de casualidad. Otra historia terrible es la de los hermanos Gorosito en la ciudad entrerriana de Paraná. A Elías Gorosito, de 20 años, la policía lo subió a un patrullero el 13 de febrero de 2002 y desde entonces no se sabe nada de él. Elías corresponde al 30% de desaparecidos cuyos cuerpos aún no han sido encontrados. Lionel murió en 1996 bajo custodia policial pero quisieron instalar la versión del suicidio. Por su parte, Jonathan fue detenido en 2002 por estar “borracho” y apareció muerto en una comisaría. Estamos hablando de toda una familia víctima de violencia institucional a la que el Estado no le debe una respuesta, sino tres. Un año y medio después, también en la provincia de Entre Ríos, la policía detuvo a Víctor Balbuena, de 20 años, y a sus amigos a la salida de una bailanta de la ciudad de Concordia. En la comisaría los golpearon y torturaron por horas, y luego decidieron tirarlos en un arroyo. Balbuena murió, pero los otros pibes sobrevivieron y lograron correr hasta encontrar a una vecina, ella los ayudó y pudieron hacer la denuncia. En uno de los peritajes realizados, encontraron un pelo de Víctor en el baúl del patrullero, lo que complicó la situación de los policías. Es uno de los pocos casos de desaparición forzada donde los responsables fueron llevados a juicio y sentenciados a prisión perpetua. En su defensa, los acusados dijeron: “OK, cometimos ese error, pero nuestros superiores hacen cosas peores”.

¿Qué podría decir de la violencia institucional durante la cuarentena?

Dos investigadores del CONICET publicaron un artículo optimista que hablaba de la “policía del cuidado”, pero los hechos demostraron que esa policía no existe. De las 411 muertes a manos de las fuerzas de seguridad, el 70% ocurrieron en la primera etapa del Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (ASPO)). Esta cifra evidenció que un objetivo noble terminó convirtiéndose en la excusa perfecta para el empoderamiento de las fuerzas represivas, cuyo resultado fue un número exponencialmente alto de muertes y de todo tipo de violaciones a los derechos humanos.

¿Cómo son reguladas las facultades policiales?

Existen normativas de orden supralegal y disposiciones de los organismos internacionales que tienen el objetivo de prevenir las detenciones arbitrarias, que son el paso previo a las torturas y las muertes en las comisarías. En 2003, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sentenció al Estado por el caso de Walter David Bulacio, ordenándole derogar todas las normativas policiales que permiten estas prácticas abusivas, pero no se cumplió. Aún existen leyes y normas de menor jerarquía, utilizadas con frecuencia por los agentes, que generan las condiciones para las aprehensiones arbitrarias y el hostigamiento. Tal es el caso de las reglas de la Policía Federal, que datan de 1955 y 1979, y el Estatuto de la Policía Bonaerense, de la época de Ramón Camps. Hoy, se pueden llevar a un pibe si así lo deciden, por la cara, por no tener documentos, por sospechas. Si eso no cambia, van a seguir habiendo desaparecidos.

 

¿Sirvieron las iniciativas de León Arslanián, exministro de Seguridad bonaerense?

Las purgas que hizo  en la Bonaerense no fueron muy eficaces. Cuando anunció que iban a echar agentes, ese mismo día recibió llamados de casi 50 intendentes del Conurbano. ¿Qué nos está diciendo esto? Que el poder político necesitaba a esa policía. Sinceremos el debate: ¿A quién le sirve este sistema que se carga a jóvenes? ¿Qué mensaje da en los barrios que un pibe que se niega a robar para la policía, termine muerto o desaparecido? Estamos hablando de una fuerza corrupta desde antes de la dictadura. Rodolfo Walsh llamaba a La Bonaerense como la policía del “gatillo fácil” y la “mano en la lata”.

¿Las desapariciones en democracia están en la agenda política?

La izquierda siempre la tuvo en cuenta y actualmente el gobierno nacional también está teniendo una actitud positiva. En febrero pasado, cuando se cumplieron tres años de la desaparición de Arshak Karhanyan, Alberto Fernández y los diputados del Frente de Todos, Victoria Montenegro y Leandro Santoro, visitaron a Vardush Datyvian, la mamá del joven. Ella les agradeció el gesto porque sirvió para visibilizar el caso, pero aún no ha logrado que la reciba Horacio Rodríguez Larreta.

Cuando usted afirma que “desaparecen personas porque pueden”, ¿qué piensa que hace falta para cambiar esta situación?

Los familiares de las víctimas, los organismos de derechos humanos y algunos políticos están luchando contra la impunidad del poder del aparato estatal. Teniendo en cuenta esto, hay que reconocer que tenemos una enorme deuda en materia legislativa, necesitamos una ley integral contra la violencia institucional. En cuanto a las morgues, los expertos del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) plantean la necesidad de crear un registro nacional de personas fallecidas sin identificar y un banco nacional de datos de personas desaparecidas, así como la unificación en todo el país del sistema de procesamiento y protocolos para recolectar esa información.