La cultura huarpe llega al cine

La cultura huarpe llega al cine

«Lagunas”, documental del director mendocino Federico Cardone, que cuenta con la participación de la escritora santafesina Liliana Bodoc, relata la historia de la comunidad originaria, su transformación frente a las sequías y en paralelo la historia de un cine que ya no existe.

El viernes 16 de agosto se proyecta Lagunas, un documental que aborda cómo los recuerdos se transforman con el paso del tiempo. Lejos de una mirada melancólica, indaga en cómo el pasado puede conectarse con el presente y transformarse en algo nuevo. “Creo que es interesante la idea de poder construir el propio recuerdo en vez de padecerlo”, expresa Federico Cardone, su director.

¿Cómo surgió la idea de realizar el documental? ¿Cómo fue que Liliana Bodoc llegó a ser parte?

La idea de hacer el documental Lagunas nació de las ganas de poder filmar en en el desierto de Lavalle, al norte de Mendoza. Esta zona, que antes era rica en lagunas, fue el principal asentamiento de los huarpes, quienes vivían de la pesca. Con el tiempo, las lagunas se secaron, obligando a este pueblo indígena a cambiar completamente su economía y enfrentarse a problemas que habían tenido siempre, como la persecución, la pobreza y la falta de apoyo del Estado. Esto llevó a que la comunidad que vivía alrededor de las lagunas quedara prácticamente olvidada y que muchos aspectos de su cultura y su vida desaparecieran. Nos pareció un tema muy interesante y decidimos planteárselo a Liliana Bodoc, quien tenía un profundo conocimiento de la tradición cultural de los pueblos aborígenes de Latinoamérica, pero curiosamente, no sabía mucho sobre los huarpes de Mendoza, a pesar de haber vivido allí muchos años. Le pareció súperinteresante esta posibilidad de poder encontrarse con esta cultura y este paisaje que ella desconocía.

¿Qué pasó con el documental cuando ella falleció? ¿Se transformó el proyecto?

La muerte de Liliana Bodoc fue un shock terrible para todos nosotros. En ese momento ya habíamos hecho un primer corte de la película, y su fallecimiento nos hizo cuestionar si tenía sentido continuar con el proyecto. Decidimos ir a ver a su familia en San Luis, donde ella vivía, y descubrimos que en el lugar donde ella trabajaba, en el escritorio donde ella escribía y que su familia lo había dejado tal cual ella lo había dejado, estaba arriba de todo un cuaderno especial, que ella llevó en blanco, especialmente para estrenar en el documental, era un cuaderno verdaderamente muy hermoso, con una hoja muy especial de papel de arroz. Al ver ese cuaderno sentimos que ese viaje y lo que ella había escrito no podían quedar ahí. Era un cuento que escribió especialmente para el documental, en el que los chicos de la escuela con los que ella trabajó al llegar al lugar con motivo de este rodaje, le hacían dibujos y anotaban sus propias historias. Entonces entendimos que Liliana estaba profundamente comprometida e involucrada con todo lo que estábamos haciendo. Eso nos dio la fuerza para seguir adelante con la película.

¿Cuáles son sus expectativas con la presentación del documental?

La expectativa ante todo es que el público pueda conectar emocionalmente con la mirada del pueblo huarpe y cómo ellos veían su entorno. Por otro lado, también es llegar al mayor número de personas posible, llevando historias que quizás no son las más conocidas. Sin embargo, el documental no se enfoca tanto en la temática sino más en una aproximación emocional. No es un documental clásico con una historia que la gente necesite ver para aprender.

¿Con qué desafíos se encontraron a la hora de entrevistar a los huarpes? ¿Qué es lo que más les sorprendió de su forma de vida?

No tuvimos grandes problemas al trabajar con la gente del lugar, muchos de los cuales eran huarpes. Al principio, algunos se mostraban distantes, lo cual es comprensible, ya que en el pasado se hicieron documentales en la zona que nunca se completaron o no se presentaron allí, lo que generaba desconfianza. Sin embargo, nuestra cercanía y el enfoque cálido de Liliana Bodoc ayudaron a romper esas barreras. Liliana tenía una capacidad especial para acercarse a las personas, lo que facilitó mucho nuestro trabajo. Al final, no enfrentamos desafíos significativos más allá de los que podrían surgir en cualquier otra comunidad o cultura.

¿Cómo fue que se te ocurrió relacionar reflexiones de tu propia niñez con la cultura de los huarpes? ¿Tiene que ver con la concientización por preservar la diversidad cultural?

Siempre me han interesado los documentales porque permiten una gran libertad creativa, especialmente en comparación con la ficción. En este caso, sentí que había una conexión interesante entre mi experiencia personal y la historia de los huarpes. Durante mi infancia, trabajaba en un cine que estaba a punto de mudarse y quedar vacío. Y encontré un paralelismo entre ese cine vacío y las lagunas secas en las que los huarpes solían pescar. A partir de ahí, empezamos a trazar líneas de conexión entre mi historia personal, la cultura huarpe y la vida de Liliana Bodoc.

 

El documental “Lagunas” será proyectado en el cine Cacodelphia este viernes, 16 de agosto, a las 19.

Cines en fuga

Cines en fuga

La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires declaró “de interés general y comunicacional” al libro “Cines porteños”, una obra que releva viejas salas en las que hoy funcionan templos, supermercados o bancos, entre otras cosas. Los vecinos que luchan por la vuelta de las pantallas al barrio.

El salón Raul Alfonsín, de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, albergó este martes 13 un reconocimiento al libro Cines porteños, declarado “de interés cultural y comunicacional”, gracias al impulso del diputado de Unión por la Patria Franco Vitali. Cines Porteños”. El volumen  forma parte de un proyecto encabezado por Laura Gómez Gauna y Pablo Tesoriere, que contempla un segundo tomo y hasta un próximo documental.

El libro describe un pasado en que los cines argentinos se ubicaban de cara a las calles en los corazones de grandes y pequeños centros urbanos, salas que han ido desapareciendo dando lugar a cadenas internacionales que en formato multisala distribuyen las pantallas en una cantidad mucho menor de inmuebles y en lugares geográficos más concentrados.

En el camino quedó un tendal de exoesqueletos que a pesar de su fachada ya no proyectan películas: ahora son templos, estacionamientos, bazares, bancos, entre otros variados rubros que han reemplazado la actividad cinemática por otras supuestamente más rentables. De las casi tres mil salas que tuvo el país hoy solamente quedan 300. El espíritu de Cines Porteños se ve bien reflejado en las palabras de Ana Broitman, licenciada en Ciencias de la Comunicación, quien en su intervención en la presentación expresó: “El cine es una experiencia, un intercambio, una vinculación con algo de nuestra historia, los espacios donde vemos las películas son tanto o más importantes que las propias películas”.

Los cines de hoy necesitan estar contenidos en lugares grandes, con muchas vías de acceso, visibilidad y movimiento, por eso encuentran en el shopping su zona de confort. Otros están en las avenidas de mayor tránsito (aunque cada vez hay menos), otros alejados de los centros urbanos, están estratégicamente ubicados para recibir público de todas partes al hallarse a la vera de grandes autopistas.

Ante esta nueva lógica de esparcimiento y consumo en relación al cine, los viejos cines de barrio fueron cayendo en desgracia, convocando a cada vez menos gente. La atracción de los centros comerciales arrasaba y el cine viejo quedó estéticamente vetusto. Con esta nueva forma de consumo establecida, las pantallas de los lugares céntricos también empezaron a sufrir coletazos. Ya no se pensaba en la pizza después de la función, si no en el patio de comidas o en el “pasar el día” en el shopping. El cine de esta forma paso a coronar la experiencia del paseo a cielo cerrado

“Hay un esquema de negocios que cambia, lo que se vende ya no es solo la película si no toda la experiencia en torno a ella, la comida, la bebida, el pochoclo, cosas que hoy se estiman que son más de la mitad de la recaudación de estas cadenas de cine”, comenta Federico Bonazzi, trabajador del SINCA, ente que releva los consumos culturales del país.

Cines porteños hace un racconto focalizado en la Ciudad de Buenos Aires, develando lo que queda de aquel prolífico mercado exhibidor que brilló décadas atrás. Uno de los barrios esplendorosos en pantallas fue La Paternal, que supo tener siete cines en apenas quince cuadras. Hoy todos albergan otras actividades, excepto uno, el más grande y emblemático de todos, el Taricco, único que en estado de abandono espera ser rescatado.

Los vecinos de este cine han iniciado una lucha que lleva tres décadas sin concretar el ansiado resultado. “Lamentablemente al no ver resultados las fuerzas se van cansando y se abandonan las luchas”, admite con pesar Norberto Zanzi, vecino que encabeza la pelea por la recuperación del Taricco. “Hoy solo nosotros estamos luchando por recuperar un cine en la ciudad. Había muchos grupos pero creo que quedaron todos inactivos”, declaró a ANCCOM en relación a las diferentes agrupaciones vecinales que con el paso del tiempo fueron cesando sus actividades.

“Luis Taricco proyectaba películas en su cafetería, posteriormente compró los terrenos linderos y armó un cine teatro, el cual estuvo abierto desde 1920 hasta 1970 cuando cerró por la muerte de su dueño”, comenta Norberto Zanzi, recordando los 50 años durante los cuales el cine y teatro funcionó activamente.

En esa época, el esplendor cinematográfico tenía su cenit en la célebre calle Lavalle, que llegó a contar con quince salas en apenas cuatro cuadras, rodeadas de pizzerías y bares que se llenaban noche tras noche en la célebre peatonal que se volvía intransitable por el caudal de personas que la visitaba.

Los carteles luminosos y pintorescos eran el apogeo de ese cine opulento caracterizado por salas únicas y de enormes dimensiones, un auténtico paraíso cinematográfico que en pequeña o mediana escala se veía replicado en los diferentes rincones del país.

Los barrios grandes de Buenos Aires tenían más de cinco salas cada uno: Villa Urquiza, por ejemplo, supo albergar siete cines diferentes mientras que en la actualidad quedó huérfana de salas comerciales. En el conurbano pasaba lo mismo. Casi todos los barrios tenían un cine, en general más pequeño y modesto que los capitalinos. Sin embargo, emulaban algo de aquella mística en pequeña escala. En el interior del país no era diferente, las ciudades más pequeñas y hasta los pueblos tenían su sala de cine. Las grandes ciudades contaban con varios: Rosario llegó a tener alrededor de 60 salas en simultáneo, hoy apenas hay 21 en toda la provincia de Santa Fe, un tercio de lo que hace medio siglo había solo en su ciudad más poblada.

La verdulería paradiso

La merma en la cantidad de salas es innegable y se palpa al caminar por las calles de la ciudad. Los antiguos cines se camuflan entre la indiferencia y el olvido de la vorágine cotidiana. A algunos todavía se puede seguir entrando, aunque ya no para ver películas. Eso pasa en la avenida Belgrano al 1800, donde funciona un mayorista de verdulería, un local profundo y amplio donde decenas de personas ingresan y egresan, tiene un tráfico casi tan agitado como el de la propia avenida. La gente no se detiene en la fachada. Sin embargo, una simple pregunta a una pareja de ancianos con bolsas cargadas de frutas destraba el recuerdo:

-Disculpe, ¿en este lugar había un cine?

-Sí, pero hace como 40 años, pasó mucho tiempo desde que cerró… éramos jóvenes.

 

Para otros vecinos el recuerdo es más difuso: “Es verdad, acá a la vuelta donde está la verdulería, fíjate ahí, ahí había un cine cuando yo era chica, la verdad es que no me acordaba, pero si, ahí funcionó un cine muchos años”, dice contenta una comerciante de la zona antes de regresar a la florería que tiene en la esquina de Entre Ríos y Belgrano

Otros directamente no recuerdan el pasado cinematográfico de la actual verdulería: “No me acuerdo, esto antes de ser verdulería fue un garaje, al lado había una casa de cambio. Pero del cine no me acordaba, no soy tan viejo”, comenta jocosamente un vecino de Balvanera que también se abasteció de verduras en el recinto que antiguamente albergó al Cine Teatro Cervantes.

La caída de un modelo

El auge de las salas de cine nacionales se estiró hasta fines de los años 60, seguido de un pronunciado declive que comenzó en los años 70, principalmente por las políticas implementadas por la última dictadura cívico militar. En esos años bajó considerablemente la producción de películas argentinas y el problema se extendió durante las siguientes décadas con la introducción de nuevas formas de consumo cinematográfico: el vhs, el boom de los videoclubs y la posterior llegada del cable, que acentuaron la merma en la asistencia a los cines durante la década de los 80. En la actualidad, y según la Encuesta Nacional de Consumos Culturales, el 36% de la población asiste al cine anualmente. Número que si bien no es malo, expresa un descenso en términos proporcionales si se lo compara con otros tiempos. “Argentina al contar con alta población urbana cuenta con tipos de consumo como el cine. Hay una cultura cinéfila en el país bastante extendida que se remonta desde la década del 30”, afirma Federico Bonazzi, Coordinador del Sistema de Información Cultural de la Argentina (SINCA), ente que releva los consumos culturales del país.

Sin embargo, el principal declive para el cine nacional no se dio en términos de asistencia si no en relación a la cantidad de recintos existentes para la exhibición. La introducción de capitales internacionales durante el gobierno de Carlos Menem permitió el emplazamiento de atractivos espacios multisala y cadenas todopoderosas. De esta forma, los cines más convocantes abandonaron la calle para afincarse en los shoppings, sembrando una nueva estructura de difusión y consumo. La experiencia de ir al cine cambió y aquellos cines viejos, los de los barrios, mutaron. Muchos lugares que gozaban de un buen equilibrio entre su pequeña población y su único cine se vieron en jaque ante la imposibilidad o inviabilidad de contener dentro suyo a recintos que contuviera a las salas múltiples, con muchas vías de acceso, visibilidad y movimiento. “Estas salas aparecen vinculadas a un nuevo espacio de ocio y consumo como es el shopping. Pasamos a una sociedad de consumo con otras prácticas espaciales”, explica Bonazzi en diálogo con ANCCOM acerca de las espacialidades imperantes en el consumo del cine actual.

En consonancia con esto último, Norberto Zanzi rememora: “Cuando antes ibas al cine era distinto, no es comparable, iba muchísima gente, te encontrabas con tus vecinos, tenía una función más social. Hoy vas al cine y no sabes a quien tenés al lado. El cine se volvió muy impersonal, muy individualista”.

Ante esta nueva lógica de esparcimiento y consumo, los cines de barrio, que ya venían en crisis, cayeron en desgracia, convocando a cada vez menos gente. Ya no se pensaba en la pizza después de la función, si no en el patio de comidas o en el “pasar el día” en el shopping. El cine de esta forma pasó a coronar la experiencia del paseo a cielo cerrado.

“Hay un esquema de negocios que cambia, lo que se vende ya no es solo la película si no toda la experiencia en torno a ella, la comida, la bebida, el pochoclo, cosas que hoy se estima que son más de la mitad de la recaudación de estas cadenas de cine”, sintetiza Bonazzi.

El triunfo del modelo multisala no solo responde a una cuestión espacial, también está vinculada al capital detrás de estos recintos: “La llegada de capitales internacionales implicó mayores facilidades para comprar y distribuir más películas. La multiplicidad de oferta es un factor clave y beneficioso para atraer al público”. De esta manera, explica Bonazzi: “Lo que se configura es un nuevo proceso, hay más capital, más espalda para soportar algunos años no tan buenos y más diversificación: al tener más salas podés captar a más públicos diversos”.

Al día de hoy, según el sitio Ultracine, el mercado exhibidor argentino se ha estancado desde hace 15 años en aproximadamente 800 pantallas de las cuales aproximadamente el 50% están en manos de empresas extranjeras, siendo estas en su totalidad complejos cinematográficos con cuatro o más pantallas. Este mercado se reparte entre tres empresas: Hoyts, Cinemark y National Amusements. Entre las tres acaparan más del 60% del mercado. Queda menos de un 35% en manos nacionales: Atlas y Cinemacenter son las empresas locales más grandes. También se acentuó la concentración de las salas en los grandes centros urbanos de las provincias más pobladas y de mayor poder adquisitivo, algo que se expresa claramente en el mapa cultural realizado por el SINCA.

.Sistema alternativo

Ante los innegables cambios en las formas de ir al cine, la nostalgia aparece como la primera respuesta. Eso es lo que probablemente motiva los intentos reiterados por recuperar algunos de esos cines del ayer. Uno de los casos más notables es el del histórico cine Aconcagua de Villa Devoto, cuya lucha quedó agotada luego de que los reiterados intentos de los vecinos por activarlo fracasaran. Jose Luis Alesina, nieto de Jose Patti, constructor y primer dueño del cine Aconcagua, se hizo presente en la Legislatura en el reconocimiento a Cines Argentinos, su participación en el evento estuvo marcada por una triste noticia: “El cine Aconcagua será dentro de poco un centro de asistencia posventa del rubro automotor, otra sala pérdida”.

Los años de lucha que comenzaron en 2010 y no lograron su efecto a pesar de una ley de expropiación para hacer un centro cultural, la cual fue vetada por el entonces jefe de gobierno Mauricio Macri. Como si fuera un designio del destino pareciera que los recintos que en algún momento fueron cines no pudieran volver a recoger una magia.  “Cines Porteños” la evoca y resignifica a la vez que revaloriza las excepciones de aquellos espacios que durante las últimas décadas se han convertido en centros culturales y que, sumados a nuevos espacios alternativos de difusión audiovisual, conforman un segmento que propone una alternativa diferente para los espectadores.

“Hay otros tipos de espacios por fuera de las salas comerciales: clubes de cine, centros culturales, salas itinerantes, que llevan otro tipo de regulación y son más difíciles de cuantificar”, afirma Bonazzi remarcando que en el AMBA estos lugares se han consolidado, aunque resaltando el hecho de que siguen siendo de nicho. “Por más que están atravesando un buen momento no dejan de ser un consumo marginal. El público del cine club no es el mismo de la cadena, es algo similar a lo que pasa con el teatro under y comercial. Hay un tipo de público que va a determinados lugares y que no va a otros”.

Estos espacios rescatan una herencia de los viejos cines argentinos, se ofrecen como un espacio alternativo, económicamente más accesible y estilísticamente más atractivo para quienes quieren ver otro tipo de cine, menos pochoclero y comercial, también para los nostálgicos y fetichistas que añoran los tiempos en donde iban a ver los estrenos a su propio barrio.

En esa búsqueda se hallan desde 1994 los vecinos del Taricco. “Nuestra idea es lograr algo similar a lo que se consiguió con el 25 de mayo de Villa Urquiza”, afirma Zanzi, dejando en claro el modelo a seguir. “La idea es un manejo mixto entre el Gobierno de la Ciudad y los vecinos, a través de representantes de diferentes entidades barriales. Queremos algo abierto a la comunidad, donde se cobre una entrada accesible y allá algunos espectáculos gratuitos, además podríamos albergar talleres y cursos”. Lamentablemente para Zenzi, como para tantos otros vecinos, la recuperación de un cine es una tarea muy compleja, aunque por ahora los vecinos del Taricco aguantan la pelea y sostienen su esperanza en los hitos conseguidos: “En el 2004 se consiguió que se lo declare sitio de interés cultural, en 2005 se hace una ley de expropiación aprobada por el Gobierno de la Ciudad, acompañada de la apropiación de un presupuesto específico para comprar el inmueble, en ese momento eran 800 mil pesos”, recuerda. Sin embargo, a pesar del presupuesto asignado, el por entonces jefe de Gobierno Jorge Telerman no compró el inmueble, tampoco lo hicieron las gestiones que le siguieron y la ley de expropiación caducó.

A pesar de las frustraciones, los vecinos del Taricco presentan cada dos años proyectos de ley para la reactivación del espacio para que deje de ser uno de los inmuebles huérfanos de cine presentes en Cines porteños e insertarse en aquel selecto grupo conformado por espacios que lograron trascender el abandono y recuperar la magia del cine dentro suyo. Espacios municipales como el Cine York en Olivos, el 25 de Mayo de Urquiza o el Seminari en Escobar, espacios INCAA de todo el país y cineclubs como el “Hugo del Carril” en Córdoba, son algunos de los que conforman este pequeño universo que emula aquellas experiencias de antaño, mostrando cine en salas con características propias, con una pantalla única y sin pochoclo de por medio.

Una forma de contar con ojos africanos

Una forma de contar con ojos africanos

Durante agosto se realizará una nueva edición del Festival Internacional de Cine Africano de Argentina. Incluirá películas del cotinente, de la diáspora y de afrodescendientes. Las proyecciones serán en Buenos Aires, Córdoba y Neuquén.

Del 3 al 31 de agosto se llevará a cabo la edición número 17 del Festival Internacional de Cine Africano de Argentina (FICAA), organizado por el Observatorio Sur. Se presentaran 51 películas procedentes de 40 países, entre las cuales no sólo habrá producciones de África, sino también realizaciones de afrodescendientes y de africanos en la diáspora. 

El festival tiene la intención de ser federal y descentralizado para interpelar a un público más amplio. Por ese motivo, además de contar con tres sedes en Buenos Aires -el Centro Cultural Kirchner, la Biblioteca Nacional y la Alianza Francesa-, habrá proyecciones en la Ciudad de Córdoba, en Jesus María, así como también en la ciudad de Neuquén y en Junín de los Andes.

“Estamos acostumbrados a decir cine francés, cine italiano… este festival es como darle lugar a un tipo de narrativa que cuenta con otras visiones de lo que en la vida, de lo que es la historia”, señala Jorgelina Barrera, codirectora del evento. 

El FICAA apuesta a la posibilidad de, a través del cine, derribar fronteras. Los documentales que se proyectarán permitirán explorar el pasado colonial o los conflictos armados contemporáneos, así como también apreciar registros de danzas y música del continente africano. También se podrá disfrutar de ficciones, entre las cuales se proyectarán películas románticas, policíacas, comedias, dramas familiares o sociales. En la selección de clásicos, se realiza un recorrido por la obra de los pioneros: “Esos padres del cine africano que comenzaron a filmar con las independencias de cada país, en los 60 y 70, y su visión ayudó mucho a mostrar y decir que hay una narrativa y una forma de contar con estilo africano”, explica Jorgelina Barrera. 

En la selección de películas se busca captar la expresión de África, así como también la mirada de autores afrodescendientes. “Latinoamérica tiene varios países donde lo afrodescendiente es muy fuerte y es importante también tener esas miradas”, enfatiza Barrera. Se buscó dar espacio a las distintas narrativas y temáticas del continente africano, teniendo en cuenta la calidad artística. La propuesta es generar un espacio donde el público argentino pueda conocer y disfrutar cine africano.

“El Festival -sostiene Barrera- también ayuda a entender que son países lejanos pero con realidades muy parecidas”. Da el ejemplo de la película Diente por diente, producida en Senegal. Trata sobre una crisis muy grande que hubo en 2021 debido a las políticas establecidas por el FMI. Las universidades y los estudiantes, salieron a protestar por aquella crisis. “Es como un reflejo también de lo que pasa acá, en Latinoamérica. Como esas visiones de la cultura, de la economía y de las crisis políticas que se van reflejando en un país y en otro”, afirma la codirectora.

Este FICCA comenzó como una muestra en el año 2007. Fue creciendo y en pandemia devino en festival, desplegándose en distintas sedes del país. Logró consolidar un público que asiste cada año, aunque la propuesta es llegar a cada vez más gente.

La entrada para el FICAA es libre y gratuita. Se recomienda asistir con puntualidad, ya que es por orden de llegada hasta agotar capacidad. Para acceder a la programación se puede hacer desde la página web del Festival o por su cuenta de instagram.

Las nuevas formas de contar en viñetas

Las nuevas formas de contar en viñetas

El documental «¿Qué m!%*#@ es la realidad?» da cuenta de una nueva generación de historietistas con otras formas de contar en viñetas. Uno de sus directores, Damián Sierra, cuenta con qué se encontró.

Los primeros antecedentes de la historieta en Argentina se remontan al año 1898 en la revista Caras y Caretas y hacia mediados del siglo XX, el género explotó y tomó rasgos identitarios propios de la cultura argentina que le dieron a guionistas y dibujantes locales proyección internacional. No es casualidad que se haya declarado como Día de la Historieta el 4 de septiembre, fecha en la que apareció la primera edición de la revista Hora Cero en 1957, fundada por Héctor Oesterheld y conocida entre otras obras, por publicar El Eternauta, una saga que se convirtió en bisagra de la historieta argentina de aventuras. En la actualidad, este género tomó un giro diferente. Además de realizarse sobre el tradicional papel, pueden hacerse de forma digital, también llamadas e-cómics o webcomics, con una estructura de tira de recuadros, una página completa, una revista o un libro completo. Sus relatos pueden ser de índole humorística o satírica, juvenil, infantil o pueden ser narraciones literarias. Asimismo pueden ser compartidas en redes sociales, reels, streaming y otras plataformas que predominan en la actualidad.

 En el film ¿Qué m!%*#@ es la realidad?, estrenado recientemente en el Centro Cultural Kirchner (CCK), se da cuenta del surgimiento de una nueva generación de historietistas con otras formas de contar historias y de abordar diversas temáticas a partir de agitar el lenguaje de las viñetas. Se trata de “una nueva manera de hacer que se nutre de algunas condiciones propias del siglo XXI; como la circulación autoral en redes sociales, la creatividad de lo autogestivo frente a la falta de presupuesto, los feminismos, las disidencias, las luchas de las minorías, las lógicas comunitarias que resultan en la organización de Ferias y Festivales”, precisa la sinópsis del documental.

Para indagar cómo se desarrolla hoy este género, el licenciado en Crítica de Artes Eduardo Benítez; el escritor, poeta y periodista Walter Lezcano; y el locutor de ISER y licenciado en Audiovisión por la Universidad Nacional de Lanús, Damián Sierra, entrevistaron para la película a diversas figuras de la historieta argentina de estos últimos años como Gustavo Sala, Pedro Mancini, Lauri Fernández, Amadeo Gandolfo, María Luque, entre otros.

 En diálogo con ANCCOM, Sierra relató el proceso de producción del film ¿Qué m!%*#@ es la realidad?, así como también el surgimiento y la importancia de la realización de producciones cinematográficas independientes.

¿Cómo surgió la idea de hacer la película?

La idea surgió de Walter Lescano por un proyecto que había hecho en 2020, que es un documental sobre poesía, en el que Walter tenía ganas de trabajar la escena de la historieta argentina de este siglo, junto a Eduardo Benítez. Nos pusimos a trabajar para finales de 2022. En 2023 empezamos a hacer las entrevistas y lo terminamos para principios de este año.

¿Cómo fue el proceso de producción? 

Lo primero que hicimos fue formar una lista de posibles entrevistados que nos gustaran por su trabajo y que sean relevantes para lo que queríamos contar. Empezamos a grabar las entrevistas, nos contactábamos con las personas, algunos fuimos a la casa, otros nos juntábamos en algún bar, siempre viendo las posibilidades de cada uno. Las entrevistas eran descontracturadas e improvisadas en el momento, no teníamos un guion previo. Una vez que ya teníamos todo el material, fuimos a edición, a ver qué historia se podía contar a partir de lo que nos habían dicho los entrevistados. Si en el medio había algún evento, feria, presentación de algún libro, íbamos para tomar imágenes de lo que se dice “inserts” para después mechar con las entrevistas. Estuvimos un año y medio, nos llevó su tiempo, lo íbamos haciendo de a poco y después en la edición terminamos de resolver todo. Empezamos a hacer la película por gusto, diversión, y la hicimos con cero presupuesto. No hay nadie más que nosotros tres y los entrevistados. Caímos con un par de cámaras precarias, un micrófono y así grabamos.

¿Sentís qué el tema que abordaron es algo poco conocido?

La verdad es que no había mucho material, así que es un tema que es conocido e importante para un nicho: el nicho de los historietistas y de la gente que consume historieta. Para ellos es un mundo conocido, que les interesa. Pero rompiendo las barreras de lo que es ese nicho, al no haber tanta producción, en lo audiovisual no les llega a tanta gente. Yo creo que hay más en la parte de gráfica, libros que reflexionan sobre la historieta. Nosotros partimos de este siglo, los últimos 20 años, dónde hay toda una nueva generación de autores que no habían llegado a tener alguna especie de representación en producciones audiovisuales, por lo menos de ahora, contemporáneas.

¿Qué pasa hoy en el ámbito de la historieta? 

Pasa algo que es muy parecido a lo que sucede también con otras disciplinas artísticas que están un poco emparentadas, como la literatura o la poesía o incluso ciertas artes audiovisuales: hay una industria chiquita que está más bien sostenida por las ganas de las personas que la integran y un poco por el amor al arte. De esa manera es que todavía subsiste, pero no escapa en absoluto a la coyuntura que vivimos y es una actividad que se podría pensar en crisis desde el punto de vista económico. No hay plata en la historieta argentina. Nadie se hace rico, ni siquiera casi puede vivir de la historieta dignamente. Se necesita echar mano a otros artilugios para subsistir. Así que es difícil. Pero de todas maneras, toda la industria se sigue sosteniendo en base a que hay gente que no puede concebir su vida sin realizar este tipo de disciplina artística. Nosotros necesitamos seguir haciendo historietas y seguir publicando y seguir dibujando. Existen editoriales independientes que hacen todo muy a pulmón, difundiendo boca en boca, en las ferias. De esa manera se mantiene la rueda girando. No pasa como en otros países, Francia por ejemplo, donde los mercados son más grandes y un historietista podría incluso llegar a soñar con dedicarse a esto y vivir bien. Eso acá en Argentina no sucede, pero lo bueno es que no desaparece el amor y las ganas de seguir adelante con los proyectos. Eso es lo que hace que la actualidad de la historieta todavía haya presente y que haya futuro también.

 Como documentalistas, ¿qué fue lo que encontraron durante la investigación? 

 Lo que más me llamó la atención de lo que encontramos está dado en la crisis: nadie va a ganar buena guita, entonces eso hace que un poco los egos se dejen de lado y como que todos tiren para el mismo lado, que se ayudan entre ellos y se armen como una comunidad de historietistas. Uno está acostumbrado a tratar con otro tipo de disciplinas artísticas donde son ambientes donde los egos están un poco más a flor de piel y hay más resquemores quizás entre una banda y otra. Yo esperaba por ahí encontrar algo parecido, porque somos personas en definitiva y como que siempre se espera encontrar algo de ese estilo y no, por lo menos en lo que tuvimos la posibilidad de dialogar con toda la gente que hablamos, estábamos tirando para el mismo lado.

Películas sustentables, sostenibles y pluriculturales

Películas sustentables, sostenibles y pluriculturales

La película de ficción El agrónomo, que trata sobre la explotación de la tierra con agrotóxicos, fue dirigida y producida con protocolos ambientalistas. Se proyectará de el 1º de agosto en el Gaumont.

“Agradecemos que estén acá y esperamos que disfruten la película”, dirá después Martín Turnes, el director de El agrónomo, en la sala de planta baja del cine Gaumont. Lo dirá con micrófono en mano, parado al lado de Fernando Romanazzo y Fabiana Bepres, quienes conforman Aqueronte, la productora de cortos y largos creada en 2007 que se encargó de que la película dirigida por Turnes fuera realizada con una producción sustentable, sostenible y pluricultural (PSSP). Una señora entrada en años observará, desde su butaca, el panfleto con la descripción de la película que otorgará el Gaumont y leerá: “Vea cine en el cine”. La proyección de la película se dará en el marco del Festival Internacional de Cine Ambiental (FINCA). Todo eso sucederá en breve. 

Ahora, en una charla con ANCCOM, en una cafetería porteña, Turnes cuenta cómo surgió la idea de hacer un film de ficción. Su sinopsis dice que se trata de un ingeniero agrónomo que “se muda a la zona de mayor producción agropecuaria del país. Su hija y su nuevo novio rapero luchan contra su empresa y el uso de agrotóxicos. Tras la enfermedad de una chica, el agrónomo se enfrenta a la encrucijada de decidir entre su trabajo o su familia”. 

—La película surge a partir de mi preocupación acerca de lo que estábamos comiendo, hace como diez años. Yo había hecho un documental sobre Aníbal Troilo en 2014, que se llama Pichuco. En esa época estaba filmando algunos documentales de temática campo y empecé a ver unos cartelitos pegados en unos alambrados que decían qué semilla estaba plantada ahí. Estábamos comiendo todo transgénico, con agrotóxicos, en la verdulería, en el supermercado. Así surgió, una cosa fue llevando a la otra. 

En la cafetería también están Romanazzo y Bepres, quienes además de haber sido los productores audiovisuales de la película, son promotores de la PSSP. A ambos los rodea un aura de cooperativismo y un afán de compartir momentos en comunidad. Romanazzo lo demuestra ahora en la forma en que convida el mate. Mira a los ojos cuando lo pasa de una mano a otra. 

La película ya se había proyectado en abril en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI). Además, el 15 de julio se estrenó en el cine El Cairo de Rosario, Santa Fe, y en unos días se estrenará en Paraná, Entre Ríos. En agosto se proyectará oficialmente en el Gaumont. 

Cuando se proyectó en el BAFICI, algunos productores agrícolas dijeron en redes sociales y medios de comunicación que “no es correcto hablar de agrotóxicos sino de fitosanitarios, como productos aprobados para el control de adversidades como enfermedades”. Otros dijeron que la película “desinforma y difama al sector agrícola” y que “tiene por objetivo destruir la imagen del sector productivo”, sin tener en cuenta que se trata de un film de ficción y no de un documental. Turnes no parece alterarse ante esas críticas.

  

—¿Esperaba que la película generara esas opiniones?

—Nosotros hacemos cine y agarramos esta temática que nos parece súper importante porque implica a todos los argentinos, e investigamos mucho durante varios años. Yo me acerqué a los dos lados de la silobolsa, como me gusta decir a mí. O sea, hablé con gente que piensa de una forma y con gente que piensa de la otra forma. Y la película intenta llegar a todos los públicos, no es una película panfletaria que comunica sólo lo que nosotros pensamos. Se trata de un ingeniero agrónomo como protagonista que tiene su forma de pensar, pero también está la forma de pensar de la hija, que es la nueva generación. Esas dos formas de pensar juegan para que el espectador piense por sí solo. Es esperable que haya ese tipo de opiniones, pero aparecieron sólo porque tiene la palabra “agrotóxicos” en la sinopsis. Igual también hubo críticas de las buenas. 

Los tres que están presentes en la cafetería, Romanazzo, Bepres y Turnes, ya habían trabajado juntos en Jujuy originario y metalero. Ahí los roles estaban invertidos: Romanazzo era el director del film y Turnes, el director de fotografía y cámara. “Todavía está en posproducción esa película”, dice Romanazzo. Ahora se toma un mate y cuenta:

Ahí la conocimos a Fabi y empezamos a laburar los tres juntos. En pleno rodaje cerramos el pacto de honor de producir en un futuro El agrónomo. Ahí fue que le propusimos a Martín hacer la película con la condición de que fuera producida bajo una línea de pensamiento sustentable, sostenible y pluricultural, y él aceptó. 

Cuatro días antes de esta charla con ANCCOM, Bepres había participado del panel “Cine sustentable. Experiencias clave y herramientas poderosas para una industria en reinvención” organizado por el FINCA. En esa oportunidad ella había explicado qué es la PSSP. Lo había hecho con una bandera Whipala apoyada en la mesa del panel, en la Biblioteca del Goethe-Institut, sobre Avenida Corrientes al 300, porque Bepres es kolla guaraní. 

En esa ocasión había dicho que “sustentable” hace referencia a proteger los recursos naturales para las generaciones futuras. “Es muy distinto cuando vemos a los recursos naturales como elementos dadores de vida”, había expresado con el micrófono en una mano, mientras con la otra sujetaba la Chakana que le colgaba del cuello, la cruz andina que representa los cuatro elementos: tierra, fuego, agua y aire. 

Ese día Bepres también había dicho que “sostenible” implica mirar el entorno, el territorio, las comunidades. “El cine es muy clasista, racista, machista y capitalista, y lo naturalizamos mucho”, había denunciado. También había manifestado que en un set de filmación no es habitual pensar en las personas que viven donde se graba el film. 

“Entendemos la pluriculturalidad como hacer visible que hay otras culturas que habitan el territorio y que nos tenemos que reconocer en condiciones de igualdad”, había explicado también Bepres en el panel. “La reciprocidad tiene que ver con una práctica ancestral, que es el Ayni —había agregado—, una práctica de los pueblos indígenas vinculada a qué es lo que yo tengo para ofrecer y qué es lo que vos tenés para ofrecer y en ese intercambio poder estar satisfechas ambas partes”. 

También había contado que en Marcos Paz, donde se filmó El agrónomo, el equipo técnico y artístico de la película participó de una ceremonia con las comunidades sariri y qom. “Ellos no podían creer que el equipo de una película de ficción los tuviera en cuenta para pedir permiso para filmar en el territorio”, había dicho. Además, había contado que el equipo hizo otra ceremonia al finalizar el rodaje, pero esta vez de agradecimiento. “Con eso, el territorio se predispone para que todo salga bien, y la película salió muy bien”, había concluido. 

Además había contado que, en la etapa de preproducción, ella y Romanazzo se encargaron de hacer un “mapeo territorial” para conocer qué emprendimientos había en el lugar. Tal es así que en la etapa de rodaje todos consumieron alimentos comprados en la feria agroecológica que se arma todos los jueves en Marcos Paz. “Fue magnífico tejer esa red con las cooperativas, con las asociaciones, con las huertas comunitarias, con los espacios colectivos para ofrecer al equipo técnico y artístico otras alternativas de consumo”, había dicho. 

En la cafetería porteña, Turnes y Romanazzo la escuchan atentos cuando ella dice que “en Jujuy está el Instituto de Artes Audiovisuales provincial que nace a partir de la aprobación de la Ley Audiovisual jujeña. Justo estábamos filmando Jujuy originario y metalero cuando se aprobó la ley. El instituto promueve la sustentabilidad en las producciones, al menos con la separación de residuos. Pero todavía falta hacer un montón de cosas, porque la rendición de los concursos se hace con papel, por ejemplo. Además hay muchas producciones audiovisuales internacionales que llegan a Jujuy y contaminan un montón”. 

Ahora cuenta que en 2021, cuando los tres filmaban Jujuy originario y metalero, durante el scouting, es decir, el momento que consiste en ir a los lugares donde se va a grabar para pensar cómo se va a hacer la filmación, en el Parque Nacional Calilegua, un territorio selvático guaraní, tuvieron una serie de imprevistos. “Casi quedamos ahí en un autito y no salimos más”, dice Turnes. “Yo creo que nos faltó pedir permiso —reflexiona Bepres—, es un territorio muy espiritual, ahí está el Kaa-Iya, que es el dueño del monte. Ingresamos sin pedir permiso a un territorio muy sagrado”. Después del scouting, cuando volvieron al parque ya para filmar, en pleno rodaje hicieron una ceremonia pidiendo permiso para pasar al territorio. 

¿Y con qué dificultades y beneficios se encontraron al llevar adelante la PSSP en Marcos Paz, al hacer El agrónomo? Romanazzo dice que vio como un beneficio que Marcos Paz ya tenía una impronta abierta y contemplativa sobre la sostenibilidad. “Cuando les dije que nosotros hacíamos este tipo de producción —cuenta—, no solamente por lo ecológico sino también por lo social, resultó que ellos cuando iba una producción a filmar ahí, exigían lo que yo les estaba exigiendo a ellos”. Ahora Turnes explica que eligieron esa locación para filmar la película porque “quedaba a dos horas de acá. Eso es parte de la sustentabilidad, que tiene que ver con viajar menos, en tiempo y en lo económico”. 

 —¿Qué decían las personas en el casting cuando les contaban en qué consiste la PSSP? 

—Hubo mucha aceptación —aclara Bepres—. Los representantes de los actores, por ejemplo, se recoparon con la idea. 

 —¿Era novedoso para ellos?

—Para algunos, sí. Para otros era algo con lo que se sentían identificados porque ya vienen trabajando en su cotidianeidad con esta filosofía de vida. Entonces hubo algunes que dijeron “¡ay, qué bueno, porque yo también hago compost y tengo una alimentación más saludable!”. Y en otros casos, quizás no habían proyectado en la práctica cómo era la PSSP, porque después cuando se hizo la peli, en el rodaje, costó la separación de residuos. Andábamos con los cartelitos de “acá va el compost”, “acá, los plásticos y cartones”. No todos lo lograron, pero si no se lograba algo, al final del día estábamos lavando bandejitas o haciendo esa separación, dejando el compost. Hubo mucho trabajo porque es algo novedoso en el cine, donde en general suele haber muchas comodidades. 

Bepres también cuenta que, junto con Florencia Nates de la Asociación de Productores y Productoras Audiovisuales de Córdoba (APAC), confeccionó unos manuales en PDF sobre la producción audiovisual sustentable, sostenible y pluricultural, que tenían separada la información por áreas, para que cada cabeza de equipo pudiera hacer su aporte a la sustentabilidad durante el rodaje.

 —En foto, por ejemplo, se utilizaron luces LED. En el área de Maquillaje no sé si se pudo lograr algo específico, pero sí les habíamos dado la opción de buscar maquillaje natural. Lo mismo en el hospedaje, que era un poco alejado del centro de Marcos Paz pero estábamos todos, tanto equipo técnico como equipo artístico, hospedados en el mismo lugar, entonces eso también generaba, dentro de lo que es la sustentabilidad, un impacto negativo menor. 

¿Se encontraron con cierta incomodidad al llevar adelante este tipo de producción durante el rodaje de la película? Romanazzo dice que “cien por ciento, porque estamos luchando contra un sistema que lo tenemos incorporado desde que nacemos, me incluyo. Tenemos un bombardeo de consumismo y de malos hábitos. Hay vicios que uno tiene, entonces lo que hacés es no consumirlos en ese momento. Pero te tenés que resistir”. 

“Desde mi rol yo no sentí muchas cosas diferentes a otros rodajes —aclara Turnes—. Creo que en los temas a resolver se mezclaba la PSSP con la parte económica, porque éramos una película de bajo presupuesto. Esas dos cosas mezcladas quizás generaban roces. Por ejemplo, era un tema quién lavaba los vasos, platos y cubiertos, porque no usábamos cosas de plástico sino todo reutilizable”. 

En cambio, Bepres asegura que le costó la falta de vínculo con el territorio, en comparación con Jujuy. “Yo sí sentí incomodidad porque acá no hay una conexión con la gente del lugar donde se filma, o sea, yo me recontra encariñé con el encargado del hospedaje y con Pipa, el chofer. Pero se veía una práctica, a la que estamos acostumbrados, de que el equipo de una película filma y se va sin tener vínculo con la comunidad. Me sentí incómoda cuando a la primera ceremonia con los pueblos originarios no fue todo el equipo. Las ceremonias son para que la Pachamama nos dé calor o no se genere nada malo durante la filmación”, dice. 

– ¿La PSSP siempre tiene que ir de la mano de una temática de la película con conciencia ambiental o también se puede aplicar en una película pochoclera?

 – Ojalá haya ese pensamiento de creer que estás haciendo cine sustentable, no importa cuál sea la temática–, reflexiona Bepres. Turnes dice que “sí, debería. O sea, en este caso la temática de El agrónomo y la propuesta de producción confluyen, pero me parece que estaría bueno que pase en todo tipo de películas, más allá del género o del guion”. “El financiamiento ético tiene que ver con la temática ética —dice Romanazzo—. Si la película es una comedia liviana pero el mensaje final es: ‘Privaticemos el agua’, no. Si es machista, tampoco. Ahora si es una película pasatista, dentro del guion podemos hacer que un personaje tire la basura, en vez de en un tacho común, en uno reciclado. Vas tirando mensajes positivos en los personajes positivos. 

– ¿Cómo creen que se podría expandir este tipo de producción en el circuito comercial? ¿Cómo podría un productor audiovisual, que no está por ahora aplicando la PSSP, enterarse de que existe y sentirse motivado a llevarla adelante? 

–Cuando el Estado empiece a exigirla dentro de las normativas, de los subsidios, de los concursos, ahí se va a empezar a hacer. Si no, depende de las individualidades, como en este caso–, opina Turnes. 

Si el organismo que financia la película no tiene interés en la PSSP pero es el que pone la plata, ¿cómo se compatibilizan ambas cuestiones? Romanazzo opina que “es la militancia, la quijoteada, de querer mejorar este planeta. Atraer a los productores audiovisuales es algo que nosotros venimos pensando hacer, pero si vos realmente no estás comprometido lo hacés por exigencia”.

–¿Tienen pensado hacer capacitaciones o eventos de difusión de la PSSP para productores audiovisuales? 

– Lo interesante -dice Bepres- sería poder hacerlo en lo regional, porque me parece que tenés que conocer tu territorio. Por un lado, está el camino de la formación, que es necesaria. Por el otro, el boca en boca, que funciona un montón. Y después creo que la misma realidad nos tiene que interpelar: el cambio climático lo estamos sintiendo. Y por otro lado, lo institucional, ya que el incentivo económico siempre funciona. Creo que tienen que ser todas estas vías. 

—¿Es más o menos costoso hacer este tipo de producción?

—Para mí depende desde dónde te estás parando —opina Bepres—, pero lo que vos generás en el lugar no tiene precio. Si todo se mide por el capital, entonces es más costoso, quizás, porque la harina integral va a ser un poquito más cara que la harina refinada blanca, pero si no estás usando carne todos los días, ahí estás compensando tus costos.  

—El tema del transporte es una cosa lógica, ética y moral —dice a su vez Turnes—. Está bien ahorrar viajes individuales y compartirlos de forma colectiva. Y a nivel producción, de economía para la película, la beneficia también, además de ser sustentable.

–¿Por qué hay que ver El agrónomo

– Porque necesitamos volver a esa conexión con el campo pero desde otro lugar —dice Bepres—. La película no sólo muestra al agrónomo que tira glifosato, sino que también nos interpela en las contradicciones que como seres humanos tenemos. Creo que la película hace una interpelación de contradicciones en ondas. 

Romanazzo, por su parte, dice que “la película hace repensarnos a nosotros y el método de producción. Nosotros nos hacemos cargo y queremos cambiar el método de producción de la cinematografía porque si no, sería hipócrita acusar de que están contaminando el mundo siendo que el cine es contaminante. Cuando salís de ver El agrónomo te tienen que hacer ruido los modos de producción”. 

“Es una película necesaria de ver porque trata una temática que nos involucra a todos —concluye Turnes—, porque el modelo extractivista nos está llevando a algo que sólo beneficia al uno por ciento de la población. Y porque estamos viviendo un momento de discursos de odio que hacen que algunos se la agarren con la película, con el INCAA, con el cine, con la cultura. Es muy importante defender todo eso: nuestro cine, nuestras voces, nuestras historias, nuestros personajes, hay que apoyar el cine argentino”.