El Gobierno porteño redujo los corsos porque le molesta que las murgas corten las calles

El Gobierno porteño redujo los corsos porque le molesta que las murgas corten las calles

La obsesión del Gobierno porque no se obstruya el tránsito hizo que se recortaran este año casi una decena de corsos. Mientras que bares y restaurantes pueden utilizar la vía pública para hacer negocios, la fiesta popular más antigua suma barreras y dificultades.

El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires aplicó una reducción de casi diez corsos en el circuito oficial porteño. Mientras que en 2023 fueron 24 los puntos donde las murgas brindaban sus presentaciones, este año son solo 15. Inclusive en los canales de comunicación del GCBA solo se habían anunciado 8, pero dicho número se logró elevar luego de algunas negociaciones.

Febrero es el mes del carnaval en toda Argentina y la Ciudad de Buenos Aires no es la excepción. Durante los meses previos, suelen escucharse ensayar a las mugas en plazas y parques de los distintos barrios. Además, en ese periodo arreglan y producen los trajes y estandartes que utilizan en cada presentación.

La teoría del carnaval elaborada por el crítico literario Mijail Bajtin sostiene que en esa celebración el mundo se da vuelta y los estratos sociales bajos pueden ejercer cierta autoridad sobre las clases altas o autoridades. En los carnavales se inventa un lenguaje vulgar, obsceno y lúdico; la risa y el humor invaden las calles, la ciudad se convierte en un gran teatro.

Este tipo de características también pueden registrarse en el carnaval porteño, y a esto habría que sumarle las influencias de la diáspora africana, algunas costumbres europeas y cierta idiosincrasia autóctona que se amalgaman en el sonido de los bombos, redoblantes y silbatos.

ANCCOM intentó comunicarse con el Ministerio de Cultura de la Ciudad, pero desde ese organismo no brindaron respuesta.

ANCCOM intentó comunicarse con el Ministerio de Cultura de la Ciudad, pero desde ese organismo no brindaron respuesta. Algunos de sus empleados deslizaron tener miedo a perder sus puestos de trabajo, especialmente en este contexto. Desde las redes sociales oficiales se comunicó lo siguiente: “Los carnavales son una fiesta tradicional querida por muchos porteños y creemos que se pueden hacer de manera organizada y respetuosa con todos los vecinos de la Ciudad. Por eso vamos a reducir la cantidad que se realizaba y a mover muchos de los puntos de encuentro a lugares que no provoquen cortes de calles ni inconvenientes para los que no quieren participar de estas celebraciones.”

El comunicado remarcaba: “Es fundamental mantener la buena convivencia entre todos los porteños y como en los últimos años el exceso de calles cortadas que alteraron el orden en el espacio público generó problemas para muchos vecinos, los estamos reorganizando para este año. Esto no significa limitar la diversión, por el contrario, buscamos crear un ambiente para que las personas que quieran festejar puedan hacerlo reduciendo el nivel de molestias a los demás.”

Anabel Cichero tiene 26 años, es politóloga y forma parte del Centro de Murga La Gloriosa de Boedo. Ella explica cómo inciden estos recortes en las murgas en general: “Esto nos afecta porque nos reduce la cantidad de noches que sale cada murga. Hay ocho noches en febrero más los dos feriados de carnaval, si el Gobierno de la Ciudad baja menos guita para la financiación de cada uno de los corsos, las murgas que participan o que organizan estos corsos se quedan sin poder realizarlos a menos de que tengan los recursos. Se reducen los espacios donde tocar, hay más de cien murgas y no podemos salir todas juntas porque la noche se hace interminable”.

Anabel también explica que mediante un jurado las murgas adquieren distintas categorías (A, B, C y pre carnaval): las de la primera categoría adquieren más corsos donde tocar y las demás poco a poco van quedando relegadas.

 Por último, Anabel profundiza acerca de la organización y sus contradicciones: “La perspectiva a veces se hereda de generación en generación, y con dictadura, neoliberalismo y  crisis mediante esa incomodidad que generan las murgas va mutando. Antes quizás el argumento era que la ciudad se llena de negros bailando y copando las calles, hoy quizás el argumento es que el ruido les molesta a los vecinos, las calles se llenan de mugre y cortan el tránsito. Pero ojo al piojo, porque por ejemplo desde San Juan hasta Independencia, durante el año pasado y el anterior el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta cortaba toda esa calle para hacer una pasarela de restaurantes y bares, sábado y domingo durante todo el día, todos los fines de semana. Entonces es un poco cómico cómo la gente que apoya esta medida de Macri no se quejaba de esas pasarelas”.

Fabián Guerra, de 42, años pertenece a la  agrupación murguera Legendarios de la Esquina de Villa Pueyrredón, que tiene 10 años de vida y clasificó en 2020 a lo que sería el circuito  después de cuatro intentos en los que quedaron en precarnaval. “Es una medida que mata a muchas murgas, yo más o menos sabía cómo venía el tema porque tengo a mi mamá viviendo en Vicente López. Allá Macri mató a muchas murgas y armó un corsódromo donde tenerlas más controladas”, dice. “Ellos plantean que somos un corte de calle, y esto no es un corte, es una fiesta popular de la gente, hay muchos que no tienen para irse de vacaciones y es uno de los entretenimientos que le quedan para el verano”, remarca.

Cabe destacar que algunas murgas se manejan por fuera del circuito y los cronogramas oficiales: son las denominadas independientes. Cachengue y Sudor es una murga que realiza su corso en la Plaza 24 de Septiembre, ubicada en el límite entre los barrios de Villa Crespo, Caballito y La Paternal.

Desde su denominada “Comisión de Agite y Propaganda de Cachengue y Sudor” , brindaron para ANCCOM el siguiente testimonio: ” Siempre hubo trabas de parte de la Comisión de Carnaval a las murgas independientes para organizar corsos, hubo momentos donde se pudo destrabar, pero un par de años antes de la pandemia esas trabas se agudizaron a tal punto de negarnos el permiso porque habían sacado una resolución donde decía que la comisión ya no daba más permisos de corte para corsos y murgas que estén por fuera del circuito (año 2019).”

Los corsos que perduran

Los quince corsos que finalmente funcionan son los siguientes: Boedo 1 (Avdenida Boedo y  Avenida Independencia), Colegiales (Polideportivo Colegiales), Flores/Caballito (Seguí entre Neuquén y Gaona), Lugano 1 ( Avenida Fernández de la Cruz entre Lisandro Torres y Cañada de Gómez), Lugano 3 (Plaza Unidad Nacional), Mataderos ( Avenida Alberdi entre Escalada y Araujo), Palermo 2( Plaza Unidad Latinoamericana), Parque Saavedra ( Avenida García del Rio entre Freire y Zapiola), Pompeya (Avenida La Plata entre Federico De la Cruz y Caseros), San Cristóbal (Plaza Martin Fierro), San Telmo ( Anfiteatro Parque Lezama), Villa Crespo (Scalabrini Ortiz entre Avenida Corrientes y Velazco), Villa Devoto ( Plaza Richieri), Villa Pueyrredón ( Avenida Mosconi entre Bolivia y Terrada) y Villa Urquiza ( Avenida Triunvirato entre Monroe y Olazábal).

Al compás del tamboril

Al compás del tamboril

Más de cien murgas y diez mil murgueros participaron de los festejos de Carnaval en la Ciudad de Buenos Aires. Mirá las fotos de ANCCOM.

El Carnaval Porteño cerró este martes en Avenida de Mayo. Durante toda la celebración se presentaron varios grupos murgueros como «Los Caprichosos de Mataderos» y «Los Dioses de La Paternal», entre otros. Acompañados de las palmas y los bailes de los vecinos y turistas, festejaron con sonrisas, espumas y mucha alegría.

Durante el festejo, hubo un patio gastronómico para degustar, stands de maquillaje para llenarse de brillo y color y clases de murga para disfrutar entre amigos y familia. Asimismo, se hizo presente Dj Ser de la Fiesta Bresh y, para cerrar, cantó El Polaco.

Durante los cuatro días de celebración participaron más de 100 agrupaciones y 10 mil murgueros que compartieron sus pasos y alma murguera con la alegría y emoción de la gente.

Carnaval verde

Carnaval verde

Una semana después del calendario oficial, se llevó a cabo la 2ª Edición del Carnaval Sustentable, que busca divertir y concientizar en partes iguales.

La vereda de la calle Magallanes del barrio La Boca no tiene las características escaleras en cada esquina, que elevan las veredas para evitar inundaciones. Igualmente, hoy no hay peligro: la cuadra que aloja al Carnaval Sustentable está bañada de sol. 

Entre Carlos Melo e Irala está cortada la circulación de vehículos, porque desde las 14 y hasta las 19, la calle está ocupada con talleres, actividades y música. Eso sí, no quedará ni un papel en el piso, ni una botella vacía en la vereda, ni siquiera restos de espuma y serpentinas: como su nombre lo indica, este carnaval es sustentable. 

En la entrada, dan la bienvenida dos animales: un pavo real de cuerpo azul y plumas verdes, naranjas, rojas y doradas, y un dragón completamente rojo, con detalles turquesas. Ambos están hechos con trozos de plástico reciclado, de la cabeza a los pies. 

 

Al avanzar por la cuadra, se escucha más fuerte el volumen de la música en vivo, pero hay mucho para ver antes de llegar a la banda, acomodada en la próxima esquina. A la derecha, la estación de “Reciclab – Laboratorio de Reciclaje” está en plena exposición: se agrupa el público en el frente y se escuchan claras las voces del equipo científico, que explica a grandes y chicos cómo funciona el proceso de reciclado de materiales. Más adelante pueden verse los miles de colores de la estación de Circo Reciclado, el grupo que combina el arte, la educación y lo lúdico para promover el cuidado ambiental. Se trata de “Resignificar los símbolos del carnaval desde la sustentabilidad”, explica Solange Rodríguez, miembro de TACHA, espacio dedicado al arte sustentable, y organizadora del Carnaval. 

Al caminar hay que andar con atención: trajes listos para ser vestidos, hechos completamente de materiales reciclados, se alinean uno al lado del otro. Brillan tanto como los animales de la entrada y hay uno que hasta casi parece un camaleón, por las distintas tonalidades que le arranca al sol. Y, a los pies de los trajes, en una vorágine de esa energía que solo generan los carnavales, corren sin parar los más chiquitos. Una nena disfrazada con un antifaz rosa corre a un nene que viste alas grandes de color naranja. Otra, ya dormida, aprieta fuerte su antifaz verde para no perderlo. Claro, los más pequeños ya participaron de los talleres: “Construcción de maracas y antifaces”, dictado por TACHA; “Construcción de títeres”, por VanDando; y “Construcción de instrumentos musicales”, por Hacelo Sonar. 

Lo que suena dentro de las maracas es material descartado recibido por TACHA, desde su investigación y formación hasta su exhibición, una de las organizaciones promotoras del Carnaval en conjunto con el Club Planetario, y otros colectivos artísticos. Cada uno ofrece distintas formas de interpelar a las personas, en gran medida a través del arte, para generar conciencia respecto de la importancia de nuestras acciones en su impacto ambiental. Solange Rodríguez, explica: “Consideramos que el carnaval -en su versión más multitudinaria- genera muchísimo desperdicio y malogra mucho los recursos. Queremos demostrar que lo podemos hacer desde una mirada sustentable, podemos cuidar al planeta y divertirnos”. 

En la misma línea, Ariel Saidón, de Club Planetario cuenta: “El carnaval es un festejo popular muy arraigado, todos se pueden juntar a disfrutar y es una oportunidad para que la gente se contacte de otra manera, que sepa que hay otras formas de celebrar, no por cuestionar las otras, simplemente por concientizarnos: todo lo que hacemos tiene su correlato en el medio ambiente, que está siempre en riesgo”. Y amplía: “Cuando la cosa te llega desde otro lado sensible, como es la cultura popular, el arte o la música, llega mucho más. Nosotros sabemos que el cambio lo pueden generar los chicos y las familias, por eso los convocamos a través de un montón de cosas que ayudan a la sensibilización”. 

Romina, de Reciclab, comparte: “Cuando una es grande, construir el hábito de separar la basura cuesta mucho más. Les niñes entienden todo. Nosotros hacemos talleres de compost y los ves metiendo las manos buscando lombrices, impresionados porque todo después se transforme en tierra. Está buenísimo”, dice Romina que viste un collar hecho de tapitas de gaseosa y su vincha de bombillas. Mientras tanto, los últimos seis niños y niñas que quedan en el taller de máscaras terminan de pintar: a las 18.30 llega la murga del Padre Daniel -desde la Villa 21-24- y hay que empezar a levantar las mesas de los talleres.  

En La Boca ya están todos listos, cada infante con sus maracas y el antifaz puesto, vestidos para la ocasión. “Uno necesita estas cosas después de tanto tiempo encerrados y tenerlo en la puerta de casa es lindo. La música no molesta, es más, cuanto más ruido mejor”, confiesa sonriendo una vecina de la cuadra, que, desde su reposera en la puerta de su casa y mate en mano, disfruta del carnaval. El sonido de su llegada es inconfundible: bombos, redoblantes y platillos cada vez más fuertes, por ahora sin voces. La comparsa fundada en 2005 -que sale de la parroquia de Caacupé- inunda la calle de azul, blanco y dorado. Son alrededor de 100 personas, pero se mueven con la coordinación de un mismo cuerpo: la columna avanza de a poco, sin soltar el ritmo de la música, quienes bailan primero y los bombos al final. 

Las bailarinas están como en trance, algunas muy sonrientes y otras casi solemnes, todas igual de concentradas, acertando cada paso con los golpes de los bombos. Brillos, flecos y colores, cada cuerpo decorado distinto al resto. Los escudos de fútbol y logos de bandas de música que se vne en más de un traje demuestran que la murga los une. Nicole, de 17 años, dirige su parte de la comparsa. Sin interrumpir su baile, levanta el brazo derecho: “Son tres pasos, con los dedos los vamos marcando”, explicará después. La transición es perfecta, todas se mueven a la par, con toda la energía de la que son capaces. Aquellas que cargan niños no parecen sentir su peso. 

Y, de golpe, se escucha una voz: una de las bailarinas está arriba del escenario y canta con una potencia que impide concentrarse en algo más. A lo largo de las canciones, se suman nuevas voces a acompañarla. 

“¡Abrimos acá!”, ordena firme otra de las murgueras. Se callan las voces, sube el volumen de los bombos y se abre un gran espacio, como un segundo escenario, que ocuparán por turno los distintos grupos que conforman la comparsa. Es el momento en el que cada uno demuestra la velocidad de sus pasos y lo alto de sus saltos. La mujer del micrófono las desafía constantemente al canto de “Arriba, más alto, mueva murguera mueva”. 

Con los pies ya quietos y pegados al piso, uno de los organizadores de la murga -Maximiliano Valdiviezo- invita: “Nosotros siempre le decimos a la gente que se sume después de vernos a nosotros. Pero a cualquier murga, no necesariamente a la nuestra”. También, agradece a Solange: “La murga está vestida gracias a ella. Apostó a la murga Padre Daniel y nos dio una mano grande que nadie nos puede dar”. 

Maxi piensa en las últimas salidas de la murga y cuenta que no dicen que sí a todas las propuestas que les llegan. La del carnaval es una causa que los moviliza: “En nuestro barrio el reciclado está muy implementado y nos pareció muy copado participar”. 

Con la Segunda Edición del Carnaval Sustentable ya por finalizar, Solange sonríe: “Fue muy maravilloso porque de a poquito todo el barrio se fue enterando y se acercaron y participaron. Para nosotros, fue saber que estamos brindándole algo al barrio”. Ariel reflexiona: “Espero que la gente se vaya con la alegría de haber pasado un día bien en familia y con una pequeña semillita de concientización. Cada cosa que nosotros hacemos tiene su secuela y lo que hace cada uno desde su casa es importante, pero es más importante concientizar para después poder reclamar y exigir a los Estados, a los gobiernos y a las empresas, que realmente tomen esa conciencia y hagan otras cosas”.

Dana y Fiorella, mamás de niños de entre 4 y 8 años, reconocen: “Ellos son re conscientes, ven que alguien tira un papel y dicen que está mal. Hoy participaron de los talleres de máscaras y se van a casa habiendo descubierto ideas nuevas, con juguetes nuevos”.

Ya es casi de noche y la murga avanza de regreso a los micros mientras se reparten packs de botellas de agua entre los bailarines. A lo lejos, se escucha el aviso: “No tiren las botellas al suelo”. 

“Compartir en vez de competir”

“Compartir en vez de competir”

Ubicada en la Villa 21-24, la murga Padre Daniel es una de las comparsas que participará de la Segunda Edición del Carnaval Sustentable de la Ciudad. Una lógica solidaria y contenedora, diferente a las competencias oficiales.

En la intersección de las calles 10 de octubre de 1996 e Iguazú, del sector Caacupé del barrio Villa 21-24, a eso de las 19, comienzan a llegar para el ensayo los primeros miembros de la murga “Padre Daniel”. La camioneta roja de Maximiliano Valdiviezo, el encargado de percusión y uno de los principales organizadores, se estaciona sobre la vereda. Segundos después, las puertas de la Capilla Medalla Milagrosa y San Roque González, donde guardan los instrumentos y bombos, se abren. Los bailarines y músicos se acercan, saludan a Maxi, ingresan a la capilla y comienzan a sacar las cosas y a realizar los preparativos para que quede todo listo. En instantes, la música comenzará a retumbar por las calles del barrio.

La murga “Padre Daniel” se fundó en el sector Caacupé de la villa 21-24, en 2005, por iniciativa del cura Nicolás Angelotti, para todos el “Padre Tano”. “Formamos una murga para que los pibes que no se enganchaban a las demás actividades, como el fútbol o los exploradores, no se sintieran tirados. La murga es buena para los quilomberos -se ríe-, los atrae a todos”, describe Maxi, mientras José González, otro miembro de la murga, se acerca a saludar, y un chico le pide que lo deje practicar: “Yo bailo, pero Maxi me prometió que me iba a dejar tocar el bombo, ¿no?”. La respuesta de su coordinador no llega a ser del todo clara debido a las risas. “Al principio había varios directores, pero con el tiempo, la palabra director era un nombre de poder, por eso lo sacamos, y ahora lo que hay es un coordinador o coordinadora por grupo”, explica Maxi. 

Si uno deambula por las calles del barrio, la leyenda “Padre Daniel” aparece reiteradas veces. Una calle, un comedor y un jardín de infantes llevan su nombre. “El padre Daniel es casi más que Dios acá. Fue muy importante en épocas difíciles. Falleció en 1992 en un accidente de auto en Berazategui, y trajeron sus restos a la parroquia de Caacupé, para que veas lo que significa”, relata Maxi. La letra de la murga nombra a un “cura villero”, quién puso su cuerpo entero frente a “monstruos vestidos de verde”, que venían a erradicar un barrio de obreros. El cura villero es, por supuesto, el padre Daniel de la Sierra; los monstruos vestidos de verde, los integrantes de la última dictadura cívico militar argentina, que quiso llevarse por delante los barrios populares de la Capital Federal. En el sector de Barracas, al borde del río Matanza-Riachuelo, donde hoy ensaya la murga, el mismo padre Daniel se plantó y los defendió. Por eso, en 2005, el “Padre Tano” fundó una murga en su honor. 

 

Maximiliano Valdiviezo es el encargado de percusión y uno de los principales organizadores.

No obstante, todo cambió para la murga a partir de la llegada del cura Carlos Olivero, conocido en el barrio como el “Padre Charly”, en 2007. Maxi se involucró aún más en la organización y los eventos y la “Padre Daniel” superaron sus propios límites: “Hasta 2011, la murga era exclusiva de la parroquia. Pero a partir de ahí dimos otro paso: le propuse a Charly, que encima era músico, participar en los carnavales porteños y hacer viajes al resto del país para que la gente nos conozca”. Así, empezaron a participar en los carnavales porteños y en encuentros nacionales de murga en Santiago del Estero, Bahía Blanca y Comodoro Rivadavia, por nombrar algunos. “Ahora nos conocen en todos lados, porque marcamos territorio. Somos la murga de la iglesia. Antes, en los encuentros había mucha competencia para ver quién era la mejor. Nosotros llegamos y transmitimos otro mensaje: compartir en vez de competir. Las otras murgas hicieron un clic y ahora cambió todo, es más familiar, hasta nos prestamos instrumentos, cosas que antes no pasaban”, explica Maxi, con un orgullo que a su cara le resulta imposible disimular. 

La presencia de la murga “Padre Daniel” en la segunda edición del Carnaval Sustentable de la Ciudad conlleva una actitud solidaria. Es una forma de agradecimiento a Solange Guez, una de las organizadoras del carnaval, quién le donó a la murga la tela para fabricar sus propios trajes. Una ayuda que resultó fundamental y que Maxi lo resalta reiteradas veces: “Es un gesto enorme, porque hay mamás que tienen seis hijos que bailan y cada traje es muy caro, se les hace imposible pagar. Por eso la ayuda fue muy importante, esas mamás están chochas, y nuestra forma de agradecerle es participar en el carnaval y mostrar lo que hicimos gracias a ella”. 

Ya en pleno ensayo, la fila de bailarines, que incluye niños, adolescentes, adultos, mayores y hasta un perro, ocupa una cuadra de largo. La música suena y el sol se esconde sobre la orilla del río Matanza-Riachuelo. La gente del barrio que no participa observa por las ventanas, puertas y balcones. “Cerveza fría, helados, hay gas”, se lee en los carteles del kiosco que está frente al ensayo, mientras la dueña mira entre las rejas.  Los más chiquitos juegan y corren por la bicisenda, mientras sus familiares mueven el cuerpo al ritmo de los bombos. Ni siquiera el paso de una camioneta de la policía por el centro de la calle Iguazú interrumpe el ensayo. Los bailarines se acercan al cordón de la vereda sin dejar de bailar, y cuando el patrullero se aleja, vuelven a su lugar original. 

Por cuestiones personales, es el último año de Maxi como responsable de la murga. Sin dudas, será un momento difícil para todos. Para él, más que nadie. Quizás tan dura como lo fue la partida de Charly en 2020: “Él era como un maestro para mí, me enseñó todo lo que sé. Empecé a escribir nuestras canciones en 2012 y él me corregía y me indicaba qué estaba bien y qué no. Hasta que un día me dijo que estaba listo y a partir de ahí empecé a escribir todas las canciones yo”. La última canción que el padre Charly compuso antes de irse se llama “El letrista”. Habla de un hombre que empieza a escribir, se equivoca, aprende, y continúa intentando. Las voces que murmullan por el barrio dicen que la canción habla de Maxi, pero él no termina de atribuirse semejante homenaje.  

Antes y después del ensayo, una mujer recibe fotocopias de DNI y vacunas firmadas sobre una mesita, al costado de la capilla. Son autorizaciones para el viaje a Marcos Paz que los miembros de la murga realizarán en unos días. Detrás del viaje hay, por supuesto, mucho esfuerzo: “Vamos a pasar dos días de vacaciones y a ver los carnavales desde afuera, a descansar. Nuestra prioridad fueron las familias con cinco o seis hijos, que no tienen la posibilidad de salir de capital y que todo les cuesta el doble. Tratamos de que ellos vayan todos para que puedan disfrutar de dos días de descanso y ver lo que nos gusta, lo que nos apasiona”, cuenta Maxi, mientras la fila de papeles sobre la mesa se agranda cada vez más. Después de todo, de eso se trata (la vida y la murga): de disfrutar. 

¡Que viva el carnaval!

¡Que viva el carnaval!

MURGA AMANECIDOS DE PALERMO

Febrero nos tiene acostumbrados a la música, el baile y colorido del carnaval. Todos los años durante cuatro días, las calles de la ciudad vibran alegría, fiesta y cultura. Pero con la pandemia aún acechando e índices de contagios no muy alentadores, las agrupaciones artísticas tuvieron que organizarse y pensar una forma alternativa, para llevar adelante la celebración del dios Momo.

“Los festejos no van a ser de la manera tradicional, van a ser distintos y aggiornados a la realidad sanitaria que tiene el país. Las agrupaciones artísticas del carnaval venimos trabajando desde mayo del año pasado, reuniéndonos por zoom y pensando que tipo de carnaval íbamos a tener en el 2021” comentó Felipe Fiscina, director del centro de murgas “Los Arlequines de la R” de Belgrano y delegado ante el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.“En estas reuniones fuimos construyendo dos proyectos: uno de regreso a los ensayos y otro de carnaval alternativo. Ambos fueron presentados el 26 de agosto al gobierno porteño, para que supieran como pensábamos nosotros que tenía que ser el carnaval y así, trabajáramos juntos”explicó.

“El 28 de diciembre en una reunión general se decidió, con más del 90% de los votos, suspender los festejos tradicionales, es decir, los corsos callejeros, gratuitos y barriales. Hasta esa fecha aún manejábamos la posibilidad de alguna participación con público, pero los números de casos iban en aumento y finalmente, las murgas fuimos quienes decidimos suspender este festejo de carnaval tradicional. Siempre pensando en el otro, velando por el cuidado propio y el de los vecinos, que para nosotros es fundamental” desarrolló el delegado.

Con el objetivo de mantener viva la alegría y que no se pierda la identidad del carnaval, las agrupaciones artísticas junto al Ministerio de Cultura de la Ciudad, presentarán una agenda con múltiples actividades. Entre ellas se destacan: “La ciudad se viste de carnaval”, que invita a decorar las esquinas, plazas y espacios donde tradicionalmente se llevan a cabo los corsos. La muestra fotográfica “No me sueltes Carnaval” que circulará por distintas plazas y espacios verdes, junto a la realización de “murgales”, que serán 14 murales en distintos sectores de la ciudad. Y la campaña “4 banderines 4”, que la explica Carlos Jesús, director del centro de murgas Soñadores de Villa Pueyrredón: “La idea es que cada integrante de la murga, cada vecino, cada comercio tenga colgados de sus vidrieras, balcones, mochilas, cuatro banderines que representan los cuatro días de carnaval. Con esto intentamos que no se pierda la mística y la magia” dijo.

Por otra parte desde Vivamos Cultura, la plataforma de contenidos digitales del Ministerio de Cultura porteño, se transmitirán las presentaciones de numerosas agrupaciones, sin público presencial, durante los cuatro días de carnaval y todos los fines de semana de febrero. “Además va a haber una placaen cada lugar de ensayo, con un código QR para que la gente desde su celular, pueda acceder a todo el trabajo que se vaya haciendo por streaming”, agregó Jesús.

Así como otras actividades culturales tuvieron que adaptarse a la virtualidad, las murgas debieron tomar la misma vía para poder transmitir su arte. “Nadie esperaba la pandemia, así que tuvimos que adaptarnos. Nosotros somos murgueros de la calle, de las esquinas, de los barrios, del club y hoy salir por una plataforma virtual es rarísimo.Aunque presentarse 8 o 10 personas frente a cuatro cámaras y que nos vean de todo el país, es importante. Antes llegábamos a un corso con 4 mil personas, ahora al salir por una plataforma o un canal de YouTube, no solo te ven en todo el país sino en el mundo. Cruzamos fronteras”, reflexionó Jesús.

 

Según explicó Fiscina, la idea es que estas actividades se sumen y ya queden formando parte de las celebraciones tradicionales. “Queremos que en la agenda cultural de la Ciudad de Buenos Aires, se incluyan eventos relacionados con el carnaval durante todo el año. No queremos que febrero sea exclusivo de las murgas y después no existamos durante 11 meses. Buscamos que se transmita lo que hacemos durante todo el año”.

Si bien se encontró una alternativa para mantener viva la llama del carnaval, para quienes forman parte de las murgas y lo viven desde adentro sin dudas no es lo mismo.
Para Ricardo Binstein, miembro de la murga “De Paso Cañazo” de Villa Soldati, el carnaval significa mucho. “Estoy en esto hace 11 años, espero febrero todo el año y cuando llega me encuentro con esto. Siento que me cortaron las piernas, porque esto es lo que amo y por eso lo hago. Desde que comenzó febrero, junto a unos amigos, empezamos con la movida de subir fotos de años anteriores y todos en algún momento lloramos”. Y continuó: “Pero también, y poniéndolo del lado lógico, entiendo que tenemos que cuidarnos y cuidar a la gente”.

“Yo salgo a bailar en la murga desde los 6 años, anduve por Almagro, Saavedra, por todos lados siguiendo a mi viejo, porque lo mío es una herencia familiar. Desde que me hice cargo de esta murga hace 20 años, nunca dejé de salir. Es dificilísimo porque uno tiene una rutina, tiene un trabajo durante todo el año y no tener febrero es como una revolución, es un dolor de estómago, es como cuando querés algo y no lo tenés”, expresó con congoja Carlos Jesús.

Para sus integrantes la murga es un lugar de esparcimiento, de descarga y alegría pero también es solidaridad. “Los integrantes de la murga siempre estamos ayudando al barrio. Durante la pandemia que no podíamos ensayar, todos los sábados hicimos ollas populares. También juntamos ropa y tratamos de darle una mano a la gente que lo necesita. Soldati es un barrio bastante humilde”, contó Binstein y siguió: “También fue una forma de sentirnos acompañados, de ayudar y de llevar alegría a la gente desde otro lado”.

Por su parte Jesús cuenta que durante el aislamiento estricto, intensificaron las tareas que ya venían haciendo. “Armamos una asociación dentro de la murga que se llama Soñadores en acción y con el lema ´estamos donde tenemos que estar`, comenzamos repartiendo 40 platos de comida y en noviembre llegamos a 400 platos. El colectivo murguero es muy solidario entre nosotros y con todos los vecinos”.

“La pandemia y tener que pensar un carnaval alternativo, afianzó el vínculo entre las agrupaciones. Murgas que antes tenían recelos dejaron de lado y pudimos trabajar juntos. Todos pasamos por la misma pasión y estamos enamorados del carnaval. Este año no estamos en las calles pero vamos a seguir estando. No nos van a sacar nunca, somos patrimonio cultural. Pero ahora lo importante es cuidarse, cuidar a nuestra familia y a la gente que nos sigue”, finalizó Jesús.