“Esto es un ataque a la salud pública”

“Esto es un ataque a la salud pública”

Trabajadores, pacientes, familias y referentes de diversas organizaciones participaron de un abrazo al Hospital Nacional “Laura Bonaparte”. Los manifestantes pidieron “paro general” y el personal en lucha anunció que permanecerán en el edificio.

A las cinco de la tarde de un 20 de enero, mientras la Ciudad de Buenos Aires se hundía en el letargo de las vacaciones, el Bonaparte se convirtió en el corazón de una lucha. Sobre sus rejas, 200 carteles colgaban con nombres propios: cada uno marcaba la ausencia impuesta por los despidos masivos que afectaron a terapistas, psicólogos, médicos, personal administrativo y decenas de profesionales del único hospital nacional especializado en salud mental. «Vaciar es cerrar» se leía por todas partes: en pancartas, muros y en las voces que defendían su continuidad.

Frente a la entrada, una multitud comenzó a formar un abrazo simbólico. Los bombos marcaban el ritmo de una protesta. Un mosaico de banderas y pancartas de diferentes colores —rojas, verdes, celestes y amarillas— ondeaba al compás de los cánticos: “El Bona no se cierra, no se cierra, el Bona no se cierra”.

Los 200 profesionales despedidos subieron juntos a un escenario improvisado. Dos de ellas, Sofía y Julieta, tomaron el micrófono para hablar en nombre de todos: “Estamos dejando a cientos de personas sin atención, a familias sin respuestas, en un momento en el que la salud mental debería ser prioridad”, denunciaron. Hablaron de guardias saturadas, internaciones suspendidas y tratamientos interrumpidos. “Este hospital no puede funcionar con la mitad de su personal. Si seguimos así, los pacientes más vulnerables quedarán completamente desprotegidos”, advirtieron.

El vaciamiento no es nuevo. Desde octubre, las primeras desvinculaciones ya habían dado señales de la intención de cerrar el centro. Los despidos masivos de enero ahora representan una reducción del 50% del personal. “Nos están llevando al colapso”, sentenció Sofía.

Entre la multitud, Gastón, trabajador social y empleado en otra institución de salud pública, compartió con ANCCOM su preocupación: “La salud mental no puede ser un lujo: es un derecho humano universal. El vaciamiento de instituciones como esta golpea directamente a los más vulnerables”.

Los testimonios seguían desde el escenario: “Nos hicieron rendir un examen que aprobamos, y aun así nos desvincularon. Ahora, los compañeros que quedaron no tienen garantías de continuidad, y el hospital pierde la mitad de su equipo. Esto no es solo un ataque al Bonaparte, es un ataque a la salud pública”.

Teresa, madre de una paciente, contó a ANCCOM: “Este lugar no es solo un hospital, es un espacio de contención. Cuando mi hija tuvo una crisis, este fue el único lugar donde encontramos ayuda. ¿Qué hacemos si lo cierran? ¿A dónde vamos?”.

Cuando el sol empezó a esconderse, el abrazo al Bonaparte se materializó por completo. Personas de todas las edades y sectores rodearon el hospital en un gesto de unidad y resistencia. “El Bona no se cierra”, seguía siendo el grito que unía a todos.

Desde el micrófono, se hizo un llamado a la unidad con otros sectores en lucha. “La salida es colectiva, debemos unirnos todos los sectores que estamos siendo vaciados”. En la protesta sonó con fuerza el llamado al “paro general”.

Nicolás, trabajador de la salud en el hospital Tobar García, resumió el sentimiento colectivo: “Estamos en un momento terrible, de mucha ansiedad, estrés y depresión. Esto no puede estar pasando cuando llegan consultas con tantos problemas y la tasa de suicidios es tan alta. Es ahora cuando más necesitamos que la salud mental sea una prioridad”, concluyó. Los trabajadores anunciaron que la permanencia en el hospital continuará. “El Bona no se cierra”, cantaron una vez más antes de dispersarse.

La precaria situación de los residentes de los hospitales públicos porteños

La precaria situación de los residentes de los hospitales públicos porteños

Ser residente médico en los hospitales públicos de CABA implica sueldos bajos, jornadas agotadoras y una enorme responsabilidad dentro del sistema de salud pública. Guardias interminables, situaciones de violencia, dificultades hasta para pagar el alquiler y reclamos al gobierno de la motosierra.

Jornadas laborales de más de 12 horas. Exposición a situaciones de violencia y acoso. Sueldos de 3.500 pesos la hora. Guardias de 24 horas sin dormir y sin remuneración. Si jugáramos a los acertijos, el trabajo al que se alude parecería alguno que anda en los márgenes de la legalidad. Sin embargo, son características de un rol que es un pilar fundamental del sistema de salud nacional: los residentes médicos.

Los residentes son una figura poco familiar fuera del universo de los hospitales. Conocemos a los jóvenes de guardapolvos blancos que marchan cada tanto, reclamando por su sueldo y condiciones dignas de trabajo. Algunos se indignan junto con los médicos, otros por el reclamo (“ustedes eligieron esta carrera”, “médicos kukas”, y otros comentarios del estilo se leen en los videos publicados por el Hospital Garrahan en TikTok), pero pocos saben bien qué hacen los residentes y cuál es su rol en un hospital.

“El laburo esclavo es la única manera de acceder a una especialidad”, se ríe Florencia, residente de segundo año del Hospital Pediátrico Ricardo Adolfo Gutiérrez. Su nombre real, como el del resto de las entrevistadas para esta nota, fue reemplazado por uno de fantasía para evitar posibles represalias en su lugar de trabajo. “No es que salís de la carrera como médico clínico –agrega-. Salís como médico, hasta clínica es una especialidad. Si vos querés acceder a un título de especialista –cómo cardiólogo, pediatra, ginecólogo– se requiere una residencia”.

La residencia es, en primera instancia, un sistema de formación de posgrado pago. En criollo: los médicos recién recibidos prácticamente no son médicos. La residencia es un trabajo que (implícitamente) se debe ejercer por cuatro años para formarse en una especialidad. Quien elija no realizar la residencia, puede profundizar estudios en áreas de la medicina como estética, laboral o cannábica, por ejemplo.

“Un día regular me levanto 4:45 de la mañana, llego al hospital 5:30”, relata Josefina, residente de segundo año de cirugía en un hospital de agudos de CABA. El horario de ingreso se debe a que son solamente tres residentes a cargo de revisar toda la sala de internación, que tiene entre 50 y 60 pacientes. Además de realizar las curaciones y los postoperatorios, también deben supervisar a los residentes de primer año. Tras una jornada agotadora, llega a su casa a las ocho de la noche, siempre y cuando no esté de guardia.

 Para los residentes de pediatría del Gutiérrez, las condiciones son mejores pero tampoco óptimas. “Yo ingreso un poco antes de las ocho de la mañana por los laboratorios, hacemos las labores de la sala, las consultas, estudios complementarios que se soliciten y evolucionamos las carpetas. Luego hacemos el pase de la sala con mis compañeros y tal vez a las cinco o seis de la tarde me puedo ir”, cuenta Andrés, también residente de segundo año en ese hospital.

“Si tengo guardia, me quedo en la sala hasta las ocho del día siguiente y luego hago el pase con los médicos de planta o mis compañeros y a eso de las nueve o diez de la mañana finalizan mis tareas”, explica Andrés.

Las guardias son uno de los focos más problemáticos de las residencias. Son turnos de 24 horas, con algunos recreos para descansar o dormir un rato, en el mejor de los casos. Durante estos turnos, los residentes suelen atender en la guardia externa (aquella a la que va el público general ante cualquier emergencia) o supervisar salas de internación. “Es bastante demandante porque por un lado tenés la sala con 60 pacientes a cargo tuyo y también está la demanda espontánea donde estamos ayudando desde la tarde –comenta Josefina–. En la sala se descompensan, hay que  llevarlos a terapia intensiva, y queda todo a tu cargo”.

Para los residentes de cirugía, las guardias son más intensas, porque son pocos: al otro día no tienen “postguardia”, es decir, la posibilidad de irse a la mañana. “Supuestamente tenemos postguardia, pero la carga de trabajo es tanta y somos tan pocos que, en solidaridad con nuestros compañeros, decidimos no tomarnos ese día”. Según la normativa, no se pueden realizar más de 1,5 de estos turnos por semana, pero todos coinciden en que tener nueve (o más) mensuales no es un hecho llamativo. En su primer año, Josefina llegó a tener hasta once guardias al mes.

Valentina es residente de primer año en el Garrahan y antes de adplicar al cargo trabajaba en una guardia externa. “Cobraba más de lo que gano ahora haciendo sólo una guardia de 24  y otra de 12 horas por semana. Trabajaba muchísimo menos y ganaba más”. En la provincia de Río Negro, por ejemplo, una guardia cotiza $267.900 en día hábil y $401.800 en días inhábiles. Los residentes, sin embargo, las realizan sin percibir remuneración, ya que estas horas de trabajo no están contempladas en los sueldos, dejándolos en una situación de desventaja económica y emocional frente a las expectativas de trabajo que recaen sobre ellos. “Cualquiera que vaya a una guardia de un hospital público es atendido por un residente, somos nosotros solos en las guardias. Si tuvieran que pagarnos las guardias, sería imposible sostenerlo”, plantea Florencia. Al no ser horas remuneradas, no se computan en las vacaciones: “Si uno en la rotación se quiere tomar vacaciones, después tenés que recuperar las guardias y te sobrecargás”.

Las guardias también son las situaciones de mayor vulnerabilidad para los médicos, ya que muchas veces están solos o en grupos pequeños. Esta falta de apoyo y la escasez de recursos humanos afectan tanto su desempeño como su bienestar. “En el fondo, aunque haya alguien que se pueda consultar, cuando ponés una firma o tomás una decisión, sos vos”, comparte Josefina, residente de cirugía general, reflejando la carga personal de sus decisiones y la presión de trabajar sin descanso.

“El sistema de salud está colapsado y a veces son muchas horas de espera en la guardia. Lógicamente, para los padres tener un hijo enfermo es lo peor que te puede pasar, pero eso genera mucha violencia, insultos, amenazas y condiciones muy hostiles”, explica. Los golpes agresivos en las puertas, los gritos y las personas filmando a los médicos son ocurrencias cotidianas en la guardia externa. “El año pasado hubo una situación muy fea donde una paciente con patologías psiquiátricas arrastró por el piso a una residente, le pegó, la lastimó”, comenta Josefina sobre la vulnerabilidad en la sala de internación. La residente lastimada tuvo que quedarse a finalizar su guardia, sin poder acceder a cuidados médicos y vigilando a la paciente que la había agredido. Luego de ese incidente, el Hospital lanzó un protocolo para situaciones de violencia que indica que, en caso de ser víctima de una agresión, el residente se pueda retirar.

“Imaginate las condiciones en que estamos peleando para tener papel higiénico”, cuenta Florencia.

Otro punto son los pacientes judicializados, que están a la espera de resolver su situación habitacional o penal. Andrés se considera con suerte porque él solo fue agredido verbalmente alguna vez, mientras que otros de sus compañeros sufrieron agresiones físicas. Por supuesto, esto se combina muchas veces con situaciones de maltrato laboral ejercidas por los propios médicos.

En un intento por hacer frente a estas condiciones, existen mecanismos de representación. Según la Ley 22.127 que regula el sistema nacional de residencias de salud, cada hospital debería contar con un subcomité de representación de residentes, que es una figura encargada de mediar con las autoridades superiores. Sin embargo, muchos desconocen su existencia y su capacidad de acción es limitada por la falta de recursos, lo que trunca la posibilidad de exigir mejores condiciones de una manera eficiente. “Nosotros en el hospital tenemos que pagar el agua que consumimos”, resalta Andrés sobre las carencias materiales. “A veces faltan sábanas para los pacientes, para los médicos que se quedan de guardia, papel higiénico, jabón”. El testimonio de Florencia da cuenta de que es una vivencia compartida en el hospital. “Imaginate las condiciones en que estamos peleando para tener papel higiénico”.

La precariedad económica se suma a las extensas jornadas, incrementando un agotamiento físico, mental y emocional de quienes se encuentran en primera línea de atención. Como indica Lara, residente de tercer año de pediatría, “perdimos un 15% del sueldo neto en lo que va de año debido a la inflación”. Estos factores crean un escenario donde los residentes deben enfrentar no solo la carga de sus responsabilidades, sino también la imposibilidad de equilibrar sus ingresos con sus gastos. Valentina cuenta que ella es afortunada de no pagar alquiler. “Compañeros que alquilan trabajan en otros lugares porque con ese sueldo no llegan a fin de mes.” Andrés, que es ecuatoriano, vive una situación similar: “Mi esposa empezó la residencia hace unos meses y todavía no cobró su primer sueldo. Estamos viviendo solo con mi sueldo, dos personas. Tenemos una situación particular porque nuestro contrato es viejo. Si tuviera que pagar un alquiler al precio actual, no llegaríamos a fin de mes, porque ahora llegamos con lo justo”. Actualmente, los residentes entrevistados cobran entre 700.000 y $1.300.000 pesos al mes, dependiendo del hospital, un sueldo, en el mejor de los casos, de 3.500 pesos por hora. Esta variación se da porque hospitales como el Garrahan, por ejemplo, dependen de Nación, mientras que el Gutiérrez es dependencia de Ciudad de Buenos Aires. La intensidad de la motosierra de los distintos sectores del gobierno se hace sentir en los salarios.

Esta imposibilidad de compaginar la residencia con otro trabajo se agrava en el Garrahan, donde el sistema es aún más demandante. En lugar de contar solo con turnos de lunes a viernes, quienes están en internación deben acudir dos sábados al mes como si fuera un día regular de trabajo, lo que se suma a sus obligaciones semanales y a los dos fines de semana mensuales en los que deben cumplir guardia obligatoria. “No te da tiempo para nada mucho menos para tener un segundo trabajo”, explica Valentina. La situación ha llevado a los residentes del Garrahan a plantear cambios en sus horarios. Como expresa Valentina, “una de las cosas por las que estamos en huelga es para ver si podemos modificar nuestro horario para que sea más acorde a nuestro sueldo; si no nos van a aumentar el sueldo, sería más justo bajar nuestras horas laborales”. El sueldo de los residentes del Garrahan no se actualiza desde diciembre del 2023 y los reclamos que comenzaron en marzo aún continúan sin una respuesta clara de parte del Gobierno nacional. 

La situación de los residentes médicos en Argentina evidencia las profundas contradicciones de un sistema que depende de su trabajo para sostener la salud pública, pero que, a cambio, les ofrece condiciones laborales precarias y sueldos indignos. Las guardias interminables, la falta de apoyo, el acoso y el desgaste emocional son el precio que muchos de estos jóvenes profesionales deben pagar para formarse en sus especialidades. Sin embargo, el agotamiento y la falta de incentivos económicos hacen que cada vez menos personas elijan este camino, poniendo en riesgo el futuro del sistema de salud pública. La voz de los residentes en huelga se alza no solo por sus derechos, sino por la necesidad de un cambio estructural que permita un sistema de residencias digno, accesible y seguro tanto para ellos como para los pacientes que dependen de su labor.

Especialidades en crisis

El sistema de residencias médicas en Argentina enfrenta serias carencias de planificación, especialmente en la distribución de especialidades. “Hay residencias, como anestesiología, que tienen una alta demanda y pocos cupos, y otras, como pediatría, que ni siquiera logran cubrir los puestos», comenta Lara. En algunas provincias, ciertas especialidades prioritarias reciben un pago adicional, pero en Capital Federal eso no ocurre, agravando la situación.

Este desbalance impacta al sistema de salud pública, que depende en gran parte del trabajo de los residentes. “Muchos médicos de planta solo trabajan por la mañana, y los residentes sostienen el trabajo diario. Las malas condiciones laborales y los bajos salarios desincentivan la formación en el sistema de residencias, afectando la cobertura en hospitales públicos,” explica Florencia. “Si uno gana más realizando una aplicación de botox que en dos semanas de trabajo, no es redituable”.

“Vaciar el hospital es cerrarlo”

“Vaciar el hospital es cerrarlo”

Ante el despido de 200 trabajadores del Hospital Nacional de Salud Mental “Laura Bonaparte”, su personal realiza una permanencia activa en el edificio y convocaron a toda la comunidad a un abrazo este lunes 20 de enero a las 17.

“Sin trabajadores no hay hospital. Nos están dejando completamente inoperativos”, denuncia Soledad Riva, delegada de la Junta Interna de ATE del Hospital Nacional de Salud Mental Laura Bonaparte. “Nos enteramos el miércoles al mediodía, a partir de un anuncio en la red social X por parte del Gobierno nacional, sobre 1.400 despidos en el área de salud. Sin embargo, fue recién a las 19 o 20 de esa noche que comenzaron a llegar las notificaciones oficiales al sistema GDE, y de esos despidos, 200 corresponden a nuestro hospital”, explica Riva en diálogo con ANCCOM.

Según Riva, este recorte no es una simple oleada más de despidos: “Fuimos los únicos notificados de manera masiva. Esto no es un ajuste generalizado, sino un ataque específico contra nosotros. Lo entendemos como la continuación del intento de cierre que enfrentamos en octubre del año pasado y el impacto de esta decisión es devastador”. La delegada advierte que áreas clave del hospital quedan completamente inoperativas: “Hay servicios enteros sin profesionales ni trabajadores, lo que hace imposible continuar con la atención”.

El recorte también expone un patrón de precarización y abandono de la salud pública, particularmente en el área de salud mental. “Estamos viendo cómo, una vez más, se pone en jaque a un espacio esencial. Vaciar el hospital es cerrarlo”, concluye Riva.

El Hospital Nacional de Salud Mental Laura Bonaparte, único en su tipo bajo gestión estatal, enfrenta un ataque directo. Tras haber frenado un intento de cierre en octubre gracias a la movilización de trabajadores y pacientes, ahora el centro especializado vuelve a ser blanco de recortes en el marco de una medida nacional que afecta a otros 1.200 profesionales de la salud.

Los despidos afectan a servicios clave como guardias, internaciones y tratamientos de demanda espontánea, dejando a pacientes sin atención inmediata. Ante esta situación, el viernes 17 de enero, trabajadores y trabajadoras del Hospital Bonaparte se reunieron en una asamblea multitudinaria que dejó en claro la determinación de enfrentar este nuevo intento de vaciamiento.

La primera resolución fue la convocatoria a un acto-abrazo al hospital para el lunes 20 de enero a las 17, con micrófono abierto. Se espera la participación de pacientes, organizaciones sociales, culturales, sindicales y de derechos humanos, además de trabajadores de otros hospitales que también sufren de despidos y recortes. “Sin trabajadores no hay salud mental”, es la consigna central del encuentro, que busca reunir el apoyo de la comunidad en un gesto de solidaridad.

Además, se decidió mantener la permanencia activa dentro del hospital, que incluirá actividades durante el día y una guardia nocturna para sostener la presencia constante sin desgaste excesivo. En este marco, se desarrollarán iniciativas culturales, como talleres, charlas, intervenciones artísticas y un simbólico “paraguazo” en defensa del Bonaparte, en alusión a las lluvias previstas para este fin de semana.

Entre las estrategias de visibilización, los trabajadores planean empapelar el frente del hospital y habilitar una mesa de entrada en el hall principal para recibir a medios, sectores solidarios y la comunidad en general. Además, se distribuirán afiches y volantes en el barrio para generar conciencia sobre el impacto de los despidos en la salud pública. Esta información fue comunicada a través de la cuenta de Instagram @enluchaelbonaparte, donde los trabajadores comparten actualizaciones y pasos a seguir.

El hospital Bonaparte no solo es vital para los pacientes que requieren atención en salud mental, sino también para la formación de nuevas generaciones de profesionales. En octubre de 2024, cuando el hospital estuvo al borde del cierre, la comunidad académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA se expresó en su defensa. La decana, Ana Arias, destacó el papel fundamental del hospital en la formación de los estudiantes, quienes desde hace más de una década realizan prácticas en la institución. “El hospital Bonaparte ha sido centro de prácticas de estudiantes de nuestra facultad. Nos brinda una asistencia de primera escucha fundamental para el aprendizaje de los alumnos. Sin este hospital, ellos también se van a quedar sin espacio”, expresó.

Pablo Almeida, delegado general de ATE en el Ministerio de Economía, también manifestó su apoyo. “Queremos decirles que en esta pelea no están solos, cuentan con el apoyo de cada una y cada uno de los estatales. Necesitamos dejar de pelear lugar por lugar y necesitamos una lucha unificada. Por eso hace un rato un compañero de la directiva de ATE dijo que el lunes a las 12 está el compromiso de una medida de un plenario delegado de todos los hospitales”, afirmó, resaltando la importancia de fortalecer la solidaridad entre los diferentes sectores estatales afectados por el ajuste.

La asamblea también subrayó la necesidad de construir una unidad con otros sectores afectados por el vaciamiento estatal, fortaleciendo un frente común contra las medidas de ajuste que golpean a distintas áreas de la salud pública porque esta pelea no es un caso aislado. La misma precarización y ajuste golpean otros espacios de salud mental, como el Centro de Salud Mental N° 1 Hugo Rosarios en Núñez, amenazado por la subasta del terreno donde funciona, y el despido de profesionales del programa “Sociales Escucha” de la UBA. Frente a este panorama, es que los trabajadores del Bonaparte remarcan la necesidad de unificar los reclamos en defensa del sistema de salud pública.

«El Conti no se toca»

«El Conti no se toca»

Miles y miles de personas rebalsaron el predio de la ex-Esma en defensa del centro cultural que allí funciona y de las políticas de memoria, verdad y justicia que el gobierno quiere desterrar. Manifestaciones artísticas, dirigentes de diversos espacios y gente de a pie se reunieron para repudiar el despido de 50 trabajdores y el ajuste en políticas derechos humanos.

Miles de personas se acercaron al festival contra el cierre del Centro Cultural Haroldo Conti. El secretario de Derechos Humanos Alberto Baños anunció el 31 de diciembre -horas antes del brindis de Año Nuevo- su cierre por «reestructuración». El 2 de enero los trabajadores fueron recibidos por la policía en las puertas del centro; 50 de los 79 empleados encontraron su nombre en la lista de despedidos, impidiéndoles el ingreso al establecimiento.

El ajustazo contra las políticas de Memoria, Verdad y Justicia sigue en avance. Una vez más, el espacio de memoria ex-Esma recibió el impacto del gobierno de Javier Milei: en solo una semana, se puso en duda la continuidad del Archivo Nacional de la Memoria y se anunció el cierre -por una reestructuración que nadie sabe en qué consiste- para el Centro Cultural Haroldo Conti. Ante tal conmoción, miles de personas caminaron por la avenida Libertador para encontrarse con otras miles en el festival en contra de su cese. A las 18 horas, puntual a su convocatoria, el predio ya estaba repleto; pero una vasta murga afro consiguió hacerse lugar para su performance. La marcha bailable de su candombe llevó a los presentes al frente del escenario. Comienzó el acto.

Son alrededor de 50 artistas y oradores convocados para defender la Memoria. El Tata Cedrón, quien inauguró el acto con un sentido tango, se siente honrado de haber conocido a Haroldo Conti: «Un tipo humano, tierno, solidario, se lo veía en la cara. Mi hermano vio cuando se lo llevaron los militares, lo extraño mucho. Ningún otro podría haber tenido el honor de cargar el nombre de este centro cultural».

El Haroldo Conti es un espacio que permite una enorme diversidad y expresividad artística, pero forma parte de una conquista histórica de la sociedad civil, de décadas de lucha colectiva. Para Damián Lamanna Guiñazú, trabajador de hace 13 años, detrás del Conti hay algo más grande: «Es un espacio que se lo apropió la comunidad, la memoria colectiva, y cuando digo memoria me refiero a muchas memorias haciendo fuerza para consolidar algo. En el Conti pasan y pasaron artistas de todas las generaciones, en el Archivo Nacional de la Memoria se guardan testimonios del bombardeo del 55, los testimonios de las travestis cagadas a palos por la policía en los ochenta, los testimonios de la dictadura… Son todas las memorias las que conviven acá, no solo las de los setenta. Cerrar este espacio es un abuso para todos, pero en momentos donde las cosas se ponen feas, la fuerza de la comunidad florece».

La Orquesta Andina del SUTEBA de Lomas entonó el Himno Nacional. La versión no necesitó más de tres instrumentos para ser igual de imponente, con una flauta de madera y un siku que guiaban la melodía que avanzaba lenta, pausada, emotiva, alcanzando todos los rincones. Los presentes cantaron casi en susurro, como conectados; hasta que llegó el “Sean eternos los laureles que supimos conseguir” a todo pulmón. Los retoños de la comunidad floreciente. 

Mientras la música continuaba, en el predio también había una feria de emprendedores con de todo: stickers, libretas, serigrafía, hasta salames y quesos. Una mujer mayor sin puesto caminaba y ofrecía sus llaveros con forma de pañuelo por 2.500 pesos a todo aquel que se le cruzaba. Cada tanto también se echaba una cuclilla difícil de mantener para enseñar su mercadería a quienes estaban sentados. La jubilación no permite perder oportunidades de venta. 

Paula Fernandez es otra de las despedidas del Centro. Trabajó allí 15 años, desde que se creó el espacio. Cuenta que el viernes 26 de diciembre comenzaron a llegar los telegramas para sus compañeros. Aunque todavía no llegó el suyo, lo espera, porque sabe que los trabajadores de contratación bajo la denominación llamada en la jerga interna ACARA fueron todos despedidos. De una plantilla de 79 personas, en el Conti quedaron alrededor de 30. También, fue de las que no adhirió al extorsivo retiro voluntario; planeaba trabajar allí toda su vida.

 

—Gracias al Conti soy orgullosamente estatal. No lo cambio por nada- dice.

 

Entre la multitud, de repente, se hizo una gran ronda, impensada de lograr por el poco espacio que había. Es que el grupo circense de más de 20 personas que hizo su sorpresiva aparición para compartir un pequeño show en medio de toda la comunidad. Los payasos, malabaristas y bailarines hicieron sus gracias al son de un clarinete y una trompeta. Colmados de ovaciones al final, dieron el grito por los 30 mil desaparecidos presentes, junto a la respuesta y los puños en alto del público, con la misma fuerza de los aplausos del cierre. ¿Cómo es que dentro de la diversión y el disfrute se encuentra una causa tan potente? Los trabajadores del Conti lo saben muy bien: la cultura no está exenta de la memoria. O mejor dicho, la memoria está en la cultura. Que el Conti esté dentro de uno de los centros de detención y tortura clandestinos más grandes de latinoamérica es la manera de combatir el olvido de nuestra historia, porque un pueblo sin memoria está condenado a repetirla.

Es por eso que el predio de la ex-Esma estaba enteramente saturado. El bar de la agrupación H.I.J.O.S estaba repleto de personas riendo bajo los farolitos colgados en los árboles; los niños aprovechaban el extenso estacionamiento frente a la Secretaría de Derechos Humanos para unos pases largos con la pelota o para darse enviones eternos en el monopatín. “Papá, ¿qué hace el señor con esas fotos?”, preguntaba un curioso sobre el cartel de Néstor bajando el cuadro de Videla del Colegio Militar. Marina y Gustavo también vinieron con su hijita de 6 años: «Ella sabe, hace preguntas y le contamos para que entienda. La otra vez quiso saber qué es un desaparecido. Nosotros vamos todos los 24 de marzo, el jardín público también cuenta sobre este momento a su manera. El tema está presente y ella hace preguntas porque quiere saber». 

Finalmente, llegó la noche. Los organizadores comenzaron a repartir vasos de plástico y velas para hacer pequeñas antorchas mientras Tati Almeida tomaba el micrófono. El enojo se le sentía en la voz, lista para un “mano a mano” con Milei y Villarruel: «Yo quisiera preguntarles en la cara si están de acuerdo con sus amigos genocidas de haber tirado al río a tantos hijos nuestros en ese avión que recuperamos», mientras señalaba al Skyvan PA-51 en medio del predio, utilizado para los vuelos de la muerte. Pero el odio del gobierno no terminó por cegarla: “Las velas son para alumbrar el camino que vamos a continuar”.

La noche avanzaba igual que la lista de quienes tomaban el micrófono y las tablas para mostrar su apoyo y compromiso contra el cierre del Conti, y contra todo el intento de barrer la memoria de un pueblo entero. Desde Liliana Herrero hasta la Asociación Mocha Celis, desde el folcklore convocante hasta la cumbia conquistante, el mensaje fue el mismo: los desaparecidos están presentes y depende de nuestra lucha mantener vivo su recuerdo. Como dijo Nana Gónzalez, trabajadora del Centro y delegada de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), «Seguiremos convocando». Porque una vez que el fuego de la memoria arde, es muy difícil apagarlo.

Orgullo y rebeldía

Orgullo y rebeldía

En un mismo acto, los trabajadores del Garrahan homenajearon a sus compañeros que realizaron el primer transplante en asistolía a un niño en Latinoamérica y reclamaron contra el desfinanciamiento de salud y la precarización laboral que lleva adelante el gobierno de Milei.

La comunidad del Hospital Garrahan realizó un acto en homenaje a los trabajadores y trabajadoras que hicieron posible el primer trasplante de hígado pediátrico de un donante en asistolia en Latinoamérica. El acto se desplegó en el marco de un paro y jornada de lucha para reclamar salarios mínimos equivalentes a una canasta básica familiar, recomposición salarial del 100%, mejoras en las condiciones de trabajo, y rechazar tanto el recorte del presupuesto 2025 del 20% para el hospital como el impuesto al salario de la cuarta categoría. “Queremos seguir construyendo salud como derecho universal accesible para todos, de calidad y mejorar cada día. Sin salarios ni condiciones dignas del equipo de salud, no hay Garrahan. Prodigios como este trasplante que hoy festejamos están en riesgo por las decisiones que están tomando”, manifestó Norma Lezana, secretaria general de la Asociación de Profesionales y Técnicos (APT) del Garrahan.

Participaron de la convocatoria la APT del hospital, Autoconvocados del Garrahan, ATE, médicos, enfermeros, técnicos, administrativos, trabajadoras sociales, maestras jardineras, instrumentistas, camilleros, choferes, entre otros trabajadores que conforman el equipo de salud de la institución pediátrica. Además, se sumaron en solidaridad los jubilados del Plenario de Trabajadores Jubilados y de las asambleas barriales San Cristóbal, Monserrat y Constitución, artistas que imprimían en serigrafía, músicos tocando en vivo, la Asociación Gremial Docente y el diputado Gabriel Solano.

La canción “Cerca de la Revolución” de Charly García dio la bienvenida a los trabajadores que se fueron amontonando en la entrada del hospital. La banda de músicos Somos Puré tenía como telón de fondo una bandera con la consigna: “Salud en Lucha. Salud pública y de calidad para las infancias”. Charlas animadas sobre residencias y el día a día en el hospital iban y venían entre los trabajadores que almorzaban y disfrutaban de la música.

Lezana leyó la carta de los trabajadores del equipo de salud dirigida al ausente ministro de Salud Mario Lugones, a los diputados y a los senadores de las comisiones de Salud que fueron invitados al acto. Allí contaron cómo fue posible este hito: el trasplante requirió de la participación de más de 50 personas que incluyó cirujanos, percusionistas médicos, enfermeros especializados, intensivistas, instrumentadores, camilleros, choferes y coordinadores del hospital donante. Además de las horas de trabajo e investigación científica, se realizaron entrenamientos y capacitaciones en el exterior. Esta técnica “permite utilizar órganos de donantes que no sean exclusivamente por muerte encefálica, sino ahora también por paro cardiorespiratorio”. Lezana explicó: “La continuidad de ese avance es que se van a hacer más trasplantes para chicos que hoy no tendrían la posibilidad de sobrevida”.

El repertorio siguió con “Raros peinados nuevos” y “Nos siguen pegando abajo”. Los ambos verdes, azules, amarillos y combinados se mezclaban con los delantales blancos e impolutos de los médicos y el cuadrillé de las maestras jardineras. En pintura roja y sobre el lienzo blanco de su guardapolvo, una médica tiene en su espalda escrito “Salud pública”. Otra trabajadora, lleva en su uniforme intervenido con pintura negra todavía fresca: “El Garrahan no se toca”. Una jubilada tiene colgado el cartel “Jubilados con el Garrahan. Uniendo todas las luchas”. 

Pese al logro reconocido por el mismo Ministerio de Salud, el borrador del presupuesto para el 2025 incluye un 20% de ajuste al hospital. A tres semanas de terminar el año, los funcionarios del gobierno de Javier Milei y el Consejo de la Administración continúan desoyendo las demandas salariales que producen una fuga de los profesionales a otros centros de salud por los bajos salarios. Los puestos no son reemplazados por nuevos trabajadores y ponen en riesgo la continuidad del hospital. Se le suman la reducción de las vacantes del jardín que imposibilita a la simultaneidad de trabajar y maternar, y la amenaza permanente del gobierno que baraja privatizar el hospital volviéndolo inaccesible para niños y niñas de bajos recursos. “Esta lucha que estamos dando también es porque están en riesgo los derechos que tienen los niños, las niñas y las adolescencias de este país con la política criminal que estamos sufriendo”, manifestó Alejandro Lipcovich, Secretario General de la Junta Interna de ATE.

«La vida de nuestros pacientes no cabe en columnas de Excel”, dijo Lezama.

A un año del comienzo de gobierno de Javier Milei, el delegado adjunto de ATE y auxiliar de farmacia del Garrahan Gerardo Oroz, describe su política en salud como destructiva y criminal: “Mientras nosotros reclamamos aumentos de salarios, a 80 metros de acá querían cerrar el Hospital Bonaparte. En el Posadas hay despidos. En el Garrahan la gente se va porque los salarios son malos y no los reemplazan. Todo lo que no es un negocio para este gobierno, es algo marginal que se tiene que excluir y solo sirve la salud pensada para ellos en términos de negocio”. En sintonía con Oroz, Lezana expresa: “No somos números. La vida de nuestros pacientes no cabe en columnas de Excel”. El recorte del 96% a medicamentos y test de VIH, el aumento de aranceles en el Hospital Roffo que deja sin tratamiento oncológico a pacientes que no puedan pagarlo y la quita de remedios a jubilados que ganen más de 398 mil pesos, pintan una escena sombría para el futuro de la salud pública.

“Yo les propongo algo, un acto de rebeldía”, dijo Lezana durante el acto. Con la voz entrecortada, temblorosa por la emoción, entre aplausos y silbidos de apoyo, recitó el poema de Walt Whitman: “No te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el derecho de expresarte, que es casi un deber. No abandones tus ansias de hacer de tu vida algo extraordinario”. La Licenciada finalizó diciendo: “Pongámonos de pie compañeros. Pongámonos arriba de los bancos. Pongámonos arriba de lo que sea. El Garrahan está de pie. El Garrahan está en lucha, no nos van a vencer”. Uno a uno, médicos, enfermeros y técnicos se elevaron sobre los asientos. Algunos ayudaban a otros a subir. Otros cantaban “Llamen al peluca de Milei para que vea que este equipo no cambia de idea, pelea y pelea por el hospital”.

Durante el 2024, los trabajadores del Hospital del Garrahan marcharon, hicieron RCP frente a la casa Rosada, movilizaron al estadio de River, al Obelisco y, además, salvaron vidas.