Trincheras contra el hambre

Trincheras contra el hambre

Hay 6 millones de niños en situación de pobreza y 2 millones bajo la línea de indigencia, mientras el Ministerio de Capital Humano de Sandra Pettovello esconde alimentos hasta que se pudran. Crónica de una recorrida por los comedores del conurbano bonaerense.

No hace frío ni calor, pero en Santa Rosa, un barrio de Florencio Varela poblado de calles de tierra, la gente anda en ojotas. A veces ojotas y medias. Es viernes por la tarde y en una casa cerca de la escuela primaria, la familia de Norma prende fuego en el patio descubierto.

Desde hace tres meses, ahí funciona un merendero para ochenta pibes. “Hay necesidad en el barrio. Yo iba al kiosko y veía que los chicos pedían pan viejo, algo para comer”, cuenta Norma con la voz tomada. Cuando se abrió la posibilidad de crear un nuevo merendero desde el Movimiento Kultural, organización de la que participa, no dudó. Las siete personas que se ponen al hombro la merienda de los chicos una vez por semana, empiezan a preparar la masa de las tortas fritas a las 14 y más cerca de las 16 preparan la leche. “Amasamos cinco kilos de harina y ocho de leche. Imagináte, me recansan los brazos”, se ríe Norma con ojos agotados.

Se fija en la hora con impaciencia y toma mates con nerviosismo: está esperando que sean las 16.30 y que en un rato salgan los chicos de la escuela. No llueve, así que pudo prender el fuego para cocinar. Cuando llega la hora, despeja la mesa. El patio de Norma no es tan grande como para que los chicos pasen a tomar algo, así que su marido agarra la tabla de la mesa y Luis, con sus solidarios 20 años, la base. La mesa, con la comida, sale a la vereda, para compartirse.

Cabizbaja, con un buzo gris dos talles más grande, shorts deportivos finos y ojotas con medias, llega una chica de 17 años. Se lleva leche para los dos bebés que tiene en su casa y una bolsa con panificados. Tiene las rodillas huesudas al descubierto y la mirada de alguien a la que le han arrebatado más que el derecho a la comida. Le falta el brillo de quienes sueñan o incluso pueden imaginar una pequeña rebeldía. Los hombros se le caen por el peso de los estigmas: si pide es “negra”, si reclama se le suma “piquetera”.

Las personas que superan los 18 no suelen acercarse a pedir. Miran con recelo, a veces también con deseo, pero siguen de largo. Acompañan a sus hermanos más pequeños, pero se mantienen a una distancia. “Te da la cosa cuando sos grande, vergüenza. Yo te digo porque a mí también me pasaba. Es el orgullo de querer arreglarte solo. Cuando sos chico no lo tenés”, explica Luis. Una veinteañera manda a su hermana de 10 años a pedir. Los ojos de la nena dan con la altura de la mesa. Con el mentón hacia arriba, observa cómo Norma pone la leche en una botella y la boca se le abre. Incluso a la distancia, se nota que ya se imagina tomándola. La ensoñación se rompe cuando desde enfrente la hermana, que se siente demasiado mirada, la apura. En su casa son cuatro hermanos y hay que compartir.

Luis no deja de mirar hacia la calle que lleva a un barrio que está “más al fondo”, Las Palomas. Por esas calles, espera que venga El Gruñón, un chico de 7 años que desde que lo conoce tiene el ceño fruncido, una mirada turbia y una sonrisa que nunca asoma. El Gruñón todavía no sabe por qué, pero en menos de una década de vida está resentido con la sociedad que lo expulsa.

Sus nombres podrían ser cualquiera, son sólo algunos de los seis millones de chicos en situación de pobreza o de los dos millones bajo la línea de indigencia. Para el Ministerio de Capital Humano ellos ni sus necesidades importan. El Estado nacional no entrega ninguna mercadería: la deja pudrirse en galpones. De los 44 mil comedores y merenderos inscriptos en el Registro Nacional de Comedores (RENACOM), la ministra Sandra Pettovello sólo reconoce a 9 mil.

La Provincia de Buenos Aires trata de salvar la situación: a los merenderos les da harina, azúcar y artículos de limpieza y a las ollas populares, además conservas y alimentos secos. Según la medición de UNICEF hasta febrero, el 66% de las infancias de Argentina son pobres o están bajo el nivel de indigencia. En Bosques, otro barrio del distrito del conurbano sur, todos los jueves a la nochecita, Argentina Humana prepara una olla popular para setenta personas.

En julio el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), parte de Argentina Humana, lanzó una colecta para seguir manteniendo estos espacios de lucha contra el hambre en los barrios. “Lo que se obtiene en las colectas para la red de comedores y merenderos de Argentina Humana se destina para las secciones más desfavorecidas. Separamos al país en tres secciones. Jujuy y las provincias del norte son de la primera, porque allá no tienen ninguna ayuda provincial. Acá, con lo que aporta la provincia y lo que consiguen los compañeros, la olla se hace igual. No alcanza y hay que hacer malabares, sí, pero se hace igual”, explica El Gringo. Mientras tanto, los chicos del barrio y los hijos de las familias que van a la olla juegan con aros y platos de circo. Esta vez, el galpón donde funciona la olla, abre un sábado a la tarde para que, por un momento, los pibes sean sólo pibes.

Estela, una docente que ayuda en Bosques desde que empezó hace dos meses, recorre el salón ofreciendo leche chocolatada y hablando con las mamás de los chicos: cada momento es una oportunidad para armar un lazo con los vecinos. “Para algunos la olla es la única comida caliente del día.Yo ya viví esto en los noventa. Lo social es es una lucha eterna. Hay que construir lo político para que algo cambie. La olla es una herramienta política. No es para siempre. Esto es una organización política, si no ¿qué somos? La iglesia. No, nosotros no hacemos caridad”, determina. En la vereda de enfrente funciona una iglesia evangelista con un banner que todavía brilla como nuevo. La lona reza “Jesús es el camino” y acompaña con la foto de un águila y un león.

En el plano de la vida concreta, los leones con dientes ensangrentados acusan a quienes trabajan en los barrios de “gestores de la pobreza”. Sin embargo, Aníbal, un cartonero varelense organizado en la Federación de Cartoneros, Cartoneros y Recicladores (FACCyR), tiene, como su compañera, una visión totalmente opuesta. “Yo no quiero que mis compañeros sean cartoneros toda la vida. Yo quiero que aprendan un oficio, que tengan un laburo digno. Vos después de laburar tenés que tener condiciones para desarrollarte, no sólo comer, también poder vivir en tu propia casa, hacer tu vida. El trabajo y la formación son claves”, clama con vehemencia.

Cuando tenía 11 años, en otro neoliberalismo, murió su papá y tuvo que salir a la calle a ganarse el mango y hacerse de un oficio. Después de un tiempo, armó una cooperativa de herrería para que gente como él pueda formarse y vender su trabajo. “Tenés que asegurar tu sustento, eso es lo primero, después ves si querés militar o hacer otras cosas”, sintetiza con la firme dureza de años de buscar cartón bajo el sol picante y la humedad de la noche. En su voz, firme, se cristaliza el deseo de que la dignidad se haga costumbre: que los pibes que juegan con los aros puedan soñarse en un futuro mejor y que la política lo posibilite con transparencia y garantía. En sus ojos está la convicción de que a nadie más le roben, como a él, el derecho a una infancia con comida, risas y juegos.

No es cualquier verdura

No es cualquier verdura

Vecinos de San Cristóbal y Parque Patricios se manifestaron para evitar el desalojo de la huerta barrial que funciona dentro del Parque Vuelta de Obligado, alimenta a comedores populares y recibe a escuelas de la zona para educar en el cuidado ambiental.

Vecinos autoconvocados se manifestaron en el semáforo de la Avenida Juan de Garay y Pichincha, con carteles que informaban el aviso de desalojo de la “Huerta Garay”, el martes 17 de septiembre a las 16, con un abrazo para resistir a la amenaza. Quienes llevan adelante la huerta fueron notificados del inminente desalojo tras la demolición de la canchita de fútbol vecina. El Gobierno de la Ciudad les dio dos días para desarmar el lugar, luego de negociaciones lograron que fueran cinco.

A unos cincuenta metros, Nélida Santamaría, gestora de la huerta situada en Garay 2206, se planta firme en la entrada. Por ese dintel ha cruzado durante treinta años: primero para aprender a sembrar la tierra, luego para enseñar a otros a cultivarla y cosechar sus frutos.

Nelly, con cara de anfitriona de un evento al que nunca hubiera querido asistir, ve pasar a la gente. Saluda. Quiere estar atenta a lo que sucede en todas partes. Afuera, entre los bocinazos, los vecinos juntan firmas para impedir el desalojo de la huerta. Adentro, un funcionario del Gobierno de la Ciudad pasea entre las plantas que ella cuida.

Nelly está dispuesta a conversar. Toma del brazo a la cronista como a un familiar. Enreda su codo como lo hacen las señoras grandes con sus amistades. Frente a las preguntas, titubea, aprieta el brazo más fuerte y pide ir más lento. Se encuentra un poco nerviosa, dice que está ahí, mostrando la huerta, pero su mente piensa en lo que está pasando allá.

Tras unos minutos de calma, Nelly empieza a esbozar unas palabras: que ellos a todo esto lo hicieron siempre de corazón. Que nunca recibieron subvención del Estado. Que jamás tuvieron problemas con un gobierno. Que ahora tienen que andar presentando papeles y papeles cuando ellos no joden a nadie.

Relata los orígenes de la huerta y se remonta a treinta años. Surgió sobre un terreno que antes ocupaba la Policía Federal. Cuando se fueron, dejaron montículos de basura. Con la ayuda de los vecinos, se limpió y transformó el terreno, donde poco a poco brotó una huerta humilde, sostenida por tarimas. En esos tiempos eran muchas manos para colaborar y organizarse. Con ventas de chorizos lograron recaudar fondos para alambrar el predio, «para que los choclos no quedaran desparramados por cualquier lado», ríe Nelly.

Los frutos de la huerta tienen destinos tales como comedores comunitarios, y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Además, aportan a la educación ambiental de vecinos y reciben la visita educativa de decenas de colegios. Niños de diferentes edades disfrutan un tipo de experiencia verde, de esas que escasean en la ciudad.

“Los chicos se van chochísimos”, dice Nelly. “Caminan entre las hileras de plantas, huelen las hojitas de romero, tomillo, menta. Después se sientan a tomar la merienda, en una mesa larga que tenemos. Yo les pongo bandejas con tierra, plantitas y vasos que funcionan como macetas. Entonces ellos arman todo y se llevan a sus casas una pequeña maceta, sembrada con sus propias manos».

 

Casi todos los colegios de la zona visitaron la huerta. Hizo falta organizar fechas y horarios para que no se acumularan muchos turnos. Han llegado a asistir grupos de setenta niños, según cuenta Héctor, otro de los vecinos que colaboran en la huerta. Pertenece al grupo de los viernes. Entre las tareas está el riego, combatir a las hormigas “te descuidás un poco y te quedaste sin verduras”, dice. Destaca el liderazgo de Nelly, su entrega absoluta por el proyecto. «Hay que saber conducir lugares así», afirma.

Él es uno de los que conversó con el funcionario del Gobierno de la Ciudad. Ante la pregunta sobre ese encuentro, responde que están en plena negociación y en plan de resistencia. Que la idea de un espacio así debería ser ampliada, para que le llegue a más personas, no destruida. «Un lugar verde, en el medio de la ciudad, que no jode a nadie y que los chicos y los vecinos disfrutan. Casi no existen cosas así», concluye.

Intelectuales por la soberanía digital

Intelectuales por la soberanía digital

Medio centenar de intelectuales firmaron una carta que denuncia presiones de asociaciones tecnológicas en la disputa entre la Corte brasileña y la red social X.

Hace tres semanas un fallo del  Supremo Tribunal Federal  de Brasil determinó la suspensión de la red social de Elon Musk, X, por no respetar las normativas de ese país. La decisión de la Corte se debió a su negativa a elegir un representante legal local. Si bien el bloqueo de momento se levantó debido al pago de una multa, aún perdura la polémica entre quienes denuncian una violación a la libertad de expresión mientras otros lo celebran como un avance gigante en la autodeterminación de las naciones ante la avanzada de las corporaciones digitales trasnacionales. En razón de la presión ejercida por las grandes empresas tecnológicas a la justicia brasileña, un diverso grupo de académicos, activistas e intelectuales publicó este martes una carta abierta en la que expresan su preocupación por la soberanía digital de Brasil.

La carta abierta denuncia que X y su director, Elon Musk, se han organizado con otras compañías para socavar la autodeterminación tecnológica de Brasil, enviando un mensaje a cualquier país que busque liberarse de la dominación de estos grupos tecnológicos. Estas acciones son un ejemplo de un propósito mayor por “restringir la capacidad de las naciones soberanas para definir una agenda de desarrollo digital libre del control de las megacorporaciones con sede en EE.UU.”, denuncian los firmantes de la carta entre los que se encuentran intelectuales y políticos como Thomas Piketty, Yanis Varoufakis, Daron Acemoglu, Mariana Mazzucato, Shoshana Zuboff, Evgeny Morozov, entre otros. Los especialistas aseguran que “el caso brasileño se ha convertido en el frente central del creciente conflicto global entre las grandes corporaciones tecnológicas y aquellos que buscan construir un panorama digital democrático y centrado en las personas, con foco en el desarrollo social y económico”.

“El problema central es que el poder que han construido las [empresas] big tech al concentrar los flujos de información, cultura y comunicaciones personales de la sociedad contemporánea y al almacenar datos personales de todo el mundo, carece de mediaciones y controles democráticos”, explica Martín Becerra, investigador del Conicet y uno de los cientos de académicos que firmaron esta carta. “Las decisiones de un puñado de grandes conglomerados tecnológicos afectan la vida, la producción, las relaciones entre personas, sin que el fundamento de esas decisiones pueda ser conocido ni revisado por los miles de millones de habitantes comprendidos en ella”, agrega el especialista que junto a la economista Sofía Scaserra o el investigador Juan Martín Graña, es uno de los argentinos al pie del documento.

Los especialistas sostienen que las empresas big tech no solo controlan el mundo digital sino que también operan contra la habilidad del sector público de crear una agenda digital basada en valores y necesidades locales. “Las decisiones de los grandes conglomerados tecnológicos afectan la soberanía de las personas y de los países en tres niveles: lesionan la libertad de expresión, erigiéndose en árbitros de lo decible y de lo que es o no amplificado socialmente; vulneran la privacidad y los datos personales; y abusan de su posición dominante distorsionando la economía y la producción”, detalla Becerra.

“Este es un momento crucial, el reclamo por la soberanía digital y por el control de nuestra esfera digital pública no puede esperar”, dice la carta, a modo de cierre. Lo cierto es que el gobierno brasileño ha demostrado firmeza a la hora de implementar su propia agenda digital ajena a los intereses de estas empresas tecnológicas, mientras que estos constantes ataques por parte de Elon Musk demuestran que aún hay un amplio camino por recorrer en relación a la soberanía de las naciones en el campo de la tecnología de las comunicaciones.

“Sin apoyo del Estado no hubiera existido Hollywood”

“Sin apoyo del Estado no hubiera existido Hollywood”

El cine como fantasma que habla del presente, la importancia de la ficción y del documental para contar la historia de una comunidad, la necesidad de un cine nacional como parte de la construcción de nuestra identidad, son algunos de los aspectos que destacan en la prolífica obra de la ensayista y cineasta Florencia Eva González.

“El cine siempre forma, en términos de cómo relacionarse, pensar, mirar al otro, entablar una conversación. Uno tamiza hasta sus sentimientos en ese espejo que te devuelve el cine, es muy pregnante y potente”, afirma la investigadora, realizadora y docente Florencia Eva González.

Licenciada en Comunicación, Magister en Estéticas Latinoamericanas Contemporáneas, escritora, docente de la UBA y del Espacio Cultural de la Biblioteca del Congreso –donde dicta cursos de historia del cine argentino y programa ciclos y festivales–, González cruza en sus reflexiones el cine, el arte y la filosofía.

Autora de Desajustes. Sobre arte y política en Argentina, Cine y Muro de Berlín, y Encovichadxs. Reflexiones sobre la crisis viral, González recibe a ANCCOM en su espacio de trabajo, se sienta y apoya en la mesa blanca su libro Fantasmal: inventario crítico del cine argentino de 1897 a la actualidad, una obra que no tuvo la oportunidad de presentar formalmente porque la pandemia suspendió el mundo y su estreno. En una hora y media tiene que bajar al auditorio del espacio Cultural de la Biblioteca del Congreso para dar inicio a una proyección.

González planta la bandera de no pasar tanto cine yanqui, primero porque prefiere la variedad y segundo porque prefiere un cine donde uno pueda ver algo de sí. Hay algo de la forma en catalogar a nuestro cine que no le gusta: “Cuando se dividen los géneros aparece: suspenso, ciencia ficción y cine argentino. Y no está bien, es ridículo, porque el cine argentino tiene todos esos elementos y es vastísimo”.

¿Por qué Fantasmal?

Tiene que ver con un método de análisis que tomé del historiador de arte Didi Huberman, que toma la tradición de la filosofía del arte francesa y a los alemanes Aby Warburg y Walter Benjamin. Huberman abre la historia del arte hacia otras disciplinas y toca el cine como una teoría de la imagen, y lo que hace es ver cómo se puede rastrear la historia a partir de una imagen y habla de la imagen en movimiento, es decir del cine. Por un lado, está la idea de que la historia es traer un pasado al presente y que ese pasado habla del presente. Por otro, hay muchos pasados para traer, la historia no es una sola, tiene paredes que se atraviesan. El fantasma atraviesa esas paredes, está contándonos sobre el tiempo, porque no vive ni muere, está ahí y en algún momento surge. Ahora bien, el cine es un lugar fantasmal porque suspende la conciencia y existe a la vez. La otra idea que Didi Huberman toma de Warburg es que en nuestra vida vamos sumando imágenes en algún lugar que no las recordamos todo el tiempo, pero están como un fantasma. Hay algo de las formas del pasado que se van repitiendo en el presente y en el futuro, algo de las imágenes que vuelven, de lo reprimido que vuelve. Y es muy aplicable al cine, sobre todo por una teoría de la imagen.

¿Serían como imágenes residuales?

Hay un residuo que queda, estamos habitados por millones de imágenes todo el tiempo, sobre todo virtuales, y en algún momento sabemos que eso lo vimos. A veces miro un fotograma o haciendo zapping de una película te das cuenta que la viste, uno tiene un reservorio fantasmal en su cabeza. Y en el cine se hace eso, tiene un nivel inconsciente donde se repite sin saber bien de dónde lo sacaste para repetirlo. Entonces, “fantasmal” me parecía que, aún en su respiración psicoanalítica, iba bien para hablar del cine y de la historia de la imagen y del cine argentino, que también sucede empíricamente, porque cuando te acordás de esa imagen, recordás una película, los actores, el momento en que la fuiste a ver, con quién, dónde. Hay un marco que se va armando y que forma parte de tu vida, y dialoga con tu historia y que te va formando. El cine nos devuelve muchas de esas construcciones, y eso también es fantasmal, porque no se aloja en un lugar fijo.

¿Cómo fue el proyecto?

Fue un proyecto ambicioso. Nació leyendo La Imagen-movimiento, y La Imagen- tiempo de Deleuze, él hace una teoría en la que habla de del cine europeo para dar ejemplos, sobre todo el francés que es el cine que él conoce. Entonces traté de trasladar alguna de esas categorías a nuestro cine, como una forma de volver a hablarnos también y de valorizar el cine argentino, y después encontré a Didi Huberman, que me pareció más pertinente. La intención era hablar del cine argentino tamizado por una teoría, y para dar clases ponía los ejemplos europeos, los que daba él, y está bien, pero dije “hay que rastrear en lo nuestro”. Luego, sobre una hipótesis general, que sí puede cruzar cualquier cosa para mí es Foucault en el sentido en el que cada obra habla de su tiempo, y dije: “¿Cómo trazar una historia del cine, atravesada por lo político, por lo simbólico, por lo social?”. Así nació.

¿Cuánto tardaste en hacerlo?

De escritura dos o tres años, ya tenía cosas pensadas, pero además ir viendo las películas, y algunas –eso también tiene que ver con nuestra historia–, no están para ver en ningún lado, y entonces me tuve que acordar, y otras las volví a ver, pero no es fácil ver cine argentino.

¿Por qué?

Porque no está accesible, hay muchas joyas que no se pueden ver, y no es fácil ver si no tienen una calidad aceptable. Hay canales como Volver que tiene un gran acervo del cine argentino, y se ven bien cuando las ves en televisión, pero para hacer una proyección más importante, no es suficiente. Por ejemplo, Torre Nilsson está en YouTube, pero no se escucha, y es un eslabón fundamental. Otro ejemplo es Rodolfo Kuhn, uno de los mejores directores de los 60, que hizo Los jóvenes viejos y Los inconstantes, que no se ve nada. Además de todo lo que se ha perdido y quemado. Fueron algo nuestro y no están.

¿Por qué decís que el cine es un arte de Estado?

Es una frase de Lenin que se puede comprobar en todos los cines del mundo: sin apoyo del Estado no hubiera existido Hollywood. Pero en un principio es el Estado el que promueve, porque es la imagen de una Nación para el mundo, es un embajador de alto rango para todo un sistema económico y un muestrario de idiosincrasia increíble. Desde los actores, los lugares, la subjetividad que se va creando. Está mostrando una imagen del país y ese país tiene que ver con un Estado, o sea que motoriza un montón de instituciones, entonces es lógico que sea el Estado el que promueva ese cine, y fue así en todas las industrias del mundo en general. No hay un producto tan complejo como el cine que incluya tantas disciplinas, personas, saberes y tecnología que conlleva articular un montón de actividades. Sin el Estado no hubiese existido el cine, más allá de que alguien me puede decir que las primeras experiencias cinematográficas son privadas, pero para convertirlo en la maquinaria que se convirtió, hubo un Estado presente, y en Argentina con más razón.

¿Cómo es eso?

Porque las productoras no logran desarrollarse, salvo algunas, a tal punto que puedan hacer películas competitivas en el mundo, si no es el Estado el que está apuntalando ahí. También el caso de los documentales. El documental argentino es fundamental en su historia, tiene varios momentos, uno en los 60 y también en el 2001, donde el documental, urgente, político, que tenía que ver con todo lo que estaba pasando acá, venían de todos lados a filmar y esos documentales dieron vuelta al mundo. El documental es muy importante y no tiene un público asegurado como puede tener una película de Ricardo Darín, necesitás apuntalarlo y capaz que no va mucha gente a verlo, pero es necesario que exista, no puede guiarse solamente para que sea visto por un montón de personas, hay voces que tienen que ser escuchadas, y el documental es un ejemplo de eso, muchas veces por lo que cuenta, otras veces por cómo está contado, es un lugar de experimentación fantástico.

En tu libro sostenés que en los comienzos del cine argentino la ficción contribuyó al relato nacionalista y el documental encarnó el discurso positivista, ¿cómo funciona eso?

Los comienzos del cine argentino son más que promisorios, ni bien están los primeros cortos ya la Argentina tiene una cámara en esta tierra y comienza a ser un lugar muy dinámico, muy ávido de hacer imágenes y eso después promueve hacer películas de ficción y documental. Si bien algunas son experiencias individuales, hay un clima de época que tiene que ver con una clase dominante; esas experiencias cinematográficas están reflejando una posición de la clase dominante, la oligarquía argentina terrateniente, que tiene una posición muy clara que es verse culturalmente en Francia y económicamente en Inglaterra. Entonces, la ficción desarrolla un cierto nacionalismo que también tiene que construir, porque tiene que construir lazos de pertenencia dentro de las ficciones, como por ejemplo la película Revolución de Mayo, o El Fusilamiento de Dorrego, es decir los hechos fundacionales de la Argentina los cuentan como ficción para acentuar una historia en común, que tengan que ver con una nación. En cambio, los documentales son fuertemente positivistas, se muestra a la clase dominante como quiere ser vista: elegante, paseando por el Rosedal con sus próceres, como Bartolomé Mitre, con sus galeras bien vestidos, y hacen que no saludan a cámara, o el Desfile del Centenario como una aristocracia formada, ilustrada, afrancesada.

¿Y en qué fuimos precursores?

El cine argentino es precursor en la industria de la imagen erótica pornográfica. Hay investigaciones que apunto en el libro, que indican que la primera película erótica llamada El Sartorio, que viene del sátiro, es un corto pornográfico que tiene todos los elementos que va a tener el cine erótico o pornográfico durante 30 o 40 años. Otra investigación que me sorprendió fue cuando había tenido que hacer un documental sobre inmigrantes que habían dejado una huella, y surgió la figura del italiano Quirino Cristiani, que hizo una película animada muda y la primera película animada sonora antes que Walt Disney. Paradójicamente las dos películas tratan sobre Hipólito Yrigoyen, en una es bueno, El Apóstol, y en la otra es malo y corrupto, Peludópolis, que es un nombre extraordinario.

¿Qué quedó de eso?

Nada. Todo se quemó. El que rescató algo fue el nieto, que hizo reconstrucciones de los muñecos que se usaban, porque su forma de animación eran muñecos articulados con arandelas. De Cristiani quedó El Mono Relojero.

¿Fue un quiebre la Guerra de Malvinas para el cine?

Sí, claro. En los documentales y en la ficción. En el 84 se filmaron dos ficciones importantes. Está Los chicos de la guerra, a meses de haberse terminado la guerra que es una gran película. Tristísima, pero una gran película. Está filmada en Pergamino, en la provincia de Buenos Aires con el frío de nuestra llanura para hacer de Malvinas. La otra es la de Jorge Denti, Malvinas: historia de traiciones, que se filma en Londres. Esas dos películas hacen un quiebre porque hablan de nuestra historia reciente en un momento casi presente. Sobre todo, Los chicos de la guerra, porque son tres historias como si fuesen tres clases sociales y los tres vuelven destruidos. Fue un tema tabú las Malvinas, no se podía hablar y el cine habló de lo que estaba pasando. Todavía no había llegado la democracia, hubo un interregno entre que terminó la guerra hasta que asume Alfonsín, en que se empezaron a filmar historias de vuelta del exilio, como Los días de junio, donde Norman Briski, que fue un exiliado, hace de un exiliado que vuelve en ese tramo.

¿Tenemos que encontrar nuevas formas de hablarnos?

Estamos en un momento en el que no sabemos dónde estamos parados, entonces el cine por qué estaría en un lugar. Si tuvieras que contar una historia, ahora contaríamos que falta la plata, no sé cómo le daríamos vuelo, ya habrá ese momento. Pareciera que es ficción todas las cosas que se escuchan, las conferencias de prensa y demás. Y el vértigo lo sienten, estoy segura, aun los que comparten lo que está pasando. Es muy difícil crear en esa situación, pasar por arriba de una situación de tanta incertidumbre, hija de la incertidumbre mayor que fue la pandemia.

¿Por qué hay que celebrar al cine argentino?

Tiene una voz propia, la tienen algunos directores que trazan un estilo propio, como Favio, Solanas, Frenkel y muchos más, pero después atraviesa todos los géneros, con buenas y mejores, como todo cine, pero son formas novedosas de vernos de nuevo, entonces el cine tiene que estar ahí presente. La cinematografía es un arte dinámico, vivaz, es muy interpelante, con lo cual tu subjetividad se va entrelazando con lo que te propone la pantalla grande. Es indudable que hay una forma de decir, una forma de pensar que el cine interpreta claramente y luego vemos a nuestros actores con nuestros gestos, nuestras historias, nuestros lugares, nuestra vergüenza, lo no dicho. El cine ha trabajado mucho lo que no se podía decir y tiene que seguir existiendo para seguir pinchando en esos lugares que tienen que ver con una interpelación directa a nuestro ser, pero no por argentino, sino porque es lo que conocemos como latinoamericanos, como una forma de sentir este lugar en el mundo. Es como decir, existimos, ¡viva nosotros! Así que, por eso, ¡viva el cine argentino!

Punk, nac & pop

Punk, nac & pop

Un dúo del under porteño Fama y Guita  viene haciendo ruido, pogo, y música antihegemónica. ANCCOM estuvo en la más reciente presentación, en un sótano de Once donde funciona un comedor popular.

Sábado por la noche, Fama y Guita se presentan en Sala Milagro, un sótano –o un mundo subterráneo– escondido en el barrio de Once, a siete cuadras de Plaza Miserere. 

Afuera una llovizna molesta y la tormenta que no llega.

Debajo del centro barrial y social Independencia vive Sala Milagro, un espacio que produce lazos y resistencia. Cada semana hay una olla popular, se ofrecen cien raciones diarias y la sala permite el ingreso para subsistir.

Ricardo Ache, 73 años, argentino, poeta, músico, exmilitante peronista durante los setenta y sobreviviente de la cultura under de los ochenta, junto a la artista Mariposa Trash, 23 años, venezolana, activista cultural travesti, poeta y performer, integran el dúo performático Fama y Guita de expresión “Queer, punk, criollo”. Expresan ideas políticas con humor ácido y críticas antisistema.Lo conceptualizamos como punk criollo porque hacemos lo que sería punk argentino. Usamos sonidos de Argentina, hablamos de cosas que suceden en este territorio”, expresa Mari, alias Mariposa Trash. 

Con media década de distancia esta dupla intergeneracional logra posicionarse en la escena artística porteña. En la actualidad, representa la contracultura en el público joven del underground, abre un espacio para participar y expresarse sin juzgar, yendo en contra de lo “aesthetic” o “hegemónico” del sistema. Ellos lo definen como una fiesta o carnaval contracultural para hablar de política con diversión. Las canciones que interpretan son de autoría propia, varían de género y temática: techno anticapitalista, tarantela, cuarteto, cumbia y rock and roll. 

 

–Fama y Guita es como una especie de engendro entre el pop de Miranda y los Sex Pistols que deviene en un carnaval –dice Mari–. Una fiesta en donde el público se anima a jugar, no solo poguear, sino bailar, soltarse y conocerse, en un contexto en el que cada vez es más difícil acercarse al otro. 

 

Se acerca la medianoche. El ambiente y el aire del lugar se transforman con el paso del tiempo. El espacio se alborota de espectadores y diferentes artistas. Diversas voces indistintas se mezclan con la música de fondo. Aparecen personajes típicos de la noche. Los ojos se desvían por apreciar cada rincón, cada esquina de la sala, cada empapelado. Resaltan los viejos tesoros de la cultura musical argentina, en especial se destaca la veneración a Charly Garcia. Las luces se tornan cálidas en un entorno templado –amigable–. La música comienza a sonar, el show inicia. El público se regocija. 

Cinco años antes de este delirio y carnaval Mari y Rick se interpelaron en una jam de poesía. Por eso, el origen del dúo se entrelaza con el mundo de la poesía para luego ir transmutando por diferentes áreas del mundo artístico –teatro, cine, radio– hasta acontecer en Fama y Guita. 

Cinco años más tarde, marzo del 2024, lanzan su segundo disco La gran estafa del rock nacional, basado en la película de los Sex Pistols La gran estafa del Rock and roll. La tapa es una copia de la portada del álbum de los Beatles Sgt. Pepper ‘s Lonely Hearts Club Band. “Es la tapa más copiada de la historia”, acota Mari que señala que se trata de un disco conceptual que tiene una mirada del rock como una fotocopia de la fotocopia.

 

–El punk no es un género musical, es una actitud, es rompedor –expresa Rick.

 

Luego de dos temas, el público toma confianza y valor, se une y  los pasos de baile se desatan al ritmo de la zumba y la tarantella. El sentimiento colectivo recorre el espacio al compás del trencito. Pelucas y peinados que se sacuden, rulos que saltan –como espirales– siguiendo el ritmo. Manos y pies se revolean al grito de “Chica, chico Rock and Roll”. Y aparece un ciclo interminable de sorpresas que, en definitiva, parece que es lo que los trajo acá, mientras por el fondo, resuena el quejido de una armónica.

 

–Algo destacable de Fama y Guita es que es un espectáculo de guerrilla, de trinchera, de resistencia, con lo que podemos y tenemos en el lugar armamos la fiesta. Por eso nos sentimos más animadores de fiesta que artistas serios –explica Rick, con orgullo.

 

–Yo creo que hay una necesidad de romper la barrera de la vergüenza, la gente se identifica con el bailarín y entiende lo que tiene que hacer, cómo soltarse –exclama Mrkpuff, artista performática que acompaña la escena, baila y forma parte del proceso de producción.

En un contexto actual de violencia y silenciamiento hacia la cultura argentina, se les torna difícil poder subsistir como artistas emergentes. “Los artistas mainstream hacen un despliegue audiovisual que está bueno, pero ves al artista chiquitito y el sonido no se diferencia tanto al del under. El show no representa el precio que cobran. De repente, voy a un recital del under y todo es más real. Me parece que la distinción de clase social en el arte se nota. Hay una brecha salarial terrible, en el under hacemos el mismo trabajo que los artistas que ya están pegados”, explica Mari. 

 

–Lo que queremos es tener un salario digno, no ser Taylor Swift –exclama Mari, irónicamente.

 

 –Under no es lo mismo que contracultura –dirá Mari unos minutos antes de que comience el espectáculo–. Estamos acá porque no nos queda otra. Un lugar donde cae la gente, que no tiene otro lugar donde ser, estamos todos por una necesidad. 

 

–Una vez Fabiana Cantilo describió  al under como un escalón para saltar a otro lado –dijo Rick.

Al grito eufórico de Fama y Guita el público entusiasma. Pasos de baile -extrovertidos-  acaloran cada vez más el ambiente acompañados de palmas y chillidos. El discurso político pierde formalidad en cada estrofa y se llena de gracia, ironía y carcajadas.

El dúo de punk no pierde su tiempo, logra que las cosas sucedan. Se implanta una mirada social en la juventud desde un lado lúdico, desde la fiesta. No es necesario ser culturoso para poder generar impacto.

 

–La juventud tiene ideas muy buenas pero no sabe cómo llevarlas a cabo, cómo ser pequeños líderes. Porque los políticos están muertos, no estamos representados por nadie –dirá Rick–. Lamentablemente, el pelotudeo de twitter y demás hizo una juventud a la que se la castiga. Pero sobre todo le encajaron un celular a los siete años. Nos tenemos que hacer cargo de todo eso –explica Rick, lamentándose–.  Es preferible algo simple y original a andar escuchando discos y ver qué es lo que pega ahora. Buscar un poco una vanguardia suena algo culturoso, pero es ir un paso adelante del ritmo que hay que hacer. Dentro de uno hay un montón de ideas.

 

–¿Cuándo van a tocar de nuevo? ¿Ya tienen programadas otras fechas?

 

–Si, si –exclama Mari–. Vamos a estar el 22 de septiembre en La Plata junto a Chebrolet en Casa Unclan; el 28 de septiembre en Córdoba en “Un mundo Feliz”; 18 de octubre fiesta temática peronista por el Día de la Lealtad, vamos a romper un muñeco de Alberto Fernández y dar premios a los mejores vestidos peronistas; y el viernes 13 de diciembre en el salón Pueyrredón para festejar los cinco años de Fama y Guita.

Un pogo eufórico, empujones húmedos y adrenalina dan cierre a la presentación. Pasaron cosas debajo del centro barrial y social Independencia, Sala Milagro. Fiesta, delirio y carnaval. Por fuera el cielo garúa y el viento empuja una brisa húmeda que congela hasta los pómulos.