
«Sobreviví, pero siempre queda algo»
Sara Laura Abadi tenía 23 años y estudiaba Medicina cuando fue secuestrada y torturada en noviembre de 1977, durante la última dictadura cívico-militar. Este martes, con 71 años, esta pediatra declaró en la megacausa Mansión Seré IV y RIBA II sobre las torturas y abusos que padeció. También testimonió la hija del exconcejal radical Enrique Merino que estuvo secuestrado en la comisaría de Moreno.

“Diariamente yo sufrí torturas en todo el cuerpo y cuando no, escuchaba los gritos del resto. En ese lugar se sentía la angustia de las personas diseminadas en varias salas”, relató como parte del duro testimonio la sobreviviente Sara Laura Abadi. En una nueva audiencia por la megacausa que investiga los crímenes de lesa humanidad ejecutados en la Mansión Seré IV y el circuito represivo RIBA solo expusieron una sobreviviente y una testigo. Por estar abocado el tribunal también a la causa Campo de Mayo, la vigésimo sexta audiencia fue corta y concisa en comparación con otras previas de varias horas de duración y con al menos cuatro declaraciones.
“Yo fui víctima de la última dictadura militar, estuve en cautiverio en Mansión Seré”, fue lo que respondió Abadi a Manuel Castro, defensor de los represores acusados, exintegrantes de la Fuerza Aérea, José Juan Zyska y Ernesto Rafael Lynch. El doloroso testimonio de la sobreviviente estuvo signado por la narración de las torturas y violaciones físicas y psicológicas contra su persona, y por las secuelas posteriores que ella y su familia debieron afrontar. “Yo sobreviví. Pero siempre queda algo, nunca se olvida. La terapia ayuda, pero se mantiene el sufrimiento, y también el vivir sin poder decir muchas cosas. Aunque tuve una vida bastante íntegra y cumplí parte de mis objetivos de juventud, mi vida quedó atravesada”, relató Abadi, que actualmente tiene 71 años y es pediatra. Al momento del secuestro estudiaba Medicina, y declaró que los hechos vividos le hacen atravesar muchas prácticas de la profesión con dificultad y dolor, como la denuncia de abusos a las infancias.
“Nunca asumí que finalmente me habían dejado libre, en los días posteriores a la liberación solo pensaba en que me iban a recapturar. Era muy difícil vivir en Buenos Aires con ese miedo”, relató la testigo y ahondó en las dificultades del exilio de un año que se vio obligada a transitar en Brasil. “En la familia, mi secuestro impactó muchísimo. Mi padre, Jacobo Abadi, nunca lo pudo superar y hasta el día de su muerte estuvo pendiente del teléfono y los llamados. Con mi madre, Marta de Abadi, pudimos ir conversando los sucesos, al igual que con mi hijo, que cuando fue más grande logré abrirme y contarle algunos temas, para que sepa sobre la vida de su madre”, detalló.

En la madrugada del 23 de noviembre de 1977, en la casa que vivía con sus padres en Capital Federal, “golpearon a la puerta, se escucharon gritos y golpes, y en el domicilio entraron varias personas de civil con armas importantes. Yo dormía con mi hermana en una habitación, a la que entraron con mucha violencia. Me dijeron que me tenían que llevar, que me vistiera. Me sacaron de la casa con una venda y esposas. Luego me enteré que mis dos hermanos, Samuel Eduardo y Maria Victoria, y mis padres fueron encerrados en el baño. Nosotros somos judíos y en la casa había algunos elementos relacionados a la religión que destrozaron. A mí me tiraron en la parte de atrás de un auto y me aplastaron. Comenzó una recorrida en la que evidentemente iban buscando a más personas, siempre con mucha agresividad y gritos, cuando no encontraban a alguien se volvían locos”, relató Abadi.
“Llegamos a un último lugar que fue donde permanecí durante mi cautiverio. Bajamos del auto, era un lugar silencioso y tranquilo, parecía muy lejano a la ciudad. Subimos escaleras, atravesamos pasillos y en una sala me hicieron un interrogatorio inicial diciendo que tenía que colaborar con ellos. Luego, me piden que me desnude y me pasaron a otra habitación, en la que volvieron a interrogarme y maltratar. Me pusieron en una situación de indefensión, hay en ese momento una situación de abuso con lo que yo creo fue un objeto o cachiporra mientras me interrogaban. Hacían siempre alusión a mi condición de judía”, relató Abadi y la fiscalía en representación de Félix Crous, junto a la jueza Claudia Morgese Martín, ofrecieron a la sobreviviente iniciar una investigación respecto al hecho.
“Luego de la primera sesión de tortura y en un lugar donde había más personas cautivas, apareció un cura que, haciendo alusiones a Dios, nos dijo que debíamos colaborar y ayudar, que básicamente era decirles todo lo que supiéramos, que no tomáramos agua (para sobrevivir a la electricidad de la picana)”, relató la sobreviviente. “En los dias subsiguientes sufrí nuevamente tortura con picana eléctrica, maltrato y golpes –continuó–. Todo era con violencia y a los gritos, pidiendo información, amenazando. Hubo simulacros de muerte con pistolas en la sien diciéndonos ‘o declarás o morís’. Hasta que en la última semana disminuyó la tortura y hacia mitad de diciembre me liberaron. También a una chica más joven con la que había compartido la sala de cautiverio en planta baja”, recordó con angustia la sobreviviente.
Con el tiempo pudo conocer el motivo de su secuestro. “Figuraba mi nombre en la libreta de un muchacho que vivía en Liniers, Jorge “El Tano” Infantino, a quien habían secuestrado antes. A Jorge lo vi en la mansión, incluso en algún momento sirvió la comida que se repartía en ollas grandes”. Allí también reconoció a Gustavo Mensi, a quien conocía de su militancia secundaria, la cual ya no mantenía al momento del golpe de Estado: “No tenía conexión política ni contactos, aunque ellos me pedían nombres”.
La otra declaración de esta audiencia, fue la de Miriam Beatriz Merino, citada como testigo del secuestro en 1977 de su padre Enrique Merino. “Hace mucho tiempo de estos hechos y siempre he tratado de olvidar, ahora tampoco quiero recordar. A su vez, poco nos contaban en esa época y a mí no me interesaba demasiado”, se excusó la testigo en reiteradas oportunidades por no poder precisar preguntas del fiscal general de la causa, Crous.
Luego de un mes de secuestro Merino fue liberado. “Él estaba asustado pero mi mamá estaba contenta de que hubiera vuelto y de que no estuviera lastimado –prosiguió la testigo–. Durante su desaparición mi mamá se había enterado que estaba detenido en la comisaría de Moreno y le llevaba comida, pero no la dejaron verlo. Cuando regresó, nos contó que le habían dado las comidas. Nos relató, además, que eran varios los presos políticos aunque él había estado solo, en un cuartito oscuro y sucio con olor a orín, y luego junto a otras personas”. Su padre era radical, dijo, “y había sido concejal porque le gustaba la política y el debate”.
Sobre el momento del secuestro relató que se dio durante el almuerzo y que a la casa “entraron militares armados que esposaron a mi padre y se lo llevaron luego de revolver la vivienda. Recuerdo muchos gritos, un show de militares que rodeaban la casa y estaban por todas partes”, explicó la testigo, que tenía entre 19 y 20 años en aquella época.
Con estas dos declaraciones finalizó una nueva audiencia de este juicio inciado el 27 de agosto de 2024. Próximo a cumplirse un año de desarrollo, aún continúa en etapa testimonial, dando lugar a declaraciones nunca antes escuchadas y otras que vuelven a ser requeridas por los procesos judiciales. La próxima audiencia de este juicio será el 5 de agosto a las 9 de la mañana.