


Después de la tormenta, un temporal de solidaridad
Clubes, sociedades de fomento y parroquias se organizaron para recibir evacuados y donaciones en Zárate y Campana, una de las zonas más afectadas por el temporal de este fin de semana.

El norte del área metropolitana de Buenos Aires fue una de las zonas más afectadas por el temporal del último fin de semana. Principalmente, en Zárate y Campana llovió en menos de 48 horas lo que suele llover en todo un mes. Las inundaciones ocasionaron grandes pérdidas en áreas bajas y periféricas. Incluso hubo sitios donde el agua superó el metro y medio de altura y los vecinos debieron aguardar en los techos de sus casas para ser evacuados. Ante este escenario, clubes de barrio, sociedades de fomento, iglesias y parroquias se organizaron en solidaridad para funcionar como puntos de recepción de donaciones y centros para recibir evacuados.
“Si bien Zárate tuvo varios barrios anegados, donde más se inundó fue en la zona del barrio San Cayetano y La Lucila que queda sobre la Ruta N° 6, entre Campana y Zárate”, declara Bruno Eckert, vecino de la zona céntrica de Campana y agrega: “La Lucila prácticamente dejó de existir, todo ese lugar quedó tapado por el agua. De la misma manera, en San Cayetano, que es más grande y tiene más densidad de población que La Lucila, el temporal afectó a muchas familias”. Fernando Palau, vecino del Barrio Siderca ubicado en cerca del puerto de Campana, explica: “Otro lugar que se vio fuertemente damnificado fue el Barrio San Felipe, que queda sobre Panamericana y la Ruta N° 6. Yo estuve dando una mano ahí y el agua me llegaba hasta el pecho. Se vivió una situación muy angustiante porque la gente estaba atrapada en sus casas sin poder salir. Tengo amigos y conocidos que lo perdieron todo en la inundación”.
Eckert manifiesta: “El sábado estuve todo el día en el Club Plaza Italia de Campana donde recibimos donaciones de alimentos, vestimenta, productos de higiene, colchones y demás, para después clasificar y distribuir en diferentes lugares que reciben y alojan evacuados”. En esa misma línea, Palau comenta que no se quedó de brazos cruzados ante lo ocurrido: “Puse la camioneta a disposición para trasladar los damnificados, recolectar y repartir viandas, ropa y diferentes donaciones. Mientras tanto, en la “Peña del rojo” que es el lugar donde hacemos base, compañeros y compañeras se encargaron de cocinar, clasificar las donaciones y asistir a los vecinos que se acercaban en búsqueda de ayuda”.
El Club Villa Dálmine, ubicado a pocos kilómetros del límite entre Campana y Zárate, se encuentra cercano a las zonas más afectadas por el temporal y Damian Furchi, socio y miembro de la comisión normalizadora, comenta: “Nos pusimos a disposición y desde la madrugada del sábado que el club está abierto como centro de evacuación. Hubo varios vecinos de la zona se acercaron por sus propios medios mojados y algunos de ellos heridos; nosotros los atendimos y les brindamos asistencia médica”. Describe que en su gran mayoría recibieron evacuados del barrio San Cayetano y agrega: “A la par empezamos a recibir donaciones, entonces les dimos ropa limpia y comida. También habilitamos las duchas de los vestuarios para que se puedan bañar con agua caliente y se quedaron a dormir aproximadamente cincuenta personas”. Villa Dálmine trabaja de manera articulada con el Club Campana Boat Club para derivar evacuados hacia allí, ya que también cuentan con la infraestructura adecuada para contener a muchas personas que se vieron en la obligación de abandonar sus casas.
Villa Dálmine presta colaboración y a la vez sufre las consecuencias del temporal: el predio de inferiores, donde entrenan y juegan aproximadamente cuatrocientos chicos y doscientas chicas, cuenta con siete canchas y están todas inundadas. El agua superó el metro de altura y además afectó a un salón de usos múltiples, vestuarios y galpones con utilería y materiales deportivos. Para tomar magnitud de las implicancias del temporal, este predio es lindero a un arroyo que llegó a estar a seis metros por encima de su cauce normal.
Además de centro para evacuados y punto para recibir donaciones, el estadio de fútbol del Club Villa Dálmine funcionó como centro logístico de base para la Policía y Prefectura. Agustín Parrilla, miembro de la comisión directiva de Villa Dálmine, comenta: “El sábado se utilizó nuestro campo de juego para que aterricen helicópteros que evacuaron cerca de cuarenta niños de una escuela de Lanús que se encontraban de viaje de estudios, quedaron varados a la altura de Alsina y atrapados dentro del micro”. Una vez que los niños y los profesores fueron rescatados y trasladados al club, Parrilla indica: “Destinamos un sector exclusivamente para ellos, les dimos contención y merienda. Conjuntamente con los socios y socias que estaban colaborando los entretuvimos para que el mal momento que vivieron se hiciera más llevadero”. Horas más tarde, se puso a disposición un colectivo que los llevó a sus hogares.
Furchi y Parrilla destacan la solidaridad y la buena predisposición tanto de los hinchas y socios del Villa Dálmine como así también de los propios vecinos de la zona que se acercaron al club para prestar colaboración: “Es impresionante el movimiento solidario que se generó en Campana y zonas aledañas”, comenta Parrilla y revela que las oficinas del club están colapsadas de donaciones de ropa por clasificar: “Como integrante de Comisión Directiva del club, esta cadena solidaria me despierta un sentimiento de orgullo igual de grande que la tristeza que causa toda esta situación”. Dálmine, como club, va a seguir trabajando de la misma manera hasta que todas las personas puedan volver a sus hogares.“Sabemos que esto no se arregla de un día para el otro y nosotros vamos a estar al pie del cañón mientras sea necesario”, concluye Parrilla.
En Zárate, el Club Atlético Defensores Unidos (CADU) funciona desde que se desató el temporal como punto de recepción y distribución de donaciones. “La iniciativa nació desde la voluntad de ayudar a quienes más lo necesitan y fue impulsada por dirigentes, comisión directiva, familias, socios, hinchas y vecinos. Mucha gente se acercó al club a dar una mano, desde ofrecer las camionetas para llevar ropa y alimentos a las zonas más afectadas hasta para cocinar en la olla popular”, declara Luciana Tabano, colaboradora de la Subcomisión directiva del club, y agrega: “Empezamos a preparar viandas para llevarle a la gente y pudimos llegar a más de quince barrios de Zárate con comida ya preparada y calentita, ropa, abrigo, colchones, productos de limpieza e higiene personal. Todo lo que llega al club, enseguida se clasifica y distribuye”. El CADU logró abastecer con donaciones a gran parte de la zona de la Ruta N° 6 y Capilla del Señor. Recorrieron barrios como San Cayetano, Barrio Bosch, Las Violetas, barrio Cementerio de Zárate, Villa Negri, Malvicino, barrio El Gauchito, El Progreso, Pueblo Nuevo, Santa Lucía, entre otros.
El CADU también trabajó de manera articulada con varios clubes deportivos del distrito: “Hicimos llegar donaciones al Club Mitre, a Independiente, a Belgrano y a las canchas del DAM”, expone Tabano, quien no recuerda una inundación de esta magnitud en la zona y señala: “Hubo mucha gente tuvo que evacuar y también hubo mucha gente que no quiso abandonar sus casas”.
La Asociación del Fútbol Argentino informó a través de un comunicado oficial: “Defensores Unidos, Villa Dálmine y Puerto Nuevo, se encuentran recibiendo en este momento evacuados de zonas afectadas por las inundaciones y todo tipo de donaciones cumpliendo con un importante rol asistencial”. Asimismo, ante la suspensión de los partidos de las categorías de ascenso, en la próxima fecha los clubes locales de las diversas categorías podrán recibir donaciones para la gente de Campana y Zárate. En esa línea, Tabano destaca: “muchos clubes del ascenso se pusieron en contacto con la comisión directiva de nuestro club para hacer llegar camiones de mercadería para los días que siguen, porque el agua empezó a bajar, pero los daños quedan”.
“Esta no fue una movida de fin de semana, es algo que va a continuar hasta que logremos reponernos”, concluye Tabano.

Otra vez, Concordia bajo el agua
Las constantes lluvias de los últimos días trajeron una fuerte crecida del Río Uruguay, que inundó la zona ribereña de la ciudad y obligó a cientos de vecinos a ser evacuados. Los lugareños aseguran que es un fenómeno cada vez más frecuente.

Las lluvias no cesan en Concordia y los vecinos saben que inevitablemente tendrán que tomar recaudos. Algunos se refugian en la planta alta de sus viviendas, esperan que el temporal amaine y el agua baje. Otros toman los elementos más indispensables y esenciales, y se van en busca de resguardo a otro sitio.
Para los vecinos de una de las ciudades más populosas de Entre Ríos esta situación no es novedosa. De hecho, llevan décadas acostumbrados a las fuertes crecidas del Río Uruguay, que marca el límite geográfico con el país homónimo. Desde la gran inundación de 1959 -que dejó un saldo de 13 fallecidos, más de 10.000 evacuados y a casi toda la ciudad inundada por una crecida que alcanzó 17 metros-, cada cinco ó seis años se repiten los días de lluvia constante y el inevitable desborde del cauce de agua.
La represa Salto Grande, creada en la década de 1980, ayuda a regular la altura del río y a que los vecinos estén en alerta ante una posible crecida. Además, en 2005 se construyó una defensa que evita anegamientos en la zona sur. Sin embargo, quienes viven cerca de la ribera quedan inexorablemente expuestos a perder lo poco que tienen. Una y otra vez.
Lo llamativo es que el lapso entre temporales se acortó notoriamente. Sin ir más lejos, a fines del año pasado hubo una inundación más fuerte que la actual, que en aquel momento no tuvo eco en los medios de comunicación de alcance nacional, enfocados en las elecciones presidenciales.
Ahora, el Río Uruguay volvió a crecer y la ciudad considerada Capital Nacional de la Citricultura y una de las inspiraciones del francés Antoine de Saint-Exupéry para escribir El Principito se transformó en noticia para algunas redacciones situadas en la CABA.
A pesar de haber tenido que tomar resguardos, los vecinos descreen de lo que se dice en los noticieros. Ellos creen que la inundación no tiene nada que ver con lo que está pasando en el sur de Brasil, pero sí admiten que la mano del hombre está involucrada. La tala de árboles, el desmonte para comerciar madera o sembrar tiene consecuencias para la comunidad. En el medio, la gestión del intendente radical Francisco Azcué, que el año pasado desbancó al peronismo que gobernaba desde el regreso de la democracia, está ante su primer gran desafío.
“Nunca estás preparada”
Selva Acevedo Miño, vecina de Concordia, tiene su casa a unos 150 metros del Río Uruguay y sostiene que de momento lo está sobrellevando. “No llegó a mi casa, pero estamos ahí a la espera. A mi vecina ya le llegó y tuvo que irse”, relata en diálogo con ANCCOM. “Nunca estás preparada para esto. La última inundación fue a finales del año pasado y me estresé bastante. Esta vez ya, por decisión propia, decidí tomarlo diferente”, agrega la docente jubilada, que vive sola en su hogar.
Así como los isleños cargan todas las cosas en sus botes y las mudan a otro lugar antes de un temporal, Selva cuenta que ella hace algo similar, pero con un camión. Allí carga sus pertenencias al galpón de alguna amiga que acuda en su ayuda. Mientras tanto, muda lo esencial a la planta alta de su vivienda, donde se refugia hasta que pase lo peor y pueda retornar a su vida normal. Ella sostiene que estas situaciones “se compensan con la belleza del lugar”.
Por otra parte, cuenta que hace un tiempo, con las frecuentes inundaciones, trata de tener cada vez menos cosas materiales. “Regalo cosas en cada creciente, a mí en lo personal me sirve para desprenderme”, confiesa. “Empezás a convivir con esto sabiendo que ocurre por un montón de motivos, hay muchas causas, pero yo creo que lo fundamental es el desmonte que se ha hecho”, analiza Acevedo Miño. “Ahora ya no pasa cada 5 años, es más frecuente. El humano está destruyendo su planeta, su hábitat. Yo acá tengo un lugar precioso que da al río y lo cuido, planto, hago lo que puedo”, sostiene. A pesar de la situación, ella es optimista. “Estoy convencida de que cada vez somos más los que tomamos conciencia e intervenimos en esto de cuidar el ambiente”, asegura.
En ese sentido, la solidaridad de la comunidad surge cuando las aguas llegan a la superficie: “Muchísima gente está ayudando y dando lo que tiene y, muchas veces, lo que no tiene. Sobre todo, en este momento que hay tanta tristeza y tanta angustia en la gente”, considera.
“La mano del hombre causó esto”
Hugo Ledesma frecuenta el Río Uruguay desde que tiene uso de razón. Nació y fue criado muy cerca de allí, su padre era casero del Club de Regatas de Concordia, y actualmente asiste regularmente a esa institución, donde suele subirse a una embarcación para recorrerlo. “Llevo toda la vida influenciado por la naturaleza del Río Uruguay. He sido nadador, remero, navegué, todas las actividades náuticas que uno se pueda imaginar, y sigo en la misma onda”, cuenta. El hombre asegura que ya vivió entre 20 y 30 crecientes de la magnitud de la actual. En ese sentido, se muestra crítico de la información que se difunde en los medios de alcance nacional, a los que acusa de “meterle miedo a la gente” y no mencionar referencias, ni medidas exactas.
“Acá hay un elemento que lo maneja el hombre, que es la represa de Salto Grande. El régimen del río antes dependía de la cantidad de lluvias en la zona de los afluentes brasileños. Vos sabías qué milimetraje caía y en 48 o 72 horas, tenías una determinada medida de altura en creciente. Hoy, la represa manipula la corriente natural que había en aquella época. Es decir que no es más natural”, explica. “Cuando hay noticias de que al norte está cayendo agua y está ingresando al cauce del río Uruguay por los afluentes, la represa evacúa el agua que tiene en ese momento e inunda la ciudad de Concordia en un nivel que no es un pico muy alto, pero sí que tiene muchos días de permanencia”, agrega.
Según el testimonio de Ledesma, esta situación hace que el río se extienda hasta la cota 14 de la ribera, donde el Municipio tiene prohibido la instalación de viviendas. ¿Qué pasa? Mucha gente que no tiene otro lugar donde vivir elige ese lugar. Son las mismas familias que, en pleno temporal, tienen que ser socorridas por las autoridades. “Es el drama social que estamos teniendo acá”, sostiene.
Actualmente, se estima que la crecida alcanzó los 13,5 metros. Un nivel que inunda la ribera y sus adyacencias, pero que está lejos de los 17,75 metros de la inundación histórica de 1959.
No obstante, el agua llegó hasta las instalaciones del Club Regatas del que Ledesma forma parte. Tuvo que salir con un kayak a trasladar elementos que estaban en un depósito que fue afectado por la inundación.
“Se arruinaron las instalaciones que están en la planta baja del club, se rompieron vidrios y se dañaron las instalaciones eléctricas. Además se acumula barro en las veredas. Esta zona es de agua limpia, pero cuando viene el agua del norte arrastra un montón de barro y lo viene depositando a las partes donde no corre el lecho del río”, explica. “Es complicado, pero estamos acostumbrados. El parque del club se nos inunda con 10,5 metros. Hoy estamos a 13,5. así que estamos con tres metros de agua sobre el parque”, agrega.
Desde su punto de vista, el hombre considera que Concordia está a merced de un cambio del régimen climático, que en parte podría ser explicado por la presencia de la represa y el lago que la circunda junto a los desmontes. “Antes los veranos eran secos y ahora cae agua a baldes. Ya no tenés parámetros”, grafica. “La represa formó un espejo de agua inmensamente grande, que ahora es un lago donde se navega, se pesca. Ese espejo de agua evapora 100 veces más de lo que evaporaba el río en su cauce normal. Esas cosas modifican los climas, al igual que los desmontes”, remarca Ledesma.
“La mano del hombre causó esto en Concordia. El clima húmedo que hay actualmente, los casos de alergia y cómo han crecido un montón de pestes como el mosquito o la proliferación de carpinchos, que hoy tenés que andar frenando para que pasen y antes era muy difícil ver uno. El lago es una cosa hermosa, pero genera un desbalance de la situación silvestre y animal”, sostiene.
Un hueco en la casa
Norma Issler es otra de las vecinas de Concordia que puede dar fe del temporal que ocurrió en los últimos días. A diferencia de otros de los lugareños, no está tan cerca de la zona afectada por las inundaciones, pero conoce lo que sucede cada vez que el Río Uruguay se desborda.
“Cada seis años, más o menos, se registra esta inundación. Ahora hace cinco meses que se produjo una de la misma importancia que esta, pero en esta oportunidad los medios de comunicación se hicieron eco de lo que pasó. La realidad es que nosotros convivimos con las inundaciones, es frecuente”, confiesa. Desde su punto de vista, el cambio climático es uno de los factores que causan estos desbalances. Sobre todo, con la tala indiscriminada de árboles que ocurre en toda la región del Litoral, pero fundamentalmente en la provincia de Misiones. “Se cansaron de desmontar”, reclama. “Está claro que no hay un solo factor, son varios factores que coadyuvan, pero hay una relación directa entre la deforestación y estas inundaciones”, advierte.
Issler vive cerca del centro, una zona que no está afectada por el agua, pero cuenta que conoce gente que vive a cinco cuadras y tuvo que ser evacuada. De hecho, hizo un hueco en su casa para recibir a una amiga y sus muebles hasta que pase el temporal. “Tu casa queda totalmente arruinada porque después, cuando baja la creciente queda todo el residuo de cloacas y de los desechos. Además, eso arrastra alimañas, camalotes con reptiles y pulgas”, relata.
No obstante, Issler también resalta la fraternidad que despierta pasar por estas situaciones: “Concordia entera se activa y es muy solidaria. Ya todos sabemos que largamos todo zapato, comida, muebles”, cuenta. También cuestiona el tratamiento mediático de lo que está sucediendo en la ciudad entrerriana, donde se sostiene que toda la ciudad está bajo agua, pero en realidad el centro sigue con su vida normal, con teatros, restaurantes y los complejos termales. “Hace mucho daño y lo digo en nombre de los comerciantes. Con todo esto, la gente no viene a la ciudad y nosotros vivimos del turismo”, protesta.
Por lo pronto, esta semana salió el sol en Concordia. El agua sigue en la zona ribereña, pero si el clima cambia seguramente volverá a subir el agua. La incógnita pasa por saber cuándo ocurrirá eso. “Estas cosas no las maneja nadie”, reflexiona Issler.
El drama de Porto Alegre
La ciudad de Concordia sufre una nueva inundación producto del desborde del Río Uruguay, pero afortunadamente los evacuados fueron apenas 500 y no se lamentaron víctimas fatales. Distinta es la situación en Porto Alegre y el sur de Brasil, donde las copiosas lluvias desembocaron en una de las peores tragedias naturales de su historia.
Según los últimos reportes, la capital del estado de Rio Grande do Sul acumula 144 fallecidos y más de dos millones de personas damnificadas por las lluvias, que sepultaron bajo el agua prácticamente la totalidad de la ciudad y las zonas aledañas.
Daniela Sallet es una periodista brasileña que actualmente no ejerce el oficio, pero reside en Porto Alegre y está viendo en vivo y en directo todo lo que sucede allí. Afortunadamente, está en una zona que no fue afectada directamente por el temporal, sin embargo está colaborando como voluntaria en los operativos de ayuda. “Hay un gran movimiento de gente que está donando su trabajo en beneficio de los desalojados, de la gente que perdió todo en su casa”, le cuenta a ANCCOM mientras selecciona ropa donada en una escuela del distrito para destinar a las familias que perdieron todo con las lluvias.
“Las donaciones llegan de todo Brasil e, incluso, desde el exterior. Es muy emocionante todo esto”, relata. “Emociona ver a la gente involucrada con eso. Pero la preocupación de quien entiende un poco de la situación es que eso en un rato, la gente también no va a donar todo el tiempo. Entonces hay que mantener esa movilización porque el problema no va a pasar muy rápido”, alerta.
Las escuelas y los clubes se transformaron en lugares de abrigo para los damnificados e, incluso, para los animales. Por eso, tanto Porto Alegre como la región del sur de Brasil están en una situación de stand by. No hay clases y cualquier actividad está frenada. “Esto es muy trágico, porque volvió a llover. Entonces hay algunas áreas que el agua bajó, pero los gobiernos dicen no vuelvan a casa porque puede volver a entrar agua”, cuenta Sallet.
“Empecé a trabajar como voluntaria para no estar todo el tiempo conectada con las noticias. Porque las redes están casi 100% con este tema. Decidí colaborar con la gente para no enfermarme”, confiesa.
Es tan grave el panorama que el gobierno del estado y el federal están analizando la idea de instalar una ciudad temporal fuera de la zona afectada. Es decir, llevar a las familias a un lugar para que los niños puedan retomar las clases y la actividad comercial vuelva a su cauce natural.
“Los refugios donde está la gente son escuelas, gimnasios y lugares que tienen otra utilidad. Hoy no tenemos aulas, no hay clases, las escuelas no volvieron aún. Entonces hoy es algo que es necesario profundizar”, explica.
Este temporal tuvo lugar luego de varias advertencias por parte de especialistas y ambientalistas. A eso hay que sumarle que la legislación que protegía el medio ambiente sufrió varias modificaciones durante el gobierno de Jair Bolsonaro, negacionista del cambio climático.
“Fue una lluvia muy por encima de lo normal. En un día cayó lo que estaba previsto para un mes, es difícil no imaginar lo que podía pasar. Esto es muy trágico”, cierra la periodista brasileña.

Con el agua al cuello
La zona sur del conurbano bonaerense fue noticia hace un mes por las inundaciones y los posteriores cortes de luz. Los comerciantes, que ya venían golpeados por la crisis económica, hoy no saben siquiera cómo van a afrontar el pago de los servicios.

Bocas de tormenta tapadas por basura, casas y negocios inundados y hasta el cuerpo de un hombre fallecido flotando en Valentín Alsina fueron parte del paisaje que se vio en el conurbano bonaerense hace unas semanas.
En marzo, el AMBA padeció dos fuertes temporales que rompieron el récord de precipitaciones de los últimos 17 años con 315 milímetros de agua. Tal como lo anticipó el Servicio Meteorológico Nacional antes de sendas tormentas, los partidos de Lanús y Avellaneda fueron los más perjudicados. Allí, los cortes de suministro eléctrico debido a las inundaciones y a las fuertes ráfagas de viento también alteraron la rutina de los vecinos.
Según Edesur, las cámaras subterráneas estuvieron inundadas por días y no contaban con los recursos necesarios para sacar el agua a tiempo. Como consecuencia, los barrios siguieron sin servicio aún días después de las tormentas. En promedio, los cortes en distintos barrios de Lanús duraron una semana, mientras que en Avellaneda fueron menos días. Casas particulares y comercios sufrieron no sólo por la falta de suministro sino también por la inestabilidad de la tensión eléctrica, que provocó en muchos casos roturas de electrodomésticos.

Según vecinos consultados por ANCCOM, las autoridades municipales brillaron por su ausencia. Las cuentas oficiales de Instagram y Facebook del municipio de Lanús se llenaron de comentarios que reclamaban su presencia en distintos barrios donde el agua había entrado a las casas o habían caído árboles. También había quienes pedían por la asistencia de Defensa Civil, mientras que otros reclamaban por la falta de limpieza en las alcantarillas, que causó inundaciones nunca antes vistas en ciertas intersecciones.
Tras la tormenta del 12 de marzo, la intendencia de Julián Alvarez difundió los Centros de Evacuación disponibles y videos del personal municipal limpiando los pasos bajo nivel. Las redes sociales del municipio de Avellaneda, cuyos comentarios están limitados, no publicaron nada al respecto.
Los comerciantes de la zona aducen que los anunciados aumentos de los servicios, de más del 100 por ciento en el caso de la luz, serán imposibles de afrontar, sobre todo después de estar tantos días trabajando a pérdida después de las inundaciones y los cortes.

Raúl, que tiene su peluquería hace 23 años en el barrio de Gerli, que se reparte entre Lanús y Avellaneda, confirma que ninguna autoridad municipal ni de Defensa Civil se acercó a proporcionar ayuda o a escuchar los reclamos. Su peluquería estuvo seis días sin poder trabajar de forma completa, sólo realizaban cortes de cabello bajo luces de emergencia a los clientes que podían acercarse, ya que la mayoría que tenían turno seguían estando con las calles inundadas.
“De diez turnos que tenía para ese día, se me bajaron todos. Nunca me había pasado en todos estos años”, se lamenta Raúl, quien si bien pudo reacomodar su agenda para estos días, calcula que su pérdida entre las dos tormentas de marzo fue del 60 por ciento.
A unas cuadras, del lado de Lanús, la dueña de una carnicería cuenta que estuvo sin luz durante una semana, lo que impidió que pudiera abrir su negocio. Y en voz alta se pregunta cómo va a pagar la tarifa de luz, que le subió 30 mil pesos de un mes al otro. Además, denuncia que debido a la baja tensión se le quemó una heladera del negocio y que al llamar a Edesur no hay respuesta humana, sólo la contestadora automática.

La preocupación en los comercios también está en los precios, que deben ser “retocados” todos los días. “Antes, con un corte de pelo me compraba dos kilos de carne, ahora no llego ni a uno”, afirma Raúl. La situación económica de sus clientes, que también son sus vecinos, no le permite aumentar el precio como las peluquerías de otras zonas.
“La gente consume menos, siguen viniendo porque necesitan verse bien, pero no se hacen todo el mismo día. Quizás un mes se cortan, al otro se tiñen, es todo espaciado”, explica. Lo mismo sucede en los comercios de comestibles, donde los clientes ya no compran en grandes cantidades. De un kilo de carne o fruta, se pasó a comprar por unidades.
Mónica está al frente de una zapatería familiar hace 30 años. El negocio abrió sus puertas hace 50 años en Lacarra y Caxaraville, cerca de la estación de Gerli. Por encontrarse en una avenida comercial, sólo estuvo dos días sin luz y las inundaciones no llegaron a su puerta, aunque sí a las esquinas. El aumento de tarifas tampoco llegó de manera exorbitante por el momento. Pero las ventas de comienzo de clases, en comparación a años anteriores, bajó al menos un 50 por ciento.
“No vendí ni un par de zapatos colegiales de varón, sí para nenas. Eso me llamó la atención. Igual las cosas vienen de peor calidad”, remarca. El descuento para el pago en efectivo es su jugada para convencer a los clientes indecisos, sobre todo a las familias numerosas. “El año pasado no me daban las manos para cambiar los precios, tenía la vidriera desactualizada. Ahora se calmó un poco”. Ella misma debió achicar su propia economía doméstica: “Ahora no compro por comprar. Tengo tres hijas. Antes, les compraba útiles nuevos todos los años, ahora no puedo”. Todos los comerciantes consultados de la zona coinciden en que lo que ganan no les alcanza para mantener el nivel de vida que tenían.


Con el agua al cuello
El helado viento golpea con intensidad a un grupo de chicos que caminan apurados por la Avenida Paseo Colón y Cochabamba. A su lado, se erige la escuela Isauro Arancibia, con su nuevo y flamante edificio, que fue inaugurado a principio de año por el Gobierno de la Ciudad. Al ingresar llaman el ascensor y se distraen mirando las grietas de la pared. Alguien les avisa que no funciona, por lo que aceleran el paso por las escaleras hasta llegar a la sala de maestros. Se escuchan personas tosiendo y manos que se frotan para generar calor. Son los docentes que trabajan con sus pesados e incómodos abrigos a cuestas, porque no poseen calefacción. La intensa lluvia del sábado 15 de junio terminó inundando esta sala y la misma suerte corrieron el jardín, el comedor, la biblioteca, la sala de computación, el SUM y el resto de las aulas, muchas de las que ahora no tienen luz. Luego de numerosos reclamos en los medios de comunicación por parte de las autoridades del colegio, la Defensoría del Pueblo y la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires emitieron pedidos de informes para que se detallen las condiciones del edificio.
Luis Pacheco, 24 años, hizo la primaria en el Isauro Arancibia, está finalizando la secundaria en una escuela de Barracas y quiere estudiar Profesorado en Historia. A pesar de que egresó hace 7 años del Isauro, continúa yendo porque está en situación de calle y allí, además de comer, participa en el Centro de Actividades Infantiles (CAI) para chicos de hasta 12 años. “Ese día llegamos y no pudimos hacer ninguna actividad del CAI en el SUM porque estaba todo inundado. Fue algo muy feo porque los chicos querían jugar a la pelota y tampoco podíamos ir al patio porque le falta un pedazo de techo. Estuvimos todo el día en el comedor, que era el único lugar en el que se podía estar. Llegamos el lunes temprano para desayunar y la escuela estaba cerrada porque todo el jardín estaba inundado. Fue un bajón: a esta escuela vienen chicos de la calle a estar secos, calentitos y sin humedad. En vez de secarnos la ropa tuvimos que agarrar un secador y empezar a ayudar a sacar el agua porque era caótico”, cuenta Luis.
Durante muchos años la comunidad del Isauro realizó movilizaciones para que la escuela no fuera demolida por el Gobierno de la Ciudad con el objetivo de construir el Metrobus. Finalmente se acordó que la obra se iba a realizar quitándole diez metros de frente al viejo edificio y construyendo uno nuevo a su lado, en donde había una fábrica. Sin embargo, el primer día que los maestros encendieron la calefacción, un caño del jardín explotó y cayeron chorros de agua caliente sobre las cunas. “Por suerte fue a las cuatro de la tarde y los niños no estaban, pero podría haber sido una tragedia absoluta”, manifiesta Susana Reyes, directora de la escuela. A estos problemas se le agregan que no hay acceso para las personas con discapacidad, tampoco teléfonos para la comunicación interna y externa ni canillas para la limpieza. La cocina, además, sólo posee cuatro hornallas y un termotanque demasiado chico. “Los chicos vienen a pedirnos agua caliente y no hay abasto”, denuncia Marcelo, personal de cocina.
La escuela Isauro Arancibia se inició como un centro educativo en 1998 con Susana Reyes y veinte alumnos. Hoy brinda educación primaria y secundaria para jóvenes y adultos con 130 trabajadores y 394 estudiantes. A pesar de esto, en los papeles continúa figurando sólo como un centro educativo, lo que significa un obstáculo a la hora de hacer reclamos. Además de brindar educación primaria y secundaria para jóvenes y adultos, la escuela posee diversos talleres de oficio, como el de periodismo con la revista La Realidad Sin Chamuyo; reparación de bicicletas y una panadería que no funciona, debido a que los hornos no cuentan con gas desde hace tres meses. “Tuvieron que cambiar los caños porque el caudal de gas que necesita la panadería y la calefacción tiene que ser más gruesa que la que ellos pusieron. Ellos tenían un plano y sabían que iba a haber una panadería, ¿Por qué pusieron un caño chiquito si sabían que tenían que poner uno más grande?”, se pregunta Cristina Aguilar, secretaria de la escuela desde hace tres años y estudiante de Trabajo Social en la ex Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. Actualmente no está cursando y se está replanteando su carrera debido a la intervención que sufrió la universidad a mediados de 2017, por parte de los ministerios de Justicia y de Educación, que reformularon en el plan de estudios y se despidieron a la mayoría de los profesores.
Si bien se suele concebir al Isauro como una escuela destinada a personas en situación de calle, el formato es el que la hace inclusiva. Su enfoque educativo pone al sujeto pedagógico, y no a la normativa, como factor central. Sus docentes creen que este sistema debería implementarse en todas las escuelas. “Cualquier persona en cualquier situación tendría que poder ser recibido en cualquier escuela pública. Nosotros trabajamos con los pibes estigmatizados y que todo el mundo tilda de chorros. Son lo que no hay que ver, lo que quieren ocultar y silenciar. Acá tienen voz, se vizibilizan y aparte son seres adorables. Muchos de ellos han terminado el secundario y están pensando en ir a la universidad. Los pibes son un ejemplo de resistencia porque a pesar del desprecio, el maltrato y la violencia institucional siguen viniendo a la escuela”, finaliza Reyes.