Por Julieta González
Fotografía: Camila O. Correa

La zona sur del conurbano bonaerense fue noticia hace un mes por las inundaciones y los posteriores cortes de luz. Los comerciantes, que ya venían golpeados por la crisis económica, hoy no saben siquiera cómo van a afrontar el pago de los servicios.

Bocas de tormenta tapadas por basura, casas y negocios inundados y hasta el cuerpo de un hombre fallecido flotando en Valentín Alsina fueron parte del paisaje que se vio en el conurbano bonaerense hace unas semanas.

En marzo, el AMBA padeció dos fuertes temporales que rompieron el récord de precipitaciones de los últimos 17 años con 315 milímetros de agua. Tal como lo anticipó el Servicio Meteorológico Nacional antes de sendas tormentas, los partidos de Lanús y Avellaneda fueron los más perjudicados. Allí, los cortes de suministro eléctrico debido a las inundaciones y a las fuertes ráfagas de viento también alteraron la rutina de los vecinos.

Según Edesur, las cámaras subterráneas estuvieron inundadas por días y no contaban con los recursos necesarios para sacar el agua a tiempo. Como consecuencia, los barrios siguieron sin servicio aún días después de las tormentas. En promedio, los cortes en distintos barrios de Lanús duraron una semana, mientras que en Avellaneda fueron menos días. Casas particulares y comercios sufrieron no sólo por la falta de suministro sino también por la inestabilidad de la tensión eléctrica, que provocó en muchos casos roturas de electrodomésticos.

Según vecinos consultados por ANCCOM, las autoridades municipales brillaron por su ausencia. Las cuentas oficiales de Instagram y Facebook del municipio de Lanús se llenaron de comentarios que reclamaban su presencia en distintos barrios donde el agua había entrado a las casas o habían caído árboles. También había quienes pedían por la asistencia de Defensa Civil, mientras que otros reclamaban por la falta de limpieza en las alcantarillas, que causó inundaciones nunca antes vistas en ciertas intersecciones.

Tras la tormenta del 12 de marzo, la intendencia de Julián Alvarez difundió los Centros de Evacuación disponibles y videos del personal municipal limpiando los pasos bajo nivel. Las redes sociales del municipio de Avellaneda, cuyos comentarios están limitados, no publicaron nada al respecto.

Los comerciantes de la zona aducen que los anunciados aumentos de los servicios, de más del 100 por ciento en el caso de la luz, serán imposibles de afrontar, sobre todo después de estar tantos días trabajando a pérdida después de las inundaciones y los cortes.

Raúl, que tiene su peluquería hace 23 años en el barrio de Gerli, que se reparte entre Lanús y Avellaneda, confirma que ninguna autoridad municipal ni de Defensa Civil se acercó a proporcionar ayuda o a escuchar los reclamos. Su peluquería estuvo seis días sin poder trabajar de forma completa, sólo realizaban cortes de cabello bajo luces de emergencia a los clientes que podían acercarse, ya que la mayoría que tenían turno seguían estando con las calles inundadas.

“De diez turnos que tenía para ese día, se me bajaron todos. Nunca me había pasado en todos estos años”, se lamenta Raúl, quien si bien pudo reacomodar su agenda para estos días, calcula que su pérdida entre las dos tormentas de marzo fue del 60 por ciento.

A unas cuadras, del lado de Lanús, la dueña de una carnicería cuenta que estuvo sin luz durante una semana, lo que impidió que pudiera abrir su negocio. Y en voz alta se pregunta cómo va a pagar la tarifa de luz, que le subió 30 mil pesos de un mes al otro. Además, denuncia que debido a la baja tensión se le quemó una heladera del negocio y que al llamar a Edesur no hay respuesta humana, sólo la contestadora automática.

La preocupación en los comercios también está en los precios, que deben ser “retocados” todos los días. “Antes, con un corte de pelo me compraba dos kilos de carne, ahora no llego ni a uno”, afirma Raúl. La situación económica de sus clientes, que también son sus vecinos, no le permite aumentar el precio como las peluquerías de otras zonas.

“La gente consume menos, siguen viniendo porque necesitan verse bien, pero no se hacen todo el mismo día. Quizás un mes se cortan, al otro se tiñen, es todo espaciado”, explica. Lo mismo sucede en los comercios de comestibles, donde los clientes ya no compran en grandes cantidades. De un kilo de carne o fruta, se pasó a comprar por unidades.

Mónica está al frente de una zapatería familiar hace 30 años. El negocio abrió sus puertas hace 50 años en Lacarra y Caxaraville, cerca de la estación de Gerli. Por encontrarse en una avenida comercial, sólo estuvo dos días sin luz y las inundaciones no llegaron a su puerta, aunque sí a las esquinas. El aumento de tarifas tampoco llegó de manera exorbitante por el momento. Pero las ventas de comienzo de clases, en comparación a años anteriores, bajó al menos un 50 por ciento.

“No vendí ni un par de zapatos colegiales de varón, sí para nenas. Eso me llamó la atención. Igual las cosas vienen de peor calidad”, remarca. El descuento para el pago en efectivo es su jugada para convencer a los clientes indecisos, sobre todo a las familias numerosas. “El año pasado no me daban las manos para cambiar los precios, tenía la vidriera desactualizada. Ahora se calmó un poco”. Ella misma debió achicar su propia economía doméstica: “Ahora no compro por comprar. Tengo tres hijas. Antes, les compraba útiles nuevos todos los años, ahora no puedo”. Todos los comerciantes consultados de la zona coinciden en que lo que ganan no les alcanza para mantener el nivel de vida que tenían.