Ago 7, 2024 | Destacado 2, Trabajo
El pedido de trabajo a San Cayetano llegó con desazón y desilusión en la tradicional vigilia. Menor cantidad de asistentes y puestitos alrededor de la fila. Ni siquiera se vendían las espigas que suelen dejarse de ofrenda.
Como en cada víspera del 7 de agosto, las inmediaciones del Santuario de San Cayetano, en Liniers, se colman de personas que acuden a agradecer y pedir por algo o alguien al patrono del pan y el trabajo en su día. María Angélica Eichmann viene de Zárate con sus hijos y su cuñada. Si bien es jubilada, cuida a una nena para llegar a fin de mes. “Esto está cada vez peor”, observa. Hace más de 40 años que asiste a la vigilia. En esta ocasión la convoca la situación laboral de sus nietos. “Los jóvenes están desilusionados, venimos más que nada gente mayor y pedimos por ellos, para que tengan trabajo”.
“Acá venís por la gratitud”, dice Margarita Jerez. “En toda mi vida tuve dos trabajos que duraron mucho tiempo”. A sus 69 años, está desde las primeras horas de la mañana en una de las filas que se extienden por cuatro cuadras de adoquines encharcados y reposeras. “El año pasado sí que pedí, por un anterior compañero de trabajo que quedó desempleado. Tengo una compañera que no es para nada creyente, y no pudo decirme nada cuando, después de unos meses, consiguió un trabajo.”
Para hablar con ANCCOM, Margarita se baja la bufanda y levanta un poco la capucha de la campera. Ante la llovizna, el frío y el cansancio, los que participan de la vigilia se procuran abrigo, agua caliente y compañía. Con ella está José Montanelli, de 57 años. Llevan décadas trabajando en el mismo hotel y él la acompaña desde mediados de los noventa. “A veces me usa de chófer personal”, bromeó José, que viene de Lanús y suele pasarla a buscar por Barracas. A las 7 de la tarde ya están entre los vallados de la primera cuadra de la llamada fila rápida, sobre la calle Bynon, donde se ubican los que pasan por el templo a partir de la medianoche sin tocar la imagen de San Cayetano. Aunque llevan casi todo el día ahí -José guarda el lugar desde las 6 y media de la mañana-, afirman que en años anteriores tuvieron que pasar más horas de espera para llegar a ese tramo. “Estos últimos años somos menos que otras veces, antes a esta hora todavía estábamos a dos cuadras más de distancia”, explica José. “La gente está desesperada, ya no se cree en nada”, añade Margarita.
La hija de María Angélica se refiere a la fila larga como “la de los sacrificados”. Apenas ocupa una cuadra más que la rápida, pero los devotos con experiencia calculan que entrarán en el santuario más avanzada la madrugada o incluso durante la mañana. Hacen el sacrificio de su tiempo para cumplir promesas que le hicieron al santo, así como pedirle trabajo, salud y el bienestar de los suyos.
La familia Arigón, madre, padre, dos hijos y una nieta, sentados desde la tarde en sus reposeras contra la pared de una casa a tres cuadras del templo, no creen que vayan a salir de ahí antes de las 2 de la mañana. “Para mi mucha gente no puede venir por la situación económica. Nosotros venimos hace 20 años, nos trajimos nuestros tuppers de casa y viajamos en auto, sino se gasta mucho en transporte y comida”, sostiene la madre. “Mi hermana no está acá porque están muy puntillosos en el trabajo, así que no puede faltar. Hay que cuidar mucho el trabajo en este tiempo”.
“No llegamos a dormir y de acá vamos directo al trabajo”, afirma Diego Duarte, de Hurlingham. Con 36 años, recapitula una vida entera celebrando San Cayetano junto a su familia. “Somos muy religiosos. Vengo desde que era chiquito con mi mamá, que es de Misiones, y mi suegra es correntina, así que nos transmitieron mucho la fe. Una vez vino mi mujer embarazada y siempre tratamos de que haya alguno guardando el lugar para todos. Este año es mi suegro el que está desde las 6 de la mañana”, cuenta. “Es triste estar sin trabajo, por eso venimos a agradecer que todos tenemos y que la familia está bien”. El más joven del grupo, su cuñado de 25 años, está en el sector metalúrgico; su esposa es docente de nivel inicial, mientras que él y otro cuñado recién llegado a la fila trabajan en seguridad.
Cada tanto se escuchan aplausos. Provienen de Bueras, una de las calles que cortan Bynon, donde hay gente formando una tercera fila. Debajo de un gazebo que sólo tiene como marca de identidad la bandera argentina, hombres y mujeres preparan guisos que todos reciben aplaudiendo. “Somos los peregrinos de San Cayetano, un grupo de amigos que empezamos a ayudar en el 2001. No nos convoca ninguna agrupación política o religiosa, a nosotros sólo nos convoca el santo ”, dice Francisco Chávez, uno de los integrantes que está desde el principio.
Raúl León, también de los peregrinos, viene para agradecer que está vivo. Es veterano de la Guerra de Malvinas y porta su campera camuflada. “Estuve en el Regimiento 25 de Chubut. Cuando fui a las islas mi esposa se quedó con nuestro hijo de un año y medio y otro en la panza. Siempre le doy gracias a San Cayetano y a otros santos por estar acá”.
Casi a lo último de la fila lenta, Daniela abraza una figura del patrón. Conversa con Mercedes, a la que conoció al poco de llegar, a eso de las 8 de la noche. Las dos, jubiladas, permanecen de pie. “Yo creo que todos pedimos algo, esto es un alimento para el espíritu”, dice Daniela, que va a pedir por su salud. Quiere seguir cuidando a los 12 perros y 10 gatos que tiene en su casa, en Hurlingham. “Son mi alegría, en estos años perdí a 3 hermanas, así que ellos me dan mucho amor”. Mercedes ayuda en un centro de jubilados en Escobar, pide por ellos porque la ayudaron cuando se le incendió la casa, hace dos meses.
Entre los devotos escasean las espigas, uno de los símbolos más emblemáticos del santo. Alejandra es una de las vendedoras que recorre las cuadras una y otra vez. No hay caso. “En todo el día vendí sólo 2, y el año pasado me las sacaban de las manos”, explica a ANCCOM. “Le ofrecí a unos muchachos y me dijeron que no pueden comprar. Están acá para pedir trabajo”.
Ago 7, 2024 | Destacado 1, Trabajo
Con más de media población sumida en la pobreza, una nueva marcha de San Cayetano a Plaza de Mayo tuvo una fuerte impronta opositora a las políticas de Javier Milei. Organizaciones sociales, sindicales y partidarias repudiaron los despidos y las políticas de ajuste.
En la esquina del Cabildo descansaba un hombre con la mirada perdida y sin zapatillas. En esta cruda mañana de invierno, lo único que tenía era una remera de manga corta y jeans gastados. “Una ayuda, por favor”, deslizaba una pila de abrigos entre las columnas de la Catedral Metropolitana. Algunos sindicatos cruzaban Sáenz Peña con las cañas de las banderas al hombro hacia una Plaza de Mayo adornada con pasacalles que imploraban “Paz, Pan, Tierra, Techo y Trabajo”.
La nueva marcha de San Cayetano llenaba la Plaza y las calles aledañas. “No es un 7 de agosto cualquiera porque estamos viviendo un momento de crisis económica y social muy importante, que está afectando a todos los sectores de la sociedad con el 55 por ciento de pobreza y más del 20 por ciento de indigencia”, describió Alejandro Gramajo, secretario general de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP). Según la Encuesta Permanente de Hogares la pobreza afecta a una de cada dos personas, y una de cada cinco es indigente. Sólo en los últimos tres meses la pobreza subió 10 puntos.
“Hoy centenares, miles de argentinos y argentinas están perdiendo el trabajo. Son más de 600.000 los trabajos formales que se perdieron en estos meses y eso supone una situación muy compleja en lo social. Se va degradando día a día. Así que me parece que esta marcha tiene que ser un llamado muy fuerte de atención, porque hoy no sólo el hambre es un gran problema en Argentina, sino también el trabajo. Estamos volviendo a situaciones que nunca creímos que íbamos a volver, previas al 2001”, subrayó Juan Manuel Abal Medina, politólogo y exjefe de Gabinete de Cristina Kirchner. “Este gobierno se tiene que despertar y el pueblo tiene que despertar para decir ‘hasta acá’. Hoy puede ser un buen día para eso”, agrega mirando con una sonrisa a las columnas de la Confederación General del Trabajo (CGT) y del Movimiento Evita que se aproximaban.
Con una sombra en la mirada, Abal Medina reflexionaba: “Es central de parte nuestra reconocer cuando nos equivocamos: hicimos un muy mal gobierno y estuvimos muy lejos de cumplir con las expectativas. Un gobierno peronista no puede definirse como tal si no mejora la vida de la gente, si no genera mayor distribución del ingreso y fallamos en lo principal. Hay que reconocer los errores para que la sociedad vuelva a creer en nosotros. No seguir hablando como que todos los problemas empezaron el 10 de diciembre, porque todo el mundo sabe que no es así. Milei es una consecuencia de nuestros errores, sino nunca hubiera llegado a la presidencia. Después, hay que pensar un programa. No creo que baste que estemos juntos y que seamos peronistas, sino que hace falta empezar un programa de gobierno que presente una alternativa real para la sociedad”.
Desde otra columna, tiraban papeles al aire mientras se incorporaban a la Plaza: “No hay paz sin pan ni trabajo. Luchemos para que se vayan”. Walter Correa, ministro de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires, estaba entre los manifestantes bonaerenses. “Estamos acompañando al pueblo trabajador en este proceso nefasto del gobierno de Milei. Somos parte del trabajo, somos parte de la producción como parte de la provincia de Buenos Aires, encabezada por el gobernador Kicillof y nos oponemos firmemente a estas políticas”, insistía mientras abrazaba a sus compañeros.
Ingrid Manfred, secretaria general de la Junta Interna de ATE ex-Ministerio de Desarrollo Social, estaba bajo una sombra. “Es muy significativo estar acá con la consigna paz, pan y trabajo, histórica para los trabajadores y trabajadoras. Nosotros como trabajadores organizados en ATE venimos atravesando desde el 10 de diciembre esta decisión de exterminar la política pública, acompañada con el despido de 1.600 compañeros, que implica el desmantelamiento del acompañamiento que brindamos a los sectores más vulnerables. Éramos un ministerio que trabajaba justamente con quienes hoy no tienen pan, no tienen trabajo”, decía mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
“Al ejercicio permanente de crueldad de este gobierno estamos respondiendo con organización y con solidaridad de los trabajadores. Sabemos que este plan siniestro de gobierno va a seguir avanzando y profundizando sus medidas y que, por desgracia, eso va a significar más desempleo, más desocupación, más angustia, más gente en situación de calle y más gente que va a engrosar las filas de desocupados. Hoy es una jornada para decirle basta a Milei, basta a esta Ley Bases que también vulnera ampliamente a todos los trabajadores y trabajadoras y particularmente a nosotros los trabajadores del Estado que vimos finalizado ayer con su reglamentación nuestro derecho de estabilidad laboral”, alcanzó a decir Manfred antes de que la invada un sollozo. Otra bandera exclama: “Gobernar es crear trabajo… ¡lo demás es puro cuento!”.
Desde un stand de la CTA Autónoma, Viviana invitaba con un megáfono a firmar contra el DNU 70/23. Su compañera, Norma, milita desde joven: “En estas baldosas está mi ADN. La historia se construye en la calle”. Su vida personal la recuerda atravesada por diferentes protestas, ahora siente que la discusión política no sólo no se promueve, sino que da vergüenza. En la dictadura militar, desapareció a su marido. “Cuando asumió Milei me sentí peor que cuando asumió Macri, pero igual de desesperanzada. No nos tiene que ganar la angustia. En estos momentos tenemos que encontrar a otros para refugiarnos y no estar solos”, decía entre sorbo y sorbo de mate.
En la mitad de la Plaza, Juan sostenía un globo del Sindicato de Obreros Marítimos Unidos. “No se aguanta más. Yo tengo trabajo, pero cada vez está más difícil”, decía mientras relojeaba las distintas esquinas. Temía que vuelvan a reprimir. Todavía recordaba el gas y cómo corrió en las marchas anteriores. Es un miedo compartido. La pesadumbre espesa el aire, pocos grupos tienen batucadas y son menos aún los que cantan, casi no hay niños ni adolescentes.
Laura Lonati, coordinadora del Área de Salud Colectiva de Libres del Sur y de la construcción de indicadores populares en el Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana, organizaba qué carteles pegar en el stand. “El tema de la malnutrición es un problema del presente de estos niños y niñas. No es como decíamos antes que si no comemos en el futuro, en la edad adulta, no vamos a desarrollarnos bien. Hoy es lamentablemente la puerta de entrada a enfermedades crónicas, como la hipertensión y la diabetes, que se están presentando a temprana edad”, advertía. En los carteles se mostraba en un mapa lo que significan los porcentajes de pobreza y exigían “políticas para frenar la inseguridad alimentaria e indigencia”.
“Hay un combo muy peligroso: tenés la dificultad para el acceso a la atención de salud por la deuda sanitaria que hay en nuestros barrios y por otro lado la falta de ingresos de la familia, que no les permite acceder a una canasta con nutrientes esenciales. Cada vez va a deteriorar más la calidad de vida de esos niños, niñas, adolescentes y de los adultos fundamentalmente”, explicaba. “Violencia es el hambre. Milei y Pettovello repartan los alimentos” imploraba uno de los carteles: si no llegan alimentos secos, los comedores tienen que hacer lo imposible para conseguir alguna calidad nutricional.
“¿A dónde están repartiendo eso, compa?” susurró una señora determinada a comer guiso. El Frente Popular Darío Santillán llevó cuatro ollas a la Plaza, pero rápidamente se terminaron. La gente armaba dos largas filas que llegaban hasta mitad de la Plaza. “La necesidad está a la vista. Nos quedamos cortos”, relató Vani, militante del Frente. “Tuvimos que abrir al barrio la olla que hacíamos para nuestros trabajadores en Constitución. Es importante la consigna que nos trae San Cayetano. Todos piden trabajo y más hoy por hoy que sabemos que no hay trabajo, no tenemos techo y la situación con los comedores es también muy precaria con las persecuciones que venimos teniendo. Demostramos realmente que hay necesidades, que los comedores no son fantasmas, que realmente existimos”, Vani masticaba las palabras con bronca.
“Este Gobierno nos tiene que devolver los puestos de trabajo que nos quitó y la parte de los salarios que en nombre del superávit nos robó. San Cayetano nunca tuvo tanto trabajo”, apuntó Rodolfo Aguiar, el secretario general de ATE. Al lado de las banderas de la Corriente Clasista y Combativa, Rosa Flores, encargada de un comedor de Zona Norte, parecía preguntarse cuántos milagros puede hacer San Cayetano. Cada día más gente no puede garantizar su alimentación y se acerca al merendero, tiene que ayudar a sus hijos a poder sostenerse porque “si no, no les alcanza. Nuestra casa ya no es nuestra casa porque lo que hay que pagar de servicios es una barbaridad, no te podés enfermar porque los medicamentos están caros… La clase media va a desaparecer. Mis hijos trabajan, pero uno de ellos tuvo que volver a casa con su esposa y sus hijos. Como en la pandemia, tenemos que compartir la comida”, precisaba con desesperación.
“Realmente me da mucha tristeza porque nuestro país no tiene que pasar hambre: acá tenemos la carne, la leche, hay de todo en nuestro país. Esto pasa por una decisión política”, tragaba con un enojo agrio Rosa. Bajo tierra, en los pasillos del subte porteño, entre dibujos tangueros, dos hombres de entre treinta y cuarenta años dormían, desamparados en la nueva Argentina de la libertad. La pregunta de cuál es el país que queremos reposaba entre la representación de postal y el retrato crudo de una crisis.
“Con estas políticas están matando a millones de argentinos…” se escuchaba entre los bombos las palabras del escenario. Desde allí, exclamaban: “¡U-ni-dad de los trabajadores! Y al que no le gusta/ ¡se jode, se jode!”. Desde Congreso seguían llegando las columnas de quienes venían caminando desde Liniers. “Si de verdad quieren ‘libertad, carajo’, ¡tierra, techo y trabajo!”, agitaba La Poderosa. Un pueblo con fé en los santos y en la lucha no se rinde: llena plazas y conquista derechos.
Nov 15, 2022 | Destacado 3, Trabajo
A pesar del constante crecimiento del empleo que se da tras la pandemia, más de un tercio de los trabajadores argentinos no realiza aportes jubilatorios. Un problema que lleva cuatro décadas.
Según el último informe de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC ) sobre el segundo trimestre del año, el mercado laboral argentino mostró un crecimiento en la generación del empleo público a la par de un aumento del trabajo “sin descuento jubilatorio”. Esta situación afecta a más de un tercio de la población económicamente activa. Más precisamente a un 37,8 por ciento de la población económicamente activa. Este proceso de informalidad laboral se viene produciendo desde los comienzos de los noventa. ¿De qué manera se puede revertir la tendencia negativa sobre una población diversa sin acceso a la seguridad social?
El trabajo no registrado comenzó a convertirse en una modalidad cada vez más común desde los comienzos de la democracia, época en que aparecen los primeros indicadores sociales, sobre todo en sectores como la construcción, el comercio y trabajadoras de casas particulares, entre otros. Siguiendo las estadísticas oficiales del EPH-INDEC, al finalizar el primer gobierno democrático post dictadura de Raúl Alfonsín, la informalidad laboral alcanzaba el 32% del total de los asalariados, envuelta en un contexto de hiperinflación económica. Con la política de privatización llevada cabo por los gobiernos de Carlos Menem en la década de los noventa, el trabajo no registrado comenzó a ir en aumento hasta llegar a casi la mitad de la población trabajadora para los años 2001-2002.
Según la socióloga y Doctora en Ciencias Sociales Sandra Giménez, la tendencia negativa comienza a revertirse durante el periodo de pos convertibilidad: “Después con las políticas que se llevan adelante en el 2003-2015, baja pero no se logra erradicar. Hay un tercio de la población económicamente activa que va a seguir en el mercado informal. Eso no quiere decir que la gente no trabaja, lo hace con actividades más de subsistencias, ese mundo del no registro, está el que sale a vender al tren, a la calle o sectores como trabajo rural, comercio, construcción, el trabajo en casa particulares”
La investigadora agrega: “Este sector de gente muy grande que compone el mundo de la informalidad es un mundo diverso. No lograron reducirlo más allá del 30%. Hoy tenemos paradojalmente que bajó la desocupación, pero el empleo que se crea no es el registrado. La pregunta ahí es cómo garantizamos que esa gente pueda satisfacer sus condiciones de vida, el acceso a la salud, los aportes jubilatorios. En treinta años vamos a tener un conjunto de gente que no va tener años de aportes para acceder a la jubilación”.
Según el economista, investigador del Conicet y docente emérito de la Universidad Nacional de Moreno, Julio Neffa, la modalidad del trabajo informal es afín a las crisis económicas del país. “El mercado de trabajo está muy relacionado con la macroeconomía. Si anda bien, va a bajar el desempleo y el trabajo en negro. Si hay estancamiento económico o muchas crisis hacen que la generación del empleo privado sea muy lenta. Estamos viviendo una situación de crisis estructural y el escenario se ha deteriorado después de la crisis internacional 2007-2008. Desde el 2011-2012 argentina tiene un crecimiento muy irregular, un año sube y otro baja”, expresó.
El empresariado argentino cumple un rol fundamental en las decisiones del acceso al trabajo formal por parte de la sociedad asalariada. “Los empresarios buscan reducir sus costos. Cuando un empleador elige no crear empleo en blanco, estable, regulado por la Ley del Contrato de Trabajo, con aportes, se ahorra alrededor de un 30% del monto de los salarios, están reduciendo sus costos salariales pero dejando a mucha gente en situación de precariedad”, dice Neffa.
“Al mismo tiempo, debilita la organización sindical. Porque si trabajan en negro, no pueden acceder a los sindicatos. Están en una situación de inseguridad muy grande, porque los pueden despedir en cualquier momento sin preaviso o indemnización. No tienen un sindicato que los defienda. Hay una serie de responsabilidades que van desde el gobierno, a los empresarios, a las organizaciones sindicales. Hasta que no haya una política de crecimiento económica, no se van a crear ni ampliar empresas ni habrá muchas posibilidades de generar empleos en blanco”, agregó.
Según Neffa, primero tendría que haber un plan de estabilización que frene la inflación actual y segundo hacer un plan de desarrollo nuevo, ya que el último que hubo en el país fue el del año 1973. “Después de ahí nunca más hubo un plan, porque si un gobierno hace un plan tiene un objetivo y tiene que tratar conseguirlo, sino tiene un plan anda a la deriva y nadie le puede decir que no cumplió. Para los gobernantes les da libertad pero es una catástrofe para la sociedad”, manifestó.
Siguiendo la línea de los cambios necesarios, la socióloga Giménez plantea que no solo es suficiente con políticas de ingresos, sino también, una transformación cultural sobre lo que consideramos “trabajo” en los nuevos escenarios del mercado laboral. “En un área más simbólica, qué cosas reconocemos como trabajo. ¿Qué hacemos las madres? Si contribuimos a la fuerza de reproducción del trabajo pero todavía no hay un Estado que reconozca a las mujeres que hacemos esta labor. Lo que hacen los comedores comunitarios es laburo. La disputa es qué registramos como trabajo. No alcanza con la política de ingreso. Aquella persona que vive de hacer carteras y se enferma, no puede ir a vender. En políticas sociales hablamos de desmercantilizar el acceso a ciertas prestaciones como un asunto de derecho independientemente de cuál es tu situación en el mercado de trabajo. De esa discusión estamos muy lejos en el país. La mirada de la clase política está muy afincada en esa Argentina de casi pleno empleo masculino de los noventa, eso ya pasó, ya fue, no vamos a volver a esa época. Hay que construir nuevos consensos”, expresó.
Jul 22, 2022 | Destacado 2, Vidas políticas
El debate lo planteó Cristina Kirchner pero la crisis económica los impone en la realidad. Opinan dirigentes sociales y políticos.
Una trabajadora de la economía popular es beneficiaria de un plan social, y vive con su marido y sus 3 hijos percibiendo ingresos de $50.000 al mes. Sale a reclamar porque no quiere trabajar 9 horas por 20.000 pesos y se pregunta por qué tiene que vivir así. Mientras tanto, los videographs recortan maliciosamente su relato y dicen: “Nos quieren mandar a trabajar y eso no es justo». El contexto socioeconómico es complejo: el 37% de la población está debajo de la línea de pobreza y sólo la mitad de los menores de 15 años accede a la canasta básica. Ante ese panorama, ¿qué hacer con los planes sociales?
La propia Cristina Fernández de Kirchner, en el plenario de la CTA afirmó que con una tasa de desocupación del 7% debería haber menos planes sociales. Además, insistió en que la aplicación de las políticas sociales no puede ser tercerizada: “El peronismo no es depender de un dirigente barrial para que me dé el alta y la baja”, habia señalado en esa ocasión. ¿Qué responden desde las organizaciones sociales?
.Eduardo Belliboni, líder del Polo Obrero, cree que estas declaraciones tienen intenciones de quitarle fuerza al movimiento de lucha de las agrupaciones piqueteras. “Tiene el doble objetivo de desarticular la protesta contra su gobierno que ajusta a los trabajadores y de fortalecer la alianza con los gobernadores para el futuro electoral”, señala a ANCCOM. Además, manifiesta que el Estado ya centraliza la entrega de los planes, y que las organizaciones solo desarrollan tareas de acompañamiento de esos beneficiarios.
Por su parte, Dina Sánchez, secretaria de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) e integrante del Frente Popular Darío Santillán, afirma que “gran parte de la dirigencia política habla de la economía popular desde el total desconocimiento. No la conocen, no la entienden y no hay voluntad de entenderla”.
Desde una postura más conciliadora, Daniel Arroyo, exministro de Desarrollo Social hasta 2021 y actual diputado nacional, asegura que no tiene que existir tercerización con los planes, “ni nadie tiene que quedarse con plata de otro” pero sostiene que los movimientos sociales son parte de la solución en la Argentina.
El legislador explica: “Yo fui el ministro de la pandemia, a mí me tocó sostener la paz social y lo logramos. No se logró en Chile, Ecuador, Perú, ni Colombia, pero sí en Argentina. Y cuando digo lo logramos, me refiero al Estado junto a los movimientos sociales, las iglesias y las escuelas, quienes siguen poniendo el cuerpo en las cooperativas y en los comedores”.
Entonces, ¿hay muchos planes sociales? ¿Deben ser solo un “puente” al trabajo estable? En Argentina, se entiende como plan social a un programa de transferencia de dinero con contraprestación laboral. Actualmente la iniciativa se llama Potenciar Trabajo, y unifica a los programas Hacemos Futuro y Salario Social Complementario. Su objetivo es mejorar el empleo y generar nuevas propuestas productivas a través del desarrollo de proyectos socio-productivos, socio-comunitarios, socio-laborales y la terminalidad educativa. Entonces los beneficiarios y las beneficiarias cobran el 50% del Salario Mínimo y deben contraprestar 4 horas de trabajo en estas actividades.
Otros programas como la Tarjeta Alimentar o la Asignación Universal por Hijo no son planes sociales, ya que son políticas de seguridad social que persiguen otros objetivos como promover el acceso a los alimentos sanos y mejorar la calidad de vida y el acceso a la educación de niños, niñas y adolescentes, respectivamente. Belliboni, por su parte, define a un plan social como “un recurso que el Estado otorga a las personas que se han quedado sin trabajo y que no tienen acceso ni siquiera a un plato de comida por día” y que “son el resultado del fracaso de los gobiernos para crear trabajo genuino”. Explica que ese es el problema de fondo ya que “los planes no pueden ser un puente hacia el trabajo si no hay trabajo”.
Los primeros planes sociales surgieron a mediados de los noventa con el Programa Trabajar I, que luego tuvo sus versiones II y III. Fue seguido por el Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados creado durante la presidencia de Eduardo Duhalde en 2002. “En el 2016 los movimientos sociales, junto a otros espacios sindicales y políticos que nos acompañaron en la lucha, ganamos el Salario Social Complementario, que es un ingreso por tareas que muchos, y fundamentalmente muchas de nosotras, ya realizábamos. Son programas de fortalecimiento a la economía popular, pero también son consecuencia de las malas políticas y de la crisis socioeconómica que atraviesa el mundo y Argentina” expresa Sánchez.
. El Programa que nombra es uno de los que unifica “Potenciar Trabajo”. En resumen, 20 años atrás había 2.200.000 beneficiarios del Plan Jefes y Jefas de Hogar, y actualmente hay 1.300.000 titulares del programa Potenciar Trabajo. Teniendo en cuenta estos números, para Belliboni, a diferencia de la opinión de Cristina, “claro que no son muchos” los planes.
Arroyo plantea que ante un contexto con 45% de informalidad laboral, con gran parte de la población sin acceso a la canasta básica y un mercado que no va a incorporar en los próximos años al 100% de los trabajadores a la formalidad, el debate acerca de los planes sociales presenta tres caminos posibles: reducción de la jornada laboral, flexibilización o ingreso universal ciudadano. Comenta que la primera opción, que corresponde al modelo europeo, consiste en que las personas trabajen menos horas para que más personas tengan empleo. Explica que es una alternativa difícil de aplicar en este país con el nivel de informalidad existente, que podría llevarse a cabo en algunos sectores como el bancario, pero “no es ‘la’ salida para Argentina”.
Por otro lado, el camino que corresponde con políticas neoliberales se basa en la quita de aportes patronales y la flexibilización de las condiciones de contratación de trabajo. “Esto ya se hizo en los ‘90, terminó con 57% de pobreza y 28% de desocupación” declara rotundamente Arroyo.
Otra alternativa es la creación de un ingreso universal ciudadano, es decir, “un ingreso de base para lograr que todos accedan a la canasta básica”. Asegura que hacía este camino apunta Argentina, y América Latina en conjunto. “No lo digo yo, lo dice la Cepal y Naciones Unidas, y es lo que están haciendo Alemania, España e Israel”. El exministro apoya el proyecto de ley conocido como Salario Básico Universal y plantea que, dado el contexto de restricción fiscal, debe aplicarse por etapas. ¿Por dónde debería comenzar? Por las provincias del norte del país, donde las tasas de pobreza son peores que en el resto de Argentina.
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Nov 14, 2019 | Novedades, Trabajo

Los emprendimientos independientes, muchos de ellos unipersonales, se multiplicaron en los últimos años, sobre todo promocionados en las redes sociales. Hombres y mujeres de diferentes generaciones comenzaron a vender sus propios productos o servicios, muchos de ellos porque no consiguen trabajo o fueron despedidos.
Eduardo Donza sociólogo e investigador del Observatorio de la deuda social Argentina, considera que estos emprendimientos son “trabajos refugio” ante no tener un trabajo asalariado. “Esto es común en el neoliberalismo. Son actividades por cuenta propia que en realidad no son genuinas, no existen porque las personas tienen una habilidad especial o porque tienen un espíritu de emprendedores, sino por necesidad, por no conseguir un trabajo en relación de dependencia”, explica.
Martina Martínez tiene 22 años, es estudiante y cuenta con dos emprendimientos, una feria americana online y un servicio de extensión de pestañas. Afirma que cada vez hay más emprendedores: “Vi gente conocida que está haciendo lo mismo porque no hay trabajo, necesitan un ingreso extra. Creo que tiene que ver más con una necesidad que con una actitud de emprendedor”, dice.
Eduardo Donza, por su parte, explica que en los países como el nuestro, los emprendimientos son la ilusión a una salida que puede llegar a terminar en una autoexplotación: “Si pensamos, por ejemplo, que una salida pueden ser los nuevos sistemas de delivery, como Rappi y Glovo, los chicos que uno ve en bicicleta o en moto, en realidad es porque no consiguen trabajo en relación de dependencia. Desde algunas políticas, a los emprendimientos se los trata de presentar como una salida, pero no le van a servir a la totalidad de la población, hay que tener un perfil específico, poseer una idea para eso, una fortaleza para llevarlo adelante y contar con un capital. Porque si no llegamos a una uberizacón de las actividades: un trabajo para ratos libres”.

Adriana Lui, periodista del diario El Sol, entrevistó a un grupo de mujeres emprendedoras que se lanzaron en la feria de artesanos en Maipú. Ella dice que los microemprendimientos son una consecuencia de las políticas económicas actuales: “Detrás de estos emprendimientos hay desempleo, trabajo en negro, evasión fiscal, precarización laboral y por sobre todo, un Gobierno que no da oportunidades por lo que cada ciudadano se ve obligado a generar su propia fuente laboral. Las políticas económicas y la falta de políticas sociales los azota por completo. El impacto de la inflación y la suba de precios de las materias primas hacen que cada vez tengan más obstáculos para la elaboración de sus productos, sumado a la caída del poder adquisitivo. Hay que evaluar, además, que muchos de estos negocios son visibles gracias a Internet y las oportunidades que brindan espacios como Facebook o Instagram donde cualquier sujeto puede promocionar sus creaciones. Lo cierto es que el país debería crear trabajo genuino y estímulos reales a microemprendedores con línea de créditos a baja tasa para poder regularizar su comercio”.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), el desempleo alcanzó al 10,6% en el segundo trimestre del 2019 frente al 9,6% del período anterior. Por otro lado, también aumentó el empleo informal, ya que la tasa de subocupación pasó del 11,8 % al 13,1% del trimestre pasado. Martina se incluye en ese índice. Considera que como a las pymes les está yendo mal y los trabajadores piden un aumento, “lo primero que se hace es reducir personal, las empresas no piensan mucho en la parte social, priorizan lo económico. Ante el primer problema con los números, echan gente”, dice. Y sabe por qué lo dice: “En febrero del año pasado conseguí un trabajo en un consultorio de kinesiología y estuve trabajando ahí seis meses. El primero de agosto me dicen que iba a ser mi último mes de trabajo, estaba muy angustiada, realmente no me lo esperaba. Supuestamente fue reducción de costos. Desde ahí empecé a buscar trabajo pero estaba difícil, me llamaron a dos o tres entrevistas pero no quedaba. Pasaron seis meses hasta que en enero de este año conseguí uno y me echaron hace un mes, así que estuve dos meses y medio trabajando en tareas administrativas. Por un tema de reducción de costos y porque había poco trabajo, decidieron terminar la relación laboral. Me dijeron que me echaban en este momento para no tener que pagarme indemnización en un futuro”, declara.
En un barrio de Quilmes Oeste viven Osvaldo y Rosa, un matrimonio que abrió un almacén en su casa y que hoy se convirtió en el único sustento económico de la familia. Rosa tiene 43 y trabajó como operaria en una metalúrgica durante doce años. “Me quedé sin trabajo porque recortaron personal –cuenta-, yo fui una de las cien personas que echaron, me sentí decepcionada porque no creí que me iban a despedir por mi antigüedad”. Rosa dice que a pesar de tener el almacén, sigue buscando trabajo porque su emprendimiento no sirve para solventar todos los gastos. Su pareja Osvaldo, de 43 años, fue marinero de cubierta y también lo despidieron: “Me quedé sin trabajo porque la empresa en donde trabajaba ejerció muchos años con permisos provisorios y presentó quiebra, me sentí indignado. Como vi que me estaba por quedar sin trabajo, me anticipé y fui pensando en crear el negocio que tengo”, dice.
Eduardo Donza comparó la situación de los emprendimientos actuales con los años noventa: “Ya en esa década, cuando aparecieron los problemas del mercado de trabajo, se dieron muchos casos de este tipo. En ese tiempo era muy común que se pongan lavaderos, canchas de paddle o remiserías. La gente recibía indemnización después de un empleo de muchos años y como no tenía posibilidades de insertarse en el mercado de trabajo, generaba estas actividades propias. Lo malo es cuando hay personas que no tienen el perfil de emprendedores se ven forzadas a serlo porque no hay un trabajo asalariado ni una estructura productiva que genere una cantidad importante necesaria de puestos de trabajo”.
Martina dice que a pesar de tener dos emprendimientos, no podría vivir de lo que hace ya que la plata no le alcanza y aún no llegó a recuperar el dinero que invirtió. Además agrega que a la gente le está yendo mal y a pesar de que la despidieron dos veces, intenta rebuscársela y estudia en la universidad. “Lamentablemente –señala- no creo que cualquiera pueda salir adelante económicamente llevando a cabo su emprendimiento, estaría buenísimo pero la situación del país está muy complicada, en mi opinión no va a mejorar. Si a mí me está pasando esto, no quiero imaginar otra gente que no tiene la posibilidad de hacerlo”.