«En los pueblos, la policía sigue con prácticas de la dictadura»

«En los pueblos, la policía sigue con prácticas de la dictadura»

A tres años de la desaparición y muerte de Facundo Astudillo Castro en medio del ASPO, su mamá brindó una conferencia de prensa donde también denunció la inacción del Poder Judicial.

«La causa está llena de pruebas, los fiscales hace meses evalúan las indagatorias a los policías; al Estado no le pedimos nada, exigimos justicia para poder seguir con nuestras vidas y que mi hijo descanse en paz». Con estas palabras habló ayer Cristina Castro, madre de Facundo Astudillo Castro, a tres años de la aparición de su cuerpo sin vida en un cangrejal cercano a Bahía Blanca, tras haber sido detenido por agentes de la Policía Bonaerense y haber estado 107 días desaparecido. Fue durante un desayuno con la prensa organizado por Amnistía Internacional Argentina, del que participaron sus abogados, Leandro Aparicio y Luciano Peretto, y la querellante por la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), Margarita Jarque. Dieron a conocer la situación actual de la causa que, a pesar de contar con sobradas pruebas –como peritajes de teléfonos, ubicaciones de los patrulleros en GPS, numerosos testimonios, y peritajes sobre ropa y elementos de la víctima–, se encuentra virtualmente paralizada. Los querellantes aseguraron que piensan avanzar en las imputaciones si los fiscales no lo hacen, pero dejaron expuesta la necesidad de que el Estado avance al denunciar un “abandono persistente» de su parte.

El nombre de Facundo Castro fue noticia allá por el 2020 cuando, por la pandemia de Covid y por decisión del gobierno, el país se encontraba inmerso en una cuarentena estricta que limitaba la movilidad ―y la vida― de las personas. Su madre, Cristina Castro, daba a conocer la desaparición de “Kufa” de entonces 22 años y pedía ante periodistas su “aparición con vida ya”. El 30 de abril Facundo salió de su casa en Pedro de Luro y nunca regresó.

Era el momento del llamado ASPO (aislamiento social preventivo y obligatorio) donde los controles eran intensos para los ciudadanos (pero no tanto para ciertos sectores privilegiados). Facundo había decidió dirigirse a dedo a Bahía Blanca, a 125 kilómetros de su localidad, con la intención de encontrarse con su expareja. En la Ruta 3 fue detenido por la policía, a la altura de Mayor Buratovich, cuando le faltaban solo 30 kilómetros para su destino. Allí comenzó el calvario: una llamada le anunció a Cristina que se le había labrado un acta a su hijo. Más tarde una nueva llamada, esta vez de Facundo, quien le decía “no te das una idea de dónde estoy. No creo que me vuelvas a ver”. 

Tres años más tarde de estos sucesos, marcados por irregularidades en la investigación judicial, contradicciones en los relatos de los agentes y la falta de justicia para Facundo y su familia, la causa iniciada en 2020 sigue en pie pero sin procesados. En ese tiempo, la jueza María Gabriela Marrón fue apartada del expediente por la Cámara Federal de Casación Penal, acusada de favorecer a la Policía Bonaerense queriendo instalar la versión de que el joven se había ahogado.

La versión oficial, es decir la de los uniformados, era que el joven había continuado su camino. Ciento siete días más tarde el cuerpo de Facundo fue encontrado en un cangrejal en el Canal Cola de Ballena, en Villarino Viejo. No fue el Estado quien lo encontró sino un pescador de la zona que vio un cadáver semienterrado y dio aviso a la policía.  La descabellada hipótesis por parte de la anterior jueza de que el joven se había ahogado no tiene sustento dado que el nivel del agua nunca supera los pocos centímetros: “Tenés que avanzar 30 o 40 metros hacia adentro para empantanarse y, aún así, podés salir porque no te va a llegar más arriba de las rodillas. Es ilógico enterrarte y quedarte atrapado”, dijo ante los fiscales Iara Silvestre y Horacio Azzolín, uno de los pescadores que encontró el cuerpo y que conoce la zona desde hace treinta años. 

Cristina asegura que el juez Walter López Da Silva, encargado de reemplazar a Marrón, ha sido amable con ella y que le ha asegurado que está a su disposición. Mientras tanto el pedido de los abogados de la familia, Luciano Peretto y Leandro Aparicio, para realizar el entrecruzamiento del contenido de más de 60 teléfonos policiales (medida rechazada por Marrón por considerarla “invasiva de la intimidad de los policías”) fue ordenado pero aún no están los resultados, y esto invocan los fiscales antes de avanzar en imputaciones. Con la idea de que ya hay elementos suficientes, la querella de la Comisión Provincial de la Memoria con la abogada Jarque, señaló que su rol es el de “visibilizar, condenar y tratar de cambiar estas conductas de violencia institucional”.  

 

El peritaje está a cargo de la Dirección de Investigaciones y Apoyo Tecnológico a la Investigación Penal (DATIP), quienes ya han realizado el peritaje de los teléfonos de los policías bonaerenses Jana Curuhinca, Mario Sosa, Alberto González y Siomara Flores, y que arrojó evidencias para que, al menos, se encuentren detenidos. Sin embargo, como señaló Cristina, “continúan gozando de su sueldo y de su libertad”. 

Por su parte, tras denunciar «sucesivas maniobras mediáticas con el objetivo de encubrir la responsabilidad policial», el abogado Leandro Aparicio anticipó: “Ahora van a decir que los testigos clave se equivocaron de día, no es cierto, sus dichos coinciden con peritajes de la DATIP, hay pruebas en calidad y cantidad que demuestran que Facundo fue desaparecido por la Policía Bonaerense”. Y su socio, Peretto, aseguró que “la causa está paralizada, en pausa para desgastarnos. Facundo estuvo desaparecido 107 días y no sufrió un accidente, el análisis de su ropa que apareció en la mochila demostró que las roturas y quemaduras que había en las prendas fueron hechas cuando las tenía en su cuerpo, es decir que fue torturado».

El 23 de agosto Facundo hubiese cumplido 26 años. Cristina atravesó nuevamente esta fecha no sólo sintiendo la ausencia de su hijo, sino también con el dolor y la necesidad de justicia. Como si no fuera suficiente, la madre señala la falta de protección y lo insegura que se siente constantemente: “A nosotros no nos cuida nadie, nos cuidamos entre nosotros. Sé que estoy vigilada por la policía. Es terrible lo que se vive en los pueblos. Los policías están mal educados, mal preparados. Continúan con las prácticas de la dictadura”. El episodio más grave fue hace algunos meses, cuando en un baño de la estación de servicio donde ella trabaja, le dejaron un dedo, similar al que le faltaba al cuerpo de su hijo cuando fue encontrado sin vida.

Hacia el final del encuentro se sumó Alberto Santillán, padre de Darío Santillán, asesinado en la Masacre de Avellaneda en el 2002 también por la Policía Bonaerense. Luego de darle un abrazo a Cristina se sentó a su lado: “Nosotros que hemos perdido hijos, familiares, compañeros, siempre estamos delante de la ley. Pero cuándo los funcionarios responsables nunca lo estuvieron. Mi otro hijo se tuvo que ir del pueblo, todo lo que nos pasa se debe a la inacción de los fiscales”, sentenció Cristina. Al grito de “Facundo, presente. Darío, presente. Hoy y siempre”, terminó la reunión con periodistas de diferentes medios, con lágrimas en los ojos de una madre que continúa la lucha para que su hijo pueda descansar en paz. 

Fonoaudiología, covid y después

Fonoaudiología, covid y después

Una de las consecuencias invisibilizadas que dejó la pandemia es la saturación de un servicio de salud que fue virtualizado o directamente interrumpido mientras duró el aislamiento.

La demanda de profesionales de fonoaudiología no para de crecer. ¿Por qué es importante esta disciplina? El rol de estos profesionales es la asistencia preventiva, terapéutica y rehabilitatoria y es fundamental para abordar trastornos de la alimentación, del lenguaje, de la voz y cognitivos. ¿Qué sucede en la pospandemia con las problemáticas que tratan?

Silvana Serra, directora de la Carrera de Fonoaudiología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), advierte que esta profesión asumió “nuevos desafíos tras el avance tecnocientífico y los cambios sociosanitarios” y que también hubo un “reperfilamiento surgido por la pandemia que propuso escenarios de acción y emergentes diferenciados de asistencia”.

La situación sanitaria del covid-19 tuvo consecuencias en los y las pacientes, y María Verónica Bravo, de la Asociación Trastorno Específico del Lenguaje Argentina (Atelar), asegura que muchos chicos que tenían avances por los tratamientos presenciales tuvieron mesetas y retrocesos por la virtualidad: “Lo virtual no transmite tanto los gestos y los tonos de voz; algunos chicos no se engancharon y no pudieron continuar con las terapias hasta que se restableció la actividad presencial”, señala y agrega que en la actualidad “las fonoaudiólogas tienen las agendas de turnos explotadas”.

Serra confirma que “los escenarios de encierro y la intervención de la pandemia han modificado hábitos comunicacionales y de vida. Por tanto, hay un impacto en cómo nacieron los niños y niñas en ese tiempo, en cómo fueron los puerperios de esas mamás y en las dinámicas relacionales de las familias”.

Por su parte, Ana María Gesualdo, directora de la Carrera de Fonoaudiología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), concuerda con que la pandemia impactó en aquellas personas con un problema fonoaudiológico y en los pacientes en tratamiento, pero no considera que sea la causa del aumento de la demanda de profesionales. Esto último, de acuerdo a su mirada, “se debe a que ha aumentado nuestra participación en los equipos de salud y de rehabilitación, a las consultas tempranas por parte de los médicos pediatras y neuropediatras, y en general de los médicos, viendo la necesidad de nuestra intervención especialmente en el adulto mayor con trastornos de deglución, en los trastornos cognitivos, y en trastornos del lenguaje y del habla”. Por otro lado, “la pandemia ha retrasado las consultas, por eso en este momento vemos el incremento de la demanda”.

Otro problema que presenta Serra es la distribución geográfica de los profesionales de la fonoaudiología: “Hace falta profundizar la profesionalización tanto en aspectos técnicos como en la accesibilidad de los servicios para la comunidad”, ya que hay zonas del país en donde escasean los especialistas.

Además, la oferta de profesionales no es lo suficientemente grande como para satisfacer este crecimiento en la demanda, ni siquiera en Buenos Aires y alrededores. La Licenciatura en Fonoaudiología en la UBA se creó en 1992, cuando alcanzó su pico máximo de ingresantes, con 300 inscriptos, y luego fue en descenso. Mabel Rugano, su vicedirectora, afirma que “puede deberse a la falta de conocimiento de la carrera y a las posibilidades laborales”. Sin embargo, en 2020 alcanzaron 180 inscriptos, duplicando la cantidad respecto del año anterior. Esto se debe a que “la virtualidad posibilitó la inscripción de estudiantes del interior del país o del conurbano”, según ella.

¿Cómo se puede solucionar esta situación? Desde la UBA sostienen que es importante avanzar con la difusión de la carrera y de la necesidad de fonoaudiólogos y fonoaudiólogas que la comunidad demanda. También aseguran que han creado una comisión de difusión de la carrera que organiza charlas en colegios, CBC y ferias estudiantiles. Por parte de Atelar concuerdan y Bravo afirma que “desde el Estado deben hacer una fuerte campaña para fomentar la carrera de Fonoaudiología y sus numerosas ventajas”.

Una nueva pericia dice que Magalí Morales no se suicidó

Una nueva pericia dice que Magalí Morales no se suicidó

Los estudios realizados sobre el cuerpo sin vida de la joven detenida por violar la ASPO no condicen con la versión policial. La perita Mónica Checchi explicá por qué.

Florencia Magalí Morales tenía 39 años y vivía en San Luis con sus dos hijos menores y una nieta. La mañana del 5 de abril de 2020, quiso ir al supermercado pero la detuvieron por violar el ASPO y, horas después, perdió la vida en la comisaría. En agosto pasado, se realizó una nueva pericia como parte de la investigación que investiga la muerte de la joven mendocina.

«Realicé la reconstrucción fáctica de las últimas horas de Morales. Asimismo, analicé las distintas hipótesis de su muerte y las contrasté con las pruebas que constan en el expediente», comenta Mónica Checchi, criminalista con más de 30 años de experiencia, participante de la pesquisa.

Últimas horas de vida

La mañana del 5 de abril de 2020, Magalí Morales salió de su domicilio para comprar alimentos. Antes, decidió pasar por la Comisaría 25 de Santa Rosa del Conlara para pedirle la tarjeta de débito a Javier Sosa, un amigo que trabajaba allí. «A las 9, la cámara del banco Supervielle la captó a bordo de una bicicleta. Luego, dejó el vehículo en el pavimento y entró a la seccional. Con esta prueba, se desestimó la versión policial que afirmaba que la habían detenido en la calle», relata la perita.

Morales accedió a la dependencia por la entrada principal, habló con Marcos Ontiveros y pidió ver a Sosa. La cámara registró al entonces comisario, Heraldo Clavero, caminar hacia la sede policial «con la cabeza gacha y el paso rápido», afirma la criminalista y agrega: «En ese momento, ingresó Clavero y ordenó demorarla por circular en contramano y hacer caso omiso a la llamada de atención que le había efectuado, previamente, en la vía pública. Y por transitar, durante el ASPO, un día que no le correspondía según su DNI».

Para proceder con la detención, se convocó a la efectivo Johana Torres, quien arribó a la seccional a las 9:15. El comisario mandó a esposar a Morales para llevarla al Hospital Santa Rosa, pero ella se resistió. Expresa Checchi: «En el forcejeo intervinieron Clavero, Torres, Ontiveros y Mansilla. Una vez reducida, la trasladaron al hospital para la revisión. La doctora que la examinó, Daniela Fogel, constató que no presentaba ningún tipo de lesión en su cuerpo y que podía mantener un diálogo normalmente».

Al regresar a la dependencia, Torres le ofreció una silla a Morales y se quedó con ella hasta la llegada de la oficial María Eugenia Argüello. Las agentes le incautaron sus pertenencias y, luego, la escoltaron hasta la celda. «Cuando Argüello entró a la comisaría, Clavero le ordenó requisar a la detenida y llevarla a un calabozo. Le extrajeron las llaves y los cordones de las zapatillas y, en el trayecto, tomaron dos fotografías del estado y vestimenta de la joven», sostiene la experta.

Gritos desesperados

Morales permaneció encerrada, totalmente incomunicada, en una celda sucia, oscura y húmeda. «Las condiciones del recinto eran deplorables, además, el tipo de puerta imposibilitaba la visión inmediata de la detenida», dice Checchi y añade: «Otro demorado fue obligado a orinar en el calabozo donde, seguidamente, iba a ingresar ella. Tampoco le permitieron llamar a sus familiares. Sólo una amiga logró hacerle llegar alimentos y una mochila con ropa. Esos elementos y la tarjeta de débito, jamás aparecieron».

Otros aprehendidos escucharon los reiterados gritos de Morales para ser liberada, pues sus hijos de 8 y 11 años y su nieta de 3 estaban solos en su casa esperando que ella volviera del supermercado. «Pidió y rogó, durante al menos ocho horas, que la dejaran retornar a su domicilio. También, solicitó la asistencia de Argüello por manifestación de sangrado menstrual y dolores lumbares. A las 18, trasladaron a los demás detenidos y, a partir de ese momento, ella quedó sola en ese sector de la comisaría», cuenta la perita. 

Argüello declaró que al acercarse al recinto de enclaustramiento, alrededor de las 19, encontró a Morales sin vida e inmediatamente fue a dar aviso al comisario. En palabras de la especialista: «La oficial dijo que la joven se encontraba sentada o en cuclillas, colgada de un cordón negro, sujetado desde el herraje de la bisagra superior de la parte interna de la puerta. Clavero llegó y dispuso el cuerpo en el piso. Posteriormente, Ontiveros le practicó maniobras de Reanimación Cardiopulmonar (RCP)».

Los efectivos alteraron el lugar del hecho, al menos, en cuatro ocasiones.

Los efectivos alteraron el lugar del hecho, al menos, en cuatro ocasiones. «Movilizaron el cuerpo, a pesar de conocer la importancia de preservar la escena del crimen», asevera Checchi y sigue: «En primer lugar, Argüello, al empujar la puerta para entrar a la celda. Luego, Clavero, al extenderlo en el suelo. Después, Ontiveros, al aplicar RCP. Además, modificaron la disposición de la campera, los alimentos y la mano izquierda de la víctima».

Los traslados esparcieron los fluidos a otras zonas respecto de las originales. Las manchas de orina encontradas en el cuerpo, las prendas de vestir y el piso del calabozo, no resultan compatibles con la posición que debería haber tenido Morales al momento del presunto suicidio. «Los detalles de la impregnación no aseveran la postura en cuclillas o sentada, con su rostro y su costado izquierdo hacia la puerta, como declararon los agentes. En realidad, ella se hallaba erguida, hacia la derecha, de espaldas a la puerta», declara.

Asimismo, hubo discordancias acerca de las características del cordón negro incautado. Tal como afirma la experta: «El nudo es imprescindible para poder sostener a una persona y, en este caso, hubo ausencia del mismo, tanto desde el herraje de la puerta como alrededor del cuello. Sobre la ubicación del cordón en la bisagra, en las imágenes de la Instrucción Policial figura por debajo del herraje y en las de la Policía Científica, por encima. Este elemento, además, no pertenece a las prendas o el calzado de la damnificada».

Si bien las lesiones del cuello son compatibles con asfixia mecánica producida por el cordón, «el daño al nivel del cartílago cricoides y la oblicuidad del trazo no son signos exclusivos de ahorcamiento suicida. Se observó la existencia de dos surcos, uno corto y otro más extenso. Éste último tenía un espacio con doble marca a la altura de la tráquea, indicando el intento de la víctima para retirar el elemento constrictor y abonando, aún más, la posibilidad de estrangulamiento», revela.

«El deceso de Magalí Morales, por tratarse de una muerte en custodia, debió ser investigada en primera instancia como homicidio y no a la inversa», asegura la entrevistada y finaliza: «Mi informe concluye que todos los signos analizados, a la luz del conjunto indiciario colectado, evidencian la inviabilidad de la hipótesis suicida y conducen a la hipótesis homicida, en el mejor de los casos, apoyada por la desidia estatal».

El informe de Mónica Checchi coincide con la segunda autopsia realizada por la médica forense Vanina Elizondo, en noviembre de 2020, la cual constató la violencia física que padeció Morales durante la detención y, a su vez, descartó la posibilidad de suicidio por ahorcamiento, debido a la ausencia de fractura del hueso hioides.

«Esta nueva pericia ha sido contundente y, por ello, hemos solicitado al juez Jorge Pinto la ampliación de la indagatoria y el procesamiento por el delito de “homicidio agravado”. Hasta el momento, hay cuatro policías imputados por “incumplimiento de los deberes de funcionario público”, es decir, por delitos menores», cierra Santiago Calderón Salomón, uno de los abogados de la familia Morales.

El milagro para los músicos socialmente distanciados

El milagro para los músicos socialmente distanciados

Las plataformas de videoconferencia como Zoom, Jitsi o Skype son útiles para charlar, pero es imposible sincronizar con otra persona para hacer música. El principal problema es la latencia, el tiempo que va entre la salida del mensaje y su llegada.

“Lo malo es el exceso de latencia. Cuando hay más de medio segundo, ya se hace imposible tocar”, afirma Diego Romero Mascaró, investigador en Desarrollos Digitales Aplicados al Arte, y agrega: “Lo que logramos con Sagora es que esa información se traslade en menos de 30, 35 milisegundos, lo que nos posibilita tocar a tempo. Estarías sintiendo la misma latencia que existe en el mundo físico cuando uno toca con un músico que está a diez metros de distancia. Nos propusimos crear una solución práctica, rápida y sencilla para los estudiantes y el sector de la música, que allá en marzo ya se veía que iba a estar parado un buen rato”.

Romero Mascaró, uno de los líderes del proyecto Sagora, cuenta que ya existían algunos software similares, pero no lograban resolver la cuestión, eran pagos o complicados de usar. Además, ninguno permitía tener una sala de ensayo propia. Por otro lado, la mayoría de estos programas fueron construidos para una situación tecnológica distinta a la que existe en el hemisferio sur, donde hay poca capacidad de acceso a herramientas más avanzadas.

“Por ejemplo, utilizábamos un software que se llama JackTrip, que fue desarrollado en Standford, California. Pero usarlo acá resulta difícil, porque es muy dependiente del mundo Macintosh, de Apple. Para nosotros, esto no era una solución, porque el 80 por ciento de los argentinos que descargaron la aplicación utilizan Windows. No tiene nada que ver una realidad con la otra”, explica el desarrollador.

La experiencia del usuario también es una problemática común y eso fue algo a lo que el equipo prestó especial atención. La propuesta debía ser atractiva y sencilla: “Ahí es donde dimos en la tecla, porque los programas están para ser usados. Jamulus es gratuito, sin embargo, acá se descarga mucho más Sagora porque es más sencillo e intuitivo”, cuenta Romero Mascaró, quien además es docente y director de la Escuela Nacional de Artes de la UNQ. Sagora es un proyecto de software libre: toma aplicaciones ya desarrolladas y compartidas con la comunidad y las combina para nuevos objetivos.

Para usar Sagora no se necesitan placas de sonido ni micrófonos externos, aunque cuanto mejores sean los equipos, mejor será la calidad de sonido que podrá transmitir. Otro beneficio son sus bajos requerimientos para operar: apenas un gigabyte de memoria RAM, 70 megabytes de memoria en el disco rígido, sistema operativo desde Windows 7 en adelante, aunque también funciona con OS X 10.10 o superior, e incluso GNU-Linux.  El equipo probó, con éxito, el funcionamiento del programa con las netbooks de Conectar Igualdad, para asegurarse de que fuera un software realmente inclusivo.

“Nos propusimos que cada avance que se haga tenga en consideración involucrar más gente y no menos. Por eso también tenemos en cartera hacer Sagora para dispositivos móviles y como aplicación web, porque hay mucha gente que directamente no tiene computadora y quiere usar el programa”, comenta Romero Mascaró.

Sagora es un proyecto típico de la lógica del software libre: una comunidad encuentra una necesidad y toma software libre ya desarrollado para generar un nuevo producto. Todos colaboran y, si alguien quiere, puede también desarrollar su propia versión modificando el código. Si bien los tres miembros del equipo trabajan en la UNQ, desarrollaron esto en su tiempo libre, y lo abrieron a la comunidad para recibir comentarios y aportes.

“Es difícil conseguir el financiamiento ahora y, al mismo tiempo, es ahora el momento en el cual más lo necesitamos. Nuestros beta-testers son nuestros usuarios, por suerte tenemos una linda comunidad en las redes que no baja de las dos mil personas en cada una de las grandes plataformas. Es gente activa que todo el día postea cosas de Sagora y se ayuda entre sí; nos proponen ‘por ahí podrían hacer esto’, ‘o esto otro’, ‘acá estaría bueno tal cosa’. Y, de hecho, mucha gente se está acercando para sumar al proyecto de forma voluntaria”, subraya Romero Mascaró.

Otro problema que tuvieron que resolver a medida que las descargas fueron aumentando fue que cualquier persona que usara Sagora, “rebotaría” contra el servidor de la UNQ, esté donde esté. Por lo tanto, los usuarios de Israel, por ejemplo (donde ya cuentan con más de 300 descargas), tendrían una latencia innecesaria por el tiempo que lleve trasladar el sonido de allí a Quilmes y de vuelta a su lugar de origen. Con ayuda de las donaciones que ahora pueden recibir desde su sitio web, el 29 de agosto liberaron su última versión y lograron establecer servidores en distintos puntos del mundo, reduciendo este problema. También retocaron la interfaz para hacerla más interactiva y añadieron la capacidad de grabar los distintos canales de lo que suene en las sesiones, para tener la posibilidad de crear maquetas en base a lo que se ensaye o toque.

“Los músicos necesitamos ese contacto”

Agustina Tolosa, estudiante de la Escuela Universitaria de Artes de Quilmes y alumna de Romero Mascaró, cuenta que cuando se anotó en la materia Taller de Improvisación, tenía la esperanza de cursar una materia práctica, donde poder relajarse y tocar con sus compañeros. Sin embargo, con la pandemia los docentes tuvieron que improvisar para dar esa materia en modalidad online y fue ese uno de los detonantes para que Romero Mascaró y su equipo desarrollaran Sagora.

“Empezamos a hacer juntadas online, probando el software y terminó sirviendo muchísimo. No podría pedirle más al profesor. Prácticamente desarrolló un software para la materia. Para el músico eliminar la latencia siempre fue una lucha constante y así lo logramos. Ahora los pasillos de la universidad son los grupos de WhatsApp, pero los músicos necesitamos ese contacto. Ese intercambio para crecer es fundamental. Sagora vino a ser eso para nosotros”, remarca la estudiante.

Adolfo Álvarez Villeda, guitarrista y líder de la banda mexicana Awful Traffic, conoció el software a través de una amiga argentina. “Se me hizo increíble que el programa fuera tan fluido y sin lag. Sin duda, soluciona un gran problema en tiempos de pandemia. La instalación es fácil y funciona muy bien, aunque creo que la interfaz podría mejorar y ser más intuitiva; tal vez debería tener más tutoriales para aquellos que no saben usarlo bien”, opina.

A veces, la necesidad de crear un espacio común para continuar con los ensayos impacta contra las limitaciones particulares de cada región. El contrabajista y miembro del Gustavo Orihuela Quartet, Randolph Ríos, cuenta su experiencia desde Bolivia: “Hasta ahora no tenemos una buena señal de Internet, veloz y estable. Yo tengo 40 megas y es bastante alto comparado con los demás, el estándar es diez o quince. Por eso no tuve ningún problema. Pero me di cuenta que la latencia afecta un poco de acuerdo a las distancias. Cuando estás acá en La Paz es bastante estable, pero yendo más hacia Sucre había diferencia”.

Con los aeropuertos y rutas cerrados, el contacto a través de Sagora se volvió imprescindible: “Necesitábamos ensayar porque queríamos estar vigentes. Íbamos grabando videos pero queríamos hacer nuevas cosas y no estar tocando lo de siempre. Entonces estuve averiguando por las redes y encontré con Sagora”, cuenta.

Ríos es también integrante y director invitado de la Orquesta Sinfónica Nacional de Bolivia. Tras los primeros meses de aislamiento, señala, intentaron retomar los ensayos por plataformas de videoconferencia, aunque los resultados no fueron los esperados: “La forma de trabajo en Zoom es solamente visual, porque el audio es horrible. Como debe estar pensado para la voz humana, los timbres distintos a ésta se cortan. Y para mí ha sido un problema especialmente por ser contrabajista, porque los graves que capta un celular o una computadora son bloqueados por el algoritmo de Zoom y no se escuchaba nada. Todo eso ha sido resuelto con Sagora”.

Según Ríos, el programa aún tiene camino por recorrer antes de ser completamente útil a los requerimientos de una orquesta de esta magnitud: “Como era difícil hacer ensayos presenciales, se organizaron pequeños ensambles de cuerdas, vientos y demás. Cuando descubrí que Sagora funcionaba bien con mi cuarteto de jazz, propuse esta solución para la orquesta. Así, me ha parecido bastante estable con ensambles pequeños de entre dos y cuatro músicos. Cuantas más personas entran en la sala, mayor es la latencia. Volvimos a los ensayos, pero aún no podemos tocar todos a la vez, como se debería. Solamente por secciones, donde cada uno toca una parte”. Ríos adoptó esta forma de trabajo para los ensayos con el Coro Impera, que también dirige. Allí, a pesar de no poder trabajar con la totalidad de los coreutas, asegura que “Sagora ha sido muy beneficioso para conectarnos con los guías y trabajar cuestiones de afinación”.

Desde Río Tercero, la pianista Silvia Angles afirma que las nuevas funciones del programa mejoran considerablemente la experiencia del usuario: “Con un colega trompetista de Córdoba capital nos hemos grabado, y la calidad es excelente, te lo baja en distintas pistas, se puede editar, es fantástico”. Ella utiliza Sagora principalmente para realizar sesiones de improvisación libre.

La pianista, integrante de NoN Ensamble, de la Universidad Provincial de Córdoba (UPC), detalla cómo fue el camino previo a encontrarse con Sagora: “Estábamos todos desesperados. Hicimos el intento por Zoom… mirá qué ingenuos fuimos. Al principio estábamos chochos porque nos veíamos y luego caímos en la cuenta que cuando uno tocaba callaba al otro instrumento. Después me pasaron otro programa diseñado para ensayar, uno extranjero, que no funcionó. Luego, la persona que está a cargo del área de Música de la UPC hizo una conexión con la gente de Sagora, explicando cómo funcionaba la aplicación. Y desde ahí los sigo en redes y estoy atenta a cada cambio, cada progreso”. De esta forma, destaca la importancia del vínculo entre universidades, algo que también se expresa en la posibilidad a futuro de poner servidores en distintos lugares del país.

Asimismo, Angles señala las dificultades que aún se experimentan al aumentar la cantidad de usuarios: “Hemos intentado con el resto del grupo: somos siete en total. Ahí ya estuvo complicado. Cuatro nos habíamos enganchado en una sala, y hubo mucha interferencia, y algo de latencia”. Sin embargo, admite que pudo deberse a la gran cantidad de salas abiertas, y la conectividad de algunos miembros que viven en las sierras, donde la señal es más inestable.

Nadie sabe cómo será la nueva normalidad. Pero, aunque vuelvan a habilitarse los ensayos presenciales, para Silvia estos desarrollos han llegado para quedarse: “Lo que hizo esto fue acelerar procesos que ya venían, era algo inevitable. Nosotros vivimos en lugares distintos, y realmente juntarnos para ensayar era una logística enorme. Casi que nos juntábamos nada más para tocar en público. Y Sagora facilita mucho. Por supuesto que no reemplaza al ensayo presencial, pero ayuda”.

Romero Mascaró comenta que si bien fueron ambiciosos con las posibilidades y el impacto que podría llegar a generar el proyecto, jamás pensaron que las descargas podrían ser tantas y, sobre todo, de lugares tan diversos y lejanos alrededor del mundo. Sin embargo, considera que aún no han llegado a su techo de éxito, debido a que frecuentemente mucha gente le escribe diciendo que recién se entera de la existencia del software.

“Eso obviamente tiene que ver con que no hay dinero puesto en prensa ni marketing, es todo boca en boca. La única nota que salió fue de Página/12. Ese día solamente tuvimos 12.000 descargas, imaginate si hubiésemos tenido más visibilidad mediática. Por otro lado, jamás nos imaginamos que íbamos a tener descargas en Emiratos Árabes, en Yemen, China, Japón… No sé realmente cómo llegó Sagora ahí. Y sin embargo se lo sigue descargando; evidentemente es algo que se está necesitando y parece que no hay otra herramienta que lo haya solucionado antes. Por eso tenemos todavía la expectativa y las ganas de seguir trabajando, porque vemos que un producto de la universidad pública argentina puede realmente dar la vuelta al mundo, no solamente en cantidad de países, sino también en cantidad de descargas. Superar el millón de descargas es mi sueño ahora”, concluye, orgulloso, el creador.