El Cordobazo en blanco y negro

El Cordobazo en blanco y negro

A 54 años del levantamiento contra la dictadura de Onganía, se estrenó el documental «¡Quemenlos!», que recupera las crónicas televisivas de la época.

El 28 de mayo en la sala Argentina del Centro Cultural Nestor Kirchner tuvo lugar el estreno de ¡Quémenlos!, el proyecto más reciente del cineasta Adrian Jaime. El documental narra los hechos acontecidos en Córdoba, en 1969, cuando miles de estudiantes universitarios y trabajadores salieron a las calles para resistir a la dictadura de Juan Carlos Onganía: aquellas protestas quedaron en la historia como “El Cordobazo”. El documental fue realizado con videos originales de los canales de televisión que transmitieron lo ocurrido en las manifestaciones. Gracias a este intenso trabajo de archivo se pudieron ver las imágenes de la primera marcha silenciosa, los homenajes al estudiante y obrero Santiago Pampillón (asesinado por una bala policial), los violentos cruces y represiones que tuvieron lugar en el centro cordobés y en la Universidad de Córdoba. Las únicas voces narradoras que ofrece el documental son las de los propios conductores de televisión de esos años.

Lo que se hizo para el documental fue “un trabajo arqueológico”, según lo define el director, refiriéndose al tratamiento de sonidos e imágenes que se llevó a cabo. “Trabajamos con un volumen de materiales muy grande, de archivistas en Córdoba y en Buenos Aires. No fue una tarea sencilla porque hubo que seleccionar entre cientos de horas”, explica Jaime. Junto con Pablo Pérez Montiel, sonidista que participó en producciones musicales de Fito Paez y Cerati, fue recolectando el material sonoro para la elaboración de un documental histórico que busca transmitir un clima de época. La reconstrucción de voces fue realizada desde cero. Para varias de las imágenes reproducidas se utilizaron sonidos de marchas más recientes, como la del 28 de diciembre en el gobierno de Macri, por ejemplo.

“Yo lo que trato de trabajar son las imágenes visuales y sonoras. Cuando trabajás con una voz en off trabajás como en otro plano dentro de la narración. Yo lo que consideraba es que debía poder escucharse por sí misma la situación sin tener a un ´otro´ que narrara aquellas cosas que acontecieron”, explica Jaime sobre la elección de la estrategia narrativa. “A diferencia de otras veces retiramos la palabra y le dimos mayor autoridad y trabajo a la construcción de escenas e imágenes tanto visuales como sonoras”.

La recopilación de archivos sonoros comenzó en plena pandemia. El documental nació como un proyecto sobre los libros quemados en la última dictadura al que se dedican las primeras imágenes del documental.  Luego de ese inicio se transitan varios momentos clave que marcaron el principio del fin del gobierno de Onganía y que tienen como protagonistas a las juventudes militantes de la época, en su mayoría hombres trabajadores provenientes de las industrias automotrices. La participación de jóvenes adolescentes y mujeres tampoco fue un detalle menor, así como la aparición de figuras políticas relevantes como la de Agustín Tosco, líder sindical que se manifestó en contra del gobierno dictatorial y murió años más tarde en la clandestinidad.

Jaime agradeció el apoyo que recibió del Instituto Nacional del Cine y Artes Audiovisuales para realizar la película. También explicó las dificultades que presenta realizar este tipo de contenido, así como también la necesidad de una cinemateca y políticas públicas que protejan o equilibren la convivencia entre las grandes productoras multinacionales y las producciones nacionales. Actualmente los documentales se realizan con un 8% del presupuesto que tiene una película de ficción. Al trabajar con los porcentajes más bajos del presupuesto, aclaró el director, “siempre es un desafío para nosotros poder compatibilizar los deseos con la calidad”.

El documental podrá verse en el Cineclub Municipal Hugo del Carril de Córdoba, del 27 al 31 de mayo y en el Cine Municipal El Cairo de Rosario los fines de semana a partir del 27 de mayo.   

La villa sin Photoshop

La villa sin Photoshop

Una muestra fotográfica recorre la vida de Ciudad Oculta los días previos a la recordada toma del Parque Indoamericano. Su autor, criado allí, dice que fue una respuesta a la estigmatización de los medios con los villeros.

Nacido en Moreno, pero con el corazón en Villa Lugano, más precisamente en Ciudad Oculta -tal como se titula la muestra que se exhibe en el Centro Cultural Borges-, Nahuel Alfonso cuenta, a través de imágenes, la realidad que vivió su familia y su barrio antes de la Navidad de 2010.

El recorrido refleja el camino que transitó Nahuel desde chico. En 1999, a los 12 años, cuando vivía en la localidad de Moreno con su madre, llegó a tener 82 faltas en la escuela. En aquel tiempo, prefería estar en Ciudad Oculta, sacarle unos pesos a su abuela de su “negocio” -el almacén de la familia de su padre-, y con eso comer y andar por la calle con sus primos. En ese momento, Nahuel descubrió que era “un gran mentiroso”, algo que más tarde, reflexionando, lo relacionaría con la creatividad que practica hoy.

En las escapadas a Ciudad Oculta, se interesó por aprender a dibujar, porque veía en su padre, artesano y dibujante, un ejemplo. Su padre quiso enseñarle, pero pronto Nahuel lo dejó porque se le hacía difícil dibujar desde la imaginación, siempre necesitaba algo para copiar. Una cosa parecida le pasó con la poesía, otra de las aficiones de su padre. Sucede que Nahuel, por ser el “carilindo” del barrio y de la escuela, tenía muchas pretendientes. Mirándolo en términos actuales, se consideraba emocionalmente responsable: “Yo tenía relación con las chicas, siempre traté de ser amigo, no me gustaba defraudarlas”, dice Nahuel. Entonces les escribía poemas. Pero también se cansó de la poesía, ya que solo la podía hacer copiando a Bécquer y eso no le gustaba nada.

A los 13 años, ya descubiertas sus 82 “rateadas” de la escuela, su madre decidió enviarlo a vivir con su padre a Malvinas Argentinas, zona norte del Gran Buenos Aires, donde en realidad vivió con su hermano David, puesto que a su padre, como trabajaba en Capital, le convenía quedarse en Ciudad Oculta e ir cada tanto a su casa a dejarles unos pesos a sus hijos para que se mantengan y paguen los servicios. Ese mismo año, a la madre de Nahuel le diagnosticaron cálculos biliares y Nahuel la iba a visitar con frecuencia. En uno de estos encuentros, de profundo sinceramiento, mantuvieron una charla en la que Nahuel reconoció que su madre ya se había rendido con el futuro de su hijo. “Que sea lo que tenga que ser”, es la última frase que dijo ella y que Nahuel recuerda siempre.

A los 15 años, con la excusa de regularizar sus estudios, Nahuel se fue a Ciudad Oculta y le pidió a su abuela paterna vivir con ella, pero ya era abril, tarde para arrancar el año escolar. Ahí fue que se acercó a un centro comunitario donde se desarrollaba un programa llamado “Vuelta a la escuela”, del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, donde le consiguieron una vacante y además le brindaron acompañamiento por fuera de la escuela. Y allí recibió una invitación a participar de un taller de fotografía al que fue con sus tres primos, en la Fundación PH15. Por su rebeldía, Nahuel duró sólo tres meses en el taller, pero en la exposición Ciudad Oculta, en el Borges, se pueden ver algunas fotos suyas de esa etapa.

Volvió al taller de PH15 cuatro años después, y a sus 20 años, tras hacer la foto de unos niños bajo la lluvia, Nahuel hizo un clic. “Sentí que había compuesto ‘The End’ de The Doors, y fue así: esta foto fue la que me abrió las puertas”. A poco de que trascendiera, conoció a Carlos Bosch, una figura destacada del fotoperiodismo argentino, con quien luego logró forjar una estrecha relación y de quien pudo aprender gracias a los talleres abiertos que Bosch daba en su casa de Boedo. Esta relación también le permitió conocer a Adriana Lestido, Jorge Abot, Pablo Piovano. “Eminencias que nunca pensé conocer”, dice Nahuel.

A los 23 años, Bosch le regaló una cámara profesional para que su serie de Ciudad Oculta se siga armando. Como cuando era chico, andaba de acá para allá. De Parque Patricios, otro de los barrios que lo albergó, a Boedo. De Ciudad Oculta al conurbano. Siempre con una mochila grande, que lo llevó a definirse como “un mochilero en la ciudad”.

En diálogo con ANCCOM, Nahuel afirma: “Primero, el trabajo Ciudad Oculta surge porque quería expresarme. Segundo, es una respuesta a la toma del Parque Indoamericano y la estigmatización de los medios de comunicación masiva hacia la gente de las villas. Y tercero, quería ser Cartier Bresson” (risas). Nahuel se refiere, de manera crítica, a una cierta “narrativa poética de la villa” que practicaban algunos fotoperiodistas, utilizando lo que en Photoshop se llama clarity, una suerte de filtro que termina ensuciando las pieles de quienes están retratados.

Esa mirada nunca le gustó. “Si vas a una olla popular en la villa y fotografiás a unos nenes, ellos están limpios, tienen unos padres que hacen todo lo posible para que estén así”. Por eso él siempre trató de hacer algo más verídico. “La militancia que llevaban adelante estos fotoperiodistas estaba mal trabajada, y yo logré entender el valor de retratar a la villa sin Clarity. Quería mostrar que un villero es una persona normal, que festeja la Navidad, que se pone alegre cuando alguien cumple años, que se enorgullece cuando a alguien del entorno le va bien, y que también puede estar triste”.

La muestra Ciudad Oculta se puede visitar de miércoles a domingos de 14 a 20, hasta el 30 de junio inclusive, en el Centro Cultural Borges, Viamonte 525, CABA.

Teatro histórico y transhumante

Teatro histórico y transhumante

En clave de comedia y desde hace casi tres décadas, la compañía Museo Viajero repone el pasado para estudiantes de diversas edades. Cada año, 30.000 chicos asisten a sus funciones.

El Museo Viajero es una compañía de teatro fundada hace 27 años cuyo objetivo es ir a salas e instituciones a representar un género que ellos llaman «comedia histórica». Fabián Ucello es historiador, también director y fundador. “Aunque parezca un chiste, esto empezó en un asado. Yo coleccionaba cosas antiguas de la vida cotidiana, y con Héctor López Girondo, titiritero del Teatro General San Martín, creamos una obra llamada Un siglo en un ratito donde había que llevar objetos que contaban la vida de los papás cuando eran chicos, y también de los abuelos y bisabuelos. Se hizo una conjunción entre nosotros, más el aporte de Raquel Prestigiácomo, que es licenciada en Letras”.

Actualmente, no tienen una sede fija, ya que la Asociación Amigos del Museo Saavedra, donde estuvieron todo este tiempo, decidió utilizar el lugar para otros fines. “Es un divorcio. Es una relación de 27 años. Al principio ellos tenían una sala totalmente vacía y el director de entonces, Alberto Piñeiro, me dice: ‘Vamos a hacer una o dos funciones’. Tuvieron tanto éxito que me pidió que me quedara. Venía cada vez más gente y a partir de ahí empezamos a armar una sala para 200 personas. La Asociación de Amigos cobraba una entrada y el Museo se llevaba un porcentaje”.

La editorial Eudeba va a publicar dos libros con referencias, dibujos e información extra para chicos en edad escolar. Al respecto, Ucello cuenta: “A los docentes les ayudamos con guías de lectura. Hay una obra que se llama La pequeña aldea que cuenta la vida cotidiana en 1810 a través de una maqueta maravillosa de cómo era la ciudad de Buenos Aires, y toda la investigación se volcó en un libro con el mismo título, también publicado por Eudeba, y que lleva cuatro ediciones, la última con prólogo de Felipe Pigna”.

Ucello considera que es una herramienta para el docente y que, aparte de las obras, cuenta con mucha información esclarecedora sobre los usos y costumbres: “Los chicos hace 20 años dibujaban en forma de campana los vestidos de las mujeres y eso no se usaba en 1810, sino en la época de Rosas”, señala.

Cada obra está diseñada para alumnos de distintos ciclos así como un gran catálogo de actividades para seguir trabajando en clase después de cada función. Raquel Prestigiácomo, además de licenciada en Letras es formadora de docentes y la encargada del diseño de varios de los manuales que se encuentran publicados en la web. “Es una especialista en las necesidades del docente”, destaca Ucello.

A diferencia de otros teatros, en vacaciones se toman un receso, por lo que no tienen actividad tanto en verano como invierno. Al ser obras de corte educativo, prefieren desarrollarlas en el período escolar. En números, el director detalla que asisten por año entre 23 mil a 30 mil chicos de diversos lugares. En un mismo día trabajan 24 personas entre bailarines, cantantes, actores y magos, poseen tres trailers que viajan por distintas instituciones y la cantidad de obras disponibles son 26.

ás allá de que ahora no tienen una sede propia, visitan sitios como el Museo Sarmiento en el barrio de Belgrano, la Facultad de Veterinaria, la Sociedad Científica Argentina, e incluso la ciudad de Luján, sin dejar de lado la presencia en las escuelas. “Siempre tratamos de ir a un lugar de referencia, donde tengan un plus para hacerlo”, agrega Ucello.

Sobre el recibimiento del público, tanto de alumnos y docentes, manifiesta: “Los docentes lo toman como una herramienta pedagógica. De hecho ya nos conocemos. Me llaman por el nombre de pila y algunos me han visto actuar en las obras, pero ya dejé para pasar a ser director”. En su momento, Ucello pensaba que los docentes solo iban por las exhibiciones en el Museo Saavedra, pero en realidad querían ver las obras de teatro.

Como en varios lugares de la cultura y la vida social, el cambio de época es un hecho y El Museo Viajero no es ajeno a su circunstancia. “Nosotros teníamos una obra de Cristóbal Colón que fue un boom y ahora los chicos no van porque lo ven a Colón con otra mirada, a pesar de que nosotros contábamos sólo el viaje. Ahora tenemos dos obras sobre los pueblos originarios”.

No hay demasiados antecedentes de una experiencia así. Ucello no puede creer que en estos 27 años nadie los haya copiado. “El estilo de teatro que nosotros hacemos se puede aplicar a todo, no solo para la historia. Todas las obras se basan en un diálogo entre un director y uno o dos ayudantes que realizan una pregunta adecuada o van a interpretar una situación no necesariamente cómica, sino visual, que atraiga a los chicos”. En los 45 minutos que dura la obra utilizan como recursos títeres, baile, música, canto y hasta magia.

El Museo Viajero a lo largo de su historia recibió distinciones y reconocimientos del Fondo Nacional de las Artes y el Instituto Nacional del Teatro. Sin embargo, no cuenta con apoyo gubernamental, pero a Ucello no le preocupa: “No nos ayuda nadie. Cuando vos pedís que te ayuden, te agarran la cabeza y tratan de hundir. Te soy sincero: a nosotros siempre nos fue bien sin que nos ayuden, porque siempre te piden algo y no es fácil venderse. Ahora pasó esto del Museo Saavedra y buscaremos otro lugar para hacer lo nuestro”.

A futuro, piensan sumar obras. “En noviembre vamos a estrenar Obligada estaba la vuelta con la historia del combate de Vuelta de Obligado que va a ser de cuarto grado para arriba. También tenemos obras para los chicos de jardín a tercer grado como Pequeño corazón, que narra el viaje de Manuel Belgrano desde Buenos Aires hacia Rosario, un hecho casi desconocido del que, hace poco, se encontró un manuscrito de él donde lo cuenta”.

 

 

¿Dónde ver al Museo Viajero?

Las obras Chocolate por la Libertad, Mondongo para Manuel, El Arbolito frente al Cabildo, Cabildo Abierto, La Gran Semana de Mayo, La Pulpería de Jacinto se pueden ver hasta el 2 de junio en el Museo Sarmiento, Cuba y Juramento (CABA). Las entradas cuestan 1.500 pesos y 1.400 para escuelas públicas.

El caldo de la violencia

El caldo de la violencia

La puesta teatral «La cocina de Elisa» funciona como una lograda metáfora de la represión de la última dictadura militar.

Nicole y Elisa, los personajes de la obra Cocinando con Elisa -de Lucía Laragione con dirección de Mariana Giovine-, trabajan en una cocina de estancia para monsieur y madame. Las mujeres, interpretadas por Luciana Procaccini y Gabriela Villalonga construyen un vínculo entre el sadismo y el maltrato: Nicole se burla y reniega del analfabetismo e ignorancia de Elisa mientras ella invade la estancia con su juventud.

A medida que transcurre la obra, el lenguaje típico de una cocina clásica y el giro de comedia que le agrega la directora sirven de analogía con la violencia, las relaciones de poder y los mecanismos de la última dictadura militar argentina.

“Fue una obra que empezó en pandemia”, comenta Giovine y relata cómo fue el proceso de construcción de la pieza. Empezaron los ensayos por zoom, luego en el parque Chacabuco porque “había que poner el cuerpo” y finalmente en la terraza de una de las actrices.

Luciana Procaccini sostiene que “fue una suma de entusiasmos” entre todos los que formaron parte de la obra. “Había una necesidad de seguir actuando, de seguir adelante”.

“Cuando hay un texto bueno, la tarea es más fácil”, dice la directora al respecto del escrito original del año 1993. “Es una metáfora culinaria que tiene muchos puntos que explorar”, describe. Por su parte, Gabriella Villalonga destaca que lo más interesante de la obra es “cómo sigue resonando en la actualidad” y la manera en que, según la época, el texto gana nuevos significados.

La directora supo agregar humor y trabajar la obra desde el grotesco. “Hacía que miremos animaciones”, sostienen las actrices y resaltan los estereotipos que dejan a la luz los personajes: la villana sádica y la débil y sumisa sirvienta. “Nos divertimos mucho juntas. En el escenario es salir a jugar con la otra”, dice Villalonga sobre el vínculo que forma con su compañera.

La obra fluye por distintas localidades de la provincia de Buenos Aires y Rosario. Actualmente, está los domingos a las 20.30, en el CELCIT, barrio porteño de San Telmo.

«Un perfecto desconocido te puede salvar la vida»

«Un perfecto desconocido te puede salvar la vida»

Escrita, dirigida y protagonizada por mujeres, la obra «En este mundo loco, en esta noche brillante» aborda el tema de la violencia sexual desde una perspectiva poco frecuente.

En la producción teatral independiente En este mundo loco, en esta noche brillante, inspirada en la obra literaria de la dramaturga brasileña Silvia Gómez, la directora Nayla Pose narra en un formato crudo y honesto una historia de violencia sexual sobre la mujer a quien no se la presenta como un sexo débil, sino como alguien complejo que es capaz de levantarse y seguir cuando todo parece que se va a terminar.

Pose, quien estudió Artes Escénicas en el Conservatorio Nacional (actual Universidad Nacional de las Artes), trabajó con directores como Daniel Veronese y desde muy joven comenzó a dar clases en instituciones estatales. “Me mantenía en un constante estado de creatividad y de aprendizaje -sostiene-. La intención es formarse y aprender todo el tiempo, apostando al diálogo y al intercambio de ideas entre colegas”.

En este mundo loco, en esta noche brillante habla sobre la violencia hacia las mujeres de una manera cruda pero también poética y sensible”, afirma. Rasgos como la ternura, la empatía y la resiliencia emergen para presentar un panorama diferente sobre la violencia de género.

“Me hice un montón de preguntas al momento de introducirme en la producción. Fundamentalmente, ¿de qué forma se habla de este tema? Mi objetivo es expresarlo de la manera más humana posible. La obra tiene elementos diversos: tragedia, comedia, momentos profundamente poéticos que pueden presentar una nueva perspectiva”.

El relato se reúne íntimamente con el público a través de una puesta sincera y directa. “La conciencia ficcional interviene al presentar cortes en la ficción que desvían la forma clásica de narración de la obra, que consiste en una introducción, desarrollo y desenlace. Es en esos cortes donde media la realidad germinada desde el espacio de ensayo. Dicha conciencia parte de la propia irrupción del relato ficcional que la misma Silvia Gómez hace en su libro”.

“Yo no elegí la obra, la obra me eligió a mí”, asegura Pose. “Cuando la leí, sentí que estaba escrita para mí. Por entonces, no conocía a Silvia, pero experimenté una gran familiaridad con su lectura. Es ella quien propone un corte en la narrativa clásica de la ficción para hablar desde el lugar donde ocurren los hechos. Las palabras de Silvia me cayeron encima con total honestidad, por lo que mi objetivo fue retratarlas lo más cerca posible a ese sentimiento. Eso le provee crudeza a la obra”.

La directora cuenta que conoció a Silvia por medio de una videollamada en la cual intercambiaron gustos, sentimientos compartidos, lecturas feministas que las marcaron y futuras ideas. Posteriormente, se encontraron en persona cuando Silvia Gomez realizó un viaje a Buenos Aires. “Me conecté con ella a través de la literatura al compartir su misma manera de ver el mundo”, dice Pose.

En la obra se habla del universo femenino y de su enorme capacidad para la resiliencia. “Después de la caída, se levanta y sigue caminando”, remarca Pose. La obra carece de escenografía, ya que, según ella: “Es tan potente lo que sucedía en la actuación y en los ensayos que me incitó a llevar aquella mística de ese territorio tras bambalinas a su exposición al público”.

“Intento que la audiencia empatice con los hechos que la atraviesan. Los acontecimientos narrados son sensibles, pero intentamos, mediante la puesta en escena y la actuación, abordarlo de la forma menos tensa posible. Anhelo que el latir que posee la obra pueda acompañar a quien la vea, que se cuestione, que la sienta, que se posicione en la agenda. Mi intención es que la violencia sexual como tema esté presente, pero no por la pesadez y el estigma que conlleva, sino que la obra sea un aporte para su discusión”.

“Utilizo recursos que a mí me resultan conmovedores y deseo que eso se pueda llegar a transmitir. La actuación como recurso por parte de actrices completamente entregadas en cuerpo y carne a la obra, la música, la iluminación, romper con la convención más tradicional para develar al público todo el artificio con el cual está construida la historia. Poder dar vuelta la escena y reflejar toda la verdad de la misma, sin mediaciones”.

“Me interesa especialmente el público joven, me genera esperanza. Las dos actrices que abordan la obra -Daniela Flombaum y Carolina Saade- son jóvenes. Quería mostrar un vínculo maternal entre ambas, algo que alguna vez en la vida todos hemos experimentado. Me identifico mucho con esa sensación de ser maternada por un par, por eso intenté presentar eso en el territorio del juego de la escena. Una mujer que tiene más experiencia sobre otra que es abusada por un varón”.

La historia refleja todo el universo artístico que inspira a la directora. Pose trata de intervenir con la alimentación que posee del mundo sensible donde no solo reside el teatro, sino también otros abordajes artísticos como la literatura o el arte plástico sobre el cual se siente particularmente atraída. “Me gusta llegar a las personas. Me interesa generar algún tipo de sentimiento. Recuerdo la conmoción que me generaron ciertas obras de arte. Conmover es estar moviéndose con algo y busco que el público reciba con igualdad de importancia el tema y el arte que envuelve la obra”.

El relato busca centrarse en la empatía y en el vínculo entre pares. “Dos personas que son desconocidas se unen a partir de un hecho trágico que da pie al vínculo entre las dos protagonistas de la obra. Mi intención es que el público se lleve el fervor que se produce en la resistencia a partir del acto de compartir una conexión con la otra persona. Un perfecto desconocido te puede, literal y poéticamente, salvar la vida. Ganar una amistad, cantar y levantarse junto al otro es la sensación que intento transmitir”.

 

En este loco mundo, en esta noche brillante se presenta los domingos de junio a las 20 en el espacio Dumont 4040 (Santos Dumont 4040, Chacarita).

¿Qué les pasa a los presos?

¿Qué les pasa a los presos?

«El libro de los jueces» se estrenó este jueves en el Cine Gaumont y relata la experiencia de dos magistrados que recorren las cárceles. Una novedosa concepción del perdón y el derecho restaurativo.

“Mi interés está puesto en el ejercicio de la actividad y de la función de los jueces en nuestra sociedad” afirmó Matías Scarvaci, director y guionista de El libro de los jueces, la película que se estrenó este jueves en el cine Gaumont.

El director de Los cuerpos dóciles, galardonada en el Festival de Mar del Plata, recorre esta vez el trabajo de dos jueces que ejercen el derecho penal restaurativo en la provincia de Buenos Aires. Recorriendo junto a los jueces Walter Saettone y Alejandro David, la cámara de Matías refleja lo que es un tema descuidado socialmente: las condiciones de vida en las cárceles, las distintas historias de los reclusos, así como una novedosa concepción del perdón, la libertad, la marginalidad y la soledad que atraviesan las personas que son sometidas a un sistema diseñado para el castigo.

“Es un castigo psicológico, más que físico”, señala en la película una de las personas privadas de su libertad, entre las tantas historias que construyen el lenguaje cinematográfico buscado por Scarvaci. Para el director, “esta película narra una parte del estado de situación actual de la justicia y de la Argentina. Y de cómo nuestra sociedad resuelve el problema penal.”

¿Qué esperas de la recepción de la película?

– “Espero que pueda llegar a la mayor cantidad de gente posible. Gente que esté interesada en el tema, que tenga sensibilidad Ojalá que sea de mucho interés sobre todo del Poder Judicial, las personas que intervienen en la temática, los operadores judiciales y también las Universidades. Me parece que está bueno que la película pueda discutir en esos ámbitos.”

 

 ¿Cómo fueron los casi dos años de rodaje?

 Primero fue el contacto con los protagonistas: los jueces. Establecer vínculo con ellos. Luego, acompañarlos en el territorio, tanto en las cárceles como en las comisarías, en la jurisdicción donde ellos ejercen.”

Con respecto al foco de la película, Scarvaci sostuvo: “Mi interés está puesto en el ejercicio de la actividad y de la función de los jueces en nuestra sociedad. En mostrar esa tarea, ese rol. En entender qué significa y cuál es la resonancia en los cuerpos de las personas sobre las que caen las sentencias, las decisiones que ellos toman. Y, sobre todo, estar en un lugar que me parece inédito. No sé si hay mucho registro de documentales que muestren la tarea de los jueces. Me parece un lugar de mucho poder. Hay todo un imaginario sobre sobre qué significa ser juez. Entonces me parecía que era poderoso mostrarlo en términos cinematográficos. A partir de allí descubrí a dos jueces que son a mi entender muy interesantes: además de ser jueces me parece que le dan un plus en términos cinematográficos por las características personales y profesionales que tienen: la manera que ejercen su rol, el acercamiento o la mirada. Me parece que en ese sentido la película discute con el estado de la Justicia. Y es interesante que se pueda dar esa discusión para tratar de mejorar”.

 

 

¿Cómo fue el trato con los detenidos, los oficiales, los jueces? ¿Cómo se prestaron a la cámara?

En general fue muy bueno. Está muy invisibilizada esa problemática, entonces el hecho de que haya un interés de poner la mirada ahí generó una buena recepción. Yo también tengo experiencia en trabajo en cárceles, conozco un poco como es. No soy experto en el tema pero sé lo que es ir a lugares de encierro. Hay algo de la naturalización de la mirada o de la cámara que tiene que ver con las experiencias anteriores que me sumaron al momento de establecer relación con esos ámbitos.”

 

¿En qué hacías foco al capturar la realidad del encierro desde lo documental?

A mí me interesan las historias humanas, lo singular de la humanidad, las personas. Me parece que ahí hay una multiplicidad de sentido que intento capturar y narrar en las películas. La realidad en determinados contextos es muy poderosa: en este caso es muy poderoso estar privado de la libertad, muy doloroso. Y me parece que esa condensación es interesante en términos artísticos.”

 

¿A qué se refiere el derecho penal restaurativo?

Es un tema que se está aplicando hace no relativamente mucho tiempo. Una parte de la Justicia intenta ir para ese lado. Tratar de restaurar lo que se rompió, tratar de trabajar sobre la mediación penal. La película intenta tocar ese tema, que me parece muy poderoso. Aparece el perdón como forma de superar, de mitigar el dolor y no quedar trabado, cristalizado en la experiencia dolorosa o acumulando rencor. Soy muy cauteloso en ese sentido porque no todos los delitos son los mismos. La película pone el eje no solo en el victimario sino también en las víctimas. Desde hace un tiempo funciona la Ley de Víctimas: la víctima también es parte del proceso penal, se la tiene en cuenta, se las escucha. Escuchar en un sentido amplio, una escucha activa que permita generar empatía con quien habla o con quien necesita hacer catarsis. Me parece que eso es contenedor. Esos pequeños movimientos, esos pequeños gestos, también están retratados en la película y me parece que hacen a la cuestión. También hay asociaciones de víctimas que trabajan esto del perdón como forma del tratamiento de la condena o del agravio sentido.”

 

¿Por qué el nombre El libro de los jueces?

 El libro de los jueces es un libro donde se establece cuál es la función de los jueces en nuestras sociedades. Un poco tenía que ver con eso, con ir a una idea más elemental o más básica para desnaturalizar lo que está naturalizado: que a las personas se las priva de su libertad, se las encierra y nos dejamos de preguntar qué les pasa. Hay quienes piden «mano dura» sin saber precisamente cómo es que funciona: generalmente con discursos mediatizados, estereotipados en relación al delito o a los delincuentes. Entonces el nombre del documental va un poco por ese lado.

El libro de los jueces se exhibirá en la Sala 3 el Cine Gaumont en funciones que se proyectarán a las 12:30, 14:15 y 20:15.