El traspaso de abuelos a nietos de una búsqueda incansable

El traspaso de abuelos a nietos de una búsqueda incansable

En una nueva audiencia del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de Banfield, Lanús y Quilmes, declaró Rosaria Valenzi sobre la búsqueda de su sobrina y la desaparición de su hermana. También las hijas de dos delegados gremiales secuestrados. El caso de las parteras desaparecidas por avisar de un nacimiento en cautiverio.

Una nueva audiencia por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los Pozos de Banfield y Quilmes y la Brigada de Lanús, durante la última dictadura cívico militar, tuvo lugar este martes. En una modalidad mixta -virtual y-presencial- declararon Rosaria Isabella Valenzi, hermana de Silvia Mabel Valenzi, militante de Montoneros, embarazada y secuestrada en 1976, quien dio a luz en cautiverio; Nancy Rizzo, hija de José Reynaldo Rizzo, delegado metalúrgico secuestrado en La Matanza en 1977, y Alicia Galeano, hija de Héctor Galeano, militante peronista, trabajador de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTEL), secuestrado en noviembre de 1976. 

Desde el Tribunal Oral Federal N°1 de La Plata, Rosaria Isabella Valenzi declaró: “Todo empezó el 12 de noviembre de 1976, cuando se llevan a la suegra y la cuñada de mi hermana. Se suponía que la llevaban porque buscaban a Carlos López Mateo, mi cuñado, pero a él lo mataron el 18 de diciembre en las calles 14 y 67 de La Plata y la hermana y la madre no aparecieron más. Se las llevaron para exterminar a la familia», declaró Rosaria y recordó que a su hermana se la llevaron el 22 de diciembre y nunca más apareció. 

Una tarde de abril de 1977, la madre de Rosita recibió un anónimo. Allí decía que su hija desaparecida, Silvia, había tenido una nena en el Hospital de Quilmes, que fueran a buscarla, pero nunca la encontró. Valenzi narró que aquel día su madre había ido en busca de su nieta y su hija pero que, al presentarse en el hospital, un doctor de apellido García, le mostró el libro de partos, y le dijo: “Sí, nació la nena, vaya a hablar con el director” pero fue el director quien la sacó a empujones y le aseguró que ahí no había pasado nada, que no existía el parto.

Además, recordó que el doctor Adalberto Pérez Casal, jefe de Neonatología del Hospital Iriarte por esos años, le contó que (el médico policial condenado por delitos de lesa humanidad José Antonio) Bergés le advirtió que «no la puede retirar, ni Videla, no se la des a nadie», refiriéndose a la beba de su hija.

Más tarde, la familia de Silvia Valenzi sabría que quienes le enviaron ese anónimo fueron la enfermera Generosa Fratassi y la partera María Luisa Martínez, «ambas ofrecieron su vida, se las llevaron y están desaparecidas», afirmó Valenzi.

«Quiero que se haga justicia por las víctimas del Pozo de Banfield y el Pozo de Quilmes y quiero que alguien hable y diga dónde está la nena. Bergés debe saber, pero nunca habló», finalizó Rosaria Valenzi, quien además en su relato recordó su lucha junto a Chicha Chorobik, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. El segundo testimonio fue el de Nancy Rizzo, hija mayor de José Reynaldo Rizzo quien, desde que empezó su declaración hasta que terminó, sostuvo firmemente una foto de su padre. Rizzo, recordó cada detalle de aquel dramático 17 de noviembre de 1976 en su casa de La Tablada. “Se escuchaban ruidos, entraron por todos lados. Recuerdo que mi mamá estaba en las piezas, yo me había agarrado de la mano de mi papá porque para mí eran ladrones, no entendía lo que estaba pasando. Todo el tiempo me apuntaban para que baje la cabeza”, contó.

En el relato ante el Tribunal, Rizzo afirmó que su padre estuvo secuestrado en el centro clandestino de tortura y exterminio conocido como «El Infierno», tal como se llamaba a la Brigada de Lanús. Allí compartió cautiverio con Nilda Eloy, a quien los represores violaban cuando torturaban a su padre para que él creyera que estaban agrediendo a sus hijas. «Mi papá gritaba ´con las nenas, no; con las nenas, no´. Años más tarde nos conoció Nilda Eloy y nos dijo ´Ah, ustedes son las nenas´. Yo siempre le pedí perdón a Nilda por eso», expresó con pesar Nancy Rizzo en su declaración.

Con total entereza, Nancy Rizzo fue firme y dirigiéndose a los jueces dijo: «Ustedes nos hacen esperar mucho tiempo (para enjuiciar a los represores). Se nos va la vida, la gente se muere. Yo tengo los restos de mi papá y nadie me dijo quién lo mató». En 2009, los restos de José Rizzo fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología, a partir de allí Nancy y su familia recién pudieron reconstruir lo sucedido con su padre. “Yo recuperé un esqueleto. Lo mataron con tres balazos mínimamente”, contó.

La última declaración fue la de Celia Alicia Galeano, hija de Héctor Armando Galeano. “Santiagueño, orgulloso de pertenecer a ENTEL y trabajar en el Estado”, expresó su hija ante el TOF 1 de La Plata y recordó que “tenía 45 años cuando lo desaparecieron el 17 de noviembre de 1976”.

Tanto Héctor Galeano como José Rizzo, formaban parte del Grupo del Oeste desde diferentes sectores gremiales junto a sus compañeros Jorge Conget, Ricardo Chirichimo y Gustavo Lafleu: “Todos fueron secuestrados en noviembre de 1976 y fueron vistos en el Infierno de Avellaneda”, afirmó Cecilia Galeano. 

“Mi madre esperó más de 40 años justicia, se cansó de esperar”, expresó entre lágrimas Galeano recordando que la primera vez que la llamaron a declarar, su madre falleció esperanzada en que algo se estaba haciendo por su compañero. “Mi madre dentro de sus posibilidades, guardó todo: la denuncia, los recortes de diarios, los papelitos y nos los fue traspasando a nosotros, sus hijos. Nosotros también, sin proponerlo, fuimos traspasando esa búsqueda a nuestros hijos, a nuestros nietos. Esa búsqueda sigue”, reafirmó Cecilia Galeano quien se encontraba acompañada de sus hijos, sobrinos y nietos al momento de su declaración.

El día que identificaron los restos de José Rizzo, también se encontraron otros cuerpos que no pudieron saber quiénes eran, además de que se extraviaron otros, “los restos de mi padre pueden ser esos que no fueron identificados.”, expresó la última testigo de la jornada.

 

Un lugar para llorar y llevar una flor

Un lugar para llorar y llevar una flor

Martín y Ana Julia, los hijos de los detenidos-desaparecidos Ana María Mobili y Roberto Bonetto, declararon junto a su tía Alejandra Mobili, en la audiencia 59 del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad en los pozos de Banfield y Quilmes y en la Brigada de Lanús.

Una nueva audiencia por los juicios de los Pozos de Banfield, Quilmes y Lanús se realizó este martes. Esta vez la Nº 59, de manera remota, en donde se conectaron para declarar Alejandra Mobili -hermana de Ana María Mobili, militante de Montoneros detenida desaparecida – y sus sobrinos, los hijos de Alejandra y Roberto Bonetto: Martín Bonetto y Ana Julia Bonetto.

Desde la Subsecretaría de Derechos Humanos, y con algunos problemas de conexión que luego fueron solucionados, Alejandra Mobili realizó su declaración. A partir de las preguntas del representante de la querella unificada de Justicia Ya, Nicolás Casara, Mobili comenzó su testimonio: “Mi hermana, Ana María Mobili y su marido Roberto Bonetto, mi cuñado, fueron víctimas de la última dictadura cívico-militar. El mismo día se lo llevaron a él, temprano, y luego volvieron para llevarse a mi hermana, dejando a un chiquito de un año y medio y una nena de 40 días”.  Los hijos de Ana María y Roberto habían quedado en la casa de unos vecinos custodiados por policías. “Cuando fui a buscarlos, me apuntaron con un arma y me llevaron a un lugar que no sabía cuál era. Me tuvieron atada y no me preguntaron nada hasta el otro día, ni siquiera mi nombre”. Mobili contó, además, que en aquel sitio- luego puedo saber- era la Brigada de Investigaciones de La Plata-, permaneció vendada y lo único que escuchaba era el llanto de chicas jóvenes pidiendo por sus madres que provenía de otras habitaciones.

Al otro día, la llamaron por su nombre y le preguntaron si era ella la de la credencial que la identificaba como trabajadora del Consejo Federal de Inversión. Mobil respondió que sí. “Nos subieron en auto a mí y a mi hermano, abriern la puerta y nos dijeron: tírense ahora”. Hoy piensa que esa credencial pudo haberle salvado la vida.

“Mañana es el cumpleaños de mamá Ana. No le puedo llevar una flor y no le puedo llevar un regalo”, le dijo su sobrino Martín. En ese momento, Alejandra entendió el horror por el que estaban pasando: nunca más Martin supo de su mamá ni tampoco de su papá, Roberto. Alejandra se hizo cargo de Martin y la hermana de su cuñado de Ana María, siempre pensando que algún momento, volverían.

“Me gustaría poder encontrar los restos de mi hermana, para que estos chicos -refiriéndose a sus sobrinos- puedan cerrar la historia de sus padres”, declaró Alejandra Mobili. Los restos de Roberto Bonetto fueron encontrados en 2010 en el cementerio de Avellaneda, Ana María hoy sigue desaparecida.

 ”El mundo se perdió esas personas”

«Lo único que me quedó de mi papá es este poncho”, expresó Martín, el hijo mayor de Ana María y Roberto Bonetto.

Martín tenía tan solo un año cuando secuestraron a sus padres y, si bien no puede contar cómo fue el secuestro, sí pudo relatar todo lo que lo afectó su desaparición a tan temprana edad: “Lo que les puedo decir es que por culpa de todo esto, mi vida fue otra vida, que no eran la que tenían pensada mis padres para mí, ni para mi hermana. Estuvo buenísima, está todo bien con la familia que tengo, pero no era así, el destino que querían ellos no era este y algunos se apropiaron de ese destino nuestro y terminamos acá donde estamos”, relató.

“Yo no crecí con mi papá y sin mi mamá, los perdí, no los conocí, no tuve la suerte de conocerlos, pero por lo que me contaron, me di cuenta de que me perdí de tener unos padres espectaculares y que el mundo también se perdió de esas personas, que son parte de esa generación”, expresó Martín Bonetto quien además contó que hoy se encuentra fortaleciendo el vínculo con Ana Julia, su hermana con quien no compartió la crianza.

“Tuvimos la suerte de que no nos llevaron a nosotros y porque crecí en una casa en la que me trataron como un hermano y un hijo, e hicieron todo lo posible para que yo esté bien”. Y continuó: “Quisieron borrar toda una generación, pero no lograron que creciéramos sin amor “. Lo único que me quedó de mi papá es este poncho”, expresó el hijo mayor de Ana María y Roberto Bonetto, señalando su “manto protector”, un sweater de color marrón claro que tenía puesto al momento del testimonio.

 Casa de muñecas

Cuarenta días habían pasado desde el nacimiento de Julia cuando secuestraron a sus padres, en 1977. Solo 40 días Ana María y José Bonetto pudieron disfrutar de su hija. “En este momento me encuentro temblando y mi corazón también”,  expresó Ana Julia, quien comenzó su testimonio recordando una carta que había leído en Olavarría en 2004, cuando se cumplieron 28 años del Golpe de Estado. “Cuando era muy chiquita, me acuerdo que mirando por la ventana de mi casa, me imaginaba cómo sería la casa que mi papá, arquitecto, haría cuando volviera. Me preocupaba mucho qué iba a hacer con mi tía y mi abuela, que eran con quienes me crié y cómo se irían a poner cuando las dejara por irme a vivir con mis padres y mi hermano Martín. Esa casa sería de madera y llena de muñecas”, contó Ana Julia en aquella carta llena de emoción en donde fue contando su historia como hija de desaparecidos, a medida que pasaba el tiempo.

Entre fotos y cuentos de su tía Quela, quien la crió y la abuela María, mamá de su papá, Ana Julia cuenta que toda su vida se conectó de una u otra forma con sus padres: “Coincidencias, o no, que se fueron dando toda la vida, siempre ellos se me manifiestan. Siempre hay amigos que me cuentan algo que no sabía”, expresó. Y agregó que también “es raro ser ahora más viejos que ellos”, porque su padre tenía 34 años cuando lo secuestraron y hoy Ana tiene 45.

En el año 2005, Ana Julia empezó a estudiar en Avellaneda y pasaba todos los días por el Cementerio de esa localidad, años más tarde se enteró que allí estaba su papá, por fin tenía un lugar donde llorar y llevar una flor.

La causa Pozos pasó de la virtualidad a la semipresencialidad

La causa Pozos pasó de la virtualidad a la semipresencialidad

El juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Brigada de Lanús y los pozos de Banfield y Quilmes retomó las audiencias en el Tribunal Nº1 de La Plata.

Luego de dos años de audiencias puramente virtuales, este martes comenzaron las jornadas semipresenciales en el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos en los Pozos de Quilmes, Banfield y la Brigada de Lanús.

Por un lado, en la sala virtual, se encontraban parte de las querellas y las defensas. Por el otro, desde el tribunal, el juez Ricardo Basílico, Guadalupe Godoy, representante de la querella y los testigos de la fecha: José María Novielo y Gustavo Calloti, dos sobrevivientes del Pozo de Quilmes.

Con precisión, claridad y sentado frente al juez, Calloti comenzó su declaración. Contó que tenía 17 años cuando fue detenido y llevado al Pozo de Arana el 8 de septiembre de 1976. “Allí lo único que se hacía era torturar. Eran sesiones de torturas muy largas”, recordó. En Arana Calloti permaneció 15 días, en los que compartió cautiverio con las víctimas de la llamada Noche de los Lápices, entre ellos mencionó a Emilce Moler, Claudia Falcone y Pablo Diaz.  Poco después, fue trasladado a otro lugar que años más tarde pudo reconocer como la Brigada de Investigaciones de Quilmes: “Quilmes era como un depósito donde traían mucha gente. Los hombres estábamos en un segundo piso, las mujeres en el primer piso y en la planta baja había detenidos comunes”, recordó. 

Además, Calloti contó que en una de las celdas estuvo con Santiago Servín, director del diario La Voz de Solano, y con integrantes de la organización Montoneros.

El 21 de enero de 1977 fue trasladado a la Unidad 9 de La Plata hasta ser liberado el 25 de junio de 1979. Luego de su liberación tuvo que enfrentar miedos, persecuciones y demás piedras en el camino. “Yo estuve esperando este juicio hace mucho tiempo (…) no quise declarar de manera virtual porque tenía la impresión de que algo iba a quedar inconcluso, agradezco el esfuerzo para que esto se haya hecho de manera presencial”, finalizó su testimonio Calotti.

Luego de un cuarto intermedio y de la organización entre el escenario presencial y virtual, declaró José María Novielo, quien empezó su militancia siendo estudiante de Agronomía. El 9 de octubre de 1976 fue secuestrado y,  como Calloti,  su primer destino fue el Pozo de Arana. Sobre sus torturas en ese sitio ya había declarado con anterioridad en el Juicio del circuito Camps. Pasaron 10 años de aquel testimonio donde relató múltiples vejaciones que lo acompañan hasta hoy. 

“En Banfield estuve desde octubre a diciembre. Me pusieron en una celda con Pablo Diaz. Al lado mío estaba Alicia Carminatti y su padre. También me encontré con Graciela Pernas en el baño”, declaró. Allí Novielo cuenta que Pernas le preguntó por cómo estaba su padre y él respondió que estaban muy preocupados por saber su paradero. En esa pequeña charla con Graciela, a quien Novielo recuerda con mucho cariño, con que con ella comentaban que estar en la cárcel sería “un paraíso” comparado con todo lo que vivían, pero el destino para su amiga fue otro. “Era como mi hermana y esa fue la última vez que la vi”, expresó con mucho pesar Novielo.

Días después, Noviello fue trasladado al Pozo de Quilmes, fue allí que se encontró con Calloti. Para mí es muy difícil venir acá. Hace 40 años que vivo en un país que me aceptó y me dio la tranquilidad para seguir viviendo, pero es muy difícil vivir acá, recuerdo a mis compañeros y solamente pido justicia para todos ellos porque yo nunca la tuve”, expresó con lágrimas, quien hoy se encuentra radicado en Canadá.

Ambos sobrevivientes pasaron a ser detenidos legales en la Unidad N° 9 de La Plata, donde finalmente fueron liberados, Calloti 1979 y Novielo en 1981.

 

«El Poder Judicial no ha estado a la altura de las circunstancias»

«El Poder Judicial no ha estado a la altura de las circunstancias»

Se reanudaron las audiencias testimoniales por los crímenes de lesa humanidad cometidos en Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús. En esta jornada, Pedro Cerviño declaró por el caso Nélida Sosa de Forti, amiga y compañera de militancia.

Este martes 8 de febrero transcurrió la jornada número 54 en lo que fue la reanudación de las audiencias testimoniales del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús. En esta ocasión, Pedro Cerviño brindó su testimonio como compañero y amigo de la desaparecida Nélida Sosa de Forti, víctima de la última dictadura cívico militar.  

El testigo relató: “El 8 de febrero de 1977 fui secuestrado en Tucumán y llevado al centro de detención clandestino que estaba en la Jefatura de Policía en esa ciudad. Estuve un mes, hasta el 7 de marzo”. Las últimas dos semanas de su detención fueron las que compartió con Nélida, con quien mantenía una relación de amistad ya que ambos eran militantes del Peronismo de Base en la capital tucumana. Esa amistad se extendía hacia su esposo, Alfredo Forti, y sus dos hijos mayores, Alfredo y Mario. Incluso unos días antes de ser secuestrado, Cerviño recuerda que pasó la tarde en la casa de los Forti. Neli, como la nombra el testigo, formaba parte de la comisión interna del Sindicato Municipal de la ciudad de Tucumán. 

Cerviño reconoció a Nélida apenas la vio en las celdas individuales del centro clandestino de detención en la comisaría de Tucumán, la última semana de febrero de 1977, donde ya había aprendido a sacarse la venda de los ojos y a mirar por debajo cuando lo llevaban al baño: “Tenía puesto un vestido amarillo y había sido golpeada y maltratada, hasta el punto de no poder hablar ni caminar. Por eso no pude saber si me reconoció, pero el día que me sacaron, por su mirada, estoy seguro de que supo que era yo”. 

No es la primera vez que Cerviño declara sobre su encuentro con Nélida. En 1979, durante su estadía en la cárcel de Caseros, le informaron que su amiga había sido secuestrada de un avión en Ezeiza, y que había pasado por un centro clandestino de detención en Buenos Aires antes de llegar a la provincia de Tucumán, último lugar donde se supo de su paradero. Ya en democracia, hizo las mismas declaraciones que ahora en los tribunales de Catamarca, Santiago del Estero y Tucumán. Quizás son esos algunos de los motivos que provocan que Cerviño se muestre desesperanzado a la hora de cerrar su testimonio: “A 45 años de los sucesos es muy difícil suponer que estamos haciendo justicia. Lo que se ha cristalizado es la injusticia con relación a estos hechos. Tanta reiteración, lo que demuestra es que el Poder Judicial ha permitido la impunidad en la cual quedaron la mayor parte de estos sucesos. En mi opinión, el Poder Judicial de la Nación no ha estado a la altura de las circunstancias”. 

La jornada número 54 de las audiencias testimoniales tuvo lugar para un último episodio antes del cierre. Finalizado el testimonio de Cerviño, la abogada querellante, Luz Santos Morón, pidió leer unas palabras en memoria de Jorge Allega, fallecido el pasado 22 de enero. Allega fue otra de las víctimas de la última dictadura militar, detenido ilegalmente en el Pozo de Quilmes, dos veces en un lapso de un año y medio. La abogada defensora, Carmen Ibáñez, se opuso a la solicitud justificando que debía hacerse al momento de los alegatos. Luego de deliberar, el tribunal permitió por unanimidad la lectura de las palabras de Allega para homenajearlo, resaltando el derecho de los familiares y víctimas sobrevivientes de expresarse, teniendo en cuenta, además, que esta fue la primera audiencia luego del fallecimiento de la víctima. Después de una serie de interrupciones, la abogada Santos Morón comenzó la lectura de las palabras de homenaje, mientras la cámara de la abogada defensora Ibáñez se apagaba, para volver a encenderse solo después de que la carta llegara a su fin. 

Las palabras por Allaga tienen muchas similitudes con las pronunciadas por Cerviño en su reflexión. Jorge había brindado testimonio en múltiples ocasiones desde la vuelta de la democracia y hasta poco tiempo antes de su fallecimiento. “Su solidaridad lo llevó a visitar a las familias de las víctimas con quienes había compartido cautiverio, sabiendo que con aquellos relatos se aplacaría por un instante la ausencia del ser querido”, recita la abogada. Jorge debía testimoniar este año en el juicio de las brigadas, justamente por su secuestro en el Pozo de Quilmes. “La justicia llegó tarde. Es responsabilidad de un Poder Judicial extremadamente lento con los delitos de lesa humanidad. El péndulo del tiempo hace que la justicia se convierta en impunidad”, decía el texto. 

Un secuestro en pleno vuelo

Un secuestro en pleno vuelo

En una nueva audiencia del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad en el Pozo Banfield, el Pozo de Quilmes y la Brigada de Lanús, los hijos de Susana Sosa de Forti rememoraron el secuestro junto a su madre, el cautiverio y búsqueda infructuosa.

En una nueva jornada, esta vez la N° 51, que investiga los juicios cometidos en el Pozo de Quilmes, el Pozo de Banfield y la Brigada de Lanús declaró la familia Sosa-Forti: Alfredo, Guillermo y Renato, tres de los cinco hijos de Alfredo Forti y Nélida Susana Sosa, quienes fueron secuestrados en un vuelo de Aerolíneas Argentinas junto a su mamá, el 18 de febrero de 1977.

Con unas notas ayuda memoria que apuntalaban el paso de los años y el dolor de no olvidar ningún detalle de aquel trágico día -y a pesar de que la defensa del represor Samuel Eduardo De Lío, exjefe del Regimiento de Viejo Bueno, se opuso- Alfredo Forti comenzó su testimonio. “Mis padres eran parte de una generación de alta sensibilidad hacia el otro, que los llevó a tener una participación y una actitud militante y proactiva en favor de los sectores desposeídos de nuestra sociedad y en busca de resolver los problemas de inequidad e injusticia», explicó Alfredo, quien recordó que ambos crearon una escuela de técnicas de enfermería en un pequeño pueblo de Santiago del Estero y realizaban campañas de alfabetización.

Su padre, de quien lleva el nombre, era cirujano y lo habían contratado en Venezuela, por eso la familia se había trasladado a Buenos Aires para tramitar los pasaportes y viajar hacia su encuentro, pero no los dejaron. Ya embarcados y en pleno avión, les avisaron por alto parlante que solicitaban la presencia de su padre en la cabina y que debían bajar por aparentes problemas de documentación. Ante la negativa y reiterados pedidos de explicaciones de su madre, civiles armados actuaron por la fuerza. “Salimos del aeropuerto y nos subieron a un Peugeot y a un Falcon. Nos sacan de la zona hasta un camino de tierra secundario donde todos fuimos vendados y atados, incluidos mis hermanos pequeños”. Mario, de 13 años; Néstor de 10; Renato de 11 y Guillermo de 8. Alfredo era el mayor y por entonces tenía 16. Todos fueron trasladados a un garage de manera momentánea y luego los llevaron a un calabozo por seis días, lugar que años después pudo reconocer como el Pozo de Quilmes. “En ningún momento se nos informaron las razones por las cuales habíamos sido detenidos, ni tampoco pudimos comunicarnos con nuestros familiares, no se nos explicó nada sobre por qué estábamos ahí, en esas circunstancias”.

Los calabozos daban a un patio interno que se comunicaba con otras celdas en la parte superior, allí Alfredo y sus hermanos pudieron ver a estudiantes que dijeron que eran de La Plata: “Había una de ellas que estaba embarazada de seis meses. Los nombres que nos dieron, sobre todo a mis hermanos que, para tranquilizarlos, les cantaban canciones, eran Alicia y Violeta”, recordó.

“El coronel le informó a mi madre que estábamos detenidos y que teníamos que ser trasladados a Tucumán, el lugar donde estábamos viviendo, que no sabía la razón y que no se preocupara, que eran seis días nada más”. El sexto día de cautiverio, el 23 de febrero de 1977, les anunciaron que los trasladaban y los hicieron bajar. Los sentaron en la vereda y los taparon con una sábana. “Estamos llevando a tu madre a Tucumán, en seis días la tenés de vuelta”, le dijo el coronel a Alfredo, a quien, junto a sus hermanos, lo dejaron tirado, con muy poca ropa, casi nada de los que llevaban en su equipaje y sin la documentación completa.

Allí sólo se iniciaba el infierno para los Forti. Fue el comienzo de un arduo proceso de contacto con su padre y el intento de ubicar y recuperar a su madre, sin contar que ellos tenían planeado un viaje internacional y sin pasaportes no podían hacerlo, ya que en cautiverio les habían robado todo. “En ese momento recibimos negativas totales por parte de Aerolíneas Argentinas, presidida por el Brigadier San Juan. Se complicó todo”, recuerda.

“Nosotros solo podíamos viajar si acusábamos a mi madre de que nos había abandonado y si la culpábamos de que se había robado nuestros pasaportes.”

Si bien por un momento los menores quedaron a la suerte de la autorización de una jueza para poder viajar -ya que su padre se encontraba en Venezuela y su madre desaparecida– finalmente pudieron hacerlo, incluso a pesar de que la jueza los incitó a declarar en contra de Susana Sosa de Forti, su propia madre. “Nosotros solo podíamos viajar si acusábamos a mi madre de que nos había abandonado y si la culpábamos de que se había robado nuestros pasaportes”. Ante la indignación y el dolor de escuchar esas palabras, los niños se negaron. Gracias a las gestiones de su padre desde la distancia y la ayuda del religioso Alfonso Naldi que los contactó con la Policía Federal, lograron la devolución de sus pasajes y pasaportes.

“Hasta el último segundo de vida que tengan estos señores -dice Alfredo, refiriéndose a los genocidas- tienen momento de redimirse de alguna manera y eso es hablando y dando a conocer la información que tienen, las responsabilidades que existen y los destinos finales de nuestros seres queridos”, cerró Alfredo Forti.

Luego de un cuarto intermedio, prosiguió el testimonio de Renato Forti quien, ante las preguntas de la Fiscalía, comenzó su relato y afirmó lo dicho por su hermano mayor, Alfredo, sobre cómo sucedieron los hechos. A diferencia de Alfredo, Renato lució un acento venezolano, aquel que sus años de exilio le hicieron adoptar. Además de contar lo sucedido arriba del avión antes de despegar, también afirmó el proceso de búsqueda que llevaron a cabo Alfredo y su padre cuando finalmente pudieron concretar su viaje hacia Venezuela: “Inmediatamente se pusieron en contacto con organismos internacionales denunciando todos los hechos, mi padre y mi hermano mayor se dedicaron a la búsqueda de mi madre. Mi hermano mayor se entregó a la búsqueda de mi madre, pero nunca salió un resultado que dijera dónde estaba. No teníamos noticias de nada”, lamentó.

“Al principio fue muy fuerte separarse de mi madre, nos costaba aceptar lo que sucedió. Fue muy impactante. Llegué a sentirme aislado y retraído por todo ese trauma que pasamos. Quisiera que se haga justicia porque mi madre era extraordinaria, muy buena, ella no se merecía que pasara esto”, declaró Renato.

El tercer y último testimonio fue el de Guillermo Forti, el más pequeño de la familia al momento de la detención, quien expresó que cuando su madre le dijo que tenían que bajar se sorprendió mucho y se sintió asustado: “Recuerdo cuando sacaban nuestras valijas del avión y posteriormente nos llevaron y subieron a dos vehículos, un Peugeot y un Falcon. Mario, Renato, Néstor y yo en un vehículo y Alfredo y mi mamá en otro”, contó. Además, comentó que recuerda muy bien los modelos de los autos porque jugaban a un juego con sus hermanos y pudo reconocer bien que se trataba de un Peugeot 504 y un Ford Falcon. Guillermo expresó que entró en un estado de llanto y angustia porque él siempre estaba con su mamá, por eso también lo bajaron y lo pasaron al auto en el que iba su madre. 

Al final de su testimonio, Guillermo recordó su pesar sobre la pérdida: «Mi madre era una madre muy cariñosa, tierna, amiga. Durante mucho tiempo tenía la esperanza de verla llegar a en las fiestas. Yo he llegado a no asistir a esas fiestas típicas de las madres con sus hijos, por la ausencia de mi madre», expresó.