Un abrazo de papel

Un abrazo de papel

Desde el año 2000 Hecho en Buenos Aires es una revista y una organización que trabaja para generar oportunidades de construir comunidad y ser una fuente material y simbólica que devuelve la identidad a las personas en situación de vulnerabilidad.

Luciano, vendedor de Hecho en Buenos Aires.

Es sábado, alrededor de las 13. Luciano Saavedra llega a Avenida San Juan 21, en el barrio de San Telmo. Cruza primero un portón grande, luego uno más pequeño y sube dos pisos por escalera. Al llegar emite, detrás de una puerta de rejas, un saludo esperando que del otro lado se acerquen. Como todos los martes, jueves y sábados la sede de Hecho en Buenos Aires (HBA) abre sus puertas a partir de las 10 de la mañana para que todos puedan acercarse. Como Luciano, que está encarando una nueva jornada de trabajo.

Hecho en Buenos Aires es una revista y mucho más que eso. Es una empresa social  cooperativa que es cobijo, comunidad, y también, como en el caso de Luciano y tantos otros, una oportunidad laboral para personas que se encuentran en situación de calle o corren riesgo de estarlo.

Carolina Aniño, síndica de la cooperativa de trabajo y editora de la revista, en diálogo con ANCCOM explicó que la revista, por un lado, funciona como fuente laboral para estas personas que viven con todos sus derechos vulnerados y, por otro, es un modo de visibilizar temas y problemáticas que forman parte de su agenda. “Siempre es doble la misión de la revista. Hacerla para que las personas que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad puedan venir, venderlas, hacer una diferencia y ganándose el 70% del precio de tapa. Pero también en este momento en que prácticamente no se imprime nada, que queden impresas notas y problemáticas que van generando una agenda de conciencia, de invitación a participar de esta construcción del mundo de manera solidaria y cooperativa”

Ruben, vendedor de Hecho en Buenos Aires.

Luciano es una de estas personas que vende las revistas en la vía pública como fuente de ingresos para subsistir. Cuenta que se acercó a partir de la recomendación de unos amigos que también se dedicaban a esto, hace más de veinte años, luego de quedarse sin trabajo. Se pueden reconocer sus años de experiencia como vendedor en su trato con la gente: ofrece ejemplares con amabilidad y nunca pierde la oportunidad de explicarles cómo con eso ayudan tanto a quienes venden estas revistas como a toda la organización.
Aniño afirma que “desde ya lo que nos interesa es que estas historias de vida puedan ser visibilizadas, que puedan ser visibilizados esos pasos que se dan en la organización acompañando a esta gente, a cada uno. Hemos acompañado a muchísimas personas desde el 2000 en adelante. Son muchas historias de vida. Nos interesa que escriban o que cuenten sus historias, por eso también esta es una prensa de la calle, que cuenta las historias de los vendedores de Hecho en Buenos Aires”.
Además de permitirle a personas en situaciones de vulnerabilidad una oportunidad de trabajo, Hecho en Buenos Aires es una revista mensual con una agenda clara basada en el respeto y la defensa de los derechos humanos, del medioambiente, que se opone a las distintas formas de ecocidio y extractivismo, y con una gran presencia de la cultura y el arte en sus ejemplares, dedicando espacio a una sección de reseñas y recomendaciones de obras de teatro, libros y películas. También, acompañando su tarea de brindar oportunidades laborales a personas en situaciones críticas, dan visibilidad a muchas de estas historias personales.

Noelia, vendedora de Hecho en Buenos Aires.

Este sábado al mediodía Luciano tenía poco dinero para comenzar. Con sus 6.000 pesos compró 10 ejemplares. Cada vendedor adquiere ejemplares a 600 pesos cada uno y los vende al precio de tapa: 2.000 pesos. Pero está optimista: “Ahora vendo estas y con la plata que junto vengo a comprar más”, dijo antes de retirarse de la sede de HBA. Baja las escaleras, comienza a caminar por Av. San Juan y al llegar a Paseo Colón. Se encuentra con un buen número de personas que se convocan en el Espacio para la Memoria excentro Clandestino de Detención «Club Atlético, en reclamo por los despidos dispuestos por el gobierno en la Secretaría de Derecho Humanos. Sin vacilar se acerca con intención de aprovechar la oportunidad. En ese marco, los ejemplares de Luciano tuvieron en menos de veinte minutos una igual cantidad de compradores, quienes estaban dispuestos a escucharlo y colaborar con la causa.

Según Daniela Drosz, coordinadora del proyecto: “A esta revista muchos la han definido como un salvavidas. Es un lugar del que se agarran para no hundirse. Es también ese escudo con el que vuelven a enfrentarse y que les permite hablar con esas personas que, si no los vieran con la revista en la mano, muy posiblemente se cruzarían de vereda”.

Luciano cumple su primer objetivo. Regresa por el mismo camino andado hacia la sede para destinar todo lo recaudado en más revistas y salir nuevamente. Unos diez minutos más tarde ya tiene en sus manos otros veinte ejemplares. Luego de una segunda recorrida por el Paseo de la Memoria, se dirige hacia la Plaza Dorrego para continuar su jornada laboral, la cual no termina “hasta que no venda 15 o 20 que me alcancen para hacer una moneda”, explica. Entre alguna otra changa y lo que genera con la venta de estas revistas, Luciano cuenta que “el año pasado pude terminar mi casa.”

“La empresa social no tiene como objetivo la reproducción del capital sino la reproducción de la vida”, dice Drosz.

En tanto empresa social cooperativa sus integrantes se reconocen parte de esta organización. Para Drosz, “la empresa social no tiene como objetivo la reproducción del capital sino la reproducción de la vida” y trabajan en este aspecto “no solamente con las personas que están en situación de calle sino también de quienes sostienen proyectos”.

En la actualidad, la organización trabaja en distintos círculos de contención, es decir, con vendedores o con quienes se acercan de manera más efímera y por otros motivos. Estas personas cuentan con HBA y los distintos espacios que ofrece, entre los que hay talleres creativos, capacitaciones, la posibilidad de comer e higienizarse para quienes lo necesitan. De hecho, muchas de las personas que se acercan no son vendedores.

Zulema Noemí Razzotti tiene 67 años y hace 23 que forma parte de HBA, desde apenas iniciado el proyecto. Le gusta que la llamen Noe y junto a Zulma, a quien considera su amiga, “somos las más viejitas, yo hace 23 años y ella hace 24. Después empezaron a venir más, pero las viejitas somos nosotras”. Noe viaja desde Derqui, en la zona norte del conurbano, a retirar los ejemplares en San Telmo y luego hace sus ventas en Olivos. En el último tiempo el cierre de locales comerciales hizo que le bajaran las ventas. Hace un tiempo planteó la situación en la organización: “No me alcanza la jubilación. A veces tengo para pagar las cuentas y otras no”. Entonces le ofrecieron, en estos días, comenzar a vender dentro de la Facultad de Ciencias Sociales: “¿’Pero cómo me voy a mater ahí’, les dije. ‘¿Qué voy a hacer yo en la Facultad?’ ‘Dale, que vos podés’, me dijeron. Y tenían razón”.

Los jueves Noe participa del taller de arte en HBA. Reconoce a sus producciones, dibujos, pinturas, dentro del arte abstracto. Noe logró exponer en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, institución que junto a HBA trabaja en la realización de un libro con pinturas hechas por ella y otros compañeros de la organización. “Una vez vendí un cuadro. Justo se rompió el motor de la bomba de agua de mi casa. Y un profesor me ayudó a venderlo y con eso pude poner el motor. El motor para tener agüita. Y bueno ¿ves? Cosas así vienen. Y cuando vienen, vienen”.

 

Marcelo, vendedor de Hecho en Buenos Aires.

HBA busca transformar la dinámica de beneficencia por la de entramar comunidad entre personas que se sensibilizan y conocen de primera mano lo que otras personas, absolutamente marginadas material y simbólicamente, son capaces de lograr si tienen un contexto, el apoyo y las oportunidades necesarias, siendo artífices de la construcción de alternativas para vivir.

Formar parte de esta organización construye un sentido de pertenencia, la posibilidad de ser parte de algo, de un “nosotros” que muchas veces les es imposibilitado. Según Dora Ventosa, la profesora a cargo del taller de arte: “Vender una revista que tiene un contenido cultural también hace que la persona se sienta habilitada a hablar con otro tipo de personas. Con todo tipo de personas. A diferencia de quienes ofrecen pañuelitos, medias o pastillas, ofrecer una revista, aunque sea a alguien que no la quiera o no la pueda comprar, puede generar un interés, una charla. Es como una señal de pertenecer a algo, vos pertenecés a una organización, a una institución”. En el mismo sentido, Drosz reflexiona: “Esta revista viene un poco a reconstruir esa identidad perdida. A las personas que están en la calle la sociedad misma les ha quitado su humanidad. Esa persona está teniendo su humanidad a la intemperie”.

Desde hace más de 15 años Sebastián Rodríguez es parte de esta organización. También compra revistas para vender y generarse su única fuente de subsistencia. Sebastián tiene esquizofrenia y llegó la primera vez por recomendación de otra persona: “Antes yo no tenía ni plata ni trabajo ni nada”. En su zona, generalmente Barrio Norte, trabaja entre siete y ocho horas por día y vende un promedio de 15 revistas.

HBA busca transformar la dinámica de beneficencia por la de entramar comunidad entre personas que se sensibilizan y conocen de primera mano lo que otras personas, absolutamente marginadas material y simbólicamente, son capaces de lograr si tienen un contexto, el apoyo y las oportunidades necesarias, siendo artífices de la construcción de alternativas para vivir y de un grupo de pertenencia.

Pensando en más intentos de ampliar su comunidad y la visibilidad de estas historias de vida, HBA abrió un concurso de crónicas de no ficción urbanas sobre personas en situaciones críticas, que combatan la representación estigmatizante. Aquellas personas mayores de 18 años que deseen participar tienen plazo para enviar sus producciones hasta el 31 de octubre. El premio: la publicación del artículo en la revista que circula en las calles del AMBA gracias a Noe, Sebastián, Luciano y tantos otros con los que podemos entablar un diálogo en alguna esquina o en algún vagón de tren o subte.

Los porteños privados de baños públicos

Los porteños privados de baños públicos

La Ciudad de Buenos Aires carece de sanitarios de libre acceso. En sus políticas de privatización de espacios de la comunidad, los gobiernos locales ignoran a las personas en situación de calle pero también a aquellos que caminan la City trabajar o pasear: nadie que no consuma tiene posibilidad de entrar a baños de bares, estaciones de servicio o hamburgueserías.

La problemática de las personas en situación de calle es extensa y compleja. La ausencia de baños públicos es uno de los síntomas de cómo los gobiernos porteños (ahora el de Jorge Macri, antes el de Horacio Rodríguez Larreta) desarrollan su política de desplazamiento de las personas excluidas hasta expulsarlas de la ciudad y también del avance privado sobre el espacio público. Ningún transeúnte de las calles porteñas, viva en una casa o en la vereda, tiene acceso a un sanitario si no paga una consumición en un bar o compra combustible en una estación de servicio.

Algunos baños públicos pueden encontrarse en estaciones de trenes o parques y plazas, pero se caen a pedazos o están cerrados. Así ocurre en el Parque Rivadavia, el Lezama, el Centenario y el Los Andes. Están clausurados y, en el mejor de los casos, no cuentan con mantenimiento ni algún tipo de cuidado. El único que funciona es el de Parque Avellaneda que está cogestionado con los vecinos. Nada de esto se asemeja a la ciudad de fines del siglo XIX, que ofrecía baños públicos con duchas como el que se ubicaba en la calle French.

Paola, integrante de la Asamblea Popular Plaza Dorrego, afirma que “todo lo que hace el Gobierno de la Ciudad, está en función del vecino que se queja de las personas en situación de calle, pero no hace nada para mejorar la calidad de vida a aquellos que no tienen donde vivir”. Horacio Ávila de la organización Proyecto 7, que trabajan con personas que duermen a la intemperie, completa: “Parece que ahora ‘público’ es una mala palabra”.

En la actualidad, hasta en las estaciones de servicio piden el ticket para ceder la llave que habilita el ingreso a los baños. Lo mismo ocurre con las cadenas de comida rápida y de cafeterías, las que brindan un código junto al ticket que posibilita el ingreso a los sanitarios.

Esta situación no afecta solo a las personas en situación de calle. Incluso quienes transitan la ciudad por trabajo, para realizar trámites o simplemente pasean están obligados a pagar una consumición para poder acceder a un servicio que es básico. Si bien está legalmente prohibido impedir el acceso a un baño, los comerciantes se excusan en el derecho de admisión y argumentan que les resulta costoso mantener la higiene de los sanitarios.

Las personas en situación de calle,  imposibilitadas de pagar un café en un bar, debieron desarrollar otras estrategias. Los baños de las iglesias suelen tener un día y horario determinado para la higiene. También en algunos comedores populares ofrecen esa posibilidad. “Si pegaste un laburo y querés verte un poco prolijo, no podés” comenta Ávila.

La Ciudad cuenta con un Dispositivo de Primer Acercamiento (DIPA), un centro de día donde la gente puede almorzar y realizar trámites. También tiene duchas disponibles. Pero es uno solo, no da abasto y están en Constitución, un lugar lejano e inaccesible para muchos de quienes viven en la vía pública.  “Como política de Estado -subraya Paola- se debe garantizar un lugar a donde la gente pueda ir,  no sólo unos baños químicos en algunas Comunas.”

La ausencia de baños públicos es concordante con los operativos de expulsión de las personas en situación de calle -que el Gobierno de Macri llama “de limpieza”- denunciadas por numerosas asociaciones civiles, asambleas barriales y organizaciones sociales. Sobre este punto, Ávila comenta que “la estrategia es echarlos para afuera”.

“Durante la pandemia no había donde lavarse las manos” recuerda el referente de Proyecto 7 y subraya: “No te convertís en un animalito por vivir en la calle, no vas a hacer tus necesidades delante de otro, es una cuestión de intimidad”. No obstante, ante la imposibilidad de recurrir a otro lado, muchas veces es la misma vía pública que se convierte en un baño a cielo abierto. Por esa razón, la ausencia de sanitarios públicos no es solo un problema de quienes no tienen un techo para vivir. Impacta también en la salud colectiva y en la higiene urbana.

Las grandes estaciones de trenes, por su parte, resultan lugares muy complejos. Por Constitución, Retiro y Once transitan multitudes, los baños no están en condiciones aceptables y, a veces, son utilizados para negocios non sanctos. “Las personas en situación de calle -señala Ávila- no van a esos lugares porque no están buenos. Además, no tienen ningún tipo de mantenimiento o cuidado, antes quizá había alguien ganándose unos pesos, lo limpiaba y daba papel higiénico. Los baños se tapan, se rompen y no hay mantenimiento del ferrocarril. En esos baños la gente no entra, los evita”.

En Montevideo hay baños públicos que son manejados por personas en situación de calle. Surgió de un proyecto, las personas se turnan y ganan un salario que les permite alquilar una habitación. En Colombia la idea no prosperó. En Buenos Aires, ni siquiera se presentó un proyecto similar para debatir.

 

Esta nota fue publicada también en la edición de octubre de la revista Hecho en Buenos Aires.

 

Personas desechadas como basura

Personas desechadas como basura

Un informe presentado en la Facultad de Ciencias Sociales registró más de 300 agresiones directas a personas sin techo por parte de policías o vecinos durante el último año. Historias de despojos a los que menos tienen.

El Registro Unificado de Violencias describe la violencia sistemática que reciben las personas en situación de calle.

“Ser pobre no es ser delincuente”, dice uno de los carteles que acompañan a una alguien que está recostada sobre un colchón dentro de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y que tiene puesto un sobretodo gris, un gorro y guantes de lana. A la persona en cuestión le faltan unas zapatillas y un montón de otros derechos. En verdad, no es alguien de carne y hueso, pero bien podría serlo. Se trata de un muñeco que representa a quienes no tienen una casa donde vivir. “Son personas, no basura a ser limpiada”, dice otro de los carteles que lo rodean. Lo han puesto en el hall de entrada de la las organizaciones sociales englobadas dentro de la Asamblea Popular por los Derechos de las Personas en Situación de Calle como parte de las acciones por el Día Latinoamericano de las Luchas de las Personas en Situación de Calle, que se conmemora cada 19 de agosto desde hace veinte años.

“Este informe habla del valor de la vida, de lo que no se puede mercantilizar. Tenemos más fuerza cuando estamos unides. Gracias por elegirnos”, dice Soraya Giraldez, la directora de la carrera de Trabajo Social, a las organizaciones sociales que han venido a contar los resultados del tercer informe del Registro Unificado de Violencias hacia Personas en Situación de Calle (RUV). Al lado de Giraldez está sentada Florencia Montes Páez, militante del colectivo “No tan distintes” y autora del libro Acompañar es político. Ensayo transfeminista sobre la situación de calle, que es quien ahora toma la palabra. “Es una violencia sistemática”, dice para referirse a las injusticias que constantemente atraviesan los sin techo por vivir en la intemperie y no tener ayuda estatal.

Dentro de un rato Jorgelina Di Iorio, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, que también está presente, contará que al tercer informe del RUV lo elaboraron las agrupaciones que forman parte de la Asamblea Popular junto con integrantes de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Dirá que el documento se hizo a partir de relatos contados por los sin techo entre el 16 de agosto de 2023 y el 15 de agosto de 2024, los cuales fueron escuchados por las organizaciones sociales, y también a partir de noticias referidas a la problemática que fueron publicadas en medios de comunicación nacionales dentro de ese lapso. 

El ambiente de la Facultad se volverá espeso cuando Di Iorio describa los tres tipos de violencia más comunes que suelen recaer sobre quienes viven en la calle. Dirá que el hostigamiento, robo, maltrato o desplazamiento forzado del espacio público que realizan las fuerzas de seguridad y otros funcionarios públicos constituyen la violencia institucional, que los ataques físicos perpetrados por ciudadanos de a pie, motivados por un simple rechazo a quienes viven en la calle, conforman la violencia social y que las lesiones físicas graves que se producen por vivir a la intemperie, como las enfermedades o la mismísima muerte, constituyen la violencia estructural. Pero más se tensará el aire invernal que circula por el hall de entrada de la facultad cuando Di Iorio diga, con ese tono de voz que tienen quienes ya llevan muchas calles recorridas, que del informe surgieron como resultados que entre agosto del año pasado y el de ahora hubo 121 situaciones de violencia estructural, 104 de violencia institucional y 95 de violencia social. Todo eso lo dirá con mucha contundencia dentro de un rato. 

«Ponen quince policías para un pobre loco que está arriba de un colchón y te cagan a palos si no se los querés dar, pero para los transas ponen dos policías no más», dice El Punky, que vive en la calle.

Por su parte, El Punky, que vive en la calle, le dirá a esta agencia que “visibilizar violencias está muy bueno, pero no alcanza”. Explicará que ser un cartonero no registrado en una organización como el Movimiento de Trabajadores Excluidos tiene consecuencias. Contará que el Gobierno de la Ciudad determinó que “a los cartoneros que no están en una cooperativa se les tienen que retirar los tachos, porque privatizaron la basura. Mandan milicos con seis meses de registro nacional a laburar, que no saben lo que significa una orden de cateo —dirá El Punky—. Mandan gente ignorante a tener un fierro, que te bardea y te tortura en la calle. Ponen quince policías para un pobre loco que está arriba de un colchón y te cagan a palos si no se los querés dar, pero para los transas ponen dos policías no más, porque los transas son los que pagan las campañas políticas de este país”. 

Ahora, mientras Montes Páez les recuerda a los presentes por qué se conmemora el Día Latinoamericano de las Luchas de las Personas en Situación de Calle, los integrantes de la agrupación Amigos en el Camino reparten alfajores y café a los sin techo que han venido a la facultad también a contar sus experiencias de primera mano. Mientras las personas llenan sus panzas con una merienda caliente repartida con cariño (¿quizá la única comida del día para muchas de ellas?), Montes Páez cuenta que el 19 de agosto de 2004 ocurrió en Brasil lo que se conoce como la “Masacre de Sé”. Ese día, a la noche, quince personas que dormían en la calle fueron atacadas por personal de seguridad hasta el punto de provocar la muerte de siete y ocasionar lesiones graves en las otras ocho. Ese momento quedó grabado para siempre en la memoria latinoamericana y se convirtió en un caso testigo de la violación a los derechos humanos de los sin techo. De ahí que todos los años se recuerda esa tragedia y muchas otras invisibilizadas a través de la efeméride. 

Pero no hace falta ir a Brasil ni viajar al 2004 para saber que situaciones así ocurren todo el tiempo y en todos lados. De hecho, a la presentación del tercer informe del RUV vino a hablar también la jueza Natalia Ohman, que cuenta que hace un mes anuló, por considerarlas arbitrarias y violatorias de la intimidad, 125 detenciones y requisas a personas en situación de calle hechas sin orden judicial en distintos barrios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Resulta que la policía local, para justificar su proceder, había argumentado que las personas portaban “armas no convencionales”, entre las que se encontraban un destornillador, una varilla, un cuchillo Tramontina, un cúter, una tijera y un gancho. Según las actas de contravención, los motivos de las detenciones y requisas habían sido “actitud sospechosa”, “merodeo” y “control poblacional”. Los detenidos habían sido intimados por la policía a despojarse de esos objetos o se les imputaría el delito de desobediencia, lo que también fue anulado después por Ohman. 

“Muchos de esos objetos son para cortar comida y cartón”, aclara Cintia Bernardo, que sabe del tema porque vive en la calle desde hace tres años. En una charla con ANCCOM, Bernardo cuenta que se dedica “al cartoneo y algunas changas” y que suele recurrir a la ayuda de organizaciones sociales como “No tan distintes” y “Abrigar derechos” para subsistir. Dice que el mayor hecho de violencia institucional que experimentó en la calle ocurrió hace un mes. “Me secuestraron el carro”, dice refiriéndose al carrito que usaba para juntar cartón y después venderlo. Cuenta que un día estaba descansando en la Plaza Garay porque la noche anterior se la había pasado juntando desechos. Aclara que en la zona hay mucha competencia con las cooperativas de recicladores urbanos, por lo que a veces necesita duplicar sus esfuerzos para poder quedarse con suficiente cartón como para vender más tarde. “Según los de Espacio Público e Higiene Urbana no podemos estar a las doce del mediodía descansando en una plaza. Yo quería pedirles que no me secuestraran el carro porque había dos policías que lo tenían. Les saqué las manos de la forma más pacífica que pude y terminé en el piso con esposas”, relata Bernardo. Cuenta que, al vivir en la calle, hace pis en un balde para no ensuciar el espacio público ni provocar las quejas de vecinos y que, como defensa, se los revoleó. “Un oficial me dijo ‘Mirá lo que me hiciste’, por dos gotitas de pis que tenía en el uniforme. Mi respuesta fue angustiante porque el carro es mi sustento diario —dice Bernardo, y en las cooperativas de recicladores no hay cupos. Me sacás mi herramienta de trabajo y no me das otra, me estás incitando a que yo tome otras medidas para mantenerme, como la prostitución, la venta de drogas o robos”. ¿Y hay manera de recuperar el carro? “Para que me lo devuelvan me piden que presente un ticket de compra, y eso no existe. Yo lo compré en una villa, a un pibe que no se quería dedicar más a cartonear. No tengo un ticket”, dice. Un rato antes, una mujer de entre el público había opinado sobre los despojos que se dan habitualmente en la calle. “En la Rosada hay un monstruo que defiende la propiedad privada, pero ¿por qué nadie respeta la propiedad privada de los sin techo?”, había preguntado al aire la señora, pero nadie supo qué decirle. 

“Para muchos es pagar el alquiler o comer”

“Para muchos es pagar el alquiler o comer”

Tras la muerte en lo que va del año de 17 personas sin techo en todo el país, agrupaciones sociales y políticas realizaron un colchonazo y merienda solidaria en Plaza de Mayo bajo la consigna «la calle no es un lugar para morir”.

Fotos: www.anred.org 

Frente a la Casa Rosada, ante un cordón policial permanente, decenas de personas se acercaron ayer a recibir un colchón, una manta, abrigo y comida. La convocatoria de las organizaciones sociales coincidió con la conmemoración del Día Latinoamericano y del Caribe de la Lucha por los Derechos de las Personas en Situación de Calle, fecha que recuerda la Masacre de Sé en San Pablo, Brasil, ocurrida entre el 19 y el 22 de agosto de 2004. Durante esos cuatro días, siete personas fueron asesinadas a golpes por agentes de seguridad privada y ocho fueron heridas gravemente. Desde entonces, países como Uruguay, Chile, Argentina, Ecuador, Colombia y Costa Rica realizan anualmente encuentros para honrar a las víctimas y promover los derechos de los sin techo.

El colchonazo comenzó con la recepción de donaciones de ropa, mantas y productos de higiene, seguida por una merienda solidaria y una suelta de globos en homenaje a las personas fallecidas este año. Los globos, algunos sanos, otros completamente en llamas, se alzaron sobre la Pirámide de Mayo iluminando a los protagonistas del encuentro y a los efectivos policiales, bordeando la Casa Rosada. Entre las organizaciones convocantes se encontraban la Red Puentes, Barrios de Pie y Proyecto 7, entre otras.

Según datos recientes del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, la indigencia alcanzó el último mes el 15 por ciento del distrito, es decir que unas 470 mil personas se encuentran en emergencia habitacional o directamente en situación de calle, mientras que un 35 por ciento –más de 1.100.000 personas– están bajo la línea de pobreza. En este contexto, los reclamos principales fueron la declaración de la emergencia para las personas en situación de calle, exigir el cumplimiento de la Ley 3706 de CABA y la Ley nacional 27654, con un presupuesto adecuado al número real de personas que componen esta población, y convertir el decreto 690, que otorga un subsidio habitacional, en ley.

En la Argentina son 17 los fallecidos en lo que va del año por estar en la calle, diez de ellos en la Ciudad de Buenos Aires, la más rica del país, donde paradójicamente funcionan hogares y paradores nocturnos. “Los espacios de tránsito no funcionan porque a las siete de la mañana la gente tiene que levantarse y es automáticamente echada –afirma Eduardo González, de Proyecto 7–. Tienen que volver a hacer un ingreso, si quieren permanecer en el recinto, a la tarde o en otro momento del día. Pueden pasar la noche, pero en la mañana tienen que volver a la calle”.

“A la actividad vino mucha gente que se acercó por su colchón y por algo para tomar y comer. Cada vez hay más gente en situación de calle porque no puede sostener un alquiler, para muchos es pagar el alquiler o comer. Hace casi un año que viene aumentando la cifra de personas que caen en la indigencia y este año, en este invierno particularmente, han fallecido muchas personas. No se puede pagar un alquiler, no se puede comprar para comer, no se puede vivir”, agrega.

González está en situación de calle, vive en el Hogar Monteagudo –gestionado por Proyecto 7– con su mujer y sus dos hijas. “Tengo trabajo, pero me la paso haciendo changas para poder llegar a comprar algo para comer para mi familia. Estoy todo el día trabajando para que mi familia no pase hambre. No pueden decir que no me la rebusco, pero este país está cada vez peor”.

Fotos: www.anred.org 

Juana Mansilla, del Frente La Patria es el Otro, asegura que ayudar a compañeros en la calle, incluso en este contexto tan complejo, le nace desde dentro. “Estamos entregando colchones y frazadas para combatir el frío a los compañeros vecinos, y vecinas en situación de calle. La situación está cada vez peor. Gracias a Dios puedo pagar un alquiler y seguir mandando a mi hija al colegio, pero no todos tienen esa suerte, no todos pueden darse ese lujo tan básico. Hay un montón de personas en situaciones muy vulnerables, y nadie hace nada”.

Horacio Ávila, referente de Proyecto 7, subraya: “Actividades como esta están sucediendo en todas las regiones, por el reclamo para la implementación y correcto funcionamiento de la ley 3706 para que no haya más personas situación de calle, que pare la represión policial sobre todo en la Ciudad de Buenos Aires y que se declare la emergencia de las personas en situación de vulnerabilidad en la Ciudad porque ya hay más de 12 mil, y claramente está sobrepasando. Lamentablemente, tuvimos 17 muertes en todo el país, de las que tenemos real constancia, pero suponemos que ha habido muchas más”.

Con respecto a las políticas del Gobierno nacional para tratar la situación, Ávila asegura que no hay ninguna, salvo retener 80 mil frazadas conjuntamente con las toneladas de alimentos que “tienen en los depósitos y no quieren entregar”. Y por parte del Gobierno de la Ciudad, las únicas políticas son represivas, de hecho, ayer el secretario de Seguridad porteño, Diego Kravetz, anunció la incorporación de mil efectivos más a la Policía Metropolitana para combatir las “ranchadas” de la gente en situación de calle.

La calle carga a las personas de caracterizaciones estigmatizantes, el que vive en la calle es peligroso, un delincuente y un malintencionado. ¿Cómo se consigue trabajo si se carga con una reputación así? ¿Cómo se sale adelante? “Nosotros, como organizaciones, trabajamos para que eso pase, pero la verdad que para aquellos que intentan salir de esta situación se torna cada día más difícil: si la política socioeconómica del país no cambia, no sólo va a haber más gente viviendo en la calle, muriendo de frío e inanición, sino que a los que ya están les va a ser muy difícil salir”, explica Ávila.

“El pobre no es pobre porque quiere, como el trabajador no cobra un sueldo bajo porque quiere. La problemática del crecimiento de la indigencia es provocada por los gobiernos. Para estos políticos es más fácil pasarle la pelota a la gente que está sufriendo las problemáticas, en vez de hacerse cargo ellos, que las están provocando día a día –remarca–. Ha cambiado mucho la población de calle, antes la mayoría de los indigentes eran jóvenes o adultos, ahora son abuelos y abuelas, porque con 290 mil pesos por mes nadie puede hacer nada. Entre los remedios para no morirse y pagar una habitación, la jubilación no alcanza. Hay muchas más mamás con criaturas, estamos hablando de familias inocentes. Se ve a muchas de esas familias en la calle con sus muebles, inclusive en las ranchadas, porque hace muy poco fueron desalojadas”.

“Ni gente sin casa, ni casas sin gente”

“Ni gente sin casa, ni casas sin gente”

Se realizó el festival “Que no calle” en más de veinte de centros culturales porteños con la participación de artistas, bandas musicales, y con diversas actividades, como parte de una campaña colectiva para que la calle no sea una vivienda. Se trata del quinto festival de este tipo y sirvió también para homenajear a Mercedes Sosa.

“La gente no muere de frío, la mata la desidia del Estado”, dice Mónica Farías desde arriba del escenario del local de la Asamblea Popular Plaza Dorrego, en Avenida San Juan al 800. “Militar hoy es casi un privilegio. Nosotros seguimos con este espacio de amorosidad y lucha colectiva”, agrega la referente de la Asamblea. Les habla a las personas que han venido al festival “Que no calle”, que se hace cada año en este lugar y en otros veintitrés centros culturales porteños desde 2019. Después de escuchar esas palabras llenas de abrigo, las personas presentes le regalan a Farías un aplauso caluroso, ruidoso, afectuoso. 

Ambas cuestiones, las palabras abrigadas y los aplausos calurosos, son muy necesarias a esta hora de la noche, porque la temperatura de afuera del local, que está en tres grados, hace que los dedos de las manos se entumezcan, que los hombros y los dientes se tensionen. No hay campera suficiente para mitigar el frío de afuera, pero la sensación de frío es pasajera para las personas con casa. Distinta es la situación para quienes duermen en la calle, que viven con frío hasta que un día el mismo frío los termina matando. 

Esta noche es la víspera del que sería el cumpleaños de Mercedes Sosa. El encuentro de hoy es para homenajear a la cantante, pero también para hacer visible que hay miles de personas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires cuyas casas son la mismísima intemperie, el cielo descubierto, y cuyas camas no pasan de ser un cartón tirado en el suelo de alguna vereda. Son personas sin techo que, como pasó en la última semana de junio, terminan muriendo en la calle, de frío, de tristeza, de soledad, pero, más que nada, de abandono estatal. La Asamblea Popular Plaza Dorrego y otras catorce organizaciones sociales están llevando adelante el festival en este mismo momento, en otros centros culturales porteños, para juntar alimentos y ropa que después serán donados a los sin techo. 

Mientras Farías habla a la totalidad de los presentes en el local, que en su mayoría está sentada alrededor de mesas compartidas, algunas personas están mirando unos cuadros con fotos que cuelgan de una pared. Muestran diferentes situaciones de personas sin techo, como el caso de un chico que está dormido en la calle, sin un cartón que lo separe del cemento, y que tiene un sánguche de jamón y queso a medio terminar cerca de su cara con ojos cerrados. 

La exposición de fotos es de Julio Colantoni, quien cuenta a esta agencia que él es un artista visual platense que vino a vivir al centro porteño en 2001, cuando la crisis dejó a muchos a la buena de Dios. Seis años después de su llegada, ya tenía 200 personas fotografiadas. Dice que en un momento empezó a entrevistar a los sin techo y que ahora tiene unos 900 fotografiados. “Cuando uno pone estas fotos en un espacio público, la gente se anima a preguntar. Se dice que a la gente no le importa la problemática, pero en mi humilde experiencia no es tanta la indiferencia sino la impotencia. La gente ve a personas en situación de calle y no sabe qué hacer. No se da cuenta de que, a veces, simplemente quieren charlar”, dice. 

Un rato antes, cuando todavía las personas que se acercaban al lugar no llegaban a generar un calor humano que superara la helada del exterior, unos pares se divertían haciendo xilografía, una técnica de impresión con una plancha de madera pero que, en este caso, era de PVC. Un chico, por ejemplo, había pintado de rojo una de las planchas y después la había estampado en un pedazo de tela. El resultado había sido una frase con letras regordetas y rojizas: “Ni gente sin casa ni casas sin gente”. La mesa de intervención gráfica estaba a cargo del Centro de Estudiantes de la Escuela Superior de Educación Artística Manuel Belgrano. Además, había tenido lugar un breve taller de danza impulsado por la Compañía Folklórica Divergente. “Uno, dos, tres, zapateo. Girito, vuelta”, repetía una y otra vez el instructor a las personas que habían decidido participar. Y hasta Nani Lamadrid, una artista de diecisiete años, había hecho una performance con el cuerpo, que incluía un baile y una interpretación gestual de las palabras que se desprendían de una narración oral grabada con su propia voz. No había faltado tampoco la poesía de Fer López. 

Ahora ya no es Farías quien está en el escenario sino el Dúo cardinal, que canta canciones de Mercedes Sosa y de otros artistas populares de Argentina. Más tarde hará su gracia la banda Dejavú. Mientras todo eso pasa en el local de la Asamblea Popular Plaza Dorrego, en otros centros culturales porteños como Musicleta, Vuela el pez, JJ circuito cultural y tantos otros, están ocurriendo cosas similares: hay artistas expresándose y hay donaciones de ropa y comida acumulándose en cajas, en mesas, debajo de escaleras o en rincones cercanos a los respectivos escenarios. Y las personas, tanto de acá como de allá, toman y comen cosas ricas elaboradas y vendidas por las organizaciones sociales. Con la recaudación de esas ventas, en todos los casos, las agrupaciones van a poder asistir a los sin techo con ollas populares. 

En el local de la Asamblea Popular Plaza Dorrego, cuando Dejavú termina de cantar, Farías le dice a ANCCOM que “la noche estuvo fantástica, con mucha alegría popular. Se sintió un clima de mucha solidaridad y de entender cuál es el sentido de estar hoy reunidos, que es celebrar el legado de la Negra Sosa, levantar sus banderas y sostenerlas en el futuro, donde ojalá no haya hambre ni nadie durmiendo en la calle”. Todo esto lo dice cuando el reloj marca las doce de la noche pasadas, justo cuando la cantante tucumana devenida en emblema de la cultura popular argentina cumpliría 89 años.