“Me dejaron arrodillado al pie de los tres muertos”

“Me dejaron arrodillado al pie de los tres muertos”

En la segunda audiencia del año de la megacausa Mansión Seré IV y RIBA II declaró Carlos Fabián Rivarola. Fue el único testimonio, aunque se habían previsto cuatro. Tras la muerte del imputado Vázquez Sarmiento, aún no se decide la continuidad de las querellas por su causa.

“Me dejaron arrodillado al pie de los tres muertos”, expresó el testigo Carlos Fabián Rivarola, único testimonio de la audiencia de este viernes, secuestrado en septiembre de 1976 a sus 16 años, sobre el momento más doloroso que atravesó en aquel calvario, el asesinato de su amigo Gabriel Lazaro Gutierrez: “Uno de los guardias me pidió que me arrodílle y a esa altura pensé que me mataban”. Relata que al sacarle la venda de los ojos y había 3 cadáveres: “Cantá, mirá lo que le hice a tu amigo, decime lo que quiero saber o terminas igual”, le dijeron. “Cuando me muestran a Gabriel muerto, algo que me va a quedar patente, es que estaba descalzo, con un zapato menos, manchado de sangre y con varios impactos de bala”. Sobre ese vínculo, dijo: “Teníamos una amistad, una pasión por lo que hacíamos. Mi valor sentimental era hacia Gabriel, que le decíamos el bocón, Gabi o Gabito. Mi dolor más grande fue verlo muerto”.

Uno de los temas centrales de la declaración del sobreviviente fue la culpa y el remordimiento que sufrió durante los años posteriores al cautiverio: “A mi vieja la paraban por la calle y la increpaban ‘¿por qué tu hijo está vivo y mi hija sigue desaparecida?’. No pude hacer vida normal luego de mi liberación. Todo quedó asociado a este gran problema. Cuando llega septiembre, son momentos de revolver el pasado, cosas que pasaron hace mucho tiempo pero todavía afectan. Lo que viví es algo que aún me persigue, me genera angustia. A veces me pregunto porque no me mataron. Los militares no me robaron solo el año que estuve preso, me quitaron mucho más: mi juventud, los amigos, mi vida posterior. No pude volver a ser la persona que era”.

“’Dale máquina’, le dice uno a otro. Siento que me desvisten, me atan con alambres de manos y piernas. Me empezaron a dar picana eléctrica”, continuó su relato el testigo acerca de los diferentes episodios de tortura perpetrada por la Fuerza Aérea en su período de cautiverio durante el cual fue trasladado desde la Comisaria de Castelar y la 1° Brigada Aerea de Palomar, intermitentemente.

Son aquellas sesiones de torturas las que hoy le generan remordimiento y culpa. En estas le preguntaban por compañeros de volanteadas y pintadas, tarea que Rivarola tenía a cargo controlar, por lo que llevaba anotado en papeles los nombres y las direcciones de quienes participaban. “En los interrogatorios me preguntaban por lo que hacíamos y quiénes me acompañaban. Si ellos tenían esa información era porque alguno de los nuestros nos había denunciado. En ese momento, todos se convirtieron para mí en enemigos: los que me torturaban y también los propios. Y yo no estuve a la altura de las circunstancias. Tenía pánico. En cierta manera he colaborado en esos interrogatorios, entre la tortura y la picana eléctrica, para tratar de sobrevivir. Fue la manera que encontré en ese momento de preservarme. Pero es un karma que voy a llevar el resto de mi vida”.

Sobre el momento de su liberación, contó: “Me saqué la capucha. Traté de correr dos metros y no lo pude hacer. Me encontré en la estación de tren de Rubén Darío. No sabía si me iban a venir a buscar de nuevo. Estaba completamente ido”. Pidió unas monedas a una mujer, buscó un teléfono y logró contactarse con su padre. Tiempo después pudo contactarse con la familia de su amigo: “Me contaron que Gustavo tras mi detención no huyó porque estaba seguro que yo no lo delataría. Eso me quitó mucha culpa y cargo de conciencia. Ese día me quité la mochila que cargué por años”.

En una declaración previa que realizó en el juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal Nº 3 ante el juez Daniel Rafecas, Rivarola había identificado en un álbum de fotos a un hombre con rasgos muy parecidos a quien lo secuestró “en un auto 128 color cremita que nunca voy a poder olvidar”. Pelo corto, bigotes anchos, mandíbula puntiaguda: la imagen de aquella declaración coincide con la de José Juan Zyska, ex cabo de la 1° Brigada Aérea de Palomar, quien ahora, mientras el fiscal y el testigo revisan la declaración previa, fuma tranquilamente gozando de prisión domiciliaria, sin conmoverse por el sufrimiento del testimonio ni por los momentos en que Rivarola debe detenerse para respirar, tomar aire y recomponerse para continuar. Antes de dar por finalizada la audiencia, Rivarola dedica un momento para agradecer al tribunal por “dar luz sobre lo vivido, a pesar de que hayan pasado tantos años desde entonces, e incluso desde que declaré ante el juez Rafecas”.

En el comienzo de la sesión, el abogado querellante Pablo Llonto realizó una petición al tribunal en favor de que, tras la muerte de Vázquez Sarmiento, único imputado por el cual su parte está presente en el juicio, continúe el proceso contra su persona haciendo uso del derecho a la reparación de las víctimas, actuando como querellas. Este derecho contempla el que las personas damnificadas puedan participar activamente del proceso legal de investigación. El resto de las querellas se posicionó en favor, por entenderlo como parte del derecho a la reparación de las víctimas. En este sentido, aún se espera una definición por parte del tribunal.

En referencia a esta solicitud se expresó en diálogo con ANCCOM el fiscal federal Félix Crous: “El pedido de las querellas respecto a la continuación del juicio en lo que atañe a Vázquez Sarmiento, fallecido, invocando el derecho a la verdad, es factible”, y agregó que hay antecedentes de otros juicios en los que ni ante fallecimiento o incapacidad sobreviniente se descuida un derecho antecedente al de a la punición como lo es el derecho de las víctimas al conocimiento de la verdad. De la misma forma sostuvo: “Hay aquí además una responsabilidad del Estado en no haber juzgado a Vázquez Sarmiento, porque la demora en el inicio del juicio obedeció a dificultades que el Tribunal expuso que no pueden cargarse contra los derechos de las víctimas”, señaló Crous.

Fue una audiencia virtual plagada de fallos técnicos, en la que se preveían al menos cuatro declaraciones y sólo pudo hacerlo uno de los testigos: dos declaraciones fueron desistidas por falta de información relacionada al caso y un tercer testigo tampoco pudo hacerlo por el límite de tiempo de la audiencia, que se dió por terminada al mediodía porque el TOF 5° está también abocado a la causa del ex centro clandestino Campo de Mayo. Al respecto, Félix Crous sostuvo: “Idealmente deberíamos tener más de una audiencia por semana y deberían ser más extensas. Pero los tribunales están convocados a varios juicios en simultáneo, lo que es absolutamente contraproducente en cualquier juicio: dispersa la atención de los jueces y demora todos los procesos. Faltan vacantes para ser cubiertas, son insuficientes los tribunales, pero esto es un problema estructural que atañe a todo el sistema de justicia. Sin embargo, es menos de lo que querríamos y más de lo que solemos encontrar, por lo cual, estamos razonablemente satisfechos en este contexto y con estas salvedades”. Para finalizar se refirió a la posibilidad y el deseo de que el juicio pueda saldarse en lo que resta de 2025.

***

La próxima audiencia de esta megacausa se programó para el martes 11 de marzo.

Murió otro represor impune

Murió otro represor impune

A los 77 años y mientras era juzgado por crímenes de lesa humanidad, falleció ayer el genocida y apropiador de bebés Juan Carlos Vázquez Sarmiento. Prófugo de la justicia durante dos décadas, nunca dio información sobre sus víctimas ni tuvo condena firme por sus crímenes.

Juan Carlos Vázquez Sarmiento, conocido como “el Colo” en sus años a cargo del circuito represivo de la zona oeste del Gran Buenos Aires, logró con su muerte la impunidad que en tantas oportunidades buscó: prófugo de la justicia durante casi dos décadas y protagonista de dos noticias en el último año: una por posar en una fotografía junto a un grupo de represores condenados y un diputados de La Libertad Avanza en julio de 2024. La otra fue exhibir su genitales a través de la cámara de un Zoom en la tercera audiencia del juicio por la Megacausa Mansión Seré y RIBA II el 24 de septiembre del año pasado, alegando senilidad, con el objetivo de ser declarado insano para afrontar el proceso. En la primera sesión de este año su defensa presentó un nuevo informe expedido por el penal de Ezeiza donde se constató el deterioro de su salud.

Al día de su muerte estaba cumpliendo la sentencia de 11 años en el penal de Ezeiza por la apropiación del nieto 102, Ezequiel Rochistein Tauro. A su vez, era juzgado en la megacausa Mansión Seré IV y RIBA II, por el secuestro de los miembros de la familia Pérez Roisinblit en en 1978: José Manuel Pérez Rojo, Patricia Roisinblit, embarazada de ocho meses, y su hija de tan solo un año, Mariana Eva Pérez. El hijo menor, Guillermo Roisinblit, nació en la ESMA, a donde su madre fue trasladada en cautiverio para dar a luz.

El silencio de Vázquez Sarmiento es el mismo que el de muchos otros genocidas que murieron sin dar a conocer dónde están los cuerpos de los desaparecidos o los bebés apropiados. Mariana Eva Pérez es querellante de la causa y nunca guardó esperanzas de que Vázquez Sarmiento hablara: “Lo que sabemos y reconstruimos es siempre gracias a los sobrevivientes. La impunidad, como sucedió en la década del 90, no sirve. En aquella época podían hablar libremente y no lo hicieron. Ya aprendimos que ahí no hay nada para nosotros, que van a ejercer la crueldad hasta el final sin decirnos que hicieron con nuestros seres queridos, llevando eso a la tumba”. Sobre el proceso judicial señaló: “La justicia actuó correctamente, se le otorgó defensa oficial, atención médica y los estudios correspondientes. Si llegó a ser juzgado en este estado fue porque estuvo 19 años prófugo”.

En la misma línea, Pablo Llonto, abogado de Maria Eva Pérez, tras la noticia del fallecimiento de Vázquez Sarmiento declaró a ANCCOM: “Si desde la Corte se dieran directivas claras y fondos, muchos jueces y juezas no harían lo que están haciendo en los últimos tiempos, que es demorar intencionalmente estos juicios y las investigaciones burlándose así de miles y miles de víctimas”. El abogado querellante expresó su disconformidad en torno a los tiempos de la justicia y al accionar de algunos miembros del tribunal en el desarrollo del juicio, que tras distintas postergaciones a lo largo de dos años y un esquema de sesiones aún más prolongado por alternar con el juicio de Campo de Mayo: “La muerte de Vázquez Sarmiento no nos ha sorprendido, cómo no sorprende ya la lentitud de la justicia en llevar adelante juicios por asesinatos, secuestros, torturas y apropiaciones de niños cometidas hace casi 50 años”. Una inoperancia intencionada, enfatizó Llonto”: “En este caso, de muerte de un genocida en pleno juicio oral, es otra muestra de la insensibilidad de la Corte o de algunos miembros, que no cumplen con sus obligaciones de dar celeridad y de poner recursos en los juzgados que investigan los más grandes crímenes cometidos en la Argentina”.

Mariana Pérez señaló que al conocer las últimas pericias, que indicaban el desenlace inminente, presentaron al Tribunal un pedido para continuar en el juicio por el derecho a la verdad, ya que la muerte del procesado es causa de extinción penal y quedarían fuera del debate oral como querella. A la espera de la respuesta del Tribunal, ella determinó que en caso de no poder seguir acompañando el proceso desde adentro lo hará como público: “Es un compromiso que no voy a abandonar y el público es un actor por demás de importante en los juicios”. Sobre el desarrollo del juicio explica que “la etapa de instrucción no está ni cerrada ni clausurada. Hay un montón de medidas que venimos pidiendo desde hace muchos años y que aún hoy no se cumplieron”. Detalla entre ellas la continua desconsideración de la responsabilidad de otros miembros de RIBA (Regional de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires) y víctimas, que a pesar de haberla identificado como su lugar de secuestro, siguen sin ser consideradas como tales. “Ese es el caso del socio de mi papá, que por primera vez estaba incluido en un juicio de Lesa Humanidad y que se quedará fuera otra vez, por estar abarcado en la causa de Vázquez Sarmiento”. Así como también, la necesidad de comprender que RIBA “no era una comisaría o base militar con funcionamiento normal previo a la dictadura, sino que se creó con fines represivos, para luchar contra la subversión en la Zona Oeste del Gran Buenos Aires. Y que todas las personas de allí están comprometidas y sus manos manchadas de sangre”.

Desde el aspecto personal del proceso señala que la megacausa, a diferencia de procesos judiciales anteriores, donde solo se juzgó la desaparición de sus padres, le dio otra visión de lo ocurrido: “Me permitió poner nuestra historia familiar en perspectiva con la lucha colectiva y la represión de toda disidencia política en Zona Oeste. Una lucha política que para mis padres tenía sentido. Por eso, aunque Vázquez Sarmiento haya muerto condenado sólo por la apropiación de Ezequiel Rochistein Tauro, para mí es un montón y lo siento en parte reparador. Quizás por ser casos tan unidos, termina teniendo que ver con nuestra historia familiar: sus padres como los míos también fueron parte de la columna oeste de montoneros”.

“Yo no puedo llamar ‘la justicia’ al Poder Judicial, porque en mi caso dista mucho de lo que necesito y de lo que tiene para aportar con respecto a mi propia historia. Estoy cansado de lo que viene sucediendo últimamente”, sostuvo Pérez Roisinblit.

Preguntas sin respuestas

Por su parte Guillermo Pérez Roisimblit, querellante junto a Abuelas de Plaza de Mayo por la desaparición de sus padres, en diálogo con ANCCOM expresó: “Me gustaría poder preguntarle a Vázquez Sarmiento ¿cuánto tiempo es suficiente? ¿Cuánto tiempo necesita tener desaparecidos a mis padres, cuánto necesita mantener desaparecidas a sus víctimas? ¿Cuánto es demasiado? ¿Con cuántos años él se sentiría feliz?”  Sostuvo que existe aún una especie de venganza y castigo de parte de los militares con respecto a sus víctimas: “Eligen mantener y sostener este pacto de silencio en el cual no aportan absolutamente nada porque es la última victoria, la frutilla del postre: llevarse la verdad a sus tumbas. Estamos hablando de gente de la peor calaña, que no tiene respeto por la vida humana, que disfruta de la situación en la que tuvo a sus víctimas y también en sostener la desaparición a lo largo del tiempo”.

“Yo no puedo llamar ‘la justicia’ al Poder Judicial, porque en mi caso dista mucho de lo que necesito y de lo que tiene para aportar con respecto a mi propia historia. Estoy cansado de lo que viene sucediendo últimamente”, sostuvo, y agregó: “A mí no me encuentra el Poder Judicial, un juez, un juzgado: a mí me encuentran las Abuelas y gracias al aporte, a la colaboración de una persona de la sociedad que hizo un llamado anónimo a la casa de las Abuelas y así se resolvieron veintiún años de búsqueda”. Desde que lo encontraron, sostuvo, se demoraron 13 años para investigar la responsabilidad de los miembros de la RIBA en el secuestro de su familia, y aun así no tuvieron en cuenta su apropiación al momento de imputar a Vázquez Sarmiento: “Es imposible fácticamente que, siendo superior de Francisco Gómez, habiendo participado del grupo de tareas que secuestró a mis padres y a mi dentro del vientre de mi madre, habiéndose apropiado de Rochistein Tauro, que Vázquez Sarmiento no haya tenido algún grado de participación en mi apropiación”.

“No puede ser que se trate de uno de los genocidas con más participación en la Fuerza Aérea y que sin embargo tenga una sola condena y haya estado encarcelado únicamente cuatro años”, expresó Pérez Roisimblit acerca de la vida de impunidad de Vázquez Sarmiento. “Tiene las manos manchadas con sangre de tantas víctimas, muy barato le salió la cantidad de vidas que arruinó, el daño que hizo, la cantidad de personas que carga en su haber”. A la vez, puntualizó en que si bien Vázquez Sarmiento murió procesado y encarcelado, estaba siendo juzgado por crímenes cometidos hace 46 años y que hacía solo cuatro años que cumplía una condena: “Habiendo encontrado en el 2021 a Vázquez Sarmiento, yo no entiendo cómo estamos hoy en el 2025 y el juicio no avanzó casi nada: estaba absolutamente todo para que se investigara su responsabilidad”.

“Era muy importante para mí poder escuchar lo que tuviera para decir y que también él escuchara mi testimonio”, sostuvo Pérez Roinsimblit. De todas formas, le gustaría seguir participando en el juicio dado que es de crucial importancia lo que pueda ocurrir alrededor del imputado Leston, vinculado también a la desaparición de sus padres; de la misma forma que está expectante por la posible declaración de Ezequiel Rochistein Tauro, quien aún no ha tenido la posibilidad de hacerlo.

La próxima sesión del juicio Mansión Seré IV y RIBA II se llevará a cabo de forma virtual, mañana a las 9 AM y se podrá ver a través del canal de youtube de La retaguardia.

«Cuando bajamos de la camioneta esperamos el tiro»

«Cuando bajamos de la camioneta esperamos el tiro»

Con el testimonio de Silvia Amar, se reiniciaron las audiencias por la megacausa Mansión Seré IV y RIBA II que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de detención de la Zona Oeste del Gran Buenos Aires. La declaración complicó al imputado José Juan Zyska.

“Cuando bajamos de la camioneta esperamos el tiro. Nos dijeron ‘no miren para atrás y caminen’. Ahí fue el gran miedo: nos agarramos de la mano con mi compañera, empezamos a caminar despacio y dije ‘acá nos matan’. Cuando sentimos que la camioneta se alejaba empezamos a correr”, expresó Silvia Beatriz Amar, única testigo de la jornada, en la sesión testimonial de este martes 10 con la que se reanudó el proceso judicial de la megacausa Mansión Seré IV y RIBA II. Luego de un periodo feria judicial el proceso iniciado en agosto del año pasado avanza en la búsqueda por verdad y justicia en un contexto adverso para los Derechos Humanos.

El día de su secuestro, Amar llegó al comercio donde trabajaba con su compañero: una casa de copias en La Plata. Allí los encontró a él y a un cliente con las manos en alto contra la pared. A la fuerza, la ubicaron en la misma posición. Mientras un hombre vestido de civil la interrogaba, otros inspeccionaron el local buscando objetos de valor. A la pareja la subieron a una camioneta: “Fue un viaje eterno en el que fue violada una de mis compañeras por la persona que nos custodiaba atrás”, sostuvo Amar en torno al traslado desde su lugar de secuestro hacia el centro clandestino de detención. “Cuando entramos a la camioneta ya había dos personas, amigos nuestros. El recorrido duró cerca de una hora y media. Pararon a buscar a otro matrimonio y a un estudiante de Abogacía”, relata la víctima, que intentó escapar durante una de estas paradas, pero tras el intento fallido recibió un culatazo en la cabeza: fue así que tomó consciencia de la presencia de armas.

La testigo reconoció similitudes físicas entre el imputado Zyska y el hombre que la interrogó en su lugar de secuestro y que violó a su compañera en el traslado.

Un punto de gran importancia de la declaración ocurrió cuando la testigo reconoció similitudes físicas entre el imputado Zyska y el hombre que la interrogó en su lugar de secuestro y que violó a su compañera en el traslado. El tribunal recurrió a declaraciones previas en las que la Amar, a partir de un conjunto de fotografías, ratificó sus palabras: “Coinciden la cara poseada, el bigote y la tez morena”.
Aunque durante sus días de cautiverio Amar no debió padecer sesiones de torturas, sí fue testigo de los gritos de horror de otros detenidos: “Escuchábamos las voces de compañeros torturados”, subrayó. Recordó simulacros de fusilamientos y ruidos de aviones y trenes que llegaban a la habitación.

La testigo no dejó de destacar las consecuencias psicológicas y físicas que afrontó luego de su liberación. Hizo hincapié en el periodo en que le tocó esperar por su novio, quien siguió en cautiverio por un prolongado tiempo más: “La eterna espera para ver si aparecían nuestros compañeros. Nos decían ‘quedate tranquila que va a aparecer’ pero luego cambiaban a ‘lo vas encontrar en una zanja’. Siempre tuvimos la esperanza de que los íbamos a volver a ver”.

Al finalizar el testimonio, Martha Ibarra, referenta de la Asociación Civil Moreno por la Memoria y querellante de la causa, dialogó con ANCCOM sobre el desarrollo de la megacausa y adelantó que luego de 24 declaraciones quedan aún otras 10. Sostuvo que aunque el juicio estuviera previsto con un desarrollo de dos años son varios los motivos que prolongan la extensión, entre ellos, la alternancia de audiencias cada quince días o la prestación declaratoria de un único testimonio, sumados además entre ellos los testigos de concepto. Puntualizó además que “conocer la modalidad de cada audiencia con pocos días de antelación dificulta la organización y presencia de la juventud en la sala” sector que se siente que debe ser interpelado a concurrir y ser testigo de los avances de las causas.

Por otra parte, en torno al vaciamiento en las áreas destinadas a la defensa, construcción y conservación de Derechos Humanos, vapuleados en el último tiempo por el actual gobierno libertario, Ibarra declaró que “sin trabajadores no hay memoria y es justamente lo que el gobierno nacional está gestando”. Y agregó: “Que los juicios de lesa humanidad continúen aún con este gobierno que reivindica la dictadura y niega los 30.000 marca independencia del Poder Judicial. Pero lo que sí logró el gobierno de Milei es vaciar de trabajadores la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, en vez de garantizar con los recursos la continuidad de las políticas públicas de memoria, verdad y justicia. Los Espacios de Memoria -referencia física que otorga mayor sustento a los testimonios de los sobrevivientes, materialidad y prueba de los crímenes allí perpetrados- también están siendo vaciados de trabajadores y recursos”.

De los cinco imputados de la causa, Juan Carlos Herrera, José Juan Zyska, Ernesto Rafael Lynch, Julio Cesar Leston y Juan Carlos Vazquez Sarmiento, este último no estuvo presente lo que dio lugar a que en el inicio de la jornada se realizara un cuarto intermedio para debatir acerca de su inasistencia. Un informe de la unidad penitenciaria de Ezeiza alega un estado de salud deteriorado física y psicológicamente, por lo que la Defensa solicitó la suspensión del juicio para el imputado. El pedido fue denegado por la jueza María Claudia Morgese Martin, aunque reevaluará la situación del imputado en el devenir de las próximas jornadas.

En diálogo con ANCCOM, el abogado también miembro de la Asociación Civil Moreno por la Memoria, Sebastián Taiariol, se refirió al nuevo intento del genocida y apropiador de bebés Vázquez Sarmiento de ser declarado inimputable: “Estimamos que no se encuentra acreditada la indisposición que argumenta su defensa”. Previamente accedieron a las autorizaciones concedidas al imputado durante el año pasado para realizar consultas clínicas y pericias psiquiátricas de las cuales “no surge diagnóstico concluyente sobre la imposibilidad física o psíquica para ser parte de este juicio”.

La siguiente audiencia de la causa se llevará a cabo el 21 de febrero a las 9 horas.

La alfombra roja del penal de Devoto

La alfombra roja del penal de Devoto

En las dos últimas audiencias del año en el juicio que investiga la masacre del Pabellón Séptimo de Devoto declararon dos sobrevivientes que reafirmaron el relato de todos los testigos que testimoniaron hasta el momento. El sadismo de los guardiacárceles y las marcas que perduran hasta hoy.

Familiares de las víctimas en la primera audiencia del Juicio.  

El juicio oral y público por la Masacre del Pabellón Séptimo pasó a un cuarto intermedio hasta el 12 de febrero, cuando seguirán las audiencias testimoniales. Pero antes, en las últimas dos jornadas de este año, declararon dos sobrevivientes de aquel incendio ocurrido el 14 de marzo de 1978 en la cárcel de Devoto, Hugo Alberto Ciardiello y Hugo Castro Bravo. En el banquillo, acusados de la masacre, están los exagentes penitenciarios Juan Carlos Ruiz, Horacio Martín Galíndez y Gregorio Bernardo Zerda. 

Ciardiello contó que fue encarcelado un poco más de treinta días antes de los hechos, por lo que era nuevo entre los reclusos del pabellón. Al recordar el momento en que “se lo llevaron” narró un encuentro violento con seis personas vestidas de civil y con tres Falcon estacionados. Entraron a su casa a revolver papeles y boletas, y le encontraron dos plantas de marihuana en el patio que tenía en el fondo. Él y su amigo terminaron presos. 

En ningún momento presentaron una orden de allanamiento y al día de hoy el testigo no sabe qué buscaban. “En la comisaría me preguntaban por lugares que no conocía, por gente que no conocía y si había militado en algún lugar”, dijo Ciardiello. Además, añadió que lo torturaron a través de golpizas por no darles las respuestas que esperaban. Cuando llegó a Devoto ranchaza con Hugo Cardozo, uno de los primeros sobrevivientes que testificaron ante el tribunal. Por ser nuevo le tocaba dormir en el piso del Pabellón 7, donde había unos 150 reclusos. 

Ciardiello relató el incidente de la noche del 13 con los guardias, la discusión por el horario de apagado del televisor. “Hubo un intercambio de palabras entre Tolosa y el agente penitenciario que estaba arriba de la pasarela. No sé si fue por el volumen o porque ya se había hecho tarde”, expresó. Luego de ese intercambio, todos se fueron a dormir. Durante la madrugada identificó a tres agentes penitenciarios que habían entrado al pabellón para llevarse a Tolosa y castigarlo. A la mañana del 14 vino la requisa, con más agentes que lo habitual, que insultaban y agredían. Como defensa, se lanzaron elementos que estaban en la cocina: sartenes y alimentos como papas, cebollas y batatas. Además, comenzaron a empujar las camas contra las rejas para impedir que las autoridades siguieran avanzando.

Luego de “uno o dos minutos de paz”, los penitenciarios volvieron. Esta vez, lanzando gases y disparando con armas de fuego, que incendiaron los colchones. A la sensación de ahogo se sumaba la desesperación por miedo a ser baleados. Gracias a una “toallita” que encontró y un charco de agua que estaba en el piso, Ciardiello se tapó la cabeza y la cara mientras permanecía escondido en una columna del pabellón. Esos minutos fueron interminables, y cuando el fuego cesó vinieron los golpes y el encierro en un calabozo. Lo obligaron a levantar los brazos, de los que se le había comenzando a despegar la piel. Los hicieron salir cuando llegaron los médicos, y ahí vio entre 10 y 15 personas tiradas en el piso, probablemente fallecidas. 

Al preguntarle qué ocurrió con Tolosa, el testigo contó que no lo vio durante el incidente ni al salir. Sin embargo, tiempo después de lo ocurrido, en el mismo penal le contaron que lo mataron después del incendio.

Al salir del calabozo, a Ciardiello  le dieron una inyección y un calmante y posteriormente fue trasladado al Hospital Álvarez, donde se encontró con su hermano y su madre, quien inicialmente no lo había reconocido. “Gracias a Dios me pude recuperar. Estuve fácil 30 días o un poco menos en el hospital. Me curaban día por medio porque en las quemaduras se creaban unos hongos” contó. 

Dado de alta en el hospital, regresó a la cárcel de Devoto por un breve tiempo hasta que fue declarado libre de culpa y de cargo. Ciardiello intentó recuperar su vida normal. Su papá tenía una carnicería, por lo que comenzó a trabajar junto a él. Sin embargo, las secuelas en su piel le provocaba dificultades para mover las manos. Además, contó que vivía con mucho miedo: “Fueron muchos años de no poder dormir a la noche, de estar alerta”. Le costaba salir a la calle, viajar en tren y estar apretujado con más gente le hacía sentir que se le iba a parar el corazón. A pesar de las dificultades, explicó que trató de seguir esforzándose porque tenía a “tres criaturas que cuidar”. 

El pasado miércoles 18 declaró por Zoom desde Santiago de Chile el sobreviviente Hugo Castro Bravo. Recordó haber ingresado a Devoto con 22 años, tras haber sido detenido junto a otros compañeros chilenos por una supuesta tenencia de drogas. Al pabellón ingresó junto a 13 de esos compañeros, entre los que mencionó a Gastón Sepúlveda, Mario Escobar y Arnaldo, con quienes también formó su rancho. Sin embargo, Castro expresó que de todos los chilenos que ingresaron al Pabellón Séptimo, el único sobreviviente fue él. Castro Bravo aclaró que él conoció a Patricio “Pato” Tolosa. Al llegar junto a sus compañeros ninguno tenía “abastecimientos” ni medios para pagar ciertos recursos que se solían utilizar dentro del pabellón, como el kerosene. “Pato” les había brindado aquel material varios días hasta que pudieron conseguir un modo de pagarlo.

Durante la noche del 13, Castro se encontraba en el “palito”, término que solían utilizar para referirse a la cocina del pabellón. Tanto él como otros de sus compañeros solían permanecer allí hasta que los que tenían camas se acostaran, ya que a partir de eso es que los que dormían en el piso colocaban sus colchones. 

El sobreviviente recordó que esa noche iba a pasar el guardia que nombraba a los reclusos que debían ir a Tribunales. El guardia que solía hacerlo, según contó, era una persona mayor a ellos que acostumbraba a tratarlos con respeto y con quien no habían presentado conflictos. Sin embargo, esa noche estuvo otro celador, descrito por Castro como una persona más joven que la anterior y con un carácter mucho más agresivo. Ese celador les solicitó reiteradas veces que apagaran el televisor “de muy mala manera”, dirigiéndose más que nada a Tolosa, según explicó. A la mañana siguiente, había cierta intranquilidad. “Sabíamos que querían buscar al “Pato” y que nos iban a pegar a todos”. Sus compañeros le aconsejaron que corriera al fondo. 

La requisa estuvo acompañada por golpes, hasta que los presos empezaron a defenderse con las camas como escudos, hasta que los agentes empezaron a tirar las bombas lacrimógenas. “Produjeron un desastre: vómitos, gente llorando, asfixiada” relató el testigo. Después comenzaron a disparar con “balas de verdad”. Castro Bravo vio cómo los más audaces agarraban las bengalas con las manos y las devolvían. Los colchones se incendiaron y luego vino “en todo el pabellón una oscuridad horrible”.

Mientras buscaba la forma de protegerse recibió un disparo en el pecho que lo dejó tirado en el piso. Recordó que al intentar levantarse estaba cubierto de sangre así que se quedó quieto, rezando. Tras un lapso que el testigo no pudo estimar, el fuego se extinguió solo y las autoridades, luego de tirar un baldazo de agua únicamente hacia la puerta, ya que, según Castro, ésta se encontraba “al rojo vivo”, pidieron que salieran de a tres. A él le pusieron una cadena y las manos atrás, haciéndolo bajar las escaleras en esa posición. “No les importaba si estábamos heridos, si estábamos sangrando, no había misericordia de nada. Ese pasillo era una alfombra roja de sangre, muchos de los que estaban en el suelo estaban muertos”. 

 

Lo dejaron en una celda junto a otras tres personas: Gastón, Arnaldo y a una persona que no pudo identificar en el momento porque estaba todo oscuro. Aquel hombre estaba tirado en el suelo y decía que se había quebrado. Los penitenciarios ingresaron a la celda y con una linterna grande le levantaron la cabeza a cada uno para alumbrarlos e identificarlos. Al realizar dicho procedimiento con el que se encontraba tirado, tanto las autoridades como Castro identificaron a Tolosa y lo sacaron de allí. Contó que lo arrastraron, se escucharon golpes y luego no supo más de él.

Gastón, uno de sus compañeros chilenos con quien había ingresado al penal, sufrió un procedimiento casi similar. “Estaba apoyado en la puerta y como estaba de cuclillas se fue hacia atrás, a lo que uno de los guardias lo agarró del cuello y lo sacó para afuera” relató el testigo. “Le terminaron dando dos tiros”, agregó.

Castro tenía quemaduras en gran parte de la espalda, los brazos, las manos y un disparo en el pecho. Se sometió a distintas operaciones durante su estadía en el hospital Alvear, e incluso contó que una vez retornado a Chile se sometió a nueve operaciones para recuperarse de ciertas cicatrices que aún le habían quedado.

Durante su internación en el Alvear llegaron unas personas que se identificaron como “del Ejército” y como representantes de derechos humanos que le debían tomar declaración. Le recomendaron evitar ciertos aspectos, como el asesinato de Tolosa y Gastón, ya que eso “iba a generar mucho problema”, según le explicaron. Castro obedeció a las recomendaciones. “Era chileno y era la primera vez que me encarcelaban, tenía un temor terrible”, señaló. Luego de ser transferido dos veces a distintos pabellones en Devoto, salió en libertad a los dos años y 4 meses de haber ingresado.

Contestando a otras de las preguntas de la defensa, contó que del juicio se enteró por Facebook, en donde se estaba tratando el tema y donde él se identificó como uno de los sobrevivientes, poniéndose en contacto posteriormente con la abogada querellante Claudia Cesaroni.

Una vez finalizadas las preguntas de ambas partes, el juez Nicolás Toselli, presidente del Tribunal Oral Federal 5, estableció un nuevo cuarto intermedio que será reanudado para el 12 de febrero de 2025 a las 10 horas, donde continuarán las declaraciones testimoniales.

Las infancias también fueron víctimas de la dictadura

Las infancias también fueron víctimas de la dictadura

En una nueva audiencia que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos en La Mansión Seré y en la Comisaría 1ª de Moreno, los sobrevivientes revelaron cómo sus hijos también padecieron la represión.

La anteúltima audiencia de este año de la megacausa que investiga los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar en la Mansión Seré y el circuito conocido como RIBA comenzó con el testimonio virtual de la sobreviviente Norma Beatriz Pérez -secuestrada el 25 de mayo 1977-, quien pasó 45 días en la Comisaría 1ª de Moreno. “Pancho -Mario Valerio Sánchez- tocó la puerta de mi casa y me dijo que en el auto alguien me quería saludar”. Allí la esposaron, tabicaron y trasladaron en una camioneta hasta la Comisaría. Pérez relata que durante los días compartidos en cautiverio “Pancho me pidió perdón. Temía por su vida y tuvo que nombrar a todos los que conocía. Luego de unos días se lo llevaron y nunca más lo volví a ver”. Norma quedó en la celda con María Margarita “Coca” Miguens, esposa de Sánchez y embarazada de varios meses. Al momento del secuestro Pérez ya no militaba con ellos, como tiempo antes había hecho en el barrio Lomas de Moreno.

Debido al embarazo de Miguens, que “iba muy seguido al baño”, la celda permanecía abierta. Esto posibilitó a Pérez acceder a algún trato especial, como repartir agua entre los “presos políticos” y con ello reconocer a los detenidos, muchos de ellos, compañeros del barrio. Sin embargo, la libertad se terminó cuando se llevaron a Miguens: “Ya no podía salir, tenía el calabozo cerrado y se hablaba poco”. Relata que solo pudo ducharse una vez, pocos días antes de ser liberada y que “los militares traían comida una vez al día, una milanesa en pan y una naranja. Pero a veces pasaban tres o cuatro días sin que trajeran nada. A causa de esto perdí los dientes”.

Los siguientes testigos en declarar lo hicieron desde la sala de audiencias del Tribunal Federal Oral N°5 de San Martín. María Teresa García lo hizo en carácter de testigo por la detención, el 20 de mayo de 1977, de su hermano José Jesús García Carballo y la esposa de éste, Susana Bruna. “Aquel día se apareció Susana en la casa de mi madre. Le dejó a mi sobrino, Francisco, porque tenía que ir a declarar. Uno de mis hermanos pudo ver en la calle camionetas de la Aeronáutica y personas con armas largas”, relata Teresa García quien, aunque acababa de parir sólo días antes, salió a buscar a su hermano. Desde la desaparición del matrimonio, las familias de García y de Bruna pasaron “noches en vela en casa de mi madre, momentos de zozobra y altibajos emocionales. A veces teníamos esperanza y luego la perdíamos”, dijo y explicó que esperaban que sus familiares tuvieran la misma suerte que dos compañeros de la comunidad religiosa, Alejandro Miceli y Aldo Ameigeiras, quienes habían sido liberados hacía poco tiempo.

Jesús García había participado, hasta antes de formar su familia, de la comunidad católica formada por el sacerdote José “Pepe” Piguillem, también perseguido por los militares de Moreno. Ellos, junto a otros compañeros que fueron detenidos, realizaban actividades sociales y pastorales en el barrio. Una conocida le confirmó a la familia García que en la Comisaria 1ª de Moreno “cantaban las canciones de Guadalupe. Tenían que ser ellos” y la madre envió comida y una frazada muy particular que, al reencontrarse con su hijo, confirmó que “la había reconocido y le dio esperanza saber que la familia conocía el paradero”. Teresa García recuerda que “para vacaciones de invierno los pasaron a la cárcel de Devoto” y allí pudieron ir a visitar a su hermano, hasta que finalmente fue liberado junto a su esposa para la Navidad de 1977. Durante la declaración, la testigo  insistió y remarcó que fue su sobrino, Francisco García, quien se llevó la peor parte de lo ocurrido, quien aún hoy atraviesa por graves secuelas psicológicas. Durante el período de detención, Susana Bruna fue llevada a la casa de su suegra para visitar y jugar con su hijo Francisco por una hora, para luego, volver a ser desaparecida y trasladada al centro de detención y tortura. “Él sufrió y sufre por lo que vivió en su casa, por no tener una madre, que incluso luego de ser liberada cambió mucho”. Para finalizar su testimonio, reconoció que nunca sintió miedo. “Estaba segura de que se cometía un error, de que mi hermano era una persona de fe y de bien. Desconcocía el plan sanguinario que llevaban a cabo los militares, del cual su familia era también víctima, hasta que tiempo después él me contó lo que vivió.”

Luego de ser mencionado en repetidas ocasiones por testigos previos, declaró el sobreviviente Faustino Altamirano, conocido como “El Salta”. “Tenía a mi hija de 4 años abrazada a mis piernas que les pedía que no me peguen. Me tabicaron, encapucharon y me cargaron en una camioneta de las Tres Marías. En un vehículo anterior, un Ford Falcon, estaban “Pancho” y “Mafalda” -Beatriz Boglione-: ellos me habían entregado. Conozco Moreno como la palma de mi mano y, a pesar de las vueltas, sé que me llevaron a la Comisaría 1ª”, relata el entonces dirigente barrial, expresidente de la Comisión de Fomento Barrio San Jorge y fundador de la Unidad Básica Mártires de Ezeiza. “Nos echaban la culpa de ser subversivos. ¿Subversivos de qué?, del hambre que teníamos, de la necesidad de vivír mejor”, detalla sobre el trabajo barrial que realizaba en el que, por ejemplo, extendían las conexiones de agua y luz a quienes carecían de estos servicios.

Desde el día de su secuestro, el 17 de abril de 1977, “fui intermitentemente yendo y viniendo de un lado a otro. Hasta que pasó un tiempo prudencial y antes de fin de año nos soltaron. Pasó por las comisarías de Paso del Rey y de Francisco Álvarez. En todos los centros en los que estuvo encontró a diferentes compañeros de militancia y vecinos de Moreno. Pero sobre lo vivido en el primer centro de detención relata que “tomaba el agua que chorreaban las paredes y comíamos unos huesos que nos tiraban”. En la celda de enfrente estaba Beatriz Boglione: “Por la mirilla de la puerta podía ver cómo ella y otras mujeres eran violadas reiteradas veces por diferentes hombres, que distinguía por las diferentes contexturas físicas”. Cuando la vio por primera vez en el lugar de detención la insultó y la culpó de su detención, pero “luego entendí lo que ella vivía y que me delató para evitar, inutilmente, el infierno. Tiempo después, nos citamos en una plaza, le pedí perdón y estuvimos una hora llorando abrazados”.

“Un día de principios de enero de 1978, cuando caminaba por el costado de la vía, veo que se acerca una camioneta de las Tres Marías. Allí venía Pancho, todo barbudo y con la ropa sucia. Al ver el coche cruzar la vía, empecé a temblar y me orine del miedo. Otra vez, me cargaron en la camioneta y fui a parar otra vez a las mismas comisarías”. Pudo identificar la Comisaría de Paso del Rey porque había hecho una marca en el techo de machimbre -que luego volvió a identificar en las inspecciones realizadas con el juez Daniel Rafecas- y a la Comisaría Francisco Álvarez por estar frente a una escuela, y escuchar la campana y los niños jugar. Durante esta segunda detención, pasó por la Brigada Aérea de Moreno y por Campo de Mayo, desde donde fue liberado junto a otros compañeros. Sin embargo, antes debió vivir varios intentos de fusilamiento: “Paseos nocturnos donde gatillaban varias veces, me amenazaban diciendo que ya habían matado a mi familia y que debía decirles todo lo que supiera”. Para concluir se refirió a las secuelas de aquellos días: “Me costo mi hogar y mi familia”. También puntualizó los secuelas físicas: “Tengo el pecho hundido por un culatazo y la cara deforme por los golpes. Me quebraron, además, los dedos del pie y como nunca se curaron, sangran cuando camino”, expresó.

En diálogo con ANCCOM, el abogado Gastón Fraga de la Asociación Civil Moreno por la Memoria, querellante de esta causa, se refirió a la declaración de Altamirano: “Es fundamental porque estuvo mucho tiempo detenido y recorrió múltiples centros de detención donde convivió en cautiverio y tomó contacto con muchas víctimas. También porque contó situaciones similares a las que ya hemos escuchado en declaraciones anteriores, lo cual sirve para acreditar su relato y el de otras víctimas. Esta unión de los relatos da solvencia y robustez al desarrollo del sistema represivo de Zona Oeste. En este mismo sentido pudo identificar claramente la participación de la Fuerza Áerea, en las camionetas de las Tres Marías, en la Base Áerea de Moreno y en el desarrollo de los operativos.

La audiencia finalizó con el testimonio de la testigo Carmen Beatriz Altamirano, quien estuvo presente a pesar de manifestar, en varias oportunidades, cierta reticencia a contar por primera vez su historia: “No quiero que mis hijos se enteren de esto, sino que vean a su madre entera” -y agregó-: “Hasta el día de hoy me da miedo pasar por donde hay militares o policías, cuando uno debería confiar en ellos. Yo no puedo”.

Su esposo Juan de Dios Medina “uno de los primeros días de abril, salió a cargar materiales como cada día y no lo volví a ver por tres meses” relata la esposa. Enseguida comenzó a buscarlo en distintas comisarias. Sobre su visita a la Comisaria 1ª de Moreno recuerda que el policía que la atendio le dijo: “¿Para que lo querés si es un viejo?”, aunque recuerda que previamente le había afirmado que no estaba en el lugar y no sabía quién era: “Me agarró del cuello y me dijo que me largue a mi casa”. También fue a la Comisaría de Merlo, pero al acercarse al lugar, esuchó gritos y personas decir ‘no no no’ y se fue.

Junto a sus hijos, Juan Manuel Medina y Victo Hugo Medina, que eran aún bebes, debió sufrir múltiples allanamientos y amenazas. “Golpearon la puerta de casa pero no llegue a abrir porque la tiraron. Me dijeron: ‘Vamos a hablar un ratito, decime quiénes son los compañeros de tu marido, contame qué hace tu marido’. Uno de ellos le puso el arma en la cabeza a mi hijo. ´Decime con quién anda tu marido porque no vas a tener la cabeza de tus hijos, ni de este ni de ese’, me dijeron señalando a los dos niños, que comenzaron a llorar, sin dejarme acercarme para consolarlos. Antes de irse me manosearon. Donde estaba la puerta tuve que poner un sillón”.

En otra ocasión, cuando esperaba en la fila del colectivo, uno de los hombres de aquella noche “le agarró la mano a mi hijo y le dijo: ‘Qué lastima que vos también vas a desaparecer como tu papito si tu mamá no habla’. Cada vez que me hostigaban lo hacían refiriéndose a la matanza de mis hijos”. Su marido fue finalmente liberado pero la familia debió convivir con secuelas. “Con el tiempo empezamos a hablar de lo que nos había pasado: a él, a mí y a los chicos. Mi marido si escuchaba ruidos fuertes o golpes se escondía atrás de los muebles. Estaba muy maltratado”.

Mariana Eva Pérez, querellante del juicio e hija de desaparecidos, en diálogo con ANCCOM hizo referencia a la posibilidad de incluir a las infancias como víctimas en este juicio, luego de reiteradas audiencias en las que fueron ejes centrales y principales afectados de los hechos narrados en las declaraciones. “Es increíble que la justicia aún no nos contemple como sujetos de derechos, que no atienda las vulneraciones que sufrimos en el momentos en que mayores cuidados necesitábamos. Existe la posibilidad de ampliar la acusación para incluir nuevos delitos. Tenemos antecedentes importantes, juicios previos en los que hicieron eco del pedido de las querellas y se condenó a los acusados por delitos contra las infancias. Aunque el criterio a nivel nacional es muy dispar. Las infancias víctimas de la Fuerza Aérea no estamos organizadas. Quizás surja de este juicio porque como nos enseñaron las Madres y Abuelas: cuando vas sola no te escuchan, pero si vas en grupo sí”.

“Cada historia que escucho en la sala me angustia, porque podría ser la mía. No recuerdo mi propio secuestro porque tenía solo 15 meses en ese momento”. Sobre la audiencia de la fecha refirió que “fue especialmente duro el caso de Fernando García, por las consecuencias psíquicas de lo vivido, el secuestro de ambos padres pero principalmente la visita de su madre durante los meses de secuestro, lejos de ser un gesto de humanidad es una amenaza sobre la detenida y la familia, para hacerles saber que los controlaban y que tenían poder sobre el hijo. Luego el caso de Carmen Altamirano, que comentó cómo sus hijos fueron objeto directo de los represores cuando los encañonaron, o en audiencias anteriores el testimonio de Natalia Gobulin, quien sufrió intentos de secuestros. Se podría pensar que es un modus operandi que tenían en la Fuerza Áerea, un modo de presión contra nuestros padres. Hechos perversos que no están estudiados ni estipulado como un tipo de afectación específica como violencia para las infancias: la justicia debe contemplar no solo el uso instrumental de los niños como forma de manipulación, sino también la afectación directa sobre nuestros propios cuerpos”.

Por su parte, el abogado Gastón Fraga anticipó que “para el año próximo se esperan declaraciones muy importantes, ya que comenzará el año con la situación propia de Mansión Seré, que serán un montón de testimonios. Esperamos que para fin de año ya se pueda estar alegando para llegar al veredicto”. Se refirió a este juicio que juzga los crímenes de la dictadura en Zona Oeste como “un avance histórico, una palmada de justicia para las víctimas que nunca habían podido declarar en el marco de un tribunal, y hacerlo en la última etapa de su vida es muy importante”.

La próxima audiencia de este juicio se realizará de manera virtual el lunes 30 de diciembre.