40 años diciendo Nunca Más

40 años diciendo Nunca Más

El 20 de septiembre de 1984, el entonces presidente Raúl Alfonsín recibía el informe final de la CONADEP, un documento clave para establecer las miles de violaciones a los derechos humanos que cometió la dictadura. El recuerdo de quienes lo elaboraron.

El Nunca Más en alto en la última marcha por la defensa de la educación gratuita el 23 de abril. 

“Tenían dos hijos, uno muerto y uno desaparecido”, relató María Eugenia Lanfranco, voluntaria en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), socióloga y actriz, en relación a un caso terrible que le tocó registrar en el que un padre había perdido a sus dos hijos, uno de ellos por leucemia y otro en manos de la dictadura. ‘Señorita no sabe cuánto más pesa el cuerpo del desaparecido que el que yo enterré –recordó Lanfranco las palabras del padre en aquel momento–. Yo llevé el cajón de mi hijo que murió con leucemia, pero no sabe cuánto más pesado es no haber podido llevar el otro”.

El 10 de diciembre de 1983, Raúl Alfonsín asumió como el nuevo presidente electo de la Argentina, iniciando así el periodo democrático más largo del país hasta el momento y dando fin a la dictadura cívico-militar más salvaje que vivió el país. Cinco días más tarde el Ejecutivo creó la CONADEP, una comisión descentralizada que tenía como fin investigar las violaciones a los derechos humanos y la desaparición forzada de personas que se dieron en el territorio argentino desde 1976 hasta 1983. Fue presidida por el escritor Ernesto Sábato y estuvo integrada por doce personalidades reconocidas en todo el país y que provenían de diversas áreas, entre ellas: el médico René Favaloro; los exrectores de la Universidad de Buenos Aires Ricardo Colombres e Hilario Fernández Long; el rabino Marshall T. Meyer; y la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú, entre otros. Además, contó con seis secretarios: Daniel Salvador; Graciela Fernández Meijide; Raúl Peneón; Alberto Mansur; Leopoldo Silgueira; y Agunstín Altamiranda. Por otro lado, se valió de casi 100 trabajadores que se abocaron en la tarea de la recepción y luego recopilación de denuncias y testimonios.

«Las denuncias se tomaban mayoritariamente a mano porque teníamos muy pocas máquinas de escribir. El disco rígido eran nuestras propias cabezas”, describe María Eugenia Lanfranco

Este viernes 20 de septiembre se cumplen 40 años de la entrega del informe de la Comisión a Raúl Alfonsín en Casa Rosada, un documento de más de 50 mil páginas que condensa el arduo trabajo de la CONADEP y que, dos meses más tarde, se sintetizaría en uno de los libros más importantes de la historia argentina: Nunca Más. “El Nunca Más era una expresión de deseo, de que todo lo que se estaba haciendo sirviera y pudiera dar sustento para lograr que la sociedad se convierta en defensora de la democracia”, sentenció al respecto Daniel Salvador, abogado, radical y uno de los seis secretarios elegidos personalmente por el presidente para participar de la Comisión.

“Nuestra tarea era poder desentrañar qué es lo que había pasado en Argentina durante la dictadura cívico-militar: qué pasó con los desaparecidos; qué pasó con los niños que habían desaparecido de sus familias; todos esos hechos de violencia”, describió el abogado. En la misma línea, agregó: «También era muy importante que se vaya conociendo por la sociedad para que esto no quedara encapsulado y elevar todo a la justicia a medida que se iba conociendo y constatando”.

En este sentido, Salvador conceptualizó los logros de la CONADEP en tres ejes diferentes. El primero fue desentrañar que los crímenes de la dictadura no constituyeron hechos aislados, sino un plan siniestro, premeditado para sembrar el terror: “Secuestro de personas, interrogatorios, torturas, desaparición, robos de bebés, cambios de identidad”, enumeró el abogado y completó: “Nosotros pudimos comprobar en nueve meses que ocurrió eso”. El segundo, continuó el exsecretario, fue lograr un seguimiento detallado en la investigación en una sociedad que primero tuvo que perder el temor para hacerse parte de este proceso: “Veníamos de años de miedo en Argentina y animarse a saber lo que había ocurrido y acompañar toda la investigación terminó siendo una gran gesta del pueblo argentino”, situó Salvador. Por último, el tercer logro que alcanzó la Comisión fue elevar las pruebas a la justicia que, con la consagración del informe, constituyó la base para la ejecución del juicio a las Juntas en el año 1985.

«Dormíamos en el Centro Cultural San Martín, nos levantábamos e íbamos a laburar como perros, todas las noches teníamos pesadillas», recuerda Lanfranco.

La Comisión fue pensada como un proyecto que duraría seis meses, pero, a pedido de sus integrantes, se extendió a nueve. La primera instancia se basó en recibir y recopilar testimonios de sobrevivientes liberados, de familiares de desaparecidos y hasta de vecinos de los centros clandestinos de detención. “Los primeros días fueron difíciles porque había mucho temor. Argentina seguía rodeada de países que tenían gobiernos dictatoriales; además veníamos con antecedentes de golpes de estado que no habían tenido consecuencias”, expresó Salvador y detalló: “También porque aquellos que habían dado el golpe militar, que eran a los que nosotros estábamos investigando y juzgando, se mantenían en plena vigencia, al frente de sus cuarteles y en distintos estamentos del poder en Argentina”.

 

El trabajo en primera persona

“Nuestra labor era muy artesanal. Las denuncias se tomaban mayoritariamente a mano porque teníamos muy pocas máquinas de escribir. El disco rígido eran nuestras propias cabezas”, Lanfranco, una de los casi 100 trabajadores de la CONADEP que se encargó de la toma de testimonios. Siempre que se le pregunta cómo llegó a la Comisión, Lanfranco responde que llegó en el tren Sarmiento. Desde Ituzaingó y con tan solo 20 años, se presentó en las oficinas de la Comisión con la decisión de querer colaborar. Así, empezó a trabajar ad honorem y luego de un mes le ofrecieron un contrato. “Fue un impulso de época. Yo fui una paracaidista, sabía que ahí tenía que estar y no me arrepiento”, expresó la voluntaria.

Lanfranco divide a los trabajadores de la Comisión en dos grupos. Por un lado, los que ella llama “notables”, es decir aquel grupo de personas elegidas por el Presidente. Por el otro, «estábamos nosotros, los ‘no notables’, que éramos casi 100. Cada uno tenía un origen diferente. Había gente que venía del exilio, personas que habían estado detenidas y desaparecidas, compañeros que venían de organismos de derechos humanos que ya tenían alguna experiencia –amplió la socióloga­. Dormíamos en el Centro Cultural San Martín, nos levantábamos e íbamos a laburar como perros, seguíamos todas las noches teniendo pesadillas, no nos podíamos separar entre nosotros”.

Fotografía de Enrique Shore en la muestra «Evidencias».

Tanto ella como Salvador destacaron la labor y la presencia indispensable de los trabajadores provenientes de organizaciones de derechos humanos. Ellos contaban con la experiencia y la preparación para la toma de denuncias que necesitaba la CONADEP. “En la primera etapa, los testimonios los tomaban empleados de la administración pública que enviaban los ministerios y era una carga gigantesca. Con la llegada de Graciela Fernández Meijide tuvimos la posibilidad de acceder a los legajos de los organismos y de que vengan los empleados. Ahí empezó a tomar otro volumen y la gente empezó a tomar confianza”, destacó el abogado.

Los testimonios empezaron a ser cientos, miles. Salvador explicó que, en un primer momento, se intentó llevar adelante una investigación caso por caso, pero que, después de notar que había características similares en los relatos, lo más conveniente fue agrupar los casos según estas similitudes. “Si tomábamos una denuncia en la cual una persona relataba que se escuchaba pasar trenes, que había una gotera sistemática de un caño y que había ladridos de perros, y había otro testimonio que hablaba de un tren, de ladridos de perros y de una gotera, probablemente eran dos personas habían estado en el mismo centro clandestino y eso aumentaba la información”, añadió Lanfranco al respecto. Esas declaraciones ayudaron, entre otras cosas, a la reconstrucción espacial de los centros clandestinos de detención.

“El informe fue un paso inicial súper importante que sentó las bases del Juicio a las Juntas. No fue el fin, fue el comienzo”, puntualizó Enrique Shore, fotógrafo oficial de la CONADEP, cuya labor de registro visual continúa teniendo repercusión hasta la fecha. “Nunca tuve dudas de hacer ese trabajo, pero desde luego ni de casualidad tenía conciencia de la importancia que tenía y la repercusión que iba a tener a través del tiempo, es increíble”, reflexionó Shore.

El fotógrafo relató el proceso de visitas a los centros clandestinos de detención, que se realizaban también con abogados, arquitectos, testigos y sobrevivientes, precisamente para constatar que los testimonios coincidieran con la realidad espacial. “¿¡Cómo alguien va a saber describir exactamente las características de una habitación, donde está la ventana, qué escalera hay!?”, se preguntó Shore y agregó: “Justamente constituía una prueba documental porque es imposible que conozcas en detalle un lugar donde teóricamente nunca podrías haber estado”.

“Hubo muchas imágenes que inicialmente no les di mayor significado y resulta que fueron muy importantes y que siguen teniendo vigencia”, continuó el fotógrafo, quien narró varios episodios que lo han atravesado personalmente y que hasta hoy lo hacen emocionar. Uno de ellos se trataba de una fotografía en la que se veía a un señor que estaba señalando una mancha en el piso dentro de una habitación en uno de los centros de las afueras de Buenos Aires. En ese momento, la foto no significaba nada especial: “Este año, muchas décadas después, una de las señoras que trabaja en ese centro de memoria, me contó que gracias a esa foto se había identificado a una persona desaparecida porque habían visto que lo que estaba señalando el señor era una mancha de sangre. Mandaron a hacer un análisis de ADN y lograron identificar exactamente a la persona que habían matado ahí. Eso fue muy sorprendente para mí”, expuso Shore.

“Aunque habían pintado por encima todavía se distinguía esa inscripción, a través de los años”, relató el fotógrafo, en referencia a otro episodio de reconocimiento que sucedió en el conocido Pozo de Quilmes: un hombre sobreviviente encontró en la pared del centro de detención una inscripción que reconoció como propia, escrita hace añares en el momento de su secuestro: “Dios mío, ayúdame” se leía en aquella pared. Retrato que para Shore constituye una de las fotos más tremendas que ha hecho a lo largo de su vida.

El informe en el interior del país

“Señorita, ¿usted me los va a encontrar?”, le preguntaron a Lanfranco en uno de los momentos más duros de uno de sus viajes a Tucumán con el equipo de investigación de la Comisión. La voluntaria contó la historia de quince jóvenes desaparecidos de un mismo ingenio a las afueras de San Miguel: “Los trabajadores habían pedido reducción de la carga horaria de 14 a 12 horas por día. Los desaparecieron”, relató Lanfranco. Y parafraseó el pedido de aquel padre por su hijo: “Vine porque la patrona no para de llorar desde el día que se llevaron a los changos”. También, analizó que este caso se trató de uno de tantos ejemplos de la complicidad empresarial con el poder militar, que se movían entrelazados.

La socióloga hizo hincapié en la disparidad existente entre Buenos Aires y el interior del país en torno a la consciencia de lo que había ocurrido durante la dictadura y, especialmente, en torno a la conceptualización de la figura del desaparecido: “Ahí el mundo era otro. No existía una interpretación política de lo qué había pasado”, apuntó Lanfranco. Más allá de la despolitización que existía, según la voluntaria, había un gran nivel de analfabetismo social, que repercutió de forma negativa en la falta de información para reunir la documentación necesaria para denunciar las desapariciones o demandar el habeas corpus. “La mayoría de las personas que se acercaban era la primera vez que hacían la denuncia por la desaparición de un familiar”, señaló. Asimismo, analizó que muchas familias se pudieron animar a denunciar por la existencia de un organismo público que se encargó del registro de las desapariciones, como lo fue la CONADEP.

Si hay algo que une a los integrantes y trabajadores de la Comisión, es que todos destacan es la excepcionalidad de este proyecto. “La CONADEP fue la comisión de la verdad, única en el mundo. Inauguró algo importantísimo porque superó todas las estructuras políticas. El logro es, definitivamente, de todos los argentinos”, expresó Salvador. Por otro lado, Shore afirmó: “Es fundamental para un pueblo conocer el pasado e ir sacando a la luz todas las cosas que estuvieron tapadas por tantos años. La única manera de que todo esto se supere en el futuro es con Memoria, Verdad y Justicia”. Concluyó Lanfranco: “Hay un común denominador de todos los trabajadores de la CONADEP porque todos decimos lo mismo: ‘Fue el trabajo más importante que hice en mi vida’. Todos decimos lo mismo porque nos marcó a fuego”.

Fotos y relatos

El viernes 20 de septiembre, en el 40° aniversario de la entrega del informe que constituiría el Nunca Más, habrá diversas actividades para conmemorar la labor de estos trabajadores en la búsqueda de Verdad y Justicia para el pueblo argentino. A las 12, se inaugurará la muestra Evidencias. Fotografías, de Enrique Shore, en la Legislatura porteña. Esa misma tarde, a las 16, se realizará en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos ex ESMA la charla Memorias de los trabajos de la CONADEP en la que participarán María Eugenia Lanfranco, Enrique Shore, Eduardo Schiel y Laura Reboratti. Ambas jornadas serán libres y gratuitas.

«Muchas familias aún esperan saber dónde están los restos de sus familiares»

«Muchas familias aún esperan saber dónde están los restos de sus familiares»

Comenzó el juicio contra cinco ex militares de la Fuerza Aérea acusados por 131 crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura en Mansión Seré, RIBA y otros centros clandestinos de detención de la zona oeste del Gran Buenos Aires.

“Estar ahí fue algo que necesitaba, muy importante poder estar mirándolos en estas condiciones”, declaró en diálogo con ANCCOM Guillermo Perez Roisimblit, nieto recuperado, parte de la querella de Abuelas en la Megacausa Mansión Seré IV y RIBA II, que acaba de reiniciarse. En este sentido, reflexionó acerca de una foto que se publicó ayer donde se ve a los genocidas observando el momento en que él sonríe junto a Iris Avellaneda, madre de Plaza de Mayo: “Nuestra venganza es ser felices”, apuntó y a la vez reflexionó que si bien el término venganza o revancha no condicen con la militancia de Abuelas, funciona para este acontecimiento.

En el Juzgado Oral Federal N°5 de la localidad de San Martín se llevó a cabo este martes 27 la primera lectura del requerimiento de elevación a juicio de la Megacausa Mansión Seré IV y RIBA II, que es el resultado de la combinación de dos causas de lesa humanidad diferentes: la primera de ellas, elevada en 2020, por privación ilegítima de la libertad y aplicación de tormentos, por las que responden José Juan Zyska, cabo primero de la Brigada Aérea de El Palomar; Julio César Leston, cabo primero de la Regional de Inteligencia RIBA; Juan Carlos Herrera, teniente en la Brigada Aérea de El Palomar; y Ernesto Rafael Lynch, capitán de la VIII Brigada Aérea de Moreno. Mientras que en la segunda causa se involucra al genocida Juan Carlos Vázquez Sarmiento, cabo principal encargado de la sección de contrainteligencia de la RIBA, condenado por la apropiación de Ezequiel Rochistein Tauro. Durante décadas, hasta 2021, Vázquez estuvo prófugo; actualmente responde en esta causa por los crímenes de secuestro y privación ilegítima de la libertad cometidos puntualmente contra José Manuel Pérez Rojo, su pareja Patricia Roisinblit, y Gabriel Pontnau. Además, fue identificado como uno de los represores que participó del secuestro de Guillermo Roisimblit, nieto recuperado por las Abuelas de Plaza de Mayo.

Las imputaciones detalladas en el documento son por delitos perpetrados por los cinco acusados contra 131 víctimas en la zona oeste de la provincia de Buenos Aires, Subzona 16, integrado por los centros clandestinos de detención: Mansión Seré –hoy Casa de Memoria y Vida– el destacamento de Paso del Rey, la comisaría de Haedo, Moreno, Morón y Castelar, la VII Brigada Aérea de Morón, la Subcomisaría de Francisco Álvarez y la I Brigada Aérea de Palomar, todas piezas de un circuito macabro y tormentoso durante la última dictadura militar. En la lectura se destacó los dos niveles de tortura a las que fueron sometidas las víctimas: primero la detención ilegal y la privación ilegítima, segundo la tortura física y alevosa.

La sesión fue llevada a cabo en la sala que se utiliza para causas complejas, mismo lugar que tendrá el resto del juicio. El tribunal estará integrado por las juezas María Claudia Morgese Martín, Silvina Mayorga y el juez Walter Venditti.

Los organismos de derechos humanos, las organizaciones sociales y la prensa estuvieron presentes. La sala estaba llena, tan repleta de personas, que tuvieron que agregar sillas adicionales. De un lado se encontraban las querellas y los fiscales, del otro los imputados y sus defensas. En la transmisión vía YouTube que realizó FM En Tránsito junto a La Retaguardia, que relató el locutor Fernando Tebele, se destacó el papel comprometido de los medios alternativos que se encomiendan a estás coberturas: le da sentido a la existencia de los medios comunitarios”, comentó Tebele y agregó que “contribuyen a qué estos hechos no se olviden”.

Los anticuerpos de nuestra joven democracia

En torno a este contexto negacionista y apologeta de la dictura que ha estado resurgiendo en el último tiempo por el advenimiento de un partido político –La libertad avanza– que lo legitima, han sucedido una serie de acontecimientos que resuenan por su alevosía: la visita de los diputados libertarios a los genocidas presos en Ezeiza, entre los que se encontraba Vázquez Sarmiento, imputado en esta causa. “La espuma no baja”, expresó Pérez Roisimblit sobre el reclamo popular que ha surgido a raíz de este intento de consagración negacionista. “Como la espuma no baja, van a tener que dar una respuesta institucional, crear una comisión investigadora”, agregó en referencia a la articulación entre la Comisión de Asuntos Constitucionales y la Comisión de Reglamento, que repondrá los hechos acontecidos no solamente el día de la visita, sino en el último tiempo. “Se les volvió un pelotazo en contra”, concordó Pablo Llonto, abogado de derechos humanos, en diálogo con ANCCOM, y agregó que “la visita fue la punta del ovillo que permitió desandar todo lo que había ocurrido antes”, en referencia a un intento sostenido de conseguir medidas de impunidad. El abogado también enfatizó que este hecho repudiable no pudo ser consagrado socialmente por sus ejecutores debido al consenso inclaudicable que existe en la sociedad argentina sobre la condena a los represores y la resolución de que “hasta el último de los responsables de esos crímenes gravísimos debe ser juzgado”.

“Hay todo un proceso judicial que ha permitido acreditar de manera indiscutible que estos hechos sucedieron, que las violaciones, los secuestros, homicidios y el robo de bebés como práctica sistemática, son un hecho”, enfatizó Carolina Villella, abogada de Abuelas de Plaza de Mayo, en diálogo con ANCCOM. En cuanto al repudio popular que ha suscitado un escándalo político añadió: “Subestimaron al pueblo argentino creyendo que les daba lo mismo, que iba a poder ser capitalizado como un logro”, reflexionó Villella haciendo hincapié en que las consignas de Memoria, Verdad y Justicia son una bandera más que consolidada.

“Cada vez que arranca un gobierno de derecha, la fuerza o el envión que tenían los juicios merma”, reflexionó Pérez Roisimblit. A su vez, destacó que no es el primer intento desde la recuperación democrática en el que se busca consagrar la impunidad a los ejecutores del terrorismo. “Tuvimos momentos bravos de impunidad absoluta, en los 90 con los genocidas libres, intendentes o gobernadores electos, como el caso de Bussi en Tucumán”, sostuvo Llonto, que trazó diferentes paralelos entre las décadas pasadas y la construcción de la memoria. En el mismo sentido, Roisimblit destacó que este gobierno ha superado a los demás por un tema central: la disolución de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, CONADI, organismo que se encarga de la búsqueda de los hijos de desaparecidos nacidos durante el cautiverio: “Este gobierno desarticula políticas para la búsqueda de niños que fuimos robados durante el terrorismo”, acusó Roisimblit. En este sentido, Llonto también se detuvo en la gravedad de este hecho: para el abogado seguirán sucediendo cuestiones similares “hasta que se le ponga freno desde la justicia o caiga este gobierno”.

Por otro lado, las juezas hicieron hincapié en la continua postergación del juicio y se lo atribuyeron a una cuestión de agenda. El juicio estuvo en inicio programado para diciembre 2023, mayo 2024 y finalmente se realizará a partir de agosto. En este sentido, sobre la dilatación en el tiempo para el enjuiciamiento a los represores, Llonto puntualizó en el miedo que se siente ante la posibilidad de que el juicio no ocurra por una pérdida en la capacidad cognitiva del imputado o su posible muerte: “Es cuando el esfuerzo hecho por las madres y familiares y sobrevivientes durante décadas para identificar a un represor, queda diluido”.

Villella, por su parte, consideró que un juicio de esta envergadura requiere un gran tiempo de preparación. Además, enfatizó su confianza en el compromiso de los jueces de la causa que llevan adelante un trabajo de forma decidida en torno a la cuestión de derechos humanos.

El martes 9 se lleva a cabo la próxima jornada donde se dará inicio a los alegatos en los que declararán Mariana Eva Pérez y Guillermo Pérez Roinsinblit. Los genocidas también tendrán la oportunidad de hablar y aunque no suela suceder, podrán utilizar el espacio para brindar información de los crímenes registrados en la causa. “Hay muchas familias que aún están esperando saber donde están los restos de sus familiares”, sostuvo Villella y enfatizó: “Seguimos buscando a más de 300 hijos de desaparecidos”.

 

“El escepticismo es para los cómodos”

“El escepticismo es para los cómodos”

En el marco de la semana de la Memoria se realizó una entrevista pública a Graciela Daleo en la Facultad de Ciencias Sociales UBA donde se abordó el rol del sobreviviente, la transmisión de la memoria, la lucha por la defensa de los derechos humanos y el resurgimiento de la apología de la dictadura.

En el marco de Semana de la Memoria de la Facultad de Ciencias Sociales, ANCCOM realizó una entrevista pública a Graciela Daleo, quien es socióloga, docente y sobreviviente del centro clandestino de detención, tortura y exterminio que funcionó en la ESMA. En la entrevista, Daleo habló sobre su cautiverio, su identidad como sobreviviente, la transmisión de la memoria y la situación actual, entre otros temas. Entre el público, estuvieron presentes la directora de la Carrera de Comunicación Social Larisa Kejval y el sociólogo Daniel Feierstein.

El micrófono de Daleo no se oye bien cuando intenta responder a la primera pregunta, por lo que la entrevistadora toma su micrófono y se lo pasa: “Se trata de compartir, no de ser tan individualista, que no haya micrófonos para uno solo, sino uno para muchos” dice Daleo, entre humorística y filosófica.

Es un jueves a las siete de la tarde en la Facultad de Ciencias Sociales, momento en el que muchos de los estudiantes se mueven por los pasillos al entrar o salir de sus respectivas aulas. En el foyer, varias personas están sentadas en filas de sillas blancas y miran hacia la mesa, donde se encuentran sentadas Daleo y su entrevistadora, Camila de la Fuente, prontas a comenzar la charla. Daleo estuvo detenida en la ESMA durante 15 meses entre 1977 y 1979 por su militancia en Montoneros. En ese lapso fue obligada a realizar trabajo esclavo. Pasó el resto de la dictadura en el exilio, en varios países, estuvo presa durante la democracia, fue testigo para que se juzguen a los represores en el exterior y declaró ante la CONADEP. Actualmente es socióloga y forma parte de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras.

“Voy a hablar muchas veces en plural”, dice Daleo, antes de responder a la primera pregunta de la tarde, sobre cómo transitar el camino de transmitir la memoria, “porque toda mi experiencia de vida es colectiva”, asegura. Respecto a llevar a cabo la transmisión de la memoria en la actualidad, Daleo reflexiona: “Formo parte de la lucha, en esta etapa, sobre su continuidad”, pero subrayó que, en  sus inicios en la militancia, “las ambiciones eran mucho mayores: luchar contra el capitalismo, por un mundo en el que no exista la explotación del hombre por el hombre”.

Al interrogante sobre cómo incorpora el término sobreviviente a su identidad sin que este opaque otros aspectos de ella como persona, responde: “Mi esencia no es ser sobreviviente, pero si es una parte constitutiva de mi condición de sujeto, de persona, es una de las marcas más profundas que porto”, dice. Luego habla de resiliencia y de cómo la marcó haber sido desaparecida: “El intento fue rearmarnos como si fuéramos rompecabezas y volver a armarnos dentro de la lógica genocida. No nos rearmaron, no me rearmaron a su gusto, pero si se quedaron con una pieza”.

Enseguida trae aquel a la actualidad y traza un paralelo entre el razonamiento de los represores que, a través del cautivero y de ser utilizada como mano de obra esclava, ella iba a ser “recuperada para la civilización cristiana” y el reciente anuncio de que la Secretaría de Culto es ahora la Secretaría de Culto y Civilización.

Daleo también recordó un día, durante su cautiverio, en el que los represores sacaron a varios desaparecidos de la ESMA temporalmente. Contó que Argentina había ganado el Mundial 78 y llevaron en un auto con dos represores a ver los festejos del Mundial de 1978. Para ella, el interior del auto era una prolongación del cautiverio, entonces pidió permiso para asomarse por la ventana del techo, permiso que le fue concedido. Pero al ver a la gente festejando en la calle Cabildo se entristeció: “Si yo me pongo a gritar que soy una desaparecida, nadie me va a dar pelota. Eso es estar desaparecido; estar también en ese mundo real y concreto y que, para el resto, uno no exista”.

La magnitud del festejo era tal que los represores los llevaron a una parrilla en vez de volver al Centro Clandestino, y ahí Daleo pidió permiso para ir al baño. Una vez ahí, con un lápiz labial, que le habían otorgado para que se pinte y aparente normalidad, escribió en la pared del cubículo “¡Viva los montoneros! ¡Massera asesino!”. Y a continuación confiesa: “Salí y volví cautiva, esa sensación de libertad me duró segundos. Pensaba que si los represores revisaban el baño y veían eso escrito en el mismo color que tenía yo en los labios, iban a saber que había sido yo”. Pero, de todas formas, fue uno de los “pequeños e ínfimos gestos de resistencia que pudimos obtener”.

La entrevista avanza a la época en la que Daleo, ya liberada, participa de las denuncias a sus represores. Sin embargo, marca que los detenidos desaparecidos “empezamos a construir nuestros testimonios desde el momento en que nos ocultaron. La voluntad fue de atesorar toda la información que tuviéramos”. Y reflexiona: “Ni en las noches más esperanzadas en la ESMA se me ocurrió que podíamos llegar a tener más de 1.100 represores juzgados y condenados”. Enseguida señala que siempre tuvo la voluntad de “denunciar los crímenes y de recoger todo lo que pudiéramos para hacerle saber al mundo quiénes eran los criminales y quiénes eran los compañeros y compañeras victimizados por el Estado terrorista”. Daleo cuenta lo que hizo cuando la detuvieron en la entrada de un subte: “En esa voluntad de que el mundo supiera, grité el número de teléfono de mis padres y que me estaban secuestrando, que me iban a matar”.

Sobre la situación actual y las miradas de glorificación sobre la dictadura como las del gobierno de La Libertad Avanza y sus seguidores, Daleo expresa que no se trata de negacionistas, sino de reivindicadores, y subraya al protocolo anti-piquetes y a las políticas de hambre como “el mismo proyecto, pero perfeccionado”. También, sostiene que peligran la identidad y la vida junto a la memoria: “La memoria y la identidad y la historia es lo que nos permite pararnos en un territorio y decir venimos de acá y vamos para allá”, y marca que esto también está sucediendo en otras partes del mundo.

A Daleo también se le pregunta sobre el éxito de la película Argentina, 1985 (2022). Aunque valora el hecho de que le haga llegar el juicio a los seis comandantes a más personas, también marca las diferencias entre este y los juicios que se llevan a cabo hoy en día: “Los testigos podemos hablar sin que nos corten, no nos hostigan, estamos ahí en carne y hueso lloramos, nos reímos, nos ilusionamos”. Daleo insta a que más personas presencien estos juicios porque “al dolor de los otros hay que palparlo y sentirlo como propio”.

Los últimos temas que se tocan en la entrevista son qué hacer en la actualidad y cómo darle continuidad a la lucha por una sociedad más justa. Sobre lo primero, Daleo reflexiona que “nunca está todo servido, las construcciones exigen un esfuerzo” y que intentar transmitir es un acto de gran responsabilidad. Sobre la lucha por los derechos humanos, expresa que “hay que seguir haciendo, no dejar que nos gane la desesperanza, el escepticismo es para los cómodos. Cuando no nos quede más remedio que ser escépticos, mirémoslos a ellos”, dice, señalando al cartel detrás de ella con los rostros de estudiantes detenidos desaparecidos durante la dictadura que cursaban en la Facultad de Ciencias Sociales. “Pero no solo a ellos –continúa-, miremos a tantos y tantas que hoy están haciendo, miremos a los jubilados que ayer salieron a la calle a reclamar sus derechos, y mírense ustedes cada vez que hacen un acto solidario o un acto de desafío, de problematización”. Enseguida llama la atención y advierte: “Nunca las conquistas son definitivas, las conquistas se defienden con la lucha o te las arrebatan”.

Llega el momento de que el público plantee sus preguntas. La primera es sobre la diputada Lourdes Arrieta, quien visitó a represores condenados por delitos de lesa humanidad presos en Ezeiza, junto a otros diputados de La Libertad Avanza, pero luego denunció haber sido engañada y finalmente fue expulsada de este bloque por tensiones con los otros diputados. Daleo reflexiona sobre la responsabilidad que conlleva un rol como ser diputado y se refiere a casos como el de Arrieta como el resultado de una “militancia del pulgar”, refiriéndose al símbolo por el que se conoce al “me gusta” en las redes sociales. Otra pregunta es sobre cómo seguir tras ser abandonada por su patria, a lo que Daleo responde que, pese a esta traición y a haber vivido en el exterior, “este es mi territorio de amor y de lucha”.

Por último, el público le pregunta sobre el cuestionamiento hacia la figura de los 30 mil detenidos desaparecidos. Daleo vuelve a marcar que “las batallas no se ganan definitivamente” y habla sobre cómo “el genocidio no es solo el acto, es la construcción que hace de lo individual”, esta mentalidad de apatía a la que lleva, en la que el otro deja de ser importante. Explica que el cuestionamiento del número es para relativizar y “atacar la esencia de la lucha por la reivindicación de nuestros compañeros y por la denuncia de los represores” y agrega: “que esto te llene de dolor y de bronca, y que te llene de alegría cuando lo conseguimos”. Para cerrar, dice que encuentros como estos “son como un examen” para ella, “el aprobado o el reprobado lo pondrán ustedes”, concluye.

El combo de Sandra Chagas

El combo de Sandra Chagas

Mujer, feminista, afrodescendiente y lesbiana, la activista Sandra Chagas repasa su historia familiar y lo que significa militar sus causas en la Argentina. El caso de José Delfín Acosta Martínez.

Del otro lado de una puerta de la que cuelgan muñecas, al final de un pasillo aireado de Once, una habitación blanca y memoriosa. Las aberturas son el espacio respirable de pedazos de pasados. Las paredes rebalsan fotos de mujeres con vestidos y hombres con tambores. Un mueble guarda tras sus ventanas más fotos y, ocasionalmente, una taza.

Al lado de la mesa, una escultura de ensamblados de metal: una pierna adelante, la otra atrás, rodillas flexionadas, rulos afro, una mano que toca un tambor y otra que lo sostiene, arriba de una sonrisa, la mirada. Esa mirada de júbilo turbada por algo más grande.

– ¿Quién es?

***

José Delfín Acosta Martínez pertenecía al Grupo Cultural Afro, desde el que se inició todo el movimiento de reivindicación afrodescendiente en Argentina. Lo fundó con Diego Bonga, otro inmigrante afrouruguayo, en 1989. El candombe se convirtió otra vez en espacio de reunión y unión afro-rioplatense: el grupo enseñaba el baile y hacía presentaciones.

– Cuando lo asesinan a José, nosotros tenemos un quiebre – dice con pesar y brillo en los ojos Sandra Chagas, activista afro que conoció en bailes al candombero. Su mamá y su hermano eran muy activos en el Grupo Cultural Afro.

El 5 de abril de 1996, José había estado en una clase de la Universidad del Tango en la confitería El Molino. Pasó por la puerta del boliche Maluco Beleza, adonde iban muchos brasileros. La Policía Federal fue a la salida, argumentando que habían recibido la denuncia de una persona armada y quisieron arrestar, sin mucha más prueba que el color de piel, a dos afrodescendientes.

–   José estaba incluso con sus zapatos de tango. Lo único que hizo fue tratar de ayudar y defender a estos dos compañeros brasileños porque sabía de derechos, sabía que no se los podían llevar así nomás. Los estaban acusando de algo, pero se los querían llevar y eso no se puede. Cuando él salió en su defensa, agarraron y se lo llevaron a los tres. Pero el único que sale asesinado es José.

El candombero José, el defensor José. En el living, la escultura hecha por Waldemar Moreira Zurbrigk parece respirar.

***

–  En el 98, dos años después del asesinato, Ángel Acosta Martínez, el hermano, hace lo que se llamó el Homenaje a la Memoria: homenajear no tanto a José Delfín, sino a la memoria de todos aquellos afrodescendientes en Argentina.

Para esa fecha, Ángel dio clases gratuitas de candombe en varios espacios de la ciudad de Buenos Aires. Había que pintar la ciudad de memoria afro. En una foto en blanco y negro sobre la pared, se ve una gran comparsa, la Kalakan-Gue.

– La comparsa fue desde Pasaje San Lorenzo hacia el Cabildo. En general, las llamadas – explica Chagas en referencia a las marchas populares con tambores y baile- se hacen desde más o menos Pasaje San Lorenzo hacia Parque Lezama. Pero esa vez se invirtió para visibilizar la presencia y tener ese registro del candombe resurgiendo en la Ciudad de Buenos Aires. Se visibilizó, no solamente el caso de José, sino también la presencia de los afroargentinos en este territorio, que hacía casi más de cien años que no transitaba por las calles.

La historia afro tiene mucho que ver con perder y recuperar. Los relatos de toda la Nación se destiñen a blanco: padres y madres de la patria, próceres y hasta sus caballos se blanquean en la imprenta de la historia. Aún así, la pérdida más grande es la identidad afro.

–  Venimos de la trata transatlántica esclavista. Las personas que habitan en estos territorios que hoy llamamos Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Perú, Bolivia, somos toda la misma gente, traída en calidad de esclavos. Para mí, esto fue un genocidio que duró cuatro siglos y del que somos consecuencia.

La historia familiar de Sandra requirió cuatro generaciones para recuperar con total orgullo la identidad afro. “Mi madre no era candombera”, cuenta apresurada. Su bisabuela era una mujer criolla de arrugas profundas y mirada perdida. Su foto en blanco y negro reposa, desgastada, en el primer estante del armario familiar.

Primero, la bisabuela se casó con un hombre negro y después con uno blanco. Así, en la familia convivían los hijos negros con los blancos. El abuelo de Sandra era uno de los negros. Cuando le tocó cuidar a la próxima generación, fue determinante: tenían prohibido juntarse con “los negros que estaban en la esquina”.

–  Hoy todo el mundo quiere bailar candombe, quiere tocar candombe, como si hubiese sido fácil para la propia comunidad negra hacer entender a la propia familia lo que significaba para una. Para mi mamá era una contradicción no juntarse con esa gente que era su misma gente.

Mientras tanto, levanta uno de los cuadros. Una negra sonriente baila al compás de los tambores. La nieta rebelde, la madre de Sandra.

–  Su madre es negra, ella es negra, ‘¿por qué no me puedo juntar con esa gente?’, se preguntaba mi mamá. Pero vos ves que mi bisabuela es criolla.

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–  Ahora estamos viendo o viviendo un retroceso espantosísimo, donde lo que prima es todo lo que venga otra vez de Europa o de Estados Unidos, lo que venga de fuera… Sin mirar a la propia gente, ni lo que quieren, ni lo que desean, ni lo que piensan… Nada, las propias personas a las que se supone que gobernás o estás dirigiendo un país, ¿para quién? ¿Para qué? Porque no se está escuchando la voz de las personas, no se está escuchando la voz del pueblo. No hay un ida y vuelta. Es solamente tirar cosas que tenés que asimilar y chau – acelera.

De repente, se para en seco.

– Aquella ya está sacando fotos que me ponen más nerviosa. Estás sacando fotos de José igual, ¿no? Hay muchas con mi mamá también. Ellos bailaban juntos.

Arriba de la escultura, hay una foto de una Sandra joven en el Teatro Coliseo en una bailanta del Grupo Cultural Afro.

–  Hay otras fotos más – desliza mientras recorre la pared con la vista. A la derecha, una foto de su mamá en los 80 con el coro Kennedy.

La madre de Sandra bailó la prohibición familiar toda su vida. En esa época, se presentaba con Yavor, después con el Grupo Medio Mundo. Incluso, llegó a bailar en una obra de Egle Martin, una vedette y coreográfa argentina. Cada tanto, también le gustaba cantar.

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– Como mujer tenés otra carga más, porque sos mujer, sos negra, sos… 

– Soy lesbiana. Claro. Tengo el combo cuatro. Yo hablo de afrofeminismo. No puedo dejar mi identidad fuera del activismo, de nada. Es más, a veces hablo del afrolesbianismo feminista, porque en realidad soy afrodescendiente, soy lesbiana desde chica y llegué al feminismo. Ojo: no fue fácil llegar al feminismo.

Menos, cuando la liberación femenina se limita a pequeñas disputas que no cuestionan al sistema colonialista, capitalista y blanco. Un feminismo blanco de panel con cupo negro que excluye, que expulsa.

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–  Estoy estudiando la licenciatura de Justicia y Derechos Humanos en la Universidad de Lanús para poder seguir defendiendo los derechos de nosotras, las personas afrodescendientes.

Tras una pausa, Sandra toma aire.

– Vos pensá que en 1996, cuando asesinaron a José, nosotros éramos “los negros”. Igual no va a cambiar eso, ¿eh? Nosotros no necesitamos que cambie, pero sí que la sociedad entienda algunas cosas. Porque, por ejemplo, después de la Cumbre de las Américas de Durban, Sudáfrica (2001), nosotros tenemos derechos humanos. Ahí fueron reconocidos por la política internacional.

El derecho internacional está más presente de lo usual en las historias personales cuando se trata del colectivo afro.

–  Tuvimos que pasar por muchas cosas. Primero, salir de las cárceles. Después, de la esclavización, del apartheid, de la segregación racial. O sea, hay todo un combo. Y lo que siempre nos toca, a cualquier afrodescendiente, esté donde esté: el racismo, la xenofobia, la discriminación racial, la extranjerización -suspira y se le caen los ojos-. Nosotros siempre vamos a terminar siendo extranjeros.

¿Cómo llamarse? ¿Migrante? ¿Transhumante? ¿Afroargentino?

–  La gente se traslada. Las poblaciones se mueven y van de acá para allá. Yo me considero afrodiaspórica. Y lo digo así porque de las dos diásporas, de la primera, la de la trata, y la segunda diáspora, que son de los países latinoamericanos y sus dictaduras económicas.

Con catorce años, su familia la subió a un colectivo de larga distancia de Uruguay a Argentina. De a uno, fueron viniendo. No los persiguieron las cachiporras de los represores. Los expulsó la economía que hacía cerrar los números con la gente afuera.

–  Ahora no estamos en dictadura, aunque sí hay una dictadura económica. Te podés manifestar, el derecho a la protesta está acá, en Naciones Unidas… pero quieren imponer la cultura del miedo: no es que van a perseguir sólo a los indígenas, a los negros, es a todos los que estén en desacuerdo.

Pero cuando la tez se oscurece, los policías gatillan más rápido.

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Aún el caso de José Acosta no está cerrado en la Corte Suprema. Se agotaron las instancias nacionales y Argentina no se presentó a las internacionales de solución amistosa. Así que, en 2020 la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) se expidió con una condena histórica. El racismo volvió a ser central para los organismos internacionales por la presión de movimientos como Black Lives Matter, creados con el caso de George Floyd, el ciudadano afroestadounidense asesinado en marzo de 2020 por la policía.

–  Ellos hace años que están teniendo un caso al que no le están dando bola. Hay un caso internacional que todavía lo tenés acá en la gatera. Y al que no le das viabilidad y al que dejaron muchísimo tiempo ahí en espera y espera y espera hasta que no había manera de poder tapar el sol con la mano.

Meses más tarde del violento asesinato de George, a fines de agosto de 2020, la CIDH falló en el caso José por primera vez acentuando la violencia policial por el “perfil racial” del asesinado.

–  A George lo filmaron, pero no había nadie que lo ayudara. José estuvo encerrado en una pieza donde lo golpearon hasta matarlo. Son dos cosas diferentes. No había nadie que filmara, ni que lo viera, ni que…O sea, ¿cómo probás todo lo que tenés que probar?

En la pregunta hay un aliento cansado, acarreado por generaciones.

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–  Hoy las Naciones Unidas hablan de George Floyd y crean un ente, el EMLER, que tiene que ver con un foro por los casos de asesinato. No solamente lo ponen a George Floyd como el caso paradigmático, sino que no visibilizan el caso de José Delfín Acosta Martínez, que es un único caso en toda Latinoamérica y el Caribe.

El caso de José sirvió para el caso de Lucas González: en la primavera de 2021, policías de civil, lo persiguen en auto y le disparan por atrás. Lucas salía del entrenamiento de un club de fútbol, tenía gorra y la tez marrón.

–  Otro caso que tiene que ver es el de Fernando Báez Sosa. Fernando Báez era argentino, pero sus padres paraguayos. Entonces, a él le corría la extranjerización. Esas once personas que lo golpearon hasta matarlo, mientras lo golpeaban, no le decían “marrón”, le decían “negro de mierda”. Hay toda una connotación racista contra el color de la piel, que no te veas blanco.

Cuando hablamos de racismo, tenemos que hablar de clasismo. Y de exclusión.

En la sala, la estructura de metal exhala al ritmo del tambor repiqueteado por siglos de pérdida, rebeldía y rabia.

«Llaman las viejas y venimos todos»

«Llaman las viejas y venimos todos»

Una multitud acompañó a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en su tradicional ronda de los jueves para repudiar el desmantelamiento de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia que está llevando a cabo el gobierno de Javier Milei.

“Llaman las viejas y venimos todos, ¿no?”, había dicho un muchacho mientras saludaba a un amigo que recién llegaba a Plaza de Mayo. Se refería a las Madres de Plaza de Mayo, que hoy hacen la ronda número 2.412. Ahora, debajo de un gazebo blanco decorado con banderines de cartulina también blanca, Elia Espen dice que “hay cada vez más para decir. ¿Qué carajo están haciendo? A ver si alguien me lo explica. ¿Cómo puede ser que haya gente que no come, que haya chicos en la calle, que haya gente que se queda sin trabajo? No hay que quedarse callados. No olvidemos a nuestros desaparecidos”. Lo dice con un cartel que le cuelga del cuello, que tiene una foto en blanco y negro de su hijo Hugo Miedan. Él estudiaba Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires cuando en febrero de 1977 fue detenido, a los veintisiete años. 

Resulta que Elia cumplió 93 años hace poco. Las arrugas de su cara delatan parte de su edad, pero también dicen otras cosas, como que desde hace 47 años las Madres se juntan cada jueves en la plaza a las 15:30, una y otra vez, como si no conocieran el significado de la palabra “cansancio”. Las arrugas de Elia ahora se estiran porque está sonriendo. Su sonrisa, a diferencia de sus arrugas, delata un espíritu jovial, no dice nada de su edad. Indica que le gusta la canción que están tocando en vivo y en directo Los Sikuris. “Pañuelos blancos” se llama el tema. La música es para ella, como regalo de cumpleaños. “Te amamos Elia, el pueblo te acompaña”, expresa en forma de alarido una treintañera que está apretujada entre el tumulto caluroso que forman las personas que decidieron destinar dos horas de sus vidas para mantener viva la memoria sobre lo que pasó entre 1976 y 1983 en Argentina.

Uno de los banderines de cartulina blanca tiene escrita la palabra “Norita” entre corazones de color rosa. Es por Nora Cortiñas, que falleció en mayo. ¿Justo en mayo? Una referente de Madres dice ahora que ella “se fue físicamente pero su lucha continúa”. Un canto empieza a asomar tímido hasta que cobra fuerza. Dice así: “Que abran los archivos, que abran los archivos, que abran los archivos”. Es Adolfo Pérez Esquivel el que habla en este momento. “Por más que quieran desmontar las secretarías de derechos humanos, aquí hay un pueblo de pie que no lo va a permitir. Tenemos que defender los centros de la memoria”, dice. Es que hace poco hubo trabajadores de esos espacios que fueron despedidos, al igual que otros tantos empleados del Estado. De ahí que esta ronda de las Madres tiene algo distinto. Al tradicional pedido de búsqueda de los desaparecidos con vida y de continuidad de los juicios de lesa humanidad, hoy se suma el reclamo para que la Unidad de Investigación de búsqueda de niños desaparecidos de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad siga existiendo, y también el repudio ante los despidos en los Espacios para la Memoria y en todas las dependencias estatales. 

Algunos de esos despedidos están en este momento arriba de un escenario montado frente a la Casa Rosada. Junto a ellos están los referentes de organizaciones sociales como la Unión de Trabajadores de la Educación, H.I.J.O.S. Capital, la Asociación de Personal de los Organismos de Control, la Federación de Trabajadores de la Economía Social y de la Asociación de Trabajadores del Estado, entre otras. También están presentes algunos referentes políticos. Pero la que se destaca en el escenario es Estela de Carlotto, que dice: “¡Qué lindo el sol, el cielo y ustedes! Gracias por estar acá porque hoy es un desafío. Es un pueblo que tiene alma y corazón con el recuerdo. Son treinta mil. Falta encontrar a los nietos, que todavía viven”. Un rato antes los trabajadores despedidos habían leído una solicitada en defensa de los Derechos Humanos. Mientras todo eso pasa en el escenario, en la vereda de la plaza unos jóvenes y los no tan jóvenes, hombres y mujeres, agitan carteles escritos a mano que piden por la liberación de los detenidos durante el día del rechazo a la Ley de Bases. “Libertad, libertad a los presos por luchar”, cantan a coro.