Una contramuestra en Mar del Plata en defensa del cine nacional

Una contramuestra en Mar del Plata en defensa del cine nacional

En paralelo al Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y en oposición a las medidas implementadas por la nueva Comisión Directiva del INCAA, se presenta Contracampo, que desea ser una espacio para imaginar un futuro distinto para la industria audiovisual.

Organizada por un grupo autoconvocado de directores, productores y críticos, Contracampose concibe como una acción en defensa del cine nacional. El encuentrose realiza entre el 22 y el 26 de noviembre –en paralelo al histórico Festival de Cine de Mar del Plata–, con sede en el Teatro Enrique Carreras de la ciudad balnearia.

Con películas de Martín Rejtman, Mariano Llinás y Diana Cardini, la grilla de Contracampo busca reflejar las diversas formas de producción que existen y su importancia para la construcción de una identidad compartida.“La formación de espectadores y el cultivo del deseo de las audiencias por ver cine nacional deberían ser una política de Estado y no sólo responsabilidad del sector audiovisual”, manifiestan los organizadores de la muestra.

La programación incluye 37 películas, producidas en diversas regiones del país y que pertenecen tanto al círculo independiente como al comercial. Se destacan El aroma del pasto recién cortado de Celina Murga, el documental Las formas de la invención de Maia Navas y el largometraje Breve Cielo de David José Kohon.

También se ofrece un recorrido histórico por las distintas etapas del cine nacional con la proyección de obras situadas en la época clásica, la renovación modernista de los años 60 y la posdictadura. “Buscamos demostrar que el pasado y el presente del cine argentino son igualmente valiosos e inseparables a la hora de pensar en su futuro”, expresan desde la organización. 

Con la idea de ofrecer un espacio de debate y recuperar discusiones acerca de lo que sucede dentro y fuera de las pantallas, Contracampo contará con actividades especiales de formación y reflexión. Los desafíos de la distribución, la reducción de la financiación, la sostenibilidad del cine independiente y la crisis del patrimonio audiovisual son algunos de los ejes que se abordarán en la librería El Gran Pez de “La Feliz” entre el 23 y el 26 de noviembre. 

Mientras tanto, la 39° edicióndel Festival de Cine de Mar del Plata, quese desarrollará hasta el 1 de diciembre,pondrá el foco en celebrar sus 70 años de historia. “El Festival sirve para participar en la construcción del cine argentino”, aseguró Gabriel Lerman, periodista y flamante director artístico del evento en diálogo con ANCCOM, tras la presentación oficial en el Cine Gaumont, de la ciudad de Buenos Aires.

La cartelera del único festival de cine clase A de Latinoaméricacuenta con la proyección de 125 títulos –75 menos que la última edición– y tiene por primera vez como país invitado a Japón. Entre las visitas internacionales sobresalen el cineasta canadiense Jason Reitman (ganador del Globo de Oro por Amor sin escalas), la actriz española Adriana Ugarte (El tiempo entre costuras) y la directora mexicana Fernanda Valadez (Sin señas particulares). También habrá lugar para homenajear el cine nacional con la proyección de clásicos como La treguade Sergio Renán a 50 años de su estreno, La Patagonia rebeldede Héctor Olivera y Boquitas pintadas de Leopoldo Torre Nilsson, a un siglo de su nacimiento.

Durante el evento, tendrá lugar la Competencia Argentina y Latinoamericana de corto y largometrajes en la que participarántítulos como 1978, de Nicolás y Luciano Onetti, Después del finalde Pablo César y Bailamos para no estar muertosde Lucía Benavente. En la Competencia Internacional, que contará con la presencia de la actriz colombiana Angie Cepeda y el director israelí Samuel Maozcomo miembros del jurado, se destacanA real pain del dramaturgo estadounidense Jesse Eisenberg y “There Was, There Was Not” de la armenia Emily Mkrtchian.

Otra propuestainteresante es la Competencia en Tránsito, en la que se presentan proyectos de largometrajes –tanto documentales como de ficción–que estén en proceso de realizacióny deseenobtener un aporte para poder finalizarlo. “Participamos en la construcción de cine argentino no sólo dándole un lugar de exhibición a las películas sino también con competencias para que las puedan terminar”, sostuvoLerman.

Consultado por ANCCOM respecto a los desafíos que enfrenta el sector audiovisual, en un contexto de desfinanciamiento por parte del Estado, Jorge Stamadianos, productor de cine y codirector del Festival,se mostró evasivo y consideró que “las realidades de producción cambiaron en todo el mundo” y que “es necesario tener conversaciones que contribuyan a sostener un cine que posee una marca muy importante a nivel mundial”.

Ahora bien,a diferencia de lo que sucede en el Festival de Mar del Plata, donde las localidades pueden llegar a costar hasta $4300, la muestra alternativa Contracampo ofrece entradas a $2500, un precio más accesible y en línea con el objetivo de democratizar el acceso al cine nacional.


La programación completa de Contracampo se puede ver en su página web. Las entradas se pueden adquirir en la boletería del Teatro Enrique Carreras (Entre Ríos 1824, Mar del Plata).

El día en que los pupitres fueron butacas

El día en que los pupitres fueron butacas

Como parte de su programa El Cine Argentino Va a las Escuelas, la Fundación DAC llevó el film “Gilda, no me arrepiento de este amor”, a una secundaria del partido de Moreno. Después de ver el film, pibes que no conocían una sala cinematográfica pudieron hablar con Lorena Muñoz, la directora de la película. Una historia de dos horas sin celular.

“Vi la peli entera y eso ya es un montón” dijo Mateo, un pibe de 16 años, cuando terminó la proyección de Gilda, no me arrepiento de este amor. En ese montón implicaba el logro de separarse por un rato del agobio que produce el celular. Permanecer sentado, quieto, concentrado y atento, en su propia escuela, pero que en ese momento era un cine. El pasado 1 de noviembre, el aula 10 de la Escuela Secundaria N°11 “Madres y Abuelas de Plaza de Mayo” de la localidad de Francisco Álvarez, Moreno, se convirtió en una sala de cine. Era una mañana calurosa de viernes, y todo transcurría con normalidad: en el patio, apenas se cruza el portón de rejas de la entrada, se desarrollaba una clase de educación física. A la izquierda de ellos, en unos bancos en ronda bajo unos árboles, otro grupo hablaba con su profesora sobre un trabajo pendiente y “papers”.

Antes de las 7 de la mañana, en la sede de DAC (Directores Argentinos Cinematográficos) en Buenos Aires, ya se encontraban Lisa, Pedro, María y Malena -encargados de la producción de la actividad- acomodando de manera milimétrica en la camioneta todo lo que tenían que llevar. Proyector, parlantes, banners, computadora, pantallas y el fundamental agropol -un plastico negro que logra aislar todo rastro de luz en el espacio que oficie de sala-. Hace más de 10 años que la Fundación DAC recorre escuelas secundarias, en su mayoría públicas, donde nunca o muy pocas veces los estudiantes fueron al cine, y mucho menos a ver cine argentino. 

En el primer piso de la escuela, un largo pasillo conecta todos los salones. El pizarrón del aula 10 mostraba restos de una clase de educación sexual integral, y algo de Carlomagno. Los alumnos estaban en el recreo cuando empezó la transformación del lugar. Mientras Malena medía las ventanas y puertas para cubrir con el agropol, María y Pedro empezaron a armar las pantallas, el cablerío, el sonido y las luces. Algunos de los pibes que pasaban por el pasillo miraban con asombro lo que estaba sucediendo en el aula. Media hora después ya no era un salón más de cuatro por tres metros sino una sala de exhibición cinematográfica. 

La proyección era una actividad programada para los alumnos de 5º, pero se aprovecharon todos los lugarcitos, achicaron los espacios entre las sillas y tras la aprobación “entran, entran” de Lisa también pudieron sumarse algunos de 4º y 6º que querían asistir a la función. Entre jarras de jugo, tereré y galletitas los pibes se entrometieron en Gilda, en una especie de microclima dentro de la escuela. El calor de la mañana, casi 50 personas en un salón y la poca ventilación producto del agropol hizo necesaria una pequeña pausa. Todos regresaron al aula al horario pautado para seguir viendo la peli. Las icónicas canciones hacían inevitable bailotear un poco a quienes pasaban por el pasillo . 

A los acercamientos que la Fundación DAC propicia entre el cine argentino y alumnos de secundaria de todo el país, suman la presencia y el diálogo de alguien que haya sido parte de la película que proyectan: actor, director, productor, técnico, etcétera. Ese viernes en Moreno, cerca de las 12 del mediodía, los sorprendió en el aula Lorena Muñoz, la directora de Gilda. Mientras se proyectaban los créditos, todo oscuro, y al ritmo de la música, apareció Lorena en el aula, bailando e inundada de aplausos. 

Pese al cansancio, el amontonamiento y las casi dos horas que dura la película, los pibes decidieron que sus celulares podían esperar un rato más y se dedicaron a charlar y escuchar con atención a Lorena. Ella respondió preguntas: cómo es ser directora de cine, cuánto tiempo tardaron en hacer Gilda, si participó en el guión técnico, en el literario y si tuvo señales de Gilda. Fundamentalmente, Muñoz se posicionó como par de esos pibes, y les contó sobre su camino: “a mi me costaba la escuela, era mala alumna y no me podía concentrar, la pasé mal, sufrí bullying, tuve que rendir materias libre”.

Lorena, utilizando un ejemplo familiar, impulsó a los pibes sobre la fuerza que la juventud tiene para crear. Les contó que su hermana tenía un gran talento para dibujar, que todos le destacaban, pero que quién no lo dimensionaba era ella misma. “Todos tenemos un potencial creativo, y no debemos pensar en las imposibilidades, sino en lo que tenemos al alcance para hacer”, dijo Muñoz, y agregó que estaba terminando de filmar una película que se grabó casi toda con un celular.

“La escuela parecía otro lugar, además está recaro ir al cine, estuvo buenísima la experiencia”, expresó Thiago al salir del salón. Los jóvenes consumen muy poca cinematografía nacional, y si tienen la posibilidad económica de ir al cine eligen películas de acción, ficción, pero extranjera en gran mayoría. “El cine va a la escuela” fue para muchos de los chicos un fructífero primer acercamiento a la gran producción audiovisual argentina. Priscila, la docente que llenó el formulario de DAC para que visiten la media 11 de Moreno, comentó que al hablar con los alumnos antes de la proyección estaban muy entusiasmados con la propuesta y la visita de la directora. 

La Fundación DAC con “El cine va a la escuela” recorre hasta los lugares más recónditos de la Argentina mostrando a los pibes, además de películas, que existe una industria posible donde trabajar. El bastardeo y ataque sistemático al cine argentino, el INCAA, la ENERC y todas las partes de un gran sistema que orbita en torno a él complejiza el contexto, pero también es parte constitutiva de la historia que es importante para los jóvenes conocer. El cine es más que una película, actores y directores reconocidos, contribuye a forjar la identidad nacional, nos representa en el mundo y es parte de la cultura. “Yo hago cine por la función social, es lo que le da sentido a mi obra, y si a alguno de los chicos estuvieron presentes en la comunión que tuvimos después de ver la película se le despierta el interés por las artes audiovisuales me sentiría muy feliz”, concluyó el encuentro Muñoz.

«Hacemos cine para conmover a otros»

«Hacemos cine para conmover a otros»

Se estrena en el Gaumont Oda Amarilla, un documental en el que Lucía Paz captura momentos entrañables de su madre, diagnosticada con Alzheimer, y explora los mecanismos por los que fluye la memoria.

“Mi madre tiene Alzheimer temprano e intento llegar a ella sin que medien las palabras. En un viaje de recuerdos que se fragmentan y que pierden anclaje, rastreo las piezas que nos sigan uniendo, como en un intento desesperado de atrapar nuestra historia”, relata la cineasta Lucía Paz sobre el proceso detrás de Oda Amarilla, su primer largometraje documental, que llega al Cine Gaumont (Av. Rivadavia 1635, CABA) este jueves y permanecerá en cartel hasta el 13 de noviembre. La película, que ya ha recorrido diversos festivales y ha sido galardonada como Mejor Largometraje Nacional Documental en el Festival Luz del Desierto 2024, además de recibir tres premios en el Festival Audiovisual Bariloche 2024, se presenta como un espacio de reflexión sobre la memoria, el amor y la construcción de la identidad.

Construida en primera persona, la cinta nos sumerge en el íntimo camino de Lucía para capturar los recuerdos de su madre, Analía Amarilla, diagnosticada con Alzheimer a los 52 años. Frente a esto, Lucía decidió empezar a rescatar recuerdos de su madre y a construir un retrato documental de su vida. Sin embargo, en las primeras conversaciones se dio cuenta de que los recuerdos de su madre ya presentaban lagunas y fragmentaciones, lo que la llevó a emprender un proceso personal de memoria: comenzó a recordar su propia historia compartida, desde su perspectiva como hija. “Cuando empiezo con este ejercicio de recordar, me di cuenta de que algunas cosas que veía en mi mamá, y que inicialmente atribuía a la enfermedad, también me ocurrían a mí, a mi abuela e incluso a amigas. Esto me llevó a reflexionar sobre los mecanismos de la memoria: qué recuerda cada uno, cómo lo recuerda, qué se repite, qué se destaca. Así, la película empezó a enfocarse en esos procesos y en lo que activa la memoria: una fotografía, un espacio, un encuentro, una comida, una canción”, comenta la directora, en diálogo con ANCCOM.

La película originalmente estaba concebida como una ficción inspirada en Afterlife, la cinta japonesa que explora la idea de elegir un recuerdo para llevar a la eternidad. “Al principio pensaba en reconstruir recuerdos que mi mamá quisiera ver reflejados», comenta Paz. Sin embargo, el proyecto evolucionó hacia un documental. “Prevaleció la intención de retratarnos a ambas, a Ana y a mí, en este intento de salvar y sostener un vínculo donde la memoria se escurre pero, a la vez, puede seguir construyéndose, aunque sea de una forma más instantánea”, reflexiona.

El documental, filmado en tres etapas a lo largo de un año y medio, también encontró en el agua un símbolo clave, especialmente en el vínculo entre Lucía y su madre. “Cuando me pregunté qué recuerdo importante podría representar en la película, lo primero que vino fue el jugar en el mar con ella, las dos enfrentando las olas,” relata.

“Huelo el agua del mar. El olor me recuerda a una casa. La casa a una mujer que está olvidando que es mi madre. Recojo piezas de un rompecabezas pasado y me propongo reconstruir algo de nuestra historia compartida, pero la memoria hace agua”, esboza la sinopsis del documental. Y Lucía explica:“El agua terminó siendo una gran contenedora de nuestros recuerdos, y una aliada crucial de la película en esa capacidad que tiene de fluir, de unir, de arrasar, de inundar. Creo que el agua tiene la capacidad de expresar lo indecible, y al mismo tiempo, cuando el espectador ve esas imágenes de madre e hija en la playa puede comprender profundamente algo de su propia historia”.

Este vínculo tan cercano y lleno de emociones también se extiende al público: “La película mueve emociones personales en quienes la ven, y eso me parece súper valioso”, comparte Paz. Reflexionando sobre el proyecto, añade: “Me suelen preguntar mucho sobre el aspecto personal del proyecto y el homenaje a mi mamá, pero yo siento que hacemos cine para conmover a otros. Ver las lágrimas en los ojos de los espectadores o escuchar las palabras que resuenan, hace que todo cobre sentido. Esta película abre reflexiones, invita a preguntas y conecta con historias y vínculos propios de cada uno. Es algo íntimo que lleva al espectador a la propia intimidad. Y eso, al final, es lo mejor que podemos haber logrado”.

 

Oda Amarilla se proyectará en el Gaumont con tres funciones diarias (12:30, 14:15 y 20:10) hasta el 13 de noviembre y luego se estrenará el 14 de noviembre en La Plata y el 21 de noviembre en Oberá.

 

La salud mental en una trama cinematográfica

La salud mental en una trama cinematográfica

«Cielo Rojo (Gigantes de Metal)», dirigida por Marcelo Leguiza, aborda desde el género de terror una problemática que cada vez es menos tabú.

Este jueves se estrena en el Cine Gaumont Cielo Rojo (Gigantes de Metal), dirigida por Marcelo Leguiza y producida por Morbo. La película cuenta con las actuaciones de Noe Antúnez, Susana Varela, Germán Baudino, Gabriela Valenti, PaulaMazone, y la participación especial de Esteban Prol y Victoria Carreras. La trama sigue a Bianca, una mujer que es engañada y secuestrada por el líder de un culto conspiranoico que utiliza su cuerpo, y el de su compañera de cautiverio para experimentar científicamente.

El verdadero terror se desencadena cuando Bianca logra escapar. El estrés postraumático, combinado con la tendencia a la alucinación que arrastra desde su infancia a raíz de un abuso, y la falta de tratamiento psicológico debido a la estigmatización de la salud mental en su familia, generan una ruptura en su percepción de la realidad, que se entremezcla con pesadillas del pasado reciente y lejano.

En su recorrido, el film transita distintos géneros como el drama, el terror psicológico y el horror corporal para narrar temáticas relacionadas a la salud mental, la disfuncionalidad familiar, el tratamiento mediático de las víctimas y su repercusión social. “Lo interesante de esta película es que toma el terror para narrar otras cuestiones que acontecen a diario, como los abusos y el uso de psicofármacos,” afirma Varela, actriz que interpreta a la psiquiatra

A través del constante juego con la mezcla de tiempos y la progresiva disolución de las fronteras entre lo real y lo imaginario, la historia se convierte en una experiencia inmersiva para el observador, quien debe discernir qué hechos narrados ocurrieron realmente. “Mi idea –reconoce Leguiza con orgullo- era que el guión no explique nada y que el espectador pueda formar su propia interpretación, cualquier cosa que entienda está bien. El objetivo siempre fue ese. La película pasó por un montón de montajes y puestas para tratar de mantener eso, que también busqué en las anteriores películas.”

En este sentido, afirma haberse sorprendido por el paso del film por un festival LGBTIQ+ en Francia, dado que el interés recíproco entre Bianca y su custodia policial no ocupa un lugar importante en la trama y solo se sugiere a través de sutiles interacciones.

Durante la construcción del guion, el director señala haber trabajado con psicólogas y psiquiatras para retratar correctamente el trastorno de salud mental de Bianca. Al referirse a este tema, menciona que surgieron debates acerca de los límites que puede transgredir un profesional en su trabajo cuando un paciente corre riesgo. Varela, por su parte, añade que hay distintos tipos de profesionales, cada uno con maneras diferentes de relacionarse con sus pacientes, y habló sobre el desafío de su interpretación: “Me tocó un rol complejo. La dificultad de mi papel estaba en el doble juego entre el personaje en sí, y el que la protagonista imagina, donde el tema era no develar.”

El rodaje se llevó a cabo en dos semanas durante  2021, en plena pandemia. Desde entonces, recorrió distintos festivales, entre ellos Fantaspoa (Brasil), Dracula International Film Festival (Rumania), Festival de Cine Fantástico y de Terror Rojo Sangre de Buenos Aires (Argentina), Gato Negro Festival Internacional (Bolivia) y XI Festival Boca del Infierno (Brasil). Leguiza recuerda las dificultades de esta etapa: “Estábamos limitados de presupuesto así que tuvimos que juntar contactos de contactos y darle lástima a los organizadores, decirles ‘che, soy argentino’, contarles la situación del país y la dificultad de pagar la tasa de interés en dólares. Y funcionó, así pudimos presentar una película independiente en distintos festivales.”

Las actrices hablaron sobre la difícil situación que están atravesando los actores, directores y técnicos. Manzone concluye: “Esta película viene de un proceso largo, tiene mucho trabajo y pasión por el cine. Es parte del ADN de nuestra cultura. Poder estar estrenando es una manera de seguir apoyando el cine nacional.”

 

Cielo Rojo estará en cartelera hasta el 6 de noviembre con funciones diarias a las 20:50 en el cine Gaumont (Rivadavia 1635).

De autómatas, zombies y humanos danzarines

De autómatas, zombies y humanos danzarines

“Vivimos desconectados de nosotros mismos, de los demás y de la Tierra”, plantea Valentina Camus, directora de Electrocardiograma, un largometraje coreografiado en el que su protagonista rompe con su rutina gracias a un corazón que le cae del cielo.

Bailar puede ser un medio para redescubrir la autenticidad y liberar las expectativas sociales. Eso parece sugerir Electrocardiograma, el largometraje dirigido y coreografiado por Valentina Camus: su personaje, Alexis, se encuentra con un corazón que le cae del cielo mientras espera el colectivo para ir a trabajar, y el suceso la lleva a experimentar una transformación que la saca completamente de la rutina. La película se convierte así en una reflexión sobre la deshumanización en la vida moderna, planteando que la transformación personal no solo es posible, sino necesaria en un mundo que a menudo impone un ritmo que desconecta a las personas de sí mismas y de los demás.

Camus nació en 1995 en Viña del Mar, en la Región de Valparaíso, pero a sus 18 años se mudór a Buenos Aires, y cuenta que cuando iba a la escuela artística, y se encontró con la materia de Filosofía, comenzó a preguntarse sobre los grandes existencialismos humanos, las grandes preguntas de la humanidad y la filosofía en sí. Cuenta que de ahí surgió un enojo relacionado al dibujo del corazón, ya que para ella, es simple en comparación con su imagen anatómica. En el filme, que podrá verse hoy en el cine Gaumont, el corazón anatómico tiene un rol central para Alexis, en palabras de Valentina, el corazón la lleva a reflexionar sobre lo que significa este órgano para el ser humano y cómo se relaciona con el amar, el deseo, los vínculos y como el ser humano además de amar, sufre. 

La directora cuenta que al primer fotograma del storyboard -una chica que espera un bondi y le cae un corazón del cielo- ya lo había imaginado en Chile, como un hallazgo fortuito, algo aleatorio que no tiene mucha información y es así como inicia la película.

¿Creés que, como Alexis, muchas personas viven en “automático”, atrapadas en rutinas sin cuestionar lo que realmente sienten o quieren?

Alexis, en parte, soy yo, somos todes quienes vivimos en un mundo que nos automatiza, que nos hiperproductiviza. Hay un ritmo de vida citadino —al menos puedo hablar desde este lugar—, que te chupa los rasgos vitales, ¿no? Te vuelve un poco un zombi. Y por eso el corazón. Lo vivo contrasta con algunos transeúntes, por ejemplo los personajes que están esperando el colectivo o que aparecen en la escalinata, que están como muertos por dentro. El ser humano, con su forma de civilización, nos lleva a este automatismo, a estas rutinas, a no cuestionar, a repetir: al autómata. De hecho, cuando estábamos investigando las consignas coreográficas, desde el casting incluso, la pregunta o la investigación que hacíamos era: ¿cómo sería el movimiento de un autómata? ¿Cómo se mueve un autómata? Esta película, además de expresar inquietudes por la danza y la figura del corazón, está impulsada por muchas preguntas sobre la humanidad y sobre cómo nos estamos llevando al colapso, la destrucción climática pero también social.

En un momento Alexis pierde su corazón para encontrar su propia danza: ¿es una metáfora de desprenderse de las expectativas sociales y los automatismos para poder ser realmente libre?

Sí, puede leerse así: a esa danza la llamamos “la danza salvaje”, porque Alexis es un personaje con una personalidad sobreadaptada. Literalmente se ve al espejo y se ve de verdad. Se quita esa máscara de persona que nunca decidió por sí misma, que se dejó llevar por lo que debía hacer. El impacto de este yo que no tomó su deseo frente a su verdadero yo es tal, que experimenta algo cercano a un brote psicótico, pero lo expresa a través de la danza, como si «se volviera loca».

¿Creés que hoy muchas personas solo “bailan” siguiendo el ritmo impuesto por la sociedad, sin encontrar su propio paso?

La película habla de bailar como una manera de acercarte a tu propio cuerpo, a tu propio territorio, de empoderarte, de entenderte, de escucharte. La película también surge de un gran amor por la danza, ese gran amor que sentí cuando empecé a bailar y cuando decidí dedicarme a esto. Hablo un poco de ese proceso, de cómo la danza te abre paso, te acerca un poco más a las personas y a lo humano. Y cómo acercarte a tu cuerpo es volver a ser un poco más humano después de tanto cubículo, tanta oficina, tanto transeúnte, tanto habitar ciudades que no duermen, que van de un lado para el otro, que comen comida chatarra, que utilizan plástico para todo, que dependan del planeta Tierra, que no entienden de dónde vienen los frutos, verduras y granos que comemos. Acercarse al planeta es acercarte a las olas del mar, entender que vamos y venimos de la Tierra, comprender que hay un corazón que palpita dentro, que hay otras personas que también tienen sus corazones, que hay otros seres vivos con los que coexistimos. Y, en el fondo, entender que la salida a este colapso no es individual, es colectiva.

¿Tuviste alguna experiencia personal que te inspirara para contar esta historia? ¿Hay algún momento en tu vida en el que hayas sentido que estabas en automático y algo te sacudió, como le pasa a Alexis?

Es un collage de experiencias. Algunos de esos elementos son los cuestionamientos sobre el ser humano, sobre el colapso climático, sobre cómo el ser humano está llevando su vida hoy en día y cómo eso impacta en la Tierra. También me inspiró el amor por la danza, ver a mis colegas —mis compañeros y compañeras de la universidad pública en ese momento— bailar y pensar: qué hermosos y talentosos son. Sentí la necesidad de admirarlos y de querer decir: «A esto hay que registrarlo, hay que juntar fuerzas y hacer algo juntos».

La película toca el tema de la desconexión. ¿Hoy estamos más desconectados de nosotros mismos, aunque estemos todo el tiempo conectados a otras cosas?

Hoy estamos súper desconectados, es como una mamushka de desconexiones. Primero, está la desconexión entre lo que uno realmente quiere y las elecciones que hace en la vida, el verdadero deseo, y cómo se nos ha impuesto una manera de ser, de comportarnos, e incluso de identificarnos. Por ejemplo, el binomio hombre-mujer, o la idea de que hay que casarse dentro de esos dos géneros. Incluso dentro del mundo LGTBIQ, se reproducen algunas dinámicas donde se espera que uno se identifique con el género asignado al nacer, que elijas cierta carrera, que alcances cierto estatus, que bailes de cierta manera, escuches una música específica o te vistas de una forma particular. Esta desconexión nos separa de nosotros mismos y de los demás. Ni hablar de la desconexión social y colectiva, de la falta de comunicación con quienes nos rodean, de la incapacidad de conectar realmente, no sólo a nivel físico o superficial, sino a través de una mirada o un contacto auténtico. Y si seguimos abriendo esa matrioshka, la desconexión se hace más grande. Se trata de una desconexión con la tierra, con no ser conscientes de que la comida no aparece mágicamente en el supermercado. Esta manera de vivir tan alejada de la tierra es la que nos está llevando al colapso.

Electrocardiograma se proyectará hoy a las 20.15 en el Gaumont, Rivadavia 1635. En la previa, a las 19.30, se realizará una performance alusiva.