Comida sana y a precio justo

Comida sana y a precio justo

“Al comienzo de la cuarentena aumentó mucho la demanda de bolsones, no nos alcanzaba la estructura que teníamos”, cuenta Sandra, productora del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) Rama Rural. En cuestión de días, pasaron de vender en un punto fijo a la semana a hacer dos repartos casa por casa al mismo tiempo en La Plata. Así fue que el MTE cuadriplicó las ventas y sumó otros alimentos saludables a su cadena de comercialización. “Llegamos a más personas que quizás comenzaron comprando por el precio, porque les servía para organizarse la alimentación en la semana y que no habían escuchado nunca sobre agroecología”, afirma.

Sandra lleva cuatro años produciendo alimentos agroecológicos en los «cinturones verdes», es decir, quintas alrededor de las ciudades. En estos lugares se producen las verduras que se consumen en los centros urbanos. Desde el MTE Rural, comercializan sus productos a través de la cooperativa Pueblo a Pueblo. «Somos una organización de pequeños productores. Teníamos la necesidad de ser escuchados y hacer visible nuestro trabajo”, destaca.

“Hoy somos muchos compañeros que tenemos toda la quinta agroecológica”, relata Sandra, que comenzó con este nuevo tipo de producción de manera colectiva, a través de talleres de capacitación. La expansión sigue. “Para poder ser más compañeros, hacemos talleres y un acompañamiento de seis meses. Los productores llevamos adelante la capacitación y somos los técnicos quienes hacemos el apoyo de la transición agroecológica. Mientras pasa ese tiempo, los nuevos logran integrarse al grupo, construyendo relaciones de confianza y comercialización”.

Acceso a la tierra, comercio justo, viviendas dignas, el fin de la explotación y masificar la producción agroecológica: esos son algunos de los objetivos que se plantean desde el MTE Rural. “Comercializamos estos productos porque queremos construir soberanía alimentaria. Esto es, producir alimentos sanos a precios justos, valorizando nuestro trabajo y a través de un circuito corto de comercialización, directo desde el productor al consumidor. Pensamos en la alimentación y la salud de la población local. Cuidamos de nuestra salud al no trabajar con venenos y la del medioambiente, sin contaminarlo, intentando reparar tanto daño hecho con la producción intensiva convencional”, explica Sandra.

El director del Centro de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Agricultura Familiar (CIPAF) del INTA, Diego Ramilo, sostiene que la crisis generada por la pandemia representa una oportunidad para fortalecer el sector en manos de productores familiares. Y agrega que “a escala país, se observa un fuerte incremento en la demanda de bolsones con hortalizas agroecológicas con un aumento promedio del 50 por ciento en las ventas directas del productor al consumidor, mediante distintas comercializadoras de la economía social”.

La agroecología es más que los bolsones pedidos semanalmente a través de WhatsApp, formularios web u otros mecanismos virtuales. “La agroecología surge de una mirada crítica a lo que se llama agricultura convencional. Me gusta más bien decir agricultura industrial”, precisa el doctor en Agroecología Damián Vega. Esta disciplina analiza las consecuencias negativas que tiene el actual modelo de producción agropecuario desde el punto de vista ambiental, social y económico.

Degradación de los suelos, contaminación de aguas, pérdida de biodiversidad por la deforestación y de diversidad agrícola de semillas criollas nativas son algunos de las consecuencias ambientales que señala Vega. Las problemáticas sociales no escapan a la agroecología: “Las consecuencias sociales del modelo de producción vigente son los procesos de concentración de la tierra, del sistema agroalimentario, que lleva a que haya problemas en el acceso a la alimentación, problemas de malnutrición o directamente de hambre”, enumera.

La soberanía alimentaria está vinculada a la agroecología y a los movimientos que la impulsan “que son principalmente las organizaciones campesinas e indígenas. Con la agroecología se rescatan conocimientos antiguos (lo que llamamos agricultura tradicional) que no solo tienen que ver con técnicas agronómicas sino con las formas en que se organizan las sociedades”, remarca Vega.

“Las consecuencias del modelo de producción vigente son la concentración de la tierra, malnutrición y hambre», dice Vega.

La agricultura convencional o industrial “tiende a reducir los procesos agrícolas a una ecuación económica. Todo el sistema está motorizado y traccionado por la rentabilidad empresarial. Se busca maximizar ganancias del sector agroempresarial. Para eso hay que maximizar rendimientos. Esto deja fuera cuestiones sociales y ambientales”, asegura.

La agroecología se basa en pensar el diseño y el manejo de los agroecosistemas en base a dos pilares: la promoción de la biodiversidad (fundamentalmente entre las plantas) y la promoción de la salud de los suelos. “Es importante que el suelo esté vivo, que haya mucha biodiversidad de organismos que cumplen una serie de funciones y procesos que hacen a la salud de los agroecosistemas”, apunta. Esto reduce la dependencia de insumos externos y fomenta la no utilización de agrotóxicos. Además, la producción ganadera animal está contemplada en los agroecosistemas que propone la agroecología: “El pastoreo permite que haya un período de descanso para los suelos y que los pastos se recuperen del ciclo agrícola”, explica Vega.

“La agroecología se piensa en la sociedad. Es el manejo ecológico de la naturaleza por medio de acciones sociales colectivas. Los agricultores se organizan para impulsar la transición ecológica de forma colectiva. Los canales de distribución y comercialización son importantes. Esto lleva a producir alimentos respondiendo a las necesidades de la sociedad. Es una producción muy beneficiosa para pequeños productores familiares, campesinos e indígenas no sólo por la reducción en la contaminación, sino porque también reduce la dependencia de insumos externos y del mercado”, sintetiza.

 

Un movimiento federal

En Santa Fe, Venado Tuerto es catalogada como ‘La Perla del Sur’. Este nombre deriva de su importancia como polo del agronegocio en la provincia. “Hay una visión demasiado sesgada en relación a la alimentación y a la producción agropecuaria en la zona”, señala el militante de Ciudad Futura Venado Tuerto, Bruno Taddia.

Taddia integra el Mercado del Futuro, un proyecto de Ciudad Futura que tiende un puente entre productores y consumidores, haciéndose cargo de la comercialización de productos agroecológicos. “Nos fueron llegando experiencias de productores agroecológicos, de alimentación consciente y consumo responsable pero que tenían una estrategia individual, aisladas entre sí”, rememora. Desde Ciudad Futura, investigan cuál es la capacidad productiva y organizan bolsones que reparten a través de distintos puntos de la ciudad.

El precio justo es uno de los ejes centrales. “La alimentación es un derecho, pero por cuestiones estructurales es una necesidad que se intensificó con la pandemia. Entendimos que había que dar una respuesta concreta a la alimentación y que debía tener por protagonistas a las ciudades”, detalla. La respuesta desde la organización territorial fue la construcción de un circuito solidario que involucra a productores pequeños (con dificultades para comercializar) y miles de venandeses “que hoy están complicados”.

El proyecto agroecológico tiene una visión integral de su impacto en la sociedad venadense, según cuenta Taddia: “Desde una perspectiva económica, el mecanismo de venta directa posibilita acceder a comida rica, sana y un 40% más barata. Desde el lado afectivo, hay una mayor empatía cuando el consumidor sabe quién produce ese alimento: la producción deja de ser algo impersonal, generando mayor reflexión. El elemento territorial nos permite llegar y acercar esta experiencia a toda la ciudad. Y en cuanto a la salud, tal vez lo más importante es una alimentación sin veneno, sin intervenciones, y una transición agroecológica de los productores”.

«Queremos darle un carácter más democrático a estas nuevas formas de producir, comercializar y consumir», dice Bruno.

Y agrega, “Queremos repensar y discutir el modelo de producción y consumo imperante. La pandemia no es un elemento que apareció de la nada, sino que tiene una clara correspondencia con este sistema. Es insustentable. Queremos reivindicar la producción local y darles un carácter más democrático y más popular a estas nuevas formas de producir, comercializar y consumir. Que no sean un privilegio de determinados sectores sino un derecho de toda la ciudadanía venadense”, sostiene Taddia.

Mariana Arregui forma parte del Colectivo Agroecológico de Río Negro y hace tres años integra la organización Alimenta en Viedma. La agrupación nació como una comunidad de consumo constituida por familias productoras y consumidoras que empezaron a comercializar los primeros productos agroecológicos en la zona. “Buscamos contribuir al desarrollo y fortalecimiento de este tipo de producción”, explica. El objetivo principal no es vender hortalizas a cambio de dinero. “Como consumidoras le hablamos al consumidor para que se involucre y entienda el rol activo y político que tenemos a la hora de comer. Cuando tenés este tipo de experiencia te das cuenta que uno puede cambiar a pequeña escala”, dice.

Para esta organización la cuarentena también disparó las ventas: “Pasamos de 200 a 1500 familias. Sabemos que gran parte no está eligiendo los productos agroecológicos, sino que están accediendo a ellos porque es la forma más fácil. Para la distribución, se organizaron vecinos y familias para acercar los bolsones a cada barrio. Fue un trabajo en conjunto”.

La representante de la organización destaca la colaboración del INTA. «Hay un fuerte acompañamiento con los productores familiares en la asistencia técnica y en el traslado de bolsones con hortalizas agroecológicas para abastecer la creciente demanda».

Desde otro rincón del país, Solana Peña de Almacén para Terrícolas, cuenta: “En Tucumán, el consumo de este tipo de alimentos es muy incipiente. Solo un pequeño grupo de personas, en proporción a la población, lo consume”. Y agrega que uno de los principales problemas que señala es la falta de continuidad de los productos: “Es un tema del manejo de las huertas, que tengan variedad y se mantenga en el tiempo para que la comercialización sea viable y continua y no sólo esporádica”, afirma.

Según Peña, hubo un leve aumento de la demanda de estos productos, pero no está convencida de que sea una tendencia estable. “Hay que ver que no sea algo pasajero, de moda. Había muy poca concientización acá en Tucumán y quien consumía prepandemia era gente que estaba empapada en el tema”, observa.

Sin embargo, tiene esperanza: “Hay una franja de jóvenes que tiene más conciencia. También, estar en un contexto donde como sociedad estamos vulnerables (desde la salud a lo económico), está haciendo que algunas personas se pregunten sobre los modos de subsistencia, el modo de producción agrícola que ‘fomentamos’ al consumir lo que nos alimenta y cómo impacta en la salud de todos. No queremos más pueblos fumigados y, para eso, hay que cambiar el modo de producción. Es una gran oportunidad que tenemos como sociedad”.

En la localidad de San Rafael, Mendoza, la Asociación Feria de Arte e Integración (AFAI) trabaja en el armado, comercialización y distribución de bolsones de verdura, fruta y mercadería de productores locales desde hace más de cinco años. Los productores de la entidad firmaron un convenio con el INTA en el marco de la Mesa de Economía Social y Solidaria del Sur de Mendoza que articulan líneas de financiamiento. A partir de esto, distintos puntos urbanos de San Rafael y distritos como Punta de Agua y Agua Escondida reciben un promedio de 250 y 300 bolsones, abasteciendo de alimentos a pueblos alejados que quedaron aislados en la pandemia.

 

De la academia a su mesa

Bolsón Soberano es el nombre que lleva el proyecto de la cátedra libre de Soberanía Alimentaria de la Facultad de Agronomía (UBA). Está integrado casi en su totalidad por estudiantes de distintas carreras de esa casa de estudios. “El bolsón funciona desde marzo de 2016 con entregas quincenales y propicia la generación de vínculos entre los diferentes actores de la cadena hortícola”, cuentan desde el proyecto. Durante los primeros meses de la cuarentena, pasaron de entregas quincenales a semanales de la misma cantidad de bolsones. “Afortunadamente, gracias a las herramientas y proyectos de la economía social, pudimos responder parcialmente a esta demanda”, explican.

Alineado con las premisas de la agroecología, Bolsón Soberano busca garantizar el acceso a los alimentos y la permanencia de estos canales de comercialización que sostienen el trabajo agroecológico de los productores, asegurando una retribución económica justa y consensuada. “Los productores reciben un 55 por ciento del precio final del bulto, el cual se concuerda en una asamblea donde participan distintas instituciones que forman parte de esta red”, indican. “Hábitos más saludables, conciencia sobre la producción y la búsqueda de una economía más justa son algunos ejes que se vienen plasmando a una velocidad más importante desde que se desató la pandemia”, concluyen.

“Mis libros tienen muchas voces para que el poder esté más repartido”

“Mis libros tienen muchas voces para que el poder esté más repartido”

Márgara Averbach. Retrato por videollamada.

Márgara Averbach, doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, dice que hay dos tipos de escritores: “Unos que escriben más sobre libros, tipo Borges. Y otros que escriben a partir de, por ejemplo, algo que leen en los diarios o escuchan en la radio”. Ella, advierte, forma parte del segundo grupo. En su casa la radio AM está encendida todo el día, pero hay períodos donde nada le llama la atención. Sin embargo, cuando en el 2014 escuchó la noticia de la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa en México, decidió que tenía que hacer algo. Lo anotó en un cuaderno: había allí una historia por escribir.

En mayo de este año la editorial Letras del Sur publicó su novela Los dos ombúes. La autora hace resonar en estas páginas su recuerdo de los ombúes en la provincia de Santa Fe, las experiencias en su escuela secundaria, la masacre de Ayotzinapa y el miedo vivido durante última dictadura cívico-militar argentina. La historia, que trata sobre un grupo de jóvenes que desaparece tras reunirse para reclamar por calefacción en las aulas, fue escrita por Averbach durante unas vacaciones de verano de su trabajo como docente. Y de corrido, como más disfruta.

En Los dos ombúes mencionas una crisis, ¿de qué se trata?

Ahí hablo de uno de mis grandes temas literarios, que es la cuestión ecológica. Lo que estamos haciendo ahora es suicidarnos. Yo hablo mucho de eso en libros tipo fantasy, ahí se me es más fácil hablar de crisis ecológica, que se están cayendo los ciclos, no hay más invierno, no hay más verano. Matamos a la plantas, no hay más abejas. Esto no es el centro de la historia pero lo que sucede es que hay una crisis energética y tuvimos que volver hacia atrás. Solo algunos pueden usar autos, el resto tiene que moverse en carreta. Es una distopía.

¿Por qué elegiste que la novela fuera distópica?

Esta historia necesitaba un lugar. Tenía que ser Argentina y si era por La Pampa, mejor. No quería que esto pasara durante la dictadura, volver atrás en el tiempo. Entonces tenía que inventarme otro tiempo hacia adelante, donde no haya democracia y volvamos a un tiempo de locura. Y al mismo tiempo la idea de que va a haber que adaptar tecnológicamente la vida porque hicimos algo mal: por ejemplo, no podemos tener la misma medicina. Esto se me viene de lo que yo estudio, que son los autores amerindios, donde un tópico es la medicina. Yo no quería que los rebeldes o perseguidos fueran un grupo guerrillero tipo el Che, porque se me iba a desviar lo principal que es la desaparición. No quería meterme en eso, quería que protestaran por calefacción en la escuela, por el hecho de que la medicina se abra a medicinas alternativas. Todo es político para mí, pero quería que fueran protestas menos político partidarias.

¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Creás un boceto, un plan?

El tipo de trabajo que hago como académica no me gusta para escribir. Yo no investigo para escribir, eso no me gusta. Salvo que mi personaje tenga que caminar un día entero. ¡Qué sé yo cuántos kilómetros se pueden hacer en un día! Entonces tengo que investigar. Hay escritores que se sientan y hacen un boceto. Eso a mí no me sale. Yo me tengo que poner a escribir: a escribir en cuaderno. La primera versión es a mano, hay algo en el ritmo… El cuaderno me permite ir a hacer una cola y seguir escribiendo si tengo ganas. Escribo en cualquier lado, en un café, en el tren o en el subte si me sentaba. Necesito ese primer borrador al que generalmente le falta mucho todavía, porque capaz empezó para un lado y después cambió. En algún lado, la magia me pasa por ahí. Escribiendo se me va armando el personaje, la historia. ¿La primera versión es mi boceto? Probablemente, pero me lleva un tiempo largo.

¿Cuáles son los llamados que el lector puede encontrar a la dictadura militar argentina?

Esto tiene que ver con mis experiencias. A mí no me pasó nada, pero alrededor sí. Cuando estudiaba en Filo ha pasado que entraran a un café y se llevaran a alguien. Eso pasaba, había mucho miedo: en el ´75, en el año de la Triple A, y después empeoró. En la Facultad viví la dictadura, toda la carrera. Cuando yo me recibí todavía estábamos en eso. De lo que pasó, tengo para tirar para arriba. A mí no me llevaron, ni a nadie de mi familia, pero son cosas jorobadas, que te marcan muchísimo. En mi escuela hubo unos 30 desaparecidos, que los llaman “la división desaparecida”. Fueron de distintas aulas pero fueron 30, más o menos el número de un curso. Eran todos compañeros de mi hermano. Te queda el recuerdo de estar muy cerca y no saber cómo zafar.

 Te dedicás al estudio literario de las minorías étnicas en Estados Unidos. ¿Qué aspectos de la literatura amerindia aparecen en la novela?

Todo lo que tiene que ver con la medicina que aparece en el personaje de la Negra y la médica Aurelia. También los pueblos que están del otro lado del Alambrado, está muy lleno de la relación del hombre con la naturaleza. Vamos a llegar a un momento de crisis donde no va a haber más remedio que adaptarse y eso va a significar tener más en cuenta los pedidos de la naturaleza. Por ejemplo, no plantar soja transgénica, o no quemar las islas del Paraná, como está pasando ahora. En Los dos ombúes no está en el centro, pero está ahí. Si no hay correo, si ya no tenés computadoras, hay que pensar otras formas de comunicarse, entonces aparecen las señales de humo. Hay que volver atrás a la historia de esos pueblos que tenían más en cuenta su relación con el medio ambiente. Acá está más en el centro la idea de rebelarse, la represión y no resignarse a lo que el otro te quiere borrar, que vos no vas a permitir eso. Entonces armás, como uno de los personajes, un archivo de medicina o seguís buscando a los pibes hasta que los encuentres. Justo ahora los médicos forenses están identificando el ADN de algunos chicos Ayotzinapa. Cuando uno escribe, se le viene todo: lo que sabe académicamente, la vida, las personas con las que compartiste. Una especie de polifonía que se te viene.

¿Y el hecho de que el narrador no se centra en un protagonista cómo surge?

Lo de la polifonía también viene de los estudios amerindios. Cuando vos narrás, si le das el punto de vista a un solo personaje, le das todo el poder. El poder es del que cuenta en la narración, ningún otro lo tiene. A mí eso no me gusta. Mis libros suelen ser todos con muchas voces para que el poder esté de esta manera más repartido. No voy a decir completamente repartido, pero un poco más.

 Hay muchas metáforas universales en tu novela. Por ejemplo: “Hay que atravesar el silencio para que maduren las palabras”. ¿Cómo aparecen estas frases en el proceso de escritura?

Cada uno tiene un estilo, el mío no tiende a lo cómico. Me gustaría pero no me sale, no es lo mío el humor, claramente. Sí tengo una tendencia a lo poético. Eso va saliendo, a veces cuando lo corrijo, le bajo la densidad de ese tipo de cosas. Porque me parece que está muy recargado. Yo tiendo a eso, no es algo que busco, me sale pensando en la historia. Cuando hacés primeras personas tenés que tener mucho cuidado porque hay personajes que no pueden pensar ese tipo de cosas. Si vos lo definiste como durito, que va a los bifes, no va a empezar a decir “Ah, como la primavera…”. No pega. No escribí en primera persona porque me iba a distraer de lo que realmente quería decir. Cuando escribo así, me hago un mapa: este personaje escribe simple, el otro muchas subordinadas, el otro malas palabras. Pensás mucho en escribir como ese personaje lo haría. Y te podés concentrar mucho más en la historia si no tenés ese problema, es más fluida la escritura. Me sale así porque soy yo escribiendo, no tengo que fingir nada.

¿Por qué los ombúes? ¿Por qué ese árbol en particular?

Justamente porque necesitaba algo argentino, muy de acá. Yo crecí hasta los cinco, seis, en el norte de Santa Fe con mis abuelos en el medio del campo. Los ombúes son aquellos árboles que ves desde tres kilómetros antes, el resto es chato y ves esa cosa verde que es el único punto que podes mirar en la llanura. El primero que apareció en la novela es el que está en la escuela. El colegio me hace acordar al mío, el Normal de Banfield, pero ahí había plátanos, que son árboles extranjeros y yo no quería poner uno así. Me salió el ombú, después a medida que fui escribiendo apareció otro más. Si fue el ombú donde empezó todo, podíamos buscar otro ombú donde en algún sentido, se cierre la historia.

Una nueva audiencia en la megacausa Campo de Mayo

Una nueva audiencia en la megacausa Campo de Mayo

La investigación sobre la Megacausa Campo de Mayo se reanudó ayer de manera virtual con el relato de Julieta Pía Brochero, quien fue secuestrada en dos ocasiones junto a su madre siendo apenas una bebe. La búsqueda de su madre y el pedido de justicia por la muerte de su padre sigue vigente. 

La investigación se centra en los crímenes de lesa humanidad cometidos contra más de 323 víctimas entre 1976 y 1978 en el Centro Clandestino de detención y Exterminio Campo de Mayo. Entre ellos, se encuentra los desaparecidos de la Operación Ferroviarios y los trabajadores de Mercedes Benz, entre otras víctimas.

Julieta Pía Brochero comenzó su declaración con la historia de su padre, Miguel Ángel Brochero, militante en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Fue asesinado en enero de 1976 cuando tenía 22 años: “Fue acribillado a balazos hasta dejarlo prácticamente irreconocible”, contó. Su madre, Patricia Zaldarriaga, quedó  viuda con tan solo 18 años, estando embarazada de Julieta. Al poco tiempo de dar a luz, el 19 de mayo de 1976, ocurrió su primer secuestro.

Cuando Julieta tenía 19 días de vida, unos hombres vestidos de civil ingresaron al domicilio. Allí estaba su abuela materna, sus tíos, Pablo y Mauro Zaldarriaga, de 4 y 14 años, su abuelo Miguel Ángel Silva y ella junto a su madre. El grupo de operaciones saqueó el domicilio y se llevaron con ellos a Patricia, a Julieta y a Miguel.

El 30 de mayo de 1976 fueron liberados, en un auto que los dejo en el domicilio, agradeciéndole la “colaboración” a Miguel. Él apareció con sus ojos sin vendar, Patricia en cambio tenía vendas y claras marcas de tortura, como quemaduras de cigarrillo, heridas hechas por una picana y le faltaban las uñas. Unos hombres encapuchados llegaron a su domicilio a las pocas horas de haber vuelto. Luego de saquear lo que quedaba en la casa, como fotos y documentación, pintaron en todas las paredes con rojo la consigna “Operación Masacre”. Pasaron algunas horas siendo torturados hasta que se llevaron nuevamente a Patricia junto a su bebé a punta de pistola. Esta vez, su madre no regresó. 

Julieta no sabe exactamente qué ocurrió después del secuestro, pero gracias a testigos pudo reconstruir que vivió sus primeros tres años de vida en la casa de un médico pediatra, Alejandro Ameijeira, y su esposa, quienes no podían concebir hijos. Su abuela materna consiguió recuperar a Julieta, aunque ella nunca supo cómo. 

Volvió a la casa con su abuela quien la crio como su hija y le hizo creer que sus tíos eran en realidad sus hermanos “Mi vida a partir de los tres años fue cambiando varias veces -declaró ante el tribunal-. Por momentos, mi papá se había ido de viaje, luego en ese viaje había tenido un accidente, luego había muerto y finalmente había sido asesinado por el terrorismo de Estado, al igual que fue desaparecida mi mamá”. 

Julieta Pía Brochero llamó varias veces a la casa en la que creció hasta los tres años pero la insultaron.

Julieta vivió su infancia intentando saber qué había ocurrido con sus padres. Se contactó con Abuelas de Plaza de Mayo y otros Organismos de Derechos Humanos, pero cuando intentaba hablar con su abuela sobre lo que pasó, ella se negaba a responder: “Cada vez que quise indagar, mi abuela tenía fuertes episodios violentos, cada vez más y cada vez peores”. Por este motivo decidió irse de la casa a los trece años: “Las preguntas que podría haber hecho a los doce o trece, cuando todavía podía armar mi identidad, quedaron inconclusas porque tuve que irme y no volví nunca más”. 

Julita se distanció de su familia y no volvió a recuperar el contacto. Cuando creció intentó localizar al médico pediatra que se había apropiado de ella hasta que cumplió tres años. Supo que seguía viviendo en la misma casa y que tenía dos hijos junto a su esposa. “Llamé reiteradas veces, los hijos me insultaron y se negaron a hablar conmigo, yo simplemente llamaba para reconstruir esa parte de mi historia”. En varias ocasiones el médico le pidió que no llame más: “Me dijo que si yo estaba buscando algún tipo de justicia, no tenía nada que hacer llamando a su casa, que no molestara más a su familia, porque ellos no tenían nada que ver conmigo”.

Una de las personas que más datos aportó sobre su historia fue un amigo de su madre que la localizó en 2007. Para Julieta este contacto fue importante, pero también muy confuso: “Aseguraba que podía ser mi padre y eso para mí fue una cuestión emocional y psicológica terrible”. Julieta entendió que su palabra no era de fiar “no podía confirmar lo que él me relataba, era una persona mitómana”. 

Entre tantas mentiras y verdades, Julieta aún busca reconstruir su historia. Para concluir su declaración, dedicó unas palabras a su familia, a sus hijos, a sus padres y a su “compromiso con la lucha para todos los que tuvimos que pasar por este genocidio infame y esta época terrible”. Pidió que se haga justicia y advirtió: “A los genocidas, que caminaron y siguen caminando, ante todo sepan que a donde vayan los iremos a buscar”. Mientras decía esto, Julieta sostenía en las manos un poema que su madre escribió tras la muerte de su padre, en enero de 1976. Para finalizar su testimonio decidió leerlo:

Para perfumar la tierra
mi esposo amado murió en la guerra.
Este dolor tan profundo, esta amargura de hiel,
me chorrea por los ojos, porque han matado a Miguel.
Si su camino es de espuma y al pisarlo se deshace
que sea su compañera y desde el barro te abrace.
Y si fuese de tierra, que te conviertas en yuyo
y aunque te mate la guerra seguiré siendo amor tuyo.
Llevo un hijo en mis entrañas, que me besa por adentro,
que deje también lo vivo, que deje también lo muerto.
Te volcare en la playa, cuando mayo abra las puertas
la vida te está esperando, con las dos alas abiertas.

Patricia Zaldarriaga 

La movida tropical quedó congelada

La movida tropical quedó congelada

“Hay mucha expectativa para la poscuarentena porque tenemos pendientes fechas que fueron canceladas” afirma  Ricardi.

La situación de la pandemia producida por el virus Covid-19 impulsó la cuarentena obligatoria en toda la República Argentina. En este contexto, muchos trabajadores, sobre todo en el AMBA, no han podido trabajar. Uno de los rubros más paralizados fue la cultura y, dentro de ella, el circuito de la movida tropical, cuyos integrantes se ven como los últimos en volver a la actividad.

Las discotecas y boliches, que albergan a miles de trabajadores, debieron cerrar sus persianas en marzo y no ven un horizonte cercano de reactivación teniendo en cuenta que cada noche entran alrededor de mil personas en las discos de menor capacidad.

“La gente nos pregunta cuándo vamos a volver a abrir y nosotros estamos pensando en lo mismo, porque tenemos familias que mantener”, opina Lucas Esteban Peña, encargado de Jesse James, una discoteca en la localidad de Isidro Casanova. Esta disco es una de las más grandes del país, y por su escenario han pasado artistas nacionales como Damas Gratis o internacionales como Bad Bunny. “Hemos tenido un pico de 15 mil personas y eso va a ser difícil de retomar”, se resigna Peña. El boliche, que había cerrado para hacer unas modificaciones, no llegó a reabrir por el aislamiento social, preventivo y obligatorio.

«Sacando 10 tipos que pueden subsistir un año sin trabajar, los demás ya se comieron sus ahorros», advierte Leguizamón.

Los trabajadores de las bailantas no son los únicos afectados. Todo el circuito de la movida tropical requiere para funcionar de músicos, cantantes, managers, y productores. Para ellos, la principal fuente de financiación es el espectáculo en vivo.

Kevin Ricardi, cantante de Sombras Nada Más (Ex- grupo Sombras) comenta que están trabajando en la promoción de su trabajo en redes sociales. Sumada a la producción musical que hace esta banda, también gestionan su trabajo en plataformas como TicketHoy, que ofrecerá este miércoles un show del grupo junto a otro conjunto de la movida, Ezequiel y la Clave.

“Estamos produciendo mucho contenido y tirándolo de a poco en las redes para no agotar lo que tenemos para ofrecer”, afirma el sucesor de Daniel Agostini, que ingresó en el año 2018 a la banda. “Tenemos mucha expectativa para cuando termine la cuarentena porque tenemos pendientes fechas que fueron canceladas” afirma.

“Estamos produciendo mucho contenido y tirándolo de a poco en las redes», dice Ricardi.

Otro de los agudos conocedores de la movida tropical comenta sobre el futuro de este sector: “La gente que va a los boliches es muy fiel. Te llena todas las noches, viernes, sábado, domingo y está siempre esperando para entrar”, señala Héctor Leguizamón, apodado “El Charro”, quien fue gerente general durante muchos años de uno de los míticos boliches de la Zona Oeste, el Monumental de Moreno. “La situación de los artistas es muy delicada. Sacando diez tipos que pueden subsistir un año sin trabajar, los demás a los tres meses ya se comieron todos sus ahorros. Cuando hablo con ellos me dicen que ya son conscientes de que van a ser los últimos en volver”, reconoce.

Leguizamón agrega: “La gente no quiere ver online. Quiere estar en el lugar, hay una especie de ritual en la movida que se mantiene vigente a pesar de los años.

Por último, cabe remarcar el rol de algunos artistas que organizaron movidas solidarias para paliar la demanda de las ollas populares. Con El Charro a la cabeza, artistas como el Pepo (Los Gedes), Chanchin y Fideo (Supermerk2), Mario Luis y Nolberto Alkala, entre otros,  han girado donaciones para que los militantes barriales puedan dar de comer a sus vecinos.

“Fue muy emocionante para mí volver a juntarnos, aunque es muy triste que sea de esta forma”, señala Leguizamón y subraya: “Este es el espíritu de la movida tropical”. La pandemia ha ocasionado la pérdida de muchos empleos y la reconfiguración de nuevas relaciones laborales. Quedará esperar para saber cómo se reconstruye este particular sector de la cultura.

Los jardines privados se marchitan

Los jardines privados se marchitan

Los establecimientos educativos del ámbito privado, fueron uno de los tantos sectores que sintió el golpe económico de la pandemia. Sin duda los jardines de infantes no estatales, han sido los más afectados, donde la caída de la matrícula llego en algunos casos hasta el 70%. Mientras que los padres del Nivel Inicial dejan de pagar las cuotas, en los niveles Primario y Secundario tienden a esperar.

El gobierno apaciguó el malestar que se había generado en el sector cuando el ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta anunció que los jardines de infantes ingresarían en el Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP), por lo que el 50 por ciento de l os salarios corre por cuenta del Estado.

A lo largo de la cuarentena, las maestras siguieron en contacto con sus alumnos, haciendo uso de diversas plataformas digitales e intentando la continuidad pedagógica de manera virtual. “Tengo la posibilidad de seguir dictando clases –comenta Leila González, docente de Nivel Inicial del partido de Moreno-. Busco la manera de llegar a todos los niños. Las herramientas que utilizo son grabaciones y videollamadas por Whatsapp o la plataforma Zoom, donde los chicos se unen y pueden escucharme, tanto a mí, como a sus pares. Todos los días les envió cosas: un vídeo, una canción, un cuento o un simple audio preguntándoles cómo se encuentran. Creo que como docente es fundamental mantener el vínculo y acompañarlos en todo momento”.

Miriam Goldstein, maestral en el Jardín de los Cerezos, de Palermo, señala que esta nueva manera de relacionarse no es la ideal: “La cuarentena trajo aparejado un cambio absoluto de estrategias, porque nuestra tarea se basa fundamentalmente en la construcción de vínculos. Partiendo desde allí, comenzamos el recorrido generador de futuros aprendizajes. Ese acercamiento en el contacto directo con el otro tuvo un giro importantísimo, se plantearon nuevos desafíos que debíamos implementar, aprender y aplicar para avanzar con nuestra labor, además de poder contar con los elementos tecnológicos necesarios para ello”.

Muchos padres, al mismo tiempo, decidieron retirar a sus hijos del jardín por razones económicas: “Lo sacamos porque mi marido se quedó sin trabajo y yo estaba trabajando en una panadería que tuvo que cerrar, la cuota era aproximadamente de cuatro mil pesos y realmente se me hacía imposible poder abonarla, además creemos que las clases virtuales no iban a hacer lo mismo y que de esta manera nuestro hijo no se iba a poder adaptar”, comentó Dolores Salazar, madre de la localidad de Moreno.

No todas las familias tienen la capacidad de afrontar el pago normal de las cuotas. En cuanto a la deserción del alumnado, Gabriela Leite, docente del Colegio San Cayetano del partido de Moreno, menciona: “Comenzamos con una totalidad de 15 infantes y luego, por temas económicos o que los padres debían trabajar, optaron por sacar a sus hijos. En la actualidad solo me quedé con 7 nenes”. Al mismo tiempo, Leite señala que a los docentes no les sostuvieron los salarios e, incluso, aún les deben parte del mes de abril y de mayo.

Caetano, alumno de la sala de 5 del Jardín de los cerezos durante el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio.

Por otra parte, frente a la incertidumbre económica, muchos padres tomaron la decisión de cambiar a sus hijos a un jardín estatal. Si bien los jardines públicos también enfrentan distintas problemáticas, son gratuitos, de manera que el ingreso y la permanencia de los niños es más accesible para los padres.

Natalia García, maestra titular en el Jardín de Infantes estatal  N° 905 de Lanús, cuenta: “Se acercan familias con niños escolarizados en colegios privados, donde se les hace imposible seguir pagando la cuota y recurren a matricularlos en jardines estatales”.

Algunas instituciones tienen en cuenta la situación económica de cada familia y establecen algún tipo de contemplación. “Hubo una disminución en cuanto al pago de las cuotas, porque muchas familias quedaron sin trabajo o se les redujo el salario, pero los dueños del colegio hasta el día de hoy tienen una mirada de solidaridad, charlan individualmente con los padres para sobrellevar esto”, señala Fabiana Defendí Oltmans, maestra del colegio Nido de Águilas, de la localidad de Moreno.

Maestras que no cobran sus sueldos y familias que dejan de pagar la cuota, son dos de las problemáticas más fuertes que se desencadenaron a raíz de la cuarentena. La situación es absolutamente delicada y compleja. Si el aislamiento preventivo se extiende, la mayoría d las instituciones privadas no poseen la capacidad para afrontar y paliar todas sus responsabilidades. El Estado, de una u otra manera, se tendrá que hacer cargo de la situación: o subsidiará a las instituciones que no puedan sostenerse o recibirá en los establecimientos públicos a los chicos que se hayan quedado sin escuelas.