Bondis porteños más caros y sin identidad

Bondis porteños más caros y sin identidad

El boleto mínimo costará 408 pesos en marzo y luego se ajustará mes a mes por inflación. Cuestionamientos al gobierno de Jorge Macri por el incremento, por el azul que unificará a todas las unidades de CABA y por la falta de una mirada integral del AMBA.

A poco más de cinco meses del traspaso de las líneas de colectivo del Estado nacional a la Ciudad de Buenos Aires, la gestión de Jorge Macri anunció una suba del boleto que entrará en vigencia a partir del 1° de marzo. Al igual que con el subte, el Ejecutivo porteño lo comunicó en una audiencia pública realizada el pasado lunes vía Zoom –transmitida por YouTube–, en la que recibió cuestionamientos no sólo por este incremento, sino también por otras medidas y una mirada alejada del Área Metropolitana.

«Falta una visión regional. Se segmenta teniendo una visión solo de Capital Federal. Ahora empezamos a presenciar la separación entre los colectivos que circulan sólo en la ciudad y los que circulan en el AMBA, lo que llevará a regulaciones y tarifas distintas», criticó el presidente de la Unión de Usuarios y Consumidores, Claudio Boada.

El secretario de Transporte porteño, Héctor Guillermo Krantzer, justificó la medida debido a la necesidad de compensar el aumento en los costos de explotación, garantizar el buen funcionamiento y modernizar el sistema, cubrir las nuevas gratuidades como el boleto terciario-universitario y «recuperar los niveles de cobertura, de manera de contribuir a una rebaja del gasto fiscal».

En su intervención, sostuvo que la tarifa técnica del colectivo es de 1.008,74 pesos sin IVA, y una cobertura del subsidio del 72 por ciento. A su vez, planteó que el índice pasajeros-km durante el año pasado fue de 2,99. «Esto nos dice que la cobertura del costo de brindar el servicio por parte de la recaudación está en el orden del 27 por ciento».

Se tiene previsto aplicar actualizaciones tarifarias mensuales durante los próximos 12 meses, según la variación del Índice de Precios al Consumidor (IPC) más un 2 por ciento adicional, para que los incrementos superen el nivel de inflación. «Vamos a estar en un nivel de cobertura del 36 por ciento a diciembre de este año, que se aproxima al 40 por ciento de la prepandemia», expresó.

El funcionario defendió los subsidios a los “Colectivos de la Ciudad”, el cual es asumido por los porteños «a través de sus impuestos» para garantizar la sustentabilidad económica del servicio. «No nos tiene que escandalizar que exista. Casi la totalidad de las ciudades del mundo compensan sus sistemas de transporte».

En relación al valor del boleto con la tarjeta SUBE registrada, el mínimo pasará a costar 408,24 pesos; de 3 a 6 km saldrá a 454,78; de 6 a 12 subirá a 489,82 y de 12 a 27 quedará a 524,89. Además, se mantendrán los descuentos de la Red SUBE, la Tarifa Social Federal –que equivale un 45 por ciento del valor del pasaje– y la gratuitad del boleto educativo.

Esto implica que el transporte porteño saldrá un 10 por ciento más caro que las demás líneas que circulan en CABA y continúan bajo la órbita de Nación, que hasta hoy no ha anunciado subas. Aún así, seguirá siendo uno de los pasajes más baratos, en comparación con otras 55 ciudades del interior, como los casos de Córdoba o Rosario que superan los 1200 pesos.

En otro orden, se busca mejorar la experiencia mediante la instalación de cámaras de seguridad, limitación de la vida útil de la flota a los diez años –cuando en los servicios nacionales es de trece–, implementación del boleto para estudiantes terciarios, del pago con tarjetas bancarias y de un corredor de minibuses eléctricos en el microcentro, entre otros.

Tras la exposición de Krantzer, fue el turno de usuarios, representantes de organizaciones no gubernamentales y de una cámara empresaria. Al respecto, las opiniones mayoritarias estuvieron centradas en cuestionar la decisión del Ejecutivo porteño de aumentar las tarifas.

La representante de la Asociación de Consumidores y Usuarios de la Argentina (ACUDA), Paola Cáceres, calificó la suba de «inapropiada» y cuestionó «las pocas precisiones y elementos de análisis» aportados por la Secretaría de Transporte. «Significaría en el término de 12 meses un aumento total de 57 por ciento cuando la inflación anual estimada cercana sería de un 25 por ciento, afectando la propia ecuación económica financiera».

«El Gobierno propone que los usuarios seamos quienes garanticemos el equilibrio fiscal y la sustentabilidad del servicio», afirmó la comunera de Unión por la Patria Yamila Iphais Fuxman. Mientras que la titular de la Asociación Ciudadana por los Derechos Humanos, María José Lubertino, expresó: «Las subas no están acordes a los aumentos que estamos teniendo en nuestros bolsillos que no se actualizan con esta periodicidad».

En representación de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, Rodrigo Franco, valoró el ajuste gradual del esquema tarifario, aunque advirtió el peligroso impacto que podría tener a partir de «la volatilidad de las variables macroeconómicas del país, una coexistencia de tarifas diferentes para servicios similares» y la potencial migración de pasajeros a las líneas nacionales.

Por su parte, Luciano Fusaro, presidente de la Asociación Argentina de Empresas de Transporte Automotor (AAETA), uno de cuyos asociados es la firma Metropol (operadora de las líneas 65, 90 y 151), comentó que las subas en los últimos tiempos fueron por un arrastre consecuencia de un boleto planchado durante varios años.

«Es cierto que el año pasado hubo un aumento de la tarifa del 600 por ciento por encima de la inflación, pero hay que mirarlo en un contexto donde la tarifa estuvo congelada durante muchísimo tiempo. Todos sabemos muy bien qué es lo que ocurre cuando las tarifas se empiezan a congelar en un contexto de inflación muy alta».

Además, acusó al Estado nacional de incumplir desde hace años una cláusula con los contratos de explotación, en el que, en caso de haber desequilibrios en ingresos por valores superiores al 6 por ciento, se «tiene que permitir a las empresas recomponer la estructura de costos de manera que se pueda sostener la calidad de la prestación».

En ese sentido, aseguró que, como consecuencia de dicho incumplimiento, los ingresos de las prestadoras quedaron por debajo de la inflación desde 2016, con del 36 por ciento entre 2015 y 2024 –arrastrado a una pérdida de pasajeros del 20 por ciento–, lo que repercute, según Fusaro, en «la pérdida de capacidad de renovar la flota» y en «cada vez menos servicios nocturnos», esto último cuestionado por otros participantes presentes.

Un aspecto que generó controversia fue la decisión de reemplazar parte de los cortes de pintura de las 31 líneas porteñas por un diseño unificado y marketinero, con un “fileteado ploteado”, contra el cual, desde fines de noviembre pasado, circula un petitorio en la plataforma Change.org, que cuenta con 14 mil firmas.

«Imitamos siempre a alguna ciudad prestigiosa. Sería un error enorme. Las personas tienen dificultades visuales y reconocer los colores tradicionales de los colectivos es muy importante», señaló María Teresa Gutiérrez Cullen de Aráoz. Otra oradora, Tamara Mingrone afirmó que los «colores, filetes y luces forman parte de la identidad cultural de esta ciudad, pero fundamentalmente cumplen la función práctica de poder divisarlos a la distancia».

El uso de energías alternativas, como las baterías de litio o energía solar, fue otro tema abordado en la audiencia, a partir de la mención realizada por Krantzer de la próxima implementación de una línea con minibuses eléctricos. «Es auspicioso que haya una línea que no dependa de los combustibles fósiles, pero no queremos que esto se reduzca a una muestra cosmética. Tiene que haber un proyecto y un proceso de transición hacia las energías limpias», opinó Lubertino, quien se refirió a la posibilidad de promover «alianzas estratégicas entre la academia, la ciencia y la ciudad de Buenos Aires», y puso de ejemplo un convenio entre la Universidad Nacional de La Plata y la empresa Nueve de Julio S.A.T. de esa ciudad, con el objetivo de reconvertir colectivos en eléctricos.

La necesidad de pensar en un transporte metropolitano e integrado también fue motivo de debate, a raíz del uso de diferentes medios por parte de millones usuarios de Capital y Provincia. Rodrigo Franco habló de la necesidad de «poner más esfuerzos por congregar la Agencia de Transporte para dar respuesta a todos los problemas de transporte y los desafíos».

Cabe recordar que Nación y Ciudad firmaron el 3 de septiembre de 2024 un acta de acuerdo para traspasar 31 corredores, que equivalen a un tercio de los servicios que operan y que, según el Artículo 2 de la Ley 26.740, corresponden al gobierno porteño su «competencia y fiscalización».

Veintisiete de las líneas circulan exclusivamente en el ámbito de la Capital Federal: 6, 7, 12, 23, 26, 34, 39, 42, 44, 47, 50, 61, 62, 64, 65, 76, 84, 90, 99, 102, 106, 107, 108, 109, 115, 118 y 132. Mientras que otras cuatro poseen una de sus puntas en el lado Provincia, a metros de la Avenida General Paz: 4, 25, 68 y 151. «Esto es un hito en términos de la autonomía de la Ciudad. En definitiva, implica la asunción de las competencias regulatorias que constitucionalmente le corresponden», destacó Krantzer.

El representante de la Defensoría dijo que el acta propicia el «privilegio al respeto de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, fundamentalmente en lo que tiene que ver con su autonomía».

“Muchas veces el policía viene de la misma cantera que el ladrón”

“Muchas veces el policía viene de la misma cantera que el ladrón”

Paloma Fabrykant habla de «Diario de Rosario», su novela protagonizada por una productora del programa televisivo Policías en Acción. La autora se nutre de su propia experiencia como periodista para desplegar un lenguaje crudo, distante de la indulgencia o la insensibilidad y mostrar el submundo de la droga, el universo de pobreza, la falta de oportunidades y el rol de la policía como eslabón visible de la corrupción que también abarca a políticos, jueces y fiscales.

La novela Diario de Rosario, de Paloma Fabrykant, empieza, avanza y termina con droga. Narrada en primera persona y a un ritmo frenético por su protagonista, la historia nos pone en los zapatos y la piel de Valentina, una productora de calle para Policías en Acción, en su paso por innumerables allanamientos, pesquisas y crisis personales, cada vez más hundida en el submundo del crimen de “la capital del narcotráfico: la Chicago argentina”. Esta es la realidad que da pista a la ficción:

“[A Valentina] la tuve que hacer recontra atrevida —dice la autora en diálogo con ANCCOM—, como un personaje sin límites, un personaje que se manda muchas cagadas permanentemente. A la hora de describir barrios y situaciones no metí tanta tinta, sino que está más cercano a la realidad; es la parte más documental de la novela”.

Y es que Paloma, como Valentina, fue periodista de calle en el corazón y las suelas de Rosario; los nombres del cartel de Los Monos y Los Funes, sus sicarios y sus víctimas, aparecen a lo largo de la historia desde la propia experiencia de quien la escribe: “Viajé por primera vez igual que Valentina, para hacer Policías en Acción. De pronto cuando uno conoce nada más como turista o tenés amigos que son de ahí te cuentan de lo linda que es la costanera, de las zonas paquetas, y yo fui directo a los peores barrios. Entonces había gente en Buenos Aires que me decía: ‘Ay que lindo, voy a pasar el fin de semana a Rosario’, y yo decía: ¿Rosario? Barrio Toba, Zona Cero, todos esos lugares más complicados eran la única visión que yo tenía. Entonces sí, mi entrada fue directamente al mundo de lo marginal y al submundo de la droga y al universo de la pobreza y de la falta de oportunidades que tiene mucha de la gente que vive ahí”.

En ese escenario, la fuerza que mueve la acción, casi un personaje en sí mismo, es la policía. Y es que el objetivo de Valentina es sacar material jugoso de los procedimientos policiales; “vender el producto”. Para ello necesita que los oficiales le digan el lugar al que se allana, por dónde se entra, a quién ponerle la GoPro. Así, trabajando codo a codo con ellos, la institución se nos muestra desde un lado más íntimo, a ratos miserable, pero también muy humano. Con ello se corre el riesgo de generar el rechazo de potenciales lectores, pero también marca un nuevo paralelismo entre escritora y protagonista:

“Yo, tal cual como Valentina, tenía muchos prejuicios respecto de la policía, hasta empezar a trabajar con ellos y darme cuenta de que son seres humanos —cuenta Fabrykant—. Y son seres humanos que también vienen de instancias difíciles, de sectores marginales de la población. En general, la persona que tiene cierta conciencia de clase suele poner a los trabajadores como los grupos vulnerables, los grupos que necesitan contención. Entonces al ladrón o al que infringe la ley se lo perdona, se lo justifica, porque ha sido excluido. Y muchas veces el policía viene de esa misma cantera, y es una persona que, viniendo de una infancia difícil, viniendo de la pobreza, elige el camino de la ley. Después obviamente se va a corromper, como todo el mundo se corrompe en este país donde infringir la ley es cosa de todos los días. Pero bueno, todo aquel que tenía una visión más justificadora, más perdonadora hacia el humilde que infringe la ley, no la tiene hacia el humilde que se hace policía, cuando en teoría lo hace para proteger la ley”.

Es un escape de los lugares comunes que define la vida de la autora. Hija de la escritora Ana María Shua, Paloma Fabrykant construyó una carrera orientada a comunicar desde la acción: desde crónicas escritas desde las villas miseria, pasando por el trabajo como productora de calle, hasta una dedicación al jiu-jitsu que le valió una carrera en vale-todo (sus sumisiones y KOs desde el grappling todavía se encuentran en youtube); el curso de corresponsal de guerra que le permitió trabajar en Campo de Mayo, donde enseñó esa arte marcial, lo que le posibilita hablar con propiedad sobre el envío de fuerzas armadas a Rosario:

“[Al ejército] no lo podés poner a trabajar con civiles, porque todas sus hipótesis de conflicto son para una guerra. Una guerra es una situación donde el enemigo no vale nada; al enemigo hay que matarlo. Es una situación horrible, a la que uno nunca quiere que llegue nuestro país, pero cuando vos sacás al ejército es para matar. No lo podés hacer con civiles, ni siquiera contra el narcotráfico, porque la gente que está trabajando para el narco son civiles, son personas humildes que fueron llevadas por vidas difíciles a hacer estos trabajos. No son el enemigo. Y al ejército vos no lo podés ‘reentrenar’ como si fuera policía, porque ya está entrenado para repeler y matar. Es un entrenamiento completamente distinto que el de un policía, que tiene que tener habilidades blandas, hacer inteligencia hablando, poder detener a una persona y esposarla sin romperla, sin lastimarla, sin dispararle —Fabrykant sentencia—. La policía es una fuerza civil, puede trabajar con civiles; el ejército es una fuerza militar, sólo tiene que enfrentarse a otros militares”.

Después de un año en el que el actuar de la policía ha estado en el ojo del huracán, estas lecturas pueden pasar por acríticas. Pero lo que caracteriza el trabajo de la autora no es la indulgencia ni la insensibilidad, sino la crudeza: “El poli es el estrato más bajo: arriba están los políticos, los jueces, después los fiscales y por último el poli. Estás culpando de toda una red de corrupción al último eslabón de esa red. Al final, enfrentar a la corrupción y al narcotráfico es una misión demasiado grande, que si la querés hacer de verdad probablemente te maten. Pero ir a escupir a un policía no va ayudar a nadie”.

Una escritura en anfetaminas

La crudeza de este Diario de Rosario está en los hechos que narra, pero también en el lenguaje que utiliza: “Los detenidos estaban en el piso, con las manos en la espalda pero sin esposar. Tirados en el piso, quietos y callados sin las marrocas. La biaba que les tienen que haber pegado a esos cristianos para que estuvieran así”, se lee entrando a la novela. Lo que se elige contar es un hecho de violencia policial, y se hace en un tono que combina rigor periodístico, jerga coloquial y lunfardo antiguo. La narración no es apologética ni condenatoria, tampoco cae en la impostación sobreactuada ni en los manierismos. Es una voz a fin de cuentas muy propia, de la cual la autora confiesa: “No sé cómo sale”.

Desde ese lenguaje, los hechos violentos se suceden a un ritmo atrapante, con la misma adrenalina que empuja a la protagonista. Como a ella, nos cuesta pararnos a reflexionar, pero aun así quedan marcas. El peso de la realidad siempre se impone:

“La ficción se escribe siempre tomando cosas de la realidad, cosas que a uno le dolieron, cosas de la imaginación —dice Fabrykant a partir de un ejemplo de la novela: la búsqueda de una niña desaparecida—. Lo de Sheila es muy particular porque yo lo tomé de un caso real, pero que no ocurrió en Rosario. Esto es todo ficción, pero a Sheila decidí no cambiarle el nombre. Sheila es una niña que realmente fue desaparecida y bueno, encontrada, asesinada. A mí me tocó muy de cerca porque estuve en el rastrillaje y en el momento en que apareció el cuerpo, y eso es algo que te marca; te marca porque es dolorosísimo —cierra la autora, que luego desliza—. Después de Rosario, yo quedé un poquitito traumatizada, la verdad, y dejé de hacer el periodismo de calle que había hecho muchos años”.

Paloma Fabrykant es hoy productora creativa de “Bendita”, un programa al que ella misma describe como “de un humor totalmente liviano”. Y en Diario de Rosario, pese a los temas que trata, también hay muchísimo humor. Es una novela para leer de una tirada, “rayas largas que desaparecen rápido”, lo que parece una marca del trabajo de su autora:

“El objetivo para mí como escritora es que el lector pase un buen momento, quiera leer la siguiente línea, quiera sentir que está fuera de su vida cotidiana y se enganche como quien mira una película. A mí me gustaría que la literatura recuperara ese poder, que hoy pareciera que sólo lo tiene el cine o una serie. Leer no tiene que ser necesariamente para pensar, ni para ser más inteligente, ni para ser estudioso: tiene que ser una actividad de placer”.

Qué significa adoptar a un niño

Qué significa adoptar a un niño

Sólo dos de cada diez familias anotadas quieren cobijar niños mayores de un año, lo cual reduce vacantes y retarda el proceso. “La adopción no es para resignificar la vida del adulto sino la del niño”, subraya la directora de un hogar convivencial.

“Los chicos que están viviendo acá en algún momento van a crecer y ser parte de la sociedad. Necesitamos darles todas las oportunidades posibles, que ellos también puedan estudiar en un futuro, por ejemplo. Vinieron a este mundo, lamentablemente no fueron cuidados y no tienen la culpa. Hay que tenerlos en cuenta siempre, no sólo el Día del Niño, todo el año”, afirma Bianca Bassi, trabajadora social y coordinadora del hogar MAMA de la localidad de San Martín.

Existe el mito de que el proceso de adopción en Argentina es largo y difícil, pero la complejidad está en las condiciones que ponen las familias. Según datos oficiales de noviembre de 2024, sobre un total de 1.406 legajos vigentes, el 82,86 por ciento de los aspirantes manifiestan la voluntad de adoptar niños de hasta un año, el 17,21 de hasta ocho, el 2,35 de hasta 12, y sólo un 11,81 está dispuesto a acoger chicos que presenten discapacidades o enfermedades permanentes.

Esto revela una situación problemática: las familias desean acoger desde edades pequeñas para comenzar el vínculo “desde cero”, pero cuantas más personas buscan lo mismo, menos vacantes hay, retardando el proceso y aumentando la cantidad de niños más grandes desamparados.

Tener una familia es un derecho, el cual no siempre es considerado por los adoptantes. “A veces nos olvidamos que es el derecho del niño a tener una familia, no del adulto a tener un hijo, ahí es donde está el paradigma que hay que invertir: que la adopción no es para resignificar la vida del adulto sino la del niño”, expresa Mariela Cuello, directora del hogar convivencial Casa Abrigo 1, en Villa Ballester.

Estos niños que esperan ser adoptados generalmente ingresan a hogares que se encargan de restituir sus derechos, educarlos, acompañarlos, inculcarles valores de convivencia y enseñarles a reconocer sus emociones. Este es el caso del hogar convivencial MAMA, fundado en 1983 por Juan von Engels, un profesor del Colegio José Hernández que junto a su esposa y alumnos buscaron brindar un lugar familiar a las infancias desamparadas de entre dos y diez años. La casa cuenta con dos pisos, un patio lleno de juegos, una pileta, una puerta que conecta con un polideportivo, una gran mesa en la que todos los días se reúnen a comer y cuartos personalizados según los gustos de los diferentes chicos.

En el hogar, los niños también se relajan porque se sienten seguros, ven que alguien los está cuidando. Empiezan a tener actividades. “Algunos van a arte, otros a ballet, a fútbol, a hándbol. Le damos mucha importancia a eso para que en esta etapa puedan ir encontrando qué cosas les gustan, con qué se identifican”, cuenta Bassi. Esto es fundamental, más teniendo en cuenta las situaciones de vulnerabilidad de las que provienen la mayoría de ellos: abusos, violencia intrafamiliar, consumo y adicciones, venta de niños y venta sexual, otras situaciones amenazantes para su integridad, insolvencia económica o fallecimiento de los padres.

La abogada de familia Ingrid Lorena Kuster recuerda un caso en el que un bebé de entre 6 y 7 meses fue rescatado por su hermanita. Sus papás eran adictos y se encontraba en una cunita, solo, temblando y convulsionando, con los ojos en blanco en el moisés. Su hermana lo halla y se lo lleva a la vecina, y ella lo acerca al hospital. Los resultados indicaron que tenía síndrome de abstinencia. Le encontraron quemaduras de amoníaco en la piel por las malas condiciones de higiene que tenía y golpes en sus piernas. En estos casos –sostiene Kuster– se quita a las familias la patria potestad de los niños ya que su permanencia allí atenta contra su vida.

La letrada explica que una vez que los chicos ingresan a los hogares, se realizan informes y estudios para el Poder Judicial y que así se los conecte con las familias inscriptas en el registro de adoptantes. A partir de entonces, inicia la guarda con fines de adopción, momento en el cual se conocen ambas partes. Este es un proceso gradual en el que se hacen encuentros en el hogar y luego se profundiza con jornadas más largas o con la visita de los niños a las casas de las familias.

El Ministerio de Justicia de la Nación, en su página web, remarca que “la adopción implica una construcción gradual del vínculo. Es un compromiso que se asume de una vez y para siempre, y que supone una decisión firme de cuidado, independientemente de las circunstancias. El desistimiento o rechazo de los adoptantes tiene consecuencias emocionales de gran impacto para la niña, niño y adolescente”.

Si la vinculación resulta exitosa, comienza el juicio para poder sentenciar la adopción del niño o niña. Sin embargo, el camino no siempre es armonioso y muchas veces, al no estar preparados internamente, los niños buscan a sus familias biológicas.

“Una vez me pasó que una nena había empezado muy linda la vinculación con un matrimonio que la deseaba un montón. Pero ella no estaba preparada, no había duelado a esa mamá que la había abandonado. Pasaron años y todavía hoy está en otro hogar, con acompañamiento psicológico, todavía no logra hacer ese duelo. Nosotros tratamos de trabajar y que puedan alojar a otro tipo de mamás en su cabeza, una mamá del corazón, que los quiera y los elija. Pero es muy difícil, la psique es algo que nadie entiende bien, no es dos más dos, es muy personal”, considera Mariela Cuello.

Entre niños que quieren volver con sus padres biológicos, progenitores que buscan desesperadamente a sus hijos, personas que quieren adoptar y chicos que necesitan una familia, el Poder Judicial, los hogares y las casas de tránsito luchan por restituir los derechos a estas infancias, derechos que nunca les debieron ser arrebatados.

Paula Cuadrado, transitante de niños hace 20 años, lo sintetiza así: “Una sufre las partidas, pero hay que dejar el egoísmo de lado y saber que lo que estás haciendo es para ayudar a otra persona. La verdad es peor cuando los niños llegan que cuando se van, porque cuando llegan están solos, no tienen a nadie, pero cuando se van encuentran un nuevo hogar donde estarán rodeados de amor”.

“La salud no es una mercancía”

“La salud no es una mercancía”

Los trabajadores del Hospital Nacional “Laura Bonaparte” realizaron un masivo acto en repudio a la intervención, el vaciamiento y el despido de 200 profesionales de distintas áreas del centro de salud.

Con 200 trabajadores menos, que ni siquiera tienen la garantía de incorporarse en otros hospitales, la comunidad del Bonaparte continúa en pie de lucha contra el desmantelamiento y el ataque del gobierno de Javier Milei a la salud pública.

Entre los profesionales despedidos hay psicólogos, psiquiatras, farmacéuticos y kinesiólogos, y en el camino quedan cientos de pacientes desamparados que no podrán recibir una atención de calidad. El argumento oficial –como en otros sectores– es que existiría una sobredotación de personal y por tanto habría que reorganizar todos los servicios del único hospital de salud mental dependiente del Estado nacional en el AMBA, sin dar escuchar lo que dicen los trabajadores, los pacientes y las familias.

La última convocatoria en defensa del Bonaparte, realizada este viernes 31 de enero en las puertas del establecimiento, en el barrio porteño de Parque Patricios, comenzó al mediodía. Allí se podían ver los carteles, banderas y coloridas pancartas en apoyo a la lucha de sus trabajadores. Además de los profesionales en actividad y despedidos, también participaron de la manifestación agrupaciones políticas, gremiales, centros de jubilados, vecinos, músicos, pacientes y hasta el cura párroco de la iglesia aledaña al Bonaparte que llevó su apoyo al Bonaparte.

Desde el escenario, que incluyó una pantalla gigante, uno a uno fueron expresando su solidaridad, la necesidad de unidad en la lucha y el peligro que significa este gobierno para la salud de todos, que

debería ser cuidada y protegida. A medida que se desarrolló la jornada, se fueron sumando más

participantes y organizaciones para hacer oír, entre aplausos y cánticos, el reclamo de reincorporación de los trabajadores despedidos. En diálogo con ANCCOM, Ramón, jubilado y vecino del lugar, afirmó: “El gobierno debe tener mucho odio y dolor para querer cerrar un

hospital y despedir masivamente a sus profesionales. La educación y la salud son los dos pilares fundamentales que quiere destruir. Esto no va a pasar si hay una continuidad de la lucha, la sociedad tiene que unirse y decir no a estas medidas. Los trabajadores unidos jamás serán vencidos”.

Cualquier persona puede atenderse en el Bonaparte, también niños y adolescentes con problemáticas mentales y consumos problemáticos. Se trata del único hospital de referencia con un servicio de 24 horas en salud mental y –hasta hace poco– con un 0800 disponible para urgencias.

Toda la comunidad del Bonaparte tiene garantizados además servicios de clínica médica, odontología, kinesiología, entre otros, y aparte talleres integradores de escritura y de reflexión para quienes deseen participar.

Los recortes del gobierno se dan en áreas esenciales como internación, fundamental en cualquier hospital para recibir a los pacientes y brindarles tratamientos específicos y de largo plazo. Mariana, una psicóloga despedida del Bonaparte, se refirió a la importancia de defender la salud mental de todos y todas ante el ataque del gobierno: “Es una falta de respeto y un abuso, piensan que

la salud es descartable, no se puede brindar salud de calidad si no hay profesionales para la atención de los pacientes. Recortan los presupuestos para los insumos, ni hablar de los salarios, que están

por debajo de la línea de pobreza. No se puede confiar en el gobierno de Milei, hay que defender a capa y espada la salud hospitalaria. Se llenan la boca diciendo que somos especiales y nos tratan como desechables. La salud mental es indispensable para todos”. “Es mentira que hay una reorganización del hospital –denunció la profesional que trabajó tres años en el Bonaparte–. No nos van a derivar a otros establecimientos, es todo una mentira de este gobierno. Con la salud no se juega, no es una mercancía, no se compra ni se vende”.

La protesta se extendió hasta alrededor de las 20, con la Policía de la Ciudad apostada allí cerca, y en el cierre se pusieron en pantalla a trabajadores del Bonaparte compartiendo sus reflexiones de lo que significa ofrecer un servicio de salud mental abierto a la comunidad.

Como parte del plan de lucha, que hace un par de semanas incluyó un abrazo multitudinario al hospital, los profesionales del Bonaparte anticipan nuevas medidas, entre ellas un paro general de la salud a nivel nacional si los trabajadores despedidos no son reincorporados en el sistema.

La precaria situación de los residentes de los hospitales públicos porteños

La precaria situación de los residentes de los hospitales públicos porteños

Ser residente médico en los hospitales públicos de CABA implica sueldos bajos, jornadas agotadoras y una enorme responsabilidad dentro del sistema de salud pública. Guardias interminables, situaciones de violencia, dificultades hasta para pagar el alquiler y reclamos al gobierno de la motosierra.

Jornadas laborales de más de 12 horas. Exposición a situaciones de violencia y acoso. Sueldos de 3.500 pesos la hora. Guardias de 24 horas sin dormir y sin remuneración. Si jugáramos a los acertijos, el trabajo al que se alude parecería alguno que anda en los márgenes de la legalidad. Sin embargo, son características de un rol que es un pilar fundamental del sistema de salud nacional: los residentes médicos.

Los residentes son una figura poco familiar fuera del universo de los hospitales. Conocemos a los jóvenes de guardapolvos blancos que marchan cada tanto, reclamando por su sueldo y condiciones dignas de trabajo. Algunos se indignan junto con los médicos, otros por el reclamo (“ustedes eligieron esta carrera”, “médicos kukas”, y otros comentarios del estilo se leen en los videos publicados por el Hospital Garrahan en TikTok), pero pocos saben bien qué hacen los residentes y cuál es su rol en un hospital.

“El laburo esclavo es la única manera de acceder a una especialidad”, se ríe Florencia, residente de segundo año del Hospital Pediátrico Ricardo Adolfo Gutiérrez. Su nombre real, como el del resto de las entrevistadas para esta nota, fue reemplazado por uno de fantasía para evitar posibles represalias en su lugar de trabajo. “No es que salís de la carrera como médico clínico –agrega-. Salís como médico, hasta clínica es una especialidad. Si vos querés acceder a un título de especialista –cómo cardiólogo, pediatra, ginecólogo– se requiere una residencia”.

La residencia es, en primera instancia, un sistema de formación de posgrado pago. En criollo: los médicos recién recibidos prácticamente no son médicos. La residencia es un trabajo que (implícitamente) se debe ejercer por cuatro años para formarse en una especialidad. Quien elija no realizar la residencia, puede profundizar estudios en áreas de la medicina como estética, laboral o cannábica, por ejemplo.

“Un día regular me levanto 4:45 de la mañana, llego al hospital 5:30”, relata Josefina, residente de segundo año de cirugía en un hospital de agudos de CABA. El horario de ingreso se debe a que son solamente tres residentes a cargo de revisar toda la sala de internación, que tiene entre 50 y 60 pacientes. Además de realizar las curaciones y los postoperatorios, también deben supervisar a los residentes de primer año. Tras una jornada agotadora, llega a su casa a las ocho de la noche, siempre y cuando no esté de guardia.

 Para los residentes de pediatría del Gutiérrez, las condiciones son mejores pero tampoco óptimas. “Yo ingreso un poco antes de las ocho de la mañana por los laboratorios, hacemos las labores de la sala, las consultas, estudios complementarios que se soliciten y evolucionamos las carpetas. Luego hacemos el pase de la sala con mis compañeros y tal vez a las cinco o seis de la tarde me puedo ir”, cuenta Andrés, también residente de segundo año en ese hospital.

“Si tengo guardia, me quedo en la sala hasta las ocho del día siguiente y luego hago el pase con los médicos de planta o mis compañeros y a eso de las nueve o diez de la mañana finalizan mis tareas”, explica Andrés.

Las guardias son uno de los focos más problemáticos de las residencias. Son turnos de 24 horas, con algunos recreos para descansar o dormir un rato, en el mejor de los casos. Durante estos turnos, los residentes suelen atender en la guardia externa (aquella a la que va el público general ante cualquier emergencia) o supervisar salas de internación. “Es bastante demandante porque por un lado tenés la sala con 60 pacientes a cargo tuyo y también está la demanda espontánea donde estamos ayudando desde la tarde –comenta Josefina–. En la sala se descompensan, hay que  llevarlos a terapia intensiva, y queda todo a tu cargo”.

Para los residentes de cirugía, las guardias son más intensas, porque son pocos: al otro día no tienen “postguardia”, es decir, la posibilidad de irse a la mañana. “Supuestamente tenemos postguardia, pero la carga de trabajo es tanta y somos tan pocos que, en solidaridad con nuestros compañeros, decidimos no tomarnos ese día”. Según la normativa, no se pueden realizar más de 1,5 de estos turnos por semana, pero todos coinciden en que tener nueve (o más) mensuales no es un hecho llamativo. En su primer año, Josefina llegó a tener hasta once guardias al mes.

Valentina es residente de primer año en el Garrahan y antes de adplicar al cargo trabajaba en una guardia externa. “Cobraba más de lo que gano ahora haciendo sólo una guardia de 24  y otra de 12 horas por semana. Trabajaba muchísimo menos y ganaba más”. En la provincia de Río Negro, por ejemplo, una guardia cotiza $267.900 en día hábil y $401.800 en días inhábiles. Los residentes, sin embargo, las realizan sin percibir remuneración, ya que estas horas de trabajo no están contempladas en los sueldos, dejándolos en una situación de desventaja económica y emocional frente a las expectativas de trabajo que recaen sobre ellos. “Cualquiera que vaya a una guardia de un hospital público es atendido por un residente, somos nosotros solos en las guardias. Si tuvieran que pagarnos las guardias, sería imposible sostenerlo”, plantea Florencia. Al no ser horas remuneradas, no se computan en las vacaciones: “Si uno en la rotación se quiere tomar vacaciones, después tenés que recuperar las guardias y te sobrecargás”.

Las guardias también son las situaciones de mayor vulnerabilidad para los médicos, ya que muchas veces están solos o en grupos pequeños. Esta falta de apoyo y la escasez de recursos humanos afectan tanto su desempeño como su bienestar. “En el fondo, aunque haya alguien que se pueda consultar, cuando ponés una firma o tomás una decisión, sos vos”, comparte Josefina, residente de cirugía general, reflejando la carga personal de sus decisiones y la presión de trabajar sin descanso.

“El sistema de salud está colapsado y a veces son muchas horas de espera en la guardia. Lógicamente, para los padres tener un hijo enfermo es lo peor que te puede pasar, pero eso genera mucha violencia, insultos, amenazas y condiciones muy hostiles”, explica. Los golpes agresivos en las puertas, los gritos y las personas filmando a los médicos son ocurrencias cotidianas en la guardia externa. “El año pasado hubo una situación muy fea donde una paciente con patologías psiquiátricas arrastró por el piso a una residente, le pegó, la lastimó”, comenta Josefina sobre la vulnerabilidad en la sala de internación. La residente lastimada tuvo que quedarse a finalizar su guardia, sin poder acceder a cuidados médicos y vigilando a la paciente que la había agredido. Luego de ese incidente, el Hospital lanzó un protocolo para situaciones de violencia que indica que, en caso de ser víctima de una agresión, el residente se pueda retirar.

“Imaginate las condiciones en que estamos peleando para tener papel higiénico”, cuenta Florencia.

Otro punto son los pacientes judicializados, que están a la espera de resolver su situación habitacional o penal. Andrés se considera con suerte porque él solo fue agredido verbalmente alguna vez, mientras que otros de sus compañeros sufrieron agresiones físicas. Por supuesto, esto se combina muchas veces con situaciones de maltrato laboral ejercidas por los propios médicos.

En un intento por hacer frente a estas condiciones, existen mecanismos de representación. Según la Ley 22.127 que regula el sistema nacional de residencias de salud, cada hospital debería contar con un subcomité de representación de residentes, que es una figura encargada de mediar con las autoridades superiores. Sin embargo, muchos desconocen su existencia y su capacidad de acción es limitada por la falta de recursos, lo que trunca la posibilidad de exigir mejores condiciones de una manera eficiente. “Nosotros en el hospital tenemos que pagar el agua que consumimos”, resalta Andrés sobre las carencias materiales. “A veces faltan sábanas para los pacientes, para los médicos que se quedan de guardia, papel higiénico, jabón”. El testimonio de Florencia da cuenta de que es una vivencia compartida en el hospital. “Imaginate las condiciones en que estamos peleando para tener papel higiénico”.

La precariedad económica se suma a las extensas jornadas, incrementando un agotamiento físico, mental y emocional de quienes se encuentran en primera línea de atención. Como indica Lara, residente de tercer año de pediatría, “perdimos un 15% del sueldo neto en lo que va de año debido a la inflación”. Estos factores crean un escenario donde los residentes deben enfrentar no solo la carga de sus responsabilidades, sino también la imposibilidad de equilibrar sus ingresos con sus gastos. Valentina cuenta que ella es afortunada de no pagar alquiler. “Compañeros que alquilan trabajan en otros lugares porque con ese sueldo no llegan a fin de mes.” Andrés, que es ecuatoriano, vive una situación similar: “Mi esposa empezó la residencia hace unos meses y todavía no cobró su primer sueldo. Estamos viviendo solo con mi sueldo, dos personas. Tenemos una situación particular porque nuestro contrato es viejo. Si tuviera que pagar un alquiler al precio actual, no llegaríamos a fin de mes, porque ahora llegamos con lo justo”. Actualmente, los residentes entrevistados cobran entre 700.000 y $1.300.000 pesos al mes, dependiendo del hospital, un sueldo, en el mejor de los casos, de 3.500 pesos por hora. Esta variación se da porque hospitales como el Garrahan, por ejemplo, dependen de Nación, mientras que el Gutiérrez es dependencia de Ciudad de Buenos Aires. La intensidad de la motosierra de los distintos sectores del gobierno se hace sentir en los salarios.

Esta imposibilidad de compaginar la residencia con otro trabajo se agrava en el Garrahan, donde el sistema es aún más demandante. En lugar de contar solo con turnos de lunes a viernes, quienes están en internación deben acudir dos sábados al mes como si fuera un día regular de trabajo, lo que se suma a sus obligaciones semanales y a los dos fines de semana mensuales en los que deben cumplir guardia obligatoria. “No te da tiempo para nada mucho menos para tener un segundo trabajo”, explica Valentina. La situación ha llevado a los residentes del Garrahan a plantear cambios en sus horarios. Como expresa Valentina, “una de las cosas por las que estamos en huelga es para ver si podemos modificar nuestro horario para que sea más acorde a nuestro sueldo; si no nos van a aumentar el sueldo, sería más justo bajar nuestras horas laborales”. El sueldo de los residentes del Garrahan no se actualiza desde diciembre del 2023 y los reclamos que comenzaron en marzo aún continúan sin una respuesta clara de parte del Gobierno nacional. 

La situación de los residentes médicos en Argentina evidencia las profundas contradicciones de un sistema que depende de su trabajo para sostener la salud pública, pero que, a cambio, les ofrece condiciones laborales precarias y sueldos indignos. Las guardias interminables, la falta de apoyo, el acoso y el desgaste emocional son el precio que muchos de estos jóvenes profesionales deben pagar para formarse en sus especialidades. Sin embargo, el agotamiento y la falta de incentivos económicos hacen que cada vez menos personas elijan este camino, poniendo en riesgo el futuro del sistema de salud pública. La voz de los residentes en huelga se alza no solo por sus derechos, sino por la necesidad de un cambio estructural que permita un sistema de residencias digno, accesible y seguro tanto para ellos como para los pacientes que dependen de su labor.

Especialidades en crisis

El sistema de residencias médicas en Argentina enfrenta serias carencias de planificación, especialmente en la distribución de especialidades. “Hay residencias, como anestesiología, que tienen una alta demanda y pocos cupos, y otras, como pediatría, que ni siquiera logran cubrir los puestos», comenta Lara. En algunas provincias, ciertas especialidades prioritarias reciben un pago adicional, pero en Capital Federal eso no ocurre, agravando la situación.

Este desbalance impacta al sistema de salud pública, que depende en gran parte del trabajo de los residentes. “Muchos médicos de planta solo trabajan por la mañana, y los residentes sostienen el trabajo diario. Las malas condiciones laborales y los bajos salarios desincentivan la formación en el sistema de residencias, afectando la cobertura en hospitales públicos,” explica Florencia. “Si uno gana más realizando una aplicación de botox que en dos semanas de trabajo, no es redituable”.

Un cuento para cada infancia

Un cuento para cada infancia

La cooperativa Seguí es una editorial que publica cuentos y fabrica juegos en temas de diversidad, equidad y derechos. No solo contempla contenidos inclusivos sino también formatos amigables para chicos con discapacidad.

La cooperativa Seguí, un grupo conformado por mujeres profesionales, se dedica a la creación de cuentos, juegos y juguetes accesibles y sostenibles con el objetivo de eliminar las barreras que limitan el desarrollo de niñas y niños. Aunque su labor no se reduce únicamente al entretenimiento, sino que también busca la educación y la sensibilización en temas de diversidad, equidad y derechos. “Queremos ser un puente que amplifique esa voz de las infancias”, expresó Paola López Cross, una de las integrantes del proyecto.

Así, a lo largo de estos últimos años ha recibido reconocimientos por parte del entonces Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, la Secretaría de Economía, la Legislatura porteña y otras instituciones. En diálogo con ANCCOM, las integrantes principales de Seguí, López Cross y Noelia Bertola, hablaron sobre el rol de la cooperativa, su proceso de producción y la importancia de incluir a todas las infancias tanto en los juegos como en la literatura.

Todos cuentan

Todo comenzó en 2016, cuando López Cross ganó una beca para estudiar comunicación con perspectiva de género. A partir de allí le surgió la idea de hacer su proyecto final sobre cuentos infantiles pero que muestren otros tipos de masculinidades a la masculinidad machista. Un año más tarde, los relatos se presentaron en la Feria del Libro junto con la asociación civil Infancias Libres. Aunque, con el paso del tiempo, junto con su compañera Bertola, se dieron cuenta que había infancias que quedaban por fuera.

Es así como surge el proyecto literario “Un mundo TIC – Todas las Infancias Cuentan”, una colección de cuentos infantiles que tiene como objetivo brindar a los más chicos la oportunidad de expresarse y que cuenten cómo comprenden el mundo. “Lo que hicimos fue trabajar con infancias con y sin discapacidad y les preguntábamos a cada uno de los chicos y chicas, por ejemplo, “¿Qué es la belleza para ustedes?” y a partir de allí cada uno contaba lo que significaba la belleza para uno mismo. Y no se trataba de una belleza estereotipada, sino una belleza mucho más ligada a la ternura, a lo particular y a lo íntimo. Y eso nos ayudaba conceptualmente a trabajar con este término”, señaló López Cross.

Así, las temáticas que abarcan los relatos van desde la Educación Sexual Integral (ESI), la equidad de género, hasta el autocuidado y el duelo. Asimismo, destacó Bertola: “Los cuentos también los hicimos pensando para personas con baja visión: las letras se encuentran en mayúsculas y se utilizaron altos contrastes para poder distinguir las páginas de otras y vienen acompañadas con ilustraciones”. Por otro lado, el último libro de la colección, Muchachitxs sensibles, fue declarado de Interés por los Derechos Humanos en la Legislatura porteña.

Aparte de los cuentos, la cooperativa elabora, de la mano de emprendedoras, juegos y juguetes. “Queremos que todas las infancias puedan acceder a su derecho de poder expresarse y al mismo tiempo que accedan el derecho a jugar y a disfrutar», dijo López Cross al respecto. Todos se encuentran fabricados con materiales biodegradables y van desde muñecas y muñecos con distintas tonalidades de piel hasta juegos para aprender el alfabeto en braille.

“Hay que seguir”

“Este material está por fuera del circuito económico porque si tuvieses que cobrar todo el trabajo interdisciplinario sería carísimo y nosotras lo que queremos justamente es que sea accesible en todos los sentidos”, destacó López Cross. Y agregó Bertola: “Todo está hecho con manos, cabeza y corazón argentino”.

“Nosotras vemos que lo que hacemos da resultado. No hay que quedarse, hay que seguir. Quizás el contexto de nuestro país no nos favorece, pero siempre seguimos buscando la manera de cómo producir y continuar llevando todo este material a las infancias. Apuntamos a mostrar el material al exterior y conseguimos financiamientos. También vendemos en ferias”, dijo López Cross sobre los desafíos de llevar adelante una cooperativa en donde la situación actual del país es compleja. “Nuestra cooperativa es Seguí justamente por esto. Siempre pensamos en que hay que seguir, buscarle la vuelta y no bajar los brazos”, aclaró Bertola, en la misma línea.

Los productos pueden comprarse por la página web y desde allí se puede acceder al formato de audiolibro y en lengua de señas, el cual este último es producido gracias a la ayuda de profesoras. “Eso también es muy importante -enfatizó López Cross- porque no ejercemos violencia cultural, sino que lo elaboramos en conjunto. Para nosotras sería más fácil contratar a un intérprete-oyente y que lo traduzca, pero hacemos las cosas con las personas que son también las destinatarias”. Por otra parte, la cooperativa también cuenta con el apoyo de la Editora Nacional Braille y Libro Parlante por si alguien desea leer algún cuento en braille. El mismo se puede conseguir escribiendo a editorabraille@senaf.gob.ar .