El combo de Sandra Chagas

El combo de Sandra Chagas

Mujer, feminista, afrodescendiente y lesbiana, la activista Sandra Chagas repasa su historia familiar y lo que significa militar sus causas en la Argentina. El caso de José Delfín Acosta Martínez.

Del otro lado de una puerta de la que cuelgan muñecas, al final de un pasillo aireado de Once, una habitación blanca y memoriosa. Las aberturas son el espacio respirable de pedazos de pasados. Las paredes rebalsan fotos de mujeres con vestidos y hombres con tambores. Un mueble guarda tras sus ventanas más fotos y, ocasionalmente, una taza.

Al lado de la mesa, una escultura de ensamblados de metal: una pierna adelante, la otra atrás, rodillas flexionadas, rulos afro, una mano que toca un tambor y otra que lo sostiene, arriba de una sonrisa, la mirada. Esa mirada de júbilo turbada por algo más grande.

– ¿Quién es?

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José Delfín Acosta Martínez pertenecía al Grupo Cultural Afro, desde el que se inició todo el movimiento de reivindicación afrodescendiente en Argentina. Lo fundó con Diego Bonga, otro inmigrante afrouruguayo, en 1989. El candombe se convirtió otra vez en espacio de reunión y unión afro-rioplatense: el grupo enseñaba el baile y hacía presentaciones.

– Cuando lo asesinan a José, nosotros tenemos un quiebre – dice con pesar y brillo en los ojos Sandra Chagas, activista afro que conoció en bailes al candombero. Su mamá y su hermano eran muy activos en el Grupo Cultural Afro.

El 5 de abril de 1996, José había estado en una clase de la Universidad del Tango en la confitería El Molino. Pasó por la puerta del boliche Maluco Beleza, adonde iban muchos brasileros. La Policía Federal fue a la salida, argumentando que habían recibido la denuncia de una persona armada y quisieron arrestar, sin mucha más prueba que el color de piel, a dos afrodescendientes.

–   José estaba incluso con sus zapatos de tango. Lo único que hizo fue tratar de ayudar y defender a estos dos compañeros brasileños porque sabía de derechos, sabía que no se los podían llevar así nomás. Los estaban acusando de algo, pero se los querían llevar y eso no se puede. Cuando él salió en su defensa, agarraron y se lo llevaron a los tres. Pero el único que sale asesinado es José.

El candombero José, el defensor José. En el living, la escultura hecha por Waldemar Moreira Zurbrigk parece respirar.

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–  En el 98, dos años después del asesinato, Ángel Acosta Martínez, el hermano, hace lo que se llamó el Homenaje a la Memoria: homenajear no tanto a José Delfín, sino a la memoria de todos aquellos afrodescendientes en Argentina.

Para esa fecha, Ángel dio clases gratuitas de candombe en varios espacios de la ciudad de Buenos Aires. Había que pintar la ciudad de memoria afro. En una foto en blanco y negro sobre la pared, se ve una gran comparsa, la Kalakan-Gue.

– La comparsa fue desde Pasaje San Lorenzo hacia el Cabildo. En general, las llamadas – explica Chagas en referencia a las marchas populares con tambores y baile- se hacen desde más o menos Pasaje San Lorenzo hacia Parque Lezama. Pero esa vez se invirtió para visibilizar la presencia y tener ese registro del candombe resurgiendo en la Ciudad de Buenos Aires. Se visibilizó, no solamente el caso de José, sino también la presencia de los afroargentinos en este territorio, que hacía casi más de cien años que no transitaba por las calles.

La historia afro tiene mucho que ver con perder y recuperar. Los relatos de toda la Nación se destiñen a blanco: padres y madres de la patria, próceres y hasta sus caballos se blanquean en la imprenta de la historia. Aún así, la pérdida más grande es la identidad afro.

–  Venimos de la trata transatlántica esclavista. Las personas que habitan en estos territorios que hoy llamamos Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Perú, Bolivia, somos toda la misma gente, traída en calidad de esclavos. Para mí, esto fue un genocidio que duró cuatro siglos y del que somos consecuencia.

La historia familiar de Sandra requirió cuatro generaciones para recuperar con total orgullo la identidad afro. “Mi madre no era candombera”, cuenta apresurada. Su bisabuela era una mujer criolla de arrugas profundas y mirada perdida. Su foto en blanco y negro reposa, desgastada, en el primer estante del armario familiar.

Primero, la bisabuela se casó con un hombre negro y después con uno blanco. Así, en la familia convivían los hijos negros con los blancos. El abuelo de Sandra era uno de los negros. Cuando le tocó cuidar a la próxima generación, fue determinante: tenían prohibido juntarse con “los negros que estaban en la esquina”.

–  Hoy todo el mundo quiere bailar candombe, quiere tocar candombe, como si hubiese sido fácil para la propia comunidad negra hacer entender a la propia familia lo que significaba para una. Para mi mamá era una contradicción no juntarse con esa gente que era su misma gente.

Mientras tanto, levanta uno de los cuadros. Una negra sonriente baila al compás de los tambores. La nieta rebelde, la madre de Sandra.

–  Su madre es negra, ella es negra, ‘¿por qué no me puedo juntar con esa gente?’, se preguntaba mi mamá. Pero vos ves que mi bisabuela es criolla.

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–  Ahora estamos viendo o viviendo un retroceso espantosísimo, donde lo que prima es todo lo que venga otra vez de Europa o de Estados Unidos, lo que venga de fuera… Sin mirar a la propia gente, ni lo que quieren, ni lo que desean, ni lo que piensan… Nada, las propias personas a las que se supone que gobernás o estás dirigiendo un país, ¿para quién? ¿Para qué? Porque no se está escuchando la voz de las personas, no se está escuchando la voz del pueblo. No hay un ida y vuelta. Es solamente tirar cosas que tenés que asimilar y chau – acelera.

De repente, se para en seco.

– Aquella ya está sacando fotos que me ponen más nerviosa. Estás sacando fotos de José igual, ¿no? Hay muchas con mi mamá también. Ellos bailaban juntos.

Arriba de la escultura, hay una foto de una Sandra joven en el Teatro Coliseo en una bailanta del Grupo Cultural Afro.

–  Hay otras fotos más – desliza mientras recorre la pared con la vista. A la derecha, una foto de su mamá en los 80 con el coro Kennedy.

La madre de Sandra bailó la prohibición familiar toda su vida. En esa época, se presentaba con Yavor, después con el Grupo Medio Mundo. Incluso, llegó a bailar en una obra de Egle Martin, una vedette y coreográfa argentina. Cada tanto, también le gustaba cantar.

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– Como mujer tenés otra carga más, porque sos mujer, sos negra, sos… 

– Soy lesbiana. Claro. Tengo el combo cuatro. Yo hablo de afrofeminismo. No puedo dejar mi identidad fuera del activismo, de nada. Es más, a veces hablo del afrolesbianismo feminista, porque en realidad soy afrodescendiente, soy lesbiana desde chica y llegué al feminismo. Ojo: no fue fácil llegar al feminismo.

Menos, cuando la liberación femenina se limita a pequeñas disputas que no cuestionan al sistema colonialista, capitalista y blanco. Un feminismo blanco de panel con cupo negro que excluye, que expulsa.

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–  Estoy estudiando la licenciatura de Justicia y Derechos Humanos en la Universidad de Lanús para poder seguir defendiendo los derechos de nosotras, las personas afrodescendientes.

Tras una pausa, Sandra toma aire.

– Vos pensá que en 1996, cuando asesinaron a José, nosotros éramos “los negros”. Igual no va a cambiar eso, ¿eh? Nosotros no necesitamos que cambie, pero sí que la sociedad entienda algunas cosas. Porque, por ejemplo, después de la Cumbre de las Américas de Durban, Sudáfrica (2001), nosotros tenemos derechos humanos. Ahí fueron reconocidos por la política internacional.

El derecho internacional está más presente de lo usual en las historias personales cuando se trata del colectivo afro.

–  Tuvimos que pasar por muchas cosas. Primero, salir de las cárceles. Después, de la esclavización, del apartheid, de la segregación racial. O sea, hay todo un combo. Y lo que siempre nos toca, a cualquier afrodescendiente, esté donde esté: el racismo, la xenofobia, la discriminación racial, la extranjerización -suspira y se le caen los ojos-. Nosotros siempre vamos a terminar siendo extranjeros.

¿Cómo llamarse? ¿Migrante? ¿Transhumante? ¿Afroargentino?

–  La gente se traslada. Las poblaciones se mueven y van de acá para allá. Yo me considero afrodiaspórica. Y lo digo así porque de las dos diásporas, de la primera, la de la trata, y la segunda diáspora, que son de los países latinoamericanos y sus dictaduras económicas.

Con catorce años, su familia la subió a un colectivo de larga distancia de Uruguay a Argentina. De a uno, fueron viniendo. No los persiguieron las cachiporras de los represores. Los expulsó la economía que hacía cerrar los números con la gente afuera.

–  Ahora no estamos en dictadura, aunque sí hay una dictadura económica. Te podés manifestar, el derecho a la protesta está acá, en Naciones Unidas… pero quieren imponer la cultura del miedo: no es que van a perseguir sólo a los indígenas, a los negros, es a todos los que estén en desacuerdo.

Pero cuando la tez se oscurece, los policías gatillan más rápido.

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Aún el caso de José Acosta no está cerrado en la Corte Suprema. Se agotaron las instancias nacionales y Argentina no se presentó a las internacionales de solución amistosa. Así que, en 2020 la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) se expidió con una condena histórica. El racismo volvió a ser central para los organismos internacionales por la presión de movimientos como Black Lives Matter, creados con el caso de George Floyd, el ciudadano afroestadounidense asesinado en marzo de 2020 por la policía.

–  Ellos hace años que están teniendo un caso al que no le están dando bola. Hay un caso internacional que todavía lo tenés acá en la gatera. Y al que no le das viabilidad y al que dejaron muchísimo tiempo ahí en espera y espera y espera hasta que no había manera de poder tapar el sol con la mano.

Meses más tarde del violento asesinato de George, a fines de agosto de 2020, la CIDH falló en el caso José por primera vez acentuando la violencia policial por el “perfil racial” del asesinado.

–  A George lo filmaron, pero no había nadie que lo ayudara. José estuvo encerrado en una pieza donde lo golpearon hasta matarlo. Son dos cosas diferentes. No había nadie que filmara, ni que lo viera, ni que…O sea, ¿cómo probás todo lo que tenés que probar?

En la pregunta hay un aliento cansado, acarreado por generaciones.

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–  Hoy las Naciones Unidas hablan de George Floyd y crean un ente, el EMLER, que tiene que ver con un foro por los casos de asesinato. No solamente lo ponen a George Floyd como el caso paradigmático, sino que no visibilizan el caso de José Delfín Acosta Martínez, que es un único caso en toda Latinoamérica y el Caribe.

El caso de José sirvió para el caso de Lucas González: en la primavera de 2021, policías de civil, lo persiguen en auto y le disparan por atrás. Lucas salía del entrenamiento de un club de fútbol, tenía gorra y la tez marrón.

–  Otro caso que tiene que ver es el de Fernando Báez Sosa. Fernando Báez era argentino, pero sus padres paraguayos. Entonces, a él le corría la extranjerización. Esas once personas que lo golpearon hasta matarlo, mientras lo golpeaban, no le decían “marrón”, le decían “negro de mierda”. Hay toda una connotación racista contra el color de la piel, que no te veas blanco.

Cuando hablamos de racismo, tenemos que hablar de clasismo. Y de exclusión.

En la sala, la estructura de metal exhala al ritmo del tambor repiqueteado por siglos de pérdida, rebeldía y rabia.

Ambientalistas contra el Pacto de Mayo

Ambientalistas contra el Pacto de Mayo

Ochenta organizaciones firmaron un documento conjunto en el que manifiestan fuertes críticas, especialmente a su punto 7 donde Milei y los gobernadores firmantes afirman el avance de la explotación de recursos naturales sin ningún tipo de límites.

Unas ochenta organizaciones sociales ambientalistas elaboraron y firmaron un documento conjunto para manifestar su rechazo a las palabras proferidas por el presidente de la Nación el día en que se llevó adelante el Pacto de Mayo en la Casa Histórica de Tucumán. En esa ocasión, dieciocho gobernadores provinciales firmaron un acuerdo propuesto por Javier Milei con diez pautas comunes. La séptima proponía “el compromiso de las provincias argentinas de avanzar en la explotación de los recursos naturales del país”, lo que provocó una especial aversión en el ambientalismo.

Además, antes de la firma conjunta entre el presidente de la Nación y los gobernadores, Milei había dicho en un discurso público que “Dios bendijo a nuestra tierra con una riqueza enorme en recursos naturales, pero los políticos han escuchado más las demandas de minorías ruidosas y organizaciones ambientalistas financiadas por millonarios extranjeros que la necesidad de prosperar que tienen los argentinos. Nosotros venimos a dejar atrás la demagogia buenista que condena a la miseria a millones de argentinos. La naturaleza debe servir al ser humano y su bienestar, no a la inversa. Los problemas ambientalistas tienen que poner en el centro al individuo”.  

La respuesta del ambientalismo al discurso oficial y al Pacto de Mayo no tardó en llegar. Las palabras del presidente y el texto firmado por las autoridades provinciales van a contramano del mandato constitucional que garantiza a todos los argentinos el derecho a un ambiente sano, equilibrado y apto para el desarrollo humano”, dice uno de los pasajes del documento firmado por ochenta agrupaciones ambientalistas. “La mención a las ‘minorías ruidosas’ y la calificación de las organizaciones ambientalistas como adversarios del progreso marca un rumbo equivocado en tal sentido —sigue el documento—, ya que han tenido y tienen un rol preponderante en la creación de nuevos Parques Nacionales, reservas naturales y áreas protegidas, colaborando así en la conservación de nuestro patrimonio natural y cultural”. El texto finaliza con un reclamo a las autoridades nacionales y provinciales para que se garantice el derecho a un ambiente sano, que se respete y aplique la normativa ambiental vigente y que se asegure el acceso a la información y la participación ciudadana en materia ambiental. 

ANCCOM conversó con Manuel Jaramillo, Director General en Fundación Vida Silvestre Argentina, una de las organizaciones sociales ambientalistas firmantes. El dirigente dijo que el discurso del presidente de la Nación es anacrónico y que “está tan desfasado en el tiempo como lo es firmar el Pacto de Mayo en julio. Hoy los mercados no están buscando flexibilizaciones ambientales sino certificaciones sociales y ambientales que permitan que los productos que se generen alcancen los mercados. Pensar que se van a conseguir mayores o mejores inversiones flexibilizando las normas ambientales y sociales es pegarse un tiro en el pie para el desarrollo de nuestro país”. 

Por su parte, Ariana Krochik de la organización Consciente Colectivo, otra de las agrupaciones firmantes, dijo que “si bien el documento que ellos firmaron no tiene ninguna validez legal, el discurso muestra la orientación de adónde quiere ir este gobierno, que es poder vender el país a dos mangos con cincuenta sin ningún tipo de condicionamiento o sin las condiciones mínimas que se espera ni las normativas vigentes que existen hoy”. 

ANCCOM también conversó con Micaela Oroz de la organización ambientalista Ahora qué?, otra de las firmantes, quien dijo que el oficialismo “nos pinta como enemigos del desarrollo nacional, lo cual está muy lejos de ser la realidad, porque queremos apostar por un desarrollo sostenible e inclusivo. El discurso de Milei no era tan peligroso cuando era un panelista en ‘Intratables’, pero ahora es peligroso porque es el presidente de la Nación y es en base a eso que se van a redactar las políticas públicas y la base que se les está dando a las empresas que van a insertarse en el país”. 

Suponiendo que al presidente de la Nación le llegue el documento firmado por las organizaciones ambientalistas, ¿cambiaría su visión en torno a la problemática socioambiental? “No tenemos mucha expectativa de eso —opinó Jaramillo—. Lo que hicimos ahora es transformar el documento en una propuesta formal de pedido de audiencia con el presidente de la Nación o con el jefe de Gabinete. Vamos a hacer lo mismo con los gobernadores, porque son ellos los que firmaron el Pacto de Mayo y los que tienen, en realidad, las políticas para la gestión de los recursos naturales”. 

A su vez, Krochik dijo que no cree que el presidente cambie de postura al leer el documento firmado por el ambientalismo, pero aseguró que dicho documento “no es tanto para el presidente sino para quienes lo están acompañando y para los gobernadores que se presentaron en el Pacto de Mayo. Yo no creo que nuestro presidente lo haga por una cuestión de ignorancia, aunque sí creo que la tiene en esta materia, sino que es una decisión política. En cambio, creo que las personas que lo están apoyando no siempre están del todo acuerdo con lo que está diciendo y tal vez el documento les puede inclinar un poco la balanza”. 

“Yo creo que no va a cambiar su visión —opinó a su vez Oroz—, pero sí creo que siempre es importante mostrar la fuerza de la acción colectiva y mostrar la unidad sectorial ante las diferentes problemáticas. Puede que no cambie su visión, pero que sí genere un impacto para otros actores dentro del sistema político, como el Congreso. Esperamos que el documento genere impacto en la legislación”. 

Por otro lado, Jaramillo enumeró una serie de situaciones que, a su parecer, debilitan los logros conseguidos por el ambientalismo. Dijo, por ejemplo, que ya no hay una Secretaría de Cambio Climático, que se ha asignado a una persona a cargo de la Dirección Nacional de Cambio Climático pero que fue nombrada como Directora Nacional de Biodiversidad, porque la Dirección no está creada todavía. También mencionó la reciente aprobación del Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones (RIGI), que va en consonancia con el séptimo punto del Pacto de Mayo, que es el compromiso por la explotación de los recursos naturales. “Esto muestra la falta de interés que el Poder  Ejecutivo Nacional está teniendo para con el ambiente —opinó Jaramillo—. Es la negación ya no del cambio climático sino de la responsabilidad de los humanos sobre el cambio climático. Va en contra de lo que han firmado más de 180 países en el Acuerdo de París y va en contra de lo que más de 5.300 científicos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático han demostrado a lo largo de treinta años”. 

Por su parte, Krochik advirtió que “no sólo hay desinformación sino también una negación de la otredad, no solamente con los que piensan distinto sino también con lo que se ha logrado hasta ahora. ¿Quién es una persona, representando un país, para negar tan abiertamente a la ciencia, que nos está advirtiendo de los efectos que tiene el cambio climático y lo que es importante hacer en base a eso?”.

“Para nosotros no hay duda sobre la importancia del cambio climático y la inminencia de la crisis —concluyó Oroz—. De hecho, es algo que las empresas multinacionales estipulan dentro de sus planes de inversión. Es un retroceso que el discurso oficial sea, primero, postularnos a los ambientalistas como enemigos del desarrollo nacional y, después, negar tan abiertamente al cambio climático, que es un debate saldado y que retrasa cincuenta años”. 

La memoria sentada

La memoria sentada

«La silla vacía» es un biodrama sobre el atentado a la AMIA en el que actúan familiares de las víctimas del atentado cometido el 18 de julio de 1994. Cinco funciones para conmemorar el trigésimo aniversario.

‘’Nunca se sabe que silla queda vacía, y la silla que queda vacía es un poco un acto de memoria. La memoria no es solo ´recuerdo esto´’. Memoria es ir y reclamar justicia porque la impunidad es como un atentado que se repite todo el tiempo’’, expresa Sol Levinton, a cargo de la dramaturgia y la dirección de La silla vacía, una obra de teatro testimonial sobre el atentado del 18 de julio de 1994 a la Asociación Mutual Israelita Argentina.

A 30 años del atentado a la AMIA, ya se realizaron cinco funciones durante este mes. La obra nace de la reconstrucción de los relatos de Hugo Basiglio, Jennifer Dubín, Alejandra Terranova y Adrian Furman, familiares de víctimas del atentado. Las funciones tuvieron lugar en el Auditorio de la institución y, con el acompañamiento de la voz en off de Ricardo Darín, los cuatro ‘’actores que no son actores’’ contaron sus historias que van desde aquella mañana 18 de julio hasta el día de hoy.

‘’Durante estos treinta años se hicieron muchas cosas, se hicieron musicales con artistas muy reconocidos, se hizo un video animado con la voz de la mamá de Sebastián, la víctima más chiquitita, pero nunca se subió al escenario un sobreviviente o un familiar directo’’ explica Levinton, quien estuvo a cargo de armar la dramaturgia de la obra. Cuando Elio Kapszuk, director de Arte y Producción de AMIA, le propuso la idea de crear lo que luego se transformaría en La silla vacía, la artista enseguida aceptó. ‘’Me parecía desde lo teatral una aventura y siempre trabajé con temáticas que me conmueven mucho desde lo ideológico. Soy de las que cree que, en serio, el arte puede modificar.’’

«Soy de las que cree que, en serio, el arte puede modificar’’, dice Sol Levinton, directora de La silla vacía.

Con esta idea en camino, la propuesta llegó a Hugo, a Jennifer, a Alejandra y a Adrián, quienes tienen historias muy diferentes a pesar de que sus vidas fueron marcadas con el mismo hecho. Y es que las víctimas del atentado no fueron todas de la comunidad judía o de trabajadores de AMIA; también las víctimas eran personas que pasaban por la calle o que trabajaban enfrente. 

Una de las historias es la voz de Alejandra, cuyo padre repartía pan con un camión. Él estaba estacionado en la puerta de AMIA el día del atentado, y a su lado se encontraba otro auto. Cuando explotó la bomba, toda la onda expansiva cayó sobre la camioneta, que ofició involuntariamente como escudo del coche. ‘’Como en todas las obras, pero en esta más todavía, cada función es distinta’’, comenta  Levinton y argumenta:’’En la última, un señor se levantó, se subió al escenario y le dijo: ´yo quiero agradecerle a tu papá que falleció porque me salvó la vida´’’. El espectador era la persona que estaba en aquel auto’.

‘’Yo lo que quería era que todos los testimonios sean una especie de monólogos conversados, de ir uniendo las historias de todos, que tienen mucho en común porque la historia del otro es un poco nuestra también’’, cuenta Levinton. 

«La obra habla de la falta, pero también del reclamo de justicia y de los momentos lindos», dice Levinton.

Con tan solo cinco sillas sobre el escenario y cuatro personas que cuentan su relato, la obra recorre intensas y extremas emociones: desde el llanto de los hechos inevitables, a risas inesperadas como respuesta a las anécdotas de los que dan vida a la obra. 

Pero una de las sillas siempre queda vacía. Los actores van rotando de asiento a medida que transcurre la obra, pero siempre hay una silla vacía. Esto es en representación, y conmemoración, a las 85 víctimas que dejó el atentado. ‘’La obra habla de lo impredecible que es la vida. De que las cosas suceden y vos no sabes cuando va haber una silla vacía, lo que también implica un montón de cosas. Tiene que ver con la falta, que es inevitable, siempre va haber una silla vacía pero también tiene que ver con recordar, reclamar justicia, recordar momentos lindos, porque eso hace que no esté tan vacía. Mantener viva la memoria’’.

 

“Hacer teatro es un acto de resistencia”

“Hacer teatro es un acto de resistencia”

En tiempos donde parece que todo es odio y negacionismo, la obra de teatro «Memoria de un poeta» invita a mantener el recuerdo vivo de los 30 mil desaparecidos.

Por arte de la magia escénica, el Teatro del Pueblo, en el barrio porteño de Almagro, se transforma en una biblioteca popular de Avellaneda. Allí, un grupo de compañeros toman el lugar como un acto de rebeldía y se reúnen para hacer memoria. Rita es la bibliotecaria, Tito el empleado de mantenimiento y Eduardo un poeta que intenta reconstruir, retratar y recordar a Elvira, una vieja amiga bibliotecaria, desaparecida por el terrorismo de Estado en el verano de 1978.

Con dramaturgia y dirección de Paula Marrón, Memoria de un poeta ayuda a pensar cómo recordamos con el paso del tiempo, cuáles imágenes están nítidas, cuáles se vuelven más difusas. Nos interroga acerca de quiénes somos, de aquello que olvidamos, de aquello que no, y propone recordar algo tan doloroso como la dictadura cívico militar, pero lo hace a través de lo lúdico y eso es lo que, a su vez, conecta a cada espectador con su propia memoria emotiva y trae a la mente personas o momentos importantes de sus vidas.

Memoria de un poeta es una obra pequeña e íntima con grandes actuaciones. Emiliano Díaz, José Manuel Espeche y Rosina Fraschina ponen el cuerpo a los personajes que tratan de reconstruir lo que dejó la ausencia de Elvira en ese poeta avellanedense.

En diálogo con ANCCOM, Paula Marrón expresa: “El proceso creativo fue muy lindo porque son actores sensibles y desde el primer ensayo buscaron la verdad y entendieron que el corazón de esta obra son los vínculos. Apostamos a eso. La obra también nos habla del amor en sus múltiples formas”.

Asimismo, Marrón considera que “en el contexto político y social que estamos viviendo hacer memoria es vital. La historia nos demuestra que nunca hay que dejar de hacer memoria, incluso cuando creemos que como sociedad estamos de acuerdo en algunas cosas; después los hechos nos demuestran lo contrario. Es muy triste todo lo que estamos viviendo y hacer teatro es un acto de resistencia. Como dramaturga tuve la necesidad de escribir sobre esto. Fue hasta casi inconsciente porque no sabía que iba a escribir sobre este tema”.

“La obra no sólo pone el foco en la memoria, sino en cómo los recuerdos se nos vuelven más difusos y algunos olvidamos por completo. Por ejemplo, hoy, a mis 41 años, pienso cómo recordaré este presente si llego a vivir hasta los 70.O cuando intento recordar mi infancia, por qué algunas imágenes están tan claras y otras ni siquiera puedo traerlas. Esta obra nos habla un poco de eso”, concluye Marrón.

Memoria de un poetase puede ver todos los domingos a las 18 en el Teatro del Pueblo (Lavalle 3636) yestará en cartel hasta el 11 de agosto.

«¿Vivís donde querés?»

«¿Vivís donde querés?»

La agrupación Inquilinos Agrupados junto al Cels y el colectivo Movida Colectiva -integrado por fotógrafes que pasaron por ANCCOM- inauguraron la muestra «Casa. La vivienda es un derecho», en el local de Niunamenos.

“Soy mamá de siete y muchos no me quieren alquilar”, se lee en una de las paredes del local de Bartolomé Mitre al 1700 que comparten Inquilinos Agrupados y Ni Una Menos. Esa frase no es la única, hay muchas más. Están intercaladas con fotos de diferentes tipos de viviendas. Son parte de la exposición Casa. La vivienda es un derecho, que reúne fotografías tomadas por integrantes de Movida Colectiva: Camila Godoy, Cristina Sille, Juli Ortiz, María Bessone, Noelia Guevara, Pilar Camacho, que antes habían sido fotógrafas en la Agencia de Noticias de la Carrera de Ciencias de la Comunicación, y Leandro Teysseire, quien sigue siendo editor de fotografía en la misma agencia. Es viernes. Se inaugura la muestra, y el local está lleno de gente observadora que mira con detenimiento cada una de las historias que se desprenden de las fotos. 

Detrás de la organización del evento está también el Centro de Estudios Legales y Sociales. Leandro Vera Belli, el coordinador del área de Tierra, Vivienda y Justicia Económica de ese organismo, cuenta a ANCCOM el trasfondo que enmarca a esta exposición de fotos. “Argentina tiene un déficit de vivienda muy grande”, dice y enseguida enumera una serie de problemas, como que los inquilinos hoy no tienen protección, que las obras públicas en barrios populares están frenadas, que hace poco murieron personas que vivían en la calle, que en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires los Centros de Inclusión Social, antes llamados “paradores”, no son suficientes. “En los últimos años se había empezado a encarar estos problemas con políticas grandes, como el ReNaBaP, los fondos para urbanizar los barrios populares y la Ley de Alquileres —dice Vera Belli—. El gobierno de Milei decidió interrumpir todo y el resultado son los alquileres desregulados, donde los inquilinos tienen que firmar contratos como pueden”. 

Un rato antes de que se abrieran las puertas del local para dar inicio a la inauguración de la muestra fotográfica, el grupo que integra Movida Colectiva ya estaba presente, esperando la apertura en la vereda. ¿Qué estaban haciendo todos? Sacándose fotos, claro. Cuando la puerta metálica del local había empezado a enrollarse hacia arriba para que las personas pudieran ingresar, Ortiz había capturado ese momento para siempre a través de la lente de su cámara. Lo mismo haría después, cuando sus compañeras Godoy y Camacho hablaran frente al público presente. Ortiz también dispararía el flash en el instante en que Gervasio Muñoz de Inquilinos Agrupados dijera que “la pelea por la vivienda debe ser colectiva y en eso estamos aunque los tiempos sean adversos”. Es que Ortiz y el resto de Movida Colectiva todo el tiempo están mirando el mundo a través de la lente de la cámara, porque es su esencia de fotógrafas. 

La exposición de imágenes va a estar a la vista de todos hasta el 13 de septiembre cada vez que Inquilinos Agrupados y Ni Una Menos realicen actividades con convocatoria en el lugar. No tiene un horario fijo para ir a visitarla sino que se la puede ver al asistir a algún evento organizado por esas agrupaciones. Godoy cuenta que quienes integran Movida Colectiva se habían conocido primero en ANCCOM. “Ahí nos dimos cuenta del potencial que teníamos cuando salíamos a cubrir todas juntas —dice en un tono motivador—. Después quedamos como amigas y el año pasado nos anotamos en un programa de actualización de la universidad. Ahí tuvimos la idea de hacer este trabajo sobre vivienda porque entendíamos que había muy poco producido desde lo visual sobre el tema”. 

La información empírica que produce el Centro de Estudios Legales y Sociales en torno a esta problemática es tan importante como contundente, pero lo cierto es que llega a la parte racional de las personas. En cambio, estas imágenes que se ven acá noquean, llegan a lugares muy recónditos del inconsciente y se quedan ahí por semanas, meses, años. Tal es el caso de una fotografía obtenida por Sille que muestra a dos hombres y un perro guarecidos en una carpa, que en un momento fue abierta por alguien que parece haberles provocado la risa, porque ambos muchachos están sonriendo. Es curioso que sonrían, porque lo único que parecen tener es eso: la carpa, la sonrisa mutua, la compañía perruna y nada más (y nada menos). Sille le cuenta a esta agencia que sacó esa foto en 2021 durante una toma de terrenos en Barracas, donde está el barrio 21-24. “No los quisieron dejar entrar a unos edificios que estaban desocupados y entonces tomaron un terreno vacío que tenía el ferrocarril e instalaron carpas. Ahí permanecieron varios días hasta que negociaron la retirada pacífica a cambio del acceso a la vivienda”, cuenta Sille. ¿Qué se siente ver esa foto en esta exposición? “Es una maravilla que esto haya sucedido, sobre todo en este contexto político. Fue posible gracias a la universidad pública, en la que pudimos crecer y profesionalizarnos —reflexiona Sille—, porque nosotras nos conocimos primero en ANCCOM y después seguimos juntas en el Programa de Actualización en Fotografía y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires”. 

En el subsuelo del local, un proyector muestra imágenes que se van sucediendo una tras otra. Se las puede ver con comodidad desde un asiento que parece imitar la forma de un colchón, o al menos parece tener esas mismas proporciones. El ambiente es más tranquilo y oscuro en este sector, lo que invita a escuchar con atención las narraciones con voces en off que acompañan las fotos. “En CABA el alquiler de un monoambiente duplica el salario mínimo”, se escucha por ejemplo en este momento, y así muchas otras. Al final aparece un fondo negro con unas letras blancas que dicen: “¿Vivís donde querés?”. 

“Ni gente sin casa, ni casas sin gente”

“Ni gente sin casa, ni casas sin gente”

Se realizó el festival “Que no calle” en más de veinte de centros culturales porteños con la participación de artistas, bandas musicales, y con diversas actividades, como parte de una campaña colectiva para que la calle no sea una vivienda. Se trata del quinto festival de este tipo y sirvió también para homenajear a Mercedes Sosa.

“La gente no muere de frío, la mata la desidia del Estado”, dice Mónica Farías desde arriba del escenario del local de la Asamblea Popular Plaza Dorrego, en Avenida San Juan al 800. “Militar hoy es casi un privilegio. Nosotros seguimos con este espacio de amorosidad y lucha colectiva”, agrega la referente de la Asamblea. Les habla a las personas que han venido al festival “Que no calle”, que se hace cada año en este lugar y en otros veintitrés centros culturales porteños desde 2019. Después de escuchar esas palabras llenas de abrigo, las personas presentes le regalan a Farías un aplauso caluroso, ruidoso, afectuoso. 

Ambas cuestiones, las palabras abrigadas y los aplausos calurosos, son muy necesarias a esta hora de la noche, porque la temperatura de afuera del local, que está en tres grados, hace que los dedos de las manos se entumezcan, que los hombros y los dientes se tensionen. No hay campera suficiente para mitigar el frío de afuera, pero la sensación de frío es pasajera para las personas con casa. Distinta es la situación para quienes duermen en la calle, que viven con frío hasta que un día el mismo frío los termina matando. 

Esta noche es la víspera del que sería el cumpleaños de Mercedes Sosa. El encuentro de hoy es para homenajear a la cantante, pero también para hacer visible que hay miles de personas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires cuyas casas son la mismísima intemperie, el cielo descubierto, y cuyas camas no pasan de ser un cartón tirado en el suelo de alguna vereda. Son personas sin techo que, como pasó en la última semana de junio, terminan muriendo en la calle, de frío, de tristeza, de soledad, pero, más que nada, de abandono estatal. La Asamblea Popular Plaza Dorrego y otras catorce organizaciones sociales están llevando adelante el festival en este mismo momento, en otros centros culturales porteños, para juntar alimentos y ropa que después serán donados a los sin techo. 

Mientras Farías habla a la totalidad de los presentes en el local, que en su mayoría está sentada alrededor de mesas compartidas, algunas personas están mirando unos cuadros con fotos que cuelgan de una pared. Muestran diferentes situaciones de personas sin techo, como el caso de un chico que está dormido en la calle, sin un cartón que lo separe del cemento, y que tiene un sánguche de jamón y queso a medio terminar cerca de su cara con ojos cerrados. 

La exposición de fotos es de Julio Colantoni, quien cuenta a esta agencia que él es un artista visual platense que vino a vivir al centro porteño en 2001, cuando la crisis dejó a muchos a la buena de Dios. Seis años después de su llegada, ya tenía 200 personas fotografiadas. Dice que en un momento empezó a entrevistar a los sin techo y que ahora tiene unos 900 fotografiados. “Cuando uno pone estas fotos en un espacio público, la gente se anima a preguntar. Se dice que a la gente no le importa la problemática, pero en mi humilde experiencia no es tanta la indiferencia sino la impotencia. La gente ve a personas en situación de calle y no sabe qué hacer. No se da cuenta de que, a veces, simplemente quieren charlar”, dice. 

Un rato antes, cuando todavía las personas que se acercaban al lugar no llegaban a generar un calor humano que superara la helada del exterior, unos pares se divertían haciendo xilografía, una técnica de impresión con una plancha de madera pero que, en este caso, era de PVC. Un chico, por ejemplo, había pintado de rojo una de las planchas y después la había estampado en un pedazo de tela. El resultado había sido una frase con letras regordetas y rojizas: “Ni gente sin casa ni casas sin gente”. La mesa de intervención gráfica estaba a cargo del Centro de Estudiantes de la Escuela Superior de Educación Artística Manuel Belgrano. Además, había tenido lugar un breve taller de danza impulsado por la Compañía Folklórica Divergente. “Uno, dos, tres, zapateo. Girito, vuelta”, repetía una y otra vez el instructor a las personas que habían decidido participar. Y hasta Nani Lamadrid, una artista de diecisiete años, había hecho una performance con el cuerpo, que incluía un baile y una interpretación gestual de las palabras que se desprendían de una narración oral grabada con su propia voz. No había faltado tampoco la poesía de Fer López. 

Ahora ya no es Farías quien está en el escenario sino el Dúo cardinal, que canta canciones de Mercedes Sosa y de otros artistas populares de Argentina. Más tarde hará su gracia la banda Dejavú. Mientras todo eso pasa en el local de la Asamblea Popular Plaza Dorrego, en otros centros culturales porteños como Musicleta, Vuela el pez, JJ circuito cultural y tantos otros, están ocurriendo cosas similares: hay artistas expresándose y hay donaciones de ropa y comida acumulándose en cajas, en mesas, debajo de escaleras o en rincones cercanos a los respectivos escenarios. Y las personas, tanto de acá como de allá, toman y comen cosas ricas elaboradas y vendidas por las organizaciones sociales. Con la recaudación de esas ventas, en todos los casos, las agrupaciones van a poder asistir a los sin techo con ollas populares. 

En el local de la Asamblea Popular Plaza Dorrego, cuando Dejavú termina de cantar, Farías le dice a ANCCOM que “la noche estuvo fantástica, con mucha alegría popular. Se sintió un clima de mucha solidaridad y de entender cuál es el sentido de estar hoy reunidos, que es celebrar el legado de la Negra Sosa, levantar sus banderas y sostenerlas en el futuro, donde ojalá no haya hambre ni nadie durmiendo en la calle”. Todo esto lo dice cuando el reloj marca las doce de la noche pasadas, justo cuando la cantante tucumana devenida en emblema de la cultura popular argentina cumpliría 89 años.