La foto que se convirtió en estampita

La foto que se convirtió en estampita

Se estrena «La imagen santa», un documental de Pablo Montllau que va detrás de la historia del retrato icónico de Gilda que hoy veneran sus devotos. Para Silvio Fabrykant, el fotógrafo que la sacó, fue una toma más.

Tras su paso por la sección Panorama Argentino del 39° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, llega al Gaumont La imagen santa, una producción que rastrea el camino de una foto que trascendió lo musical.

Después de casi una década de trabajo, Pablo Montllau estrena su tercer documental, que narra la historia detrás de la última foto de Gilda y cómo, con el paso del tiempo, se convirtió en ícono de fe. La proyección será este viernes a las 20 en el Cine Gaumont, con una función especial que contará con la presencia del director, los protagonistas y decenas de devotos.

La historia sigue a Silvio Fabrykant, autor de numerosos retratos de la cultura popular argentina, que intenta escapar de la sombra de su imagen más famosa: la portada del último disco de Gilda. Con material de archivo y testimonios de músicos, escritores, productores discográficos, curas y fanáticos, La imagen santa indaga cómo las personas construyen alrededor de esa foto relatos de sanación y milagro.

En diálogo con ANCCOM, Montllau reflexiona sobre el rol del archivo en los documentales, la construcción de confianza con los entrevistados y la importancia de hacer las cosas despacio y con criterio.

 

¿Cómo nació la idea de contar esta historia?

Siempre me interesó mucho la figura de Gilda. Cuando empecé a estudiar cine, me empezó a llamar la atención el tema de los santos populares en general y ahí me di cuenta de que Gilda era contemporánea a nosotros. A diferencia de la mayoría de los santos, que pertenecen a épocas muy lejanas, ella era alguien actual, y esa devoción que se generó en torno a su figura siempre me pareció fascinante. Recuerdo ir al santuario, hablar con fans y encontrarme con historias muy personales de sanaciones o experiencias íntimas que tenían algo de realismo mágico y que me costaba traducir en imágenes. En 2014 me enteré de una muestra de Silvio Fabrykant con retratos de la movida tropical, entre ellos uno icónico de Gilda. Ahí sentí que había encontrado la clave, ya que él era el autor de la foto más importante para la devoción en torno a ella. Cuando fui a hablar con él, me encontré con que la consideraba como una foto más. Decía que en su estudio pasaban decenas de artistas y que en ese momento ella no se destacaba particularmente, sino que se convirtió en “Gilda” después. Ese contraste fue un shock al principio, pero también el conflicto que necesitaba, ya que la imagen más venerada por sus devotos era, para su autor, algo sin importancia.

 

¿Cómo fue el proceso de reunir los testimonios?

Todo empezó alrededor de 2015. Después del estreno de mi primera película me junté con Matías, el director de fotografía con el que siempre trabajo, le conté que tenía una idea para el próximo documental y le hablé de Silvio Fabrykant. Con él arrancamos a filmar en 2015. Fue un proceso muy a pulmón, porque no teníamos equipos propios y dependíamos de que alguien nos prestara una cámara o de poder acomodar los rodajes entre otros trabajos. Eso hizo que lo fuéramos haciendo muy de a poco y que todo se estirara bastante en el tiempo. Entre medio llegó la pandemia, y recién en 2021 terminamos de filmar todo. En total fueron unos seis años de rodaje, con ese ritmo lento que también tiene su lado positivo, porque el paso del tiempo va acomodando las cosas y le da otra perspectiva al material. Después vino el proceso de edición, que se extendió hasta 2024. Así que desde la idea hasta el estreno pasaron alrededor de nueve o diez años.

A Silvio Fabrykant, el fotógrafo de Gilda, nunca le entusiasmó la imagen a la hoy muchos le rezan.

Con tantos registros distintos, ¿cómo decidiste qué imágenes y relatos incluir?

Para mí, en un documental el archivo es fundamental y lo interesante es no sólo usarlo sino filmarlo. Desde el principio tuvimos claro que no queríamos que predominara el material de los recitales o su música. La película no estaba pensada como una biografía sobre su vida o su carrera, sino como un relato de lo que ella dejó en la gente después de su muerte trágica y de cómo se construyó esa devoción. Por eso evitamos apoyarnos demasiado en fotos o en entrevistas que circulan en internet. En lugar de usar archivos ya conocidos, preferimos generar nuestras propias imágenes filmando los discos, registrando murales en Buenos Aires y mostrando banderas de fans. Esa fue, de alguna manera, una primera forma de jerarquizar. Con los testimonios, lo que apareció fue un choque de fuerzas que estructuraba la película. Por un lado estaba Gilda, con devotos, Leo García y la gente del santuario y por otro lado Silvio Fabrykant, con voces como Gisela Volá, Elio Kapszuk o Alejandro Margulis, que aportaban un análisis más racional y académico. No buscábamos jerarquizar un lado por sobre el otro, sino equilibrarlos y poder generar así tensión en el relato.

 

¿Cómo te acercaste a cada uno para que se sintieran cómodos y pudieran compartir sus historias?

Yo venía de hacer mi primera película, Relámpago en la oscuridad, donde trabajamos con muchos músicos y gente del rock. En ella, el método era bastante directo: llamábamos a alguien, fijábamos un lugar y filmábamos sin demasiada vuelta. Con La imagen santa sentí que no quería repetir ese esquema, porque necesitaba que hubiera otra relación, que no fuera simplemente llegar y encender la cámara. Por eso, tanto con Fabrykant como con los demás entrevistados, lo primero que hice fue generar un vínculo. Con los fans, por ejemplo, llegué a reunirme con tres o cuatro aunque después solo filmé con uno. Recuerdo haberme encontrado en Retiro con un muchacho de Entre Ríos y haber pasado más de una hora conversando, o haber ido un domingo al cementerio para hablar con varias personas que estaban ahí. Ese proceso me servía para entender mejor sus historias, pero también para ser respetuoso con algo tan íntimo como la fe y la devoción. Sentía que primero tenía que escucharlos y recién después definir qué quería preguntar o qué valía la pena registrar. Con todos los entrevistados traté de trabajar de esa manera, salvo con Leo García. En su caso fue distinto porque tiene una agenda muy apretada y no había margen para ese acercamiento previo. De todos modos, ya sabía muy bien qué quería de él porque lo había visto en otras entrevistas y tenía claro que podía aportar algo clave hacia el final del documental. En definitiva, el objetivo era generar confianza y que las personas estén más sueltas frente a la cámara, mientras yo mismo iba descubriendo hacia dónde quería llevar la película.

 

Tus trabajos destacan por su imagen y música. ¿Cómo pensaste estos elementos en La imagen santa?

Tanto en este caso, como en los anteriores, la clave está en trabajar con un equipo estable. Está Matías Lago, el director de Fotografía; los productores Rodrigo Cala y Mariano Fernández; y Carlos Cambariere, que además de editor es co-guionista, director y músico. Con él tenemos una dinámica muy particular: solemos armar juntos el guion, a partir de un esqueleto inicial, y de ahí surgen nuevas escenas que volvemos a filmar. Como después se encarga de la edición, llega con una mirada muy completa y, además, es quien compone la música. Creo que ese cruce de roles nos permite integrar más las partes, no es que hay un guionista por un lado, un editor por otro y un músico aparte, sino que todo se va construyendo en conjunto y con continuidad. Con Matías, en lo visual, también trabajamos con criterios muy definidos. Para esta película decidimos imponernos ciertos dogmas como filmar siempre con trípode y plantear encuadres con mucho aire arriba, para transmitir la sensación de pequeñez frente a algo inmenso. Por ejemplo, cuando Silvio hablaba de lo divino y lo mágico de Gilda, buscábamos que en la imagen él quedara pequeño en el cuadro, rodeado de espacio, reforzando esa idea de lo trascendente. En la película mantuvimos esa lógica, salvo en la escena final, que filmé yo solo con cámara en mano. Al principio Matías no estaba convencido, pero después terminó diciéndome que era la mejor toma, porque rompe con todo lo anterior y le da un cierre distinto. Hay un pensamiento estético muy cuidado, que surge también de tomarnos mucho tiempo y hacer las cosas despacio, con criterio y en diálogo constante.

Leo Arias es uno de quienes brindan testimonio en el documental.

¿Qué desafíos encontraste a lo largo del proceso?

El principal fue la financiación, ya que prácticamente no contó con apoyo económico. Presenté la película dos veces al INCAA y no salió, seguramente porque mis proyectos no eran tan sólidos y yo mismo todavía no tenía del todo claro qué quería contar. Las devoluciones que recibí fueron muy útiles, porque me ayudaron a entender que estaba yendo hacia un enfoque demasiado lineal y me llevaron a replantear la dirección de la película. Luego conseguimos un pequeño mecenazgo de la Ciudad de Buenos Aires que ayudó un poco, pero en gran parte la película se sostuvo con recursos de mi segunda película, La imagen real, aprovechando equipos y tiempos de rodaje para completar lo que faltaba. El otro gran desafío fue encontrar hacia dónde debía ir la película. Al principio sentía que estábamos entre la espada y la pared, sin un camino definido, y Silvio, que al comienzo era muy reacio a hablar de la foto, sumaba la dificultad de generar confianza. Con el tiempo vimos que empezaba a cambiar su mirada sobre la imagen y a reconocer la importancia que tenía para la gente, y eso resultó clave para definir el rumbo de la película.

 

¿Qué expectativas tenés para el estreno en el Gaumont?

Queremos que sea un evento especial. Estamos organizando que algunos músicos toquen afuera, quizá una banda tributo a Gilda, para acompañar la llegada del público. Los fans también están coordinando para llevar banderas y vestirse como Gilda, siguiendo la imagen de Fabrykant. Todo esto me pone contento porque se siente una energía muy linda y colectiva. Si logramos llenar la sala, será un estreno inolvidable.

Las entradas para La imagen santa pueden adquirirse en la boletería del Cine Gaumont (Av Rivadavia 1635).

“Nuestro absoluto repudio a las decisiones y acciones del presidente del INCAA”

“Nuestro absoluto repudio a las decisiones y acciones del presidente del INCAA”

Centenares de directoras, actrices y trabajadores del cine se manifestaron ante la sede del Instituto Nacional de Cinematografía para rechazar la privatización del canal Cine.ar y de la plataforma Cine.ar Play. Fuerte repudio a la política gubernamental de desfinanciamiento y desguace que encarna Carlos Pirovano, actual titular de la entidad.

 

Este martes 30 de septiembre se reunieron en la puerta del Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Audiovisuales (INCAA) trabajadores del cine y referentes del instituto para leer un documento unitario elaborado de manera colectiva, que rechaza el anuncio de la privatización de las pantallas de CINE.AR TV y CINE.AR Play. La confirmación acerca de la medida se hizo el 7 de agosto mediante un posteo en la cuenta de X del INCAA. Entre quienes realizaron la lectura del documento –firmado por más de 15.500 personas y 100 entidades–  se encontraron las actrices Cristina Banegas, Ana Celentano y Susana Varela.

 A lo que Carlos Pirovano, actual presidente del INCAA, le llama superávit, ellos le llaman subejecución. El organismo no está cumpliendo la función que le es prevista por la Ley 17741 de Cine, como expresan en el documento: “La Ley de Cine tiene como objetivo promover y difundir la cinematografía nacional en sus aspectos técnicos, industriales, culturales, patrimoniales y artísticos en todo el territorio argentino. Este fomento incluye la producción, distribución y exhibición de películas, asegurando el derecho fundamental de acceso a la cultura de todas las personas que habitan la Argentina”.

 El 67 por ciento del dinero recaudado por el organismo, que se obtiene mediante el 10 por ciento de cuota de pantalla previsto por la ley, está siendo colocado en actividades financieras tales como bonos, y no en cumplir con la tarea impuesta por la normativa de regular y fomentar la actividad cinematográfica nacional.  Mientras que antes se estrenaban en nuestro país alrededor de 200 películas por año, en lo que va del 2025 solo se estrenaron seis producciones bajo las nuevas normativas impuestas por el presidente del INCAA.

“Está claro que el objetivo no es financiero, sino ideológico, destruir las herramientas que garantizan el acceso federal y democrático al cine argentino, borrar nuestra memoria audiovisual y entregar el patrimonio cultural del país a los monopolios internacionales del entretenimiento –enfatiza el documento–. Nos oponemos rotundamente a esta ofensiva contra nuestra cultura nacional y exigimos la defensa y fortalecimiento de nuestras pantallas públicas. Sin películas y sin pantallas se incumple la ley y perderemos nuestro cine. Por todo esto reiteramos nuestro absoluto repudio a las decisiones y acciones del presidente del INCAA y afirmamos hoy más que nunca que el cine argentino es orgullo, identidad y memoria”. De esa manera cierran el comunicado, que leyeron frente a las puertas del instituto, mientras minutos antes se comentaba que Pirovano se encontraba dentro.

Mariana Bruno, actriz y delegada de ATE INCAA, destacó la importancia de los contenidos que hay en la plataforma: “Nada puede asegurar que haya cuidado de ese contenido, que haya una valoración como se le tiene a ciertas cosas que son rarezas, desde las primeras películas de Gardel hasta una de Damián Szifron. Con todo eso no se sabe lo que va a pasar, pero entendemos que a esta gestión no le importa mucho tampoco el cuidado o la protección de las obras en general”. Bruno apunta, también, contra de la justificación que se dio de la medida: “El verso de la plata es algo muy característico de este gobierno en general, pero acá en el INCAA fue lo primero que se puso en juego. ‘Bueno, despedimos trabajadores porque no hay plata’. Bueno, ahora se cierra Cine AR porque no hay plata”.

 La plataforma de streaming on demand Cine AR Play, tiene digitalizadas cerca de 9.000 películas y más de 2,6 millones de usuarios registrados. De quedar en manos de un privado, la preservación de ese archivo no está garantizada, y mucho menos el acceso gratuito a los usuarios.  

 Al principio de la gestión de Pirovano, entre el canal y la plataforma había 90 trabajadores; actualmente, quedan sosteniendo ambas solo 12. Si hablamos de todas las instituciones que engloba el INCAA, el 60 por ciento de la planta del instituto fue despedida o forzada a tomarse un retiro.

 Por último, Bruno destaca que la lucha en contra del cierre del canal y la plataforma es algo a favor del pueblo en general. “No es solo para los productores, para los cineastas o para los laburantes del INCAA, es para todos los argentinos y argentinas, para que puedan ver películas de forma gratis y nuestro propio cine, lo que es nuestra identidad, lo que nos refleja como sociedad”.

 

Por otro lado Andrea Testa, directora de cine y miembro del consejo asesor del INCAA, se refirió al balance que hizo Pirovano de su primer año de gestión, donde alardea haber logrado un “superávit”: “A ese superávit, que ellos dicen, nosotros le llamamos subejecución, porque a la par se suspendieron un montón de proyectos de películas que tenían el visto bueno de los comités de selección, se cerraron también las formas de acceder a los subsidios, ni que hablar la situación que están pasando las escuelas de cine, no solo la de acá de CABA. Entonces, ¿por qué si hay dinero adentro del instituto no lo está poniendo en lo que debería hacer, que es gestionar y fomentar el cine nacional en toda su actividad?”

 El cine no es solo de quienes lo hacen sino también de quienes lo miran, disfrutan y se nutren de él. Por eso es fundamental la adhesión a la lucha del sector de la industria audiovisual del resto de la población, ya que el ataque abarca más allá de quienes no podrán producir o publicar sus obras, sino del valor que se pierde al no  poder acceder a ellas.

 

Una feria que es una fiesta

Una feria que es una fiesta

Más de 40 librerías, charlas, música en vivo y gastronomía formarán parte de la Fiesta del Libro Usado, que promete reunir a miles de lectores y autores, con catálogo de selección, en la Biblioteca Nacional.

El sábado 4 y domingo 5 de octubre, la Plaza del Lector de la Biblioteca Nacional será escenario de una nueva edición de la Fiesta del Libro Usado (FLU). Con entrada libre y gratuita, el evento convocará a las principales librerías de segunda mano de Buenos Aires y ofrecerá la posibilidad de descubrir ediciones singulares, conversar con autores y disfrutar de un espacio donde la literatura se cruza con la música y la gastronomía. “Buscamos promover a la lectura como una experiencia que forma comunidad”, asegura Patricio Rago, organizador de la FLU, en diálogo con ANCCOM.

El encuentro, que este año celebra su cuarta edición, nació del deseo de Rago de crear un espacio dedicado exclusivamente a los libros de segunda mano. En 2022, después de haber trabajado largamente en la idea, convocó librerías que encajaran con su propuesta, buscando no solo títulos de calidad, sino también libreros capaces de hacer buenas recomendaciones y mantener precios accesibles. “No podía ser que una ciudad como Buenos Aires, con su tradición de libro usado, no tuviera un evento así”, señala.

La primera edición de la FLU se llevó a cabo en Plataforma Nave, un centro artístico casi escondido detrás del Planetario. Con 16 librerías y 1.500 visitantes, la prueba piloto reveló el entusiasmo de los lectores y la necesidad de un espacio más visible y accesible. En 2023, la explanada de la Biblioteca Nacional se convirtió en su nuevo hogar, con el respaldo de Guillermo David, director de Coordinación Cultural. El cambio resultó decisivo, ya que de aquel modesto debut se pasó a más de 40.000 asistentes, y en poco tiempo se consolidó como un encuentro masivo que hoy convoca a más de 60.000 personas.

El crecimiento del evento se refleja también en las librerías participantes. Este año, la Plaza del Lector reunirá 47 puestos -siete más que el año pasado-, que desplegarán sus títulos y ofrecerán la posibilidad de encontrar grandes joyas literarias. Uno de los sellos del evento, y lo que lo diferencia de otros festivales similares, es el criterio de selección de sus participantes. Con el éxito de cada edición, son muchas las librerías que desean sumarse, pero solo unas pocas cumplen con el perfil del encuentro. “La FLU no es una feria abierta para encontrar cualquier cosa, sino que hay una curaduría de los expositores como de los libros que llevan”, destaca el organizador.

Al definir quienes participarán, Rago no sólo evalúa los títulos y sus precios, sino también la manera en que los libreros viven su oficio, la pasión que ponen en su trabajo y la relación que establecen con los lectores. “Hay gente que a mí no me interesa que esté porque entienden la compra y venta de libros de una manera diferente a la del evento”, explica. Para él, el librero funciona como un filtro, encargado de aportar calidad al recorrido y ofrecer a los visitantes una experiencia cuidada y valiosa. “Esta doble curaduría garantiza una calidad de libros imposible de encontrar en otro lugar”, agrega.

La organización de la FLU demanda un trabajo arduo, con etapas de planificación, coordinación y autogestión que arrancan a principios de año. Al frente están Rago y Paz Marenco: él aporta su experiencia como dueño de Aristipo Libros y coordina cada detalle del evento, mientras que ella se encarga de la comunicación y la gestión de artistas. Juntos conforman la dupla que hace posible que todo funcione.

A pesar de las dificultades económicas y la falta de apoyo estatal, la FLU se consolida como un motor para la circulación de libros usados. En cada edición, la venta de títulos en un fin de semana puede equivaler a uno o dos meses de ventas para algunas librerías. Además de permitir que los visitantes se lleven ejemplares a precios accesibles, el evento funciona como una ventana para dar a conocer nuevas propuestas y fortalecer la economía de este sector. “Aún en este contexto nefasto, las librerías esperan la FLU y personas de otras ciudades me escriben para sacar los pasajes”, comenta Rago.

La programación de esta edición invita a sumergirse en la lectura como experiencia colectiva, combinando debates y música en vivo con la participación de figuras consagradas y emergentes de la cultura. “No sólo pensamos en artistas que nos interpelen o nos gusten, sino en quienes tengan una propuesta y un estilo capaces de conectar con el público de la FLU”, menciona.

El discurso de apertura estará a cargo de Betina González y abordará el vínculo de los escritores con el lenguaje, el éxito, el mercado y la ansiedad por publicar. En línea con esta temática, el sábado a las 15, la filósofa Karina Pedace y el artista Santiago Caruso presentarán la conferencia “IAceleración artificial y delegación cognitiva”, para analizar los aspectos menos visibles de la tecnología y los desafíos al producir material creativo.

El domingo a las 14, Milagros Porta y Juan Tolosa liderarán “Sub 30: escenas, poéticas y disputas de una generación”, una charla destinada a conocer qué escriben, cuáles son las búsquedas y qué batallas literarias están dando los jóvenes autores. Más tarde, Juan Mattio, Kike Ferrari y Guillermo Korn presentarán la actividad “La Pyme de Hugo: un puesto del Centenario como lugar de encuentro y formación de lectores”. En ella contarán la historia detrás de uno de los puestos más emblemáticos del Parque Centenario y mostrarán como un pequeño puesto de libros puede transformarse en un núcleo de circulación del conocimiento y de construcción de comunidad. “Gracias a la curaduría de libros y a las recomendaciones que hacía, Hugo marcó a muchísimos lectores y escritores”, recuerda Rago.

Pensada como una fiesta más que como una feria, la FLU se define por su carácter celebratorio y comunitario. Además de motorizar la economía del sector y funcionar como punto de encuentro, sus organizadores se enorgullecen de llevar adelante un proyecto que propone un vínculo con la lectura diferente al que suelen ofrecer otros eventos. “La gente viene porque no tenemos una propuesta comercial ni careta, sino auténtica y centrada en el amor por los libros”, concluye.

 

La programación completa de la Fiesta del Libro Usado (FLU) se puede conocer acá.

“Los pibes son esclavos y víctimas del narco”

“Los pibes son esclavos y víctimas del narco”

“Yo quiero ser sicario. Una escuela sitiada por los narcos” es una novela basada en hechos reales y fruto de varios años de trabajo de su autor, Eduardo Marostica, como psicólogo y docente, en programas estatales en distintas zonas de la ciudad de Rosario.

Crudo y realista, Yo quiero ser sicario. Una escuela sitiada por los narcos, de Eduardo Marostica, cuenta cómo los pibes de las periferias de Rosario son reclutados por las bandas narco y a partir de allí se ven envueltos en una espiral de violencia y delito, y cómo la escuela y los docentes cumplen un papel de refugio y contención, ante el pedido de ayuda de esos jóvenes.

Epicentro del narcotráfico en el país, Rosario se ha convertido en escenario de lucha entre bandas rivales, y sus habitantes en rehenes del miedo y la inseguridad, ante la “vista gorda” delas autoridades. Tal es el contexto del libro de Marostica, casi un reflejo de la realidad que viven muchos jóvenes en la ciudad.

Desde la tapa, que muestra a un adolescente apuntando con un arma, la obra se propone como un llamado a la reflexión sobre la situación que se vive allí, donde es muy fácil entrar el narco, pero es mucho más difícil salir. De hecho, de acuerdo a lo que se desprende del libro, son unos pocos los que lo logran, mientras que otros son asesinados en el intento.

En diálogo con ANCCOM, Marostica afirma: “Esta novela es una visión de la realidad que sucede, pero que traslado ficcionalmente a la historia de mi libro y que no está alejada de nuestras vidas. La obra tiene cuatro personajes principales, dos jóvenes llamados Luna y Santiago, una directora y un trabajador de un colegio, todos personajes ficticios pero sus historias verídicas, como la de tantos pibes y pibas de los alrededores de Rosario”.

“Muchos adolescentes están vulnerables a caer en manos de los narcos –sostiene el autor–. Sus voluntades son doblegadas por estos delincuentes, consecuencia de la miseria y el hambre que viven en la periferia. Son tomados como esclavos y víctimas de la violencia, los varones puestos al trabajo de matar y las mujeres a cocinar la droga. Mi novela es una denuncia. Se habla de esto en las noticias policiales, pero no se conocen sus historias, el detrás de escena de estos hechos violentos perpetuados por el narcodelito, que hacen perder la inocencia tempranamente a estos jóvenes”.

“En el libro también abordo tema como el rol que ejercen los docentes, que se convierten en guardianes de estos adolescentes, que ven a la escuela como esa trinchera, el lugar más seguro para sus vidas, en donde encuentran en los profesores sus grandes contenedores, lejos del peligro que los acecha a cada momento”, agrega. La tapa, según Marostica, “fue una estrategia para captar la atención del lector: es más convocante que la imagen de una escuela con estudiantes, o un docente dando clase”.

“Con la literatura –explica– pretendo hacer que esta realidad no se vea como algo ajeno. Escribo historias de la periferia de Rosario porque es mi ciudad de origen,pero no quiere decir que esto no pase en otros lugaresni en otras partes del mundo. El proceso de escritura me llevó dos años, en los que recolecté mucha información, testimonios y una vez que tuve todos los elementos empezó la labor de redacción”.

Marostica tiene una larga trayectoria en el ámbito educativo, tanto a nivel secundario como universitario, además de ejercer como psicólogo. “En los grupos narco, a los varones, que son convocados para ser sicarios, se les pone un arma en sus manos, haciéndolos sentir que tienen el poder y el control de todo. Las mujeres, en cambio, son destinadas a tareas más domésticas, como cocinar y fraccionar la droga. Esta división de roles no solo refleja la desigualdad de género, sino que también perpetúa la estigmatización y la violencia en estas sociedades”.

“La sociedad –prosigue Marostica– tiende a estigmatizar a estos jóvenes como delincuentes o peligrosos, ‘cabeza’,‘cabecita negra’, sin entender las verdaderas razones que los llevan a involucrarse en el narcodelito”. Con su libro, el autor intenta comprender las raíces del problema y mostrar la importancia de la prevención y concientización, para que los jóvenes no queden a merced de las poderosas bandas narco.

La novela pone en valor la necesidadde abordar la problemáticade manera seria y responsable, buscando soluciones que involucren a todos, llevando a los jóvenes la esperanza de una sociedad más justa, y más aún a aquellos que no pueden salir y precarizan su vida diariamente.

“Educar significa alimentar, cuidar, es una forma de amar –expresa Marostica–, más hoy, en tiempos en que la escolarización está totalmente despojada de afectos y cuidados, y también en la cuna familiar, en donde en muchos lugares el abuso tiende a convivir silenciosamente en sus vidas”.

Yo quiero ser sicario. Una escuela sitiada por los narcos fue declarada de interés general por el Consejo Municipal de Rosario y por la Cámara de Diputados de la provincia de Santa Fe. Recientemente, el autor, de visita en Buenos Aires, la presentó en el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI). Se puede adquirir online y en librerías.

El sobreviviente que volvió a desaparecer

El sobreviviente que volvió a desaparecer

«López, el hombre que desapareció dos veces» es un documental que alterna tres tiempos narrativos para reconstruir la historia de militancia y los dos secuestros del principal testigo en la primera causa que condenó al genocida Miguel Etchecolatz. Las líneas de investigación estancadas que hacen perdurar la avasalladora impunidad.

Llega al cine Gaumont el 2 de octubre el largometraje López, el hombre que desapareció dos veces, dirigida por Jorge Leandro Colás y estrenada en La Plata en el decimonoveno aniversario de la segunda desaparición de Jorge Julio López, el pasado 18 de septiembre. Sobreviviente de distintos centros clandestinos de detención, tortura y exterminio que funcionaron en La Plata durante la última dictadura civico militar, López volvió a desaparecer en 2006 en democracia. Esta segunda vez, era el día en que se leían los alegatos del juicio contra el genocida confeso Miguel Osvaldo Etchecolatz, en el marco del primer juicio nacional de lesa humanidad luego de que fueran anuladas las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.

La detallada y extensa declaración que hizo López en dicho juicio lo convirtió en un testigo clave, el único que reconoció al genocida como perpetrador de fusilamientos, jefe de “la patota”, presente en las detenciones y sesiones de tortura. Por sobrevivir al horror, López se encomendó a proteger solitariamente y a través de manuscritos la memoria que luego relató ante el tribunal. Por sus declaraciones fue nuevamente desaparecido y a 19 años de aquel 18 de septiembre se sigue sin conocer su paradero. Su causa es una herida abierta y el símbolo de la impunidad.

En entrevista con ANCCOM, Colás explica que junto a Tomás De Leone en el guion y Felipe Celesia como director periodístico, decidieron volver sobre el caso López porque “nos interesaba exprimir la posibilidad que habilitó el paso del tiempo de poder hacer nuevas lecturas y construir otras capas de sentido sobre un caso tan incómodo y complejo, que cuando ocurrió, causó altísimo impacto en el entramado social. El recurso del documental nos permitió mirar con mayor profundidad y reflexión. Desde el presente que atravesamos, esta causa -emblemática por la particularidad y complejidad de las desapariciones de Jorge- construye un nuevo relato”.

El proyecto que comenzó en 2021 no preveía ser estrenado en un contexto en que la vicepresidenta fuera Victoria Villarruel, persona estrechamente vinculada a Etchecolatz y mencionada en su agenda. “Este último tiempo hay una tendencia a simplificar o distorsionar algunas situaciones, entre ellas, cómo eran los militantes políticos en 1976. Por eso, nos parecía importante contar, principalmente a las generaciones más jóvenes, qué tipo de militante era López: un obrero y albañil, militante barrial de una unidad básica que se comprometía desde un rol social, ayudando a las familias y chicos del barrio”, explica el director del film.

La historia de Jorge Julio López, militante, sobreviviente y testigo, se reconstruye desde el presente, con una narrativa accesible y casi pedagógica, alternando entre dos pasados: su primer secuestro el 27 de octubre de 1976 y en 2006 con su segunda desaparición. “Queríamos contar su caso de manera clara y con todos los elementos ordenados en un sentido informativo para que todas las personas entiendan lo que sucedió. Ya sea quienes no conocen el caso como también aquellos que fueron testigos de su desaparición en 2006. Pusimos el énfasis en los datos e hipótesis de la investigación judicial que fueron perdiendo protagonismo a medida que pasaba el tiempo”, detalla el director.

El Poder Judicial que ve y no mira

La historia se va armando con un “rompecabezas de entrevistados” en el que participan las voces más autorizadas para contar el caso. En lo que respecta a la causa de Etchecolaz y el juicio de 2006, aparecen el entonces juez titular del Tribunal Oral Federal 1° de La Plata, Carlos Rozanski, las abogadas de la querella Myriam Bregman y Guadalupe Godoy y el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá. “Solá es la figura que ocupa el rol más incómodo en la película, porque su relato está en tensión con el de los organismos de Derechos Humanos que hacen críticas a su gobernación y a su responsabilidad sobre lo ocurrido. Él no había sido entrevistado sobre el caso salvo en el momento de los hechos y para este documental aceptó sin condicionamientos”, explica Colás.

Para narrar el presente, aparecen Hernán Schapiro y Gonzalo Miranda, los fiscales de la causa abierta luego del segundo secuestro que se caratuló como “presunta desaparición forzada”; también; el abogado de la familia López, Alfredo Gascón, y el hijo de Jorge Julio López, Rubén López, que narra cómo el dolor se fue acoplado a la rutina que convive con la desaparición: las calles de La Plata donde fue visto por última vez su padre, recortes de noticias en medio del aserrín de su carpintería y el trabajo conjunto con las organizaciones de memoria para preservar los manuscritos de su padre.

“Nos interesaba reponer el estado actual de la causa, las hipótesis que se barajaron y luego se abandonaron”, explica Colás. Por ello muestran las líneas de investigación irrisorias a las que la justicia destinó tiempo y recursos claves, pero también aquellas en las que decidió no profundizar y que eran, para los organismos de Derechos Humanos, las más concretas y probables. Estos insistían principalmente en seguir las hipótesis vinculadas a los policías bonaerenses que López había nombrado en su declaración. Las abogadas Bregman y Godoy relatan que eran al menos nueve mil los efectivos policiales que habiendo cumplido funciones durante la dictadura mantenían el cargo al momento de la segunda desaparición. Para ese momento, Etchecolatz junto a varios genocidas se alojaban en el Complejo Penitenciario de Marcos Paz, pudiendo suponerse un planeamiento conjunto del secuestro. Además, los militantes buscaban que la causa se anexara a otras por delitos de lesa humanidad y quedara a cargo de la justicia federal. Esto recién ocurrió un año y medio después de la desaparición, misma fecha en la que se apartó a la Policía Bonaerense de la causa.

El documental recupera material audiovisual de una marcha que se realizó días antes de la segunda desaparición de López, el 12 de agosto de 2006, en la conmemoración del nacimiento de la nieta apropiada de María «Chicha» Mariani, Clara Anahí Mariani Teruggi. Entre los militantes platenses resaltan dos hombres, de los cuales uno solo fue identificado, que miran directamente a López y no al escenario como todos los asistentes. “Nos parecía fundamental mostrar la cara de estas personas que fueron interrogadas sobre el caso López, pero cuyos rostros la mayoría del público nunca había visto”. El sujeto en cuestión es Raúl Chicano, un expolicía de La Bonaerense y exsecretario privado de Ramón Camps. También incluyeron la declaración de Susana Gopar, funcionaria de la misma fuerza y antigua secretaria de Etchecolatz.

Jorge Julio López fue visto por última vez cerca de las 10:15 de la mañana del lunes 18 de septiembre de 2006 en la calle 137 entre 66 y 67, puntualmente entre una verdulería y una sucursal de la Empresa Distribuidora La Plata Sociedad Anónima (EDELAP). Entre los dos locales solo hay una puerta que lleva a una propiedad horizontal en la cual vivía Gopar. Como explican en el film, ninguna de estas líneas de investigación se profundizaron debido a frenos que puso el juez federal de la causa, Arnaldo Corazza.

Aún se desconoce con certeza si la desaparición fue perpetrada por oficiales de La Bonaerense, el círculo cercano que responde a Etchecolatz o si ambos trabajaron en conjunto. Sí es seguro que se buscó silenciar y amedrentar a otros que quisieran presentarse a declarar con la reapertura de los juicios. El trabajo solitario que realizó López por mantener el recuerdo de lo vivido en 1976, se convirtió en símbolo. La silueta de su boina y su campera de polar se dibuja en paredes, afiches y calles para mantener viva su memoria.

Formatos para guardar

La filmografía de Colás está constituida en su mayoría por películas documentales. Sobre el formato explica: “Tiene una incertidumbre que me interesa mucho más que la ficción, que es un género relativamente controlado porque se escribe un guion y un actor lo recrea. En cambio, en el documental se trabaja con circunstancias y personas reales, logra algo mucho más vivo, dinámico y atractivo. Te permite abrir a un mundo distinto, con personas a las que no tendrías acceso si no fuera en el marco de la historia que querés contar”.

“Los documentales siempre son subsidiados por los Estados porque de otra forma no existirían. Tienen un rol fundamental como bien cultural que excede al momento de su estreno en las salas de cine. Lo que importa es la vida posterior que tiene, su exhibición en diferentes espacios generando debate y reflexión. Por eso, hacer una película por medio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) es fundamental porque se logra acceder a todos los espacios que tiene el organismo en el país. Al sucederse un nuevo aniversario de su desaparición, teníamos la necesidad imperiosa de estrenar en su ciudad, donde están su familia y sus vecinos, y el caso continúa muy vivo”, explica Colás sobre el film que además se estará presentando en el Festival Audiovisual de Bariloche (FAB). Sin embargo, la productora Salamanca Cine, empresa que dirige junto a Carolina Fernández, tuvo que sortear el recorte presupuestario que afronta el cine nacional. El documental aprobado por el INCAA antes de su recambio de autoridades, tuvo que batallar para que la nueva gestión le reconociera el financiamiento.

 

López, el hombre que desapareció dos veces, estará disponible en el cine Gaumont desde el jueves 2 al miércoles 8 de octubre, en la función de las 19.

A leer que se acaba el mundo

A leer que se acaba el mundo

La Fundación Leer celebró la 23° Maratón Nacional de Lectura con más de cuatro millones de participantes en instituciones de todo el país, con un lema que une y convoca antagonistas: “Desde el lobo feroz a Lord Voldemort”.

 Celebrar la lectura en tiempos hostiles es importante, sobre todo cuando las estadísticas oficiales cómo las pruebas Aprender indican que niños, niñas y adolescentes no alcanzan el nivel lector esperado: sólo el 20 por ciento de los estudiantes llega a comprender textos complejos.

La Fundación Leer trabaja en la Argentina desde 1997, cuando se hizo la Primera Maratón Nacional de Lectura, con el objetivo de que todos los niños y niñas tengan acceso a la educación de calidad. Es en ese marco que este año realizó la edición número 23°, con más de cuatro millones de participantes de todo el país. Según publica la institución en su sitio web, se trata de “poner en valor la lectura como una práctica fundamental para el desarrollo integral de los niños y niñas y para construir un futuro mejor”, “promover el derecho a leer y apoyar la formación de lectores”.

En 27 años de trabajo, Fundación Leer desarrolló programas en las 23 provincias del país y en la Ciudad de Buenos Aires con la participación de 2.647.979 niños y jóvenes, la distribución de 2.683.458 libros nuevos, la creación de 4.511 espacios de lectura y la de 31.406 adultos, entre docentes y líderes comunitarios de escuelas y centros de todo el país.

Maratonistas

La maratón “surgió como un proyecto muy chiquito y, como fue buena la recepción de quienes participaron en una jornada de lectura, con el tiempo se fue transformando en la campaña de lectura sin ningún tipo de condicionamientos” comentó Natalia Abran, integrante del equipo de comunicación de la Fundación Leer. La jornada se realizó en escuelas, clubes, bibliotecas y centros culturales donde se generaron espacios específicos para la lectura, con ambientación, puestas en escena y disfraces que atravesaron desde el nivel inicial hasta la secundaria.

Esta edición se llevó adelante bajo el lema «Desde el lobo feroz a Lord Voldemort. Este es el año de los antagonistas», invitando a la exploración y reflexión de personajes que desafían, interpelan y que invitan a leer. El lanzamiento de la jornada fue a media mañana en el Centro Comunitario del Barrio Padre Carlos Mugica en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde aproximadamente 70 niños y niñas de la Escuela Nº 11 del Polo Educativo María Elena Walsh y del Centro Comunitario Bichito de Luz participaron de un espectáculo de narración oral y música a cargo de la narradora Andrea Martinoli. La creatividad maratónica se reflejó en todas las escuelas, con lobos, caperucitas, brujas, bocas de lobos y carteles, como el colegio José Manuel Estrada de la provincia de Córdoba, que alertaban del peligro en la puerta de entrada “Escuela tomada por antagonistas”. “Nos parecía una idea diferente poner el foco sobre el antagonista, nos gustó mucho y en la maratón nos dimos cuenta que el tema gustó muchísimo y eso se vio reflejado sobre todo hoy las redes que son un espacio donde las escuelas y las familias nos dan sus testimonios” analizó Abran al finalizar la jornada.

Durante el proceso de inscripción se registraron 14.500 instituciones de 3.115 localidades de todo el país. Entre los participantes se encontraron niños, niñas, adolescentes y adultos, además de 100 voluntarios promotores de lectura. Para realizar esta celebración, “además del compromiso que tiene la Fundación Leer, trabajan muchas escuelas, docentes y directivos que están muy comprometidos con esta tarea y se suman espontáneamente a organizar la Maratón Nacional de Lectura, y para eso trabajan todo el año, no es sólo una jornada” apuntó Natalia Abran.

La organización pone a disposición en su web recursos gratuitos para trabajar, desde juegos en línea, videos con narraciones, recomendaciones de lectura y actividades para que también puedan crear historias.