«Cada domingo puede haber un nieto o nieta en la cancha»

«Cada domingo puede haber un nieto o nieta en la cancha»

En el mes de la memoria y a 46 años del último golpe de Estado, recibió a las Abuelas de Plaza de Mayo en una actividad abierta para socio y vecinos.

En una nueva charla por la identidad, en el marco de los 46 años del último golpe de Estado, el Salón Filiberto del club Boca Junior abrió sus puertas para recibir a las Abuelas de Plaza de Mayo  Estela de Carlotto, Buscarita Roa y Manuel Gonçalves, nieto restituido N° 57; junto con el presidente xeneize Jorge Amor Ameal y el prosecretario del club, Alejandro Veiga.

“No te parece que hay sillas de más”, preguntó  Ameal a los organizadores del evento. “No, el salón está desbordado”, le respondieron.

La sala estaba llena: socios, vecinos del barrio y dirigentes estaban expectantes ante la palabra de aquellas mujeres que un día supieron sortear los miedos y llevar la bandera de sus hijos y nietos. Manuel Gonçalves, hijo de Ana María del Carmen Granada y Gastón Gonçalves, empezó la charla. Xeneize por ley y sangre, ya que su familia de origen también lo era, ayer recordó su historia y contó lo importante que es para él ser quien es hoy, no sin antes agradecer a Abuelas por tener la posibilidad de vivir su verdadera identidad. “Estoy acá gracias a ellas dos, gracias a todas las Abuelas de Plaza de Mayo y todas esas personas que se jugaron durante la dictadura para empezar a buscarnos, gracias a ellas puedo contar esta historia”. Además, Gonçalves pidió colaboración de todos los presentes para que puedan comprometerse con la causa de Abuelas: “Ayúdenos a encontrar a ese otro que puede estar ahora al lado de nosotros, en la cancha o en otro lugar”, reflexionó.

Buscarita Roa, es la única abuela de nacionalidad chilena que integra Abuelas de Plaza de Mayo. En 1972 llegó a la Argentina en busca de un tratamiento para su hijo mayor José Poblete, que con 15 años sufrió un accidente ferroviario. José era estudiante en Chile con fuertes convicciones e ideales que mantuvo al llegar a la Argentina. En la militancia conoció a su compañera y juntos tendrían a Claudia Victoria, su primera y única hija que recién en el año 2000 se encontraría con su abuela y su verdadera familia. Para Roa, tanto Claudia como los demás nietos, “son los nietos de todos”, ya que en cada uno de ellos viven sus hijos e hijas, los años más oscuros de nuestro país, pero también la esperanza de la vida y el incesante reclamo de justicia. Roa hoy vive en La Boca, cerquita de la cancha, y cuenta que no podía ser de otro club que el que hoy le abría las puertas. “Es un orgullo hoy estar acá junto a Estela”, manifestó.

La última oradora fue Estela de Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, quien narró a lo largo de la tarde lo difícil que fue tomar la decisión de salir a Plaza de Mayo a reclamar por sus hijos y sus nietos en plena dictadura, pero el miedo no les ganó: recorrieron y dieron vueltas esa plaza las veces que fue necesario. “Para los milicos, los hombres eran los peligrosos y ellos nos decían: ¡Déjenlas, son mujeres, se van a cansar! Y nosotras dijimos: ¡Sí, déjenos, déjenos!”.  Y así fue, las dejaron y no se quedaron quietas. Hoy son historia viva y ejemplo de lucha. Llevaron las causas de sus hijos hasta los organismos internacionales más reconocidos e incluso se convirtieron en  pioneras en ciencia para fundar el primer Banco Nacional de Datos Genéticos en nuestro país.

Carlotto junto a Abuelas recorrieron el mundo en busca de ayuda y hoy ya con un equipo conformado de profesionales que las respalda no pararán hasta encontrar hasta al último nieto. “Viajamos tanto estos años y vamos a seguir viajando”, afirmó Carlotto, quien además expresó que “encontrar un nieto es el mejor regalo”, y continúo “porque no buscamos solo el propio sino el de todas”. A pesar de sus 91 años, Estela dice que  aún tiene mucho por andar:  «Mientras esté en condiciones y aunque sea con bastón, lo voy a seguir haciendo porque la vida mía está para eso. Mis compañeras son mis hermanas, hace ya hoy 45 años, para seguir buscando los 300 nietos que faltan», afirmó.

«Estar en este club es realmente un hecho histórico en un lugar histórico. Boca es la historia del fútbol en la Argentina, por los hechos, por las circunstancias, por la gente, por el fanatismo y el amor al club”, expresó la presidente de Abuelas de Plaza de Mayo.

Con un cálido aplauso y de pie, los vecinos, socios y dirigentes del club despidieron a las Abuelas no sin antes pedirles alguna foto a la que amablemente aceptaron sacarse, pero la jornada no podía cerrar sin tener la palabra del presidente de Boca, quien manifestó: “Nosotros somos reconocidos por el fútbol, pero ustedes por el amor, el compromiso y la perseverancia”, expresó Ameal. El encuentro no solo reafirmó el compromiso que el club Boca Juniors tiene con a la memoria, la verdad y justicia -ya que en octubre del año pasado tanto las autoridades de Boca como River firmaron un convenio con Abuelas de Plaza de Mayo para la difusión de las búsquedass- sino también de que el deporte en su conjunto puede ser una herramienta fundamental para la búsqueda de los más de 300 nietos que aún esperan conocer su verdadera identidad.

Acorralados

Acorralados

El impacto económico que causaron las medidas de Domingo Cavallo en diciembre de 2001, en primera persona. Tres historias para recordar qué significó la crisis en la vida de las familias argentinas.

“Cuando acompañé a mi papá al banco estuvimos desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Vi gente llorando que perdía la plata de su vida”, dice Liliana Ramírez.

La crisis social, política y económica estalló con gran virulencia el 19 y 20 de diciembre, pero fue el 3 diciembre de 2001 que el estallido empezó a incubarse. Después de diez años de políticas neoliberales de los gobiernos de Carlos Menem que trajeron consigo el cierre de fábricas, pérdidas de puestos de trabajo, la convertibilidad y la desestabilización del sistema financiero, esta vez, de la mano del gobierno de Fernando De La Rúa, del ministro Domingo Cavallo, anunciaba la restricción de la libre disposición de dinero en efectivo de plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorros tanto en pesos como en dólares, dando origen al famoso Corralito. Esta decisión llevó a que centenares de personas, comerciantes como Armando Orlando, pequeños ahorristas como Claudia Culeddu e incluso quienes simplemente habían hecho una transacción eventual por esos días, quedaran prácticamente en ruinas.

Sin dinero para trabajar

La historia de Armando Orlando y su microemprendimiento arranca con la vuelta a la democracia. Desde un local en plena estación de La Plata junto a su cuñado por años, hicieron y vendieron berlinesas, churros, pastelitos, entre otras especialidades durante muchos años. “Trabajamos muy bien por aquellos años”, recordó con nostalgia. Se habían hecho conocidos entre los trabajadores y los niños, que por la mañana pasaban por la estación a comprar algo dulce para desayunar, pero el 2001 paralizó su producción y Ricas Platenses- como se llamaba su negocio- nunca más pudo abrir sus puertas. 

Orlando no era un gran ahorrista, vivía el día a día y para él cada peso que entraba a través de la venta de sus productos, era signo de reinversión en materia prima. “Después de lo que pasó no podíamos comprar ni siquiera harina para seguir haciendo nuestro trabajo, nada, la pasamos negra”, contó. Armando contó, además, que tuvo que pedir prestado a sus familiares para poder subsistir. Por esos años, estaba casado y su esposa trabajaba en una casa de familia adinerada en el centro de la ciudad, pero no era suficiente el sueldo para ambos. “Yo tenía que trabajar, hacer algo, sino mi esposa me iba a matar”, recordó.

Armando se enteró de todo lo que sucedía por las calles a través de los canales de televisión: “Cuando veía la tele lloraba,  más de impotencia, porque estaba mal, y nosotros íbamos a reclamar, íbamos y nos decían: Vuelva tal día, y lo único que quedaba era poner un abogado, pero no teníamos plata para el abogado. Yo tenía todo el dinero en el Banco que confié toda la vida, el Banco Obrero, y no podía retirarlo”. Víctima del corralito, tTres meses, más precisamente 80 días, pudo sostener el negocio. Si bien no tenía empleados, no contaba con dinero para seguir produciendo.

“Al otro día que pasó el desastre te decían que iban a devolver la plata, pero no devolvían nada, y yo la necesitaba. No me la devolvieron, no vi más esa plata. Por esto entré en una depresión terrible en esa época y era más joven”, recordó que tenía 51 años. Armando es religioso en la Capilla de San Antonio de Papúa. Hoy trabaja como diácono en las capillas más humildes de Quilmes y cuenta que en aquel momento, la fe lo ayudó a salir de su pozo depresivo. “Salí rezando, yo ya estaba en la iglesia, era ministro y me decían, y yo me decía a mí mismo, que la plata ya iba a volver”.

Armando trabajó toda su vida como trabajador autónomo y el 2001 significó un antes y después en su vida, transitó la crisis con “changas” hasta que encontró trabajo en una empresa como pintor contratista, pero a pesar de ello, se le hizo difícil sostener la cuota de monotributista- “Ahora estoy mejor, por lo menos me va alcanzar, no para tirar manteca al techo, dice Armando – entre risas-, pero por lo menos me alcanza”, cuenta hoy, con 70 años, esperando ansioso su jubilación.

El 2001 dejó marcas, traumas -asegura Armano- que por ello resalta que nunca más me animó a hacer un emprendimiento. “Siempre pensaba que me podría volver a pasar”, expresó respecto a su miedo de perderlo todo nuevamente.

Sueños que se hicieron pesadillas

 

Cuando el corralito la sorprendió a Claudia Culeddu, trabajaba en una agencia de computación. Alquilaban junto a su marido Daniel, un monoambiente en Lanús y tenían una hija de dos años. Claudia y Danielabrieron una cuenta en el Banco Francés, donde mes a mes juntaban dinero para cumplir el añorado sueño de la casa propia. Un día antes del corralito, habían renovado el plazo fijo que compartían juntos: “Nosotros no teníamos mucha plata, pero nos había costado mucho sacrificio juntarla. Sentíamos mucha bronca y angustia”, dijo y comparó su situación con la película “La odisea de los giles” que narra la historia de un grupo de personas afectadas por el corralito del 2001 y la corrupción de un banquero y el sistema financiero. “La primera vez que vimos la película con mi marido, nos pusimos a llorar porque se nos vino todo el recuerdo a la mente. Mi hija tenía dos años y medio e hicimos muchos sacrificios para juntar la plata. Da mucha bronca que otro se la coma, fue un momento de mierda”, expresó.  

Después pudieron recuperar una parte del dinero, logramos comprar un departamento en cuotas, cinco años después. Hasta que finalmente, vendimos ese departamento y con esa plata, más un préstamo, compramos una casa. “Mucho laburo siempre para poder comprar la casa. Lo que hicieron fue un robo encubierto. Nunca más confié en un banco”.

Para Claudia y su esposo, el fin de año del 2001 fue más que difícil, ya que luego de la pérdida de sus ahorros, ambos se quedaron sin trabajo “Estuvimos unos meses sin laburo, estábamos alquilando. Fue todo un combo”, contó. La crisis los obligó a dejar de alquilar y vivir en casas de familiares. Si bien venían siguiendo por las noticias la situación política y económica del país, nunca imaginaron lo que ocurriría. 

Claudia hoy es trabajadora del turismo, uno de los sectores más golpeados durante la pandemia y si bien su situación actual es muy distinta a la que vivió hace 20 años, expresó su preocupación por quienes aún no tienen trabajo ni tampoco una vivienda digna para vivir.

Buscar deudores para recuperar la plata

«Cuando llegamos a Buenos Aires, el banco era un caos. Era terrible», recuerda Liliana Ramírez

Liliana Ramírez es docente jubilada y desde que se casó soñó con vivir al sur del país y por ello pagaba un plan de vivienda en la provincia de Chubut, pero al tiempo se les volvió insostenible el mantenimiento de la casa y como su  trabajo estable era en Buenos Aires, decidió vender la vivienda en el sur. “Fuimos pagando mientras iba pasando el tiempo. Queríamos vivir en el sur, pero la vida allá es mucho más difícil. Cuando vendimos nos dijeron que la plata iba a estar a principios o finales de diciembre 2001”.

Liliana y su marido no eran ahorristas, sino que habían hecho una transacción para girar el dinero de la venta de su casa a Buenos Aires, justo un día antes del estallido. “Cuando llegamos a Buenos Aires, el banco era un caos, era terrible. Mi marido me pasaba a buscar por el trabajo e íbamos al banco y había muchas cuadras de cola. La gente estaba muy nerviosa. Nosotros escuchábamos cosas. Ya habíamos pasado por 1989, una crisis difícil en la escuela. Esta crisis pensábamos que se iba a superar”.

Entre los afectados, también estuvo su padre quien sí tenía ahorros desde el año ‘99, y se vio afectado por el corralito, sin poder recuperar nunca la totalidad de lo depositado. Años antes, Liliana había perdido a su hermano y tanto ella como su padre se encontraban mal anímicamente. “Mi papá, ya venía con una angustia terrible y verlo en el mostrador, como tantas otras personas mayores, me salió gritar”, recordó. Como su padre, había cientos de jubilados y personas mayores que hacían largas filas en las puertas de los bancos por una respuesta. “La última vez que lo acompañé me dio mucha pena, eran los ahorros de toda su vida”. Su papá tenía dinero también por la venta de una casa en el Banco Provincia. “Cuando acompañé a mi papá al banco estuvimos desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Vi gente llorando que perdía la plata de su vida”.

Las soluciones “eran muy sencillas” según sugerían los empleados de los bancos. No se retiraba la plata en dólares ni tampoco en pesos. “La suma completa no se podía retirar. Nosotros decidimos buscar una persona por decisión propia, porque el banco recomendaba que buscáramos a alguien con deuda con el banco y nosotros le pagáramos la deuda y esa persona nos diera a nosotros la plata. Perdimos mucho dinero, ya que se pagaba solo un porcentaje”, recordó Ramírez, quien por entonces encontró en el diario un deudo.

“Éramos jóvenes. Sabíamos que íbamos a salir adelante. Teníamos trabajo, con altibajos, porque mi marido trabaja en la construcción y a veces le salía trabajo y otras veces no”, pero era una situación desoladora. Veíamos las imágenes que pasaban en Plaza de Mayo y nos queríamos morir. Nunca imaginamos eso. Mucho nerviosismo se sentía en general y en particular en el lugar donde vivía”. Liliana es de Claypole, uno de las tantas localidades del conurbano bonaerense donde en 2001 se desataron saqueos a causa del descontento social.

Un secuestro en pleno vuelo

Un secuestro en pleno vuelo

En una nueva audiencia del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad en el Pozo Banfield, el Pozo de Quilmes y la Brigada de Lanús, los hijos de Susana Sosa de Forti rememoraron el secuestro junto a su madre, el cautiverio y búsqueda infructuosa.

En una nueva jornada, esta vez la N° 51, que investiga los juicios cometidos en el Pozo de Quilmes, el Pozo de Banfield y la Brigada de Lanús declaró la familia Sosa-Forti: Alfredo, Guillermo y Renato, tres de los cinco hijos de Alfredo Forti y Nélida Susana Sosa, quienes fueron secuestrados en un vuelo de Aerolíneas Argentinas junto a su mamá, el 18 de febrero de 1977.

Con unas notas ayuda memoria que apuntalaban el paso de los años y el dolor de no olvidar ningún detalle de aquel trágico día -y a pesar de que la defensa del represor Samuel Eduardo De Lío, exjefe del Regimiento de Viejo Bueno, se opuso- Alfredo Forti comenzó su testimonio. “Mis padres eran parte de una generación de alta sensibilidad hacia el otro, que los llevó a tener una participación y una actitud militante y proactiva en favor de los sectores desposeídos de nuestra sociedad y en busca de resolver los problemas de inequidad e injusticia», explicó Alfredo, quien recordó que ambos crearon una escuela de técnicas de enfermería en un pequeño pueblo de Santiago del Estero y realizaban campañas de alfabetización.

Su padre, de quien lleva el nombre, era cirujano y lo habían contratado en Venezuela, por eso la familia se había trasladado a Buenos Aires para tramitar los pasaportes y viajar hacia su encuentro, pero no los dejaron. Ya embarcados y en pleno avión, les avisaron por alto parlante que solicitaban la presencia de su padre en la cabina y que debían bajar por aparentes problemas de documentación. Ante la negativa y reiterados pedidos de explicaciones de su madre, civiles armados actuaron por la fuerza. “Salimos del aeropuerto y nos subieron a un Peugeot y a un Falcon. Nos sacan de la zona hasta un camino de tierra secundario donde todos fuimos vendados y atados, incluidos mis hermanos pequeños”. Mario, de 13 años; Néstor de 10; Renato de 11 y Guillermo de 8. Alfredo era el mayor y por entonces tenía 16. Todos fueron trasladados a un garage de manera momentánea y luego los llevaron a un calabozo por seis días, lugar que años después pudo reconocer como el Pozo de Quilmes. “En ningún momento se nos informaron las razones por las cuales habíamos sido detenidos, ni tampoco pudimos comunicarnos con nuestros familiares, no se nos explicó nada sobre por qué estábamos ahí, en esas circunstancias”.

Los calabozos daban a un patio interno que se comunicaba con otras celdas en la parte superior, allí Alfredo y sus hermanos pudieron ver a estudiantes que dijeron que eran de La Plata: “Había una de ellas que estaba embarazada de seis meses. Los nombres que nos dieron, sobre todo a mis hermanos que, para tranquilizarlos, les cantaban canciones, eran Alicia y Violeta”, recordó.

“El coronel le informó a mi madre que estábamos detenidos y que teníamos que ser trasladados a Tucumán, el lugar donde estábamos viviendo, que no sabía la razón y que no se preocupara, que eran seis días nada más”. El sexto día de cautiverio, el 23 de febrero de 1977, les anunciaron que los trasladaban y los hicieron bajar. Los sentaron en la vereda y los taparon con una sábana. “Estamos llevando a tu madre a Tucumán, en seis días la tenés de vuelta”, le dijo el coronel a Alfredo, a quien, junto a sus hermanos, lo dejaron tirado, con muy poca ropa, casi nada de los que llevaban en su equipaje y sin la documentación completa.

Allí sólo se iniciaba el infierno para los Forti. Fue el comienzo de un arduo proceso de contacto con su padre y el intento de ubicar y recuperar a su madre, sin contar que ellos tenían planeado un viaje internacional y sin pasaportes no podían hacerlo, ya que en cautiverio les habían robado todo. “En ese momento recibimos negativas totales por parte de Aerolíneas Argentinas, presidida por el Brigadier San Juan. Se complicó todo”, recuerda.

“Nosotros solo podíamos viajar si acusábamos a mi madre de que nos había abandonado y si la culpábamos de que se había robado nuestros pasaportes.”

Si bien por un momento los menores quedaron a la suerte de la autorización de una jueza para poder viajar -ya que su padre se encontraba en Venezuela y su madre desaparecida– finalmente pudieron hacerlo, incluso a pesar de que la jueza los incitó a declarar en contra de Susana Sosa de Forti, su propia madre. “Nosotros solo podíamos viajar si acusábamos a mi madre de que nos había abandonado y si la culpábamos de que se había robado nuestros pasaportes”. Ante la indignación y el dolor de escuchar esas palabras, los niños se negaron. Gracias a las gestiones de su padre desde la distancia y la ayuda del religioso Alfonso Naldi que los contactó con la Policía Federal, lograron la devolución de sus pasajes y pasaportes.

“Hasta el último segundo de vida que tengan estos señores -dice Alfredo, refiriéndose a los genocidas- tienen momento de redimirse de alguna manera y eso es hablando y dando a conocer la información que tienen, las responsabilidades que existen y los destinos finales de nuestros seres queridos”, cerró Alfredo Forti.

Luego de un cuarto intermedio, prosiguió el testimonio de Renato Forti quien, ante las preguntas de la Fiscalía, comenzó su relato y afirmó lo dicho por su hermano mayor, Alfredo, sobre cómo sucedieron los hechos. A diferencia de Alfredo, Renato lució un acento venezolano, aquel que sus años de exilio le hicieron adoptar. Además de contar lo sucedido arriba del avión antes de despegar, también afirmó el proceso de búsqueda que llevaron a cabo Alfredo y su padre cuando finalmente pudieron concretar su viaje hacia Venezuela: “Inmediatamente se pusieron en contacto con organismos internacionales denunciando todos los hechos, mi padre y mi hermano mayor se dedicaron a la búsqueda de mi madre. Mi hermano mayor se entregó a la búsqueda de mi madre, pero nunca salió un resultado que dijera dónde estaba. No teníamos noticias de nada”, lamentó.

“Al principio fue muy fuerte separarse de mi madre, nos costaba aceptar lo que sucedió. Fue muy impactante. Llegué a sentirme aislado y retraído por todo ese trauma que pasamos. Quisiera que se haga justicia porque mi madre era extraordinaria, muy buena, ella no se merecía que pasara esto”, declaró Renato.

El tercer y último testimonio fue el de Guillermo Forti, el más pequeño de la familia al momento de la detención, quien expresó que cuando su madre le dijo que tenían que bajar se sorprendió mucho y se sintió asustado: “Recuerdo cuando sacaban nuestras valijas del avión y posteriormente nos llevaron y subieron a dos vehículos, un Peugeot y un Falcon. Mario, Renato, Néstor y yo en un vehículo y Alfredo y mi mamá en otro”, contó. Además, comentó que recuerda muy bien los modelos de los autos porque jugaban a un juego con sus hermanos y pudo reconocer bien que se trataba de un Peugeot 504 y un Ford Falcon. Guillermo expresó que entró en un estado de llanto y angustia porque él siempre estaba con su mamá, por eso también lo bajaron y lo pasaron al auto en el que iba su madre. 

Al final de su testimonio, Guillermo recordó su pesar sobre la pérdida: «Mi madre era una madre muy cariñosa, tierna, amiga. Durante mucho tiempo tenía la esperanza de verla llegar a en las fiestas. Yo he llegado a no asistir a esas fiestas típicas de las madres con sus hijos, por la ausencia de mi madre», expresó.

Historia de un rugbier desaparecido

Historia de un rugbier desaparecido

En una nueva audiencia del juicio por los crímenes cometidos en el Pozo de  Banfield, Pozo de Quilmes y la Brigada de Lanús, declararon los familiares del militante desaparecido Juan Carlos Abachian.

La audiencia N° 50 del juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en los pozos de Quilmes, Banfield y Lanús comenzó casi puntual, con solo cinco minutos de retraso. En esta ocasión, declararon Mercedes Loyarte, Rosario Abachian y Marta Susana Abachian, todas familiares de Juan Carlos Abachian, un joven rugbier y militante de la juventud peronista y Montoneros secuestrado el 27 de diciembre de 1976.

“Corré que te matan”, le gritó Juan Carlos Abachin a su compañera Mercedes Loyarte el día que lo detuvieron en la puerta de su departamento de La Plata. Mercedes, luego de ver por la ventana a personas uniformadas, atinó a escapar gracias al alerta del padre de su hija. Trepó las paredes de las casas linderas y desde ese momento nunca más volvió a verlo. Ambos habían militado en la juventud universitaria peronista, en la Universidad Católica de Mar del Plata hasta 1975, pero cuando mataron a unos compañeros de la Carrera de Derecho, decidieron mudarse a Buenos Aires junto a su bebé recién nacida, Rosario.

Con mucho pesar y dolor, Mercedes Loyarte relata la odisea que los padres de Juan Carlos tuvieron que hacer para saber dónde estaba su hijo y qué habían hecho con él. Además, contó cómo ella, con 22 años, tuvo que esconderse junto con su hermana, su hija y la odisea para conseguir asilo: viajar hasta Montevideo, Brasil y finalmente España, el país que las recibió en el exilio, durante los ocho años de Dictadura argentina y donde vive hasta hoy junto a su hija. “El exilio es un desarraigo enorme. Es volver a empezar en todos los sentidos – expresa Loyarte con angustia y emoción y continúa-:Seguíamos con miedo y era muy difícil relacionarse en España. No te salvaba estar tan lejos. Mi familia fue particularmente seguida, mis padres soportaron once allanamientos donde nos buscaban a mi hermana y a mí. Incluso se presentó un capitán negociando para que nos entregaran”.

A través de la lectura de una carta emotiva, Loyarte expresa su agradecimiento de poder declarar y reivindicó el pedido de justicia en nombre de las y los desaparecidos: “Espero que este proceso judicial sirva como reparación a todos nuestros compañeros, sus familias, amigos y a todos que junto con ellos les desaparecieron su futuro”.

“Yo nací el abril del 76, unos días después del Golpe y en diciembre secuestraron a mi viejo. Yo tenía ocho meses y mi padre 26 años”, dijo Rosario, hija de Mercedes y Juan Abachian, con un marcado acento español Rosario. Todo lo que sabe Rosario de su padre, fue a través de los relatos de su mamá y los distintos testimonios en los juicios por lesa humanidad. Es a partir de ellos que reconstruyó quién era su papá, cómo y dónde fue secuestrado, las torturas que sufrió e incluso las anécdotas que tuvo durante el cautiverio. En el momento que se lo llevaron, Rosario se encontraba junto a sus abuelos en Mar del Plata: “Por suerte, no estaba con ellos, sino mi madre no se hubiera podido escapar y hubiera sido una nieta más robada”, contó. 

Cuando la querella de ¡Justicia Ya! preguntó por cómo impactó en su vida y la de su mamá el exilio y vivir con la desaparición de su padre hasta hoy, Rosario, sin vacilar, expresó: “Fue una ausencia muy grande con la que hemos tenido que vivir todos y todas. Los duelos son distintos de las personas que lo conocieron y de las personas que casi no tuvimos relación con ellos. Es una ausencia y un dolor que forma parte desde siempre, que no se va y es permanente”. Rosario añadió que creció alejada de su familia de origen, ya que recién pudo conocerlos con la vuelta de la democracia a los nueve años. No tuvo la oportunidad de conocer a su padre, ni mucho menos recordarlo, pero pudo saber que fue una persona muy generosa, que soñaba con una sociedad más justa. “Me hubiera gustado conocerle y me siento heredera de ese compromiso que tenía mi padre, mi madre y sus compañeros», expresó al finalizar su testimonio.

La casa de la familia Abachian  sigue mostrando las huellas de los  disparos  hasta hoy.

La tercera y última testigo fue Marta Abachian, hermana de Juan Carlos, quien recordó que luego de un partido de rugby de su hermano, en septiembre de 1976, encontraron oficiales en la puerta de su casa. Allí empezaría “la pesadilla”, expresó. Ese día reventaron la puerta de su casa y ellos comenzaron a ir de casa en casa para que no los encontraran. Trece años tenía Marta cuando vivió aquello y cuando el suegro de su hermano les contó en diciembre que Juan Carlos había sido secuestrado. A través de declaraciones de testigos, ella y su padres supieron que su hermano estuvo en La Cacha y en el Pozo de Banfield, entre otros lugares. La búsqueda fue inalcanzable, tanto que viajaron hasta Uruguay detrás de datos que resultan falsos. “La dictadura no solo se llevó a mi hermano Juan Carlos sino a Miguel Ángel que murió de cáncer y reitero que fue por todo eso”, expresó quebrada en llanto. La casa de la familia de Marta sigue mostrando las huellas de los disparos hasta hoy. Los oficiales fueron hasta octubre de 1977 yendo a buscar a su hermano. “Mis padres desde el primer momento fueron a investigar qué había pasado pidiendo habeas corpus”, mencionó.

Marta exige la respuesta que nunca encontró: “No sabemos lo que pasó con mi hermano. Mi mamá es muy fuerte, tiene 90 años y piensa que por ahí Juan Carlos está en la selva en su imaginario, pero en el fondo sabe que no está”.

Muchos son los casos que reúne este juicio, pero el de Abachian es especial ya que permitió que declarase hoy su compañera de vida que pudo salvarse, su hija que por aquel entonces tenía tan solo ocho meses cuando su padre fue secuestrado, y su hermana que hasta hoy cuida a su madre y desde el primer día se abocó junto a su familia a la búsqueda de justicia. Todas reunidas con profundo dolor recordaron al “armenio” como solían llamarle sus compañeros en un acto de memoria, verdad, pero también de amor, valentía y justicia.

“No dejo de tener esperanza que mi hermana haya podido tener a su bebé”

“No dejo de tener esperanza que mi hermana haya podido tener a su bebé”

En una nueva audiencia virtual por el juicio por los crímenes cometidos en los Pozos de Banfield y Quilmes y la Brigada de Lanús, declararon Haydeé Lampugnani y su hijo Gervasio Antonio Díaz, quienes estuvieron detenidos en la Brigada de Investigaciones de Lanús y Hugo Pujol, ex detenido y hermano de Graciela Gladis Pujol, militante de la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO), secuestrada con cuatro meses de embarazo.

Lampgunani fue la primera en declarar. Un nueve de octubre de 1976, mientras caminaba por las calles de La Plata junto a Graciela Jurado- quien hoy sigue desaparecida- fue secuestrada. El primer sitio al que la llevaron fue al Pozo de Aran, donde estuvo cautiva durante ocho días. Una vez allí, “lo primero que hacen es hacerme ver como torturan a un compañero; me ataron de pies y manos atrás, con capucha aparte de la venda, y me llevaron a la celda. Al otro día me llevan a torturar y me aplican picana en distintas partes del cuerpo”, contó. Cuando pudo salir, fue para trasladarla a otro centro clandestino de detención, Vesubio, donde se encontró con muchos compañeros y compañeras, entre ellas Nilda Eloy. Allí también padeció múltiples torturas: “Recuerdo 22 días sin comer, y lo digo porque además de un campo de tortura, era un campo de exterminio”, expresó.

Aproximadamente, el 30 de octubre la trasladan a la Brigada de Investigaciones de Lanús junto con seis compañeros: “María Rosa Calderón, Horacio Matoso, Mario Salerno, Nilda Eloy, Graciela Jurado y yo”, contó Lampugnani mientras miraba un papel de costado donde tenía anotado cada uno de los nombres y apellidos con quienes compartió cautiverio. Pasados unos días, la trasladan nuevamente junto a Salerno. Pero esta vez el destino no sería otro campo de cercanía, sino en la provincia de Córdoba, a la Brigada Aerotransportada donde pudo reconocer al ex suboficial del Ejército Luis Manzanelli, que esbozó decirle unas palabras que quedarían grabadas en la memoria de la ex detenida: “Ustedes, si sobreviven, de nosotros no se van a olvidar”. Desde ese momento fue a parar al centro clandestino La Perla. Ahí estuvo dos días, y el tercero significó “la tortura feroz”, recordó. Además, mencionó que un día sacaron a todos afuera y fue allí que le avisaron que la iban a legalizar. “El traslado a La Perla prueba la coordinación y sistematización que han hecho en todo este diseño represivo. Pasé de ser una secuestrada a manos de la Policía (Bonaerense), a manos del Tercer Cuerpo de Ejército”, afirmó la sobreviviente.

 

“Recuerdo 22 días sin comer, además de un campo de tortura, era un campo de exterminio”, dijo Lampgunani.

Lampugnani no figuró en lista de detenidos legales sino hasta el 12 de abril de 1977, cuando apareció el Decreto del Poder Ejecutivo en el diario La Nación. Entonces, sus padres viajan a verla, pero no lo lograron: “Días después me llaman a la parte legal de la penitenciaría donde me muestran una foto de mis hijos en Catamarca y una carta de mi madre, que me leen, pero no me dejan tocar. La sobreviviente no supo nada de sus hijos desde el momento de su secuestro hasta ese día.  

Luego de meses de tortura y horror, finalmente el 28 de noviembre fue trasladada en un Hércules a Buenos Aires, donde quedó detenida en la cárcel de Devoto. “Somos una familia diezmada por la represión, a mis hijos los vi recién el 8 febrero de 1978”, lamentó sobre el final de su declaración.

En nombre del padre

Gervasio Díaz, el hijo de Haydeé y Guillermo Díaz, fue el segundo en dar testimonio. “El objetivo es dejar absolutamente claro y que quede constancia de lo que implicó y las responsabilidades del Estado argentino de lo que fue el secuestro y la desaparición, tanto de mi madre como de mi padre. Hablo del Estado en democracia, en la dictadura genocida y el Estado de después” y continúo: “Quiero dejar en claro quiénes, cómo y cuándo fueron las personas que nos ayudaron a sobrellevar todo esto a partir del secuestro de mi padre en el año 75”, declaró con firmeza.

Con 49 años, Díaz aseguró que no se presentó ante el tribunal «a exigir justicia sino a decir que los genocidas no pudieron matar la memoria, la conciencia y la lucha de nuestros padres». El hijo de Haydeé afirmó que su familia es un claro ejemplo de que la dictadura no empezó el 24 de marzo de 1976, ya que desde el 8 de febrero de 1975 ellos intentaban iniciar una nueva etapa en Tucumán porque sus padres habían tenido intentos de secuestros que los obligaron a dejar la ciudad de La Plata, donde vivían. “Mi papá se fue a fines del 74 y nosotros cuatro o cinco días antes de la desaparición, llegamos a Tucumán previo a un descanso de verano en Catamarca. Mi papá fue secuestrado con dos compañeros (Pedro Medina y José Loto) en Tucumán. Los tres, al día de la fecha, figuran como detenidos desaparecidos, son los primeros casos de desaparición forzada y permanente. Ahí empezó el calvario de lo que fue el tormento de la desaparición, la tortura y el genocidio que llevaron adelante estos genocidas que siguen, después de tantos años, gozando de algunos privilegios”, reflexionó. Al no poder encontrarse con el padre, la familia volvió a La Plata.

“Vengo a agradecer a esta generación que nos dejó un camino a seguir, a rendirles un homenaje», dijo Gervasio Díaz.

Como relató su madre, Gervasio Díaz también recordó ese 5 de octubre de 1976 “Estábamos temporalmente viviendo en otro lugar, mi mamá decide mudarse con unas amigas y el 5 de octubre sale a tener un encuentro con mi abuela. No supimos nada hasta que años después fue legalizada y la pudimos ver cuando fuimos a Devoto”, señaló Gervasio quien estuvo casi tres años sin ver a su madre.

“Después de tantos años, lamento decirles que no participo de este juicio para pedir justicia. Los momentos de justicia fueron los momentos de movilización, de justicia popular, de escraches públicos, encontrarlos y gritarles a la cara que son unos asesinos. Esos son los únicos momentos de justicia que nos han acompañado” manifestó Gervasio.

El testimonio de Gervasio Díaz estuvo lleno de emoción, pero ante todo de memoria y verdad. Verdad que agradeció fervientemente a su madre que nunca le ocultó quién era su padre y qué había pasado con él. “Vengo a agradecer a esta generación que nos dejó un camino a seguir, a rendirles un homenaje. La mejor herencia que puedo dejarles a mis dos hijos es la memoria y la lucha de mis padres. Ojalá (los acusados) sientan la angustia que ellos sintieron, que yo sentí al ver situaciones de maltrato y derechos vulnerados», finalizó. El pasado martes definitivamente rindió homenaje a su familia y a esa generación marcada a sangre y fuego.

“Yo tenía 20 años cuando fui detenido, en febrero de 1976, y estando en la cárcel me entero de la desaparición de mi hermana”, contó Hugo Pujol, ex detenido y hermano de Graciela Gladis Pujol, militante detenida y desaparecida de OCPO, quien además transitaba por ese entonces un embarazo de cuatro meses. Graciela fue secuestrada junto a su esposo, Horacio Olmedo.

“No dejo de tener esperanza que mi hermana haya podido tener a su bebé y que ese chico, que hoy debe tener 44 años, un día aparezca. Tenemos fe de que ese chico, hoy adulto y casado, se pueda contactar”, expresó Olmedo quien, a pesar de los años, sueña con el regreso a casa de su sobrino.

“Los familiares que quedamos tenemos la esperanza de que se sepa la verdad. Verdad y Justicia. Es la única manera de tener el corazón un poco más tranquilo. Es muy importante que se haga justicia por la democracia y la Constitución”, reclamó ante el tribunal.

Con la declaración de Hugo, fueron tres los testimonios que se escucharon en la sala de zoom del Tribunal N° 1 de La Plata. Los testigos, cada uno con sus recuerdos y vivencias fueron parte de un paso más en este largo camino por la Memoria, la Verdad y la Justicia.