Cuando la Luna no dejó dormir a los argentinos

Cuando la Luna no dejó dormir a los argentinos

Vista de la Tierra, tomada desde la nave espacial Apolo 11. (Foto: NASA)

El 20 de julio de 1969 dos hombres pisaron por primera vez el polvoroso e inhóspito suelo lunar, hasta entonces visitado sólo en sueños por poetas, músicos, enamorados y científicos. Ese domingo, unas 530 millones de personas de todo el mundo vieron, a través de las pantallas de sus televisores, cómo los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin plantaban allí la bandera estadounidense.

Corrían los años de la Guerra Fría y la carrera espacial entre yanquis y soviéticos estaba en su punto más alto. La URSS llevaba la delantera: en 1957 había colocado con éxito el primer satélite artificial, el Sputnik; en 1961 Yuri Gagarin se convirtió en el primer hombre que orbitó alrededor de la Tierra, y en 1963 Valentina Tereshkova sería la primera cosmonauta mujer. Sin embargo, con el programa Apolo –lanzado en 1961–, los norteamericanos lograrían ocho años después el triunfo más espectacular en la contienda contra los rusos.

Los astronautas del Apolo XI instalaron aquel día un sismógrafo, un reflector láser que permitía medir la distancia exacta con nuestro planeta y recogieron muestras de rocas, algunas de las cuales se pueden ver hoy en el Planetario Galileo Galilei de la Ciudad de Buenos Aires. Otras cinco expediciones repetirían la hazaña hasta que, en 1972, la NASA puso fin al programa Apolo. En ese lapso, doce hombres pudieron saltar por los cráteres y observar la Tierra desde la Luna, antes de que decayera el interés del público y cambiaran las prioridades del gobierno de los Estados Unidos.

Aldrin carga el equipamiento de los experimentos que realizaron en la luna. (Foto: NASA)

En una Argentina que vivía bajo el último aliento del “onganiato”, la llegada del hombre a la Luna se pudo seguir gracias a que poco tiempo antes se había instalado la primera estación satelital en la ciudad bonaerense de Balcarce. Todavía no había televisores en todas las casas, pero muchos recuerdan la transmisión. Además, el país fue una de las paradas del tour promocional que realizaron Armstrong y Michael Collins –el tercer integrante de la misión– meses más tarde.

Una imagen de la superficie de la Luna con la Tierra emergiendo por detrás es el fondo de pantalla de la computadora del físico y doctor en Astronomía Daniel Golombek, quien participó, entre decenas de proyectos, del desarrollo del telescopio Hubble. Aunque hace muchos años que vive en los Estados Unidos, recuerda con exactitud dónde estaba hace 50 años. “Con el grupo juvenil al que pertenecía hicimos nuestro primer campamento en Benavídez, salimos todos juntos a dormir en carpas e íbamos escuchando por la radio todo lo que pasaba. El domingo, apenas volvimos, pusimos la televisión en casa. Era de noche, tarde”, rememora.

El contacto de Golombek con los astronautas no fue sólo en dos dimensiones. En ocasión del 30 aniversario del alunizaje, trabajando en la NASA, tuvo la oportunidad de estar frente a frente con Neil Armstrong. “Dio una charlita de diez minutos y después la gente le hizo preguntas. Yo estaba tan obnubilado de tenerlo a diez metros que hasta me olvidé la cámara de fotos. Fue una experiencia surreal. Estaba ahí, haciendo chistes y diciendo ‘yo soy uno de ustedes, no se olviden de eso’”, cuenta.

Rodolfo Di Peppe, jefe del Departamento de Astronomía del Colegio Nacional de Buenos Aires, tenía cuatro años cuando su papá lo sentó frente a la pantalla “como a las tres de la mañana”. “Blanco y negro, televisor de tubo, se veía mal. Fue un acontecimiento. Hasta mi viejo, visitador médico, mi mamá –un ama de casa que no había terminado el primario-, todos maravillados estábamos. Esa sensación, que después me motivó a estudiar, fue un hito que movilizó a un montón de gente. En esa época todos cambiamos de querer ser bombero a astronauta”, reflexiona.

Visita de los astronautas estadounidenses Neil Armstrong y Michael Collins a la Casa Rosada, en 1969, para reunirse con el dictador Juan Carlos Onganía. (Foto: Presidencia de la Nación)

Pablo Capanna, filósofo, ensayista y especialista en ciencia ficción, vio la transmisión en la casa de una vecina. “No me sorprendió tanto porque había leído mucho al respecto y era un tema agotado. En 1950, cuando se estrenó la película Con destino a la Luna, de Irving Pichel, las revistas populares ya no querían cuentos sobre viajes a la Luna porque era una cosa vieja”. En efecto, desde el siglo II d.C. con la Historia verdadera de Luciano de Samósata, pasando por un relato de Cyrano de Bergerac en el que el método imaginado para llegar a la Luna era la propulsión vía botellas llenas de rocío, hasta la célebre novela de Julio Verne, De la Tierra a la Luna, publicada en 1865, algunas narraciones se servían de nuestro satélite natural para satirizar a la sociedad de su tiempo, otras para imaginarlo como un espacio idílico habitado por seres extraños y otras simplemente jugaban a adivinar cómo se viajaría hasta allí.

La llegada a la Luna fue un hecho de relevancia científico y también televisivo. El documental Alunizar de Pepa Astelarra y Lucas Larriera, estrenado en el BAFICI en 2013, lo aborda desde ese ángulo. “De chico siempre me gustó ese material, me parecía algo medio fantástico”, recuerda Larriera. Más tarde, como estudiante de cine, junto a su compañera se plantearon el desafío de recrear aquel icónico primer paso. Pero advirtieron un brillo en la imagen fílmada que no podían explicar y lo que había empezado como un ejercicio técnico, acabó siendo un largometraje.

“La película es un falso documental que trabaja con la teoría de la conspiración en lo audiovisual. Piensa cómo es el discurso en torno a eso, cómo construye verdad o argumenta o genera ciertas sospechas sobre imágenes”, señala Larriera. Durante el rodaje, se encontraron con que el archivo fílmico de semejante hito había sido escasamente conservado. Unos coleccionistas canadienses que conservaban la trasmisión de principio a fin se la hicieron llegar y en el film incluyeron algunos fragmentos. “Es frustrante que sea tan azaroso lo que queda y lo que no. De repente veíamos que se conservaba una publicidad del reloj Omega, que era el que llevaban los astronautas, pero nada del primer paso. Era ilógico. Nos enteramos cómo fue históricamente el tratamiento del archivo en Argentina. Y también los incendios y las inundaciones de canales, que son imponderables. Nunca hubo una política de preservación”, afirma Larriera.

El presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, le habla a la tripulación del Apolo 11 a través de un intercomunicador luego del alunizaje.  (Foto: NASA)

Hoy, a medio siglo de la llegada a la Luna, hay quienes piensan en volver. China y Estados Unidos han lanzado sus programas para hacerlo y también magnates privados como el dueño de Amazon, Jeff Bezos, o Elon Musk, director de SpaceX. No los atrae la Luna en sí misma sino la posibilidad de utilizarla como base para seguir explorando el espacio. “La terrificación de Marte, por ejemplo, es una de las ideas que más está circulando porque es el planeta ‘más fácil’. Es titánico el trabajo. Pero en siglos -sabemos lo que avanzó la tecnología en los últimos cuarenta o cincuenta años-, va a ser posible”, se entusiasma el profesor Di Peppe.

“Hay muchas cosas para preparar, no es tan fácil, no se puede ir encima de un cohete y llegar a Marte. Entonces ir a la Luna es el primer paso para aprender cómo ir al planeta rojo. Recién ahora se está sabiendo, con la estación espacial, qué le pasa al cuerpo de un ser humano si pasa un año o dos en órbita”, puntualiza Golombek y opina: “Ir a Marte no es algo que ningún país pueda hacer solo. Tiene que darse una colaboración entre países muy grande. Entonces es un buen objetivo internacional”.

Di Peppe cree que los programas espaciales continuarán: “Es normal que todo termine, en cuyo caso la humanidad no puede durar para siempre –razona–. Claro que nos negamos. Y vamos a hacer todo lo posible para durar lo más que podamos. Por eso hay que salir, investigar los planetas”.

Foto: NASA

El socio alemán de la dictadura

El socio alemán de la dictadura

En la audiencia, se indagó sobre el secuestro de Héctor Ratto, empleado de la fábrica y sobreviviente de Campo de Mayo.

“Acá se juzgan genocidas”, dice una pintada sobre el pavimento en la entrada del Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1 de San Martín donde se realiza el juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en Campo de Mayo. En la última jornada del tramo Mercedes Benz –la próxima semana comenzará a indagarse en otra parte de la causa– prestaron testimonio Ramón Germán Segovia,  José Alberto Anta, Héctor José Leiss y Aldo René Segault, todos antiguos trabajadores de la automotriz alemana.

Fiscalía y querellas buscaron reconstruir puntualmente las circunstancias del secuestro de Héctor Aníbal Ratto, empleado de la fábrica y sobreviviente de Campo de Mayo, quien estaba citado para declarar en la audiencia pero avisó que, por razones de salud, recién podrá hacerlo a partir de julio.

De acuerdo al relato de sus compañeros, el 12 de agosto de 1977, alrededor de las 16, Ratto fue convocado a las oficinas del gerente de Producción, Juan Ronaldo Tasselkraut. “Le dijeron que lo llamaba la esposa por teléfono, algo un poco difícil porque en esa época comunicarse con Mercedes-Benz era imposible. Así que otro compañero se acercó a la portería para ver qué ocurría. A metros de la vigilancia se encontró con unos vehículos militares y patrulleros de la Policía. Entonces volvió y contó lo que pasaba para que no saliera, porque lo iban a llevar detenido”, precisó Segault.

La noticia circuló rápido en la planta de González Catán y todos los compañeros –que sabían que lo podían desaparecer– intentaron resistir. Frente a esto, la empresa intervino y se realizó una negociación en el despacho de Tasselkraut. “Lo que informaban los delegados [de SMATA] que salían de allí era que Tasselkraut le pedía a Ratto que se entregara y los compañeros que estaban con él pedían garantías. No sé con qué promesa o negociación, pero a Héctor Ratto se lo llevaron”, narró Segovia. “En esa oficina se firmó un acta donde se aclaraba cuál era el motivo de detención”, subrayó Segault. El documento, aseguró, fue ocultado por la compañía hasta 1985, cuando apareció publicado en el diario Clarín un día antes de que él declarara en el Juicio a las Juntas. “Averiguación de antecedentes”, era el motivo de detención.

Ratto fue liberado luego de 19 días en cautiverio. Contó a algunos de sus compañeros que lo habían llevado a Campo de Mayo. Su deterioro físico por los tormentos padecidos era evidente. “Me dijo que había quedado sordo de un oído por la picana o algo de eso que le habían hecho”, recordó José Anta. “Tenía una pierna y un brazo que no podía mover correctamente”, añadió a su turno Segault.

«Hasta el golpe militar no había la presencia de policías y de militares en la caseta de la entrada», declararon los testigos.

Las partes acusadoras también apuntaron sus preguntas para que los testigos puedan describir el ambiente de trabajo en la fábrica. “Compañeros con más antigüedad decían que hasta después del golpe militar no había la presencia de policías y de personal del Ejército en la caseta de la entrada. Nos bajaban del colectivo algunas veces y nos revisaban, nos pedían las credenciales. Intimidaban a los trabajadores, era continuo eso”, rememoró Héctor Leiss. “Yo nunca me topé con un infiltrado de las fuerzas –declaró Ramón Segovia–, pero nos cuidábamos. Era vox populi que había algunos entre los operarios. Una sola vez hubo un episodio de alguien que ingresaba en el turno noche, un hombre de treinta años, nuevo, no lo conocía nadie, pero trabajaba. Y se le cayó una pistola, aparentemente militar. Se puso muy nervioso. El comentario de esa noche era cómo había podido pasar la vigilancia. No vino más”.

Si bien al único que sacaron detenido de la fábrica fue a Ratto, hubo más empleados desaparecidos y sobre varios de ellos –Alberto Gigena y Fernando Del Conte, entre otros– indagó la Fiscalía. Mercedes Benz cooperó con los represores facilitándoles los legajos de los trabajadores que serían secuestrados, con sus domicilios incluidos. “Ellos tenían todos nuestros datos”, afirmó Segovia, quien al igual que los restantes testigos aseguró que no conocía la dirección de sus compañeros secuestrados.

Con casi nulas intervenciones de la Defensa de los 22 imputados –todos ex militares y policías y ningún directivo de la empresa–, la audiencia concluyó cerca del mediodía y con ella el tramo conocido como Mercedes Benz. En la próxima comenzarán las declaraciones testimoniales correspondientes a la causa N° 468, que abarca a víctimas de la zona Zárate-Campana que estuvieron detenidas-desaparecidas en Campo de Mayo.

Las audiencias se realizan todos los miércoles a las 9.30 en Pueyrredón 3728, San Martín, provincia de Buenos Aires. Los mayores de 18 años pueden presenciar el juicio presentando el DNI.