
Una obra sobre la impiedad
“La chica de la lámpara” comienza con humor absurdo y se oscurece a medida que los personajes actúan en torno al embarazo de una protagonista que irradia controversia y mucha soledad.

Sábado por la noche, en una sala de pisos negros, vacía excepto por una mesita con vasos llenos de vino tinto, media centena de personas aguarda que comience la función en El Excéntrico de la 18ª, espacio teatral ubicado en la calle Lerma de Capital Federal.
El director Manuel Vignau recupera una obra tensa y desconcertante sobre la maternidad, escrita por la dramaturga española Marta Aran que se basó, para sorpresa del público, en una experiencia personal. Al inicio sale a la luz el porqué del título, La chica de la lámpara, que es, a su vez, es el nombre que el marido de Alba, la protagonista, pretende ponerle a su gran proyecto artístico: una mujer que, desnuda, con una pantalla en la cabeza y un tampón con hilo que cuelga entre las piernas, permanece inmóvil, sin marcas que permitan darle identidad, para que los transeúntes puedan tirar del hilo y prenderla o apagarla a voluntad.
“Uno piensa que es ficción, pero Marta lo trajo de la realidad, con algo que le pasó con una pareja”, cuenta Vignau, en diálogo con ANCCOM. Alba trabaja en una galería de arte moderno y está cerca de conseguir el puesto de directora artística. Mauricio, su marido, es allí su asistente. Pero el embarazo tiene complicaciones y ella cae en un ineludible reposo absoluto, que deja en manos del marido, de juicio cuestionable, y de otra mujer, organizar un importante evento que se aproxima. En este contexto, aparece la hermana de la protagonista, Gema, recién llegada de triunfar laboralmente en Japón.
“Me parece bien que Marta ponga un sólo personaje masculino. Tres miradas femeninas y una masculina que habla por los hombres, dejándonos en un lugar que es para reírse un poco, y también para hacerse cargo. Hay cosas que repensar, desde el lugar de cómo podemos acompañar a una pareja en un proceso de crianza”, afirma Vignau.

La obra coloca a la protagonista, encarnada por Antonella Jaime, en una tensión constante. Su éxito profesional se ve interrumpido por el deseo de tener un hijo, que comienza a vislumbrarse como un deseo impuesto por su marido, y no como propio. El público se sumerge en una reflexión sofocante: qué implica un embarazo, y a qué debe renunciar una mujer para que aquello siga su curso.
“Es una obra escrita claramente por una mujer, que no podría haber sido escrita por un hombre, porque hay una zona intransferible… a mí me interesaba detenerme ahí, en esa fibra femenina”. La trama consigue alterar los nervios y despertar frustración. El escenario se vuelve un pequeño mundo en el que Alba es una incomprendida, y todos giran a su alrededor en un torbellino de indiferencia. La hermana, Gema, se aproxima con cierta calidez que nunca llega a concretarse, de modo que la protagonista permanece sola, con un bebé que no quiere tener.
Vignau remarca una palabra que le parece fundamental: impiedad. “Sin eso no habría obra, si los personajes no fuesen profundamente egoístas, la obra no tendría potencia. Y es incómoda en ese sentido. Hay una lógica de empatía muy particular. Algunos personajes generan rechazo, pero es difícil empatizar con la protagonista. Más para las que son madres felices o que tuvieron procesos de maternidad idílicos”.

Pese a la previa incertidumbre sobre los efectos que tendría un tema tan delicado, con orgullo Vignau relata que la obra despierta reacciones enriquecedoras. Tras cada una de las funciones ya realizadas, alguien se acercó a él para hacerle una confesión, para revelarle una historia personal.
“Esas aperturas implican que algo funciona. Madres que han tenido procesos parecidos, y desde el lado del hombre también… Para pensar en qué lugar estamos en la búsqueda de construcción familiar. ¿Si la mina queda embarazada, vemos? ¿Lo buscamos, lo proponemos, cómo podemos proponerle a nuestra compañera buscar familia? Hay un lugar del hombre muy pasivo, sin saber qué hacer, supeditado al deseo de la compañera. Y no está bueno porque esa construcción debería ser conjunta. Con la obra se está abriendo un confesionario que está buenísimo”.
La chica de la lámpara puede verse todos los sábados de julio y agosto, 22.30 hs, en El Excéntrico de la 18ª (Lerma 420, CABA). Las entradas pueden adquirirse desde la web de Alternativa Teatral.