Rescate de un grande olvidado

Rescate de un grande olvidado

La Biblioteca Nacional presenta “Álvaro Yunque, El profeta de Boedo”, una muestra que recorre la obra y la vida del escritor que fudó el Grupo Boedo y el Teatro del Pueblo.

La exposición Álvaro Yunque, El profeta de Boedo, en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, cuenta con la curaduría de los coordinadores Emiliano Ruiz Díaz, María Redondo y Darío Benedetti, quienes hacen un recorrido integral por la obra del autor para volver a poner en agenda a una figura cuya producción abarcó todo el siglo XX, particularmente las décadas del 1920, 1930 y 1940 hasta llegar a los años sesenta. Se trata de un autor que supo contar con un público lector importante pero quedó olvidado y hoy vuelve a ser releído.

Álvaro Yunque, seudónimo utilizado por Arístides Gandolfi Herrero (1889-1982), fue un escritor humanista que usaba el realismo para darle voz a los relegados de la sociedad. La muestra parte del archivo personal del autor que contiene fotografías, libros, manuscritos, cartas, publicaciones de revistas, periódicos y cuadernos, que aquel comenzó a reunir desde 1903. “Es uno de los archivos personales más profuso que tenemos en guarda en la institución”, comenta Ruiz Díaz.
Luego de su muerte, en 1982, ese archivo quedó bajo la guarda de su esposa, Albina Gandolfi, que al morir se lo legó a su hija, Alba, quien lo conservó y continuó sumándole materiales como los recortes de prensa sobre la obra de Yunque y los homenajes póstumos. En 2012, Alba donó las 67 cajas que conforman su archivo a la Biblioteca Nacional que cuenta con un Departamento de Archivos y Colecciones Particulares que se encarga específicamente de ese tipo de material. Son nueve metros lineales de materiales, es bastante grande y gran parte está inexplorado”, revela Benedetti.
Al ingresar a la Biblioteca, un panel verde que introduce a la literatura de Yunque une las salas María Elena Walsh y Lugones, donde se desarrolla la exposición. En su entrada, cuelgan barcos de papel, en alusión al título de su libro de cuentos infantiles. Lo acompaña la ilustración de un hombre trabajando sobre un yunque que aparece en la portada de Antología Poética,de 1949, obra considerada como laboratorio de su estilo, según el catálogo de la muestra.

La exposición destaca su corta pero importante participación en el surgimiento del grupo de Boedo, del que fue uno de sus fundadores y donde aportó su poesía como rasgo literario del espacio. Junto a una fotografía del autor se destaca su primer libro de poesías, Versos de la Calle, publicado en 1924 por la editorial Claridad.
En otras vitrinas se encuentran libros editados por esa casa editora junto al manuscrito de su poema No te Metas, escrito en 1978 durante la última dictadura militar. Además, se puede leer una carta de Antonio Zamora, director de Claridad, evidenciando el contacto permanente entre ellos.
En una televisión se reproducen las entrevistas a Gito Minore, editor, compilador y prologuista de Luces Malas, a Nuria Dimotta, del Departamento de Archivos de la Biblioteca, a Leonardo Candiano, autor de Boedo, orígenes de una literatura militante, y a Adriana Petra, autora de Intelectuales y cultura comunista, quienes trabajaron desde distintos aspectos su obra.

Además, se rescatan los aportes de Yunque a la literatura infantil. Desde el título de su libro más reconocido Barcos de Papel. Cuentos de niños, el autor señala que su literatura no es para niños sino “de niños”. Son ficciones realistas que cuentan sobre las injusticias que sufren los niños proletarios y que, al mismo tiempo, son incomprendidos por los maestros o los adultos. A su vez, como sus relatos comienzan con un epígrafe también está escribiendo para los adultos que lo leen y son quienes deben garantizar el bienestar de los infantes.
En una pared blanca resaltan los libros Poncho, Jauja, y Lectura Libre junto a fotografías de Yunque rodeados de niñas y niños y una carta que le escribieron los estudiantes preguntándole qué libro de su autoría debían tener en la biblioteca de su escuela.
Se puede ver el alcance de su literatura en los libros que se tradujeron de él, como, Barcos de papel en búlgaro y Los muchachos del sur en ruso, ejemplares que en la muestra están acompañados por un telegrama enviado desde la Universidad de los Escritores de la URSS saludándolo y el memorándum emitido durante la última dictadura militar solicitando sanciones para uno de sus libros.

Asimismo, la obra recupera la amplia participación del autor en el teatro. Publicó más de veinte obras para adultos y niños, donde también vio un espacio para disputar la conciencia del público contando sobre las penurias de los explotados o caídos en desgracia, y a la misma vez a sus explotadores, comerciantes y tiranos.

Se comprometió con experiencias teatrales donde el arte era más importante que lo comercial, como fue su participación del Teatro Libre que un año después devino en el Teatro Experimental de Arte. Asiduamente colaboró con el Teatro del Pueblo dirigido por Leónidas Barletta, su compañero en el grupo de Boedo. También participó en la creación del teatro popular La Máscara, donde fue uno de sus fundadores y su asesor literario, y como militante en la creación del Teatro del Partido Comunista.

También se destacan las obras de Yunque que fueron llevadas a la pantalla grande como la pieza teatral La intrusa,  protagonizada por su hermano junto a su nuera, y el cuento Barcos de Papel, del que se puede visualizar y escuchar unos fragmentos.

En la sala Lugones, en tanto, se exponen otras esferas de su escritura en las que incursionó como un intelectual militante, aunque hay que entender su obra como una unidad.
Sobre la pared izquierda, se reconoce su trayectoria como escritor y se destaca un dossier que reconoce su obra en vida, la carta enviada por la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) en 1979 por el otorgamiento del premio de honor. A su vez, se registra su participación en la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), dirigido por Aníbal Ponce quien lo introdujo al materialismo histórico, espacio donde los intelectuales de la época se organizaban contra el avance del fascismo en Europa. Y se puede encontrar la letra de la canción que compuso para la Agrupación Femenina Antiguerra (A.F.A) junto a fotografías que dan cuenta que su compromiso por una nueva sociedad lo llevó a visitar la Universidad de Moscú junto con su mujer, pero también a estar exiliado en Montevideo junto a Alfredo Palacios en 1945.

En otra pared se rescata su trabajo periodístico e historiográfico. Yunque, como gran lector de Tolstoi, era un humanista que se consideraba divulgador de sentimientos e ideas nuevas para contribuir al desarrollo de la humanidad, por eso escribió en diversos periódicos y revistas, incluso en los que se podrían considerar contrarios a sus ideas como fue el caso de El Hogar. “Al estudiar su obra podemos encontrar un humanismo cristiano, aunque él no sé consideraría como tal, ya que en su obra los personajes que sufren siempre logran redimirse”, cuenta Benedetti. 

También se destaca el abordaje del autor sobre la cuestión gauchesca, en la que se diferenció de la línea del Partido Comunista y de la celebración acrítica de la Conquista al Desierto. Desde una perspectiva evolucionista, que lo llevó a caer en estereotipos peyorativos, incorporó al indígena en la historia nacional señalando la lucha de algunos pueblos en la Guerra por la Independencia o realzando la figura de sus líderes. En ese sentido, se destaca el libro Calfucurá, publicado en 1956 junto a una edición del 2005 publicada por la Biblioteca Nacional junto al manuscrito original y afiches sobre sus charlas. 
A su vez, en una vitrina encontramos Breves historia de los argentinos donde resume su idea de la historia como dialéctica entre los procesos sociales y los sujetos que participan de ellos. Por eso, también, aparecen las biografías escritas por él como por ejemplo Leandro N. Alem, Esteban Echeverría en 1837: contribución a la historia de la lucha de clases en la Argentina, Rafael Barret y Aníbal Ponce.

Además, se destacan libros de varios autores que le dedicaron a Yunque, reconociendo la influencia de su obra  en sus producciones literarias. Ahí aparecen ejemplares de Política Británica en el Río de la Plata, del pensador Raúl Scalabrini Ortiz; Primer cielo de Buenos Aires, que le dedica Barletta por enseñarle a trabajar para el pueblo, Uno y el universo de Ernesto Sabato.

Al final, en una vitrina se muestra parte de los 91 cuadernos escolares que el autor rótulo como Pensamientos, donde como un asiduo escritor organizó 1.868 notas con frases célebres de distintos pensadores que luego utilizaba como epígrafe o problematizaba en sus escritos. La exposición se puede recorrer hasta el 2 de noviembre, lunes a viernes de 9 a 21 y sábados y domingos de 12 a 19.

Malvinizar desde el escenario

Malvinizar desde el escenario

Con humor, ternura y memoria, Alguien contará esta historia, de Gina Cundari, recupera voces y cartas de excombatientes de Malvinas. La obra cruza ficción y realidad para rescatar lo colectivo y humanizar la experiencia de la guerra.

Alguien contará esta historia, escrita y dirigida por Gina Cundari, nace de relatos y cartas de excombatientes de la Guerra de Malvinas. En escena, un suboficial, su ayudante y dos soldados, en su humilde casita de madera, esperan órdenes, comida, mensajes de radioaficionados, bombas y cartas de las personas que aman.

En esta obra, la ternura y la risa aparecen como formas de resistir y recordar la guerra. El suboficial ayudante Barreiro —interpretado por Manuel Di Francesco— recibió una carta de su novia dejándolo y está en crisis: no come, no habla, no se levanta de la cama. Para devolverle la vida, sus compañeros le inventan una novia epistolar ficticia. En medio de la intemperie, un fogonero de luz ámbar calienta el centro de la escena. “Las cartas eran lo que nos hacía más felices”, comentó a ANCCOM el excombatiente Alejandro Martin. Una carta de amor como contradicción, como apuro, como espera, como querer volver.

El trabajo de Cundari, hija de un excombatiente, se apoyó en entrevistas con los veteranos. “Fue un archivo de primera mano, a partir de sus voces. Cada uno me mostraba uniformes, cartas, fotos y recuerdos que guardaron”, dice la directora.

La obra propone unas Malvinas vistas desde lo humano. Estos cuatro pichiciegos con la vista nublada, los oídos confundidos, las ganas de volver y los miedos se abrazan, se miran, se cuidan. El suboficial Saraza —interpretado por Martín Betella De Vitta— intenta sostenerlos: los escucha, les charla, los anima. “Nos van a recibir con aplausos, actos de honor, medallas. Esto no se va a olvidar, ¿saben por qué? Porque se recuerdan siempre los actos nobles”, repite el personaje. Una gota cae sin cesar contra una olla en medio del escenario.

La función terminó y entre los aplausos emergieron el verdadero suboficial Miguel Saraza —fuente del personaje— y tres excombatientes que compartieron sus memorias para construir el texto. Ficción y realidad se cruzaron y Saraza exclamó: “Esto que hemos visto hoy es Malvinizar. Si todo el mundo hace una lucha cultural como esta, las Malvinas van a ser argentinas hasta la eternidad”.

Saraza sostiene que la obra no habla del soldado como un ser victimizado “ni como un héroe de bronce, sino como un hombre que asume una actitud responsable. Ese compromiso con la Patria y con sus camaradas lo hace trascender aún más”. Para él, la lucha no es ni fue con armas, sino que es “cultura, interna y colectiva. Fue necesaria la unidad para no caer, ni dejar caer a ningún compañero en la tristeza y la depresión”.

Así, en la obra, el personaje de Saraza dice a sus soldados jóvenes y asustados Orfanotti y Palacios, interpretados por Tomi Capano y Lautaro Bakir: “Miedo no podemos tener nunca, soldados. Hay que hacer realidad las palabras del general Pueyrredón que decía: yo no quiero vida, sino la vida de mi patria y viviré por ella y moriré por darle vida”. Entre los apagones, repiquetea la gotera contra la chapa, suenan los llantos y sonidos de guerra, el tiempo de la obra se detiene, se congela.

Para la directora y dramaturga Gina Cundari, contar estas historias es urgente: “Hay algo de la memoria que está quedando solamente en los excombatientes y, si no se cuenta, muere con ellos. Me preocupa porque es lo que nos construye como pueblo, nuestra identidad. Si no lo conocemos por ellos, el día que no estén, será demasiado tarde”.

Alguien contará esta historia, que tuvo la asesoría de dirección del proyecto de Luciano Borges, también rescata lo colectivo frente al aislamiento. “En un tiempo donde el individualismo está tan presente, es importante saber que la salida solo puede ser colectiva”, dice Cundari. Y agrega sobre su decisión de llevar esta historia a escena: “Sentí la necesidad de compartir esta historia y rendirles homenaje. Hay algo muy complejo en su identidad: no terminan de reconocerse ni como víctimas ni como héroes. Con esta obra, intenta acercarse “a lo humano, porque creo que en esa dimensión se comprende lo que pasó y lo que sigue pasando en cada uno de ellos”.

Cundari y su obra recibieron el reconocimiento del dramaturgo y director Mauricio Kartun: “Hay en Buenos Aires una generación de dramaturgos muy jóvenes que le aseguran al oficio no solo la supervivencia sino la necesaria renovación estética. Conmueve ver a esa camada sub-30 que toma hoy este lenguaje de veinte siglos y juega con él, lo hace suyo, lo actualiza, lo revitaliza”. Al respecto, el excombatiente Martin comenta que están movilizados de que una joven que nació muchos años después les rinda homenaje a sus recuerdos con tanto cariño.

Mientras el gobierno mileísta presenta una política de desmalvinización y se discuten proyectos que ponen en peligro la soberanía en la Antártida y Atlántico Sur, Alguien contará esta historia hace visible y refogonea lo que el silencio y la nieve quieren esconder.

Alguien contará esta historia se puede ver los domingos de septiembre a las 17 en el Centro Cultural (Pedro Morán 2147, CABA). Entradas en este link.

Cuando el progreso personal se vuelve una trampa

Cuando el progreso personal se vuelve una trampa

En una sociedad donde el “sí, ¡se puede!” se transforma más en mandato que en esperanza, Los engranajes muestra que cuando lo colectivo se desarma, cada uno busca cómo “pasar el invierno” por su cuenta, aunque eso implique dejar parte de su humanidad en el camino al éxito.

Con humor ácido y estética criolla, Los engranajes desnuda la lógica despiadada del mundo corporativo, donde todo se negocia y nada es lo que parece. La historia se desarrolla en el ámbito de una corporación multinacional. Sus personajes, guiados por una ambición desmedida por ganar más dinero y escalar en la jerarquía de la empresa -con un historial algo criminal-, harán lo que sea necesario para consolidar su lugar y garantizar su futuro. La obra de teatro puede verse todos los sábados a las 20 en el Teatro Anfitrión.

Entre los barrios porteños de Almagro y Boedo, en Venezuela 3340, se encuentra Teatro Anfitrión, un espacio cultural acogedor, con un estilo underground y bastante vintage. En una de sus dos salas se puede ver Los engranajes que, como su nombre insinúa, muestra el entramado de relaciones al interior de una empresa y refleja el individualismo del mundo actual. El amor, la política y las personas se vuelven cartas que los personajes van a jugar en pos de alcanzar el éxito individual.

La obra, dirigida por Nathán Cusnir, cuenta con un elenco de siete actores que, desde el humor y la ironía, arrojan luz sobre las situaciones laborales y sociales cotidianas que se busca desnaturalizar y criticar. Como expresó uno de los espectadores en diálogo con ANCCOM, “el tema da mucho para reflexionar sobre la locura a la que nos sometemos para alcanzar un progreso que, al final, es autoimpuesto y de carácter individual”. Como un retrato de la sociedad, la trama visibiliza cómo se abandonan los proyectos colectivos y se fomenta la competencia para ascender en el trabajo y en la vida.

Una pareja calculada

Sofía Bertolotto y Pablo Cominassi interpretan a Ana y a Jorge, una pareja atravesada por una intensa relación pasional que, lejos de ser espontánea, está guiada por intereses corporativos. La escenografía austera realza aún más la capacidad de los actores de ambientar el lugar y el tiempo moderno en el que se desarrolla la historia. El guion juega con clichés y recursos teatrales como el circo criollo y el sainete, para incorporar elementos de la cultura popular y de la política argentina. Además, la comicidad genera cierto alivio cuando el drama está a punto de exasperar.

Lo atrapante y gracioso de Los engranajes pasa por la identificación con los personajes, argentinísimos, con el mundo del trabajo actual -que se vuelve abstracto, porque no vemos a los personajes trabajar, sino que los vemos especular para su beneficio personal- y con la oscuridad de ciertos aspectos de la condición humana.

En la obra se representa a gente de todo el espectro social, desde una trabajadora de limpieza que vive en una villa, una joven mesera de un restaurante cinco estrellas que sabe inglés, hasta una gerenta que antes era secretaria ejecutiva y un empresario de alta alcurnia y origen extranjero que dirige su multinacional mediante conversaciones telefónicas con sus subalternos.

Los engranajes dura 70 minutos y podés encontrar entradas para ir a verla al Teatro Anfitrión todos los sábados a las 20 en Alternativa Teatral.

Una obra sobre la impiedad

Una obra sobre la impiedad

“La chica de la lámpara” comienza con humor absurdo y se oscurece a medida que los personajes actúan en torno al embarazo de una protagonista que irradia controversia y mucha soledad.

Sábado por la noche, en una sala de pisos negros, vacía excepto por una mesita con vasos llenos de vino tinto, media centena de personas aguarda que comience la función en El Excéntrico de la 18ª, espacio teatral ubicado en la calle Lerma de Capital Federal.

El director Manuel Vignau recupera una obra tensa y desconcertante sobre la maternidad, escrita por la dramaturga española Marta Aran que se basó, para sorpresa del público, en una experiencia personal. Al inicio sale a la luz el porqué del título, La chica de la lámpara, que es, a su vez, es el nombre que el marido de Alba, la protagonista, pretende ponerle a su gran proyecto artístico: una mujer que, desnuda, con una pantalla en la cabeza y un tampón con hilo que cuelga entre las piernas, permanece inmóvil, sin marcas que permitan darle identidad, para que los transeúntes puedan tirar del hilo y prenderla o apagarla a voluntad.

“Uno piensa que es ficción, pero Marta lo trajo de la realidad, con algo que le pasó con una pareja”, cuenta Vignau, en diálogo con ANCCOM. Alba trabaja en una galería de arte moderno y está cerca de conseguir el puesto de directora artística. Mauricio, su marido, es allí su asistente. Pero el embarazo tiene complicaciones y ella cae en un ineludible reposo absoluto, que deja en manos del marido, de juicio cuestionable, y de otra mujer, organizar un importante evento que se aproxima. En este contexto, aparece la hermana de la protagonista, Gema, recién llegada de triunfar laboralmente en Japón.

“Me parece bien que Marta ponga un sólo personaje masculino. Tres miradas femeninas y una masculina que habla por los hombres, dejándonos en un lugar que es para reírse un poco, y también para hacerse cargo. Hay cosas que repensar, desde el lugar de cómo podemos acompañar a una pareja en un proceso de crianza”, afirma Vignau.

La obra coloca a la protagonista, encarnada por Antonella Jaime, en una tensión constante. Su éxito profesional se ve interrumpido por el deseo de tener un hijo, que comienza a vislumbrarse como un deseo impuesto por su marido, y no como propio. El público se sumerge en una reflexión sofocante: qué implica un embarazo, y a qué debe renunciar una mujer para que aquello siga su curso.

 “Es una obra escrita claramente por una mujer, que no podría haber sido escrita por un hombre, porque hay una zona intransferible… a mí me interesaba detenerme ahí, en esa fibra femenina”. La trama consigue alterar los nervios y despertar frustración. El escenario se vuelve un pequeño mundo en el que Alba es una incomprendida, y todos giran a su alrededor en un torbellino de indiferencia. La hermana, Gema, se aproxima con cierta calidez que nunca llega a concretarse, de modo que la protagonista permanece sola, con un bebé que no quiere tener.

Vignau remarca una palabra que le parece fundamental: impiedad. “Sin eso no habría obra, si los personajes no fuesen profundamente egoístas, la obra no tendría potencia. Y es incómoda en ese sentido. Hay una lógica de empatía muy particular. Algunos personajes generan rechazo, pero es difícil empatizar con la protagonista. Más para las que son madres felices o que tuvieron procesos de maternidad idílicos”.

Pese a la previa incertidumbre sobre los efectos que tendría un tema tan delicado, con orgullo Vignau relata que la obra despierta reacciones enriquecedoras. Tras cada una de las funciones ya realizadas, alguien se acercó a él para hacerle una confesión, para revelarle una historia personal.

“Esas aperturas implican que algo funciona. Madres que han tenido procesos parecidos, y desde el lado del hombre también… Para pensar en qué lugar estamos en la búsqueda de construcción familiar. ¿Si la mina queda embarazada, vemos? ¿Lo buscamos, lo proponemos, cómo podemos proponerle a nuestra compañera buscar familia? Hay un lugar del hombre muy pasivo, sin saber qué hacer, supeditado al deseo de la compañera. Y no está bueno porque esa construcción debería ser conjunta. Con la obra se está abriendo un confesionario que está buenísimo”.

 

La chica de la lámpara puede verse todos los sábados de julio y agosto, 22.30 hs, en El Excéntrico de la 18ª (Lerma 420, CABA). Las entradas pueden adquirirse desde la web de Alternativa Teatral.

El día que Almagro se transformó en Almagrow

El día que Almagro se transformó en Almagrow

En el marco del Festival ENTRÁ, organizado para denunciar el vaciamiento del Instituto Nacional del Teatro, la obra «Gentrificadxs Almagro» convierte a los espectadores en “inversores” de un barrio ficticio (por ahora). Con humor y denuncia, la puesta recorre las calles porteñas para reflexionar sobre la gentrificación y la memoria barrial.

En un antiguo departamento sobre la histórica confitería Las Violetas, se pone en marcha un recorrido urbano atípico. Se trata de Gentrificadxs Almagro, una intervención teatral que satiriza los procesos de gentrificación que atraviesan barrios porteños y que, con humor e ironía, convierte a los espectadores en supuestos “inversores” de un futuro Almagro.

 

Una respuesta desde la resistencia cultural

El Festival ENTRÁ, Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa, es una movida cultural que durante la semana del 3 al 9 de julio invita a asistir a 385 obras de teatro “a la gorra” en todas las provincias del país en simultáneo con el fin de visibilizar la situación del Instituto Nacional del Teatro, INT, y llamar la atención de diputados y senadores para que deroguen el Decreto 345 que, entre otros perjuicios, le quita su autarquía.

El INT es un organismo público que tiene como objetivo fomentar, proteger y promover la actividad teatral en todo el país. Creado por la Ley 24.800, brinda subsidios, impulsa festivales, otorga becas y acompaña proyectos independientes en todo el territorio nacional, con una fuerte impronta federal. El Decreto 345/2025 modificó su estructura argumentando que la autarquía funcional no es indispensable para cumplir sus objetivos y señalando supuestas deficiencias en el control de los recursos públicos, el Ejecutivo decidió disolver su Consejo de Dirección y transformar el INT en una unidad dentro de la Secretaría de Cultura. A su vez, se creó un Consejo Asesor ad honorem y de carácter no vinculante.

Gentrificadxs Almagro es una de las tantas obras que busca visibilizar la situación del Instituto Nacional del Teatro, aunque lo hace desde una puesta en escena poco convencional. No hay sala, ni butacas, ni telón. Lo que hay es ciudad, ruido y caminata.

Los nuevos inversores

La función comienza en el tercer piso de un edificio antiguo, justo encima de la emblemática confitería Las Violetas, en Avenida Rivadavia al 3800. Allí, el anfitrión recibe a su público en la vereda. A lo largo de toda la obra los llamará “inversores”, con una sonrisa y un dejo de amenaza. Mientras se espera que lleguen todos, suena una canción que conjuga con ironía el verbo gentrificar: “ustedes gentrifican, nosotros gentrificamos, vosotros gentrificais, ellos también gentrifican…”.

Una vez dentro del departamento, el anfitrión se lanza a vender la zona: asegura que Almagro está a punto de transformarse en un polo de renovación urbana. Con humor, invita a los presentes a cerrar los ojos e imaginar un nuevo nombre para el barrio: Almagrow, el alma en crecimiento. El delirio inmobiliario empieza por ese mismo edificio construido en los años cuarenta, cuando Las Violetas ya abría sus puertas a la aristocracia barrial.

El plan -explica- es comprar todas las unidades del edificio y empujar a los vecinos a irse, incomodándolos hasta el hartazgo. En su lugar, propone un “shopping de gente que busca calidad”. La remodelación conectaría los tres pisos con la confitería, con los túneles del subte A que pasan justo por debajo y con el Coto de enfrente. “Como en Bulnes con el Alto Palermo, o en Carlos Gardel con el Abasto”, compara. Así, Almagrow podrá aspirar a otra expectativa de inversión. ¿El paso siguiente? Dejar que ciertas zonas del barrio se deterioren de a poco, para que el valor baje y comprar sea más barato.

Una vez presentado el proyecto a los “inversores”, el anfitrión invita a iniciar el recorrido barrial para ilustrar, en el terreno, su visión del futuro. Con un tono humorístico y una retórica empresarial, comienza a caminar las calles de Almagro -o Almagrow, como insiste en llamarlo- señalando los cambios que planea impulsar: renombrar calles, transformar los puestos de diarios en puntos de café cool, rebautizar plazoletas, remover baldosas en homenaje a los desaparecidos. Todo en nombre del progreso y la revalorización del barrio. La segunda etapa del plan es aún más ambiciosa: construir el majestuoso Almagrow Arena en el predio donde hoy se encuentra la antigua fábrica IMPA, un “territorio liberado” según su relato, degradado y listo para ser reciclado por el mercado.

El recorrido finaliza en la Basílica María Auxiliadora y San Carlos Borromeo, a la que el anfitrión propone rebautizar como Basílica San Carlos Gardel. Allí sugiere, sin perder la ironía, reemplazar las escaleras por escaleras eléctricas y ascensores. Pero el juego performático se interrumpe: como parte del Festival ENTRÁ, Martín Seijo -actor y anfitrión- abandona su personaje para dirigirse directamente al público. Lee un texto que expone la crítica situación del Instituto Nacional del Teatro y el sentido de hacer obras “a la gorra”: “Exigimos que los diputados, diputadas, senadores y senadoras de nuestro país deroguen el Decreto 345 que vacía el INT, poniendo en peligro la existencia de nuestras salas, nuestra cultura y nuestra identidad. ENTRÁ porque es urgente. ENTRÁ porque nos necesitamos. ENTRÁ porque es ahora. Que no nos quiten la posibilidad de encontrarnos a imaginar”, concluye el texto final. Con esto, la ficción cede ante la urgencia, y los inversores vuelven a ser espectadores. Luego de dos horas de habitar un Almagrow imaginario, el público regresa al Almagro real: un barrio que muchos de ellos habitan, y que atraviesa una acelerada transformación urbana.

Cuando la ficción se detiene

Con la ficción ya disuelta, los espectadores se agrupan nuevamente fuera de la basílica. Ahora conversan cara a cara con el verdadero Martín Seijo. La charla fluye entre risas, preguntas sobre la obra y menciones a otros espectáculos del Festival ENTRÁ. Pero pronto la conversación se corre hacia temas más urgentes: el barrio, la memoria, el país.

“Yo justo vengo de la asamblea barrial -comenta uno de los asistentes- porque estamos haciendo una movida. Ahora recién está saliendo a la luz que hubo un centro clandestino en la calle Obrero Núñez, acá en el barrio. Hoy algunes compas estuvieron por esa zona repartiendo volantes y preguntando si sabían algo. Se les acercaron vecines a contar cosas tremendas”.

Las palabras resuenan en el grupo y revelan el pulso de un barrio que, más allá de los planes ficticios de “revalorización”, guarda memorias intensas y heridas abiertas. Seijo escucha con atención y devuelve su experiencia. Cuenta que muchas veces, en plena función, los vecinos se acercan con curiosidad o se suman al recorrido. Algunos apoyan lo que ven y otros no tanto, pero el contacto directo, dice, siempre genera algo.

Sobre el origen de Gentrificadxs Almagro y el contexto que la hace posible, Seijo reflexiona en diálogo con ANCCOM: “Los chicos que organizan el festival notaron que en las reuniones y en los abrazos al Instituto había muy pocos jóvenes, notaron que no estaba representada su generación. Entonces empezaron a ver qué podían hacer, se empezaron a juntar y así surgió la idea del festival para visibilizar. Siempre que hay una movida como esta trato de colaborar de algún modo, porque las historias se repiten y yo también estuve en movidas así”.

Teatro y territorio

Mientras en escena se fantasea con remover baldosas por desaparecidos o convertir fábricas recuperadas en arenas comerciales, en las veredas reales los vecinos siguen organizándose, denunciando olvidos y resistiendo al avance de la especulación inmobiliaria.

Con funciones a la gorra y en el marco del Festival ENTRÁ, Gentrificadxs Almagro no solo propone una experiencia teatral distinta, también se convierte en una herramienta para visibilizar una problemática urgente. En ese cruce entre ficción y realidad, entre parodia y denuncia, el teatro busca ocupar lugar en la vida pública.