Las qataríes y la tutela masculina

Las qataríes y la tutela masculina

Comienza la Copa del Mundo en la Península Arábiga y las preguntas sobre el lugar y los derechos de las mujeres y minorías sobrevuelan al país musulmán. El peso del Corán y de las tradiciones.

Este mes comenzará la XXII edición de la Copa Mundial de Fútbol masculino en Qatar. Millones de personas de todo el mundo se trasladarán al país oriental para apoyar a su selección y, quizá muchos menos, se resistirán a ser parte del fervor global ante las denuncias de violaciones a los derechos humanos en el país anfitrión. Entre otras cuestiones, muchos ponen la lupa en la situación de las mujeres: ¿qué pasa con ellas? ¿Cómo viven? ¿Qué reglas deberán seguir las turistas occidentales?

Para comprender la situación de las mujeres en Qatar es necesario tener en cuenta su condición como país oriental y situarse históricamente. Qatar está ubicado en la subregión de los países del Golfo Pérsico, forma parte de las monarquías árabes, como Arabia Saudita. Cuenta con 2.8 millones de habitantes, entre los cuales solo 10% y 20% son ciudadanos qataríes, el resto se divide entre migrantes y trabajadores.

En el caso del islam, no hay un organismo central similar al Vaticano que establezca una única interpretación válida de los libros religiosos, sino que existe una multiplicidad de interpretaciones más o menos ortodoxas. “La religión funciona como ley, no es que haya una religión por sobre las leyes. La religión es la ley y todo lo que se legisla se hace a partir de una interpretación del libro sagrado: el Corán. Existen leyes, pero no está la diferencia que tenemos nosotros entre leyes civiles y leyes religiosas”, explica Mariela Cuadro, Doctora en Relaciones Internacionales y Coordinadora-investigadora del Departamento de Medio Oriente del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata.

La interpretación que hace el país anfitrión del Mundial sobre el Corán implica diferencias entre los derechos de hombres y las mujeres. En Qatar rige el sistema de “tutela masculina”, en marco de este sistema, las mujeres están ligadas a su tutor varón, habitualmente su padre o un hermano, abuelo o tío o, en caso de estar casadas, su esposo y necesitan de su permiso para poder realizar ciertas actividades. “Tal como postula el sistema, las mujeres necesitan el permiso de su tutor para tomar decisiones vitales claves como casarse, estudiar en el extranjero con becas públicas, trabajar en puestos del gobierno, viajar al extranjero hasta cierta edad y hasta recibir algunos servicios de salud reproductiva. Además, la legislación relativa a la familia discrimina a las mujeres al dificultarles el divorcio, y las mujeres divorciadas no pueden ejercer la tutela de sus hijos e hijas. Las mujeres en Qatar (y también, por ejemplo, en Arabia Saudí) siguen siendo discriminadas en la ley y en la práctica”, postula Mariela Belski, directora ejecutiva de Amnistía Internacional Argentina.

“Uno de los casos en que las mujeres no precisan permiso es para salir del país solas. Legalmente no lo precisan, pero en la práctica no sucede, a ninguna se le ocurre salir del país sola y en el aeropuerto les piden el permiso, pero no es algo legal. No hay una aplicación del gobierno que solicite el permiso para viajar sola. Ahí hay una especie de gris”, agrega Mariela Cuadro.

Este tipo de prácticas son muy comunes en Qatar, ciertas tradiciones, aunque no estén expresadas en la ley, siguen funcionando como ordenadoras de la vida en sociedad. “Las cuestión de diferencias entre los géneros está sostenida sobre la ley religiosa. Por supuesto, sobre una interpretación. En última instancia es un texto, un libro y las palabras se interpretan. Lo que hay son interpretaciones que son, por un lado, gubernamentales, pero después hay interpretaciones de las personas”, concluye Cuadro. Con respecto al voto, las mujeres gozan de este derecho desde 1999. Se vota por el Consejo Consultivo, que se encarga de asesorar al emir, aunque él tiene la posibilidad de no acatar lo que éste disponga.

La libertad de expresión en Qatar se encuentra limitada ya que no hay grandes empresas de medios que no estén vinculadas con el gobierno. No hay medios que intenten disputar el relato, por lo que es muy difícil que se denuncien estas cuestiones. Belski recuerda el caso de Mohammed al Aljami, un poeta que fue condenado por recitar un poema crítico al emir en 2012. “En Qatar existen leyes que imponen restricciones arbitrarias sobre la libertad de expresión, como la Ley de Imprenta y Publicación de 1979, y la Ley contra Delitos Cometidos a través de Tecnologías de la Información, de 2014”, explica la directora de Amnistía Internacional Argentina.

Una pregunta que suele surgir al observar la situación desde Occidente es si existen movimientos feministas que luchen por los derechos de las mujeres en Qatar. Si bien no hay unidad o un movimiento feminista consolidado se alzan voces individuales y aisladas de mujeres. Éstas denuncian las situaciones de opresión y buscan transformarlas.

Soledad Sosa vivió en Doha, la ciudad capital, por tres años. Se mudó por el trabajo de su marido. Durante su estancia fundó, junto a otras mujeres, Argentinas en Qatar, una comunidad para migrantes. En su tiempo viviendo en el país notó que las nuevas generaciones son más abiertas, estudian, trabajan y son profesionales. En cambio, de las mujeres mayores muchas no estudiaron y tampoco trabajan. Con respecto a la incertidumbre que hay por parte de las turistas occidentales que van a viajar por el Mundial comenta: “Hay mucho prejuicio con el mundo musulmán. No llega mucha información. Lo muestran como lo malo, peligroso, les hacen fama de terroristas. En el mes del mundial van a hacer la vista gorda porque Qatar quiere darle la bienvenida al mundo y que la gente quede alucinada con el país que formaron para que vuelvan. Una cosa es vivir como residente que te tenés que amoldar a la cultura y otra cosa es ir de turista al Mundial”.

En esta línea, los inmigrantes o turistas no están obligados a usar el manto de abaya o el thawb como las mujeres y los hombres qataríes. En el código de vestimenta se pide cubrirse las rodillas y los hombros. A su vez, el alcohol en la vía pública está prohibido, solo los hoteles internacionales tienen permitido venderlo y consumirlo, aunque debe ser puertas adentro.

“Yo allá hacia mi vida normal, iba al cine, al shopping, a tomar un café con amigas, manejaba. Existe Tinder, la droga, el alcohol, la prostitución. La diferencia es que es puertas para adentro, en la calle te tenés que comportar. Dentro de tu casa vos podés ser gay, lesbiana, pero no podés darte besos en la vía pública, estar de la mano o hacer el amor en la plaza. Infunden el miedo y ante el miedo o la vergüenza no lo hacés. A veces uno se cansa, porque nació en libertad y en democracia”, comenta Sosa.

En Qatar, la homosexualidad está prohibida por lo que una pareja gay o lesbiana no puede tener demostraciones cariñosas en la vía pública. Con respecto a ciertos límites culturales, la investigadora Cuadro remarca la importancia de respetarlos, como es el caso de los abrazos o el saludo con un beso que es una costumbre en Argentina. Esto en Qatar no se puede hacer porque pone en una situación de incomodidad al qatarí, ya que con el beso se atraviesa una intimidad personal a la que no están acostumbrados. “Hay que tener respeto con algunos límites. Los argentinos somos muy de abrazar, ellos se expresan mucho a través de la palabra, de la mirada, de los gestos, de hacerte sentir que sos importante sin necesidad de tocarte. Nosotros nos abrazamos para decir eso, ellos lo dicen de otra manera”, concluye Cuadro. Además, remarca que se debe ir con amabilidad, humildad y respeto hacia Qatar y sus costumbres, para poder garantizar una buena estadía y un momento celebratorio como es el Mundial.

Las mujeres fueron protagonistas principales de la resistencia

Las mujeres fueron protagonistas principales de la resistencia

Movilizadas por los despidos de sus maridos, el hambre y la violencia económica, las mujeres de los barrios lideraron piquetes, marchas y acampes, en el 2001 organizaron comedores, clubes de trueque y cooperativas, y, sobre todo, se empoderaron como referentas políticas de sus comunidades.

“La enorme crisis del 2001 impactó especialmente en las mujeres por el desempleo acentuado, por vérselas en una situación familiar hipercrítica y porque por otra parte tuvieron que ser protagonistas centrales en la resistencia que produjo los acontecimientos”, explica la socióloga feminista Dora Barrancos. En aquel año, durante la presidencia de Fernando De la Rúa, el índice de pobreza que hasta entonces rondaba el 46%, ascendió al 66%, según el Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS).

Como parte de las medidas de lucha que se tomaron en ese momento, Barrancos rememora marchas populares, cortes de calles y piquetes. “Al frente de algunas de esas manifestaciones, como lideresas, actuaron mujeres. Tal es el caso de Plaza Huincul y General Savio –localidad donde se habían producido acontecimientos, antes incluso, por el cierre de Altos Hornos–, pero en 2001 fue particularmente estridente la participación de mujeres en los acampes, cortes de ruta y otras muchísimas manifestaciones. No sólo en esa área de lo privado o lo no público como hacer la comida, sino sosteniendo de modo activo piquetes y acampes”.

“¿Cómo viví el 2001? Organizada”, responde Gabriela Sosa, actual directora ejecutiva de la mesa federal de Mujeres de la Matria Latinoamericana (MuMaLá), quien en aquel tiempo era coordinadora de la juventud de Patria Libre en Santa Fe –hoy Libres del Sur–. Según cuenta, si bien la crisis se vivió con “mucha bronca y angustia por la pérdida de derechos, o por situaciones económicas muy concretas, como la impotencia con el corralito”, quienes estaban organizadas en espacios políticos y sociales habían “convertido esta situación en fuerza y en convicción para dar pelea y resistir este modelo”, porque tenían el “convencimiento absoluto de que era posible derribarlo y que más temprano que tarde se iba a caer”.

Fueron las mujeres de los sectores populares las que pusieron el cuerpo durante la crisis. Sosa asegura que fue fundamental durante toda la década del 90 y que la participación femenina en movimientos sociales que combatieron el neoliberalismo en Argentina tuvo un correlato en toda Latinoamérica. Fueron ellas “las que sostuvieron, de manera comunitaria, la posibilidad del alimento, de desarrollar algunas experiencias cooperativas o de emprendedurismo para la subsistencia. Fueron las mujeres las que poblaron las ollas populares, los comedores, los roperos comunitarios, el trueque. Paradójicamente, porque si hay un mandato que tiene el patriarcado para nosotras, las mujeres, es mantenernos en nuestro espacio privado, doméstico”, afirma. Así se fue popularizando una nueva forma de pensar el feminismo: “Ocupar la ruta, ocupar el comedor, ocupar el barrio fue el inicio de lo que hoy llamamos ‘feminismo popular’”. Así fueron apareciendo preguntas orientadas a reflexionar “sobre las otras desigualdades por el hecho de ser mujeres”, agrega.

Un ejemplo es Naty Molina, hoy referenta de la Corriente Villera Independiente de la Villa 21-24/Zavaleta. En diciembre de 2001, trabajaba como empleada doméstica y, luego de 10 años, buscaba un segundo hijo. Poco después de enterarse que estaba embarazada, recibió la noticia de que su pareja, que trabajaba como bachero en un bar de Retiro, había sido despedido. “Fue un momento tremendo: yo embarazada y él sin trabajo, no fui capaz de procesar lo que se venía”, recuerda. Naty asumió la responsabilidad de garantizar un plato de comida para su familia. Trabajó sin parar hasta los últimos meses del embarazo, a pesar de que le costaba caminar, subir escaleras y limpiar.

En medio de la crisis y el abandono estatal, la solidaridad se volvió fundamental. Entre vecinos del barrio se corría la voz cuando algún espacio brindaba comida o algún otro tipo de bienes para la supervivencia. Así se enteró que en una iglesia de Constitución daban el pan que sobraba, entonces, Naty embarazada, junto con su pareja, caminaba desde Barracas hasta allí. De la misma manera se fue difundiendo que en algunos lugares intercambiaban ropa por leche. “La mayoría de las vecinas iban al trueque”, asegura.

“El rol de la mujer se invirtió y las mujeres salieron a trabajar, mucho más que antes, además de laburar en las casas. En mi caso, por ejemplo, mi compañero se quedó de amo de casa y yo tuve que salir porque tenía más posibilidades de trabajo”, cuenta. Y agrega: “Hoy nosotras, como mujeres, ocupamos un rol en la construcción de una nueva cultura. Eso se ve reflejado en el crecimiento de muchas compañeras que cada vez están más empoderadas, cada vez la justicia de las otras la sentimos más propia. Hoy podemos intervenir, nos animamos a ocupar un lugar político, a pelear por un trabajo, porque queremos que nunca nos falte como nos faltó, porque eso nos lleva a lo más bajo del ser humano: a pedir la dignidad”.

El empoderamiento de los feminismos se tradujo en una serie de conquistas que se concretaron en los últimos años, entre ellas, destaca Gabriela Sosa, la ley integral contra la violencia de género, la ampliación de la ley de cupo o la ley de paridad, así como la reciente legalización del aborto. Dora Barracos reconoce que la organización popular femenina durante el 2001 generó  “una contribución a lo que luego fue la concatenación de las luchas feministas, sobre todo años más tarde con el despertar del Ni una menos”. Sostiene que “hay una cierta tradición en esa manifestación y la sostenibilidad pública de la protesta a cargo de mujeres, que tiene, sin duda, consecuencias sobre las formulaciones políticas”. Sin embargo, advierte que “muchas mujeres lideresas que participaron activamente en el 2001, por diversas razones, luego abandonaron el campo de lo público. Por razones de género, muchas fueron acusadas de algunas situaciones de corrupción y, ese descrédito, esa suerte de imputación sin pruebas, significó lo que siempre ocurre para los grupos de mujeres: un regreso a la vida doméstica”. Y concluye: “Por eso las mujeres necesitan sororidad, sostenibilidad y mucha fuerza del colectivo de mujeres para seguir actuantes en la arena política y social”.

Por Lucía y por todas

Por Lucía y por todas

Multitud en la marcha para pedir justicia por Lucía PérezOtra vez las mujeres salieron a las calles para exigir que dejen de matarlas. A las 17 de este miércoles se concentraron frente al Palacio de Justicia de la Nación para marchar hasta Plaza de Mayo con el lema: “Por Lucía y por todas”. Es que el fallo por el caso de Lucía Pérez generó indignación luego de que a los imputados en la causa, Matías Farías y Pablo Offidani, se los absolviera por el asesinato de la joven marplatense de 16 años, y se los condenara por venta de estupefacientes. El tercer acusado, Alejandro Maciel, resultó absuelto, demostrando que para la justicia patriarcal hay una sola culpable de su muerte: la propia adolescente.

Marta Montero y Matías Pérez, la madre y el hermano de Lucía, fueron quienes encabezaron la marcha. El crimen de la joven, allá por el año 2016, fue lo que impulsó la reacción del movimiento feminismo llevando a cabo el primer paro nacional de mujeres, convocado por el colectivo NI Una Menos como forma de protesta contra la violencia de género. Participaron miles de mujeres en todo el país, y hoy la historia se repite, pero ahora coloreada con el pañuelo verde que exige la legalización del aborto libre, seguro y gratuito.

Ludmila Coradino, de 19 años, sostiene que ya no hay precaución que valga para sentirse segura. “Yo no salgo a la calle sola. Ya no me puedo tomar un colectivo, el subte, nada. Si tengo plata uso hasta lo último para tomarme un Uber o lo que sea como para no andar caminando sola. Porque ya ni siquiera tiene que ver con salir de noche”.

El último informe del Observatorio de Femicidios en Argentina Adriana Marisel Zambrano, dirigido por la Asociación Civil La Casa del Encuentro, fue realizado durante el período que abarcó del 1 de enero al 31 de octubre de este año El resultado que arrojó fue de un femicidio cada 32 horas en nuestro país. “Yo marcho hoy para que mañana no marchen por mí”, deja leerse uno de los carteles entre la multitud.

Daniela Samudio, de 29 años, cuenta que sufrió violencia de género, al igual que muchas mujeres que forman parte de su entorno. “Me da miedo salir, me da miedo también salir con alguien que no conozco. Tengo un grupo de whatsapp en el que nos estamos avisando constantemente dónde estamos. Si yo me tomo un Uber, tengo la ubicación encendida todo el tiempo”.

Llegando al Obelisco, un grupo de manifestantes se acostó en el suelo. Tendidas, con los ojos cerrados y con la foto de Lucía en el pecho, para representar la muerte de cada mujer víctima de violencia de género. Es que 2018 se cobró 225 víctimas por femicidio. 250 chicos quedaron sin madre y el 67% de ellos son menores de edad.

Madre y hermano de Lucía Pérez

«Deberían tener cadena perpetua, no podemos permitir más esto, la terminaron de violar los jueces con la condena que dieron”, dijo Marta Montero.

Vestida de negro y con el pañuelo verde, María Fernanda De Vasconcelos cuenta que sufrió violencia patriarcal y machista con su ex pareja, es decir, violencia económica. “Me recriminaba la desigualdad de salarios que entraban al hogar, y eso ameritaba a ninguneos”. Además cuestionó el (in)accionar del Estado frente a los hechos de violencia: “No responde ni se está haciendo cargo frente a las causas que se les presenta. Está dando un presupuesto de once pesos con cincuenta por mujer. Nos están abandonando. Nosotras tejemos redes de contención de modo horizontal para responder”.

En medio del recorrido hubo una intervención artística que dejaba boquiabierta a quienes pasaban por allí. Un grupo de mujeres colgadas, desnudas, dentro de bolsas plásticas, representando el final trágico que algunas sufren, acompañado con frases como: “Nos están matando” y “Nuestras vidas no son descartables”.

Lourdes Bruno, de 22 años, asistió a la marcha “por Lucía y por todas las chicas que nunca vuelven”, ya que en su entorno hubo violencia de género y habló respecto a la hora de elegir su vestimenta para salir a la calle: “La mirada siempre está y los comentarios te hacen sentir incómoda, antes de pasar un momento de mierda decís “bueno, prefiero cuidarme”.

Carla Martilotta, de 24 años, expresa que ya no tiene miedo de salir a la calle porque se siente acompañada por sus compañeras. “No es que la calle esté más segura o que haya más conciencia en los hombres, ni que nosotras corramos menos peligro, pero la sororidad hizo que una pueda ir caminando más tranquila sabiendo que hay una compañera al lado”.

Alrededor de las 20, desde el acoplado de un camión frente a Plaza de Mayo, Marta Montero expresó el orgullo que siente por la gente que se acercó y los acompañó día a día: “No puedo creer que tanta gente haya tomado el compromiso y que haya pensado que esta hija podría ser de ellos. Gracias por estar ustedes y ser la voz de ella”.

La madre de Lucía también repudió a los jueces, a quienes llamó “sinvergüenzas”, y los acusó de haber sido comprados: “Pensaron que nos íbamos a callar, que les íbamos a tener miedo. Ellos recibieron plata de los narcos y del poder político. Hay autos de alta gama vigilando mi casa, esas mafias que piensan que van a poder con nosotros”.

Paro y movilización de mujeres para exigir justicia por el femicidio de Lucía Perez y por todas las mujeres muertas por el patriarcado. Personas acostadas boca arriba el suelo con una foto de Lucía en el pecho

“Decía que Lucía era una falopera, prostituta. Lo cual si así fuese no tiene derecho a morir como murió”, dijo Matias Pérez.

El grito de “Lucía Pérez/Presente/Ahora y siempre”, copó la plaza. Marta continuo: “Justicia por Lucía, y por tantas otras Lucías que no tienen voz, que no pueden estar, que la familia se derrumbó y no pueden seguir. Estos jueces no tienen idea qué es la violencia de género”. Y pidió que se investigue al municipio de Mar del Plata que carece de políticas públicas y sociales.

Entre mucha emoción fue contundente: “A mi hija la violaron y drogaron hasta matarla, y la seguían violando mientras dejaba de respirar. La peor muerte para un ser humano”. Concluyó: “Deberían tener cadena perpetua, no podemos permitir más esto, la terminaron de violar los jueces con la condena que dieron”.

Las miles de mujeres le abrieron el paso a Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo-Línea fundadora, para que subiera al escenario. Luego de un cálido abrazo, Marta le cedió el micrófono. “Vine para acompañar, porque sé de este dolor. Rechazo la violencia que día a día se desata. Basta de femicidios y de muertes de jóvenes, no puede ser que no puedan salir a la calle y ser libres. Repudiamos al juez que tapa el asesinato de Lucía”.

Gustavo Melmann, papá de Natalia, la joven de 16 años, violada y asesinada por al menos cinco hombres en Miramar, en 2001, agradeció a los presentes y manifestó: “Norita es el ejemplo de cuando declinamos, ella desde la mañana temprano hace más de 42 años se levanta y lucha. Las mujeres están tirando el patriarcado” y repudió el actuar de la justicia marplatense: “Se olvidaron en el fallo que había una joven muerta, ella no existió para los jueces”.

Matías Pérez hizo referencia a que el fallo hizo mención de la vida privada de su hermana: “Decía que Lucía era una falopera, prostituta. Lo cual si así fuese no tiene derecho a morir como murió”. Y terminó sus palabras pidiendo un mundo mejor para los que vengan detrás. La jornada terminó con aplausos y cánticos al pedido de ¡Justicia!

Las pibas a un paso del mundial

Las pibas a un paso del mundial

Argentina vs Panamá en la clasificación al mundial, Tres jugadoras argentinas festejanLa tarde cae en Sarandí. Las banderas celestes y blancas inundan las calles que rodean al estadio Julio Humberto Grondona de Arsenal. Hay olorcito a choripán y promesa de fiesta en los tablones. Por primera vez, un partido de la Selección Argentina es libre y gratuito. Las y los hinchas que llegan con bombos y redoblantes completan la celebración. Quince mil personas cruzan los molinetes y llenan las tribunas para alentar a las jugadoras que disputan frente a Panamá un lugar en la Copa Mundial Femenina Francia 2019. Hombres, mujeres, niño y niñas. Los pañuelos verdes se mezclan con las camisetas argentinas y las vinchas. 

El equipo recorre el camino que separa al vestuario del campo de juego escuchando la tradicional “que esta barra quilombera / no te deja, no te deja de alentar”. El camino hasta el repechaje fue difícil. Años sin espacio para entrenar, viáticos miserables, nada de indumentaria ni premios, nulo apoyo oficial, pero siempre la pasión y un reclamo en alto: “¡Queremos ser escuchadas!”. Las pibas salen a la cancha y la multitud les da la bienvenida con cánticos y una suelta de globos albicelestes por el cielo de Avellaneda. Suena el himno panameño y el público responde con un aplauso respetuoso. Suena el argentino y lo corea a viva voz. La checa Jana Adamkova da el pitazo inicial y la percusión de la popular no se detendrá en los 90 minutos siguientes. Los hinchas en las gradas están encendidos, los espectadores fugaces que vuelven de sus trabajos en el tren Roca miran con curiosidad desde el terraplén del ferrocarril, el combinado nacional arranca con buen pie.

Mujer tocando el bombo en la tribuna

Las y los hinchas que llegan con bombos y redoblantes completan la celebración.

A los 10 minutos, penal para Argentina. “¡Penalazo!”, grita un plateísta. Pero la “asombrosa Bailey”, tal como la caracteriza la FIFA en su web oficial, hace valer su reciente título de Guante de Oro y ataja el disparo. Once minutos dura el mal trago hasta que Mariana Larroquette manda la pelota a la red panameña y convierte el primer gol. Cinco minutos transcurren nomás y Eliana Stabile amplía la diferencia. El estadio estalla de alegría. Las pibas dejan todo y la hinchada agradece a puro aliento.

Antes de que termine el primer tiempo, un rincón de la popular empieza a cantar “¡Aborto legal, en el hospital!” y el grito se contagia. Ya en el complemento, mientras la zaguera Aldana Cometti para cualquier intento de ofensiva panameña, Estefanía Banini despliega su calidad de juego, corre y gambetea “a lo Banini” –frente a quienes insisten en llamarla “La Messi”– y le deja servido el tercer tanto a Yamila Rodríguez, dueña de todas las pelotas paradas, que hace honor a su potente pegada.

La roja a la panameña Linedth Cedeño desnivela aún más el juego y, sobre el cierre, la referí cobra un nuevo penal para Argentina que Stábile cambia por gol. Las chicas se abrazan y festejan un triunfo adentro y fuera de la cancha. 

Arquera panameña ataja un pelotazo

La “asombrosa Bailey”, tal como la caracteriza la FIFA en su web oficial, hace valer su reciente título de Guante de Oro y ataja el disparo.

El camino al mundial no es sencillo. Tras 11 años de ausencia albiceleste, el tercer puesto en la Copa América las trajo hasta este repechaje. El próximo martes en el Estadio Rommel Fernández, en Panamá, se disputará el partido de vuelta. Será el último escalón para llegar a Francia 2019.

Una bruja italiana en Flores

Una bruja italiana en Flores

Silvia Federici es una de las voces más sagaces a la hora de pensar y teorizar sobre el feminismo a nivel internacional. Para la escritora italiana, no pueden pensarse las violencias hacia las mujeres sin hacer un análisis exhaustivo del sistema capitalista en el que se insertan y reproducen. De esto trata su último libro, El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo (Tinta Limón Ediciones). Con motivo de su presentación, Federici dio una charla pública y gratuita en el barrio porteño de Flores. En la esquina de Artigas y Morón se montó un escenario desde donde respondió preguntas de una marea verde que tomó las calles. “¿Qué significa estar creando un nuevo mundo?”, decía el cartel que recorría el escenario en el evento, organizado por Tinta Limón y la Fundación Rosa Luxemburgo, en el que la teórica feminista estuvo acompañada por Verónica Gago -Doctora en Ciencias Sociales- y la filósofa y activista mexicana Raquel Gutiérrez Aguilar.

El trabajo invisibilizado

“¿Cómo sería la historia del desarrollo del capitalismo si en lugar de contarla desde el punto de vista del proletariado asalariado se contase desde las cocinas y dormitorios en los que, día a día y generación tras generación, se produce la fuerza de trabajo?”. De esa pregunta parte Federici, con el objetivo de resignificar los conceptos en los que se han fundado los movimientos de izquierda marxistas desde una perspectiva de género.

“Nos hemos dado cuenta, a partir de un análisis de nuestra experiencia personal y colectiva, de las historias de nuestras madres y abuelas, que los problemas que nosotras enfrentábamos en nuestras vidas no estaban contemplados ni discutidos, no estaban reconocidos en la óptica de los partidos y los movimientos de la izquierda tradicional a partir de la obra de Marx y de todos los que siguieron sus ideas políticas”, expresó la escritora en las calles de Flores. De ahí, la principal crítica que realiza a la teoría de Marx: que no haya sido capaz de ver el trabajo doméstico como parte del trabajo capitalista. Este trabajo que apareció siempre como un servicio personal y del ámbito privado, la autora lo redefine como el ‘trabajo de reproducción de la vida’.

¿Por qué reproducción?  En términos marxistas la capacidad de trabajar no es algo natural sino algo que debe ser producido. Sin embargo, Marx agota el sentido de la reproducción a partir de la compra de mercancías como comida o ropa. Acerca de esto, Federici propone una revalorización de las actividades en las cuales las mujeres han sido tradicionalmente empleadas: “El trabajo doméstico produce la mercancía más importante que hay en esta sociedad que son los trabajadores y las trabajadoras, la fuerza de trabajo, la capacidad de trabajar”, explicó la activista en su charla pública.

La autora en la presentación de su nuevo libro «El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo».

“El trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de la casa. Es servir a los que ganan el salario, física, emocional y sexualmente, tenerlos listos para el trabajo día tras día. Es la crianza y cuidado de nuestros hijos ―los futuros trabajadores― cuidándoles desde el día de su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos también actúen de la manera que se espera bajo el capitalismo. Esto significa que tras cada fábrica, tras cada escuela, oficina o mina se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres que han consumido su vida, su trabajo, produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas fábricas, escuelas, oficinas o minas.”, sostiene la escritora italiana en el capítulo “El trabajo invisibilizado”.

La falta de salario como disciplina

“La cadena de montaje de la sociedad capitalista empieza en la cocina, en la cama, en el cuarto, en las relaciones familiares, en las relaciones sexuales”, disparó la escritora italiana frente a un público que oía quieto y en silencio. Así introdujo su análisis sobre un segundo concepto clave en su crítica feminista al marxismo: el salario. La autora advierte que la izquierda ha estado concentrada todo ese tiempo en la cadena de montaje de las mercancías y se ha olvidado de una segunda cadena paralela, presente en todo el desarrollo capitalista: la que produce trabajadores. El marxismo ha analizado sólo la primera, que tenía como protagonistas a los proletarios asalariados. Federici propone correr el centro gravitacional hacia las proletarias que trabajan en los hogares: “El primero es mayormente masculino, el segundo femenino; el primero asalariado, el segundo no asalariado. Con esta división de salario / no salario, toda una parte de la explotación capitalista empieza a desaparecer”, así lo expresa en el capítulo “Marxismo y feminismo: historia y conceptos”.

La clave en este sentido es la no remuneración del trabajo doméstico como factor de invisibilización y disciplinamiento. Federici encuentra que, en lo que respecta a las mujeres, la falta de remuneración a sus labores domésticas aumenta la efectividad de la explotación porque “su trabajo aparece como un servicio personal externo al capital”.

“El varón tiene el poder del salario y se convierte en el supervisor del trabajo no remunerado de la mujer. Y tiene también el poder de disciplinar. Esta organización del trabajo y del salario, que divide a la familia en dos partes, crea una situación donde la violencia está siempre latente”, dice en su libro. “El capitalismo no debe enfrentarse a las mujeres directamente, pero puede disciplinarnos a través de los hombres.”

“La inclusión es una mentira”

“Nuestra fuerza como mujeres empieza con la lucha social por el salario, no para ser incluidas dentro de las relaciones salariales sino para ser liberadas de ellas. En diálogo con ANCCOM Federici afirmó: “La inclusión de las mujeres en el mercado laboral es una mentira, ya estamos incluidas, no estamos por fuera del capitalismo, lo que pasa es que trabajamos sin recibir un salario”.

En este libro Federici lleva a cabo una reinterpretación de la teoría marxista desde una perspectiva feminista.

Si bien la lucha por generar cupos femeninos en esferas del mercado laboral, desde los años setenta a esta parte ha sido una bandera levantada por diferentes sectores del movimiento feminista, la escritora advierte que el discurso de la “inclusión laboral” genera una confusión respecto al rol en el que el capitalismo ya ha incluido a las mujeres.

La investigadora dispara en su libro la frase “lograr un segundo empleo nunca nos ha liberado del primero”. En este sentido dijo a ANCCOM: “Ya estamos incluidas, el tema es cómo. Muchas mujeres trabajan dos veces al día: en la casa y afuera de la casa. Cuando en los años setenta tuvo lugar el movimiento que buscaba la autonomía económica de las mujeres en contra de la dependencia hacia los hombres, la clase capitalista vio la gran oportunidad de usar la mistificación de la emancipación femenina para abrir la puerta de los trabajos más baratos”.

Contraatacando desde la cocina

En su juventud, la autora buscó en el feminismo y en el marxismo las respuestas frente a su rechazo a aceptar el ser ama de casa y ocuparse de las tareas domésticas como un destino obligatorio por el hecho de ser mujer. Su recorrido, tanto personal como colectivo, hizo que descubriera que el trabajo de la casa no es degradante o poco creativo en sí mismo, sino que su desvalorización reside en las condiciones en que se realiza.

Así lo expresó Federici a ANCCOM: “Yo recuerdo cuando era una joven de quince o dieciséis años. En ese momento mi sueño era no hacer nada que tuviera que ver con el trabajo del hogar, para mí era una suerte muy fea la de trabajar en la casa todo el día. Con el paso de los años y mi involucramiento en el movimiento feminista he repensado y redefinido esto. Hoy me doy cuenta de que el trabajo de reproducción es un trabajo extremadamente importante y potencialmente muy creativo. Reproducir la vida es cambiar el mundo, es crear el nuevo mundo. La crianza de los niños y de las niñas significa decidir colectivamente cuáles son los valores que vamos a reafirmar en este mundo. Significa repensar qué es la sexualidad, qué es la procreación, cómo pensar el parir, cómo pensar a todas las formas de actividades que cada día nos sustentan.”

Desde la esquina de Artigas y Morón la autora invitó a cuestionarse el lugar del trabajo domestico dentro del sistema capitalista.

En este sentido, la escritora hizo hincapié en que el rechazo a las tareas del hogar forma parte de las condiciones en las que las mujeres han sido obligadas a trabajar en la casa. “Yo creo que es importante ver que la degradación de estos trabajos no está en el trabajo en sí mismo, sino en cómo estos trabajos han sido definidos en esta sociedad capitalista en la que nos han coartado todos los recursos, nos han puesto a trabajar aisladas la una de la otra, cada una separada en su casa, sin recursos, sin tiempo para las afectividades, para las actividades reales”, dijo Federici a este medio.

Para concluir, planteó la necesidad de luchar por una “redefinición” del ‘trabajo de reproducción’: “Creo que parte de la lucha no es solamente pedir más recursos para nuestra reproducción, es también cambiar la forma en la que realizamos estos trabajos y repensar, redefinir, redescubrir, reinventar qué es el trabajo de reproducción”.

Sobre todo esto reflexiona en su último libro, El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo, y establece una relación entre patriarcado y capitalismo a partir de la reinterpretación de la teoría marxista desde una perspectiva feminista. El libro bucea por el vínculo entre la lucha por la emancipación de las mujeres y la lucha de clases, la reproducción de la vida, las relaciones salariales y la glorificación de la familia.

Si bien no se define como marxista, la teórica italiana sostiene que, aún con todos los cambios que al día de hoy ha atravesado el capitalismo, el materialismo histórico de Marx continúa siendo importante para comprender los mecanismos en los que se funda la sociedad capitalista. Federici considera que el feminismo ha brindado herramientas para hacer una crítica a Marx, que se han condensado en los aportes teóricos del movimiento feminista de los años setenta, en especial de la campaña “Salario para el trabajo doméstico” de la que formó parte en ese entonces y que fue el inicio de una teoría marxista-feminista de la que hoy es una referente.

La autora de Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, además reedita en nuestro país Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas, un libro que reúne artículos de su autoría desde 1975 hasta nuestros días.