«Se habla de democracia pero se reprime todos los días”

«Se habla de democracia pero se reprime todos los días”

«Bajo las banderas, el sol» es un documental de Juan José Pereira sobre la dictadura de Alfredo Stroessner que explora un formato que rompe la clásica película didáctica y exhibe un archivo internacional inédito. Funciona como un alerta para América Latina.

Este jueves se estrena en la mítica Sala Lugones del Teatro San Martín, Bajo las banderas, el sol, de “Juanjo” Pereira, el director de cine paraguayo que, a pesar de la destrucción de gran parte del material, reconstruyó una narrativa visual de la dictadura más larga de América Latina. Opuesto al formato clásico de documental, relatado en primera persona por testimonios que vivieron los hechos, Pereira utilizó las herramientas sonoras y visuales que le habilita el cine para intervenir y “faltarle el respeto” a archivos oficiales y caseros de los años 1954 a 1989, durante los cuales Alfredo Stroessner gobernó dictatorialmente en el Paraguay.

Recién aterrizado en Argentina de un viaje a Francia, el director, en entrevista con ANCCOM, explica: “Creo que dentro de este estado general de terror en el que vivimos hoy, nuestra película viene a ser una suerte de alerta. Es síntoma del mismo sistema en que estamos viviendo, una fiebre dentro de todo esto. La búsqueda infinita de financiación, característica del cine independiente, hizo que la película estuviera lista para estrenar en este contexto histórico tan particular. Tal vez su destino siempre fue nacer en este momento tan complicado que la impregna de una significación particular, la única que quizás siempre debió tener”.

De las 4.000 personas que asistieron al estreno en Paraguay, unas 3.000 fueron jóvenes de entre 20 y 30 años. “Nosotros buscábamos despertar un rol activo en el público y alejarnos del formato de documental educacional que guía al espectador de la mano. Y creo que la película está marcada por ciertos tintes contemporáneos, a partir de la música electrónica, a un cierto tipo de ritmo que sí desafía a la juventud”.

El film inicia ubicando a Paraguay en el mapa, decisión que nace de la inquietud del director por la diferencia entre el conocimiento que se tiene, en general, acerca de culturas y rasgos destacados de algunos países primermundistas (aunque nunca se los haya visitado), y el desconocimiento sobre otros, como Paraguay, “la provincia olvidada de América”, siendo necesario contextualizar al espectador.

Gran parte del material sonoro y visual que el stronismo produjo para glorificar la imagen de su líder, fue destruido con el derrocamiento del régimen a manos de su camarada de partido y consuegro, Andrés Rodriguez Pedotti. Algunas de las imágenes que expone el documental, mantienen correlación con la actualidad Latinoamericana. En el montaje de imagen y audio, Pereira demuestra cómo el discurso oficial hablaba de progreso y democracia, de paz y trabajo, cuando la alternancia con imágenes de las calles muestra la pobreza y la persecución política a los opositores a quienes se perseguía y desaparecía. En su mayoría eran sindicalistas, campesinos agrupados o amas de casa. Muchos documentos producidos como registros internos del aparato represivo que desarrolló la dictadura paraguaya, fueron encontrados y conforman hoy el llamado Archivo del Terror. Allí aparecen libretas de identidad, libros robados a los desaparecidos, registros de detenciones y de averiguaciones de vinculaciones políticas.

“Quería tratar el tema del poder desde su lado más simbólico y no operacionalmente. Buscamos desmantelar el discurso del poder, la versión oficial de los hechos- Por eso el material de archivo visual de aquellas épocas fue nuestro personaje principal, nuestra forma de vehiculizar la verdad. No encontrábamos interesante contactar con personas que hayan vivido durante el stronismo y que relataran su versión de la época. Por el contrario, queríamos reconstruir un imaginario de cómo era Paraguay, sus calles y su gente, en las décadas del 50, el 60 y los 70”, explica Pereira.

“Muchísimas de las escenas que muestra el film nunca se vieron en el mundo ni en nuestro propio país. Entonces, nosotros privilegiamos mostrar los eventos canónicos, como las entrevistas a las ligas agrarias, y ser puntillosos al momento de seleccionar y recortar los archivos para hacer valer la pena a cada segundo. Debíamos ser muy precisos y determinar qué queríamos contar”. A la selección se sumó la dificultad impuesta por los altos costos de los archivos documentales, que fueron recolectados tanto en el extranjero como en Paraguay.

“Los archivos no estaban disponibles fácilmente, así que fue una búsqueda incesante en varias filmotecas, donde distintas personas nos fueron aportando su conocimiento para ir destrabando nueva información”, dijo el director, agregando que comenzó el proyecto por la necesidad personal de conocer más sobre su país. “Una vez que tuvimos el material oficial, debíamos encontrar la forma de dotarlo de nuestro punto de vista. El sonido y el montaje nos permitieron jugar con el material y lograr la construcción que queríamos”. Algunos fotogramas están intervenidos de manera directa, ya sea con aceleraciones, movimientos hacia atrás, o con el sonido ensordecedor de insectos y moscas. “Es totalmente un gesto de faltarle el respeto al material. El primer retroceso que hacemos es para mostrar que cuando Stroessner llega al poder, el país se va para atrás. O, en archivos con sus declaraciones de prensa, fue el gesto genuino de acelerarlo, porque ‘no te quiero escuchar más, hasta acá llegan mi escucha y mi respeto’”.

“Hacer la película colaborando con argentinos, implicaba explicar todo el tiempo ‘no es lo mismo’, y nunca lo será porque son dos países distintos con procesos muy diferentes”. A pesar del derrocamiento de Stroessner el Partido Colorado nunca abandonó el poder, e incluso, es hoy el partido gobernante en Paraguay. “No es que no haya sucedido nada, encontrar y sistematizar el Archivo del Terror fue un gran avance, pero el partido nunca hizo una autoevaluación. Se fueron los militares pero quedaron en el poder de todos modos”.

En ese sentido, opina que aunque Latinoamérica se encuentra en un estado de fragilidad compartida, “no se puede tratarla como si fuera un solo bloque homogéneo, eso es súper complejo y ambivalente porque aunque pertenecemos a un mismo territorio no es así con el espacio político. Aunque sí creo, que todos, de manera más o menos directa, hemos estado bajo la sombra de Estados Unidos siempre. En estos momentos, algunos países como Brasil están luchando contra los proyectos de derecha, mientras que otros, como Argentina y Paraguay, ya han sucumbido a ellos y esperan ver cómo acomodarse en este nuevo orden mundial. En ese sentido, sí podríamos pensar en Paraguay y Argentina como países alineados a un mismo eje político: por ejemplo, fueron los únicos dos países de la región que no votaron para reconocer el Estado de Palestina en la ONU (Organización de las Naciones Unidas). Este es un momento muy incierto y temeroso, en el que se habla de democracia pero se reprime todos los días”.

Bajo las banderas, el sol remite a un juego de palabras en que algo esconde otra cosa: las banderas son el poder, y el sol simboliza a las naciones que quieren emerger de abajo de los estandartes. Una película que recupera las imágenes de una dictadura de las tantas que se perpetraron en América Latina en el marco del Plan Cóndor y bajo la tutela de Estados Unidos. Denuncia el vínculo personal de Stroessner con el nazismo, particularmente con el “Ángel de la muerte”, Josef Mengele (exiliado en Paraguay), la persecución y desaparición de los opositores políticos, la construcción de la mayor represa hidroléctrica por aquellos años que costó al menos 150 vidas y fue el mayor hecho de corrupción del país.

En cuanto al arte político el director considera que “el documental es un género que se viene trabajando mucho en los últimos diez años en Paraguay y la herramienta que ha encontrado nuestro cine para salir al mundo”, un sol que comienza a levantarse.

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Bajo las banderas, el sol podrá verse en la Sala Lugones desde el jueves 9 en la función de las 21 horas y en el MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires) a partir del viernes 10 y durante todo el mes, en las funciones de las 20 horas.

La foto que se convirtió en estampita

La foto que se convirtió en estampita

Se estrena «La imagen santa», un documental de Pablo Montllau que va detrás de la historia del retrato icónico de Gilda que hoy veneran sus devotos. Para Silvio Fabrykant, el fotógrafo que la sacó, fue una toma más.

Tras su paso por la sección Panorama Argentino del 39° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, llega al Gaumont La imagen santa, una producción que rastrea el camino de una foto que trascendió lo musical.

Después de casi una década de trabajo, Pablo Montllau estrena su tercer documental, que narra la historia detrás de la última foto de Gilda y cómo, con el paso del tiempo, se convirtió en ícono de fe. La proyección será este viernes a las 20 en el Cine Gaumont, con una función especial que contará con la presencia del director, los protagonistas y decenas de devotos.

La historia sigue a Silvio Fabrykant, autor de numerosos retratos de la cultura popular argentina, que intenta escapar de la sombra de su imagen más famosa: la portada del último disco de Gilda. Con material de archivo y testimonios de músicos, escritores, productores discográficos, curas y fanáticos, La imagen santa indaga cómo las personas construyen alrededor de esa foto relatos de sanación y milagro.

En diálogo con ANCCOM, Montllau reflexiona sobre el rol del archivo en los documentales, la construcción de confianza con los entrevistados y la importancia de hacer las cosas despacio y con criterio.

 

¿Cómo nació la idea de contar esta historia?

Siempre me interesó mucho la figura de Gilda. Cuando empecé a estudiar cine, me empezó a llamar la atención el tema de los santos populares en general y ahí me di cuenta de que Gilda era contemporánea a nosotros. A diferencia de la mayoría de los santos, que pertenecen a épocas muy lejanas, ella era alguien actual, y esa devoción que se generó en torno a su figura siempre me pareció fascinante. Recuerdo ir al santuario, hablar con fans y encontrarme con historias muy personales de sanaciones o experiencias íntimas que tenían algo de realismo mágico y que me costaba traducir en imágenes. En 2014 me enteré de una muestra de Silvio Fabrykant con retratos de la movida tropical, entre ellos uno icónico de Gilda. Ahí sentí que había encontrado la clave, ya que él era el autor de la foto más importante para la devoción en torno a ella. Cuando fui a hablar con él, me encontré con que la consideraba como una foto más. Decía que en su estudio pasaban decenas de artistas y que en ese momento ella no se destacaba particularmente, sino que se convirtió en “Gilda” después. Ese contraste fue un shock al principio, pero también el conflicto que necesitaba, ya que la imagen más venerada por sus devotos era, para su autor, algo sin importancia.

 

¿Cómo fue el proceso de reunir los testimonios?

Todo empezó alrededor de 2015. Después del estreno de mi primera película me junté con Matías, el director de fotografía con el que siempre trabajo, le conté que tenía una idea para el próximo documental y le hablé de Silvio Fabrykant. Con él arrancamos a filmar en 2015. Fue un proceso muy a pulmón, porque no teníamos equipos propios y dependíamos de que alguien nos prestara una cámara o de poder acomodar los rodajes entre otros trabajos. Eso hizo que lo fuéramos haciendo muy de a poco y que todo se estirara bastante en el tiempo. Entre medio llegó la pandemia, y recién en 2021 terminamos de filmar todo. En total fueron unos seis años de rodaje, con ese ritmo lento que también tiene su lado positivo, porque el paso del tiempo va acomodando las cosas y le da otra perspectiva al material. Después vino el proceso de edición, que se extendió hasta 2024. Así que desde la idea hasta el estreno pasaron alrededor de nueve o diez años.

A Silvio Fabrykant, el fotógrafo de Gilda, nunca le entusiasmó la imagen a la hoy muchos le rezan.

Con tantos registros distintos, ¿cómo decidiste qué imágenes y relatos incluir?

Para mí, en un documental el archivo es fundamental y lo interesante es no sólo usarlo sino filmarlo. Desde el principio tuvimos claro que no queríamos que predominara el material de los recitales o su música. La película no estaba pensada como una biografía sobre su vida o su carrera, sino como un relato de lo que ella dejó en la gente después de su muerte trágica y de cómo se construyó esa devoción. Por eso evitamos apoyarnos demasiado en fotos o en entrevistas que circulan en internet. En lugar de usar archivos ya conocidos, preferimos generar nuestras propias imágenes filmando los discos, registrando murales en Buenos Aires y mostrando banderas de fans. Esa fue, de alguna manera, una primera forma de jerarquizar. Con los testimonios, lo que apareció fue un choque de fuerzas que estructuraba la película. Por un lado estaba Gilda, con devotos, Leo García y la gente del santuario y por otro lado Silvio Fabrykant, con voces como Gisela Volá, Elio Kapszuk o Alejandro Margulis, que aportaban un análisis más racional y académico. No buscábamos jerarquizar un lado por sobre el otro, sino equilibrarlos y poder generar así tensión en el relato.

 

¿Cómo te acercaste a cada uno para que se sintieran cómodos y pudieran compartir sus historias?

Yo venía de hacer mi primera película, Relámpago en la oscuridad, donde trabajamos con muchos músicos y gente del rock. En ella, el método era bastante directo: llamábamos a alguien, fijábamos un lugar y filmábamos sin demasiada vuelta. Con La imagen santa sentí que no quería repetir ese esquema, porque necesitaba que hubiera otra relación, que no fuera simplemente llegar y encender la cámara. Por eso, tanto con Fabrykant como con los demás entrevistados, lo primero que hice fue generar un vínculo. Con los fans, por ejemplo, llegué a reunirme con tres o cuatro aunque después solo filmé con uno. Recuerdo haberme encontrado en Retiro con un muchacho de Entre Ríos y haber pasado más de una hora conversando, o haber ido un domingo al cementerio para hablar con varias personas que estaban ahí. Ese proceso me servía para entender mejor sus historias, pero también para ser respetuoso con algo tan íntimo como la fe y la devoción. Sentía que primero tenía que escucharlos y recién después definir qué quería preguntar o qué valía la pena registrar. Con todos los entrevistados traté de trabajar de esa manera, salvo con Leo García. En su caso fue distinto porque tiene una agenda muy apretada y no había margen para ese acercamiento previo. De todos modos, ya sabía muy bien qué quería de él porque lo había visto en otras entrevistas y tenía claro que podía aportar algo clave hacia el final del documental. En definitiva, el objetivo era generar confianza y que las personas estén más sueltas frente a la cámara, mientras yo mismo iba descubriendo hacia dónde quería llevar la película.

 

Tus trabajos destacan por su imagen y música. ¿Cómo pensaste estos elementos en La imagen santa?

Tanto en este caso, como en los anteriores, la clave está en trabajar con un equipo estable. Está Matías Lago, el director de Fotografía; los productores Rodrigo Cala y Mariano Fernández; y Carlos Cambariere, que además de editor es co-guionista, director y músico. Con él tenemos una dinámica muy particular: solemos armar juntos el guion, a partir de un esqueleto inicial, y de ahí surgen nuevas escenas que volvemos a filmar. Como después se encarga de la edición, llega con una mirada muy completa y, además, es quien compone la música. Creo que ese cruce de roles nos permite integrar más las partes, no es que hay un guionista por un lado, un editor por otro y un músico aparte, sino que todo se va construyendo en conjunto y con continuidad. Con Matías, en lo visual, también trabajamos con criterios muy definidos. Para esta película decidimos imponernos ciertos dogmas como filmar siempre con trípode y plantear encuadres con mucho aire arriba, para transmitir la sensación de pequeñez frente a algo inmenso. Por ejemplo, cuando Silvio hablaba de lo divino y lo mágico de Gilda, buscábamos que en la imagen él quedara pequeño en el cuadro, rodeado de espacio, reforzando esa idea de lo trascendente. En la película mantuvimos esa lógica, salvo en la escena final, que filmé yo solo con cámara en mano. Al principio Matías no estaba convencido, pero después terminó diciéndome que era la mejor toma, porque rompe con todo lo anterior y le da un cierre distinto. Hay un pensamiento estético muy cuidado, que surge también de tomarnos mucho tiempo y hacer las cosas despacio, con criterio y en diálogo constante.

Leo Arias es uno de quienes brindan testimonio en el documental.

¿Qué desafíos encontraste a lo largo del proceso?

El principal fue la financiación, ya que prácticamente no contó con apoyo económico. Presenté la película dos veces al INCAA y no salió, seguramente porque mis proyectos no eran tan sólidos y yo mismo todavía no tenía del todo claro qué quería contar. Las devoluciones que recibí fueron muy útiles, porque me ayudaron a entender que estaba yendo hacia un enfoque demasiado lineal y me llevaron a replantear la dirección de la película. Luego conseguimos un pequeño mecenazgo de la Ciudad de Buenos Aires que ayudó un poco, pero en gran parte la película se sostuvo con recursos de mi segunda película, La imagen real, aprovechando equipos y tiempos de rodaje para completar lo que faltaba. El otro gran desafío fue encontrar hacia dónde debía ir la película. Al principio sentía que estábamos entre la espada y la pared, sin un camino definido, y Silvio, que al comienzo era muy reacio a hablar de la foto, sumaba la dificultad de generar confianza. Con el tiempo vimos que empezaba a cambiar su mirada sobre la imagen y a reconocer la importancia que tenía para la gente, y eso resultó clave para definir el rumbo de la película.

 

¿Qué expectativas tenés para el estreno en el Gaumont?

Queremos que sea un evento especial. Estamos organizando que algunos músicos toquen afuera, quizá una banda tributo a Gilda, para acompañar la llegada del público. Los fans también están coordinando para llevar banderas y vestirse como Gilda, siguiendo la imagen de Fabrykant. Todo esto me pone contento porque se siente una energía muy linda y colectiva. Si logramos llenar la sala, será un estreno inolvidable.

Las entradas para La imagen santa pueden adquirirse en la boletería del Cine Gaumont (Av Rivadavia 1635).

El sobreviviente que volvió a desaparecer

El sobreviviente que volvió a desaparecer

«López, el hombre que desapareció dos veces» es un documental que alterna tres tiempos narrativos para reconstruir la historia de militancia y los dos secuestros del principal testigo en la primera causa que condenó al genocida Miguel Etchecolatz. Las líneas de investigación estancadas que hacen perdurar la avasalladora impunidad.

Llega al cine Gaumont el 2 de octubre el largometraje López, el hombre que desapareció dos veces, dirigida por Jorge Leandro Colás y estrenada en La Plata en el decimonoveno aniversario de la segunda desaparición de Jorge Julio López, el pasado 18 de septiembre. Sobreviviente de distintos centros clandestinos de detención, tortura y exterminio que funcionaron en La Plata durante la última dictadura civico militar, López volvió a desaparecer en 2006 en democracia. Esta segunda vez, era el día en que se leían los alegatos del juicio contra el genocida confeso Miguel Osvaldo Etchecolatz, en el marco del primer juicio nacional de lesa humanidad luego de que fueran anuladas las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.

La detallada y extensa declaración que hizo López en dicho juicio lo convirtió en un testigo clave, el único que reconoció al genocida como perpetrador de fusilamientos, jefe de “la patota”, presente en las detenciones y sesiones de tortura. Por sobrevivir al horror, López se encomendó a proteger solitariamente y a través de manuscritos la memoria que luego relató ante el tribunal. Por sus declaraciones fue nuevamente desaparecido y a 19 años de aquel 18 de septiembre se sigue sin conocer su paradero. Su causa es una herida abierta y el símbolo de la impunidad.

En entrevista con ANCCOM, Colás explica que junto a Tomás De Leone en el guion y Felipe Celesia como director periodístico, decidieron volver sobre el caso López porque “nos interesaba exprimir la posibilidad que habilitó el paso del tiempo de poder hacer nuevas lecturas y construir otras capas de sentido sobre un caso tan incómodo y complejo, que cuando ocurrió, causó altísimo impacto en el entramado social. El recurso del documental nos permitió mirar con mayor profundidad y reflexión. Desde el presente que atravesamos, esta causa -emblemática por la particularidad y complejidad de las desapariciones de Jorge- construye un nuevo relato”.

El proyecto que comenzó en 2021 no preveía ser estrenado en un contexto en que la vicepresidenta fuera Victoria Villarruel, persona estrechamente vinculada a Etchecolatz y mencionada en su agenda. “Este último tiempo hay una tendencia a simplificar o distorsionar algunas situaciones, entre ellas, cómo eran los militantes políticos en 1976. Por eso, nos parecía importante contar, principalmente a las generaciones más jóvenes, qué tipo de militante era López: un obrero y albañil, militante barrial de una unidad básica que se comprometía desde un rol social, ayudando a las familias y chicos del barrio”, explica el director del film.

La historia de Jorge Julio López, militante, sobreviviente y testigo, se reconstruye desde el presente, con una narrativa accesible y casi pedagógica, alternando entre dos pasados: su primer secuestro el 27 de octubre de 1976 y en 2006 con su segunda desaparición. “Queríamos contar su caso de manera clara y con todos los elementos ordenados en un sentido informativo para que todas las personas entiendan lo que sucedió. Ya sea quienes no conocen el caso como también aquellos que fueron testigos de su desaparición en 2006. Pusimos el énfasis en los datos e hipótesis de la investigación judicial que fueron perdiendo protagonismo a medida que pasaba el tiempo”, detalla el director.

El Poder Judicial que ve y no mira

La historia se va armando con un “rompecabezas de entrevistados” en el que participan las voces más autorizadas para contar el caso. En lo que respecta a la causa de Etchecolaz y el juicio de 2006, aparecen el entonces juez titular del Tribunal Oral Federal 1° de La Plata, Carlos Rozanski, las abogadas de la querella Myriam Bregman y Guadalupe Godoy y el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá. “Solá es la figura que ocupa el rol más incómodo en la película, porque su relato está en tensión con el de los organismos de Derechos Humanos que hacen críticas a su gobernación y a su responsabilidad sobre lo ocurrido. Él no había sido entrevistado sobre el caso salvo en el momento de los hechos y para este documental aceptó sin condicionamientos”, explica Colás.

Para narrar el presente, aparecen Hernán Schapiro y Gonzalo Miranda, los fiscales de la causa abierta luego del segundo secuestro que se caratuló como “presunta desaparición forzada”; también; el abogado de la familia López, Alfredo Gascón, y el hijo de Jorge Julio López, Rubén López, que narra cómo el dolor se fue acoplado a la rutina que convive con la desaparición: las calles de La Plata donde fue visto por última vez su padre, recortes de noticias en medio del aserrín de su carpintería y el trabajo conjunto con las organizaciones de memoria para preservar los manuscritos de su padre.

“Nos interesaba reponer el estado actual de la causa, las hipótesis que se barajaron y luego se abandonaron”, explica Colás. Por ello muestran las líneas de investigación irrisorias a las que la justicia destinó tiempo y recursos claves, pero también aquellas en las que decidió no profundizar y que eran, para los organismos de Derechos Humanos, las más concretas y probables. Estos insistían principalmente en seguir las hipótesis vinculadas a los policías bonaerenses que López había nombrado en su declaración. Las abogadas Bregman y Godoy relatan que eran al menos nueve mil los efectivos policiales que habiendo cumplido funciones durante la dictadura mantenían el cargo al momento de la segunda desaparición. Para ese momento, Etchecolatz junto a varios genocidas se alojaban en el Complejo Penitenciario de Marcos Paz, pudiendo suponerse un planeamiento conjunto del secuestro. Además, los militantes buscaban que la causa se anexara a otras por delitos de lesa humanidad y quedara a cargo de la justicia federal. Esto recién ocurrió un año y medio después de la desaparición, misma fecha en la que se apartó a la Policía Bonaerense de la causa.

El documental recupera material audiovisual de una marcha que se realizó días antes de la segunda desaparición de López, el 12 de agosto de 2006, en la conmemoración del nacimiento de la nieta apropiada de María «Chicha» Mariani, Clara Anahí Mariani Teruggi. Entre los militantes platenses resaltan dos hombres, de los cuales uno solo fue identificado, que miran directamente a López y no al escenario como todos los asistentes. “Nos parecía fundamental mostrar la cara de estas personas que fueron interrogadas sobre el caso López, pero cuyos rostros la mayoría del público nunca había visto”. El sujeto en cuestión es Raúl Chicano, un expolicía de La Bonaerense y exsecretario privado de Ramón Camps. También incluyeron la declaración de Susana Gopar, funcionaria de la misma fuerza y antigua secretaria de Etchecolatz.

Jorge Julio López fue visto por última vez cerca de las 10:15 de la mañana del lunes 18 de septiembre de 2006 en la calle 137 entre 66 y 67, puntualmente entre una verdulería y una sucursal de la Empresa Distribuidora La Plata Sociedad Anónima (EDELAP). Entre los dos locales solo hay una puerta que lleva a una propiedad horizontal en la cual vivía Gopar. Como explican en el film, ninguna de estas líneas de investigación se profundizaron debido a frenos que puso el juez federal de la causa, Arnaldo Corazza.

Aún se desconoce con certeza si la desaparición fue perpetrada por oficiales de La Bonaerense, el círculo cercano que responde a Etchecolatz o si ambos trabajaron en conjunto. Sí es seguro que se buscó silenciar y amedrentar a otros que quisieran presentarse a declarar con la reapertura de los juicios. El trabajo solitario que realizó López por mantener el recuerdo de lo vivido en 1976, se convirtió en símbolo. La silueta de su boina y su campera de polar se dibuja en paredes, afiches y calles para mantener viva su memoria.

Formatos para guardar

La filmografía de Colás está constituida en su mayoría por películas documentales. Sobre el formato explica: “Tiene una incertidumbre que me interesa mucho más que la ficción, que es un género relativamente controlado porque se escribe un guion y un actor lo recrea. En cambio, en el documental se trabaja con circunstancias y personas reales, logra algo mucho más vivo, dinámico y atractivo. Te permite abrir a un mundo distinto, con personas a las que no tendrías acceso si no fuera en el marco de la historia que querés contar”.

“Los documentales siempre son subsidiados por los Estados porque de otra forma no existirían. Tienen un rol fundamental como bien cultural que excede al momento de su estreno en las salas de cine. Lo que importa es la vida posterior que tiene, su exhibición en diferentes espacios generando debate y reflexión. Por eso, hacer una película por medio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) es fundamental porque se logra acceder a todos los espacios que tiene el organismo en el país. Al sucederse un nuevo aniversario de su desaparición, teníamos la necesidad imperiosa de estrenar en su ciudad, donde están su familia y sus vecinos, y el caso continúa muy vivo”, explica Colás sobre el film que además se estará presentando en el Festival Audiovisual de Bariloche (FAB). Sin embargo, la productora Salamanca Cine, empresa que dirige junto a Carolina Fernández, tuvo que sortear el recorte presupuestario que afronta el cine nacional. El documental aprobado por el INCAA antes de su recambio de autoridades, tuvo que batallar para que la nueva gestión le reconociera el financiamiento.

 

López, el hombre que desapareció dos veces, estará disponible en el cine Gaumont desde el jueves 2 al miércoles 8 de octubre, en la función de las 19.

Estrenaron un documental sobre la resistencia al golpe del 55

Estrenaron un documental sobre la resistencia al golpe del 55

«Ensenada ‘55» cuenta el relato no oficial de lo que pasó durante el derrocamiento a Perón. La historia de los que combatieron para defender al gobierno a través de un relato familiar que, a la vez, es colectivo.

Se estrenó Ensenada ’55: un film donde Hugo Crexell reconstruye un episodio olvidado de la historia argentina a partir de un recuerdo de infancia: la voz de su padre contando, como anécdota de sobremesa, que había piloteado un avión durante los combates de septiembre de 1955. Ese relato fragmentado, que a él le parecía más una película que un hecho histórico, se transformó décadas después en el disparador de una investigación tanto personal como colectiva. 

“Es una película que nace de un recuerdo de la infancia muy fragmentado. Mi papá me contaba cuando yo tenía 10 u 11 años, en la mesa familiar, cómo se había subido a un avión y había bombardeado canales de Río Santiago, donde estaba la Escuela Naval, para defender al gobierno de Perón. Para mí era más una película que algo histórico. Ahora entiendo que mi viejo quería plantar esa semilla para que yo lo supiera”, cuenta Crexell a ANCCOM en una entrevista poco tiempo después de la proyección de la película en la sala Jorge Luis Borges de la emblemática Biblioteca Nacional. “Nunca me había propuesto hacer algo audiovisual, ni de escritura, ni siquiera una investigación. Pero surgió, y al contarle mi historia a la productora de la película, Paula Tagliabue, oriunda de Ensenada, recibí el impulso de indagar sobre el tema. Ella sabía del hecho por su lado, como mucha gente de Ensenada, La Plata o Berisso, a diferencia de lo que sucede acá en Capital. Yo soy de Buenos Aires y, si no fuera por mi familia y estos relatos de mi padre, no me habría enterado demasiado al respecto. Lo que mi viejo me contaba me parecía como imposible, porque es información que no está en los libros”.

El film no solo aborda una historia familiar sino también un capítulo deliberadamente silenciado por el relato oficial: los enfrentamientos en Ensenada, La Plata y otras ciudades argentinas durante el golpe que derrocó a Juan Domingo Perón. Para Crexell, uno de los mayores desafíos fue romper con la idea de que la caída del presidente había sido un desenlace incruento.

“Lo que para la historiografía oficial había sido la caída de Perón, en realidad fue una gran cantidad de combates que no ocurrieron únicamente en Ensenada o en el Río de la Plata; también hubo bombardeos y combates en Mar del Plata, en Bahía Blanca, en el sur, en Rosario, en Córdoba… no fue un golpe incruento, ni Perón cayó por su propio peso, mitos que la historia oficial se ocupó de divulgar. Hubo realmente una gran resistencia, que podría haber torcido el rumbo de la historia si el vicealmirante Isaac Rojas no hubiera mandado a bombardear la destilería de La Plata. Los que ganan se arrogan el derecho de narrar estas historias. El poderoso elige qué contar y qué quitar”, asegura Crexell.

La película se construye a partir de testimonios, archivos y huellas materiales que todavía subsisten en Ensenada. El director eligió no hacer un documental enciclopedista, sino un relato cinematográfico que interpele al espectador. La mezcla de recursos —animación, proyecciones, música con tensión de thriller— busca ampliar el alcance de la obra más allá del público especializado.

“Yo no quería una película con una carga de archivo tremenda. No había muchos archivos fílmicos; simplemente lo que aparece al principio, que nos costó muchísimo encontrar, donde se muestra Plaza de Mayo llena de antiperonistas festejando el golpe, y los lugares donde sucedió el bombardeo, otra prueba más donde se ven claramente destrozos, sobre todo en la Escuela Naval. También fuimos al archivo de Ensenada, donde están las fotos donde aparece la casa bombardeada de uno de los protagonistas de la película, Rodolfo Ortiz. Fue una especie de tejido de archivos, un rejunte de retazos”.

En ese recorrido, Crexell tuvo acceso al archivo Rojas, un tesoro documental que confirmó la veracidad de las historias que había escuchado de niño.

“Por ser hijo de un capitán de navío, pude acceder al Archivo Rojas, que está en el Centro de Estudios Históricos Navales. Nos abrió una puerta enorme. La mayoría de las cosas que se ven son de ahí o del legajo de mi papá. Todo lo que en la película se ve rotulado como “secreto” era así, nada de eso está retocado. Y así se mantuvo durante muchas décadas, hasta que, por el 2013, Agustín Rossi -en ese momento ministro de Defensa-, mediante una política de desclasificación de archivos, liberó parte del documento, que podía encontrarse en Internet. Se permitió el escaneo de montones de documentación donde se contaba todo lo que sucedió del 16 al 20 de septiembre más o menos, es decir, el tiempo que duraron los combates. Más tarde, en 2017, cuando asumió Macri, la familia de Rojas hizo una apelación judicial para que se cierre ese archivo a consulta pública. Como nosotros comenzamos nuestra investigación en 2017, tuvimos que hacer un pedido de acceso a la información pública, gracias a las sugerencias de la Mariana Nazar, del Archivo General de la Nación. Esa fue la batalla más importante que tuvimos que dar. Usé el documento con mucho cuidado, seleccionando los recursos que me parecían un poco más audiovisuales, vistosos para una película, como las proyecciones de fotos que se ven en la pared de mi casa, partes del legajo o partes del juicio que le hizo el Tribunal de Honor a mi papá”.

Así, Crexell y su equipo comenzaron formalmente a investigar. Primero, trabajaron todo el material que resultaba de su propia historia familiar, a partir de lo que recordaban su mamá y uno de sus hermanos, reubicando ese recuerdo fraccionado y antiguo para resignificarlo, uniendo las piezas de un rompecabezas muy complejo y difuso donde primaba el desafío de descubrir qué había de falso y qué de verdadero.

“Cuando buscamos bibliografía sobre septiembre de 1955, el golpe de Estado, aparecían nombrados algunos combates en Río Santiago, pero nada de un bombardeo ni de la historia de resistencia civil que se alojaba detrás. Era un tejido mucho más complicado de contar de lo que se pensaba. Había muchas contradicciones, sobre todo respecto al sentido de lealtad. De hecho, alguien me recordaba después de una función que Rojas había sido nombrado jefe de la Escuela Naval por el propio Perón”.

El núcleo íntimo de Ensenada ’55 es, sin embargo, la figura del padre. Crexell debió desdoblarse entre el rol de hijo y el de cineasta para mirar a Hugo Alberto Crexell como un personaje histórico atravesado por contradicciones. La película también expone las ambivalencias políticas de aquel aviador: su lealtad a Perón en 1955, su posterior desencanto y la imposibilidad de volver a volar tras ser juzgado.

“Fue duro, me tuve que desdoblar. El hijo tuvo que quedar siendo hijo y el investigador-director tuvo que distanciarse un poco de esas imágenes. En 2017 era algo que me conmovía, que removía muchos aspectos de mi historia, de mi familia, pero, a medida que avanzábamos, empecé a ver a Hugo Alberto como Hugo Alberto: no era mi papá, era un personaje con toda la contradicción del mundo que no me iba a poder dar las respuestas que yo necesitaba, y que entonces yo tenía que reducir como director más que como hijo ciertas cuestiones que no me cerraban, y que siguen sin cerrar, ambivalencias que se proyectan una y otra vez tanto en el film como en el espectador. La investigación está llevada así, generando este ir y venir y el cambio casi constante de opinión”.

Ensenada ‘55 contó con el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), que, en palabras del director, “si bien es muy necesario y lo agradecemos mucho, no alcanza nunca a cubrir la totalidad del proceso de una película”.

El largometraje vio la luz en un momento muy turbulento de la política argentina. Sobre esto, Crexell afirma: “Presentar una película que va a contracorriente del relato oficial es un acto político. Estuvimos investigando durante ocho años, filmando en el territorio, generando un vínculo con el lugar, con su historia, con los testimoniantes. Es una verdad irrefutable, nadie está ahí contando algo que no le pasó. Todo lo que se ve en los testimonios es verdad. Con el archivo Rojas, me confronté con el dato duro: ataque número tanto, hora tal, se tiraron tantas bombas, cayeron en tales lugares… todo lo que se ve en el documental es lo que encontré. Incluso hay una escena donde se muestra, en el Museo del Astillero, un chapón que pertenecía a la Fragata Libertad que recibió un bombazo ese día, se ve la marca. A mí me toca correrme y que la película hable por sí misma de todo esto que sucedió, que fue silenciado y ninguneado por obvias razones”.

El estreno en Ensenada, en el marco del Festival Internacional de Cine de esa ciudad, tuvo un fuerte impacto comunitario: vecinos y familiares de víctimas del bombardeo se reconocieron en la pantalla y agradecieron que la historia finalmente fuera contada.

“Lo más lindo que pasó hasta ahora fue que se estrenó a sala llena como parte del Festival Internacional de Cine de Ensenada, el FICE, como película de apertura, a 10 o 15 cuadras de donde había sucedido el bombardeo, fue muy emotivo. Mucha gente me agradeció por contar esa historia, porque para ellos era muy importante y nadie se había encargado, hasta ese momento, de transmitir. Hay gente que participó en la película y hoy ya no está, otro motivo por el cual era muy fuerte de ver el documento, el legado de ese testimonio que quedó ahí para siempre”.

Ensenada ’55 se inscribe así en un doble registro: el de la memoria íntima que se expande hacia lo colectivo, y el de la disputa con una historia oficial que eligió callar.

Para el director, el documental significó también un cierre personal y profesional: “Siento que cerré un capítulo de mi historia personal y al mismo tiempo pude develar un entramado de historias y de testimonios que estaban oscurecidos, contribuyendo un poco a la conversación sobre qué sucedió en septiembre de 1955 en Ensenada. Pienso en el cine como herramienta transformadora. Mi oficio de docente definitivamente influyó en la manera de construir la película. Hay un cierto prejuicio sobre el vínculo entre la juventud y el cine argentino, particularmente entre la juventud y el documental, cuando en mis clases me encuentro todo el tiempo con un interés increíble por la historia. Hay que desprenderse de ciertos prejuicios y conectar, porque la historia puede ser interesante para un joven, y es muy necesario que ocurra esa comunicación”.

Ensenada ’55 se inscribe así en un doble registro: el de la memoria íntima que se expande hacia lo colectivo, y el de la disputa con una historia oficial que eligió callar. Una invitación a mirar el pasado con otros ojos y a preguntarse qué resonancias conserva en el presente.

La película se proyectará el próximo jueves 28 de agosto, a las 18, en el auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales UBA (Santiago del Estero 1029, CABA), en el marco de la “Semana de la Memoria”, y el 16 de septiembre, para el aniversario de la resistencia de Ensenada, se estrenará en el cine Gaumont.

¿Se puede pensar en una producción alimenticia estatal?

¿Se puede pensar en una producción alimenticia estatal?

“Empresa Nacional de Alimentos, una respuesta soberana” el documental dirigido por Juan Pablo Lepore y protagonizado por Rafael Klejzer, invita a debatir la creación de una fábrica estatal para combatir el hambre.

Según los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), en Argentina 11.337.979 personas se encuentran por debajo de la línea de pobreza. Dentro de ese conjunto 2.451.657 personas se encuentran bajo la línea de indigencia “¿Saben cómo se mide la indigencia? Evaluando si tenés o no para comer”, explica Klejzer durante los primeros minutos de la película Empresa Nacional de Alimentos, una respuesta soberana, dirigida por Juan Pablo Lepore. Estos datos se vuelven más abrumadores cuando se tiene en cuenta que algo así ocurre en un país que se encuentra dentro de los principales productores de alimentos a nivel mundial. Por eso la propuesta del documental es la creación de una “Empresa Nacional de Alimentos” (ENA) que permita poner el foco en la producción, la distribución y la comercialización de la comida en Argentina.

Aunque suele repetirse que Argentina produce alimentos para 400 o incluso 650 millones de personas, existen controversias sobre esa afirmación. Según un informe del Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (CEPEA), esa cifra parte de una visión engañosa: las exportaciones están altamente concentradas en las cadenas de maíz y soja, que representan tres cuartas partes del total. El problema es que al menos dos tercios de esas exportaciones (especialmente en forma de harina de soja y maíz) no están destinadas al consumo humano directo, sino a alimentar animales en otros países: peces, pollos, cerdos o vacas. Desde esta perspectiva, lo que Argentina produce no son alimentos en sentido estricto, sino calorías que no se traducen en una dieta saludable ni accesible para la población local. El documental interpela directamente esta lógica y expone con claridad los intereses que sostienen estas proyecciones.

¿Cómo se construyó y quienes planifican el modelo agroalimentario argentino? ¿Quiénes toman las decisiones sobre el uso del suelo y definen los precios de los alimentos? Detrás de esas preguntas emergen nombres que, aunque silenciosos, inciden de forma decisiva en la vida de millones: las multinacionales Glencore, Viterra, Bunge, y grupos nacionales como Vicentin, Pérez Companc (Molinos Río de la Plata) y Luis Pagani (Arcor), entre otros.

 

Planificar la Argentina

¿Cómo se puede lograr que el Estado sea el actor que planifique, controle y asegure la alimentación de la población en cada rincón del país? ¿En qué país soberano las multinacionales saben qué entra y qué sale por los puertos, pero el Estado no?

A partir de la recuperación de experiencias locales como el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI) creado en 1946, durante el primer gobierno de Juan Perón, conversaciones con diferentes trabajadores, académicos, empresarios, funcionarios y militantes, el documental aborda diferentes aristas de la problemática alimentaria y deja asomar los distintos matices entre las miradas de los entrevistados que comparten sus experiencias, siempre desde una mirada comprometida con la soberanía nacional.

El documental también presenta experiencias concretas de intervención estatal que lograron resultados positivos en la región. Uno de los casos destacados es el de la Compañía Nacional de Abastecimiento (CONAB) en Brasil y otro el de la Empresa de Apoyo a la Producción de Alimentos (EMAPA) en Bolivia, donde la participación directa del Estado en la producción y distribución de alimentos permitió reducir la inflación y garantizar el abastecimiento interno.

A nivel local, el film muestra el ejemplo de Agroandina, una empresa pública de la provincia de La Rioja que, pese a las dificultades del contexto, logra sostener precios accesibles en productos importantes y demostrar que otro modelo de comercialización es posible.

“La intención de esta película tiene una contracorriente pues muchos dicen: ‘Che, cuando volvamos o cuando haya un gobierno popular vamos a hacer las cosas’. Ya lo dijeron y no lo cumplieron. Entonces, por el contrario, para que llegue un gobierno popular tenemos que hablar de otras cosas. Hace mucho tiempo que venimos hablando de soberanía alimentaria y hay experiencias concretas en ese sentido, pero también llegamos a la conclusión de que si el Estado no trabaja en materia de soberanía alimentaria, a baja escala (los productores locales) no podemos hablar de soberanía alimentaria. Es imposible hablar de esto sin el poder político que te da el Estado”, sentencia Klejzer.

 

Cine militante

En un contexto en el cual el gobierno nacional abandona a las personas a través del desfinanciamiento de programas destinados a la seguridad alimentaria, al Cine Nacional y criminaliza a los movimientos sociales, como señala Laura Bitto, productora de la película, este film se esgrime desde la fusión de diversos sectores que piensan en una Argentina próspera para la mayoría de su población e invita a discutir, a partir de la tradición del cine documental, una propuesta concreta: la creación de una Empresa Nacional de Alimentos.

El documental es la séptima película de Juan Pablo Lepore y se realizó de manera conjunta con el Movimiento Popular La Dignidad y el Centro de Estudios para la Soberanía Popular Mariano Moreno. Sin dudas se trata de una herramienta potente para fomentar el debate acerca de la creación de la ENA, en un país que es productor de alimentos y donde gran parte de su población sufre hambre. Para eso la intención es que se genere una distribución más amplia en ferias, escuelas, sindicatos, organizaciones políticas y sociales.

El preestreno de Empresa Nacional de Alimentos, una respuesta soberanatendrá lugar el 1º de agosto a las 19 en el Multiespacio Palacio El Victorial (Piedras 722, CABA). Su estreno oficial será un mes después, el 1º de septiembre a las 18 en la Sala Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543). Para coordinar la proyección del documental se puede contactar a su director Juan Pablo Lepore via Instagram (@Juanpablolepore)